Mamá quería mi virginidad 7
Mamá y yo, cansados de disimular ser una madre e hijo normales, hicimos una pequeña escapada a la playa donde nadie nos conocía, pudiendo dar rienda suelta a nuestra pasión.
Obviamente la incestuosa relación con mi madre era un secreto que guardamos entre nosotros. Con amigos y conocidos nos comportábamos con normalidad. La pasión, el deseo y el sexo solo se desataban dentro de casa. Para cambiar esa rutina decidimos hacer una escapada aprovechando las vacaciones. Reservamos un par de semanas de hotel en un centro turístico de playa. Sol, arena, agua y sexo eran los ingredientes para unas vacaciones perfectas. Además, allí nadie nos reconocería.
Durante los primeros días de nuestras vacaciones nos comportábamos como una pareja. La gente nos miraba, algunos escandalizados. Una madurita más cerca de los cuarenta que de los treinta con un jovencito de apenas dieciocho años llamaban la atención, sobre todo cuando nos morreábamos en medio de la calle mientras nos agarrábamos del culo o nos metíamos mano. No quiero imaginarme lo que hubieran pensado si hubieran sabido que éramos madre e hijo.
(…)
Entramos en la habitación del hotel después de pasar toda la tarde en la playa. Mamá, en su bikini púrpura, había sido objeto de las miradas de deseo de la mayoría de hombres mientras que conmigo lo hacían con envidia al ir acompañado de tan bella mujer.
-Voy a pegarme una ducha. – Le dije al entrar en el cuarto del hotel.
Tenía ganas de quitarme los restos de sal y crema bronceadora de la piel. Me desnudé y me metí en el baño, relajándome bajo el agua de la ducha. Mamá no tardó en entrar conmigo, completamente desnuda. Aunque la veía así a diario siempre me quedaba embobado admirando su curvilíneo cuerpazo: sus pechos generosos de pezones pequeños y rosados, su vientre plano, sus torneados muslos, la vagina con la fina franja del mismo vello castaño que su melena lisa,… esta la llevaba recogida con una pinza para evitar mojarse el pelo. Su piel estaba morena, dorada después de varios días tomando el sol. Tenía las marcas del bikini, dejando sus pechos y entrepierna de un tono blanquecino y pálido. No sé porque pero aquellas marcas me daban más morbo y la encontraba más atractiva que nunca.
Había venido con ganas de guerra, pues en lugar de preocuparse por la ducha me rodeó con el brazo, atrayéndome hacía ella y juntando sus labios con los míos. Me metió la lengua dentro de la boca, jugando con la mía, buscándola para enroscarse entre ellas. Respondí a su beso con idéntica pasión, sediento de ella.
Mamá cogió mi virilidad, que se había endurecido al instante. Le encantaba que con tan poco esfuerzo me tuviera duro y dispuesto. Mientras ella empezaba a mover su mano, masturbándome, yo acaricié su cuerpo. Puse ambas manos en cada uno de sus senos. Los apreté suavemente, amasándolos tal y como me encantaba hacer, comprobando su turgencia y morbidez. Rocé sus pezones con los pulgares y noté como se endurecían a mi tacto.
De esta manera dejamos que el agua refrescara y se llevara la sal de nuestras de pieles. Mamá me sacó de la ducha y nos secamos entre los dos con toallas, acariciándonos, recorriendo cada trozo de nuestros cuerpos.
-Vamos a la cama. – Me cogió de la mano y me llevó hasta el cuarto de la habitación.
Intenté tumbarla en la cama, pero no me dejó. Aquel día quería mandar ella y yo me dejé llevar. Me empujó, tendiéndome sobre la cama bocarriba, juguetona. Se soltó la cinta del pelo, desparramando la melena lisa y brillante por sus hombros y espalda.
-¿Vas a ser un buen hijito y vas a comerle el chochito a mami? – Dijo con un infantil pero provocativo tono.
-Sí, quiero comerte el chochito. –Contesté siguiéndole el juego.
-Que niño más obediente que tengo. – Respondió con una sonrisa, subiendo a la cama y colocándose encima de cara. Apoyó las rodillas a cada lado de mi cabeza y se dejó caer un poco, dejándome a la altura perfecta para comerme su chochito, tal y como ella me había dicho. Agarré sus nalgas, estiré el cuello y me amorré a su sexo con hambre. Lo cubrí de lentos besos, lo exploré con la punta de la lengua, penetrando su rajita apenas, usé los labios para chuparlo, poco a poco y metódicamente.
