Malas decisiones (Parte 9)

Cuando crees que no puede haber más drama, Diego siempre te puede sorprender. Y cuando crees que no es momento para follar, Diego también te puede sorprender.

-¡Diego! –gritó con preocupación mientras corría hacia mí.

Al caer me había golpeado la cabeza en la esquina del sofá. Zona que, por suerte, estaba acolchada y no causó ningún daño considerable más que dejarme viendo puntitos de colores por unos segundos.

-¿Estás bien? –preguntó tendiendo su mano-. No quise… Yo… Perdóname.

-Déjame solo, Alexander –le dije mientras intentaba librarme de la confusión.

-No quería… Lo hice sin querer…-.

-Por favor… -sollocé. De verdad lo quería fuera, y era tanta mi rabia que se transformó en llanto-. No quiero verte ¡Vete de mi casa!

Su boca se movió pero nada salió. Me miró profundamente arrepentido e impresionado por la situación, pero finalmente me hizo caso y retrocedió.

-En verdad lo siento –dijo por última vez, y luego salió por la puerta.

Me quedé llorando en el suelo y gritando del enojo. Me dolía mi nuca, mi labio y mi mejilla, pero el dolor en mi pecho era aún más intenso y frustrante. No me gustaba el Alexander que estaba floreciendo, pero me temía que ese era el verdadero Alexander… Lo otro simplemente era una fachada que usaba para mantenerme cerca, pero en el fondo sólo era un disfraz que poco a poco y con el tiempo se desgastaría.

Era impresionante cómo reaccionaba cuando se enojaba y lo inhumano que se volvía. No es normal sentir miedo de alguien que dice que te quiere… y eso sentía yo… miedo. En la vida real podía parecer que era un buen chico, pero cuando los celos se apoderaban de él, o a la más mínima provocación, sacaba a la luz su verdadero carácter. Un carácter dominante, violento e intransigente.

A pesar de la tristeza que me invadía, agradecí haber salido de esa relación, porque haber continuado ahí hubiese significado aguantar muchas cosas terribles justificadas por el “amor”. Los celos injustificados no son amor disfrazado, no se deben normalizar ni aceptar. Los ataques de ira injustificada, no son sanos ni normales. Alexander tenía mucho que tratar antes de estar en pareja, de lo contrario sólo entraría en un ciclo de toxicidad.

Me levanté y caminé hasta el baño para poder meter la cabeza bajo la ducha y mojarme la nuca, pues ya podía sentir la hinchazón haciéndose más grande.

-No puedo creer que te haya hecho eso –dijo Martina. Se escuchaba molesta luego de que le contara lo sucedido-. Está perdiendo la cabeza.

-Creo que lo mejor será evitarlo por un tiempo –dije con tristeza.

-¿Y cómo lo harás para el cumpleaños de Martina? –me preguntó Fernando días después. Lo había invitado a dormir a mi casa, ya que mis padres habían decidido salir juntos ese fin de semana y no quería quedarme solo.

-Habrá más gente, así que no necesariamente tendré que hablar con él –expliqué-. Además, Martina me dijo que había invitado a unos amigos de Alexander del instituto con la intención de que estuviera ocupado con ellos.

-Gonzalo y yo estaremos contigo en todo momento –me aseguró.

-Lo agradecería mucho –le sonreí-. Pero no sigamos hablando de mí. ¿Qué tal vas con Bastián?

-Muy bien, de hecho –se sonrojó-. Desde ése día no hemos parado de hablar por whatsapp, y posiblemente vayamos al cine uno de estos días.

-Eso es genial –celebré.

-Sí… Creo que de verdad me gusta –sonrió con ilusión-. Siento que tenemos una conexión… No lo sé, es extraño. Y todo esto gracias a ti y a Martina, que nos dieron el empujón que nos faltaba.

-Me alegro que haya resultado bien –le golpeé el hombro-. Sólo tómense el tiempo necesario para conocerse bien, y el destino hará el resto. No hay apuros.

Nos quedamos en mi cama mirando al techo y hablando de la vida. Hubo un momento donde me quedé viéndolo sin que se diera cuenta. Su mandíbula perfectamente delineada, sus bellos ojos y sus coquetos labios… Era tan bello y tan dulce. Y poco a poco comencé a sentir una agradable sensación en mi pecho. Instintivamente lo abracé, bajo su sorpresiva mirada.

