Mamá, ¿me dejas ir contigo?

El día que la joven Olga acompañó por fin a su mamá a una de sus exclusivas fiestas descubrió un nuevo mundo de perversión del que ya no podría (ni querría) escapar.

Hola! Mi nombre es Olga, y la historia que les contaré ocurrió hace bastante tiempo. Por aquel entonces vivía con mis padres en Barcelona, cerca del Park Güell. Mi papá era ejecutivo en una empresa internacional, y por ese motivo podíamos permitirnos vivir en la zona más cara y exclusiva de la ciudad. Sin embargo, eso hacía también que tuviera que viajar mucho, lo que le hacía ausentarse de casa durante largos periodos de tiempo. Esas ausencias las notaba yo y, sobretodo, mi madre, Tatiana. Ella era una mujer muy guapa, de unos 30 años y abogada de profesión, si bien nunca había ejercido sino que había preferido quedarse en casa cuidando de mí y de mi hermano. Tatiana era de padres rusos, y físicamente era una mujer espectacular: delgada, alta, con los ojos azules y una larga melena rubia. Recuerdo que le encantaba lucir su belleza llevando vestidos ceñidos y extremadamente caros, que le permitían enseñar sus bien formados pechos y sus largas piernas. De hecho, mi mamá no paraba de ir a fiestas donde pudiera lucir esos vestidos, lo cuál había ocasionada en varias ocasiones la reprobación no sólo de mi papá, sino también la de sus propios hijos. Noches y más noches teníamos que quedarnos en casa al cuidado de una canguro mientras papá estaba de viaje de negocios y mamá en una de sus fiestas. La recuerdo entrando en nuestra habitación para arroparnos y darnos las buenas noches antes de irse, ataviada con un espectacular traje de noche y un exclusivo bolso a juego, y con sus zapatos con tacón resonando en la habitación. Recuerdo como mamá nos besaba a mí y a mi hermano en los labios, lo cuál nos divertía porque nos manchaba siempre de carmín y teníamos que limpiarnos. Cuando mamá se iba y cerraba la puerta tras de sí dejaba en la habitación un característico aroma a perfume.

Mi papá siempre se había quejado de aquellas fiestas con la boca pequeña: en el fondo le gustaba salir con una mujer tan hermosa y saber que era el centro de atención y la envidia de otros hombres. Sin embargo, en mi caso era diferente. Cuando ocurrió lo que les contaré la verdad es que ya me estaba empezando a afectar el hecho de que mamá nunca estuviera en casa. Yo ya estaba empezando a notar los cambios de la adolescencia, y si bien aún no me había empezado a crecer el vello púbico ya comenzaba a tener inquietudes sexuales y había empezado a masturbarme. Lo había empezado a hacer como un juego, en la habitación donde dormía con mi hermano cuando yo notaba que él ya se había dormido. Al principio puntualmente, pero al final ya todas las noches, restando horas a un sueño que a esa edad tenía que haber sido muy importante. Recuerdo que deslizaba una mano por debajo de mi pijama y que con la yema de mis dedos frotaba aquel botoncito que tenía entre mis piernas y que me daba tanto placer. Mientras me masturbaba, mis pensamientos eran siempre los mismos: ¿Qué estará haciendo mamá en este momento? ¿Estará engañando a mi papá con un amante? ¿Necesitará ella esta sensación tanto como yo?

Como es lógico, este hábito empezó a interferir con mis resultados académicos, por lo que un día los profesores de mi colegio hicieron llamar a mi mamá y nos concertaron una visita con el psicólogo. No recuerdo muy bien qué fue de lo que hablamos, pero creo que ambos intuyeron que algo estaba interfiriendo con mi horario de sueño, y que las salidas nocturnas de mamá podrían tener algo que ver. Mi mamá tomó entonces cartas en el asunto. El siguiente fin de semana lo organizó para que mi hermano pequeño se fuera a casa de unos tíos mientras que ella y yo nos quedaríamos solas en casa. Era viernes por la noche y la asistenta había hecho una cena fría a base de bocadillos y sopa de calabaza. Una vez hubimos cenado, el servicio recogió la mesa y mamá y yo nos retiramos a descansar: mamá no iba a salir aquella noche, tal y como nos había prometido a mí y a la psicóloga.

