Mamá quería mi virginidad 1

No sé si existe algún tipo de complejo de Edipo al revés, donde es la madre la que se obsesiona con el hijo, pero esto es exactamente lo que le pasó a Laura, mi madre. Esta es la historia de cómo me sedujo, derribando el muro de mi moralidad y como paso a paso, consiguió lo que quería, mi virginidad.

Al principio pensé que todo eran paranoias mías. Incluso me sentí realmente mal por llegar a pensar una cosa así, tan degenerada, de mi propia madre. Todo había empezado un tiempo atrás, cuando percibí que mamá se comportaba de una manera extraña. Con cualquier excusa me tocaba el brazo, acercándose y susurrando en mi oído para decirme cualquier cosa, se vestía por estar por casa de una manera provocativa, con sugerentes escotes y faldas cortas y ajustadas, se maquillaba para resaltar sus grandes ojos oscuros y sus labios carnosos, usaba embriagadores perfumes,… era como si intentara seducirme.

Por aquel entonces Laura, mi madre, tenía 35 años. Se había casado y posteriormente quedado embarazada muy joven. Poco después mi padre falleció, cuando yo todavía era un niño y no teníamos más familia, por lo que desde que podía recordar estábamos los dos solos. Eso nos había unido mucho y siempre habíamos tenido una más que buena relación de madre e hijo. Ahora, pero, esa relación estrecha se estaba convirtiendo en otra cosa debido a mamá y su extraña y sensual actitud.

Para mantenernos económicamente no tenía la necesidad de trabajar pues tenía una pensión de viudedad y mi padre nos había dejado algunas propiedades en herencia que nos daban suficiente redito para vivir, sin demasiados lujos pero sin apuros monetarios. Mamá se había dedicado a cuidar de mí, haciendo de madre y de padre por igual y ocupándose de las labores del hogar.

Objetivamente hablando era una mujer muy atractiva. Era aun joven y mantenía una piel suave y tersa, al igual que su figura, delgada y con la grasa justa para darle unas curvas sensuales y femeninas. Tenía abundante pecho, caderas marcadas y un trasero duro y redondo. Era morena, con una espesa y brillante melena castaña y ojos grandes y marrones. Era muy guapa de rostro y destacaban allí sus labios, gruesos y carnosos. Más de un hombre se giraba al verla e incluso había tenido que soltar algún puñetazo a algún compañero de clase por sus comentarios del tipo: “que buena está tu madre Marcos” y cosas por el estilo.

Su belleza y sensualidad hacían que aún me sintiera más incómodo en aquellos momentos en que se comportaba de manera tan inapropiada para una madre. Sus intentos de seducción cada vez eran más evidentes y empecé a desarrollar un intenso y morboso deseo por ella. Yo tenía 18 años y ninguna experiencia sexual, era un chico tímido, delgado y desgarbado que no había heredado la escultural belleza de mi madre.

(…)

Mamá y yo vivíamos en un pequeño piso en el centro de la ciudad, más que suficiente para nosotros dos solos.  Yo estaba en mi último año de instituto y normalmente llegaba a casa un rato antes de la hora de la cena.

-Hola mamá, ya estoy aquí. – Dije desembarazándome de la bolsa con los libros y del grueso abrigo para protegerme del frío invernal. Los dejé en el recibidor y me encaminé hacia el interior de la casa.

-Hola Marcos, estoy en la cocina preparando la cena. – Escuché la voz de mamá y fui hasta la cocina para saludarla. A pesar de la incomodidad que últimamente sentía por su sensual y seductora presencia yo seguía queriéndola mucho y siempre que llegaba a casa iba a darle un  beso, casto y en la mejilla.

Al entrar en la cocina la vi, de espaldas, enfrascada preparando una suculenta cena. Iba vestida con un pantaloncito corto de estar por casa que dejaba a la vista sus perfectos y tersos muslos así como le marcaba el culo, duro y firme. No pude en evitar fijarme en sus curvas y cuando se dio la vuelta vi que el resto de su atuendo no era la casta vestimenta de un ama de casa. La camiseta era de tirantes, también ceñida y con un más que generoso escote. Su amplio busto estaba apretado en la tela y esta dejaba ver la mayor parte de sus pechos. Durante un instante luché para no quedarme embobado con su sugerente canalillo.

-¿Cómo ha ido el instituto? –Preguntó acercándose a mí. Olí su dulce perfume mezclado con un  ligero toque de sudor. Olía a hembra, a sexo,… o al menos así me lo parecía a mí, cada vez más consciente de su sensualidad. Me besó en la mejilla, muy cerca de la boca y se demoró un par de segundos, humedeciendo su beso en la comisura de mis labios.

