Mamá llega mañana.
Oli se queda solo con los tres niños, ¿va a poder hacer carrera de tres adolescentes? ¿Y qué pasará cuando vuelva Irina?
-¿Que me quedo cómo?
-Tú solo con los niños, Oli.... sí, has oído bien. No me queda otra, cariño, tengo que ir...
Sabía que Irina tenía razón, pero el quedarme una semana yo solo con los tres niños, no es que no me gustase, pero admito que me daba algo de miedo. Eso de imponer disciplina, digamos que no se me acaba de dar demasiado bien, en casa es Irina quien lleva la autoridad con nuestros tres hijos, y yo sé que son formales y buenos... pero Román y Kostia tienen trece años, y Tercero, nuestra niña, apenas doce. Están, digamos... “empezando a sacar los pies del tiesto”, y se les nota, sobre todo a Kostia. Donde antes bastaba una petición, hay que pasar a una orden directa; donde antes había obediencia sin replicar y hasta con agrado, ahora hay protestas, gruñidos y malas caras... Y yo sé que mis hijos no me ven como a una figura autoritaria, sino como a un papi bonachón que aunque a veces se ponga serio, no es más que fachada.
-¿Vamos a quedarnos solos con papá...? - en los ojos de Kostia brillaba todo el descaro del mundo cuando hizo la pregunta.
-Quiero que entendáis bien esto, sobre todo tú, Kostia - puntualizó mi mujer - No me hace ninguna gracia irme a la Semana Blanca con el Instituto, sabéis que siempre lo he evitado, pero hay dos profesores con gripe, Viola no puede ir en su estado, y Cristóbal se queda con ella, claro... y necesitan forzosamente tirar de mí, así que tengo que ir... PERO... eso, no significa que tengáis licencia para hacer lo que os venga en gana. Esto va sobre todo por ti, Kostia - añadió Irina mirando con fijeza nuestro hijo mayor - Vas a obedecer a papá, vais a obedecer los tres a papá como si fuese yo misma, y más vale que a mi regreso, todo haya ido perfectamente... ¿Verdad que todo irá muy bien...?
Los niños y yo asentimos. Ellos sonreían mucho. Yo no tanto.
-¿No os dais cuenta....? ¡Mamá fuera de casa, y papá estará fuera casi todo el día! ¡Será genial! No tenemos más que ponernos de acuerdo, si todos colaboramos, tendremos otra semana más de vacaciones por la gorra, ¡y nadie se dará cuenta de ello!
-Kostia... No sé, no acaba de parecerme buena idea... quiero decir, me encanta la idea, pero... es toda una semana haciendo pellas, es un poco fuerte... ¡Llamarán a casa, o a papá, y entonces nos estallará en la cara!
-¿Qué te crees, que soy bobo...? ¡Ya he pensado en eso!
-Yo casi estoy con Román... a lo mejor hacerlo sólo un día, el viernes por ejemplo, estaría bien, y sería divertido, pero toda la semana...
-A tí, enana, nadie te ha preguntado. Harás lo que te digamos.
Tercero, por mejor nombre, Olivia, resopló. Es cierto que Kostia era muy divertido, pero a veces era un mandón que se creía muy mayor por sacarle menos de once meses.
Al día siguiente, Irina y yo nos levantamos aún más temprano que de costumbre; solemos levantarnos a eso de las seis y media, pero aquél lunes lo hicimos a las cinco y media, para que yo pudiera acompañarla a la estación, y tener tiempo de llegar a mi biblioteca a las ocho. No es que yo me levante dando brincos, pero generalmente, estoy de buenas por las mañanas.... pero ese lunes horroroso, supe lo que era odiar el sonido del despertador y tener ganas de despachurrarlo de un golpe... Irina me dejaba sin ella durante toda una larga semana, hasta el sábado por la noche. Eso me ponía triste y furioso, pero la idea de estar solo con los niños, me producía algo de inquietud.
-Vamos, Oli, cualquiera que te mire, pensaría que me voy a la guerra... - sonrió mi Irina, equipada hasta los topes de prendas de abrigo, mirándome desde el asiento del copiloto de nuestro coche. - Sólo va a ser una semana, menos que eso. Estaré de vuelta antes de que te des cuenta, ya verás... cuando vuelva, y empecemos a pelear por el mando a distancia, y empieces a regañarme por dejar la leche fuera de la nevera, me dirás, “¡qué a gusto estaba yo solito en casa!”, ya verás...
Sí, no era cosa mía: mi Irina estaba tan triste como yo, y eso me produjo un poco de consuelo.
Cuando llegamos a la estación, ya estaban allí los más de cien chicos, Luis el de Francés y Jorge y Elena los de Gimnasia, que acompañaban a toda aquella caterva al hotel-escuela de Andorra donde se hace la Semana Blanca. Supuestamente, es para aprender esquí, y francés, al juntarse también con escolares de su misma edad del país vecino... en la práctica, es una semana de vacaciones, juerga, y de profesores corriendo detrás de un montón de adolescentes ansiosos por disfrutar de una semana sin padres, lo que incluye fumar maría, intentar colarse en el bar hasta las tantas, o intentar intimar en exceso con sus compañeras o las estudiantes francesas. Irina había ido un año, antes de conocernos y había quedado muy escarmentada, no quería volver a ir ni atada... pero no le quedaba otra.
-Di a los niños que te cuiden bien... o se las verán conmigo cuando vuelva - me sonrió mi Irina y me besó en los labios antes de subir al tren. Pensando que me esperaba una semana sin ella, la retuve de los brazos y le di un beso un poquito más largo... Me sonrió, una sonrisa preciosa, la que me dedica cuando soy capaz de vencer mi timidez y soltarme un poquito, cosa a la que, después de casi quince años casados (¡quince...!), ya me voy acostumbrando, pero me sigue costando. Los alumnos sonrieron, y algunos pusieron gesto de asco, como si no se creyeran que nadie mayor de veinte años puede besarse, pero no me importó. Mucho. Irina subió por fin al tren y me dijo adiós con la mano, pegada a la ventanilla. Me sentía como en una canción pop sensiblera, sólo faltaba que lloviese... Vi el tren alejarse y supe que tenía que subirme al coche e irme, tenía que llegar a mi biblio, abrir, empezar a trabajar... pero no tenía ganas. No me apetecía nada.
-¿Señor Nazario...? Buenos días, señor - Kostia tosió débilmente y siguió hablando muy flojito, como si estuviera muy cansado - Soy Kostia Homobono, sí, el hijo de la señorita Irina... le llamo por mí y mis hermanos... anoche cenamos pizza y parece que no estaba del todo buena... estamos malos los tres, descomposición, ya sabe... Mi padre nos ha pedido que le llamemos por él, como él tenía que ir a la estación... Gracias, señor, lo intentaremos. Descuide, no saldremos de la cama... Muchas gracias. - Kostia colgó. Su gemelo y su hermana pequeña le miraban, aguantándose la risa. - Y ahora, ¡a jugar!
-¡Síííííí! - corearon los otros dos, y se lanzaron hacia la consola, peleándose por los mandos.
