Mamá, no puedo más (I)

Una madre desahogada económicamente a raíz de una tragedia empieza a dedicar culto a su cuerpo en el gimnasio. Su hijo no es ajeno al cambio físico de su progenitora y se empieza a obsesionar con hacerla suya

El sexo tiene el poder de nublar la vista y la razón en momentos de máxima excitación física y cerebral. Hace perder el norte y ser capaz de llegar a límites insospechados, impulsado a veces por el placer, la tensión, el morbo, el deseo, lo prohibido o por no poder disponer de más oportunidades en la vida que un ‘aquí y ahora’. El sexo es el centro de mi historia y como la cambió de arriba a abajo para que aquello que soñaba se convirtiera en mi realidad. Una realidad que alcanzó cotas superiores a la de las más atrevidas de mis fantasías.

Me llamo Ángel y tengo 20 años. Vivo en un piso con mi madre Laura de 42 años y mi hermana Alba de 18. Mi padre falleció hace 7 años en un accidente de avión y desde entonces mi madre se ha centrado en asegurarnos un buen porvenir a sus dos hijos. Ha podido dedicarse en cuerpo y alma a nosotros sin tener que trabajar. Mi padre, además de un trabajo muy bien remunerado, heredó hace muchos años atrás una pequeñita fortuna de su padre, mi abuelo. Con todo lo que quedó a disposición de mi madre tras el fatal accidente aéreo, sumado a un seguro de vida muy caro que firmó mi padre sin que en casa nadie supiera nada, en nuestro hogar nunca faltaron comodidades desde entonces y mi madre nunca más tuvo que trabajar.

Tras el accidente y el lógico y correspondiente luto que cada miembro de la familia superó como pudo, poco a poco fuimos adquiriendo una nueva rutina y vida normal dentro de la casa. En los primeros tiempos todo andaba bien. Mi hermana y yo, al ser muy jóvenes, centrados en nuestros estudios y nuestra madre, sin necesidad de trabajar, con tiempo suficiente tanto para nosotros como para su ocio personal. Al principio nuestra madre siguió inculcando los mismos valores que antes de la muerte de su marido (educación, estudios, compartir tareas del hogar…), pero con el paso de los años las posibilidades de una amplia vida acomodada fueron minando algunos de esos valores hasta el punto de contradecirse en según qué caso: nos decía que teníamos que aprender el sacrificio de un hogar, saber limpiar y aprender a cocinar pero, sin embargo, con el tiempo acabó contratando a personal de la limpieza y a un cocinero para los fines de semana. Nosotros debíamos aprender y realizar esas tareas, el personal contratado obvio que era su trabajo hacerlo. Ella, en cambio, empezó a no hacer nada en casa y mirar únicamente para sí misma.

Mi madre empezó a frecuentar entornos de mucho más alto poder adquisitivo que los que frecuentaba años atrás. Se permitía caprichos, iba a la última moda para una persona de su edad, no reparaba en gastos en peluquería, maquillaje… y empezó a ir al gimnasio. Quizá el gimnasio fue el principio de la historia que os quiero contar. El gran ‘culpable’ inicial de lo que, tiempo después, se produjo en el seno del hogar. El punto de inflexión que dio un vuelco a una familia, hasta entonces, como cualquier otra.

Cuando mi madre decidió ir al gimnasio ella tenía 40 años (la crisis de los 40?), yo 19 y mi hermana 18. A mi edad, en pleno auge del despertar sexual, ir caliente todo el día era habitual. Los aires del incesto nunca habían rondado por mis pensamientos: mi madre no se cuidaba mucho el físico y mi hermana justo se empezaba a desarrollar. Mirar dentro de casa para excitarse no fue ni siquiera una idea… hasta el gimnasio. Ahora puedo decir que bendito gimnasio! Mi madre, con todo el tiempo del mundo para ella, decidió aprovecharlo al máximo. Se cuidó, se ejercitó y tonificó las zonas del cuerpo que necesitaba hasta convertirse, para que negarlo, en un escándalo de mujer. Una belleza voluptuosa pero con cada curva en su sitio que, una vez perdida la grasa sobrante y más firmes los músculos necesarios, se convirtió en una madurita mucho más que interesante. No recuerdo con precisión en el calendario cuándo fue la primera paja que le dediqué a mi madre, pero sé que yo todavía no tenía los 19 años (faltaba poco) y que fue una noche, en mi habitación, antes de irme a dormir. Solté más semen que nunca cuando me corrí y esa sensación recuerdo todavía hoy con claridad que me provocó un morbo como nunca antes había notado en mi cerebro y mi cuerpo. No hubo vuelta atrás e, inevitablemente, me obsesioné con mi madre.