-Bien. – Respondí intentando que no se me notara la turbación que me había provocado.

Mientras acababa de preparar la cena me fui a pegar una ducha fría. Pensé en masturbarme para aliviar un poco la tensión pero al final no lo hice y me quedé unos minutos debajo del chorro de agua helada intentando sacar de mi cabeza el deseo contranatural que me despertaba aquella mujer.

Me vestí con ropa de estar por casa, un viejo pantalón de chándal y una camiseta, y me dirigí a la cocina. La cena ya estaba lista y comí con voracidad, olvidándome de todo durante un rato.

Cuando terminamos fuimos al salón y pusimos una película en la televisión. Ambos estábamos sentados en el sofá, tapados por una manta y como única luz la que emanaba la pantalla. Poco a poco mamá se fue acercando a mí y casi sin darme cuenta la tenía encima, con la cabeza apoyada en mi hombro y sus pechos recostados sobre mi brazo. Sentía su firmeza a través de la ropa y pronto perdí la noción de lo que pasaba en la televisión.

No tardé en notar como la palma de su mano se posaba en mi muslo, peligrosamente cerca de mi paquete. Ya tenía el pene empalmado y luchaba para disimular la erección. Por suerte la manta tapaba el bulto de mi pantalón. Para más inri la película de la televisión era bastante subida de tono y mostraba sin demasiados tapujos una excitante escena de sexo.

Parecía que por fin mamá se había cansado del juego de la seducción y el coqueteo y pasaba a mayores. Su mano subió por mi muslo y rozó mi erección con los dedos. Me sentí aterrado, presa del pánico. Me daba mucha vergüenza que sintiera mi pene duro.

-Parece que te la película te gusta… - Dijo divertida. La miré a los ojos. Mostraban un brillo especial.

-Yo,…, yo,…- Intenté decir algo pero las palabras se quedaban trabadas en mi garganta.

-Shhh… tranquilo mi niño. O mejor dicho, mi hombrecito. –Mamá, muy sensualmente, me puso un dedo en los labios, silenciando mi balbuceo. La otra mano ya me frotaba el paquete sin ningún tipo de disimulo. Aquel contacto hizo que una electrizante ola de placer recorriera todo mi cuerpo.

Apartó la manta que nos cubría y se apretó más contra mí. Pensé en mil respuestas, en lo inmoral y antinatural de lo que parecía que estaba a punto de suceder, pero no pude decir nada, demasiado excitado y nervioso. Por el contrario mamá parecía muy tranquila y segura de sí misma y de lo que estaba haciendo. Acercó sus labios a mi cuello y allí deposito varios dulces besos.

-Este calentón debe dolerte, deja que mamá te alivie un poco. – Susurró en mi oído mientras me bajaba los pantalones. Si en estos se había notado un bulto, en los calzoncillos se notaba el doble y apenas podían contener mi sexo en pleno esplendor.

-Mamá,… no está bien,… - Gruñí mientras me mordisqueaba el lóbulo de la oreja y continuaba tocándome el paquete.

-Cállate y déjame a mí. Ya verás cómo está bien y te gusta. – Intenté volver a protestar, a decirle que lo que estábamos haciendo era del todo inmoral y enfermizo, pero ella me silenció con un beso.

Fue mi primer beso de verdad. Sus labios carnosos se pegaron a los míos y su lengua los separó para introducirse en mi boca. Con aquel beso me olvidé de toda consideración moral. Solo podía pensar en aquel pedazo de hembra que era mi madre, en sus manos sobre mi cuerpo, en su boca cálida y húmeda, en su embriagador perfume de mujer, en el aura de sensualidad y erotismo que desprendía su cuerpo,…

Me besó durante unos instantes que me parecieron eternos, como si se parara el tiempo. Separó sus labios de los míos con una sonrisa mezcla de lujuria y triunfo, pues sabía que había conseguido su objetivo y ya me tenía. Me bajó los calzoncillos con la dificultad que implicaba la erección. Mi pene, al verse liberado, saltó como un resorte, duro y completamente empalmado. Al verlo se relamió como una gata.

-Como ha crecido mi niño,… eres todo un hombrecito. – Dijo mirando fijamente mi sexo. Sus dedos se cerraron en torno a él, acariciándolo e iniciando una lenta paja. Su pulgar, posado en mi glande, acariciaba moviéndose en círculos, volviéndome loco.

-Agh… - Gemí.

Ella volvió a silenciarme con los labios. Su lengua entró de nuevo en mi boca y torpemente respondí a su beso. A mamá no pareció importarle mi inexperiencia y continuó dándome unos besos dulces, tiernos y sobre todo muy sensuales.

