Malena.

Al arribar mis ojos con sus prominentes nalgas, un incendio voraz se apoderó de mi vientre y mi vagina se humedeció, en ese instante, ella pareció detectar el estruendo de mí mirada, y contrajo sus glúteos como si una fuerza invisible los hubiesen tocado electrizantes y volteó instintivamente a ver a la concurrencia detrás. Sus refulgentes pestañas batieron la atmósfera angelicalmente, y su pequeña boca pulposa teñida en rojo pasión estaba entreabierta como enviando un beso al aire.

MALENA

Cubre la maleza el fuego eterno…

Salta la belleza y el amor completo.

No se ocupa nada para amar,

Solo darnos sin importar.

Azótame, poséeme, arráncame la vida

Condúceme a la dulce acometida

Hazme tuya hasta la demencia atroz

Hasta evaporarme y permanecer dormida.

En el salón de baile, nos encontrábamos en el guardarropa, el vapor humano emanaba de una de las partes en donde los danzantes se agitaban al ritmo estrepitoso de la música. La larga cola de mujeres y hombres con abrigos y bolsos para depositar en custodia parecía interminable. Yo iba maquillada ex profeso con la sonrisa dibujada al rojo de mis sensuales labios, y mis piernas hermosas descubiertas con una exigua minifalda.

En un intento de distraer mi ansiedad de espera, recorrí visualmente a las personas que se encontraban de pie. Súbitamente, cuatro personas adelante de mí, descubrí a una hermosa mujer de cabello ondulado y abundante. Su cuello nacarado, contrastaba con el mío mezcla café con leche. Solo notaba tres cuartos de su bello perfil. No pude evitar recorrer su espalda descubierta del fabuloso vestido de terciopelo negro.

Al arribar mis ojos con sus prominentes nalgas, un incendio voraz se apoderó de mi vientre, en ese instante, ella pareció detectar el estruendo de mí mirada, y contrajo sus glúteos como si una fuerza invisible los hubiesen tocado electrizantes  y volteó instintivamente a ver a la concurrencia detrás de ella. Sus refulgentes pestañas batieron la atmósfera angelicalmente, y su pequeña boca pulposa teñida en rojo pasión estaba entreabierta como enviando un beso al aire.

Sus ojazos quedaron engarzados a los míos, y me decidí a no permitir que mi presa huyera de mi intensa y fascínate mirada de cobra reina, ella era un conejillo, manjar divino de los dioses de los ofidios.

Mis pupilas esmeraldas permanecieron fijas en ella, ambas competíamos en belleza. Ella era cautiva mía, pero yo también de ella. Nunca antes me había sentido magnetizada hacia otra mujer como ahora.

Nada nos sustrajo de nuestro poderoso encadenamiento visual, mientras los hombres curiosos y atraídos por nosotros realizaban la danza de la seducción en torno; siempre los mismos sistemas, nada nuevo ni diferente.

Abruptamente me decidí, y me abrí paso entre los hombres y mujeres hasta llegar hasta ella, algunos protestaron debido a que usurpé sus sitios en la fila. Una vez cerca, con mi rostro a escasos centímetros no retiré mi vista de ella, y mediante un “hola”, mi mano tocó levemente la suya, y conectamos nuestros dedos enroscándolos y transmitiendo mil cosas.

Mi boca salitrosa por la sequedad emocional, y mi aliento fragante se mezclaba con el suyo, difícilmente resistí besarla, pero contuve mi deseo y mis sollozos pugnaban por brotar, dolorida mi alma por el ayuno forzado. Ella me observaba silenciosa y pestañeaba transmitiéndome su deseo y su temor en un vórtice pasional irreverente, como olas que golpean los riscos reventando por los aires.

Años antes, tuve marejadas tormentosas de bisexualidad, sentimientos encontrados y reprimidos, ahora sentía el embate del amor a primera vista, desgarraba mis adentros la cornamenta embravecida de mi pasión encarnada en aquella bella mujer.

Tomadas de la mano continuamos avanzando en la fila hasta entregar nuestros abrigos y bolsos, y sin mediar palabra nos transportamos entre la maleza humana y unos rostros difuminados movían sus fauces pero no los escuchábamos. La música se extravió a nuestros oídos, y en la oscuridad de un rincón, nuestros labios se entrelazaron. Yo deseaba hacerlo con delicadeza, debido a su porte de inocencia angelical que imponía, pero la bestial acometida de su lengua, hurgó como voraz reptil hasta mi garganta, sofocando la palabra “te amo”.