-¿Todo bien? –me preguntó.

-Sí, genial –respondí. Aunque por su expresión entendí que necesitaba algo más-. Es solo que te siento como un hermano ¿sabes? Siempre me pregunté lo que se sentiría tener un hermano, y tú eres lo más cercano a eso. No tienes idea lo importante que eres para mí.

-Creo que sí tengo idea –sonrió-. Porque comprendo tu sentimiento.

Me devolvió el abrazo y me acarició el pelo. A los segundos después, continuamos con nuestra anterior conversación.

A la mañana siguiente me desperté por un mensaje de Jean:

Jean: “Tengo el departamento solo esta noche :$ ”

Yo: “Ouh :S No creo que pueda ir”

-¿Por qué no? –me preguntó Fernando. Di un salto cuando lo escuché porque pensaba que estaba durmiendo-. Si es por mí, no te detengas. Puedo irme o…

-No, no –lo interrumpí-. No es por ti…

-¿Entonces? –preguntó. Se lateralizó para quedar más cerca de mí.

-Después del conflicto con Alexander no tengo ganas de… Bueno, mi lívido ha estado un poco bajo –Fernando iba a decir algo, pero justo entró un nuevo mensaje de Jean.

Jean: “Estas seguro? Papá no llegará hasta mañana”

Yo: “Ya veo… Pero tengo planes con Fernando y no lo puedo cancelar :c Lo siento”

Jean: “Bueno, no te preocupes. Diego…”

Yo: “¿Si?”

Jean: “Esta todo bien?”

Yo: “Sí, claro”

Jean: “Genial. Bueno, supongo que nos veremos en una próxima ocasión”

-¿Habrá una próxima ocasión? –me preguntó Fernando.

-Definitivamente sí –respondí con seguridad-. Este cuerpo adolescente tarde o temprano clamará por sexo.

-¡Ese es mi chico! –sonrió-. Ahora vete a prepararme el desayuno.

-¡Voy! –dije animado. Me levanté y me dirigí hacia la puerta.

-Oye… -me llamó.

-¿Qué sucede?-.

-Te estás tragando el bóxer –señaló. La parte trasera de mi bóxer estaba incrustada en mi culo, dejando mi nalga derecha al aire-. Creo que tiene hambre. Posiblemente tu cuerpo adolescente clamará más temprano que tarde por sexo.

-Ups… -sonreí.

Desayunamos tostadas con huevos y luego nos fuimos de nuevo a la cama a ver netflix. A eso de la 1 de la tarde se nos unió Martina.

-Huelen a que no se han duchado –dijo cuando entró a la habitación-. Mucho olor a hombre.

-Será porque somos hombres –respondí.

-¿Me pueden explicar por qué andan en paños menores? –preguntó al sentarse. Fernando y yo íbamos solo con la parte de arriba del pijama y boxers.

-Porque queremos y porque podemos –respondió Fernando.

-¿Acaso te incomoda? –me acerqué a ella de forma coqueta.

-Asco –dijo poniendo expresión desdeñosa.

-Heriste mis sentimientos –bromeé.

Al cabo de un rato nos encontrábamos los 3 viendo series y riéndonos. Almorzamos papas fritas con hamburguesas y continuamos con la maratón en mi habitación. Fue una tarde agradable, relajada y alegre. Sólo nosotros tres, sin dramas exteriores y sin preocupaciones. Fue un oasis en el desierto, y una desconexión mental.

Esos momentos fueron muy reparadores, y me sirvieron para afrontar mejor la semana. Por suerte Alexander se mantuvo al margen esos días, y supuse que después de lo sucedido querría darme algo de espacio. Intenté comunicarme con Jean, pues mi cuerpo comenzaba a extrañarlo, pero pese a sus ganas de hacerlo no pudimos concretar ya que tenía una semana intensa en el instituto, y el sábado estaba descartado por el cumpleaños.

-¿Todo bien? –le pregunté a mi amiga cuando me senté junto a ella el día viernes. Tenía la mirada perdida después de haber ido a conversar con Gonzalo.