-Que rica está mami. –Dije, separándome solo un segundo y volverme a lamer su clítoris y a meterle la lengua todo lo hondo que pude.
-Si… así… mi niño… cómeme… - Jadeó, revolviéndome el pelo con sus manos.
La saboreé cuando empezó encharcarse. Cada vez estaba más mojada, más caliente,… y a medida que se iba acercando al orgasmo empezó apoyar todo su peso en mi rostro, restregando su coño contra mi cara, frotándose,… Las manos las usé para acariciarle el soberbio cuerpo. Los muslos, el culo, el vientre,… hasta llegar a las tetas. Esas debo reconocer que eran mis favoritas y nunca me cansaba de jugar con ellas. Las amasaba, apretando suavemente los dedos, deformando la mórbida carne. Las mecía entre mis manos, haciéndolas balancear. Frotaba, pellizcaba y retorcía, con delicadeza, los pequeños pezones hasta que estos se convertían en dos duras rocas.
-Más… más… - Escuché su voz distorsionada a través de los muslos que me rodeaban la cabeza.
Llegó al orgasmo. Mamá se corrió en mi cara. Su cuerpo se arqueó y noté como sus muslos se tensaban hasta que como un globo, se deshinchó entre jadeos. Tragué sus flujos, sediento siempre de sus orgasmos. Esperó unos segundos, recuperándose, antes de levantarse mi cara. Se tumbó sobre mi pecho. Me besó, saboreando su corrida de mis labios. Su lengua se movía por toda mi boca, enzarzándose con la mía. Su mano me había vuelto a coger el pene y lo sacudía de arriba abajo.
-Ahora voy a cabalgarte hasta que te corras. Quiero que le llenes el coño de leche a tu madre.- Su voz había dejado todo tono juguetón o infantil, ahora era simple y puro vicio.
Se sentó a horcajas sobre mi polla, haciéndola desaparecer en el interior de su vagina. Como siempre sentí en mi pene el calor y la humedad que desprendía su sexo envolviendo el mío. Empezó a moverse. Apoyó sus manos en mi pecho y vientre para ayudarse a levantar el cuerpo, dejándolo caer inmediatamente después. De esta manera mi polla salía casi toda y volvía a entrar, una y otra vez. Me cabalgó con ansiedad, arrancando su placer de mi polla. Botaba, saltaba y mientras me follaba la observé con lujuria, comiéndome con los ojos aquella magnifica hembra. Sus pechos, con la marca del bikini, se balanceaban al ritmo de sus movimientos. Su pelo, suelto y castaño, caía por sus hombros y por su cara, enmarcándole el precioso rostro. Sus piernas se aferraban a mis caderas, como si nunca quisiera soltarme.
-¿Quieres correrte en el coño de tu madre? – Preguntó con voz ronca.
-Si… oh…
Intenté alargar las manos hasta sus pechos pero me cogió las muñecas antes de llegar, aplastándome los brazos contra la cama. Su cuerpo se inclinó y su rostro quedó a escasos centímetros de mi cara. El pelo le caía sobre mi cara, cuello y pecho, haciéndome unas agradables cosquillas. Los ojos oscuros me miraban fijamente con una expresión de dominante lascivia.
Yo ya le conocía aquella actitud. A veces mamá quería que la usara, que la tratara como a Laura, mi puta particular donde desfogar todos mis caprichos. Otras parecía que el lugar de follar, hiciéramos el amor. Lento, romántico, cubriéndonos mutuamente de dulces besos y cariñosas caricias. Ahora, pero, mamá adoptaba una tercera actitud. La de una madre severa, cogía las riendas, dominando la situación y convirtiéndome a mí en su obediente hijito. Iba a ser ella la que me follara a mí, la que decidiera cuando podía o no tocarla,…
-¿Quieres tocarle las tetas a mami?
-Si, por favor.
Mamá sonrió y sin soltarme las manos me besó. Lo hico con una violenta brusquedad, apretando su boca con fuerza, haciéndome casi daño. Cuando se separó, lo hizo mordiéndome el labio inferior, serrando los dientes en torno a él. Vi en sus ojos un deje de malicia, de niña traviesa.
Se levantó, sacándose el pene del interior, dejándolo duro, brillante y cubierto de flujos. Vi como se agachaba, dándome una magnífica visión de su grupa, enfrente de uno de los armarios donde guardamos las cosas que íbamos sacando de las maletas. Cuando se dio la vuelta llevaba unas esposas. Era uno de los juguetes que habíamos comprado para seguir explorando el sexo sin tabúes.
