Mamá: cuentos inmorales.

Quiero contaros las historias sexuales que mi madre me dijo que había tenido durante su vida.

Mamá: cuentos inmorales.

Marta no era una mujer excesivamente bonita, no tenía un cuerpo de modelo, sus pechos no eran generosos para ser deseados por todos los hombres… pero era una mujer muy sensual, cualidad que la hacía ser deseada por muchos, a los que satisfacía cuando las circunstancias lo permitían. Así, muchos hombres, amigos y familiares, fueron parte de los afortunados que sintieron su insaciable lujuria. Marta, desde muy joven, era ninfómana.

Con quince años ya sentía los ardores que la excitación le producía en su joven vagina. Empezó tocándose inocentemente y tras varias semanas de tocamientos, su calenturienta mente le hizo buscar algo que hiciera de polla. Un pepino del frigorífico fue lo primero que la penetró. Y el día que su inerte amante la penetró la primera vez, fue el día que un hombre la penetró de verdad.

Aquel día se encontraba sola casa. Su madre había ido a visitar a su tía y su padre salió con los amigos a tomar unas copas. Marta aprovechó y cogió la verdura del frigorífico, desde el medio día en que lo vio, pensaba en darse placer con él. Ya lo tenía en la mano y todo su cuerpo temblaba pensando en qué sentiría al introducírselo. Marchó a su habitación, se quitó las bragas y se tumbó boca arriba. Se subió la falda y abrió las piernas.

No sabía bien que hacer con tan turgente vegetal. Lo pasaba por su sexo y sentía placer cuando rozaba su clítoris que se erguía buscando aquel roce. Sintió la necesidad de introducirlo dentro de ella y lo empujó un poco. Sintió un poco de dolor y lo hizo retroceder. Pero necesitaba tener su vagina llena, no sabía la razón de aquella necesidad, pero quería tenerlo dentro de ella.

Cerró los ojos, empujó y sintió como su interior era forzado a dilatarse, apenas habían entrado dos centímetros y ella se sentía llena y con una gran excitación. Abrió los ojos para ver como era penetrada por aquel vegetal. Quedó paralizada. En la puerta de la habitación estaba su padre que la observaba.

-          ¡Papá! – Cerró las piernas y bajó la falda para ocultarse de la vista de su padre.

-          Hija, debes tener cuidado. – Le hablaba su padre que se acercaba a ella, que sentía una mezcla de vergüenza y excitación. – Si haces esto, tienes que tener cuidado con no hacerte daño…

Juan, el padre de Marta, era un hombre corpulento, musculoso, todas las amigas de Marta le comentaban que tenía un padre muy guapo y con el que no les importaría perder la virginidad. Él se sentó junto a ella, pasó una mano entre las piernas de ella y sacó aquel pepino cuya punta estaba mojada con los flujos de su hija.

-          Esto te puede hacer daño en tu delicada vagina… Espera, te traeré unas cosas que te ayudarán.

Salió de la habitación. Marta quedó petrificada en la cama sin saber bien que hacer, no sabía si vestirse y huir de allí. Antes de que pudiera decidirse, cuando ya estaba sentada preparada para levantarse e irse, apareció su padre.

-          Mira hija. – Soltó en la cama unos preservativos, un bote de gel lubricante y el pepino. – Con esto disfrutarás y no te harás daño. Observa.

Juan cogió un preservativo y lo sacó de su funda. Marta lo observaba atentamente y su candor iba desapareciendo para dar paso a una gran excitación; su padre con un preservativo le parecía una imagen excitante. Él cogió el pepino y se lo puso encima de sus genitales para aguantarlo mientras desenrollaba el preservativo a todo lo largo. Marta sintió que de su vagina brotaba líquido, no podía contener sus flujos, estaba excitada con lo que su padre hacía.

-          ¡Ves, con esto así lo podrás meter sin que te habas daño! – Le ofreció el vegetal.

-          ¡Gracias papá! – Marta lo cogió y no sabía si él esperaba para que ella se masturbara. Dudaba, pero le excitaba la idea de hacerlo delante de su padre. - ¿Qué tengo que hacer ahora? – Le preguntó.

-          ¿Es la primera vez que lo haces?

-          ¡Sí!

-          ¿Quieres que te ayude? – Ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, con una cara tan sensual que su padre se sintió excitado. – Primero hay que ver si tu sexo está húmedo… Tócate para ver si estás mojada…

Marta levantó su falda y abrió las piernas. Su padre podía ver perfectamente aquella bonita raja de labios contenidos. Apenas tenía pelos, sólo unos cuantos encima de aquella adorable raja. La erección que presentaba Juan no pasó inadvertida para los jóvenes ojos de su hija.

-          ¿Te depilas? – Preguntó él.

-          ¡No! – Dijo ella pasando su mano por su sexo como si se peinara aquellos revueltos pelos. - ¡Siempre los he tenido así! ¿Te gusta? – Ella preguntó inocentemente, pero el color que tomó la cara de su padre mostraba la vergüenza que le había hecho sentir.