-¿Eh? –preguntó saliendo del trance.

-Que si está todo bien –repetí-. Pero creo que no es así. ¿Qué sucedió?

-Nada –respondió.

-Tu rostro no dice “nada” –señalé.

-Sólo necesito pensar, nada más. Estoy un poco confundida y no sé cómo sentirme al respecto –dijo. Comprendí que era algo bastante más complejo de lo que pensaba, por lo que no quise insistir.

-Espero que esto no te afecte para tu cumpleaños –comentó Fernando-. Queda solo un día, y la idea es que lo pases bien y te diviertas.

-Será así, chicos –nos aseguró-. Yo también espero el día con ansias, y con Marcela nos esmeramos mucho para que salga bonito.

Y era cierto. Cuando llegué al lugar quedé sorprendido de todo el esfuerzo que le habían puesto a la decoración. Toda la entrada estaba llena de globos morados, azules y blancos con una “M” gigante en el punto más alto. Una vez dentro, me percaté de que el lugar estaba dividido en varias temáticas, propiciando unos buenos fondos para fotografiarse.

La zona 1 era donde se encontraba el espacio para dejar los obsequios. Había un gran mesón del cual colgaban cintas doradas formando una especie de cortina que la delimitaban. Y en la pared habían flores de papel de distintos tamaños y colores con la palabra “Gracias” escrita con letras grandes con brillantina dorada.

La zona 2 era donde se encontraba el pastel. Tenía también el diseño con la cortina hecha de cintas doradas, solo que en la pared se encontraban diversas fotos de ella en distintas etapas de su vida. El pastel era de Nutella y frambuesa, por lo que la decoración era de color café y rosado con rojo. En cada esquina de la mesa, había una torre de cupcackes de colores morados y azules, con la letra “M” en blanco.

En la zona 3 estaba el resto de la comida y bebestibles. En la pared habían numerosas mariposas de papel de diferentes tamaños y algunos corazones azules y morados. También, al costado había un pasillo que llevaba hasta los baños.

La zona 4 era la más pequeña, pero con el tamaño suficiente para cumplir su objetivo. La pared y los costados estaba delimitada por una cortina de cintas doradas, y en la zona frontal caía desde el techo un gran marco para Sefie que rezaba “Feliz cumpleaños Martina” con letras con brillantina, y muchos diseños que lo adornaban.

Como cada zona estaba cercana a las paredes, dejaba que toda la parte central fuera para desplazarse y al fondo había un pasillo que comunicaba a donde se encontraba la pista de baile. La luz era bastante tenue, y por todo alrededor habían pequeñas luces de colores y parpadeantes. En medio del techo había una bola de luz de colores y otra de espejos. En la pared del fondo había una proyección de videos musicales, y una mesa donde se encontraba el DJ. En la pared derecha había un largo pasillo que también llevaba hasta los baños.

-¿Era necesario tanto? –pregunté cuando llegué al lugar donde estaban mis amigos. Martina lucía radiante con un vestido de lentejuelas color cereza y su cabello (que había ondulado previamente) tomado en una estilosa coleta. Fernando llevaba una camisa negra que resaltaba su blanca piel e intensificaba el azul de sus ojos, y unos pantalones de color gris. En general el conjunto le favorecía demasiado, y le daba un toque muy varonil y maduro.

-Sí, muy necesario –respondió mi amiga. Le di un gran abrazo y le entregué un presente. Luego agregó-: Como pocas veces en el año, toda la familia decidió venir, sumado a los chicos del colegio, los amigos de Alexander, los chicos de la iglesia y ustedes.

-¿Invitaste a Bastián? –preguntó de pronto Fernando cuando vio al susodicho entrando por la puerta principal.

-Claro, ¿por qué no iba a hacerlo? –sonrió de forma picaresca.

Bastián nos saludó y se quedó con nosotros conversando. A los pocos minutos apareció Gonzalo con un oso de peluche de casi el doble de tamaño de Martina, junto con Marcela quién traía un ramo de Tulipanes. De la misma forma, poco a poco comenzó a llegar más y más gente. Fue agradable volver a ver parte de su familia, quienes me saludaron amablemente, admirando lo mucho que había cambiado.