El día no fue de lo más agradable... La Semana Blanca deja el Instituto casi vacío, pero la Universidad sigue en marcha, y en vísperas de exámenes. Todo el mundo estaba nervioso y hube de trabajar a destajo; había llegado un pedido nuevo de libros, y mientras intentaba ordenarlos, todo el mundo se pegaba por sacar los libros de consulta para los exámenes, mientras los profesores se peleaban por dejar en depósito esos mismos libros de consulta, para que los alumnos no los acaparen (y de paso, que los compren, porque ellos son los autores de esos textos... la Universidad y su pequeña y entrañable mafia). No paraba en todo el día, sube escaleras, baja escaleras, sr. Oliver aquí, sr. Oliver allá, dónde está este libro, recojo aquél, dejo éste, no quedan sitios libres para estudio en sala, éste se fue hace media hora, sólo he estado fuera diez minutos y me han quitado el sitio... Uno piensa que una biblioteca es un sitio tranquilo, y la mayor parte de las veces lo es, pero en época de exámenes, un motín sería más relajado.
Eran casi las cinco de la tarde cuando empezó a calmarse la cosa. No por falta de estudiantes, sino porque la mayor parte de profesores ya se han marchado. Los chicos se agolpaban en las mesas, afanándose en sus trabajos, y Rino, mi ayudante (quién me lo iba a decir a mí...), ya podía hacer frente al resto de la tarde él solo, de modo que me preparé para irme. Estaba cogiendo mi abrigo, cuando entró Viola, para devolver los dos libros que había tomado la semana anterior; Rino se le acercó de inmediato para cogerle la bolsa, y la profesora de Música y Dibujo sonrió, no hacía falta... pero todos sabemos que sí la hace. Viola está en estado, casi de ocho meses ya, y es el tercer intento que ella y Cristóbal, el de Matemáticas, hacen. Es el primero que pasa de los tres meses, y ninguno queremos que, ahora que ya está tan cerca, pueda pasarle lo que a los otros dos, así que todos mimamos a Viola y cuidamos que no haga ni medio esfuerzo, y no dejamos de repetirle que se coja la baja de una cochina vez...
-¿Qué tal todo, Viola?
-Muy bien, gracias. - Sé que le da un poco de rabia que le preguntemos tanto, pero no se puede evitar: la práctica totalidad del cuerpo docente ha apadrinado a su bebé, así que, salvo cuando se pone nerviosa, que ya son las menos de las veces, se deja mimar. - El sábado estuve en el médico, dijo que no hay problemas y todo va bien, que siga tomando hierro y que de aquí a treinta días, me provocarán el parto. - Sonrío y Rino lo hace también, y se va enseguida a fingir que mira cosas en el ordenador... le estamos preparando una fiesta de regalos, pero va a ser una sorpresa y no lo haremos hasta que nazca. La primera vez, la hicimos a la semana de saber que estaba en estado, y dos semanas después, el embrión había muerto... La pobre nos quiso devolver todo, no queremos que pase de nuevo, pero Rino está como loco deseando decírselo, y si habla con ella dos segundos estallará, así que prefiere irse. - ¿Qué tal los tuyos, muy pachuchos...?
-¿Pachuchos...? No, ¿por...?
Viola se queda con cara de “he metido la pata...” y susurra:
-¿No están con descomposición...? Llamaron ésta mañana a Nazario, y le dijeron que los tres estaban malos... por eso, no han venido a clase hoy... ¿no lo sabías...?
Dejo escapar un suspiro. Irina lleva fuera menos de doce horas, y los niños ya me han toreado un día entero de clases. Viola me mira con tristeza, le da apuro habérmelo dicho ella.
-No. - admito. - No lo sabía.
“No son más que unos niños que han hecho una travesura, eso es todo...” me decía a mí mismo mientras conducía hacia casa. Seguí diciéndomelo durante todo el trayecto, cuando dejé el coche en el garaje y cuando subí a casa. Cuando abrí la puerta, y vi a mi hija pequeña a dos centímetros de la televisión jugando al Psyco Horror ella sola, ya no lo pude seguir pensando.
-¡Papá! - se sobresaltó, y soltó el mando como si quemara. El jueguecito de marras, lo compró Kostia a escondidas con sus propinas, pero es un juego que se ha llevado una bonita clasificación X por su violencia, yo lo he jugado y se la merece; trata de escapar de un psiquiátrico estilo Arkham matando todo lo que se mueve, incluso animales o niños, contra más brutalmente mejor, porque cuanto más burro seas, más loco te vas volviendo y te haces más fuerte e inmune a ataques de médicos, celadores o enfermeras... conforme violas, vejas, torturas y matas, vas ganando más golpes, vida y armas. La mar de educativo, sí. Como se lo compró con sus ahorros y trabajando, no nos pareció ético devolverlo, pero se lo escondimos, prometiéndole que se lo daríamos cuando fuese algo mayor y más maduro que ahora. Y resulta que mi encantador hijo mayor no sólo había descubierto el escondite, sino que lo compartía con su hermana pequeña. - Papá, no te enfades... a mí no me gusta éste juego, ya lo iba a quitar...
La víctima de mi hija pequeña seguía dando gritos de angustia en el televisor y lo apagué de un manotazo. Eché un vistazo a la cocina, donde había cajas vacías de pizzas y el fregadero lleno de vasos y cubiertos, y una botella de dos litros de refresco vacía sobre la encimera.
-¿Dónde están tus hermanos? - pregunté, y creo que debí ser más brusco de lo que pensaba, por que Tercero bajó la mirada y me contestó con una vocecita muy débil:
-Arriba, en el jacuzzi... con unos amigos...
-¿¡Qué?!
-¡Fue idea de Kostia, todo ha sido idea suya, yo no quería, me dijeron que me callaraaaa...! - mi hija pequeña rompió a llorar, y es algo que habitualmente me obliga a abrazarla y consolarla de inmediato, pero aquélla tarde estaba demasiado enfadado... estaba CABREADO, esa es la palabra justa, ¡el jacuzzi está en nuestra alcoba, la habitación de Irina y mía, y... pueden entrar en ella, pueden usar lo que quieran, pero no invitar a nadie, y menos sin permiso! Subí por la escalera de caracol que lleva al piso superior, donde está la alcoba y abrí con sigilo. Conversación animada. Risitas... risitas agudas. No son sólo chicos, también había chicas.
-¡Tenéis un sitio genial aquí...! - dijo uno de los chavales, salpicando de agua caliente a una chica, que se rió con risa idiota.
-¿Y vuestros padres SEGURO que os dejan usarlo...?
-Vamos... ¡pues claro, si casi lo usamos nosotros más que ellos! - mi hijo Kostia, con los brazos apoyados en el respaldo del jacuzzi, se daba aires como si fuera el hijo de un marajá - Mis padres lo instalaron por la novedad, pero ellos no saben qué partido se le puede sacar a un jacuzzi... - mi hijo Román puso los ojos en blanco, sabía que su hermano se estaba pasando, pero no le paraba los pies. Una de las chicas miró a mi hijo mayor con toda intención.
-¿De veras...? ¿Y qué partido se le puede sacar...?
-Anda, díselo, Kostia, y así nos enteramos todos. - Dije yo. Los seis pegaron un respingo que, de no haber llevado encima tal cabreo, me hubiera hecho reír. Kostia estaba blanco.
