Maldito destino
"Te agachaste y, con tu mano cóncava, trataste de recoger algo de líquido que llevarte a la boca. Y ahí fue donde, gracias a la postura, mostraste tus cuartos traseros y me hiciste desearte."
MALDITO DESTINO
Sentado en el banco, cerca del césped, con un periódico entre las manos, hastiado de leer desgracias y malos augurios, alcé mi vista. Allí estabas tú, trotando cual alegre y despreocupada gacela. En un principio no me fijé mucho en ti. Eras una más de las muchachas jóvenes que corretean día a día por el parque con la finalidad de cultivar para cautivar con su cuerpo.
Fue entonces cuando reparé en el mío. Dejado de mi mano, abonado a las grasas, al tabaco, al alcohol, al sedentarismo, al desempleo, al vicio más insignificante…sentí repugnancia. Bajé de nuevo mis ojos y me centré en la lectura. La noticia me importaba un carajo, pero era mi rutina, era mi obligación, para eso me ingresaban mensualmente mi paga del desempleo. Para leer el periódico en el parque.
Si, mi mujer me había abandonado. ¡Menuda zorra! Si no me soportaba antes, cuando me quedé en el desempleo comenzó a odiarme. Dicen que cuando el dinero no entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Juraría que el suyo ya se había marchado hacía tiempo, eso si, acompañado de mi dinero. Todo estaba mal, todo era nefasto, todo era culpa mía. ¡Hasta me dijo que nunca la supe follar!. En el fragor de las discusiones se dicen muchas cosas que nunca hemos sentido, pero ella necesitaba joderme bien. Compuse una mueca irónica a la vez que mis pensamientos volaban hacia tantas y tantas noches donde, sobre ella, empujaba y arremetía con embestidas potentes para oírla gritar, para oírla suplicar un “quiero más”. ¡Y una polla para mí!.
Me importaba una mierda todo. Ya no había hogar. Aún seguía con la casa, pero no había hogar. Ella se había largado a vivir con unos familiares. Siempre hay alguno dispuesto a meter las narices donde no le llaman. Y yo, yo me había quedado en nuestro piso. Sólo. Con mil facturas y sin trabajo. Aún cobraba del desempleo, pero ¿Qué pasaría cuando se agotara la prestación?. Mi edad no me iba a permitir encontrar un nuevo trabajo. Me encontraba en esa franja de “no eres joven, pero tampoco viejo”. No, no era joven para follarme a la gacela que correteaba por el parque, pero si era viejo para encontrar un nuevo empleo. Y yo, yo quería ser viejo para dejar de trabajar y joven para follarte a ti, para follarme a todas las gacelas de todos los parques. Pero, enfrascado en el periódico, observé la página del diario. Página 57 rezaba en un esquina inferior. Mi edad. Mis años. Mi condena.
Me olvidé del periódico y me centré en ti, gacela. Un chándal marca Adidas o similar. No distinguía las bandas, si tres, cuatro o dos. Después, cuando te acercaste, vi las tres líneas, negras arriba, blancas abajo. Te quedaba bien. Sudadera blanca y pantalón negro.
Vi como bebías agua de la fuente que se alineaba con mi banco. A mí lado, a escasos dos metros. Sonreí con malicia al ver como intentabas abrir más el grifo. Yo sabía que algún hijo de puta lo había destrozado y apenas salía un hilillo de líquido con el que calmar tu sed. Me miraste, tal vez deseabas mi ayuda para arrancar de esa fuente un torrente de agua que limpiara tu sudor, o tal vez me insultabas en tu interior sospechando que podía haber sido yo quien había ejercido de hijo de puta para privarte del agua deseada.
Sonreí con malicia…otra vez. Podría haberte ofrecido una cerveza bien fría de las cuatro que aún me quedaban en la mini nevera que me habían regalado en el súper por tan excelsa compra. Pero pasé. Un tipo de 57 años no va regalando cervezas a gacelas juveniles que cultivan sus cuerpos. Un tipo de 57 años se deja cautivar por gacelas ávidas de sed.