Por ese entonces yo era un chico normal, alto y delgado, pero sin un cuerpo marcado por el ejercicio físico. Simplemente una complexión normal. Cuando me masturbaba pensando en mi madre imaginaba trucos o trampas para conseguir romper el tabú del incesto y poder tener sexo con ella. Consideré que tendría más posibilidades si musculaba mi cuerpo, puesto que a nivel de sexo, y no es por pecar de inmodesto, tengo una polla larga y especialmente gorda que, estaba seguro, no sería ese el problema para la atracción y la claudicación de mi madre. Ella, por su parte, había estilizado los brazos, cintura y piernas y eso resaltó todavía más sus enormes pechos (una 110) y su culo, grande pero proporcionado, redondo y firme. Mi madre tenía curvas, muchas curvas, pero todas moldeadas a la perfección. El gimnasio la transformó en un dulce objeto de deseo. Me daba igual la sangre compartida. Tenía que ser mía.

No hizo falta ninguna trampa para romper ese límite moral. Sucedió por accidente. Parece que mi familia está predestinada a vivir sus acontecimientos a base de accidentes. Unos graves, como la muerte de mi padre, otros menos graves, como el que me pasó a mí. Casi dos años después de empezar a obsesionarme con mi madre, tuve un accidente de moto –yo iba detrás, de paquete, como se suele decir- y me lesioné ambas manos además de sufrir otras contusiones y heridas. Cuando intenté amortiguar mi caída, por instinto, alargando los brazos y poniendo las manos en el suelo, la velocidad de arrastre y el asfalto hicieron mella en mis manos, que quedaron inutilizadas por un tiempo. Recibida el alta del hospital, el tratamiento en manos y resto de heridas debía seguir en casa. Con la ropa hacía malabares para entrar las piernas en los pantalones, los brazos en las camisas… pero para el aseo personal necesitaba ayuda. Mi madre quiso encargarse personalmente de ello.

  • Ángel, cómo te encuentras corazón? – me dijo mi madre.

  • Resignado, mama, ya ves… - dije.

  • Sí cielo, ya no podemos hacer nada. Paciencia y tiempo. Pero tienes la suerte que me puedo quedar en casa todo el rato para lo que necesites, mi vida, sí?

  • Muchas gracias mamá , de verdad.

  • Para eso soy tu madre, cariño! – dijo acompañado de una mueca divertida.

La primera tarde en casa pasó sin apuros. Venía aseado del hospital y para ponerme el pijama por la noche hice suficientes equilibrios para valerme solo. Al lavabo únicamente tuve que ir a mear (sentado fue fácil) y no tuve ganas de hacer de vientre ni necesidad de ducha, puesto que en el hospital me habían duchado la misma mañana. El problema llegaría al día siguiente: por la fuerza mi madre me tendría que ayudar después de cagar (hablando claro y mal) y para la ducha. Me tendría que ver desnudo y , con mi mente ya calenturienta hacia ella, dudaba si podría controlar mis impuros pensamientos. Al día siguiente llegó el momento. Con cierto pudor ambos superamos la parte más escatológica. Tocaba el baño.

  • Ángel cielo, quieres ir a la ducha? – me dijo mi madre.

  • Sí mamá, un minuto y voy – dije yo desde el comedor terminando de ver la TV.

Mi desnudez no sería la primera que vería mi madre. Como dije, ya tuve que ir al baño por asuntos de primera necesidad. Sin embargo, mi madre cuando me limpió el culo (siguiendo hablando claro y mal) lo hizo desde atrás, sin mirar ni tener posición frontal hacia mis genitales, por lo que, aunque seguramente vio algo, quedó todo más discreto y pasajero. Ahora me tendría que duchar, verme de frente e, incluso, pasar una esponja por mis partes. Esa iba a ser la parte más difícil. Aguantar sin empalmar.

