Malditos ojos

De como una mujer me atrapó con su mirada convirtiéndome en su esclavo. Fui presa de sus ojos desde que mi mirada se cruzó con la suya. Carlota es una mujer espectacular, metro setenta de mujer...

Fui presa de sus ojos desde que mi mirada se cruzó con la suya. Carlota es una mujer espectacular, metro setenta de mujer que se aumentaba con los impecables zapatos de fino tacón que siempre la acompañaban, cadera ancha, culo redondito y respingón a juego con unos pechos pequeños como manzanas realzado por un indisimulado escote que dejaba ver un lunar con forma de pepita en su pecho izquierdo casi al borde de la copa del sujetador, sin llegar a enseñar este.

Porque Carlota era no era choni enseñando carne, era una mujer de bandera, elegancia feminidad, pura presencia. Era lo más parecido a Monica Belucci  que me he cruzado nunca, sin sus curvas tan marcadas, pero inundaba con su presencia allí donde entraba; sí comparte con la Belucci su cabello negro ondulado en melena, labios gruesos, pómulos marcados y ojos castaños que te traspasan con una mirada que harían temblar a cualquier hombre, tú eres la presa y ella la cazadora y a mí me atrapó.

Yo acababa de salir del gimnasio, pelo mojado y desordenado que caía sobre mis ojos teniendo que apartar el pelo de mis ojos constantemente mientras leía el periódico acompañado de un café. Abstraído en mi lectura no caí en cuenta de que entraba a pesar de que todo el público masculino irguió su cabeza para mirarla entrar, las féminas torciendo el gesto de envidia ante una diosa con la que no podían competir.

Tal vez fue por eso mismo, que me mantuve imperturbable a mi lectura por lo que se fijó en mí, las mujeres y su maldito ego, no soportaba que alguien se resistiese a sus encantos y mezcla de curiosidad y ánimo de revancha decidió lanzarse a mi caza. Escogió la mesa contigua a la mía para sentarse, rozándose con mi brazo para llamar mi atención.

Ni levanté la mirada del papel impreso, me limité a apartarme dejando más espacio para que pudiese pasar, podía sentir su dolido ego retorciéndose pero ella jamás lo trasluciría en su fría máscara. Se quedó sentada de medio lado con la mirada fija en mí, hasta que en un momento dado al girar el cuello para volver a recolocarme el flequillo mojado cuando crucé la mirada con ella.

Nuestros quedaron posados en los del otro por unos interminables segundos, sonrió apretando los labios satisfecha la presa acababa de morder el anzuelo, me preguntó si había acabado con el periódico, tardé en contestar unos segundos hasta que mi cerebro salió de su embrujo y procesó la información de la pregunta; le contesté que sí y se lo acerqué extendiendo el brazo.

Invertimos los papeles, ahora era ella yo quien la observaba mientras ella ojeaba el periódico, vestía de pantalón ajustado marcando la perfección de sus piernas enfundadas en botas de media caña negras con tacón de diez centímetros; blusa ligeramente abierta pero con coqueta galantería dejando ver el lunar con forma de pepita de su pecho. Se atusó el pelo detrás de la oreja con un gesto delicado de infinita elegancia, fue en ese justo momento donde dejé de ser yo para pertenecerle para siempre.

Seguía absorto mirándola con adoración como un perrillo abandonado, ella lo sabía y aún acentuó más la pérfida sonrisa de saberse finalmente ganadora. Según tenía el cuerpo girado de medio lado hacia mí, cruzó las piernas provocando que le subiera un poco más la falda y que se le cayese la chaqueta de la silla.

Salté como un resorte arrodillándome para recogerla lo que coincidió con su igual movimiento de girarse hacia la caída chaqueta. Allí estaba yo arrodillado a sus pies, con su chaqueta en las manos, me miró desde lo alto y con un movimiento nada inocente descruzó las piernas, mi pulso se aceleró al mirar hacia arriba recorriendo sus pantalones hasta sus ingles, tan cerca estaba de sus botas que tuve que agarrar la de la pierna que tenía sobra la otra para que no me diese en la cara. Carlota empujó su pierna contra mí con fuerza para que no soltase su bota, y con la más meliflua de las voces soltó.

