Mamá quería mi virginidad 4

Después de la mágica noche donde mamá me desvirgó nuestra relación cambió completamente y entramos de lleno en una nueva vida de sexo y vicio.

Unos días después de que mamá me arrebatara mi virginidad me sentía más feliz que en toda mi vida. De puertas a fuera teníamos una relación normal, pero cuando estas se cerraban actuábamos como si fuéramos una pareja. Nos acostábamos cada día, si no era por la mañana antes de irme a clase era por la tarde cuando llegaba o pasábamos eternas noches de pasión y placer. Más de una vez repetíamos, insaciables de nuestros cuerpos.  Ya no quedaba sitio para los remordimientos, los sentimientos de culpabilidad o incluso las leyes de naturaleza, simplemente el gran gozo y placer que nos producía nuestro amor prohibido.

Mamá no solo me había iniciado sexualmente, si no que me estaba abriendo al mundo de los misterios del cuerpo y la sexualidad femenina. Yo, alumno aplicado en esta materia, aprendía cada día como complacerla, como hacerla gozar tanto como ella me hacía gozar a mí. Si en un principio me había desvirgado ahora me estaba dando una completa educación sexual. Además, ya no era ella la que iniciaba nuestros encuentros si no que yo la buscaba y ella rápidamente respondía a mis insinuaciones.

Una tarde, al llegar de mis clases la encontré en la cocina. Solo con ver su trasero enfundado en unos ajustados vaqueros sentí la punzada del deseo. Me acerqué a ella por la espalda y le besé el cuello, aspirando el aroma de su pelo. Mis manos le agarraron el culo.

-Cariño, tengo que acabar de preparar la cena. – Dijo divertida ante mi ataque.

-Tengo hambre de ti. – Contesté rodeando su cuerpo para agarrar uno de sus pechos por encima de la camiseta blanca. Mi otra mano le desabrochó los pantalones y se coló por debajo de ellos y de la ropa interior para acceder a su coñito.  La acaricié, buscando excitarla.

Intentó darse la vuelta pero con la fuerza de mis brazos se lo impedí. Le mordisqueé el lóbulo de la oreja, le lamí y besé el cuello, le acaricié los senos y jugué, con dedos traviesos, con su vagina. Noté como se iba excitando, como su cuerpo iba aumentando de temperatura y su coñito se iba humedeciendo.

-Ogh… mi niño… mi hombrecito… - Gimió.

Me arrodillé mientras le bajaba los pantalones. Llevaba un tanguita blanco cuyo hilo traspasaba su raja, separando ambas nalgas. Besé una de ellas mientras amasaba la otra. La mordisqueé, no demasiado fuerte, mientras mamá reía y gemía a la vez, encantada que adorara su culo de aquella manera.

El tanguita no le duró mucho tiempo puesto y se lo bajé hasta los tobillos. Le separé un poco las piernas para poder acceder a su coñito, tanto con los dedos como con la boca. Me encantaba su sabor a hembra, sentir como se iba humedeciendo cada vez más, como su cuerpo temblaba y gemía a medida que las oleadas de placer la atravesaban.

Después de penetrarla con un dedo y lamer toda su rajita durante un rato terminé de quitarle los pantalones y las braguitas, la levanté y le di la vuelta, sentándola encima de la encimera yabriéndole las piernas. Su vagina estaba hinchada y palpitante. Me incliné sobre ella para comérmela toda, con la cabeza rodeada por sus cálidos muslos. Su vello púbico, arreglado en una fina franja castaña, cosquilleaba mi rostro.

Mientras yo me hundía en su entrepierna ella me cogió la cabeza, revolviéndome el cabello con los dedos. Los sentía crisparse a medida que su orgasmo se acercaba. Finalmente lo conseguí y seguí lamiendo, bebiéndome la corrida de mamá con avidez.

-Fóllame, fóllate a tu madre. – Gimió mientras yo seguía chupándole el dulce coñito, sin importarme lo más mínimo que ya hubiera alcanzado el primer orgasmo. Tiró de mí hacía arriba con las manos.

Seguía sentada en el mármol de la cocina, con las piernas abiertas y con la espalda apoyada en la pared. Se inclinó un poco para ayudarme a desabrocharme los pantalones y bajarme los calzoncillos. Lo hizo con movimientos ansiosos y apresurados, como si no pudiera esperar ni un segundo de más a que la penetrara. Mi pene ya estaba duro y lo cogió para guiarlo en su interior, para empalarse en él.