Se apartó un poco y con un gesto fluido se despojó de la camiseta. Sus dos pechos, grandes y perfectamente formados estaban cubiertos por un bonito sujetador rosa con lacitos y adornos. Me quedé mirando aquellas dos preciosas tetas unos instantes.

-¿Quieres tocarlas?  -Preguntó mamá con una voz ronca y excitada. Asentí con la cabeza.

Mamá me cogió ambas manos por las muñecas y las llevó hasta sus pechos. Los toqué cuidadosamente, como si temiera romperlos de tan perfectos que eran. Los noté suaves, sedosos, algo blandos pero aun así soberbios. Eran mis primeras tetas y no podía comparar con otras, pero igualmente para mí  eran magnificas.

Mamá volvió a agarrarme el pene para masturbarme mientras yo seguía acariciando sus senos por encima del sujetador. Aquella era, hasta el momento, la experiencia más erótica de mi corta vida. No pude aguantar más y me corrí en las hábiles y suaves manos de mamá.

-Oh… mamá… me corro… - Gemí.

-Está bien, córrete mi niño. – Susurró mientras hundía su cabeza en mi cuello para chuparlo, lamerlo y besarlo.

Experimenté un intenso orgasmo, manchando las manos de mamá con mi espesa esperma. No pareció importarle y continuó tocándome hasta que vio que de la punta de mi pene no salía más semen.

Se apartó y cogió algunos pañuelos de papel con los que se limpió las manos y también mi pene. Me quedé en silencio, asimilando lo ocurrido. Al estar saciado y sin aquella primaria excitación, desahogada por el orgasmo, empecé a pensar en lo que había pasado. Mi madre me había hecho una paja, era una locura,… Me sentí fatal, presa de los remordimientos, repitiéndome en la cabeza que era un degenerado inmoral.

-Mamá, yo,… lo siento. Esto no puede volver a ocurrir. – Me levanté, nervioso y atorado y me subí el pantalón. Me fui a mi cuarto sin decir nada más. Solo pude mirar el rostro de mamá  de reojo. Sonreía enigmáticamente, como si supiera algo que yo no. En efecto era así, pues su plan para conseguir mi virginidad avanzaba firme y sin trabas.

(…)

Aquella noche apenas dormí, demasiado nervioso por lo que había pasado. A la mañana siguiente me fui al instituto sin apenas despedirme de ella. Ni siquiera me atrevía a mirarla a la cara.

Regresé tarde a casa, casi a la hora de la cena. Mamá me esperaba, vestida con una falda corta de color negro y una vaporosa blusa de color crema. La tela era translúcida y se transparentaba, por lo que a través de la prenda se adivinaba el sujetador oscuro que cubría sus bellos senos. Sus piernas estaban enfundadas en unas ligeras medias de color carne. Aquella turbadora visión hizo que apenas pudiera decirle hola. Ella, pero, parecía tranquila.

-Tenemos que hablar de lo de anoche. – Dijo con voz calmada. Me hizo sentar en una silla en la mesa del salón y ella hizo lo mismo. – Tranquilo, no has hecho nada malo. Si alguien es culpable soy yo.

-No pasa nada, mamá. Fuimos los dos. Pero no puede volver a pasar. – Dije sincero e intentando afrontar la situación.

-No haremos nada que no quieras, pero quiero que sepas que para mí fue algo muy bonito y natural. Eres la persona que más quiero en el mundo, mucho más de lo que puedes imaginar y creo que el sexo es una manera perfecta para demostrarte mi amor.

Lo dijo calmada y fríamente, como si fuera lo más normal del mundo. Durante un instante pensé en abalanzarme sobre aquellos carnosos labios, volver a poner mis manos en sus pechos,… pero me controlé. Me levanté, reiterando mí negativa a que algo como lo de la noche anterior se volviera a repetir. Respiré hondo, tranquilizándome.

Mamá al ver mi apuro, no quiso insistir. En cambio, recuperando el tono de una madre normal, me dijo que la cena estaba lista.

(…)

Normalmente cenábamos en la cocina, en una mesa, sentados frente a frente. Estábamos comiendo en silencio, yo demasiado incómodo y nervioso para decir nada.

-Tenemos que llamar al técnico para que arregle la calefacción. En esta casa hace mucho calor. –Dijo distraídamente mientras se llevaba un pedazo de comida a la boca. Para corroborar sus palabras se desabrochó un par de botones de la vaporosa blusa.

Mi mirada se clavó en el canalillo, en el enganche delantero del sujetador, en las redondas líneas de su pecho,… Mamá se percató de mi embobamiento y en seguida sentí su pie, por debajo de la mesa, acariciando sensualmente mi pierna. La boca se me quedó seca y no pude articular palabra. El pie siguió subiendo peligrosamente hasta la rodilla, el muslo,… hasta que finalmente llegó al enorme bulto que se había formado en mi entrepierna.