-Te ves muy bien ahí abajo arrodillado ante mí-

-Creo que aún es pronto para que te pida matrimonio, empezaré por preguntarte tu nombre- mi respuesta a su desafío, hizo que tuviese que subir la apuesta y a fe que lo hizo.

-Mi nombre es fácil, Carlota. Pero si quisieras mi número, no te bastará con arrodillarte como un perrito-

-Yo soy Jorge y no te he pedido tu teléfono- hice el ademán de levantarme pero ella seguía empujando la pierna contra mí, obligándome a permanecer a sus pies… lo cual me encantaba.

-Así que tenemos un chico duro… eso me gusta, sois los más divertidos de domar-

No supe que responder, estaba subyugado por sus encantos, simplemente sonreí. Me tenía.

-Bien chico duro, te daré mi número si besas mis botas-

En ese momento me pareció un juego divertido y besé la bota de cuero que tenía agarrada entre mis manos, apenas me supuso bajar la cabeza y las botas se veían limpias. Carlota se agachó hacía mí, su pelo se desprendió de sus hombros para rozarme la cara y embriagarme con un sutil toque a jazmín en una caricia mágica; recogió la chaqueta que sostenía junto a su bota y deslizó un susurro que sólo en toda la cafetería podría oír.

-Gracias perro, pero te he dicho laaas botas- y se volvió a estirar sobre la silla.

La miré perplejo, su rostro lucía sereno, ni seria ni divertida; ella tenía el control y mi reacción ante aquella orden decidiría el curso de nuestra relación. Podía sentir las miradas de toda la cafetería fijas en nosotros, ella era una diosa de mujer y yo un pobre idiota que llevaba ya un rato a sus pies sujetando una de sus botas; así que hice lo único que podía hacer. Solté su bota, la miré desafiante, apoyando las palmas de las manos en el suelo quedé a cuatro patas y bajé la cabeza hasta la otra bota apoyada en el suelo y la besé.

-Bien cachorrito, esto ha sido sólo el primer paso-

Sacó un bolígrafo de su bolso, se levantó y agarrándome del brazo me hizo levantar, estábamos los dos de pie podía sentir su respiración y su pecho rozar levemente contra el mío, quedaba su frente unos centímetros más baja que la mía, agarró la palma de mi mano y escribió su número en ella. Una vez que lo hubo escrito, se pegó contra mi cuerpo y llevando los labios hasta mi oreja me volvió a susurrar.

-Me gustan los perros obedientes, si se te ocurre llamarme que no se te olvide como debes saludarme cuando quedemos-

Giró la cabeza hacía al resto de cafetería que asistía atónita al espectáculo que acabábamos de protagonizar, los miró como dueña de la situación que era y sin dejar de mirar hacia nuestro público se aproximó a mi rostro y posó sus labios sobre los míos, fue un beso de apenas un instante pero que bastó para matar de envidia a todos los allí presentes.

  • Ser obediente tiene sus recompensas, cachorrito. Mañana por la tarde necesitaré ayuda con unas cajas de mudanza-

Recogió sus cosas y salió de la cafetería, dejando atrás todo lo que acababa de pasar con la mayor de las naturalidades, pero para mí me había dejado al borde de un abismo de sensaciones, desconcertado, anonadado, hasta indignidado pero por encima de toda la confusa mezcla, se alzaba la excitación y con ella mi polla en los pantalones apuntando en la dirección que acaba de irse.

Tardé en reaccionar pero salí en pos suya, tenía que alcanzarla y decirle que qué coño se creía, sólo había sido un juego, algo divertido pero que yo no era ningún pe-rri-to. Pude localizarla con la vista y aceleré el paso antes de que se disolviera entre la gente y las calles como un sueño que es lo que me parecía que acababa de vivir. No fue difícil llegar hasta su altura pues ella caminaba con su felino y decidido caminar, firme pero sin prisa; pero una vez a su espalda no sé por qué pero no me atreví a llamarla por su nombre, me sentía intimidado como un niño pequeño que molesta a un adulto y como el niño que necesita llamar la atención hice lo primero que se me vino a la cabeza presa del nerviosismo y la rabia que me daba perder el control, la agarré por el brazo y exclamé que parase.