Entré en la habitación y cerré la puerta tras de mi. Me fui quitando poco a poco mi uniforme escolar, con sus medias blancas, su camisa a juego y su falda verde a cuadros. Después también la camisetita y las braguitas, y me retiré los lazos del pelo deshaciendo así mis coletas. Me paré unos segundos mirándome al espejo, contemplando mi desnudez. Mi pelo largo rubio y mis ojos azules eran lo único que tenía en común con mamá, pero nada más. ¿Llegaría a tener de mayor un cuerpo tan espectacular como el de ella?

La mano de mamá haciendo girar el pomo de la puerta me sacó de mi ensimismamiento. Tatiana se sonrió al verme así desnuda, me pregunto que qué hacía y, entre risas, me ayudo a ponerme el pijama y me metió en la cama. Aquella noche mamá estaba guapísima, como siempre: se había puesto una bata azul de franela y su larga cabellera rubia le caía suelta por la espalda. Se sentó junto a mi en la cama, con la lamparita de ositos como única iluminación. Eran ya más de las diez y todo el servicio se había ido a casa. Estábamos las dos solas, y teníamos que hablar.

-          Olga, cariño. Sabes que estamos preocupados. Sabemos que no duermes bien y eso no puede ser. Dime cielo, ¿hay algo que te preocupe?

Le hablé a mi madre de sus largas ausencias, de cómo me encontraba sola sin ella y sin papá. Mientras hablaba mi madre me acariciaba la mejilla con su mano y me escuchaba comprensiva. No le dije nada de mis masturbaciones ni de cómo estaba despertando mi sexualidad. Tampoco hizo falta.

-          Dime cariño, ¿te gustaría que te enseñara a masturbarte?

Me quedé helada mientras mamá se sonreía al ver mi expresión. ¿Cómo lo había sabido? Mamá me confesó que se lo había dicho mi hermanito quien, si bien era aún demasiado pequeño para entender qué era lo que hacía, sí que pudo describírselo a mamá con detalles suficientes para que ella lo dedujera.

Mamá no esperó a mi respuesta. Sentada como estaba junto a mí, apartó el edredón y me bajó hasta los tobillos los pantalones del pijama, dejándome así desnuda de cintura para abajo. Me separó las rodillas para que mi rajita quedara completamente expuesta y se frotó las manos, soplándoselas y echándoles haliento para que no estuvieran tan frías. Luego empezó. Posó su mano derecha sobre mi vientre y, dando un suave masaje, lo bajó por mi pubis, por mis caderas… acariciando mi piel con la yema de sus suaves dedos sin prisa hasta que, como por casualidad, sus dedos fueron a posarse sobre mi vagina y la empezaron a acariciar. Desconozco cuánto tiempo estuvimos así, quizás media hora o incluso más. Durante todo este tiempo no nos dirigimos una sola palabra, supongo que en parte por vergüenza, pero en parte también para no romper la extraña magia de aquel momento. Recuerdo el estremecimiento que me recorrió al notar la mano de mamá sobre mi clítoris, así como su pequeña risita al notar la rajita de su niña tan extremadamente mojada. Poco más. Tumbada boca arriba sobre mis sábanas de franela y con mi pelo suelto sobre la almohada, mi respiración se fue acelerando a medida que lo hacían los movimientos de mamá. Sólo un segundo cerré los ojos y fue para estallar en un terrible orgasmo que lleno con mis gritos toda la casa. Mi cuerpo empezó a convulsionar mientras mamá acercaba sus labios a mi oído y me decía que tranquila, que no pasaba nada, acariciándome con la mano izquierda la mejilla mientras su derecha no dejaba de dibujar circulitos sobre mi botoncito del placer.