Te agachaste y, con tu mano cóncava, trataste de recoger algo de líquido que llevarte a la boca. Y ahí fue donde, gracias a la postura, mostraste tus cuartos traseros y me hiciste desearte.
Probablemente encabronada por no poder beber, te largaste con una carrera graciosa donde tu coleta, parida minutos antes, danzaba a su libre albedrío. Te prefería con el pelo suelto, eras…eras…como más gacela, como más zorra.
Volví a lo mío, que no era otra cosa que tirar de cerveza y tabaco. Tú hacías deporte por ambos. Tu cuerpo se movía y mis ojos lo acompañaban. El periódico había quedado sobre mis piernas, abandonado, desahuciado, olvidado, desvirgado. Amagó con caerse al suelo y eso me hizo pensar en mi polla. Reventota, dura, ansiosa. Había crecido, y eso motivó que el periódico casi basculase de mis muslos.
Tal vez por arte de magia, o más bien por despiste en mi seguimiento, no alcancé a ver de donde cojones sacaste la cuerda con la que te pusiste a dar saltitos. Esa jodida cuerda cortante. Esa aliada y complaciente amiga que ahora reposa sobre mis muslos.
Si, mientras danzabas o trotabas, que para gustos están los colores, aunque tú dirías que trotabas y yo aseguraría que danzabas celestialmente, vi que te desvanecías. Raudo, veloz, como si de mi propia vida se tratase, en pocas y torpes zancadas llegué hasta tu cuerpo.
-¿Te encuentras bien?. Pregunté a la vez que trataba de incorporarte.
-Si. Me he torcido el tobillo. Un traspié. Debo haberme hecho un esguince.
-¿Puedo?. Pregunté intentando que me dejaras verlo.
-Espera, me quito la zapatilla.
Me tuteabas y eso lo interpreté como un signo de confianza. Y cuando tu zapatilla desnudó tu pie, me emocioné. No había hinchazón pero asegurabas que había dolor. Te pusiste en pie y trataste de apoyar…te dolía. Te ofrecí mi brazo, mi hombro…pero te dolía. Te pregunté que si avisaba a alguien. Ni tú ni yo teníamos teléfono. Yo no tenía a quien llamar y tú no te pensabas lesionar. Poco a poco, a saltos y apoyada en mi hombro, nos fuimos al banco alineado con la fuente. Las cervezas ocupas, el periódico cotillo y el tabaco vicioso, se hicieron a un lado para dejarte sitio. Sudabas. Olías a sudor. Olías a edén.
-¿Vives lejos?. Pregunté por recopilar datos sobre ti.
-Si. No puedo ir andando. Suelo ir corriendo hasta mi casa. Me gusta venir a este parque a correr, hay poca gente. Cuando corro durante una hora, hago unos ejercicios y después continúo corriendo hasta mi casa.
“Corro una hora”. ¡Que daría yo, gacela, por correrme en ti unos minutos de tu corta vida!.
-No sé como te puedo ayudar. No parece que tengas un esguince. Tal vea sea una torcedura simple y con el paso de los minutos, puedas apoyar el pie y caminar. Puedo buscarte un taxi si quieres…
-No. No podría pagarle. No tengo dinero.
-Cuando llegues a tu casa, le podrías pagar.
-Si. ¿Tu crees?.
-Por supuesto que si. Pero el taxi no vendrá hasta aquí a buscarte. Habrás de caminar hasta la carretera. Estamos en un parque, gacela.
-¿Cómo me has llamado?.
-¡Oh, perdona!. Son cosas mías. Dije al ver tu cara en guardia.
-No, dime…¿Cómo me has llamado?.
-Gacela. Dije más con temor que con orgullo.
-Ja, ja, ja,…! Qué risa!, gacela-Repetiste-, muy ocurrente.