Ella se detuvo imperturbable y se giró con gesto fruncido cual madre que va a regañar a un niño pequeño, se deshizo de mi agarre, marcó distancia, tomó aire y muy seria dijo.

-Vamos a ver Jorge- Era la primera vez que le escuché decir mi nombre y eso aún me paralizó más –que sea la última vez que me agarras- Y a cada palabra me fue acorralando contra la pared del edificio. Volvió a tomar aire, el ceño fruncido apretando los labios que marcaba aún más los pómulos de aquella preciosa cara, las pupilas se le dilataban desapareciendo el castaño de sus ojos haciendo su mirada más negra e intimidante.

–Es más que sea la última vez tan siquiera de que te dirijas a mí sin que yo te hable primero o te dé permiso para hablar- Mi espalda topó con la pared y ella seguía acercándose hacía mí.

-Oye Carlota, esto no es lo que parece, las cosas no así… lo de la cafetería… pues bueno… no… no, no es así-

-¿Qué es lo que no es así? ¿Que no eres un perro salido? ¿Que no te no has arrodillado a besar mis botas?... ¿Cuál de todas esas cosas no es cierta?-

Antes de que pudiese contestar, tampoco hubiese podido contestar; dio otro paso pegando su cuerpo al mío y me agarró la polla que seguía empalmada, me la acarició por el pantalón haciendo que me empalmase del todo,  hizo un gesto de acariciarla de arriba abajo varias veces sin quitar la mirada de mi cara. Sin previo aviso me agarró la base y cogiendo las pelotas las apretó con fuerza.

-Quiero todo esto para mí, de aquí a mañana tienes prohibido masturbarte, quiero tus pelotas bien llenas de leche- según lo decía se pasó la lengua humedeciéndose los labios muy despacio. Se mordió el labio inferior tensó la mandíbula y apretó la fuerza de su tenaza en mis pelotas.

-Que sea la última vez que me importunas perro, que te quede claro- Me soltó, se giró y con la misma tranquilidad con la que salió de la cafetería volvió a irse.

Seguía con la espalda pegada a la pared y con la polla tiesa aun cuando Carlota desapareció de mi vista, no daba crédito a que semejante mujer existiese. Me fui a mi casa, estaba excitado y cachondo como un mono celo, pero no quería masturbarme quería cumplir sus órdenes, pero no dejaba de imaginármela desnuda con las botas puestas como única vestimenta y como me ponía a cuatro patas a besar aquellas botas.

Maldita sea, nunca había sido de esos rollos fetichistas y la jodida Carlota estaba para hacerle un traje de saliva, imaginar cómo serían sus pezones, morder aquellas manzanitas desde el lunar de su pecho izquierdo y bajar por el escote hasta morderle los pezones… todo eso estaba muy bien pero no dejaba de imaginarme otra vez a los pies de aquellas botas, aquel pensamiento me excitaba y me tenía comida la cabeza. Me pasé una mañana terrible, desde que me desperté empalmado, me agarré la polla y le di un par de sacudidas a media paja pero no quería terminar, no podía correrme, pensé para mis adentros que la muy puta le debe gustar tragar lefa, pues vas a tener semen calentito y abundante hasta que te no te quepa en la boca.

La mañana fue un desastre laboralmente hablando, toda la mañana empalmado sin sangre en el cerebro, y la poca que me llegaba eran para alimentar mis recuerdos de aquellas botas negras de cuero y a qué hora sería prudente llamarla. No quería parecer ansioso, ensayaba la conversación en mi cabeza, soy un buen vecino que va ayudar a una delicada y jodidamente cachonda hembra a mover unas cajas.

Al final acabé por llamarla al mediodía, según me disponía a comer traté de darme un aire indiferente y despreocupado como si de verdad me diese pereza ir a ayudar al coñazo de una mudanza.

-Hola Carlota, soy Jorge, el chico de la cafetería al que escribiste tu número en la mano-

-Hola cachorrito, te quiero en mi casa a las cinco, no me gusta esperar y… te quiero depiladito, no quiero ver un solo pelo por tu cuerpo- dijo su dirección y sin más colgó.