Al final me calmé, exhausta y jadeante. Pude ver cómo mi mamá degustaba de sus propios dedos el néctar de su niña, lamiendo hasta la última gota antes de secarme con una toalla. Mi madre se sonrió al comprobar como había empapado las sábanas de franela y me dijo que la acompañara, que aquella noche iba a dormir con ella. Una vez sequita me ayudó a subirme el pijama y arrodillándose junto a mí me besó en los labios, si bien esta vez el beso fue más lento y húmedo, notando como su lengua iba a buscar la mía para jugar con ella en mi boca. Una vez en la cama de matrimonio de mis papás, los besos siguieron durante bastante tiempo. Ahora me notaba yo mucho más libre, y pude hablarle sin tapujos a mamá de todo lo que me preocupaba: de sus desapariciones nocturnas y de cómo sospechaba, no sin motivos, que tenía un amante. Mi madre estuvo un rato en silencio, pensando.

-          ¿Y crees que si vinieras una noche conmigo a una de mis fiestas podrás ya dormir tranquila?

Le dije que sí. Mi mamá me dijo que lo arreglaría, que al día siguiente la acompañaría y que por fin sabría que hacía ella saliendo cada noche hasta tarde. Nos dimos un último beso de buenas noches y las dos nos pusimos a dormir.

El día siguiente, sábado, fue un día de compras. Mamá me dijo que a estas fiestas se tenía que ir con un vestido elegante, así que recorrimos varias de las tiendas más caras de Barcelona para buscar uno para Al final encontramos uno que fue de nuestro agrado., comimos las dos juntas en un caro restaurante de Passeig de Gràcia como dos buenas amigas y, cuando hubimos acabado, nos fuimos a casa a cambiar. Mi mamá me dijo que, ya que yo la acompañaba, lo había preparado todo para que la fiesta fuese por la tarde.

En casa nos arreglamos las dos juntas: mamá escogió un vestido negro, largo hasta las rodillas pero abierto de detrás hasta la cintura, con su pelo recogido en un moño y una gargantilla de brillantes que remarcaba su largo y estilizado cuello. Yo por mi parte me había comprado un vestido blanco y ceñido, que iba desde debajo de los brazos hasta las rodillas, dejando también ver mis hombros y mi cuello, si bien mi pelo habíamos decidido dejarlo suelto. Mi madre se maquilló frente al espejo con sombra de ojos y pintalabios color fresa, pero me dijo que yo no me pintara los labios, sino que me pusiera sólo un poco de sombra de ojos. Me colocó dos pendientes de brillantes de ella y me hizo mirar al espejo. Acabada de maquillar y con ese vestido, me veía exactamente igual que las princesitas de mis sueños, mientras que mi madre, elegante y seductora, era como la madrastra de Blancanieves. Se lo dije y las dos reímos.

