Mamá me pide Alojamiento: Incesto por Casualidad

Una madre separada y algo promiscua, se enfrenta a un repentino contratiempo; tendrá que recurrir a su hijo, y por casualidad algo muy fuerte pasará entre ellos, para cambiarlo todo.

“Follándome a mi madre contra la pared, empotrándola y enterrándole mi verga hasta lo más hondo, sentí que era el mejor polvo de mi vida…”

Desde que yo era niño sabía que mi madre estaba muy buena; era algo evidente, aunque solo fuera por las miradas lascivas que le lanzaban los hombres en la calle.

Era una mujer más o menos alta, de piel blanca, aunque como pasaba mucho tiempo en la playa o en la piscina siempre iba muy bronceada; tenía un cuerpo voluptuoso, rozando lo escultural. Unas tetas grandes, aún más después que se las operó; duras, firmes, hermosas. Un culo grande, de ricas nalgas; unas piernas largas y esbeltas, unos muslos divinos, y manos y pies bellos y elegantes. Un cabello castaño claro, liso y sedoso, largo hasta los hombros; un rostro bonito, no exageradamente bello y para ser sincero con un ligero toque tosco, pero aun así bonito de una forma extraña o exótica. Unos ojazos oscuros, bonitos y enigmáticos.

Maribel, que así se llama mi madre, era una española de Alicante; cuando era jovencita se enamoró locamente de mi padre, y se fue a vivir con él a pesar de que sus padres, mis abuelos, no lo veían con buenos ojos, y cuando ella tenía 19 años me dio a luz, su primer hijo. Unos dos años después nació mi hermana, y cuando yo tenía casi cuatro años nos mudamos a vivir a las islas Canarias; mucho tuvo que ver en esa decisión la pasión de mis padres por el Sol y la playa.

Cuando yo tenía 15 años, mis padres se separaron; hacía unos cuantos años que no se entendían y que cierta frialdad o indiferencia se había instalado entre ellos, incluso hastío, pero quizás por nostalgia por el amor tan grande que alguna vez los había unido, por el dolor de tener que aceptar que su bonita historia de amor se había acabado, siguieron prolongando la situación unos años. Pero al final se separaron de forma civilizada y cordial, se pusieron de acuerdo en todo, y quedaron como amigos; unos tres años después de la separación, mi padre rehízo su vida y se casó con otra mujer de la que estaba muy enamorado, y así sentó cabeza de nuevo.

Pero el caso de mi madre fue muy diferente… como le sucede a muchas mujeres divorciadas o separadas en las puertas de su madurez, mi madre sufrió de un complejo de adolescencia tardía, y tal parece que se dedicó en cuerpo y alma a recuperar los mejores años de su juventud, ya pasados. Así que iba de fiesta en fiesta, de discoteca en discoteca, de playa en playa, y tenía una pandilla de amigas alocadas; y sobre todo se dedicó a echarse un novio tras otro. Debo reconocer que mi madre se volvió un tanto promiscua, y que tuvo varios amantes; y debo confesar que eso no me hacía precisamente feliz, sino todo lo contrario. Me mortificaba pensar que mi madre anduviera por ahí follando con varios hombres, y trataba de no pensar mucho en ello, pues me venían a la mente imagines de mi madre desnuda, clavada por la verga de algún tipo…

Mientras tanto yo hacía mi propia vida, y como mi padre era propietario de una agencia de viajes que tenía tres sucursales en diferentes ciudades o localidades, al final yo me hice cargo de una de esas sucursales como empleado de mi padre; eso me permitió algo que no mucha gente de mi edad puede darse el lujo de hacer en éstos tiempos de crisis, que es independizarme y vivir solo en un pequeño apartamento o piso.

Así estaban las cosas cuando un verano, cuando yo tenía 22 años, estaba en mi apartamento en uno de mis días libres, cuando alguien tocó a la puerta; fui a abrir algo extrañado, pues no esperaba visitas, y me llevé una sorpresa al ver a mi madre, con un vaporoso y semitransparente vestido cortito, como una minifalda, unas chancletas o chanclas, y un bolso grande colgado del hombro y una maleta en el suelo.

  • ¡Hola hijo! ¿Cómo estás? – me dijo y enseguida me plantó dos besos en las mejillas – Coge la maleta, venga – agregó mientras entraba a la casa, y me dejaba detrás de ella plantado en la puerta, algo estupefacto.

Cogí la bendita maleta y la metí en la casa, cerrando la puerta, mientras mi madre dejaba el bolso en el piso, e iba directo a la nevera para servirse un vaso de agua fría; luego se sentó en la pequeña sala de la casa, largando las chanclas con unas patadas y quedándose descalza.

  • ¡Que calor hace! – exclamó mientras terminaba de tomar posesión como “la dueña de la casa”.