¡¡Mierda!! No lo había pensado, no es que yo fuese muy peludo, pero con tanta fantasía no se me ocurrió repasarme los bajos, ni terminé de comer dejé todo tal cual estaba y salí disparado para casa a rasurarme.

Casi me rajo media polla con las ansias, la tenía como una barra de acero, desde el día anterior sin masturbarme y pensando en todas las guarradas que tenía pensado hacerle a aquella zorra, se iba a acordar de quien era yo. Salí de casa media hora antes de lo convenido, su dirección no era lejos pero estaba ansioso y a menos veinte estaba abajo en su portal. Me puse a dar vueltas de un lado para otro, aproveché para colarme en el portal y esperar dentro, pero una vez dentro pensé en si aparecería ella y me haría parecer lo que en realidad era, un ansioso, así que volví a salir a la calle, me cambié de acera y pasear de un lado a otro vigilando alternativamente el reloj y el portal.

Cuando faltaban dos minutos me situé en el portal mirando el segundero, esperando a que fuesen las 17 exactas para llamar al telefonillo, cuando oí el sonido metálico de haber descolgado el auricular, dije mi nombre y sin contestación alguna sonó el chasquido de la cerradura que se había abierto. Entré de nuevo en el portal, esta vez, antes de subir curioseé el buzón para ver su nombre completo pero la chapa identificadora ponía sólo el anónimo piso y letra.

Al llegar frente a la puerta, mi pulso estaba acelerado como si hubiese subido los cinco pisos a la carrera por las escaleras en vez de por el ascensor, traté de respirar hondo y adoptar una postura desenfadada, relajar la pose marcial que tenía ante la perspectiva de volver a ver a mi Monica Belucci particular.

Pulsé el timbre, tras unos eternos veinte segundos abrió la puerta, allí estaba con el pelo recogido en un desordenado moño, coleta de caballo que le caía a capas por la espalda, una camisa de caballero que le tapaba un poco más debajo de la cintura y debajo… lo siguiente eran sus muslos desnudos, las rodillas y la siguiente prenda que alcanzaba a ver era el bordado del inicio de las medias a medio muslo, acabando en unos botines bajos negros y tacón de algo menos de diez centímetros.

-Pasa, cierra la puerta y ya sabes lo que tienes que hacer perro-

Con aquellas palabras, desmontó toda mi falsa apariencia de serenidad, en realidad lo estaba deseando, cerré la puerta a mi espalda y me puse a cuatro patas, gateé hasta su posición y besé cada una de los botines.

-Bien cachorrito, estás siendo un perrito bueno y tu ama te dará un premio si te sigues portando bien. No te levantes y sígueme-

La seguí a cuatro patas como el perro que era, levantando la vista pude ver por debajo del final de la camisa que tapaba a penas el delicioso culito, llevaba unas braguitas de rejilla como las medias de dejaban a la vista la totalidad del redondito y bamboleante culo, era hipnótico el sube baja alterno de las nalgas a cada paso, estaba extasiado, la polla ya no cabía en los pantalones, mojando los calzoncillos de líquido preseminal, los huevos a punto de explotar. Llegamos al salón, se detuvo en el centro de la estancia al lado de una mesa, avergonzado de estar mirándole el culo, bajé la vista al suelo.

-¿Has sido bueno y me traes los huevos llenos de leche perrito?-

-Sí, sí, tal y como me pediste Carlota- dije levantando la cabeza, sentándome sobre las piernas.

-Shhh nada de Carlota, tú eres un perro y yo soy tu ama.-

Extendió el brazo y cogió un collar de encima de la mesa. Me rodeó por la espalda y se agachó para agarrarme las manos llevándolas a mi espalda, me colocó gruesas muñequeras de cuero en las muñecas, no podía verlas a mi espalda pero de daba igual de la excitación que tenía. Lo siguiente que hizo fue unirlas entre ellas, tiró de la cadena que las unía para apretarlas y hacer que mis muñecas pegasen una contra otra obligándome a echar los hombros hacia la atrás, escuché un click de algún tipo de cierre. Supe que era una cadena al notar el frio metal subiendo por mi columna hasta mi cuello donde colocó el collar que había visto antes, era igualmente de cuero negro con varias argollas, a una de ellas unió la cadena que subía desde mis atadas muñecas y segundo click cerró mis ataduras.