-Papá... - parecía incapaz de reaccionar, de hecho, fue Román quien lo hizo; salió del jacuzzi, y apenas le tembló la voz.
-Creo que ya se ha hecho muy tarde, venga, todos tenemos que estudiar y cenar en casa, ¿verdad...?
Los cuatro invitados (un chico y tres chicas) se apresuraron a salir del agua y ponerse la ropa encima de los bañadores, sin perder el tiempo ni en secarse, y se alegraron de salir de casa; hay que tener en cuenta que soy el bibliotecario, conocía perfectamente a esas chicas y a sus padres, seguro que no les haría gracia que yo les contara que sus hijas de trece años habían estado en una fiesta-jacuzzi con chicos... pero no soy de ir con chismes a nadie.
-Papá, no hemos ensuciado, íbamos a recogerlo todo, palabra, si hubieras tardado media hora más...
-Kostia, cállate. - Mi hijo mayor baja los ojos.
-¿Reunión familiar....? - Aventura Román.
-No exactamente. Os quiero abajo a la de YA.
-Me habéis mentido. He confiado en vosotros y me habéis engañado. No habéis ido al Instituto, habéis pasado el día comiendo porquerías, no habéis limpiado nada, ¡hasta las camas están sin hacer! Habéis mentido al Instituto, habéis estado jugando a juegos que sabéis de sobra que no podéis usar, habéis dejado a vuestra hermana sola jugando ese mismo juego, ¡habéis traído a gente extraña a casa sin mi permiso, usado el jacuzzi a escondidas...! - Mis hijos, sentados en el sofá, sólo miraban al suelo mientras les caía el chaparrón. Tercero fue la primera en hablar.
-¿Estás enfadado...?
-Hija, no estoy enfadado, ¡estoy hasta las narices! - Olivia es mi niña. Pocas veces he reñido a los niños, pero a ella menos, no está acostumbrada a verme enfadado, y menos aún a que sus intentos de aplacarme no surtan efecto, así que se hunde más aún en el sofá. - Me paso el día trabajando como un esclavo, igual que vuestra madre, ¡y lo único que me encuentro al llegar a casa, es que mis propios hijos me toman por el pito del sereno y me engañan! ¿Es ese el respeto que me tenéis? ¿El cariño? Vuestro padre se levanta a las seis para daros una educación, para que tengáis un porvenir, y vosotros os pensáis que la vida es una juerga, que os podéis saltar la clase porque sois muy listos y vuestro padre un imbécil que no se entera de nada. Eso, es lo que más me duele... ¡que hayáis pensado que, trabajando al lado de vuestro instituto, soy tan tonto que no me voy a enterar que os habéis fumado la clase!
Mi hija sollozó y no pudo más:
-¡Fue todo idea de Kostia, ha sido culpa suyaaaa....! - gimió.
-¡Calla, chivata! - le recriminó su hermano.
-¡Ella tiene razón! - admitió Román - ¡Te dijimos que...!
-¡A callar los tres! - casi se pusieron firmes. - No, hijos, la culpa no es de Kostia. La culpa es mía. No os he enseñado a tenerme respeto. Me doy cuenta de ello. Me queréis, como el que quiere a un perrito... soy alguien bueno, pero tonto, a quien no hay que escuchar ni hacer demasiado caso, porque es imbécil. - Pude ver que mis palabras les herían, pero Kostia, sin darse cuenta, hizo un elevamiento de cejas, que indicaba que, bueno, más o menos... No creo que pensase que yo era imbécil, pero sí que me tenía en un concepto más bajo que a su madre. - Pero eso, va a cambiar. Y va a cambiar a partir de ahora. - estaban expectantes, temían... pero Kostia parecía tranquilo. En la misma situación, su madre no habría echado discursos, hubiera ido directamente al castigo, yo me perdía en el rapapolvo. Me di cuenta que no sabía bien cómo castigarles, y lo que era infinitamente peor, mi hijo mayor también se daba cuenta de eso. - Para empezar... esta noche, no hay cena, ya habéis comido suficientes porquerías. Ni tele para nadie, ni libros en la cama. Id a estudiar, y a las nueve, todo el mundo a la cama. Venga.
Los tres se levantaron y se fueron a sus habitaciones con la cabeza gacha. Es posible que Tercero y Román sí lo sintieran, pero Kostia no.... él sabía que yo no llegaría más allá, que mañana se me habría pasado el enfado, y que su calaverada no tendría más consecuencias. Sin duda ya estaba preparando alguna similar para hacer pellas también el viernes. Y eso era lo que yo quería evitar... ¿pero cómo? Kostia necesitaría un guardia para él las veinticuatro horas del día... Y entonces, se me encendió la bombilla.
-¡Arriba, chicos, a levantarse, venga, venga...! ¡Vamos, salid de la cama, que llegamos tarde! - grité a la mañana siguiente, entrando a grito limpio en la habitación de los chicos, encendiendo la luz y pegando palmadas. Román se sobresaltó y Kostia gruñó, pero cuando se giró y vio la hora en su despertador luminoso, me miró como si me hubiera vuelto loco.
-´Apá... - farfulló - ¡Son las seis de la mañana...! Nos levantamos a las siete y media...
-No, hijo. Os levantabais a las siete y media cuando está mamá, que puede vigilar que vais al Instituto aunque yo tenga que salir antes. Ahora ella no está, y como me habéis demostrado que no me puedo fiar de vosotros, tendréis que levantaros a mi hora para que yo os acompañe....
-Jo, papá.... - protestó Román.
-Papá, sé bueno... te prometo que iremos, no faltaremos más... pero déjanos dormir... - Kostia cerró los ojos. Sin duda él pensaba que eso, era suficiente, y una parte de mí quiso decir “pobrecito, lo va a hacer...”. Pero otra parte recordó su estúpida forma de comportarse en el jacuzzi el día anterior “si ya hace eso con trece años, en cuanto me descuide, nos manda a Irina y a mí a dormir al armario de las escobas para usar nuestra alcoba como picadero”. - ¡Eeh! - Kostia gritó cuando le quité la almohada de un tirón.
-Kostia, levántate por las buenas.
-Venga, papá, no te hagas el duro... ya te he dicho que vamos a ir...
-Y yo te he dicho que te levantes por las buenas. - Mi hijo mayor puso los ojos en blanco y se recostó de nuevo.
-No seas pesado, papá... Vamos a ir, te lo prometo, no hace falta que te pongas en este plan... ¿qué vamos a hacer en el instituto con una hora de adelanto...? No podemos hacer na... ¡AAH! - Kostia se incorporó de un salto y me miró como si yo fuera un asesino peligroso, al recibir toda el contenido de la jarrita de agua de su mesilla en pleno cogote. Sin decir nada, me fui a la cocina, mientras Román se reía y hacía su cama, y llené de nuevo la jarra. Regresé a la habitación, mientras Tercero se tambaleaba por el pasillo, despierta por el ruido. Como Kostia seguía sentado en la cama, le tiré de nuevo el agua, esta vez a la cara, y gritó de nuevo. - ¡Para ya!
-Tu verás, o te levantas, o sigo, pero no te vas a volver a dormir.
-¡Papá, esto es injusto!