Enseguida mi madre comenzó a contarme el motivo de su inesperada aparición; y es que había terminado su relación con su último novio, un italiano algunos años mayor que ella, con pinta de playboy mediterráneo de la vieja escuela, con el que se había ido a vivir unos meses antes. La relación, al principio muy apasionada, había naufragado por el mal carácter de los dos y según mi madre por las infidelidades de él; la gota que colmó el vaso fue que mi madre descubrió que el italiano le puso los cuernos con una mujer rumana. Por eso mi madre se fue del apartamento del italiano y había terminado en mi casa…

En ese momento, sí soy sincero, yo no estaba muy contento con lo que estaba escuchando; ya yo me había acostumbrado a no vivir con mi madre, y además a vivir solo, y sabiendo cómo era el estilo de vida de mi madre, no me hacía muy feliz tenerla bajo mi techo, viviendo la vida loca. Pero es que además había una razón que no era fácil de confesar…

Desde que se me empezó a despertar la sexualidad, yo me sentí atraído sexualmente por mi madre; mis primeras pajas me las hice recordando las visiones de mi madre en traje de baño o totalmente desnuda en el baño, cuando yo la espiaba mientras se bañaba. También llegué a cogerle su ropa íntima usada y pajearme con ella.

Pero yo busqué reprimir esos deseos morbosos, y al dejar de vivir con mi madre y al tener mi propia vida sexual, con mis novias, rolletes o amigas con derechos, creí que me había olvidado de eso, que era tan solo una etapa que había dejado atrás. Pero teniendo a mi madre de nuevo viviendo conmigo, en un espacio tan reducido como el de mi pequeño apartamento, temí que se me despertaran viejos sentimientos o deseos. Y sobre todo porque a sus 41 años de edad mi madre seguía estando muy buena, incluso yo diría que con los años se había puesto más buenota.

Receloso, y tratando de no hacer sentir mal a mi madre, traté de sonsacarle cuanto tiempo pensaba quedarse, a la vez que le hacía ver los inconvenientes de mi pequeño apartamento; pero ella me tranquilizó diciéndome que solo pensaba quedarse el tiempo justo para conseguir un sitio donde vivir. Incluso no la desalentó el hecho de que mi apartamento tuviera un solo dormitorio, aunque afortunadamente, como me lo habían alquilado amueblado, el dormitorio disponía de dos camas, pues solían alquilarlo a turistas antes de arrendármelo.

  • ¡No te preocupes sí necesitas traer a alguna a follar! Me avisas con tiempo y yo me voy de paseo – me dijo con su natural desparpajo, el que usaba para hablar conmigo en privado.

Así que resignado acogí a mi madre en casa, y comenzó mi sufrimiento, pues mi madre dentro de casa y en pleno verano, andaba medio desnuda; a veces cargaba unos shorts cortitos, que le dejaban la mitad de las nalgas desnudas y se le medio enterraban en la raja del culo y por delante hasta le marcaban el coño, y unas franelillas semitransparentes con el ombligo afuera y que usaba sin sujetadores, dejando entrever sus pezones. Otras veces andaba con uno de sus bikinis dentro de casa, bikinis que eran muy sexys, del tipo tanga, e incluso no le importaba caminar por casa en ropa íntima, y desde luego su ropa íntima era muy provocativa… Pero lo que para ella era normal, producto de su personalidad liberal y desinhibida, a mí me traía por la calle de la amargura, pues inevitablemente andaba cachondo todo el tiempo y se me despertó de nuevo aquel viejo deseo.

Un día hicimos una de las cosas favoritas de ella, que es ir a la playa; y apenas nos instalamos bajo la sombrilla, mi madre se quitó la parte superior del bikini y se quedó con las tetas afuera, para hacer topless. Yo creo que se me cayó la baba, y no pude evitar que la verga se me parara al verle de nuevo sus ricas tetas.

-Así que sigues haciendo topless – le dije con cierto tono de irónico reproche.

  • ¡Claro niño, de toda la vida! ¡Y sigo teniendo cuerpo para lucirlo, ¿o no?! – me replicó.

Ese día al volver a casa, y mientras estaba en el baño, me hice la primera paja en su honor en mucho tiempo…

Una noche mi madre se empeñó en que saliéramos de juerga, a bailar en las discotecas; ella decía que hace tiempo que no salíamos los dos solos de noche. Ella se puso un vestido muy sexy y atrevido, cortito (hasta el punto de que le era difícil sentarse sin que se le vieran las bragas) y bastante escotado; unas sandalias de tacón alto, tipo aguja, y con ellas caminaba tongoneándose marcando su gran culo en el vestido.