Me rodeó hasta ponerse frente a mí, agarró una de las argollas libres del collar tiró hacia arriba obligándome a levantar el cuello y con la mano libre, me soltó una bofetada que me cruzó la cara, caía de medio lado tan solo sujeto por el collar que sujetaba mi ama provocándome una asfixia por el peso de mi propio cuerpo, la mejilla me ardía, busqué rehacerme equilibrando el peso de mi cuerpo llevando mis manos al suelo.

-Los perros, hablan cuando se les diga, piden permiso para hablar y se dirigen con respeto a sus amos. Para ti soy tu ama o tu señora y darás las gracias cada vez que te discipline, por dedicar mi precioso tiempo en sucio perro como tú.-

Se hizo el silencio, respiraba aceleradamente, buscaba el peso de mi cuerpo para no asfixiarme con el collar y miraba para mi “nueva ama” que al estar agachada hacia mí todo lo que pude pensar fue en fijarme en como caía hacia adelante la camisa dejando su pecho al aire, llevaba un sujetador de rejilla exactamente igual que las bragas; eran unos pechos redonditos como manzanas, areola amplia y unos pezones carnosos como cerezas. Mi erección volvió a su esplendor después de la sorpresa de la bofetada y contesté.

-Sí mi ama, gracias mi ama-

-De rodillas perro, estira la cintura- ordenaba a la vez que tiraba del collar llevándome a la postura que deseaba.

Una vez, de rodillas, soltó mi collar y se colocó de rodillas frente a frente, empezó a desabrocharse la camisa muy lentamente, se la abrió sin llegar a quitársela, me agarró de la nuca y me acercó hasta su pecho, los pezones querían escapan por los agujeros de la rejilla presionándolos. Eran de un rosa oscuro sin llegar al rojo, piel blanquita en forma de cuadrado que marcaba el inicio del biquini a contraste de su bronceada piel.

Me moría por lanzarme a morderlos, a liberarlos de su presión ahí apretaditos contra aquella malla, las areolas con su deliciosa rugosidad pidiendo a gritos ser lamidos… Carlota, mi ama, bajó sus manos por mi torso hasta la cintura, y llevando las manos sobre mi entrepierna me abrió los pantalones, los bajó juntos con los calzoncillos hasta las rodillas de un tirón. Mi polla rebotaba en palpitaciones a punto de estallar. Me agarró la polla e igual el día anterior en la calle, comenzó a masturbarme pero esta vez sin ropa de por medio.

Empecé a gemir, mi pulso aumentó más de ritmo, los huevos de dolían de lo hinchado que los tenía, en cualquier momento podría estallar y correrme, pero mi ama sabía demasiado bien lo que hacía, detuvo la caricia y apretó con saña con mis pelotas.

-Ni se te ocurra correrte perro, tus orgasmos son míos y tendrán que ganártelos-

Bajó ligeramente el mentón y dejó caer un hilo de saliva que cayó sobre el ya húmedo glande, con una mano siguió apretando los huevos y la otra fue subiendo en caricias con las yemas de los dedos hasta la punta de mi capullo, acarició en círculos el agujero por donde se formaban las gotas de líquido preseminal mezclado con el hilo de saliva que acaba de dejar caer de los labios.

Masajeó la punta de mi polla en círculos como quien remueve la cucharilla del café, levantó la vista a mi cara y llevo los pringados dedos hacia arriba delante de nuestras caras, entre las bocas de ambos. Abrió ligeramente la suya, sacando la legua acercando los viscosos dedos hasta la punta pero sin llegar a tocarla, sonrió y en gesto brusco la retiró y los llevó a mi boca. Recorrió mis labios embardunándolos como mis secreciones, cuando se cansó de dibujarme los labios los llevó al centro de mi boca y empujó hacia dentro, abrí la boca y chupé los dedos de mi ama, sabían a gloria salada de mi cuerpo, en aquel momento hubiese lamido cualquier cosa que me diese a probar.