Con su otra mano subió la minúscula tela de mi falda, y se posesionó de mi monte de Venus, frotándolo con el dorso de su mano, sus nudillos de rosario recorrían como canicas mi pubis. Un leve quejido sofocado por el estruendo musical acarició su oído. Ella reaccionó oprimiendo mi boca entre su pulgar y sus cuatro dedos silenciándome, pero a la vez dando besos, y diciéndome quedo y en tono de reproche: “esto deseabas ¿verdad?” y yo sollozando moví mi cabeza afirmativamente y con sus dos manos comprimió mis nalgas cubiertas con mis sedosas bragas, salpicando mi cuello de besos hasta hacerme estremecer a la locura.

Mis manos se contuvieron por su fragoroso embate, nunca atiné que hacer, la cazadora quedó atrapada por lo presa. Ella me arrastró a otro lugar del salón, y sofocada de excitación, jadeando cual animal, me susurró: “Ahora verás, aprendiz de puta, lo que será una sesión del mas puro e intenso lesbianismo; luego te entregaré a las fauces hambrientas de esos depredadores masculinos para que te penetren salvajemente con sus penes erectos, nunca mas querrás de nuevo jugar a la conquistadora”

Apenas perceptible y mientras era arrastrada, le dije: “pero yo te amo…he quedado prendada de ti, por favor…no me lastimes, no me entregues a los hombres, estoy harta de ellos y de su forma egoísta de amar”

No respondió, para ese entonces, me percaté que caminaba a pasitos presurosos halada de la mano por ella, con la falda arremangada y mis preciosas nalgas al aire. Los hombres tragaban saliva a nuestro paso. Con la mano libre, coloqué avergonzada en su sitio la prenda, y trastabillante  me dejé conducir a quien sabe donde…

En la parte trasera del auto, ella mordisqueaba con sus hermosos dientecillos mi pubis, alternando con lamidas en mi clítoris. El auto aparcado, y otra mujer al volante observaba la escena excitada, esperando su turno para montarme, ellas eran cuatro, pero sus rostros se encontraban difuminados en mi mente irreflexiva destilando placer, exclamando ayes de placer y gritos estridentes.

El auto se encontraba en el cuarto nivel del enorme estacionamiento, y cuando fui subida al trote, por la bella mujer de la cual ahora era yo cautiva, me empujaba de mis nalgas, dejándolas a la vista pero cubiertas por mis tenues pantaletas, de todos los que nos seguían lujuriosos, de vez en vez fuertes nalgadas tronaban el espacio, y yo daba brinquitos y grititos de doncella mancillada.

Únicamente Malena (que así se llamaba la hermosa mujer), me poseyó en el aparcadero, provocándome intensos destellos epileptiformes de placer. Ella alzó su hermosa voz, ordenando casi enérgica a todos: ¡Al hotel! Mi sistema nervioso confuso se encontraba descansando en la parte trasera del auto, sobre uno de los hermosos pechos de ella, empapándola de sudor y lágrimas, descorriendo tintes de negro maquillaje de pestañas, le musité balbuceando: “Te amo”…

Su blusa se encontraba desabotonada, su hermoso sostén de encaje blanco dejaba asomar un glotón cerezo oscuro que invitaba a ser mordisqueado, pero solo podía mirarlo, no logré besarlo, ni siquiera rozarlo con mis labios partidos de tanto ser besados, succionados, y deshidratados.

Yo iba desnuda, solo cubierta con una prenda que no sabía bien a bien si acaso era mía, o de otra persona. Después de la orden de Malena de marchar al hotel, me pareció escuchar la voz de hombres y mujeres, y varias portezuelas de auto azotándose y puesta de motores en marcha en evidente indicación que nos seguirían a donde quiera que fuera.

En la parte de atrás del auto, viajaba otra mujer a quien yo me había pegado con mis redondos glúteos por necesidad de cupo y quien ahora me manoseaba, o quizá desde antes, no lo se. Sus dedos intentaban penetrar ambiciosos la gruta media de mis nalgas, y la que conducía intentaba apreciar la escena a través del retrovisor, y su compañera atisbaba entre los asientos.

Al arribo al hotel, Malena ordenó a unos hombres que me llevaran en brazos a la habitación y me depositaran en la cama. Durante el trayecto, sentí manos en mis senos, nalgas y piernas mas iba desconectada de esta dimensión. La habitación era muy amplia, se trataba de un hotel con garaje, de tal manera que nadie mas me vio desnuda al bajar del automóvil.

Al llegar Malena tras breves instantes, la observé desnuda, de pie, con una finísima pantaleta transparente que permitía entrever un montecillo de Venus carnoso y afeitado. Su caballera alborotada, ondulada y con algunos mechones sobre su rostro, le semejaban a una fiera leonina al acecho de su presa.