Sonreí al ver que sonreías. Me relajé al notar que te relajabas y me endurecí más mientras te tocaba el tobillo con mis manos llenas de dedos amarillentos producto de la nicotina.
-¿Cómo lo hacemos?. Pregunté.
-Mira, si me apoyo en ti, tal vez pueda caminar hasta la carretera y allí, si te esperas, podré tomar un taxi.
-Sin problemas. Lo haremos como tú dices.
-Es una pena que no tenga “reflex”, me va como anillo al dedo. Te lamentaste mientras a mí, a ese desempleado que ya caminaba por el kilómetro 57 de su vida, de repente, le inyectaron una breve dosis de alegría.
-¡Yo tengo reflex!. Exclamé asustándote.
-¡Qué susto me has dado, por Dios!.
-Yo tengo reflex-Repetí más moderado-, pero está en mi casa y si quieres puedo ir a por el o bien tu podrías…
Todo del tirón, todo seguido, todo como si me faltara tiempo para consumar lo que había soñado, todo como si me hubieran dicho que iba a fallecer esa misma noche.
-¿Tienes reflex?, ¿Vives cerca?, ¿Bromeas?.
Tus preguntas también eran prisioneras de la impaciencia. Yo, más veterano, más cazador, gacela mía, me limité a calcular en un lapso de tiempo cómo te iba a cazar.
-Vivo cerca de aquí.
-¿Más cerca que la carretera?. Preguntaste mientras valorabas algo que entonces no sabía que coño era.
-Si. ¿Ves ese edificio?. Señalé con mi dedo amarillo.
-Si. Respondiste mientras lo agarrabas con la mente.
-Ahí vivo.
-Vamos. Iremos hasta tu casa, me dejarás reflex, y podré caminar. Luego tomaré un taxi.
-Si vienes a mi casa, te daré reflex, y yo mismo, si quieres, te acercaré a tu casa. Tengo coche.
-¿Harías eso por mí?.
-Y más, gacela.
-Me gusta eso de gacela, ja, ja, ja. ¿Estás casado?.
-Si. ¿Por qué?
-Porque si te ve tu mujer llegar a tu casa con una “gacela” se va a mosquear. Y más si observa que ésta te agarra del cuello…
-Vivo sólo. Mis vecinos son unos cotillas, pero paso de ellos. Mi mujer me ha abandonado. No tengo trabajo y los problemas empezaron a surgir y…
-Como no tenía dinero que gastar, te dejó y se fue con otro que si que tenía.
-No. En realidad no ha sido así. Ella se ha ido a vivir con unos familiares. No nos llevábamos bien. Eso me dijo cuando desapareció. Ahora vivo sólo, pago las facturas y estoy sin trabajo. Una mierda todo.
-Lo tienes mal. ¿Qué edad tienes?.
-57 fallecimientos. Respondí.
-Ja, ja, ja. Nunca había oído algo así. ¿Sabes?, para estar en tu situación hasta…pareces gracioso. No es esa la primera impresión que me he llevado de ti, pero ahora…
-Si, no tengo trabajo, pero tengo humor ¿Y tú, gacela?.
-¿Qué cuantos años tengo?.
-Si.
-21. Casi me triplicas la edad, ja, ja, ja. Puedo ser tu hija, ¿no?. ¿Tienes hijos?.
-No. Ni para eso he servido.
-¿Estéril?.
-Es posible. Siempre hemos usado medios anticonceptivos. Nunca he deseado hijos, ni ella tampoco. Ahora comprendo porqué.
-Lo siento.
-No lo sientas. A mí no me importa. Oye, sentémonos en ese banco. Descansemos un poco.
Y nos sentamos, gacela. Tu tobillo se había hinchado un poco. Ya parecía más serio. Eso me convenía. Cuanto mas grave, más tiempo a mi lado. Olí tu sudor seco. Me puso a cien. Mi polla me recordaba una y otra vez la imagen de tus cuartos traseros. Deseo.