Las esposas eran de metal, aunque llevaban un acolchado negro y suave para hacerlas más cómodas. Mamá las cerró en torno a mis muñecas, pasando la cadenita entre los barrotes del cabezal de la cama para dejarme totalmente atado a ella. De manera instintiva intenté liberarme, estirando las esposas contra los barrotes, pero solo para darme cuenta que estaba indefenso entre las manos de mi madre.
Sin decir nada volvió a sentarse sobre mi polla. Sentí como el pene se enterraba en su coño, como cada centímetro iba desapareciendo en aquella caliente gruta húmeda. Finalmente la cueva de mamá se lo tragó todo. Volvió a follarme, esta vez alternando sus movimientos. Arriba y abajo, adelante y atrás, de lado a lado, en círculos,… Yo, cuando me batía la polla de aquella manera, poco podía hacer más que intentar aguantar lo máximo posible sin correrme, prologando aquel momento de éxtasis.
Mamá me ayudó. Lamió uno de sus dedos, chupándolo y mojándolo con abundante saliva. Primero lo usó para frotarme el pezón, sensibilizándolo, para después pellizcarlo y retorcerlo. Lo hizo con fuerza, haciéndome sentir una punzada de dolor que se mezcló con el placer emanante de la entrepierna. Aquella mezcla de sensaciones me ayudaba a aguantar un poco más sin llegar al orgasmo.
La otra mano la cerró en torno a mi cuello. Apretaba suavemente, sin ahogarme pero dificultando un poco mi respiración. Seguía cabalgando y batiendo mi polla de tal manera que parecía un milagro que aún no me hubiera corrido. Quizás estaba demasiado hipnotizado por el movimiento de sus tetas, que se mecían, botaban y deslizaban al ritmo que imprimía a su cuerpo follándome.
Ella tampoco estaba demasiado lejos del clímax. Sus ojos se habían enturbiado completamente por el placer, sus labios estaban entreabiertos, dejando escapar largos suspiros, su pecho se agitaba cada vez más rápido y la tensión de su cuerpo parecía a punto de estallar.
-Si mi niño… córrete dentro… llénale el coño de leche… a tu madre… -
-Oh… mamá… que bien… se siente… tu coño… -Nuestros gemidos se intercalaban uno con otro.
Yo me corrí primero. Incapaz de aguantar más descargué todo el contenido de mis testículos. Mamá, al sentir como los chorros de esperma caliente estallaban contra sus paredes vaginales, tampoco pudo aguantar. Era lo que quería, lo había pedido con insistencia, correrse con su coño lleno de mi esperma. Así pues, ambos llegamos a un intenso orgasmo casi al unísono, retorciéndonos de placer.
Cuando mamá se levantó pude ver como de su rajita brotaban algunas gotas de mi espesa corrida. Me desató, quitándome las esposas y se tumbó a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro. Durante unos segundos, más que satisfecha sexualmente, pareció que incluso ronroneaba como un gatito.
(…)
Como les decía antes una de las ventajas de estar de vacaciones donde nadie te conoce es que no nos era necesario disimular nuestra pasión en público. Lo aprovechábamos para salir a cenar la mayoría de noches y a tomar alguna copa. No nos conteníamos en ningún momento y estábamos todo el rato comiéndonos a besos, enrollándonos sin importarnos las miradas de reprobación, pues aquella madurita cañón y su jovencísimo amante llamaban bastante la atención.
Aquel día en concreto observé a mamá vistiéndose para salir. Tuve que contenerme para no tirarme sobre ella cuando la vi con el sujetador y el tanga blancos puestos. El contraste con el tono dorado que le había dado a su piel el sol hacía que estuviera preciosa. Para mi momentánea desgracia se puso un corto vestido veraniego estampado con la falda suelta por encima de las rodillas y salimos de la habitación.
Cenamos en un restaurante al lado del mar. A mamá le apetecía ir a bailar y a tomar una copa así que nos dirigimos a una pequeña discoteca en el mismo paseo marítimo. Mamá se lo pasó de lujo, bailando y bebiendo. No es que se emborrachara, pero sí que alcohol se le subió un poco a la cabeza, arrebolándole las mejillas y desinhibiéndola del todo.
Estábamos los dos abrazados, bailando, en medio de la gente, en una de las esquinas del local. Mamá me besaba, metiéndome la lengua en la boca con pasión. Tenía la mano en mi culo y me apretaba contra ella. Sentía sus pechos aplastándose contra mi cuerpo. Se dio la vuelta, y bailando, empezó a frotar su trasero en mi paquete. Las duras nalgas se restregaban en mi polla y podía sentirlas, firmes, mórbidas y calientes a través de la ropa.