Ella se abalanzó depredadora sobre mi cuello, lo besó y me provocó llanto al mordisqueármelo, mientras me decía al oído: “Te voy a provocar que te arrastres y supliques, por andar hurgando en donde no te llaman, tendrás pasión hasta reventar, y tu vulva se convertirá en una masa amorfa… ” Cuatro hombres de pie me observaban, y cuatro mujeres también. Ellos se mojaban los labios con sus penes erectos en sus manos masturbándose, esperando el permiso de la dueña de mi ser para caer sobre de mi.

Malena me nalgueó y para entones mi cuello estaba cubierto de chupetes. Yo gritaba y le suplicaba a ella por más y más…y la escuchaba decirme: “¿esto te agrada verdad putita?” y yo movía mi cabeza afirmativamente, y le besaba por donde ella me dejaba. Ella brinco dentro de mí con aquel enorme dildoo sujeto a su breve cintura. Intensos gritos me fueron arrancados, cuando al fin Malena se retiró sudorosa, les permitió a las otras mujeres que fueran sobre de mi.

Una de ella, tenía una cantidad increíble de ensortijada selva de pelos, y separándolos se sentó en mi rostro para que yo lamiera su clítoris tan largo como un dedito de bebé. Mis piernas eran sujetas y abiertas, penetradas por lenguas, dedos y aparatos al por mayor.

Mi culo se encontraba dilatado, penetrado en varias ocasiones, mientras los hombres suplicaban permiso para entrar a poseerme. Así transcurrieron varias horas, y mi amor se acerco, y me preguntó: ¿Quieres a los hombres?...y yo respondí: “A nadie mas…solo a ti, por favor amor mío, ya no me atormentes”. Yo me refería al tormento de la falta de ella, no de la paliza que me propinaron sus amigas, de eso no había ninguna queja. Sus lenguas eran lombrices que se zambullían en el fango humedecido de mi piel.

Malena despidió a todos, hombres y mujeres, principalmente ellos protestaron, pero abandonaron el cuarto, el silencio nos arropó, y yo temblando como un animalillo herido, cubierta de sudor, lágrimas y vapores humanos, me acurruqué en sus brazos.

Lentamente deglutí su clítoris, mi lengua penetró su vagina, su hermoso culo y me monté con mis doloridas caderas sobre mi amante, frote mi vulva atormentada con la de ella, y tuvimos orgasmos a chorros. No lo pude evitar, y me oriné encima, eso la excito mucho.

Trastabillando marchamos a bañarnos, y los besos y caricias continuaron dentro del agua, menos intensos pero si llenos de pasión.

Una vez en cama, abrazada a ella, le supliqué que nunca tuviéramos que abandonar aquella habitación, permanecer y morir ahí, yo ya no ocupaba nada en la vida.

Nos siguieron días y noches intensos, comíamos y bebíamos lo que nos llevaban los empelados del hotel. Nunca supe en donde nos encontrábamos ni me interesó. El televisor únicamente era un mueble mas en la habitación, solo existíamos Malena y yo, fusionadas elevándonos en una sola carne, y una sola alma.

Posteriormente, Malena me entregó a muchas otras mujeres, y cuando esa etapa llegaba, ella se cubría con un manto brutal, y le encantaba escucharme suplicarle que no me llevara a nadie, pero era arrastrada por aquellas. Hubo ocasiones que Malena me azotaba las nalgas con látigos de látex y me amarraba a la cama, mientras yo lloraba, era su presa…los orgasmos que tenía con las otras eran violentos, pero yo solo la amaba a ella. Después de semanas, invariablemente era entregada a otras, ante la solaz mirada de Malena, aunque ella y solo ella me azotaba sin permitir que nadie más me hiciera daño.

Otra vez me poseyó brutalmente en el baño del salón de baile, ante la mirada y participación de las mujeres que se encontraban en ese instante. Me elevó y me sentó en el lavabo, y separó las piernas, invitando a las otras a que me penetraran con sus dedos, incluso alguna vez, Malena introdujo su mano entera ante la algarabía de quienes nos observaban, y yo gritaba suplicando de dolor y a la vez sobreexcitada que me diera si detenerse.

Posterior a aquellas sesiones de intenso estallido sexual, me bañaba tiernamente en casa, y limpiaba mis lágrimas y mis mocos. Me besaba y consolaba, mientras yo le preguntaba ¿Por qué?...entonces ella lloraba, y me repetía una y otra vez, que me amaba, hasta que aparecía de nuevo el deseo de verme revolcada por otras. Todo ello aderezado entre el dulce vaivén del amor y la lujuria.