-Bien perrito, eres un buen perro lamedor-

Sacó los demos de mi boca y con la misma me sacudió otra bofetada, más suave que la anterior, pero que igualmente me hacía hervir la piel. Se levantó delante de mí levantó la pierna derecha y la puso sobre mi hombro empujándome hacia atrás, antes de tirarme de espaldas pude ver fugazmente su coñito, como se dibujaba la húmeda rajita entre el algodón de la braguita atrapada entre los labios de la vagina.

Caía de espaldas sobre mis brazos y la fría cadena que recorría la espalda, lo incómodo de la postura me obligaba a estar girado sobre el eje de la columna hacia el lado derecho sacando los brazos hacia el lado izquierdo. Mi ama se subió sobre mi pecho clavándome los tacones que eran cuadrados, se me clavaban con fuerte dolor punzante, yo cerré los ojos y apreté la boca tratando de no gritar; satisfecha y queriendo ponerme a prueba empezó a cargar el peso sobre sólo un pie y en el tacón. No pude aguantar más y acabé soltando un lamento pidiendo clemencia.

Mi ama relajó la presión repartiendo el peso entre las dos piernas, se acercó una de las sillas y sentó tranquilamente subiendo los pies sobre mi cuerpo a modo de reposapiés. Subió una de sus botas hasta mi cara y me metió el tacón en la boca, que tuve que chupar, el otro lo fue arrastrando por todo mi cuerpo hasta llegar a mi flácida polla, se me había bajado la erección con el doloroso taconeo; pero mi ama parecía conocerme mejor que yo y explotó el fetiche de las botas y atrapó mi polla en la horquilla que formaba la suela con el tacón y empezó a frotarme la polla, no tardó en recobrar su vigor. Mi ama siguió con las caricias que al volver a hincharse la polla aún más encajada quedó en el zapato transformando la caricia en una paja, el tacón en mi boca se acompasó al ritmo del de la polla y empezó una danza en la que me estaba follando la boca con el tacón de una pierna y con la otra me estaba masturbando.

Llegó un punto que mi excitación no podía más pero mi ama no detenía el ritmo, si seguía así me iba a correr, pero tenía la boca llena como para poder pedir permiso, la busqué con la mirada pero ella se había metido una mano dentro de la braguita y se estaba masturbando, aquella visión ya fue demasiado… un escalofrío recorrió todo mi cuerpo desde la ingle hacia arriba por la columna y hacía abajo hasta la punta de los pies y me corrí, expulsé chorros de semen viscoso a golpes, las salpicaduras me bañaron el pecho, la bota de mi ama, gemí con espasmos del gusto que me acaba de dar, dejé de chupar aquel tacón para abrir la boca y poder respirar a bocanadas.

Allí estaba yo tirado en el suelo, bañado en sudor y mi propio semen, muerto de gusto y feliz viendo como mi ama cerraba los ojos se mordía los labios, aumentó el ritmo de la mano que tenía dentro de sus braguitas y se corrió gimiendo en grititos agudos. Fue la imagen más hermosa que pude contemplar, mi ama me pareció más humana y cercana, los dos recién extasiados libres de prejuicios y de máscaras el uno frente al otro.

Mientras mi ama, se recuperaba de su orgasmo, siguió utilizando mi cuerpo como reposapiés, pasó los botines por el semen que me cubría y los llevó a mi boca para que los limpiara.

-Vamos perrito, tienes que limpiar esta guarrada, vas a dejar lustrosas los botines de tu ama. Y además es bueno que te vayas acostumbrando al sabor del semen, no va  a ser el único que pruebes-

Lamí con asco mi semen, después de haber tenido el orgasmo mi excitación había bajado tanto que aquella situación ya no me parecía tan “divertida”, mi ama podía ver mi cara de asco y sonreía divertida.

-Vamos perro, estás aquí para darme placer, para servirme. Hoy he sido buena y he dejado que te corras, pero eso os vuelve rebeldes, para mantenerte sumiso necesitas estar cachondo y me voy a asegurar de aquí sea.-

Se incorporó ligeramente y alcanzó algo sobre la mesa nuevamente, era una especie de cilindro de plástico, se agachó sobre mi entrepierna, agarró testículos y polla y tiró con fuerza hacía arriba, hasta donde de sí la piel, apretó esa sección de piel por debajo y la anilló, cerró un anillo de plástico transparente entre el resto del cuerpo y los huevos que soltó dejándolos caer; el cilindro de plástico acaba cerrado en un extremo, por la parte abierta introdujo mi pene hasta unirlo con el anillo que me rodeaba por debajo de los testículos, cerró el mecanismo uniéndolo con un pequeño candado.

