Malika de Torremolinos I

Unos de los primeros relatos eróticos que leí y que he recuperado. Sumisión y emputecimiento de una esposa marroquí por su marido.

Mi nombre es Malika, que significa "princesa" en árabe, tengo 36 años y soy marroquí. Llevo diez años casada con Alvaro, un completo semental de 45 años y tengo un hijo de él con año y medio de edad. Antes de relatar nuestra morbosa experiencia, mi marido quiere que me describa físicamente para que los machos que leen este relato puedan hacerse una idea de la hembra que él tiene. Tengo un tipazo espléndido que mantengo a base de machacarme en sesiones diarias de aeróbic ya que a Alvaro le gusta presumir de esposa estupenda allá donde vamos. Mi pelo es negro azabache y la piel de color canela muy oscuro, contrastando con las palmas de las manos y las plantas de los pies que tengo más blancas. Mis tetas son duras y bien proporcionadas, con unas aureolas negrísimas del tamaño de dos posavasos.

Tengo buen culo, bonitas piernas y un coño con tanto pelo que me llega hasta la barriga y me sube por la raja del culo. Conocí a mi marido en Casablanca y la primera vez que lo vi me gustó ya que era un macho muy atractivo, seguro de sí y con mucha cara. Yo trabajaba de secretaria en una empresa de importación/exportación y él era agente comercial por lo que hacía continuos viajes a Marruecos. El primer fin de semana que vino, estuvimos charlando animadamente ya que él hablaba muy bien el francés, y la segunda vez que apareció, quince días después, me invitó a salir. Me contó que estaba separado y que tenía un hijo llamado Alberto, que vivía con él. Creo que le gustó mi carácter sumiso y muy obediente ya que, al mes de conocernos, me propuso irme con él a España. Yo no me lo pensé, y al poco de llegar, nos casamos, instalándonos en Torremolinos, en un chalet adosado, donde residimos actualmente.

Casarme con Alvaro fue un cambio radical en mi vida. Mi marido me dijo que quería que su mujer fuese una guarra y comenzó a emputecerme de distintas maneras. Una de las primeras fue cambiando mi forma de vestir. Pese a ser marroquí, yo vestí a la europea, aunque siempre con un estilo muy sobrio y discreto, pero una mañana él tiró a la basura todos mis trajes, vestidos y pantalones y me llevó a unos grandes almacenes a renovar mi vestuario. Me compró toda clase de minis, shorts, mallas, blusas y tops, además de una amplia gama de zapatos de tacón, zuecos y botas haciendo que me probara todas las prendas para dar su aprobación. La primera vez que me sacó a la calle con una mini, creí morirme de vergüenza. En mi vida me había puesto falda corta pero Alvaro me decía que para una hembra con unas piernas como las mías, era obligado llevarla siempre. Día a día fue aumentando mi nivel de exhibición con minis cada vez más cortas hasta terminar acostumbrándome.

Una vez vencido mi pudor, Alvaro me obligó a ir sin bragas y me dejó claras las tres normas básicas que toda guarra debía cumplir. En primer lugar, no podía cruzar las piernas para que, al sentarme, cualquier macho pudiera verme el coño. Segundo, al caminar no podía sujetarme la mini o darme tironazos sin su permiso y tercero, solo me lavaría el coño cuando él me lo ordenase para que siempre me oliese bien fuerte a higo de guarra. Todo eso hizo que mi vergüenza se transformase en morbo y excitación manteniéndome en una tensión sexual continua. Alvaro me enseñó todo lo necesario para convertirme en una buena puta en la cama. Aprendí a poner un condón con la boca, a chuparla metiéndome el capullo hasta la garganta y a tragarme el semen. Él fue el primero que me reventó el culo y después me dejó metido en el ojete una especie de tapón, en forma de piruleta, durante un par de días para que se me abriese bien. Además me llevó a varios sex-shops, aficionándome a las películas porno y a usar consoladores de púas y bolas chicas para no parar de correrme en todo el día.

Desde que me casé, yo echaba de menos mi anterior trabajo en Marruecos, se lo comenté a Alvaro y no tardó mucho en conseguirme un empleo de secretaria en una agencia inmobiliaria. El jefe era Carlos, un amigo suyo que tiene ahora 41 años. Para la entrevista me presenté con una mini cortísima y sin bragas, por supuesto, como ya era mi costumbre. Al sentarme en el sillón de cuero, se me vio todo el coño negro. En el acto supe que el puesto era mío.