-Estás todo un hombre –dijo su tío paterno.

-Aunque mucho no has crecido –bromeó Camilo, uno de sus primos. Quién era casi igual de enorme que Alexander.

-Lo bueno viene en frasco chico –le hice un guiño.

-Y el veneno también –observó Constanza, quién me abrazó nostálgicamente-. Hace años que no te veo.

-Hace años dejaste de venir –contesté. Antes solía viajar todos los años para las vacaciones.

-Después de que mis padres se separaron se hizo complejo-.

Fernando y Gonzalo quedaron asombrados de que casi toda la familia de Martina me conociera y me saludara con tanta alegría. Con muchos de sus primos en algún momento jugamos cuando éramos niños, ya que nos veíamos tanto para los cumpleaños de Martina como para los de Alexander, y más de alguna vez me invitaron a los suyos.

Acompañé a Constanza a buscar algo para beber y después me aparté para ir al baño a orinar. Cuando volví, lo hice por el otro pasillo y me llevó hasta la pista de baile. Me detuve al instante en que vi a Alexander entrar, e intentando pasar desapercibido me devolví por el mismo pasillo. Mojé un poco mi rostro, y luego me fui por el otro pasillo esperando encontrar a alguien de mi grupo con quién pudiera mimetizarme. Me aseguré que Alexander no estuviera a la vista y salí en dirección hacia Fernando, quién charlaba con Bastián. Pero a mitad de camino quedé congelado al ver quién entraba al lugar.

-¡Diego! ¿Cómo estás? –me saludó-. ¿Qué haces aquí?

-Jean… Hola… Eh… -titubeé todavía sorprendido por haberlo encontrado allí. ¿Por qué estaba allí?-. Es el cumpleaños de mi amiga. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

-Es la hermana de uno de mis amigos del instituto –respondió sonriente. Y yo sentí que se me bajaba la presión.

-¿Alexander es tu compañero? –pregunté casi con un nudo en la garganta.

-Sí, claro. Es mi Bro desde la primera semana –contestó.

-¿Tu eres su “Bro”? –sentí algo frío caer por mi espalda.

-¿Me ha mencionado? –preguntó.

-En alguna oportunidad –dije, mientras intentaba ubicar a Martina-. Oye, necesito preguntarle algo a una amiga, te busco en un rato más.

-Sí, claro –dijo confundido.

-Ah, por cierto. Si ves a Alexander, no me menciones ¿bueno? Estoy preparando una sorpresa –mentí.

-Bueno, no te preocupes-.

De inmediato corrí donde Martina, quién apenas me vio se le transformó el rostro.

-¿Qué pasó? –preguntó-. Estás pálido.

-Necesito hablar contigo –la tomé del brazo y la arrastré hasta el patio.

-Jean, el chico con el que me estoy viendo, y Alexander –tragué saliva- son amigos.

-¿Qué? –sus ojos se abrieron por la sorpresa-. ¿Estás seguro?

-Acabo de hablar con él. Está adentro –respondí.

-¿Cómo no te diste cuenta antes? –me preguntó. Y me sentí estúpido.

-Porque no hablamos de esas cosas, Martina. Nunca le pregunté nombres y nunca me interesé por preguntarle por sus estudios u otros amigos –expliqué. No podía creer lo tonto que había sido al no haber hecho la conexión antes-. Siempre hablábamos del gym, o del futuro. A veces le contaba mis dramas, pero sin dar mucho detalle. Y últimamente sólo nos juntábamos a tener sexo. Ni él ni Alexander mencionaron al otro… Bueno, salvo aquella vez que lo nombró como “Bro”, pero no podía adivinar que era Jean ¿o sí?

-Bueno, sí. Es complicado encontrar algo si no lo estabas buscando –dijo, lo cual me hizo sentir menos inútil-. ¿Esto es malo?

-Muy malo –respondí. Comenzaba a dolerme el estómago-. Ambos se odian sin saberlo. No quiero pensar en qué sucedería si se enteran que juntos somos los vértices del mismo triángulo.

-¿Qué harás? –me preguntó. Y en el fondo para eso la había buscado. Necesitaba que me ayudara a tomar la decisión, pues me sentía muy alterado y no quería cagarla-. ¿Le dirás a Alexander?