A estas alturas yo también estaba un poco bebido, pero sobre todo estaba cachondo pues mi madre, como siempre, me estaba poniendo a mil. La abracé, pegando su espalda en mi pecho. Le aparté el pelo para besarle el cuello mientras ella seguía frotándose, restregándose contra mí. Deslicé mi mano por debajo de su falda, acariciando con toda la palma la cara interna de sus muslos. No tardé en palpar sus braguitas. Presioné su sexo con los dedos por encima de la prenda.
Mamá giró la cara. Apenas se podía hablar pues la música del local estaba a tope, pero su mirada era de deseo y vi que la consumía la misma calentura que a mí. Empecé a sobarle un pecho por encima del vestido sin apartar la mano de su entrepierna. Mis dedos se colaron por debajo del tanga para acariciar su sexo sin la traba de la tela.
Mamá ya estaba algo húmeda, pero un par de minutos después de jugar con mis dedos en su coño aquella humedad se había convertido en un torrente. Sentí como mi mano y la tela de su tanga se empapaban mientras la masturbaba, frotándole el clítoris y metiendo dos dedos dentro. Ella, presa del placer, refrotaba su culo contra mi durísimo paquete.
Estiró el cuello para alcanzar mis labios, mordiéndolos para ahogar los gemidos. Aunque la música estaba alta y la discoteca oscura el riesgo de que nos vieran de aquella manera parecía excitarla aún más. Apartó un poco su trasero para meterme la mano por debajo de los pantalones, agarrando mi sexo. Intenté abstraerme de la distracción que suponía tener la polla bien cogida por mamá para concentrarme en su placer. Quería darle un orgasmo, quería que se corriera irremediablemente entre mis dedos,… Continué lamiendo y besando su cuello, sobando sus pechos y masturbándola con la mano bien metida en su coño.
Sentí como el cuerpo le temblaba, como apoyaba la cabeza en mi hombro y se abandonaba a las sensaciones de su entrepierna. A pesar del ruido de la discoteca pude escuchar el gemido cuando finalmente llegó al éxtasis. Solo entonces le di un respiro, sacando la mano de su entrepierna. Se dio la vuelta y me besó. Cuando se separó me cogió la mano con la que había estado masturbándola y se llevó los dedos que habían estado en su interior, saboreando sus propios flujos y sustituyéndolos por su saliva.
-Vamos al hotel. – Dijo en mi oído. –Me muero de ganas de tener tu polla dentro de mí… en el coño...en el culo…
La libido de mamá, lejos de apagarse, aumentaba cada día a pesar de mis esfuerzos por tenerla satisfecha. Era insaciable. Salimos de la discoteca y nos fuimos al hotel. Apenas entramos en la habitación me deshice de su vestido, dejándolo tirado en el suelo. La suya era una imagen arrebatadoramente erótica: morena por el sol, con el sujetador y el tanga blancos, la melena castaña, suelta, cayéndole por un hombro,… No me dio mucho tiempo para admirarla pues empezó a andar hacía a mí con su gesto más seductor y juguetón.
Uno a uno, con deliberada parsimonia para encender mi deseo, empezó a desabrocharme los botones de la camisa. Me acarició por la apertura de la prenda con lentitud antes de quitármela del todo. Yo, pero, no tenía paciencia para su sensual juego. En la discoteca me había puesto enfermo y necesitaba deshacerme de deseo primario que me consumía.
La cogí, le di la vuelta, y la empotré contra la pared, con la cara y el cuerpo aplastados contra ella. Le agarré ambas manos con una de las mías, manteniéndola inmóvil. Froté mi entrepierna en sus posaderas y empecé a besarle el cuello.
-No querías mi polla dentro,… pues la vas a tener.
-Si… mi niño… mi hombrecito… me encanta cuando me tratas como una zorra…
Casi le arranco el sujetador cuando se lo quité. Lo usé para atarle las manos detrás de la espalda, con las muñecas bien juntas. Podía haber usado las esposas, pero atarla con su propia ropa interior me daba más morbo. Ella se dejó hacer y cuando volví a voltearla, quedándonos frente con frente, su mirada estaba cargada de deseo y vicio. Agarré una de sus tetas mientras la besaba, acariciándola, presionando su blanda morbidez. Sentí como su pezón estaba erecto, empitonado, entre mis dedos. Lo pellizqué, retorciéndolo suavemente.