-No, hijo. Injusta, es la situación que viven muchos chicos de tu edad que son obligados a trabajar en minas o recogiendo basuras, o mendigando. Injusto es que a esos mismos chicos, no se les pague por su trabajo en el que se dejarán la salud y la vida, y se les dé sólo algo para comer y gracias. Eso, es injusto. Que a ti te hagan levantarte una hora antes porque has demostrado que no eres lo bastante hombre para cumplir la única responsabilidad que tienes, que es ir al colegio, NO es injusto. Haz la cama y vístete, que tenemos que desayunar y salir pitando, venga.
Kostia resopló, indignado, mientras salía de la cama pateando las sábanas. Le molestaba muchísimo no hacer su santa voluntad, pero más aún que su papi, le hubiese ganado a mear lejos.
-¿Y qué vamos a hacer en el instituto a las siete y media, si las clases no empiezan hasta las ocho y media...? - se lamentaba Kostia, ya en el coche, mientras Román permanecía callado y Tercero se había quedado frita entre los dos.
-Ya que ayer os fumásteis la clase, esa hora la aprovecharéis para estudiar. - Kostia pareció reflexionar y asintió.
-Vale... ¿nos darás dinero para un bollo...?
-¿Un bollo? ¿Dónde te quieres comprar un bollo?
-En la cafeta, claro.
-No os voy a dejar en la cafetería - sonreí - Y habla correctamente. Estaréis en la biblioteca conmigo, hasta la hora de entrar. - Mi hijo mayor volvió a resoplar. Yo sabía que si le dejaba en la cafetería, no daría ni chapa. En la biblioteca por lo menos, le tendría controlado. Aquéllo no le gustó, pero cuando insistí en tomarle la lección, le gustó menos aún. - No te la sabes. No me vale que te quedes mirando al libro; saca el cuaderno y toma notas mientras estudias, venga. - Resopló, pero obedeció, y a la hora de irse al instituto, los tres llevaban una lección aprendida, y no sólo la del libro de texto.
-¡Eh, Kostia...! Tercero me ha dicho que tu padre te ha levantado esta mañana a cubos de agua, ¿es verdad? - ya era la hora de comer y René, el primo de los tres chicos, que aún estudiaba junto a Tercero, corrió a saludarlos. Kostia suspiró y se volvió a su hermana.
-¿Tú por qué eres tan cotilla, enana? ¿No sabes tener la boca cerrada?
-¡Entonces es verdad! - concluyó René, mirándole con sus ojos verdes y maliciosos y riendo alegremente... le vi de lejos cuando entré en la cafetería buscando a mis hijos. Quiero a René, es mi sobrino, aunque no lleve la sangre de la familia... pero a veces me recuerda tantísimo a su padre biológico, que me dan escalofríos y ganas de tratarle de usted, aunque aún no sea más que un mocoso. - Hola, tío Oli.
-¡Papá! - Kostia se sobresaltó, no le hacía gracia verme allí, y yo lo sabía, así que forcé la nota y le di un beso. A Tercero le encanta que lo haga y a Román le da más igual, pero Kostia va de “duro” por la vida, y eso de que su papi le bese en público dañaba poderosamente su imagen. - ¡Papá, por favor...!
-He pensado que, como ayer os hartásteis de pizza y porquerías, hoy podría prepararos una comida sana y equilibrada... no vais a comer el menú de la cantina, comeréis conmigo lo que yo he traído.
-¿Qué has traído, papá? - preguntó entusiasmada Tercero, pero la sonrisa se le borró de la cara cuando saqué las tarteras de la bolsa.
-Repollo hervido y filetes de hígado.
René se tapó la boca y se alejó a todo correr para reventar de risa a gusto. Ese día, en la cantina, había pollo frito y puré de patatas, uno de los platos preferidos de mis hijos. Tercero parecía a punto de llorar y Román torcía la cara. Kostia parecía fastidiado como si pensase que yo lo hacía sólo por molestarle... en cierta manera, tenía razón.
-Kostia, la próxima vez que tengas una idea genial, la metes en una cápsula del tiempo, y la sacas dentro de cincuenta años. Si te sigue pareciendo genial, la cuentas, si no, ¡te la callas! - reprochó Román, haciendo esfuerzos por tragarse el repollo.
-Papá, no quiero más.... por favor, no puedo más... - Tercero me miraba con carita de pena.
-Si no quieres más, no comás más, cariño.
-¡Gracias!
-Ya te lo acabarás en la cena. - Tercero emitió un gemido de desesperación.
-Es la última vez que te hago caso, Kostia. - se quejó.
-Ahora dices eso, enana, pero ayer cuando te dejé el juego, bien que yo era el más listo y el más guapo, ¿no? ¡Pues mi juego, ya lo has visto bastante!
-¡Cómetelo con patatas, ni siquiera me gusta!
-Ñaaa, claro la niña prefiere jugar a las aventuras de Hello Kitty... - Si algo no soporta mi hija, es que la traten de “niña”...
-¡Papá, Kostia sabe saltarse la protección y ve tías desnudas en el ordenador! - Kostia se puso rojísimo y yo me atraganté con el repollo... Caray, mi hijo tenía trece años, era normal... pero no esperaba que supiese evitar el programa de bloqueo que habíamos instalado, se suponía que sólo Irina y yo teníamos la clave... bueno, y sólo Irina y yo sabíamos dónde habíamos escondido el juego, y bien que lo había encontrado.
-Eres una chivata-guarra-asquerosa... - masculló Kostia, y por cómo se movió, me quedó claro que le había sacudido una patada a Tercero bajo la mesa; algo debía arrepentirse mi hija pequeña del chivatazo cuando no protestó - y ésta me la vas a pagar... - Román apoyaba la cabeza en la mano izquierda para taparse la cara e intentar ocultar que él también estaba rojo, y comía con la mirada fija en el plato, llenándose la boca casi sin respirar...
-Calma todo el mundo, ya está bien. - dije. - Tercero, porque estés enfadada con tu hermano, no es motivo para andar contando esas cosas... Kostia, esta tarde... vamos a tener que hablar.
Kostia cerró los ojos. Creo que si se hubiera hecho pis encima, no se hubiera sentido más avergonzado.
El viaje de regreso a casa fue muy silencioso; yo había ido a buscarles a la puerta del Instituto, pero ni siquiera Kostia protestó. Sabía que lo peor, le esperaba en casa. Al llegar, Tercero y Román se eclipsaron discretamente hacia la habitación de los chicos (es la más grande, y suelen hacer los deberes juntos los tres), de modo que me quedé solo con mi hijo mayor. Justo es decir que no intentó seguir a sus hermanos con la esperanza de que se me hubiese olvidado, sino que se quedó en el salón y se sentó en el sofá, cabizbajo. Me senté en el sofá de al lado.
-¿Me quedaré ciego...? - preguntó mi hijo mayor. Y me costó un poco darme cuenta de que hablaba en serio.
-¿Quieres decir si...?
-Sí. Si me... toco, ¿me quedaré ciego?
-No, hijo. - sonreí. Y Kostia suspiró, aliviado. - ¿Quién te ha dicho eso?