Nos montamos en su coche y nos internamos por las casas más exclusivas de Vallvidriera. Ya empezaba a anochecer y no pude distinguir bien por dónde íbamos, si bien sabía que aquel era un barrio mucho más opulento que el nuestro. Al final entramos en una enorme casa señorial y salimos del coche. Un aparcacoches tomó las llaves de mi madre mientras un mayordomo nos invitaba a subir las escaleras de la lujosa mansión. Dentro, en un gran salón, debía haber unas 30 personas, la mayoría hombres de unos 50 años, pero también algunas mujeres. Me llamó la atención que todas eran muy bellas y, como nosotras, estaban muy arregladas. Alguno de los hombres se dirigía a  mi madre en ruso, intercambiaban unas cuantas palabras y después me miraban y me sonreían. Entendía que mamá les explicaba quién era yo y qué era lo que había venido a hacer. Al poco tiempo apareció un señor más mayor acompañado de una sirvienta, el cuál parecía ser el dueño de aquella casa. También en ruso, saludó a mamá y le dio los tres besos típicos. Me acarició el pelo y luego le señaló a mamá la sirvienta. Mi madre asintió y me dijo que me fuera ahora con ella, que en seguida podría bajar de vuelta a la fiesta. La sirvienta era una chica de unos 25 años ataviada con la cofia y el mandil cásicos. Era de aspecto eslavo, rubia y con los ojos azules, y no hablaba nada de español ni de catalán. Me acarició el pelo y, tomándome de la mano, me sacó del salón principal. Me llevó a una especie de sala de juegos con varios libros y puzzles, y me ofreció leche con galletas que yo acepté. Me senté en el suelo y empecé a leer uno de esos libros, si bien realmente sólo podía contemplar los dibujos, ya que todos estaban en ruso. La sala donde estaba se encontraba en una planta superior, y en ella no se oía ningún ruido de la fiesta ni de los invitados.

Tras un periodo de tiempo que no puedo calcular, la sirvienta volvió a entrar, me tomó de la mano y, por señas, me indicó que la acompañara. Salimos de la habitación y bajamos las escaleras que descendían hasta el salón, pero antes incluso de poder ver la estancia ya pude percibir que algo había cambiado. El ambiente era ahora mucho más cálido, como si alguien hubiera puesto la calefacción al máximo, y flotaba en el ambiente un aroma a sudor que los jazmines de los jarrones no podían disimular. Tardé un poco más en percibir los gemidos, y no pude evitar una brizna de angustia al notar que eran de mi madre.

Al final la vi. Desnuda, en medio del salón, en lo que parecía una cama redonda. Un hombre negro lo estaba penetrando por detrás mientras ella, a cuatro patas, se metía hasta la garganta la polla de otro invitado. A su alrededor, todos los invitados de la fiesta estaban desnudos y se masturbaban. Bajé las escaleras del salón de la mano de la sirvienta y llegamos a donde estaba ella, Lentamente se fue abriendo paso entre los invitados desnudos, hasta que me dejó justo delante de mamá. Cuando me vio, mamá se sacó la polla de aquel hombre de la boca y, temblando, intentó esbozar una sonrisa y me acarició el pelo. El negro de detrás no dejó un solo segundo de penetrarla.

-          Cariño…

Mamá estaba irreconocible. Tenía los ojos vidriosos y el rimel le corría por las mejillas debido al sudor y a lo que parecían lágrimas. El pintalabios era ya sólo una mancha que se extendía por sus mejillas y su sofisticado moño estaba prácticamente deshecho. Sólo la gargantilla de brillantes seguía en su sitio, ofreciendo un extraño contrapunto a aquella imagen de decadencia. Toda su piel estaba cubierta en una fina pátina de sudor, y su respiración, jadeante, era marcada por las embestidas del hombre que la penetraba.

-          ¿Ves mi cielo? Es por esto por lo que salgo todas las noches de casa y por lo que llego tarde en la mañana… No estoy engañando a papá, ¿sabes? El lo sabe todo y sabe que esto no me lo puede dar.

El hombre aceleró sus embestidas y mamá profirió un grito, a la vez que hundía su cara en la almohada y clavaba sus uñas en el colchón. Unas cuantas embestidas más y el hombre de color también exhaló un grito que debió corresponder a su corrida dentro de mamá. Todo el público aplaudió a la vez que el hombre se apartaba de ella con el pene goteando y mamá caía exhausta en la cama. Noté que unas manos que tocaban la espalda: volvía a ser la sirvienta, que, sonriendo, me desabrochó el vestido y me lo sacó por los pies. Quedé sólo con las braguitas y con mis pendientes delante de todos aquellos hombres, pero no notaba ninguna vergüenza. La imagen de mi madre, tendida sobre la cama, me reconfortada. La sirvienta me cogió de la mano y me hizo tumbar en la cama junto a ella. Al notar mi cuerpo tendido junto al suyo, mamá levantó su cabeza de la almohada y se apartó de los ojos un mechón de pelo. Me besó en la frente mientras intentaba tomar aliento y abrir los ojos.