-No… Es demasiado peligroso e inestable –respondí-. Pensaba en decirle a Jean. Estoy seguro que puede controlarse más que tu hermano. Pretendo hacer que se vaya, y que esto se resuelva otro día.

-Creo que es lo mejor –coincidió mi amiga-. Tienes que decirle la verdad e intentar contenerlo.

-Me siento terrible –le confesé-. Les jodí la amistad.

-No es culpa tuya –me consoló.

-Intentaré hablar con él –le dije-. Y en el trayecto espero no encontrarme con Alexander.

-Espera un poco a que la fiesta se prenda más para que pueda distraerlo –me sugirió-. Así tú haces contacto con Jean y lo llevas a hablar a un lugar seguro.

Asentí, y luego volvimos a dentro. Cuando iba entrando me encontré con Fernando y de inmediato lo tomé del brazo y lo llevé hasta un rincón. Bastián nos siguió pese a que se veía confundido por mí actuar.

-¿Qué sucede? –me preguntó mi amigo. Por suerte su altura era suficiente para ocultarme.

-Necesito que me mantengan escondido hasta que Martina me dé una señal –expliqué justo cuando Martina entraba y era interceptada por Gonzalo, quién la llevó hasta la pista de baile.

-No estoy entendiendo nada –confesó Fer.

-Después te explico –dije, y justo vi a la distancia que Alexander y Jean hablaban con Martina-. Necesito alejarme de ellos.

-Vamos a la terraza –sugirió Bastián.

-Está bien –acepté, pues aún la fiesta estaba comenzando.

Apenas estuvimos en un ambiente más seguro Fernando comenzó a interrogarme.

-Oh, vaya. No es para nada bueno –dijo cuando terminé de contarle el problema.

-Vayan dentro y hablen con Martina –les pedí-. Pregúntenle en cuánto rato más lo podremos hacer, porque mi ansiedad me está matando.

Asintieron y me quedé oculto en la oscuridad sintiéndome muy humillado y estúpido. Al cabo de unos minutos eternos los vi salir. Me buscaron entre la oscuridad hasta que les hice una seña con la mano y me vieron.

-Entremos –dijo Fernando-. Hay mucha gente en la pista. Tenemos un plan.

Me explicaron que tenía que ir al baño por el pasillo que está en la primera sala, para poder usar el otro pasillo y entrar a la segunda. Mientras tanto, Martina sacaría a Alexander desde la segunda sala, hacia la primera y luego salir para poder hablar con él afuera. Así yo podré entrar a la segunda sala sin ser visto, y llevar a Jean a los baños y poder hablar con él. Un caos.

-¿En los baños? –pregunté.

-Es el lugar más seguro –dijo Bastián-. El baño de hombres es grande, y siempre está vacío. Será suficiente como para que le digas lo que tienes que decir, y luego se vaya.

-Está bien –asentí. Me dirigí hasta a la entrada, pero ellos no me siguieron-. ¿Qué pasa?

-Tienes que ir solo –dijo Fernando-. Llamaremos la atención si vamos los tres.

-Además, nosotros nos quedaremos aquí para avisarte cuando Alexander ya haya salido y tú puedas ir a buscar a Jean –asentí. No tenía más opciones.

Entré arrastrándome como un gusano que no quiere ser visto, y me encerré en un cubículo. Elegí el último, y dejé la puerta ligeramente abierta, de tal manera que pudiera ver el espejo. Al hacer esto, podía ver el reflejo que daba de casi toda la panorámica del baño, desde los urinales hasta la puerta de entrada, lo que me permitía vigilar si llegaba Alexander. Esperé allí unos minutos, con un ojo puesto en el espejo y el otro en el celular.

De pronto la puerta del baño se abrió y mi corazón comenzó a palpitar con nerviosismo. Elevé los pies para pasar completamente desapercibido. Pero mi guardia se calmó cuando vi que la persona que entró fue Gonzalo. Agudicé el oído cuando me di cuenta que lucía ofuscado, balbuceando cosas que no lograba comprender. Respiraba agitado cuando se mojó el rostro en el lavamanos. Miró su reflejo y resopló, cambiando su mirada de enojo a… ¿pena?