-Mamá… - Iba a decir algo, a protestar, a decirle que aquello no estaba bien,… pero cuando presionó suavemente mi pene con el pie cualquier duda se disipó. Estaba demasiado cachondo. Además, su mirada me intimidó. Sus ojos brillaban de una manera especial y su expresión era de una lascivia abrumadora.

-Parece que a mi hombrecito le aprieta bastante el pantalón. – Dijo coqueta mientras seguía frotando el pie en mi paquete. Describía círculos, presionaba, acariciaba,… - Creo que tendremos que aliviar un poco la presión.

Se arrodilló debajo de la mesa y gateando cubrió la distancia que nos separaba, apareciendo enfrente de mí, con la cabeza entre mis piernas.

-Debe dolerte mucho. – Siguió con tono sensual. Me desabrochó en cinturón y el pantalón con hábiles movimientos. Quedé con solo la ropa interior.

Alzó uno de sus dedos hasta los carnosos labios y empezó a chuparlo, humedeciéndolo. Ese mismo dedo mojado acabó donde la protuberancia de mis calzoncillos era mayor. A través de la tela sentí la presión del dedo sobre mi falo, la húmeda saliva,… Lo retiró para acercar su boca. Lamió por encima del calzoncillo, chupando y succionando con los labios, dejando una mancha de humedad en la prenda.

-Agh,… esto no está bien… - Dije con voz entrecortada.

Ignoró mis palabras y continuó buscando con la boca mi pene por encima de la ropa interior. Pronto, pero, pareció molestarle. Con ambas manos me bajó la prenda. Miró mi pene con un deseo irrefrenable, como si fuera una niña golosa delante de una tienda de pasteles.

-Ha llegado la hora del postre. – Susurró con voz ronca, como si hablara para sí misma.

Sacó la lengua y con la punta lamió el tronco del pene. Aquel contacto fue electrizante y no pude evitar gemir. Solo con aquella leve caricia de su lengua ya me sentía a punto de explotar. Ella continuó, ahora besándome el glande, apretando dulcemente los labios contra la sensible piel. Entreabrió un poco la boca y dejó caer un pequeño reguero de saliva. Se sentía fresca en contraste con la alta temperatura de mis genitales.

-No sabes las ganas que tengo de comerte la polla.  – Dijo mirándome a los ojos antes de abrir del todo la boca y encerrarme pene entre los mullidos labios.

Mi primera mamada fue espectacular. Mamá movía el cuello y la cabeza cambiando el ritmo, tragándose todo el falo. Se la sacó para lamerlo, no solo el pene, sino también los testículos. Besaba, chupaba, relamía,… en un sinfín de acciones destinadas a llevarme al éxtasis más profundo. Su boca estaba caliente y húmeda y acogía mi pene perfectamente, excitándome y volviéndome loco de deseo. Mientras mamaba me acariciaba los huevos con las puntas de los dedos.

Apenas duré unos minutos y con un ronco gemido la avisé de mi inminente corrida. Alzó los ojos para mirarme con lujuria y siguió chupando para exprimirme del todo. Me corrí en su boca mientras ella continuaba mamando, recogiendo todo mi semen.

Se sacó el pene de la boca y me enseñó el charquito blanco formado encima de su lengua. Se lo tragó todo, relamiéndose, degustando mi semilla como si fuera el manjar más exquisito del mundo.

Como cuando me había masturbado el día anterior y con la cabeza más clara y fría después del orgasmo me vi asaltado por todo tipo de remordimientos. Aquella mujer era mi madre y por mucho que a cada momento estuviera más embrujado por ella lo que estaba pasando estaba mal, muy mal. Me subí los pantalones apresuradamente mientras ella se levantaba.

-Mamá, esto no puede continuar así.

-Podrías haberme pedido que parara y no lo has hecho. – Fue su respuesta.

-No está bien. Eres mi madre, además: ¿Dónde quieres llegar con todo esto? - No pude continuar pues ella me interrumpió.

-Sé que nunca has estado con una chica,… y lo que pretendo es ser tu primera mujer, quiero tu virginidad, pero tranquilo, no voy a violarte. – Añadió, bromeando y coqueteando. – Me lo vas a pedir tú, al final me vas a pedir que te desvirgue. – Sonreía, de nuevo con cierto aire de superioridad, como si ella supiera algo que yo no. Ese conocimiento no era otro que tarde o temprano, por mucho que me resistiera, ella tendría mi virginidad.

Continuará…