-Por ahí... lo dicen otros chicos. Y en foros. Dicen que si no... si no eyaculas una vez a la semana, te pueden explotar los testículos, y que el semen se te sube al cerebro y te vuelves loco. Pero también dicen que si te tocas, te puedes quedar ciego, y te salen callos en la mano y se te reseca la médula espinal, no creces y te mueres...
-Supongo que también tendré que hablar de esto con tu hermano, pero... Kostia, todo eso es mentira. También a mí me lo decían, pero es mentira... Hijo, si por masturbarse se muriera uno, hace milenios que la raza humana se hubiera extinguido.
Kostia se me quedó mirando con mucha curiosidad.
-Papá, ahora que no está mamá.... ¿tú....? - dejó la pregunta en el aire, mirándome con una mezcla de horror y fascinación, y noté que mi incomodidad me ruborizaba.
-Cuando creces... eeeh... ya no es algo tan importante. Puedes aguantarte una semana sin problemas. - Kostia pareció debatirse entre el “ah...” y el “pues vaya rollo”, pero yo quería hablarle de otra cosa. - Kostia, hay algo que me interesa que aprendas, ¿cómo te has sentido hoy? Quiero decir, cuando te he sacado de la cama, te he llevado al Instituto, vigilado en la biblioteca...?
-¡Como si fuese un crío...! - se quejó, y sonreí.
-Exacto. Por que eso, es lo que yo pretendía. - MI hijo me miró, inquisitivo. - Kostia, te he tratado como si fueses un crío, porque te portaste como tal, y yo sé que no lo eres. Tienes trece años, y todavía distas mucho de ser un adulto, pero tampoco eres ningún niño ya... Quiero decir, que ya sabes que no vas al Instituto por gastar el tiempo en algo ni por que molestes en casa, sino porque aprender y formarte es tu oportunidad y tu deber, y debes aprovecharlo. Crecer, no es sólo poder cruzar la calle solo o quedarse levantado hasta las once, implica también cosas como ayudar en casa, o ser capaz de llevar al día las tareas sin que nadie esté detrás de ti tomándote las lecciones... Crecer implica privilegios, pero también condiciones. Si no puedes cumplir las condiciones... tampoco puedes tener privilegios. ¿Me comprendes, verdad?
Kostia asintió. Tenía la cabeza gacha, pero se daba cuenta de que yo no le estaba regañando en absoluto. Me senté a su lado y le pasé el brazo por los hombros. Mi hijo mayor, con eso de que quiere dárselas de maduro, no es muy dado a gestos de cariño, pero aquélla tarde incluso se acurrucó un poco contra mí.
-En el fondo, es muy sencillo... “Un gran poder, implica una gran responsabilidad”... - sonreí, y Kostia hizo lo propio, mirando al suelo - Si tú me demuestras que puedes ser cumplidor con tus tareas y contigo mismo, yo dejaré de tratarte como si fueras un crío que no eres. Y si lo hacemos bien, yo estaré contento, vosotros también, y mamá también cuando vuelva. Y... si mamá está contenta, yo puedo olvidarme de que ayer os fumasteis la clase, y olvidarme también de... todo lo demás.
-¿De verdad no se lo dirás...?
-Si tú te portas como un hombre, no, no se lo diré. Eso de saltarse la clase, lo haría un crío, no un hombre. ¿Tú eres un crío, o un hombre?
Kostia apretó la boca, y asintió. Le apreté el hombro y luego me levanté para empezar a hacer la cena (no, no iba a ponerles más repollo, iba a hacer sándwiches a la plancha de jamón y queso), cuando la voz de Kostia sonó a mi espalda.
-Por cierto, papá, ¿y acerca de....?
-No. - contesté sin volverme. - El juego queda requisado, al menos hasta dentro de tres años.
El resto de la semana transcurrió con mucha normalidad; mis hijos acudieron al Instituto e hicieron sus deberes, ayudaron en casa y no protestaron, pero cuando Román o Tercero querían haraganear, ya no era yo el que tenía que llamar a nadie al orden. Era Kostia quien lo hacía: “Vamos, Román, ya eres muy hombre para pretender escaquearte... Tercero, ya estás muy grande para intentar no cumplir con tu deber...”. La primera vez, me pilló tan de sorpresa, que tuve que acordarme de cerrar la boca, pero cuando Kostia me miró, en busca de mi aprobación, le sonreí y asentí, y eso pareció dejarle muy satisfecho. Eso de ser el mayor, implicaba también ser un poco el mandón, y eso le gustaba. Todas las noches hablábamos con Irina, y aunque al principio no pareció creerse eso de que todo iba bien y no había problemas, con el paso de los días se fue convenciendo y quedándose muy contenta de todos... el viernes por la noche, cuando los niños ya estaban acostados, me subí el portátil a la alcoba y charlamos un ratito a solas... Nos contamos todo lo que nos echábamos de menos.... Lo que yo no sabía, es que mis hijos me estaban preparando otra de las suyas.
Al fin amaneció el sábado, el día que parecía que nunca iba a llegar. Unas horas más tarde, Irina estaría de nuevo con nosotros. Sólo de pensarlo, se me abría la boca en una sonrisa interminable. Me di la vuelta en la cama, y todo el colchón de agua se movió conmigo y me meció, dejándome caer en el lado que habitualmente ocupaba mi mujer, y olí allí su aroma, mmmmmmmmmmh.... Qué semana tan larga, oliéndola allí todas las mañanas, pero sin ella a mi lado. Soñando con ella y, al abrir los ojos, ver que no estaba, ¡qué fastidioso era! Era tan frustrante que mi bajo vientre parecía llorar, a pesar de que lo que había entre mis piernas, no dejaba de pedir fiesta. Mi hijo mayor nunca lo sabría, pero lo cierto es que su padre, por más que pudiera aguantarse, un par de noches no le había dado la gana y me había acariciado durante un buen rato, allí, en nuestra cama de matrimonio, con la nariz hundida en el lado de la cama que ocupaba mi mujer, fantaseando con ella, hasta que tenía que apretarme la virilidad en un kleenex y me quedaba relajado. La noche anterior, hablando con Irina, ella me había pedido que... que lo hiciera para ella. Mi Irina, desde el cuarto de su hotel, se había abierto el pijama para que yo viese su cuerpo y también ella se había acariciado. Había sido muy divertido, la verdad, pero yo estaba rabiando por tenerla otra vez a mi lado. Esta noche...
Salí de la cama, abrí la ventana y mudé las sábanas, quería que cuando esta noche estuviéramos juntos otra vez, fuese sobre sábanas limpitas y perfumadas, y bajé a levantar a los chicos y a desayunar, pero apenas abrí la puerta de la alcoba, un agradable olor a tostadas inundó mi nariz. Bajé la escalera y llegué a la cocina, allí estaban mis tres hijos, con las cabezas muy juntas, pero apenas entré, me sonrieron y señalaron mi sitio en la mesa, donde había una taza de café humeante; Tercero se apresuró a sacar dos tostadas de la tostadora, donde las habían dejado para que no perdieran calor y me las puso en mi sitio, mientras me decían “¡Buenos días, papá!”, me llamaban dormilón y me preguntaban qué tal había descansado....