Luego sacudió su cabeza, y caminó hacia los urinales. Me percaté que el bulto de su pantalón se veía bastante gordo. Quedé pasmado cuando lo liberó. Aparté la mirada porque me sentí incómodo al estar haciendo eso. No era correcto. Pero sin querer, mis ojos volvieron a enfocarlo, viendo justo cuando luchaba contra su erección para poder orinar. Era más grande de lo que me había imaginado cuando Martina lo describió. De color vainilla, con un prepucio que ocultaba un glande de un delicado y brillante color rosa. Tenía un grosor bastante considerable, y gran parte de su tronco estaba envuelto por gruesas venas que le daban un sensual aspecto.

Me di un golpe por seguir mirando. Luego sentí confusión… ¿Estaba enojado, triste o excitado? ¿Habrá sido a causa del baile con Martina? Por otra parte, anoté en mi mente felicitar a Martina por tener ese pedazo de carne a su disposición.

-¿Hola? –dijo de pronto Gonzalo. Volví a mirar y lo vi guardando su titán, mientras se giraba y comenzaba a caminar de vuelta al lavamanos.

-¿Gonzalo? –no valía la pena fingir que no estaba, porque si buscaba me iba a encontrar fácilmente.

-¿Diego? Sentí un ruido y me asusté –dijo. Me golpeé mentalmente por haberme golpeado con anterioridad. Decidí salir.

-Una araña se paró en mi brazo y la aplasté –mentí-. ¿Todo bien? –cambié el tema.

-Sí ¿Por qué? –preguntó con nerviosismo.

-Te noto extraño –le dije.

-No… Buf, bueno, sí –dijo finalmente-. No voy a fingir que no, porque supongo que Martina ya te habrá dicho algo.

-No mucho, en realidad-.

-¿No te ha dicho nada de mí? ¿Está molesta por algo que hice? –preguntó preocupado-. A veces las chicas se guardan esas cosas.

-No, Gonzalo. Nunca ha dicho nada malo sobre ti –lo tranquilicé. Sus ojos se humedecieron.

-¿Entonces? –había súplica en su mirada.

-No lo sé. No me lo dijo porque ni ella está segura –miró al suelo apenado.

No pude resistirme y lo abracé. Me angustiaba ver a un hombre tan grande y fuerte, quebrarse de tristeza. De verdad podía ver lo enamorado que estaba y lo mal que se sentía porque las cosas no estuvieran funcionando bien.

-Escucha, Gonzalo –le dije-. Tienes que estar tranquilo, porque tú eres un buen chico y ella lo sabe. Este es un problema que Martina tiene que solucionar con ella misma. No debes torturarte con eso porque no depende de ti.

-Gracias, Diego –me volvió a abrazar. Pero de inmediato me alejé cuando sentí una notificación en mi teléfono.

Fernando me avisaba que ya todo estaba listo para continuar con el plan. Gonzalo se dirigió a la sala 1 mientras yo me fui a la sala 2. Divisar a Jean era fácil, pues era enorme, así que me deslicé entre la gente y llegué hasta donde él.

-Estás muy raro, Diego –me dijo apenas me vio.

-Necesito hablar contigo –le dije. Pero no me escuchó. Tomó mis brazos y comenzó a bailar conmigo. Iba a insistir, pero me giró y me abrazó por la espalda al ritmo de la canción. Tuvo la delicadeza de apoyarme el bulto en la espalda baja. Me giré-. ¡Tengo que hablar contigo!

-¿Ahora? –preguntó con mirada lasciva.

-¡Sí! –grité. Lo tomé de la mano y lo llevé hasta el baño.

-¿De qué quieres hablar? –preguntó cuando llegamos.

-Tengo que decirte algo –comencé. Pero me detuve cuando vi que se acercaba más de lo necesario-. Jean…

-Hace mucho no nos vemos –dijo mientras se relamía los labios.

-Jean, es en serio… -me besó. Intenté alejarme-. Jean, es importante…

-Será rápido –dijo mientras me besaba el cuello. Ni siquiera me estaba poniendo atención.

-Jean… -succionó el lóbulo de mi oreja. Y no pude volver a concentrarme.