-          ¿Sabes? Tú serás como yo. De mayor te encantará el sexo, te encantará que los hombres contemplen tu belleza y que te utilicen. Por eso ayer te dejaste masturbar sin problemas, por eso ahora no tienes miedo, por eso no te da vergüenza que todos estos hombres te vean desnuda… Mi princesita…

Abracé el cuerpo exhausto de mamá, rodeándola con mis brazos y con mis piernas. El notar su piel sudada contra la mía me provocó una evidente excitación. Inexperta, empecé a besar su cuello por encima de la gargantilla de brillantes. Lo hacía con los ojos cerrados, intentando obviar la turba de hombres desnudos que nos rodeaban masturbándose.

Mamá me correspondió: fue a buscar mi boca y nuestras lenguas se juntaron en un apasionado beso. Su mano derecha bajó hasta mi entrepierna y se deslizó bajo mis braguitas, encontrando mi rajita todavía más mojada que la noche anterior. Mi mamá dejó un momento de besarme, se arrodilló a mi lado y deslizó sus pulgares por debajo de la goma de mis braguitas, retirándolas en una bolita húmeda que lanzó al suelo junto a la cama. Posteriormente me hizo abrir mucho las piernas y se arrodilló entre ellas, dándome besitos y caricias en la cara interna de los muslos que, poco a poco, fue bajando hasta llegar a mi vagina. Siempre con los ojos cerrados, pude sentir la lengua de mamá jugando con mi clítoris mientras su dedo índice pugnaba por introducirse en mi vagina, todavía virgen. La idea de perder la virginidad no me asustaba en absoluto, y menos aún si era por la mano experta de mamá. Me relajé lo máximo que pude mientras mamá acompasaba los movimientos de su lengua y de su dedo, el cuál iba entrando con cada embestida un milímetro más. Al cabo de unos pocos segundos mamá tenía el dedo introducido hasta el nudillo. Recuerdo que no pude evitar algún grito de dolor al notar cómo se me rompía el himen, si bien estos eran en seguida amortiguados por los gemidos de placer que me provocaban los movimientos calculados de mamá. Estuve durante mucho tiempo tumbada en la cama con las piernas abiertas y los brazos en cruz, disfrutando de esas caricias e imaginando que estábamos las dos solas en el universo.

Cuando por fin me atreví a entreabrir los ojos me sorprendió ver que todos aquellos hombres estaban mucho más cerca de nosotras, masturbándose cada vez más deprisa. Yo, aunque joven, ya había tenido algún contacto con el mundo de la pornografía gracias a las compañeras de clase, y sabía de cierta práctica sexual que consistía en eyacular sobre el cuerpo de la mujer. Lo consideraba realmente una práctica terrible, y no podía consentir en modo alguno ver a mi madre sometida a tal humillación.

Nerviosa, alcé un poco el cuello para ver a mamá, su cabeza enterrada entre mis muslos. Me costó un poco que me saliera la voz.

-          Mamá, ¿se correrán encima de ti?

Mamá levantó la cabeza y me sonrió. Fue una sonrisa diferente, con un tinte de perversión como nunca antes había visto en ella.

Recuerdo que la primera corrida vino de mi derecha y que me obligó a cerrar los ojos y la boca. Nadie rió. Sólo se oían los gemidos de aquellos hombres que se disponían a eyacular. El líquido caliente y espeso empezaba a fluir por mis mejillas cuando llegó la segunda corrida. Esta vino desde arriba y recuerdo que cayó sobre mi frente y sobre mi pelo rubio, que había colocado cuidadosamente a ambos lados de la almohada. Las siguientes corridas cubrieron mis ojos, mis labios, mi pecho… algunas veces el que eyaculaba restregaba ligeramente el glande sobre mi cuerpo, pero yo seguía todo el tiempo con los brazos en cruz y sin ninguna intención de moverme. Sentía que debía ser obediente y no defraudar a mamá, que seguía masturbándome.