Hace un par de meses, fui al trabajo, como de costumbre, con un minivestido blanco que al sentarme, me dejaba todo el culo al aire. A primera hora llegó un abogado amigo del jefe y le hice pasar a su despacho. Sin darse cuenta, mi jefe se dejó el interfono abierto y pude oír como el abogado le decía:

  • ¡No veas como está la chica esa que tienes de secretaria... tiene un polvo...!

  • ¿Sabes quien es la muy puta? - le respondió mi jefe - ¡Es la mujer de Alvaro y es una guarra calientapollas increíble! Casi siempre viene con minis y nunca lleva bragas, fíjate cuando salgas y verás el higo negrísimo que tiene la muy cerda.

Escuchar aquellas porquerías que decían sobre mí, me hizo chorrear y cuando se lo conté todo a mi marido, me besó con lengua y me dijo sonriendo:

  • ¡Así me gusta, que sepan mis amigos lo guarra que es mi mujer... ya sabes que quiero que me lo cuentes todo y si intentan algo contigo, déjate sobar un poco hasta que se les ponga la polla tiesa para que te tengan más ganas... tienes que calentarles bien la polla, so puerca!

El 15 de junio pasado, cumplió los 18 Alberto, el hijo de mi marido, y Alvaro le tenía preparado un regalo muy especial. La tradición de la familia es que el padre lleve a su hijo, al alcanzar la mayoría de edad, a un puticlub para que se estrene. Sin embargo Alvaro pensó que qué mejor guarra para desvirgar a Alberto que su propia madrastra.

La verdad es que yo ya me había dado cuenta de las miradas de deseo que me echaba Alberto desde hacía mucho tiempo, pero nunca había intentado nada.

Al mediodía, después de llegar del instituto, Alvaro le preguntó a su hijo, delante de mí, si tenía los huevos hinchados y él le contestó, algo avergonzado, que sí. Alberto no tiene novia y no había follado nunca pero, según me contó mi marido, estaba harto de hacerse pajas y que varias amigas se la habían chupado alguna que otra vez. Alvaro entonces, le preguntó:

  • ¿Te gusta Malika, verdad? A ti te encantan las guarras igual que a mí, ¿a qué sí? ¡Seguro que te has echado cientos de pajotes pensando en ella, en el cuarto de baño o en la cama!

Alberto asintió tímidamente a cada pregunta y Alvaro le dijo, muy orgulloso:

  • Pues ahora te vas a estrenar con ella y quiero que te portes como un buen macho.

Para no despertar a mi hijo, que dormía en su cama en nuestra habitación, me fui a la de Alberto ya que yo armo una escandalera tremenda cuando empiezan a montarme fuerte y duro. Nos desnudamos los tres y pude ver el pedazo de verga que tenía Alberto. Medía 22cm, dos menos que la de su padre, pero era mucho más gorda y tenía unos cojones enormes y peludos, del tamaño de dos kiwis.

Mi marido me dijo que me iban a joder sin condón ya que tomo pastillas para evitar quedarme preñada otra vez.

Sentada en la cama, Alvaro me abrió de piernas y acercando su nariz a mi coño, le dijo a su hijo:

  • ¡Mira como le huele el coño, lleva cuatro días sin lavárselo, así es como le tiene que apestar el higo a una guarra!

Alberto se agachó y me lo olió sonriéndole a su padre. Alvaro me hizo tumbar boca arriba y le dijo a Alberto que mirase bien como me iba a follar para que aprendiese como tenía que hacerlo después. Se puso en los cojones seis pinzas dentadas que había comprado en un sex-shop, para que con el dolor que le producían, se le pusiera más dura. Se me echó encima y me la clavó hasta los cojones empezando a bombearme. Alberto estaba atento a lo que hacía su padre mientras se hacía una paja lentamente.

Mi marido aumentó el ritmo de los pollazos lo que hizo que yo berreara y chillara como una cerda al venirme la corrida hasta conseguir que se despertara mi hijo y comenzara a llorar. Cuando me corro expulso una gran cantidad de flujo blancuzco, muy cremoso y Alvaro le dijo a su hijo:

  • ¡Fíjate Alberto lo que suelta la puerca cuando se corre... anda, mete la boca aquí y cómete toda la crema que ha echado, está salada y es muy rica!

Alberto me comió el coño con ansia, dando varios chupetones y se tragó todo el flujo, incluido el que estaba pringando todos mis pelos. Cuando terminó, Alvaro siguió follándome duro y mis chillidos hacían que mi hijo no dejase de llorar. Me jodió a estilo perro más de media hora y terminó corriéndose dentro de mi coño. Luego me la sacó, limpiándosela con la sábana, y le dijo a su hijo:

  • ¡Venga, Alberto, ahora te toca a ti, quiero que te portes como un machote!