Sonrió cuando vio que lo que hacía surtía efecto. Pasó su brazo por mi cintura y me pegó a su cuerpo. Di un salto y rodeé su cadera con mis piernas, para que luego me llevara hasta el cubículo del baño en el cual minutos antes me había escondido.

-Necesitaba esto –dijo cuando sus manos se posaron en mis nalgas. Luego me besó con lujuria hasta que sentí la necesidad de detenerlo para poder respirar.

Me dejó parado sobre el W.C y se detuvo a admirarme. Por primera vez estábamos casi a la misma altura, y sonrió cuando se percató de mi pensamiento. Su mano se fue hacia mi pantalón para desabrocharlo, y luego bajarlo hasta mis rodillas. Mordí mis labios en el momento en que bajó y capturó mi pene con su boca, lugar donde terminó de endurecerse por completo.

-Sabe delicioso –se relamió. Con su lengua jugó con mis testículos y dibujó trazos a lo largo de mi verga, dando por momentos unos coquetos besos en mi bajo vientre.

Luego me volteó.

-Pon las manos en la pared –me ordenó. Rápidamente obedecí y me incliné, afirmándome de la pared con la palma de mis manos. Metió su mano entre mis piernas y las separó, aunque no logró mucho debido a que mis pantalones no lo permitían.

Separó mis nalgas. Me estremecí cuando mi agujero se expuso al frío aire ambiental. Pero no duró mucho, pues sin perder tiempo, Jean enterró su cara entre mis nalgas. Gemí. Y lo continué haciendo mientras uno a uno iba metiendo sus dedos.

-… cerveza con mezclas místicas. Por culpa de eso, al otro día desperté sintiendo que mi cabeza estaba partida en dos –dijo uno de los primos de Martina mientras hablaba por teléfono justo cuando nosotros estábamos comenzando la acción.

-Me estás ahorcando los dedos –me susurró Jean. La sorpresa me había hecho tensar, mientras que a él lo había encendido más. Fue así que cuando yo intentaba no emitir ningún sonido, él seguía moviendo sus dedos dentro de mí. Gemí débilmente, sin querer-. Shh…

-… no lo haré. Mamá está acá, junto con mis tíos. Me mata si se me pasan las copas –continuaba conversando, sin enterarse de lo que pasaba a unos metros de él.

-Relaja el culito –dijo Jean muy cerca de mi oído, mientras ponía su mano en mi espalda, haciendo que mi trasero descendiera.

-Jean, no… -susurré cuando comprendí lo que quería.

-Shh… No se dará cuenta –me dijo convencido.

Lamió mi agujero mientras lentamente abría un condón y se lo ponía.

-Jean… -dije cuando sentí su pene en mi entrada-. Jean… Ah…

Mordí mi mano para ahogar mi gemido, mientras poco a poco sentía que su pene se iba hundiendo entre mis carnes. Quería gritar cuando sentí una punzada dolorosa, pero tuve que usar todas mis fuerzas para suprimirlo. Lentamente comenzó un mete y saca que me pareció eterno. Podía imaginar cuánto lo disfrutada, pues la sensación de adrenalina hasta a mí me comenzaba a estimular.

En el momento en que la puerta se cerró sus embestidas se intensificaron y el ruido de nuestras pieles aplaudiendo resonó en la cerámica del baño. Por momentos sacaba su pene y baja para jugar con su lengua. Mi piel se erizó cuando la sentí dentro de mí, frotando las paredes de mi ano y humedeciendo mi agujero hasta que éste chorreara su saliva.

-Que rico estás – dijo luego de morder mi nalga derecha.

A continuación volvió al ataque con su pene, taladrándome con velocidad. Mientras lo hacía, sus manos recorrieron mi cuerpo, hasta que una se detuvo para jugar con mi tetilla y la otra para jugar con mi verga. Esas acciones se sincronizaron con la penetración, poniendo a prueba mi esfuerzo por aguantar las ganas de gemir a lo bestia. Sus dedos pellizcando mi tetilla y su mano ahorcando mi verga, sumado a su glande golpeando brutalmente mi próstata, en poco tiempo hicieron que mi orgasmo se hiciera presente.