-Eeeh... ¿sois mis hijos de verdad, o me han teleportado a una película americana...? - los chicos me sonrieron y encontraron aquéllo muy gracioso. Yo empecé a untarme mantequilla y mermelada en las tostadas, sin dejar de mirarles con sospecha... Mis hijos son buenos, claro que sí, pero eso de preparar desayunoooos... La última vez que fueron así de amables, nos pidieron un perrito, y a Irina y a mí nos costó semanas quitárselo de la cabeza. Kostia empezó a dar pequeños codazos a su hermana. Ahí estaba. Algo querían pedir.
-Papaíto... - sonrió mi hija.
-Malo, malo.... - dije, pero Tercero siguió sonriendo y continuó.
-Verás, anoche estuvimos hablando con René, ¿sabes...? No te lo vas a creer, pero dice que ha programado un juego de ordenador, y que lo ha hecho él solo... el argumento, la programación, los diseños, todo él solo... la música es lo único que no ha hecho él, ha cogido temas y canciones de Internet, pero todo lo demás lo ha hecho él, es una aventura de detectives y... y queremos probarlo, papá, por favor, los tíos nos dejan, ¿nos dejas pasar la noche en su casa, por favor....?
Aquéllo si que no lo esperaba. Y me dolió.
-Mamá llega hoy. No la habéis visto en una semana, y la primera noche que vuelve a casa, ¿queréis iros a jugar videojuegos? No. No se discute. Que venga el primo aquí y se traiga el juego.
-¡E-es que sólo funciona en su ordenador, ya nos lo ha dicho...! - abogó Román.
-Papá, nos quedaremos hasta que mamá llegue, iremos contigo a buscarla y podemos cenar todos juntos por ahí, y luego nos llevas a casa del tío Beto, ¡sólo no estaremos en casa para dormir, nada más...! ¡Mamá no nos ve dormidos! - Insistió Kostia.
-¡Y toda la semana nos hemos portado muy bien...! - Tercero me cogió del brazo. Los tres me miraban con ojos de cordero degollado, y una vocecita empezó a recordarme “Irina para ti solito... Irina para ti solito...”. No quería ceder, yo sabía que no estaba bien...
-...Mirad, en principio, no. Pero esta tarde, cuando llegue vuestra madre, lo hablamos con ella. Si dice que no, os aguantáis, y os quiero con buena cara; el primero que ponga mal gesto, tampoco saldrá la semana que viene.
-¿Y si dice que sí? - preguntó mi hija pequeña.
-Bueno, si ella misma dice que sí, y no le importa, yo no diré nada... - mis tres hijos chocaron las palmas de las manos, y terminamos de desayunar.
Durante el resto del día, los noté asombrosamente amables,se vistieron en un tris, me ayudaron con la comida y a poner la mesa sin tener ni que pedirlo, y ellos mismos recogieron la mesa y pusieron el lavavajillas sin dejarme mover ni un tenedor... aún faltaba para salir a la estación, y ya tenían las mochilas preparadas con los pijamas, para quedarse a dormir en casa de su primo.
-¿No estáis dando mucho por sentado aquí...? - Pregunté.
-Bueno, hay que estar prevenidos... - sonrió Román, y finalmente salimos a la estación. Dos veces, por que la primera, estábamos en el garage, Tercero dijo que tenía que ir al baño, que no se aguantaba, y tuvo que subir otra vez mientras la esperábamos; Román y Kostia hablaban por lo bajo, del dichos juego, supongo, pero yo no era capaz de prestarles atención, mi estómago giraba y no podía dejar de sonreír, y noté que mis hijos estaban igual, y no, no era por la perspectiva de pasar la noche jugando un juego creado por su primo (qué coco tenía ese chico, bien se notaba de quién llevaba los genes... aunque al menos de momento, parece que su genética sólo mostraba lo bueno de su padre biológico, que era la inteligencia, y no lo malo, que era la dominación, la astucia, la mala leche, una cierta falta de empatía y un declarado modo de conducirse al estilo “soy el único inteligente en un mundo de estúpidos”. Que siguiera así, por favor), sino por ver otra vez a su madre.
Cuando llegamos a la estación, faltaba casi un cuarto de hora para que llegase el tren de Andorra, pero ya nos dirigimos al andén. Los chicos correteaban de acá para allá, dando saltos y mirando a todas partes. Y a mí me faltaba el canto de un duro para ponerme a hacer lo mismo, ¿dónde estaba Irina? ¡Que llegase, que llegase, que llegase ya!
“Tren procedente de Andorra, vía cinco”, dijo la megafonía y los cuatro nos volvimos hacia el horizonte como por resorte, esperando verlo llegar.
-¡Ahí viene ya! - gritó Tercero, señalando el tren que se acercaba, y la cogí de los hombros, haciendo un gesto a Román y Kostia para que no se separaran de mí; se bajaría muchísima gente y era mejor que estuviéramos juntos. Mi corazón palpitaba con fuerza y no podía dejar de sonreír, mientras el tren se acercaba e iba aminorando lentamente. Miré a todas las ventanillas, las puertas se abrieron y un montón de chiquillos, morenos por el sol de la nieve, empezaron a bajar. Sólo entonces me di cuenta que el andén estaba llenito de padres esperando a sus vástagos, pero entonces... - ¡Mamá!
Tercero echó a correr como una liebre, y enseguida la siguieron sus hermanos, gritando lo mismo que ella, y al fin la vi. Irina. Una sonrisa brillante, brillante, abriendo sus brazos en el andén. Nuestra hija pequeña casi chocó con ella más que abrazarla, e Irina la estrechó como si las dos quisiesen exprimirse, mientras Román y Kostia la besaban cada uno en una mejilla. Me di cuenta que yo estaba ya con ellos. Había querido dejársela un momento a mis tres hijos, pero no había podido, yo también había corrido hacia ella; mi Irina repartía besos, y uno fue a parar a mis labios. Un calorcito delicioso y juguetón pareció expandirse por mi boca y bajar por mi garganta, hasta quedarse en mi estómago, dándome calor suavemente... La abracé. Irina cabeceó contra mí, sin soltar a nuestros hijos. “Cualquiera que nos viera, pensaría que Irina viene de estar dos años en la guerra...”, pensé, pero no la solté. Que el mundo pensara lo que le diera la gana.
-Ah, muy bonito. O sea que yo llego después de una semana fuera, y vosotros esta noche, os vais por ahí. Ya veo todo lo que me habéis echado de menos... - sólo por el tono, yo ya sabía que la respuesta de Irina, no tenía nada que ver con lo que decía. Y creo que los niños también lo sabían.
-Por favor, mami... - dijo Kostia. - mañana estaremos en casa para la hora de comer. Y papá te puede decir lo bien que nos hemos portado. - Irina me miró y tuve que asentir.
-Ya os dije que era Mamá la que tenía la última palabra... pero es cierto, se han portado muy bien. - Irina sonrió.
-Bueno... de acuerdo, ¡pero mañana, os quiero en casa antes de la hora de comer!
-¡Bieeeeeeeeeen! - gritaron los niños.
Cenamos los cinco juntos en el pub que hay cerca de casa, el mismo sitio donde nos conocimos Irina y yo y que nos encanta; fritos a granel, pollo, patatas, calamares, san jacobos, los cinco picando de los platos de todos, haciendo bromas y peleas por la comida, la última croqueta... una monumental tarta de chocolate como postre, y finalmente los dejamos en casa de mis primos, Beto y Dulce, que ya los esperaban.