En el momento en que la penetré gimió, abrazándome, rodeándome con los brazos y atrayéndome hacía ella para besarme, para meterme la lengua en la boca con aquel desesperado deseo que siempre mostraba cuando hacíamos el amor. La aparté un poco mientras movía las caderas para follarla, cogiéndola de la cintura con una mano. Le levanté la camiseta y cogí una de las copas de su sujetador blanco para estirarlo hacía abajo y liberar una de aquellas perfectas tetas de las que nunca tenía suficiente. La estrujé vigorosamente, aplastándola con mi mano, intentando abarcar toda su circunferencia.

Repetí la operación con el otro pecho, apartando la copa del sujetador que quedó aplastada por la bamboleante teta de mamá. Ahora ambos senos se movían, saltando con cada uno de mis fuertes embates. Ambas estaban atrapadas entre la camiseta subida y el sujetador bajado, pero aun así seguían zarandeándose gracias a su volumen y blanda suavidad. Por otro lado mi pene salía y entraba sin parar de su encharcada vagina.

Ella enderezó la espalda, rodeándome con ambos brazos y abrazándose a mí. Nuestros cuerpos quedaron pegados y la boca de mamá se quedó a unos centímetros de mi oído. Pude escucharla jadear.

-Sí,… mi hombrecito, mi niño,… fóllame,… no pares,… ¡Síííí! – Gritó cuando alcanzó el orgasmo.

Sentí como su vagina se contraía por el éxtasis. Después de unos segundos mamá se sacó el pene del interior y deslizó hasta al suelo, quedándose de rodillas. Me cogió el falo con una mano y lo lamió, sin importarle lo pringado que estaba de sus propios flujos. Me masturbó con la mano mientras sus mullidos labios encerraban mi capullo.

-Córrete en mi boca. – Dijo en un instante en que se había sacado la polla de la boca. Fue solo eso, un instante, pues rápidamente volvió a tragársela.

No tardé mucho tiempo en sentir como el orgasmo se agolpaba en la punta de mi pene, explotando en el interior de su boca, regándola con mi corrida.  Algunas gotas de semen manchaban sus labios y mamá se relamió, recogiéndolo todo para tragárselo, golosa y sensual.

Nos besamos, dulcemente, satisfechos y ahítos de placer. Solo entonces nos dimos cuenta que la cena que había estado haciendo mamá antes de mi llegada se había quemado completamente.

-Tendremos que pedir unas pizzas. – Dijo riendo.

(…)

Antes de cenar, pero, nos fuimos a tomar un baño. Yo estaba apoyado en la pared de la bañera y mamá recostaba su espalda en mi pecho. El agua, perfumada con sales y jabones de baño, nos cubría completamente. Estábamos relajados, tranquilos y riendo. De vez en cuando mamá giraba el rostro para que pudiera besarla y comerle los carnosos labios. Pronto, al tener su soberbio cuerpo tan cerca, mi pene reaccionó, creciendo y esperando una nueva sesión de sexo.

Empecé tocándola, rodeándola con mi brazo para acceder a su pecho, a su vientre y finalmente para acariciar sutilmente su coñito.

-Eres insaciable. –Bromeó al sentir como mis manos exploraban su cuerpo intentando despertar su excitación. – Si seguimos así no vamos ni a cenar. – Protestó con un mohín divertido, pero realmente estaba encantada con mi capacidad de recuperación y mi irrefrenable deseo por su cuerpo.

Durante su viudedad el sexo para ella había sido algo ocasional. Había tenido algunos pocos amigos y amantes, pero esas relaciones no habían llegado nunca a nada serio y con los años se había centrado en mi crianza y en el cuidado del hogar, renunciando a encontrar a alguien. Ahora, pero, tenía a un joven amante que la colmaba de sexo y que parecía no tener nunca suficiente y ella se entregaba completamente y cuando no era yo el que la buscaba era ella la que me provocaba para que acabáramos follando en cualquier rincón de nuestro hogar.

Mientras acariciaba su seno con una mano y su sexo con la otra sentí como mi pene, duro y erecto, se aplastaba contra su espalda. Ella se retorció cuando mis dedos empezaron a penetrar su vagina, que como siempre, me acogió con calidez y humedad. Se abandonó al placer, estirando la cabeza y hundiendo su rostro en mi cuello, suspirando y jadeando. Practiqué lo aprendido en aquellos días anteriores, buscando sus centros de placer, hurgando en su coñito, frotando, acariciando y tocando. Mis dedos entraban y salían de su interior con facilidad mientras mi otra mano pellizcaba uno de sus pezones suavemente, endureciéndolo entre mis dedos.