-Oh… métemela ya…
Mamá estaba excitadísima. El dedito que le había hecho en la discoteca no servía para apagar su fuego, todo lo contrario, lo había avivado más. Yo también iba con ganas por lo que la empujé sobre la cama. Quedó tumbada boca arriba, con el pelo castaño suelto por la cama, atada, ataviada tan solo con aquel minúsculo tanguita blanco.
Me quité los pantalones y los calzoncillos y me subí a la cama. Sus piernas estaban dobladas, las separé y me coloqué entre ellas. Aparté un poco la tela del tanga y cogiéndome la base del pene, li di un par de azotes en su húmeda rajita. El sonido de golpe se fundió con un chapoteo de flujos. Froté su sexo con el mío, aumentando la ansiedad de mamá, viendo su cara de desesperación para que la penetrara de una vez.
-Métemela… mi hombrecito… métemela…
No pude más que complacerla. Encaré la punta y empujé con fuerza, separando sus labios vaginales y haciendo desaparecer mi pene en su interior. Me incliné sobre su cuerpo para besarla y empecé a mover las caderas en un profundo mete saca. Mi mano ya estaba en su teta, abarcándola con toda la mano y masajeándola con cierta fuerza. Ella, con las manos atadas, solo pudo abrazarme las piernas, cerrándolas en torno a mi cintura. Era como si quisiera que no me despagara, que siguiera follándola hasta llegara el fin del mundo.
-Si… mi niño… - Gemía apretándome las piernas y estrechándome más contra su cuerpo y sexo.
-Oh… mamá… mamá… mi zorra… - Jadeé, entrando en una especie de trance sexual en que todo se desvanecía menos ella y yo.
Estuvimos un rato así, hasta que sentí que el orgasmo de mamá llegaba. Travieso, no dejé que alcanzara el clímax y se la saqué de un golpe. Le di la vuelta, dejándola ahora apoyada en la cama con las rodillas y el culo en pompa. La cara, al tener las manos atadas, estaba enterrada en la almohada.
Teniéndola así volví a metérsela mientras con una mano sujetaba el hilo del tanga que separaba sus nalgas. Empecé a jugar con el agujerito de su culo. Al hacer un uso habitual de él ya no era tan estrecho como antes, como cuando desvirgué esa parte de la anatomía de mi madre. Pero seguía sintiéndose una gruta pequeña que siempre ofrecía cierta resistencia. Le metí un dedo y ella, al sentirse penetrada por sus dos agujeros, empezó a retorcerse como una anguila, mordiendo la almohada para no gritar de puro éxtasis.
Al ver que su culo ya estaba bastante abierto me retiré de su sexo para empalarla por detrás. Encaré la punta de mi pene en su ano y empujé con fuerza. La carne cedió a la presión. Aunque era cierto que cada día era más fácil para mí sodomizar a mamá, su culo seguía rodeando mi pene, estrujándolo y apretándolo.
-Mi niño… mi hombrecito… párteme en dos…- Suspiró al sentir mi pene en sus entrañas. – Pártele el culo… a tu madre…
La cogí de las caderas y me ayudé para percutir su trasero con todas mis fuerzas. Le dí una palmada en una de sus nalgas, dejando mi mano ligeramente marcada en su piel. Empecé a sudar por el esfuerzo, pero ella seguía pidiendo más y más.
Volví a cambiar de postura. Esta vez yo me tumbé en la cama y la ayude para que se sentara sobre mí, con las caderas ligeramente adelantadas para que ahora, cuando ella me cabalgara, mi pene siguiera bien encajonado en su culo. Esta posición me permitía acceder plenamente a su coñito para empezar a masturbarlo. Mis dedos empezaron a frotar su hinchada y pegajosa vagina mientras ella movía el trasero, batiéndome la polla dentro de su ano. Se volvió loca, moviendo la cintura de lado a lado, en círculos,…
Yo seguía con mis manos en su coñito, acariciando su clítoris con el pulgar. Aquello fue demasiado para ella y se corrió, descargando toda la tensión de su cuerpo en un largo jadeo. Unos segundos después, recuperada del orgasmo, empezó a sacudir el trasero para que yo también estallara en su interior. No le costó mucho conseguirlo y pronto mi semen llenó las paredes de su ano. Gruñí de placer ante el orgasmo.
Mamá se levantó y se tumbó a mi lado. Le desaté el sujetador de las manos. Nos quedamos los dos en la cama, cansados y satisfechos. No tardamos en quedarnos dormidos, desnudos y abrazados.
Continuará…