-Divertíos y portaos bien - sonrió mi Irina, dando besos a los tres, igual que yo.
-Vosotros también - sonrió Kostia, y tuve la sensación de que sonreía mucho, pero enseguida se metieron en la casa, así que no le di más importancia.
-¿Por qué no os quedáis también? - sonrió mi primo Beto, con toda su candidez - Haremos palomitas...
-Eeeeh... - dije, sonriendo, buscando a la desesperada una excusa que no hiriese sus sentimientos, que no pudiese rebatir, y que no implicase explicarle qué queríamos hacer solos...
-Betito, cielo, ahora que lo dices, ¿por qué no vas sacando las bolsas de maíz de la despensa, eh...? - acudió en nuestra ayuda Dulce, su mujer. Mi primo sonrió y se metió hacia la cocina - Escapad. Ahora. Ya le diré algo.
-¡Gracias! - sonreímos los dos, y huimos hacia el coche. Adoro a Beto, y es un bendito, pero a veces es un poco inoportuno. De camino a casa, Irina no dejaba de mirarme con ojos golosos, igual que yo a ella.
-Que sepas que me gustó mucho-mucho lo que hicimos anoche... me encantó ver cómo te acariciabas, y las caritas que pusiste cuando me abrí el pijama, mmmmh... - me acarició el muslo, paré en un semáforo en rojo, y no tuvo que buscar mi boca, yo mismo me volví y nos besamos. Sus labios me supieron a gloria, tan suaves y húmedos, y cuando su lengua acarició los míos, me dieron unas ganas terribles de soltarme el cinturón de seguridad y hacerle el amor en mitad de la carretera, por fortuna, el coche de atrás nos pegó un bocinazo al cambiar el color del disco, y recobré la cordura.
-También a mí me gustó ver cómo te tocabas... - admití. Había visto el sexo de Irina muchas veces, nunca me canso de verlo, pero nunca la había visto dándose placer a sí misma hasta el final, y me pareció no sólo erótico, sino precioso. Estaba deseando llegar a casa y darle yo ese placer. Al fin aparcamos en el garage y subimos a casa, mientras Irina me abrazaba desde atrás y me besaba las orejas, buscándome la nuca, que sabe que es mi punto débil, abrí la puerta e Irina inspiró hondo, con los ojos cerrados, extasiada por un momento en saborear su regreso.
-Qué bien huele nuestro hogar... - suspiró, feliz. - huele a ti, a los niños, a todo lo que yo quiero... huele a... huele como a rosas.
Olfateé, y tenía razón, olía como a flores. Pero aquello no era importante, Irina me dedicó una mirada traviesa, y se quitó el plumas. Yo había colgado el mío en la percha de la puerta, pero ella no hizo lo propio, lo dejó caer al suelo y me abrazó de la cintura, tirando de mi camisa para sacarla del pantalón. La abracé a mi vez, y echamos a andar hacia atrás, camino a la escalera que conduce a nuestra alcoba. Entre besos, subimos y al entrar...
-¡Oli...! ¡Pero qué detallazo, esto sí que no me lo esperaba...! - Irina tenía los ojos húmedos y yo la boca abierta. Las lámparas de las mesillas estaban encendidas, tapadas por pañuelos rojos que daban una penumbra rojiza al dormitorio; junto a la cama estaba preparada la cubitera eléctrica con una botella de color rojo, y dos copas altas de champán en el suelo, y una docena de rosas de tallo largo, atadas en un gran lazo rojo, colocadas sobre la colcha. Mi mujer corrió a por el ramo y hundió la nariz en él, ¡con razón olía a rosas! - Oli... ven aquí, por favor.
Quise decirle que no, que eso no era cosa mía, que habían sido los tres granujas que teníamos por hijos, ahora lo veía todo claro... no querían quedarse con su primo, querían dejarnos solos, y habían sido capaces de hacer todo eso... sin duda cuando yo salí a correr aquélla misma mañana, y Tercero debió haber puesto la cubitera en último lugar, cuando estábamos a punto de irnos, para que el hielo aguantara... quise confesárselo, palabra que yo quise, pero para cuando me di cuenta, Irina me tenía ya abrazado, apretándome a mí con un brazo y con el otro las rosas, besándome y metiéndome la lengua con tanta dulzura...
-Irina... tengo que decirte... - empecé
-Sssh... - siseó mi esposa, soltándose la falda, y quedándose sólo con las medias, que empezó a bajarse de inmediato, mientras me besaba el cuello y la cara.
-E-es importante, es sobre los niños... - luché de nuevo, mientras mis manos pensaban solas y le acariciaban la cintura, los brazos, y se dirigían inexorablemente a sus pechos...
-Sea lo que sea, puede esperar a más tarde... - sonrió y se soltó el sostén, se quitó el jersey y ambas prendas salieron juntas. Cuando sus pechos botaron ante mí, perdí cualquier fuerza de voluntad. La abracé, fuerte, mientras mi mujer parecía no querer soltar las rosas, pero por fin las dejó en el suelo, y aprovechó para acariciar mi entrepierna, abultada, y saltó sobre la cama, que hizo olas. Me lancé junto a ella, y admito que por un lado me sentía fatal “mis propios hijos son más románticos que yo mismo, ¿qué clase de marido soy yo, que no he caído en prepararle un recibimiento especial a mi Irina...?”, pero por otro, las enormes ganas de ella que tenía, reprimieron mis remordimientos. Mi mujer me desabrochó el pantalón mientras yo me quitaba la chaqueta y la camisa, y cuando me sacó el pene de entre las ropas y empezó a acariciarlo, tuve que coger aire de golpe, ¡qué gusto...! El delicioso cosquilleo eléctrico me recorrió todo el cuerpo con una dulzura infinita, era tan maravilloso cuando me tocaba... pero entonces recordé lo que había visto anoche, lo que los niños habían preparado para nosotros, y pensé que ya había sido suficientemente egoísta.
Tomé la mano que Irina tenía en mi miembro y la retiré del mismo, besándola. Mi mujer quiso preguntar, pero la besé, y empecé a recorrer su cuerpo con los dedos, con mucha suavidad. Irina se dejó hacer, abrazándome y sonriendo un tierno gemido. Mis dedos acariciaron sus pechos, me detuve en su pezón y lo acaricié con dos dedos, haciendo cosquillas en él, y mi mujer sonrió en medio del beso... tuve tentaciones de apretarle los pechos, sé que le gusta, pero me contuve, y seguí bajando, acariciando sólo con la punta de los dedos. Paseé por su vientre y su costado, hice cosquillas y mi mujer se estremeció, tomándome del brazo para detenerme, pero asintiendo, le gustan mucho las cosquillas, así que seguí un poco más, alternando caricias y cosquillas, para que ella gimiera y riera, Dios, qué sonidos tan maravillosos, no había nada más dulce en el mundo... seguí bajando y llegué a su sexo. Lo había depilado, anoche mismo lo hizo, y estaba suave, deliciosamente suave...