Alvaro me hizo poner de nuevo boca arriba y se colocó detrás de mí, sujetándome las piernas por los tobillos para facilitar la monta de su hijo. Alberto me la clavó hasta el fondo pero no pegó ni cinco pollazos cuando se corrió, como un colegial. Alvaro le animó diciéndole:

  • ¡Vamos, Alberto, no te preocupes, no pasa nada, ibas muy cargado y te has vaciado a la primera, pero tranquilo, verás como aguantas ahora como un cabrón y haces que se corra, la muy puta!

Se la pajeé con fuerza, estrujándole los huevos con la mano izquierda para que se le pusiera dura de nuevo. Cuando la tuvo a punto, me la metió hasta los cojones y comenzó a bombearme otra vez. Estaba menos tenso y comenzó a coger ritmo. A cada pollazo rezumaba el semen del padre y el del hijo que me llenaba el coño, escurriéndose por la raja de mi culo y pringando toda la sábana. Poco a poco el chico se fue encabritando con los jaleos de Alvaro, que le decía:

  • ¡Vamos, Alberto, pégale duro hasta los cojones, más fuerte, más fuerte... rápido, rápido que ya está soltando flujo... venga, campeón, que se está corriendo, así, como un macho...!

Me vino una buena corrida y le bañé todo el pollón de hora bombeando sin parar y, resoplando como un toro, se vació por segunda vez dentro de mi coño. Alvaro felicitó a su hijo por lo bien que se había portado y me dijo:

  • No quiero que te laves hasta mañana. Esta noche la vas a pasar con todo este pastelón en el coño para que sepas que, a partir de hoy, ya hay otro macho semental en la casa. Estarás dispuesta siempre que Alberto quiera descargar los cojones de cuajada.

Al levantarme, noté como me chorreaba el semen por los muslos cayendo, incluso, varios goterones al suelo. Aquella noche Alvaro dejó que su hijo durmiese conmigo, en la cama de matrimonio. Lo cierto es que no dormimos nada ya que Alberto se pasó toda la noche pegado a mi espalda, besuqueándome y hurgándome el coño con los dedos. Me metía el índice y el corazón en forma de cucharilla y me sacaba la cuajada que tenía dentro de los tres polvos que me habían echado. Después me los metía en la boca para que me lo tragase todo.

A eso de las cinco de la madrugada, noté como me destapaban. Alberto me tumbó boca arriba, me dijo que tenía el pollón babeando y que me iba a montar de nuevo. Puso mis piernas en sus hombros y me penetró hasta que los cojones le hicieron tope. Yo, nada más sentir la estaca dentro, comencé a berrear como si me matasen y mis berridos no tardaron en alertar a mi marido que gritó:

  • ¡Vaya escandalera que tenéis formada tú y mi hijo, so guarra! ¿Estás disfrutando, verdad cerda? ¡Aguanta Alberto y dale ahora por el culo, lo tiene más estrecho y verás como te gusta!

Alvaro me sujetó las piernas y me escupió en el ojete para que su hijo me la metiese con facilidad. Una vez que me la metió en el culo hasta que los cojones golpearon mis nalgas, le dijo:

  • ¡Vamos, hijo, ahora bombéala rápido, fuerte y sin parar hasta que te corras!

Alberto comenzó a pegarme unos bombazos increíbles que hicieron que me corriera a lo bestia. A ese ritmo no pudo aguantar más que un par de minutos y se vació dentro de mi culo. Al sacarla, se me quedó el ojete abierto y manando una buena cantidad de semen. Desde entonces, los días que puedo, voy a recoger a Alberto con el coche a la salida del instituto. Varias veces me ha comentado lo que les gusta a sus amigos verme con minis y las guarradas que hablan sobre mí. Nada más salir del recinto, se saca el pollón por la bragueta y se la voy pajeando mientras conduzco. A estas horas de la tarde tiene siempre los cojones llenos de semen, por eso me dirijo a un pinar cercano donde suelen ir las parejas a darse el lote. Saco el coche del camino, llevándolo a un lugar apartado de miradas y le hago una paja rápida. Se la machaco con mucha fuerza a la vez que le froto el capullo con el dedo pulgar. De lo rápido que muevo la mano, me duele el brazo pero con esta clase de paja no aguanta ni dos minutos. Cuando noto que va a reventar, pongo la boca y me trago todo lo que sale, sin desperdiciar ni una gota. Hace una semana, mi marido me ha ofrecido a dos amigos suyos y estoy segura que pronto su hijo hará lo mismo con alguno de sus compañeros de instituto. Pero esto ya lo contaré en otra ocasión, con el permiso de mi marido.