Cuando ya no quedaba un centímetro de mi cuerpo sin cubrir, noté como uno de aquellos hombres colocaba su pene erecto sobre mis labios, invitándome a realizarle una felación. Tímidamente abrí la boca y le dejé entrar, paladeándo el sabor entre amargo y salado de aquel miembro masculino. Me mantuve quieta mientras aquel hombre introducía y sacaba el glande de mi boca, cada vez más deprisa, hasta que estalló en una corrida que me hizo atragantar. Tosí un poco, nada grave. Al final conseguí ingerir la mayor parte de su esperma, mientras el resto salía por la comisura de mis labios fluyendo por mi cuello hasta las sábanas.

Lejos de asustarme, aquello me excitó terriblemente e hizo que se acelerara mi respiración. Esto debió de notarlo mi mamá, que, sin mucha dificultad, había podido introducir un segundo dedo en mi vagina y ahora presionaba con sus yemas contra mi punto G. Unas embestidas más de mamá en mi vagina y estallé en mi propio orgasmo, el cuál fue intensísimo y vino acompañado de convulsiones y de unos fuertes gritos de placer. Ahora sí, el público estalló en aplausos mientras yo todavía gemía con el cuerpo cubierto de leche.

Mamá sacó sus dedos de mi vagina y se tumbó junto a mí. Acercó sus labios a mi oído y me susurró que aún no me moviera, que siguiera con los ojos cerrados. Mientras mi respiración se iba recuperando mamá me fue dando besitos por la nariz, los labios, los párpados… y en cada besito su lengua se llevaba parte de aquel manto blanco que me cubría. Estuvo así un largo rato, hasta estar segura que no quedaba ya ni una sola gota. Finalmente hizo que su lengua ensalivada recorriera todas las zonas donde se habían corrido aquellos hombres. Mamá me abrazó y me lamió a conciencia la frente, los labios, mi cuello…sustituyendo así la esperma blanca de aquellos hombres por su dulce saliva.

Al final me dijo que ya podía abrir los ojos. Los hombres se habían ido y nos habían dejado solas en medio de aquel gran salón, desnudas sobre la cama. Mamá había conseguido lo que parecía imposible: limpiar casi toda la esperma que me cubría, si bien todavía quedaban grandes cantidades de semen en mi pelo, que le daban una textura pesada e incómoda. También aquel aroma de hombre persistía en mi piel y en mi boca. Mi mamá me preguntó si estaba bien y yo asentí, si bien le confesé que me sentía un poco avergonzada por haber disfrutado tanto de todo aquello. Mamá rió y me dio de nuevo un cálido beso que se prolongó mientras nos abrazábamos.

El ruido de la sirvienta eslava ofreciéndonos unos albornoces nos sacó de nuestro ensimismamiento. Nos los pusimos y nos acompañó hasta un lujoso baño donde pudimos ducharnos, lavarnos bien el pelo y ponernos otra vez nuestra ropa. Al acabar eran ya más de las doce, así que las dos cogimos el coche y nos fuimos directamente a casa.

Aquella noche mamá me vino a arropar, como si nada hubiera pasado. Con su bata azul y su pelo suelto, tenía el mismo aspecto sereno de siempre.

-          Este será nuestro secreto Olga. Te dejaré que vengas conmigo siempre que quieras, pero no se lo debes contar a papá ni a tu hermanito. Ellos nunca lo entenderían.

Acepté sin dudarlo. Las dos nos besamos en los labios y desde entonces ya pude dormir placidamente y sin problemas, sintiéndome afortunada de compartir las fantasías sexuales de mamá.