-¿Vienes mucho a éste parque?. Me preguntaste.
-Todos los días.
-¿A beber y a fumar?
-Y a observar a las gacelas que hacen footing.
-Ja, ja, ja. ¡Cómo me gusta eso de gacela!. ¿Eres un viejo verde?.
-No. Creo que no. O sí. No sé.
-Yo creo que si. Que te vienes aquí, cargado de cervezas y mientras fumas y bebes…
Tu silencio me perturbó. Tu caída de párpados me derrumbó y ahí, en ese justo instante, tomé la decisión. Me iba a enamorar de ti. Al menos, me iba a ilusionar que lo hacía. Eso me daría energía para un poco tiempo. Después, con el depósito de gasolina de nuevo vacío, podría escribir mi epitafio.
-No. Pero para serte sincero, prefiero observar a las gacelas como tú que leer las mierdas que cuenta el periódico.
-Eso es verdad. ¿Nos ponemos en marcha?.
Te incorporaste, me abrazaste, esta vez por la cintura, y a pata coja, ibas dando saltitos a mi lado. Tú, dolorida, yo, tan feliz. Mis vecinos, que ya nos veían llegar, tan cotillos.
-¿Subes a mi casa o me esperas y te lo bajo?. Interrogué para cerciorarme por dónde querías caminar.
-Lo que quieras. Pero si tengo que subir escaleras, te veo bajándome el reflex.
Ya me habías contestado. Querías subir. Por suerte, había ascensor. Y si no lo hubiera habido, yo mismo te habría subido en mis brazos.
-Tenemos ascensor. Vivo en el 5º.
-Vale. Así me dejas que me lo lave un poco con agua fría y me das un poco hielo para ponerlo en el tobillo.
-Eso está hecho. Dije alborozado de poder servirte.
Ya, en mi casa, desplegaste un soplo nuevo, fresco, lleno de ilusión, carente de ambigüedades. Me aferré al vuelo. ¡Hasta se me pasó por la cabeza no dejarte ir!, secuestrarte, si, secuestrarte…para amarte...
-¿Me puedes dar unos masajes en el pie con mucha suavidad?. Aquello era más de lo esperado. Aquello era restar a mi vida 36 años e igualarme con tu edad.
-¡No faltaba más!.
Me puse manos a la obra. Arrodillado delante de ti, con tu pie entre mis manos, mientras te relajabas sentada en el obsoleto sillón que adorna lo que otros llamarían salón, mi mente se fue excitando cada vez más. Mi calentura se manifestaba con rigor entre mis piernas. Y eso me dio valor. Me dio empuje. Me hizo fuerte.
Ascendí con mis manos por tu pantorrilla, casi hasta la corva. Cuando alzaste tu pantalón me enviaste la señal de aprobación. Y seguí. ¿Cómo no iba a seguir?. Y, olvidadas las cervezas, me eché un trago más de valor 41º. Ardía mi mente, quemaba mis entrañas. Y envalentonado con mi valor, aliado con mi final, eché un órdago.
-Si te quitas el pantalón puedo masajearte la pierna.
Yo, ahora después, creo que no era mi voz. Creo que la visita que yo esperaba llegó antes de tiempo para orientarme, para convencerme. Pero la frase salió por mi boca. Y tu pantalón por tus pies.
-Tienes unas piernas preciosas. Musculadas, inmaculadas. Se nota que haces ejercicio.
-Siempre lo hice. No creo que pueda dejar de hacerlo. Es mi energía, es mi vitalidad, es mi vida…me deja la mente limpia, me siento a gusto conmigo misma.
-Te comprendo.
-Tú deberías hacer deporte. Dejar de fumar y beber. Deberías dejarlo con urgencia. Te sentirías mejor, tu cabeza estaría menos ocupada en pensar en tus problemas y vivirías más. Así, a éste paso, vas a acabar con alguna enfermedad. Y, bueno, si no tienes quien te cuide…
-No me hace falta nadie. Sólo necesito una gacela como tú.