-          ¡Oh, tú eres muy bonita!

-          ¡Gracias! – Contestó ella y con dos dedos separó sus labios para exponer su interior. - ¿Estoy preparada ya?

A Juan aquella pregunta se le clavó en la mente. Allí delante tenía a su preciosa hija, medio desnuda, abierta de pierna y mostrándole su coño. Podía ver la suave piel de sus muslos, los morenos pelos que cubrían levemente aquel virginal sexo. El rosado interior atrajo su mirada. Ella quería saber si estaba preparada para ser penetrada por aquel improvisado consolador… Pero porque usar ese consolador, él tenía algo que la haría una mujer para siempre… “¿Estoy preparada?” Sonó otra vez la dulce voz de su hija.

-          Parece que no, pero tocándote es como mejor se sabe…

-          ¡Pero yo no sé papá! ¡¿Me enseñas?!

-          Hija yo… - Él se sentía más caliente que nunca en su vida. – No creo que eso sea apropiado.

-          Eres mi papá… ¿Quieres que me enseñe alguien que sólo quiera aprovecharse de mí? – Sus dedos se movían y agitaban los labios de aquel sexo que provocaba a su padre. La erección que Juan mantenía oculta bajo el pantalón era incontenible.

-          Bueno hija… - Dudaba, pero la excitación era demasiado fuerte para aguantar mucho tiempo. – Pero recuerda que esto no deberás decírselo a nadie, ni a tu mejor amiga.

-          No te preocupes papá, no se lo contaré a nadie.

Juan puso una mano en su muslo y la deslizó, deleitándose con aquella joven piel. Se miraron a los ojos, los dos sentían una gran lujuria. Él bajó la mano sin dejar de mirar sus ojos, en cierta manera no quería ver lo que iba a hacer. Sintió en sus dedos los bellos púbicos de su hija.

Ella se mordía el labio inferior mientras miraba a su padre que comenzaba a tocarla. Podía sentir como aquel paternal dedo empezaba a acariciar su clítoris, aquello casi la hizo correrse y un sensual gemido brotó de su boca. Sus manos subieron su camiseta hasta dejar sus pechos a la vista de su padre.

Aquellos oscuros y redondos pezones atrajeron su atención. Su dedo jugaba muy suavemente con el erecto bultito en que se había transformado el clítoris de su hija, mientras sentía ganas de mamar los erectos y endurecidos pezones que ella le ofrecía. Se inclinó y su lengua comenzó a lamerlos, los suspiros de placer de ella empezaron a llenar la habitación.

Marta no había sentido nunca tanto placer. Su padre lamía con suavidad sus pezones y sintió como el dedo entraba poco a poco en su húmeda vagina, la estaba masturbando. Aquel dedo la exploraba por dentro, tocaba lugares que ella nunca tocó y le produjeron descargas de placer que recorrieron todo su cuerpo. Marta vio como su padre dejaba de lamer sus pezones, miraba hacia su coño y sacaba su dedo. Lo lamió con ganas, con placer y sus íntimos líquidos parecieron volverlo loco.

Juan deseaba follarla, el sabor de sus flujos lo llevó a la locura, su polla clamaba por ser liberada de su prisión. Respiró hondo y se contuvo, no podía tener relaciones sexuales con su hija, lo que estaba haciendo ya estaba mal, pero penetrarla no podía ser de ninguna de las maneras. Tomó el pepino y lo embadurnó con el lubricante. Lo acercó a la preciosa raja de su hija y ella abrió las piernas. Con dos dedos separó los hermosos labios y acercó el consolador. Empujó levemente y la punta empezó a clavarse en su vagina.

Marta sintió un leve dolor en su coño al empezar su padre a penetrarla. Le daba pequeños empujones que hacían que su vagina se fuera dilatando y acogiendo el duro pepino. Le gustaba aquella sensación, pero ver el abultado pantalón de su padre hacía que deseara otra clase de pepino.

-          ¡Papá, me molesta un poco! – Le dijo ella para que parara. - ¡Sácalo! – Le pidió.

-          ¿Quieres que te toque un poco más?

-          Sí, pero podrías tocarme con… ¿tu lengua?

La petición de ella lo calentó más aún. Juan tiró aquella verdura al suelo y se colocó entre las piernas de su hija. Separó los labios y hundió su lengua en aquella rosada y húmeda cueva de placer. La saboreó y su hija le regaló más flujos. No podía parar de lamer y beberse toda la cantidad de líquidos que ella le regalaba. Las caderas de aquella chiquilla no paraban de moverse, en pocos instantes iba a estallar de placer.

Marta podía sentir la lengua de su padre que castigaba todo su coño. Se había masturbado muchas veces imaginando que le comían el coño, pero nunca supo que aquello podía dar tanto placer. Los orgasmos se sucedían uno tras otro. Intentaba controlar los gemidos, pero al tercer orgasmo dejó salir todo el placer que sentía por su boca y chilló y gruñó de forma que su padre supiera que estaba gozando con sus enseñanzas.