Todo sucedió con más naturalidad de lo imaginado. Me concentré y pude aguantar sin empalmar. Tampoco ninguna otra situación o imagen visual lo provocaba: mi madre me limpió desde fuera de la bañera, vestida toda ella de forma discreta, únicamente arremangándose los brazos para poder limpiar y que no importaran las salpicaduras del grifo de la ducha. Eso sí, me fijé que, aunque yo no empalmara, en más de una ocasión miró hacia mi polla y mis huevos. Tengo que decir que aun todavía estando en reposo, son grandes y se intuye que puede llegar a alcanzar tamaños considerables. Mi madre, en esas miradas, no hizo ninguna mueca, ningún gesto que yo pudiera interpretar como deseo. Simplemente observó.

Así pasaron unos días. Mi recuperación iba a ser larga. Los cuidados especialmente de las manos requerían extrema paciencia. Las volvería a tener bien, quizá no al 100% (piel final un poco más áspera, pérdida de un poquito de tacto…) pero totalmente autónomas con normalidad. Eso sí, requería mucha paciencia, en especial al principio, donde doblar los dedos o contactar con algún objeto con la palma de la mano era ver las estrellas del dolor que producía. Y ahí apareció mi problema y a la vez mi oportunidad: llevaba muchos días sin masturbarme y quise que mi madre lo supiera. Como en tantos y tantos relatos que había leído por internet de como muchas madres e hijos se iniciaron con la ayuda de las manos de la madre, pensé que ese era mi único camino dada mi situación. Lo iba a forzar, ni que fuera sacando de dentro unas dotes inexistentes de actor. El primer paso, simular estar muy triste todo el día. A los tres días, mi madre se preocupó.

  • Cielo, estás bien? Hace unos días que te veo un poco caído de ánimos. Hablas poco, casi no sales… Qué te pasa? Es por las manos? – me dijo mi madre.

  • No mamá pero bueno, ya se me pasaré –contesté.

  • O sea, te pasa algo y únicamente me dices que ya se te pasará? Bueno, cuéntamelo y a lo mejor te ayudo a que se te pase antes, no crees? – me dijo sonriente y con una pizca de ternura.

  • Es que es un tema muy delicado, mamá

  • Estarás bien, Ángel. Sin marcas visibles o por lo menos no apreciables a simple vista, podrás hacer de todo cuando ya estés perf… - no dejé que terminara.

  • No, no, mamá, no es nada de eso –puntualicé.

  • Entonces? Va, confía en mamá – y me cogió la mano por la muñeca, tocando delicadamente las vendas sin presionar para no hacerme daño.

  • Verás mamá, resulta que… bueno que… bueno, lo suelto de una vez pero no quiero que te escandalices, de acuerdo?

  • Ay mi madre, no habrás hecho algo raro o ilegal? – dijo preocupada.

  • No, no, nada de eso. Déjame terminar mamá.

  • Perdona cielo, sigue. Confía en mamá. Sin miedo.

  • Pues resulta que… que desde días antes del accidente que no…

  • Que no qué?

  • Que no me masturbo! Venga, ya lo he dicho! Y ahora como es obvio no puedo y estoy que me subo por las paredes. Ya está, ahora la yo sabes – dije con un soplido como si me hubiera liberado de una gran carga.

  • Vaya… -dijo mi madre sorprendida, haciéndose el silencio unos segundos- No pensé que la cosa fuera a ir por aquí – apostilló.

  • Pues por aquí va mama, lo siento mucho. Pero querías saber la verdad, no?

  • Claro, claro, cielo. No te recrimino que me lo hayas dicho, al contrario, te agradezco tu sinceridad. Verdaderamente es un problema si la persona es muy fogosa y no puede aguantar unas semanas o unos meses. Tu puedes aguantar?

  • No mamá, no puedo. Por eso estoy así, no ves?

  • Ya pero… tu antes te… te…

  • Yo antes ‘me’ qué?

  • Si te… Bueno, si te masturbabas mucho, cielo – preguntó mi madre con cierto pudor.

  • Supongo que lo normal como todo el mundo, no?

  • jajajaja –se rió

  • De qué ries, mamá? – pregunté pensando que se burlaba de mí.

  • Que me parece que no hay ninguna tabla de medición que diga ‘hasta aquí, la masturbación es normal’ – y siguió riendo, uniéndome yo a la carcajada. Fue bueno, puesto que ese momento ayudó a relajar el momento y a quitarle hierro al asunto.

  • En fin, que sí, que veo que tienes un problema –dijo mi madre.