-Quiero tu polla dentro de mí. – Susurró de repente.

Se dio la vuelta y en apenas un segundo cogió mi pene y se lo metió dentro, sentándose encima de él y haciéndolo desaparecer en su interior. Gimió al sentirse colmada y llena con mi sexo. Si antes, en la cocina, el sexo que habíamos practicado había sido apresurado y urgente ahora nos tomamos nuestro tiempo. Acompasamos nuestras caderas a un ritmo lento pero profundo, nos besamos con ternura y pasión, nos acariciamos y nos abrazamos mientras nos movíamos al unísono.

Me rodeaba con los brazos mientras me cubría de besos. Mis manos recorrían su espalda, atrayéndola más hacía a mí como si intentara que mi pene la penetrara aún más hondo. Sentía como las carnes de su vagina envolvían mi polla en la prisión más dulce del mundo. Su humedad y calidez eran perfectas para mi sexo, como si aquel agujero del que yo había salido en realidad estuviera perfectamente diseñado para acogerme, como hecho a medida.

-Mi niño,… mi hombrecito,… - Le encantaba llamarme así a medida que el placer se incrementaba. – Quiero me llenes… con tu semen,… dámelo todo… - También le gustaba susurrarme palabras como aquella en el oído con su tono de voz más sensual y turbador.

Subí un poco su cuerpo para que mi boca quedara a la altura de sus tetas. Me las comí las dos, besándolas y chupándolas con ahínco. Encerré su pezón entre mis labios y succioné, como si intentara sacarle la leche que me había alimentado cuando solo era un bebe. De allí no salió nada, pero aun así gocé al tener el pezoncito rosado en el interior de la boca, notando como a cada instante se ponía más duro. Alterné mis labios entre sus tetas y su boca.

Estuvimos un buen rato así, haciendo el amor con ella sentada encima de mí, abrazándonos, besándonos y acariciándonos.  El agua ya estaba fría cuando los espasmos de su vagina al llegar al orgasmo hicieron que yo también me corriera, alcanzando ambos el clímax casi al unísono.

(…)

Después del baño y el sexo nos pusimos el pijama. El de mamá era rosa, con camisa y pantalones largos. Debajo le había visto ponerse un sugerente tanguita negro. Pedimos comida a domicilio y cenamos en el sofá, viendo la tele.

Era tarde y nos fuimos a acostar. Desde la mágica noche de mi desvirgación dormíamos juntos, en su cuarto, donde la cama de matrimonio era perfecta para los dos. No tardamos mucho en caer en las redes de Morfeo, exhaustos por aquella tarde de excitante sexo.

Dormí como un bendito y por la mañana me desperté mamá cuando se levantó de la cama. La observé, de reojo, mientras se quitaba el pijama. Se quedó tan solo con el tanguita oscuro. La visión de su cuerpo casi desnudo hizo que mi pene reaccionara instantáneamente.

-Ven a la cama. –Dije.

-Llegarás tarde al instituto. – Contestó al escucharme el tono de voz, que indicaba perfectamente lo que yo quería.

-Ven a la cama, tenemos tiempo. – Repetí.

-Así que me niño tiene ganas de su mami. – Dijo sensual y bromeando a la vez.

Se acercó a la cama mientras yo me despojaba de mi pijama. Cuando se inclinó encima de mi cuerpo yo ya estaba completamente desnudo y dispuesto. Empezó besándome, posando sus labios sobre los míos, separándolos con su lengua para meterse dentro de mi boca. Cogí sus tetazas, blandas y suaves, para estrujarlas y amasarlas con mis manos. Su mano ya me había agarrado el pene y lo masturbaba con mano firme, pajeándome con fuerza.

Al rato la cogí para colocarla a cuatro patas sobre la cama, con la cabeza apoyada en la almohada. Me arrodillé a su lado para tener acceso a su cuerpo y sobre todo a sus tersas y redondas nalgas. El culo de mamá era soberbio y allí puse mis manos para masajearlo, comprobando la firmeza de las carnes de su grupa. Incluso besé y mordisqueé aquel culazo.

Le separé un poco las piernas, ahora para acceder a su coñito. Empecé acariciándolo por encima del tanguita, presionando con mi dedo allá donde sabía que tenía su centro de placer. Gimió suavemente. Presioné con otros dos dedos, describiendo círculos. A través de la tela sentí como se humedecía.

-Oh… mi niño…  -Gimió.