Juan tenía su lengua dentro del coño de su hija y se moría por meter su polla, pero no podía, no debía ni siquiera pensar en ello. Disfrutaría masturbándola y haciéndola gozar hasta que se corriera varias veces. Después, con el sabor de su hija en la boca, se haría una paja en el baño para descargar. Había sentido el gran orgasmo que había tenido su hija, pero quería seguir saboreándola, no apartaba su boca de su raja y ella se agitaba enloquecida.

-          ¡Clávamela papá! – Le gritó más como una orden que como una súplica. - ¡Clava tu polla en mi coño!

Aquellas palabras le nublaron la razón, ya no pensó. Como pudo liberó su polla y se colocó entre las piernas de su hija. Su polla era más larga que aquel pepino y más gruesa, sin duda le haría daño. Colocó su glande en la entrada de la vagina y sintió el enorme calor que brotaba de ella. Se miraron a los ojos un momento.

Marta podía ver la lujuria que su padre sentía. En su coño se apoyaba su polla, apenas la había podido ver, pero le pareció enorme, no sabía si aquello dolería. Colocó una mano en el culo de él y presionó para que la penetrara.

Juan se dejó caer sobre su hija, sin dejar de mirar su cara para saber si le hacía daño. Aquella vagina la tragó por completo, sin resistencia, sin forzar. Los ojos y la boca de su adorada hija se abrieron al sentirse llena. Sus ojos se pusieron en blanco cuando los huevos de él chocaron contra su culo, la había penetrado por completo y ella disfrutaba. Empezó a moverse y a follar a su hija.

Marta estaba en el cielo. Se sentía completamente llena, podía sentir el redondo y grueso glande de su padre que se deslizaba por ella, llenándola, vaciándola y volviendo a llenarla una y otra vez. Aquello era lo que llevaba tiempo buscando, ni masturbaciones, ni tonterías, siempre había querido ser follada por un hombre. ¡Y quién mejor que mi padre! Pensó mientras las penetraciones se aceleraban y le daban cada vez más placer.

Juan penetraba a su hija enloquecido, convertido en un animal en celo que no podía de para de cubrir a la hembra que se le había ofrecido. Entraba y salía en su hija y podía ver como su polla dilataba la virginal raja de su hija que no paraba de gemir y chillar, pidiéndole que le diera más. Sentía como su polla se introducía y aquel coño le producía un extraño placer que iba a hacer que se corriera. ¡Dios, no llevo preservativo! Pensó en el momento en que sus huevos lanzaban el semen para que fuera depositado dentro de su hija. Consiguió sacarla a tiempo y la dejó colocada sobre la raja de aquel coño. Suavemente se movió y ella podía ver el grueso glande, con aquel dilatado agujero que se disponía a darle su leche.

Un calambre de placer se apoderó de sus huevos y le arrancó un gruñido de placer. Marta vio como aquel glande lanzó un gran chorro de blanco líquido que llegó hasta su garganta, su mano lo acarició y lo llevó a su boca para saborearlo. Su padre se movía, frotando su endurecida polla contra su coño y seguía lanzando más semen. Ella lo recogía con su mano y se lo comía, al igual que él hizo antes con sus flujos, le gustaba el sabor de su padre.

Cuando casi todo el semen cayó sobre ella, Juan se tumbó a su lado en la cama, agotado por tanto placer. Marta se colocó de rodillas y agarró la gruesa polla. Él la miró, ella le sonreía mientras sentía en su mano los botes que daba aquel aparato, no lo pensó, abrió la boca y comenzó a comérsela entera, saboreando el semen que aún salía.

Juan se dejó hacer. Su hija mamaba y aquella polla no dejaba de estar dura. Ella seguía metiéndose en la boca todo lo que podía de su gruesa polla, cada vez aumentaba más el ritmo de las mamadas y Juan sintió que se iba a correr otra vez.

-          ¡Cariño, me voy a correr de nuevo! – Le dijo y ella siguió mamando sin echarle cuenta.

Otro calambre de placer en sus huevos hicieron que más semen saliera y cayeran en la caliente boca de Marta. Juan se convulsionaba cada vez que descargaba más semen en la inocente boca de su hija que no paraba de dar chupetones para que se lo diera todo.

Marta sacó la polla de su boca mientras su mano aún la acariciaba. Miró a su padre y entreabrió la boca para mostrarle todo el semen que allí había depositado. La cerró y un momento después la volvió a abrir para mostrarle que todo había sido tragado.

-          ¡Papá, me ha encantado como me has enseñado a masturbarme!

-          ¡Hija, esto es follar!

-          ¡Ya lo sé, pero entre un padre y una hija no se puede follar! ¡Tú me has enseñado a masturbarme con tu enorme polla!

Los dos se besaron y después se separaron sabiendo que aquello no había acabado, que se repetiría más días. Aquella fue la primera vez que Marta fue follada por un hombre, desde aquel día siempre quería follar con los hombres, con todos y en todas las situaciones que su coño se lo pidiera.