-Es posible que la vida te de una segunda oportunidad. Pero, aunque la encuentres, ¿Tú crees que te cuidará?.
-Si, si me quiere.
-¡Oh, si me quiere!, eso es tan complicado. No sé, yo lo veo complicado. El amor. ¿Qué es el amor?...
Y mientras me dabas la charla, mis manos iban y venían por tus piernas. Ascendiendo con sigilo, cada vez más, cada vez con más descaro, trataba de llegar a la braga blanca que usabas aquella tarde. Con la vista perdida entre tus piernas pude sentir el calor con mis ojos, oler tu humedad y tocar tu deseo. Eso me hizo arriesgar. Eso me hizo llegar.
Cuando mi mano se posó por encima de la tela, ya tenías los pezones duros. Tu camiseta blanca, de tirantes estrechos, ajustada a tu cuerpo, me pedía a gritos que partiera su cara y te sacara los colores. Tus piernas se abrieron para que mi mano maniobrase mejor. Tus pechos, al compás de tu respiración, me invitaban a más. Y tiré de ella…
Elevaste tu culo para que la braga saliera. Cuando vi aquella mancha negra, recortada, perfectamente triangulada, tu grieta me explotó en la cara. Olí tu humedad de nuevo, sentí tu humedad otra vez, toqué tu humedad por primera vez.
Mis dedos resbalaron por tu abertura mientras jadeabas. Implorabas algo en el idioma del deseo, ese idioma que todos conocemos pero que todos no hablamos. Y me lo pediste.
-¡Fóllame, por Dios!.
Y te follé. Y creí morir cuando mi pene asomó en tu interior. Tu calor, tu placidez, tus manos rodeando mi cintura, tus pechos clavados en el mío, tu boca pegada a la mía…tu útero reclamando su vida. Mucha gacela para el kilómetro 57.
Y ahora, que ya te has marchado, ahora que ya me he asegurado que no volverás a ese parque para que no podamos repetir jugada, ahora que ni siquiera sé donde vives, me dejas sumido en el dolor. Mi visita me espera. Está impaciente. ¡Que se joda!, aún habrá de esperar unos minutos mientras acabo de escribir esta carta. Ambos tenemos prisa, pero ella puede esperar. Me lo debe.
Levanto la vista y veo tu cuerda sobre mis piernas. Te has olvidado de ella. Esa con la que saltabas a la comba. ¿Te has olvidado de ella o la dejaste a propósito abandonada en mi casa?. Tenías que estar aquí. Espera, ahora vuelvo…
Ya estoy. Te decía que tenías que estar aquí para que veas que bien me ha quedado la horca que me he hecho en el baño. ¡Fíjate!, cuando he salido, la muerte me ha sonreído. ¡Será cabrona!.
Bueno gacela, ahora que ya está todo preparado, he de despedirme. Probablemente te llegue la noticia, es casi seguro, pero piensa que quise dejar de andar en el kilómetro 57. Mis fuerzas están agotadas, mis balas acabadas y…ya no hay gacelas en el parque. Adiós, adiós, adiós…
Nota del autor: Clive Staples, escritor británico, dijo una vez que el futuro es algo que cada cual alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien sea. Escritor convertido al cristianismo, con lo que todo ello conlleva, no hubiera firmado mi escrito al tratar el tema de un suicido. Sin embargo, su lúcida y maravillosa mente nos dejó los libros que componen Las Crónicas de Narnia. Yo, con mi relato, sólo quiero rendir un pequeño homenaje a todos a aquellos que, viéndose como nuestro protagonista, apartados de la sociedad mecanizada, no toman la cuerda cobarde y afrontan la vida con deseos, entre otras cosas, de encontrar a su gacela…viajen por el kilómetro que viajen.
Coronelwinston