-Mmmmh... - Irina gimió y separó las piernas para que yo la acariciase. Vaya si iba a hacerlo, y empecé a pasear mis dedos por su vulva, mientras mi mujer ronroneaba como una gata, con los ojos cerrados de gusto, disfrutando del cosquilleo. Bajé hacia la entrada, estaba húmeda y le metí muy ligeramente la punta de los dedos, lo justo para mojármelos, y me dirigí a su clítoris - ¡hah...! - mi Irina abrió los ojos, en una sonrisa sorprendida, y empecé a acariciárselo, qué bien se deslizaba, de arriba abajo - Oli..... Oh, Oli, no.... nooo...
-¿No te gusta? - pregunté, aminorando enseguida.
-Sí... no, no es eso... es que... haaaaaaah... si... sigues así... voy a perder el controool... - sabía qué quería decir, le gustaba mucho, pero quería que yo también gozase, pero yo quería hacerla retorcerse de gusto hasta que le quedasen las piernas temblando, ¡era lo menos que podía hacer! La besé mientras seguía acariciando, y sonreí.
-Piérdelo, Irina, ya lo buscaremos luego. - dije, y seguí acariciando la perlita, mientras mi mujer se estiraba como una gata perezosa, se apretaba los pechos con una mano y con la otra se abrazaba a mí. Mi dedo se deslizaba en su punto mágico, sabía bien que le gustaba de arriba abajo, como si se lo rascase, y continué, sin acelerar mucho, cambiando de vez en cuando el ritmo o haciéndoselo en círculos... cada vez que cambiaba las caricias, mi mujer cambiaba sus gemidos, se ponía tensa o se relajaba, movía las caderas o se estremecía... me parecía que podía seguir haciendo aquello horas y horas. Mi Irina me miró a los ojos, estaba roja y gemía, me sonreía de placer, le estaba encantando.... juntó las piernas y cruzó los pies, y entonces aceleré las caricias. Irina se soltó las tetas y se agarró a la colcha, asintiendo con la cabeza, y dejó escapar un grito de placer, mientras sus caderas temblaban... gimió dos veces, tres, mientras su cuerpo se mecía y nos movía en la cama, y en mi dedo... temblaba. Su clítoris daba temblorcitos contra mi dedo corazón, se escondía hacia dentro y salía de nuevo... Pobrecito, qué tierno y dulce era, cómo devolvía placer a mi Irina a cambio de los mimos que le hacía yo... ¡tenía que mimarlo más aún!
-¡Oli.... oh, no, nooooooo.... nooo... pares... no pares! Sigue, sigueee... - sonrió mi Irina, estaba muy sensible después del orgasmo y mis caricias en un principio le resultaron irritantes, pero al segundo volvió al punto de poco antes de gozar, y empezó nuevamente a contonearse. Podía sentir el centro de su placer en mi dedo, cómo me gustaba acariciárselo, mirar cómo gozaba y sentir aquél punto tan suave y húmedo en mi dedo... Irina abrió los ojos con cara de desamparo, echándome sonrisas y poniendo los ojos en blanco mientras se estremecía de gustirrinín, y me pareció que estaba increíblemente guapa, y la besé, sin cerrar los ojos, mientras ella gemía en mi boca, dando meneos de caderas y golpeando la cama con el puño... de nuevo, ahí estaba... titilaba contra mi dedo, otra vez se estaba corriendo... Me separé suavemente de su boca, Irina jadeaba, roja y sudorosa, dando temblores y sonriendo de oreja a oreja... ¡otro más, otro más!
Irina rió a carcajada limpia e intentó agarrarme el brazo, hacer que yo desistiera, pero no fue capaz, y acaricié de nuevo a toda velocidad, acariciando justo bajo la puntita, y eso pareció gustarle incluso más; mi mujer reía y temblaba, las lágrimas se escapaban de sus enormes ojos azules, asentía y negaba con la cabeza mientras daba chilliditos de gusto, parecía incapaz de controlar su cuerpo, y así lo dijo:
-¡No.... no puedo máaaaas....! - gimió, al tiempo que se curvaba hacia atrás en la cama, dando sacudidas como calambres, se estremecía, y ante mi sorpresa, un potente chorro de orina salió disparado de su sexo. Curiosamente, no me dio ningún repelús: me pareció tan increíblemente excitante, que no pude contenerme, yo... yo quería dejarla descansar, pero mi pene tiró de mí, y me encontré encima de mi Irina sin saber ni cómo. - Mmmh, sí, mi vidaaa...
Mi mujer me abrazó tiernamente mientras yo me metía dentro de ella... ¡ah! ¡Palpitaba... estaba contrayéndose aún de placeeer...! Qué bueno era, Dios mío, qué sensación tan increíble, yo excitado como un caballo y el sexo de mi mujer masajeándome y dándome tironcitos, aaaaaaghh..... haaah... mmmmmh.... qué gustitoooo....
Mi pene se había vaciado en menos de un minuto, ¡pero qué placer! Qué calorcito más rico me invadía el cuerpo mientras se me iba media vida por entre las piernas, qué dulcecito... Mi Irina me besaba, besitos tiernos y cálidos, por la cara, el cuello y los labios. Jugueteamos cada uno en la boca del otro, apresándonos los labios, acariciándonos con suavidad la lengua, dándonos besitos cortos, hasta que dejé caer mi boca sobre la suya y nuestras lenguas se entrelazaron, frotándose, explorándonos la boca, haciéndonos mutuamente cosquillas en el paladar....
-Irina... ¿puedo decirte una cosa si no te enfadas? ¿Aquéllo sobre los niños...?- pregunté. Me sabía mal decírselo, pero no podía apuntarme un tanto que era de nuestros hijos.
-Cariño de tu Irina... - sonrió mi mujer, toda sonrisas y ojos entornados - acabas de hacer que me haga pis encima de gusto... Si me dices que los niños atracaron un banco, me parecerá un estupendo ejemplo de mente emprendedora...
-No exactamente... verás... todo esto, la luz roja, las rosas, la bebida... ha sido cosa de ellos. No mía. Y a mí me ha pescado como a ti, tampoco lo sabía. Nos han preparado esto para los dos. - Esperaba que mi Irina se molestase, no que se enfadase, pero sí que le molestase un poco que no hubiera salido de mí. Pero ella se rió, se llevó la mano a la boca, con un poco de corte, y sonrió.
-¿Me estás diciendo que los niños... nos han preparado una cita picante? - sonrió. Y asentí. - Oli, cielo... casi... casi me alegro que haya sido cosa de los niños, porque cuando vi todo esto, y pensé que no te había comprado ni un mal recuerdo de Andorra, me sentí fatal... ¡Tenía tantas ganas de volver, que no pensé ni en comprar nada, no quería recordar éste viaje, sólo que pasase lo antes posible...!
Yo estaba aliviadísimo, menos mal que Irina no se molestaba porque yo no hubiese pensado en un detalle para ella, de modo que la abracé y sonreí.
-Irina, de Andorra me has traído lo más esencial: tú. - Mi mujer me miró extasiada y se abrazó a mí, acariciándome el pelo y bajando enseguida...
-¡No, la nuca no, la nuca... aah... noo... haaaah.... bueno, vale, sí....!
(¡Lee todos mis cuentos en mi blog! http://sexoyfantasiasmil.blogspot.com.es/ )
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