-Ya está perrito, ahora tu polla ya sí que es mía, sólo yo tengo la llave de este candado.-

-¿Pero qué haces?-

-Tranquilo perrito, es muy cómodo, tiene su abertura para que puedas mear, eso sí tendrá que hacerlo como una niña sentado en el váter y limpiándolo bien después-

-Espera, espera un momento, me quitarás eso al salir de aquí-

Ni contestó con palabras, se limitó a girar la cabeza de lado a lado en un gesto negativo. Aquello inexplicablemente me excitó de nuevo, mi polla empezó a crecer de nuevo pero solo pudo crecer hasta el grosor del tubo. La idea de que ella tuviese semejante poder sobre mí, sentirme de su absoluta pertenencia era demasiado excitante, pero aun así protesté.

-¿Pero como voy a ir al gimnasio y cambiarme con esto puesto?-

-Perrito ese no es mi problema, ya encontrarás la forma de solucionarlo. Tal vez no se vea demasiado debajo de las braguitas-

-¿Braguitas, qué braguitas?-

Mi ama se incorporó y se bajó las mojadas braguitas, dejando a la vista un precioso coño, los labios mayores relucientes y apretaditos apenas dejaban asomar el inflamado clítoris, un botoncito rosa que se acarició suavemente para mi disfrute.

-Te voy a hacer un regalo muy especial perro, tu ama te va a regalar las braguitas con las que ha tenido su primer orgasmo contigo. Y te la vas a llevar puestas, hoy y mañana cuando quedemos… si es que quedamos…-

Me las tiró a la cara, y salió de la habitación. El olor a hembra me inundó, era un aroma delicioso y como pude sacando la lengua las lamí, quería saborear el coño de mi ama. Chupaba aquella babosidad cuando mi ama apareció de nuevo con una gorra militar calada, gafas de espejo de aviador, chaqueta militar abierta que caía hasta más debajo de su cintura, sin bragas y las botas de media caña del día de la cafetería. Blandía una fusta en la mano, que golpeaba contra la bota.

-Veo que estás lamiendo mis braguitas, pues te daré algo mejor para que lamas-

Caminó hasta mí, colocó una bota a cada lado de mi cara y se agachó hasta colocar su raja sobre mi cara.

-Abre la boca y chupa-

Eso hice ansioso y empecé a chupar con ansia, pero no sabía como las braguitas que estaba lamiendo hace un rato, sabía amargo… era ¡¡orina!! Gotas de orina que se mezclaban con su humedad natural en un mix de sabores que no podía parar de lamer a la vez que me repugnaba, mi ama se reía a carcajadas.

-Sí perro, acabo de mear y no me limpiado el coño, porque para eso estás tú. Esta es otra de tus misiones a partir de ahora, te usaré como váter, ya verás perrito mío acabarás por beberte mi preciada orina-

Me agarró del pelo y me empujó mi cabeza más hondo contra su vagina, una vez que se dio por satisfecha, se levantó hizo lo propio conmigo me puso sus braguitas colocando la encerrada polla dentro, donde se podía ver todo al ser de rejilla.

-Qué mono estás, tanto que te voy a hacer unas fotitos- Las hizo sin ni siquiera preguntarme, yo tampoco protesté.

-Ya están subidas a mi nube, así que podría enviarlas desde cualquier parte a quien quisiera, eres un perrito listo y no querrás que nadie las vea ¿verdad? Así que vas a ser un perro bueno, te vas a ir y portarte bien.-

Me arrastró hasta la puerta, con los pantalones por los tobillos y aún maniatado, comprobó por la mirilla que no hubiese nadie en el rellano, abrió la puerta, y me empujó fuera. El pulso se me puso a cien, me soltó las muñecas y antes de que pudiese decir nada se metió en casa y cerró la puerta, dejándome en medio del pasillo en bragas literalmente, pantalones por los tobillos, la camiseta en el suelo y un collar de perro.

Continuará…