Esa noche yo me sentí el hombre más envidiado por los otros hombres en las discotecas, al tener semejante hembra colgada de mi brazo; yo veía las miradas lascivas que le lanzaban a mi madre y me sentía orgulloso y excitado. Así que le seguí el juego a mi madre, y bailamos y bebimos como locos, como desaforados; me pasé toda la noche bailando con ella, y varias veces ella me bailó de forma sensual, incluso restregándome el cuerpo, su divino cuerpo, como sí quisiera provocarme, seducirme.

Nos dejamos llevar por el torbellino y nos bebimos hasta el agua de los floreros, así que terminamos bastante borrachos; tomamos un taxi para volver a mi apartamento, e hicimos un esfuerzo para reprimirnos y no despertar a los vecinos con nuestras risotadas. Antes de entrar al apartamento ella se quitó las sandalias, quedándose descalza y entró con ellas en las manos; yo cerré la puerta y entonces nos vimos y nos partimos de risa.

  • ¡Que calor hace! Ayúdame cariño, bájame la cremallera del vestido – me dijo mientras me daba la espalda.

Yo me acerqué y le bajé la cremallera del vestido, y entonces olí la nuca de mi madre, esa mezcla de sudor, del aroma de su perfume y de su olor corporal natural; y el olor me excitó como el olor de una hembra en celo a un macho semental. Ella se apartó de mí y de forma sensual se quitó el vestido, dejándolo en el suelo.

  • ¡Que calor hace! ¡Me tengo que bañar ya! – exclamó, hablando con el tono que usaba cuando estaba borracha.

Bajo los efectos del alcohol, y de espaldas a mí, mi madre se quitó los sujetadores y se bajó las bragas, quedando totalmente desnuda, y yo me quedé extasiado viendo su hermoso culo desnudo y su espalda larga y hermosa, mientras se tongoneaba hacia el baño.

Oí como la ducha se abría y el agua corría; una fuerza tiró de mí, y fui al baño. Al entrar vi a mi madre bañándose en la ducha, sin correr la cortina; así que admiré su bellísimo cuerpo desnudo bajo el agua, con el agua corriendo por sus hermosas y grandes tetas, y descendiendo hasta su bello y rico coño. Un coño que apenas se depilaba un poco, con bastante vello púbico, con esos rizados y oscuros pelos cubriendo su sabrosa concha. Yo me puse a millón, y se me paró la verga… como yo seguía ebrio, me quedé plantado ahí viéndola y babeándome.

  • ¡Únete a la fiesta hijo! – me dijo ella, con tono neutro, como sí fuera lo más normal del mundo.

Sin pensarlo que quité la ropa y me quedé totalmente desnudo, sin importarme que tuviera mi pene erecto; me metí a la ducha y el agua refrescó un poco mi cuerpo, pero no la calentura que llevaba por dentro… sin pensarlo, me fui acercando a mi madre por detrás, acercando mi verga dura y parada a su culo. Como guiado por una fuerza externa, puse despacio mis manos sobre los hombros de mi madre, y las deslicé por sus brazos; mi madre se quedó paralizada unos instantes, pero después llevó su mano derecha hacia atrás, y me agarró el pene, y comenzó a acariciarlo. Entonces yo puse mis manos sobre sus tetas, y las agarré, las apreté y las acaricié; ella volteó su cara hacia atrás y sus labios buscaron los míos, y nos besamos. Una de mis manos bajó y le metí los dedos en el coño, y ella dio un respingo; entonces se dio la vuelta y comenzamos a abrazarnos y besarnos de frente, con pasión, con rabia. Puse mis manos en sus nalgas y la empujé contra mi cuerpo; ella desesperada buscó mi pene y me ayudó a metérselo en el coño. Así, de pie uno frente al otro, bajo la ducha, la penetré; mientras se lo enterraba en el coño, ella rodeó mi cintura con sus piernas y yo agarrándola por las nalgas la ayudé a levantarse del suelo mientras aprisionaba mi cintura con sus muslos y cerraba sus piernas, y yo la empujé hacia adelante, la espalda de ella contra la pared, y así empotrada la clavé y le di caña y caña.

Follándome a mi madre contra la pared, empotrándola y enterrándole mi verga hasta lo más hondo, sentí que era el mejor polvo de mi vida; me enloquecí, y como una bestia en celo, quería reventar a la mujer que me trajo al mundo, horadando con mi verga sus entrañas. Ella jadeaba, y después aullaba, y parecía a punto de tener un orgasmo; así que nos dimos con furia, hasta que acabamos juntos y yo me corrí dentro de ella, llenándola de mi leche.

Esa fue la mejor experiencia sexual de mi vida, y el inicio de una difícil, atormentada, pero excitante relación entre mi madre y yo, que simultaneábamos con las relaciones con nuestras respectivas parejas; porque nada hay mejor que un polvo madre e hijo…

Muchas gracias.

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