Retiré un poco el tanga, apartándolo a un lado. Dos de mis dedos la penetraron, entrando en su vagina para moverse allí, aprisionados entre sus paredes. Separé sus nalgas con la otra mano, quedando el agujerito cerrado de su ano. Mamá me había confesado que era virgen del culo, que nunca había practicado sexo anal y yo bromeaba con que me ella me debía una virginidad. La verdad es que cada vez estaba más obsesionado por gozar también de aquel inexplorado agujero. Mamá me lo había prometido, pero de momento yo me conformaba con su coñito. Eso sí, no renunciaba a estimulárselo. Por eso, de manera instintiva, empecé a lamerle la raja del culo sin dejar de masturbarla.

-Mi hombrecito pervertido. – Jadeó.

Continué hurgando en su vagina y lamiendo su trasero. Mi lengua, siempre curiosa, incluso penetró un poco su ano. Sabía salado, a su sudor, a hembra. Mi saliva se acumuló en el culo y lo aproveché para meter en el agujerito la falange de un dedo. Al sentir como algo penetraba en su culito cerrado dio un respingo, pero no escuché ninguna queja, todo lo contrario. Cada vez gemía más fuerte y descarado, sin importarle nada más que el intenso placer que estaba sintiendo. Metí el dedo un poco más adentro del ano.

Solo quiso interrumpir mi actividad para devolverme parte del gozo que yo le estaba dando. Le quité el dedo del culito y casi le arranqué el tanga antes de colocarme debajo, tumbado en la cama y ella encima, con las piernas abiertas y los muslos a cada lado de mi cabeza. Hicimos un delicioso 69. Mamá me comía la polla mientras yo hacía lo propio con su coño. Mi lengua la penetró completamente, lamí su clítoris, chupé sus labios,… multiplicándome para poder abarcar toda la geografía de su sexo.

Su lengua tampoco estaba ociosa. Aun teniendo toda mi polla en la boca la movía alrededor de mi glande, produciéndome unos más que dulces escalofríos.

Por fin alcanzó el orgasmo. Sentí como sus piernas, alrededor de mi cabeza, se tensaban al máximo para volver a relajarse de golpe, a medida que el placer la atravesaba. Su vagina acabó de encharcarse, mojándome los labios, la boca y la lengua con sus fluidos.

Hubiera seguido lamiendo, pero mamá quiso centrarse en mi placer. Me sentó al borde de la cama y se arrodilló entre mis piernas. Me miró lascivamente y escupió en mi pene, lubricándolo. También dejo caer un poco de saliva entre el espacio que separaba sus senos.

Me cogió el miembro y lo encerró entre sus dos turgentes senos. Los sujetó con ambas manos para apretarlos más en torno a mi sexo, envolviéndome entre su templada carne, y empezó a moverlos para masturbarme. La paja cubana entre sus dos tetazas era magnífica. Zarandeaba los pechos cada vez más rápido, provocando una fricción entre su piel y carne y mí pene. No dejaba de mirarme a los ojos. Los suyos mostraban el brillo de la lujuria satisfecha, la expresión de una mujer colmada de sexo que quiere devolver el placer recibido volviendo loco a su amante, en este caso yo. Lo conseguía.

-Dale tu leche a mami,… vamos, dame toda tu leche. – Susurraba, continuando con su mirada fija en mis ojos. La voz, como siempre en estos momentos, era turbadoramente sensual, grave e incitante. – Quiero tu semen en mis tetas.

No tardé mucho tiempo en complacerla. Me corrí con un fuerte gemido y le regué todo el pecho con una abundante y espesa corrida. Sus tetas, el espacio entre ellas e incluso su cuello acabaron manchados de goterones y grumos blancos.

Me tendí en la cama, recuperándome de aquel intenso orgasmo, recuperando el resuello y gozando de la sensación de tener los testículos completamente vacíos.

-Vete a duchar que si no llegaras tarde. – Mamá se había levantado del suelo y se limpiaba el semen con un pañuelo.

-Ven a ducharte conmigo. – Le dije, pensando ya en otra ronda de sexo.

-Ni lo sueñes, si vamos juntos a la ducha hoy ni vas a ir a clase, que te conozco. – Dijo con una sonrisa. Tenía razón. Tratándose del sexo con ella yo no tenía mesura y me hubiera pasado el día retozando en la cama, follando sin parar.

Me levanté. Antes de entrar en el baño pasé por su lado para darle una palmadita en el culo. Apreté suavemente una nalga.

-Me voy a la ducha, solo. – Puntualicé la última palabra. – Pero esta tarde no te escaparas de mí tan fácilmente. –Añadí, impaciente ya por regresar a casa después de mis clases para seguir gozando del escultural cuerpo de mamá.

Continuará…