Se volvió a hacer otro silencio. Mi madre seguía acariciando suave mi mano y agarrando mi muñeca para transmitir, sin palabras, un aire de tranquilidad en el ambiente. Ella misma rompió ese silencio.

  • Como andas de amores, cariño?

  • Eh? Ah… mal mamá, desde hace meses que nada de nada.

  • Vaya, entonces no te puede ayudar ninguna amiga especial ni nada de eso, no?

  • Qué va, mamá! Y menos así como por pena, tal como estoy.

  • No das pena mi vida, no digas eso! Has tenido un accidente y le puede pasar a cualquiera. Además, te pondrás bien, ya lo sabes.

  • Sí, mamá, si eso ya…. Pero el problema es que ahora, hoy, estoy que no puedo más – insistí.

  • Ya veo que el tema te tiene obsesionado… Te entiendo, no te culpo, cielo, pero no se que otra solución podría haber – dijo mi madre dejando la frase flotando en el aire.

Era mi oportunidad, ahora o nunca. Soltar la gran bomba para tener la más mínima y remota opción de un contacto sexual con mi madre. Aunque durante el resto de mi vida todo se acabara en una paja y nada más, tenía que arriesgarlo todo, quitarle gravedad a mi obsesión por mi madre. Quizá si conseguía una paja, ni que fuera solo una, habría obtenido más botín que lo que muchos hijos fantasiosos del mundo habrán conseguido nunca de sus madres. Nervioso, rojo como un tomate y sin atreverme a mirar a mi madre a los ojos, le solté:

  • Mamá, se que parece una animalada lo que voy a decir pero quizá… quizá si solo por ayudar, eh? Me pudieras echar tu una mano… - Ya está, la bomba en su tejado!

  • Cómo? – dijo ella como única exclamación.

  • Mamá, en condiciones normales ni esta conversación tendría lugar, pero algo tenemos que hacer. Yo ya no aguanto más! – dije con mi más fingido gesto de amargura en el rostro.

  • Cielo es que… no me esperaba que me soltaras esto. En verdad no puedes aguantar unos meses? Hasta que alguna de las manos esté bien del todo. Sí?

  • No mamá, eso llevará tiempo, demasiado. Y si ya no aguanto hoy, imagínate mañana o pasado. Va a ir a peor y estoy ya perdiendo las ganas por todo, hasta por salir de casa. Este impedimento me tiene a punto de explotarme la cabeza! – agregué con un poco de dramatismo.

  • Lo se mi vida, lo se, y no sabes qué rabia me da que te encuentres así por culpa del accidente. Además, tienes una edad donde todo es fogosidad y entiendo que estés que te subes por las paredes, pero tenemos que encontrar una solución. Yo no puedo ser la solución, cariño.

  • Pero mamá, es que…

  • No cielo, y no me enfado por habérmelo dicho. Tranquilo, mi vida. Entiendo que estás desesperado y al final por tu cabeza alguna solución o otra se te tiene que ocurrir y, sin pensarlo, has dicho esta. Pero no puede ser.

Sin pensarlo, dice. Estaba más que pensado! Altamente meditado, planificado… y no estaba dando sus frutos. Mierda! No tenía plan B, un giro de la situación para volver a poner el foco de atención en mi polla, en mi necesidad de excitarme y correrme con la ayuda de mi madre, la causante de todo el semen que me salió el último año de mi vida antes del accidente. Antes de poder pensar cualquier idea, mi madre dio por zanjado el tema.

  • En fin cielo, veremos si se nos ocurre alguna cosa –dijo incorporándose y dirigiéndose a la puerta del salón para ir a la cocina- pensamos entre los dos y algún método o algún truco se nos ocurrirá, no? –dijo sonriente-. Tu procura dormir un poco ahora. Te vendrá bien. Descansa y no te preocupes, que todo pasará y llegaran momentos mejores. Voy a preparar algo para la cena. Quieres algo en especial?

Que si quería algo especial? Una paja es lo que quería. Pero no me atreví a responder de forma tan directa y contundente.

  • No, tranquila mamá. Lo que hagas estará bien.

  • Gracias cielo. Descansa un poquito. Te despierto en un rato.

  • Vale mamá, gracias –dije con una media sonrisa forzada.

Fracaso en el primer intento, pero esto no iba a quedar aquí…