Tuve que cubrir mi boca cuando los disparos de semen comenzaron a salir de mi pene. Con cada chorro que saltaba mi culo se contraía, provocando jadeos en Jean. Sus embestidas aumentaron al mismo tiempo que me corría, intensificando aún más la electricidad que recorría mi cuerpo, y apenas dejé de correrme se salió de mi culo y me hizo sentar en el W.C.

-Abre la boca –me ordenó mientras se masturbaba de forma súper sónica.

Obedecí, como siempre. Al segundo en que lo hice, chorros de leche caliente y espesa comenzaron a caer en mi boca, lengua y cara, junto con los jadeas bestiales de Jean. Cuando acabó lo vi sonreír. Succioné su glande para extraer hasta la última gota, y noté que se estremeció debido a la sensibilidad que le había quedado en la cabeza de su verga. Con sus dedos llevó el semen que había alrededor de mis labios y mejillas hasta mi boca, lugar donde se los lamí.

Me besó por última vez y luego volvimos a la realidad. Saqué papel higiénico para limpiar el desastre que había dejado sobre el W.C y luego me fui a lavar la cara al lavamanos, mientras él también se limpiaba al lado mío.

-Oh, oh –dijo mientras me miraba.

-¿Qué sucede? –pregunté.

-Te manché con semen el suéter –apuntó con su dedo a la altura de mi cuello.

-¡Rayos! –me lo saqué y procedí a limpiarlo bajo el chorro de agua.

-Oye… ¿de qué me querías hablar? –preguntó. Sentí un nudo en el pecho-. Por un momento pensé que me querías terminar –rio, aunque no muy convencido.

-¿Por eso no me quisiste dejar hablar? –le pregunté de vuelta.

-Entré en pánico –confesó.

-Pues no, no era eso –respondí. Suspiró aliviado. Esta vez sonrió con más confianza, sin saber que pronto se le borraría la sonrisa.

-¿Entonces? –inquirió.

-Necesito que me prometas que no harás nada –le pedí.

-¿Qué? –preguntó confundido-. ¿Qué podría hacer?

-Sólo promételo, por favor –insistí-. Cuando te lo diga no harás nada, y nos iremos juntos de aquí.

-¿Irnos? –cada vez estaba más confundido.

-Sí –contesté. Era lo mejor para evitar que Jean le dijera algo Alexander, y sabía que Martina entendería que yo también me fuera, ya que tampoco tenía ganas de ver a su hermano.

-Me estás asustando –me dijo mientras me estudiaba con la mirada.

-¿Recuerdas a mi ex? –pregunté finalmente.

-¿Fernando? ¿O al otro idiota? –preguntó filoso.

-El otro –indiqué.

-Sí, lo recuerdo. No podría olvidarlo. Por su culpa muchas veces te vi bastante destruido –dijo con enojo. No estaban pintando bien las cosas hasta el momento-. Y eso que nunca me diste detalles. Pero ¿qué sucede con él? ¿Te hizo algo?

-Bueno, él… -suspiré- es Alexander.

-¿Qué? –sus ojos se abrieron de golpe, y luego su semblante cambió. Jamás lo había visto así, y me dio calosfríos. No se detuvo a hacer más preguntas, cuando bruscamente se dirigió a la salida con mirada asesina.

-Jean, no. ¿Dónde vas? –pregunté tomándolo del brazo.

-A romperle la cara –dijo sin más.

-¿Ni siquiera quieres averiguar más? –pregunté. Me sorprendía que ni siquiera lo hubiese puesto en duda.

-No necesito saber más en este momento –contestó con la mandíbula tensa y sus manos en puños.

-Jean, por favor, mírame –le pedí. Por un momento me vi a mi mismo intentando detener a Alexander cuando lo poseía la furia-. No hagas esto. No quiero de nuevo pasar por lo mismo.

Su respiración estaba agitada y me miraba intensamente. Luego cerró los ojos y suspiró. Cuando me volvió a ver, lo noté más tranquilizado.

-Está bien, Diego –me abrazó-. No te haré pasar por esto. Y tampoco quiero arruinarle la fiesta a tu amiga.

-Gracias, gracias –le dije intentando no llorar. Me sentía aliviado porque se hubiese controlado. Me sentí aliviado de que no fuera como Alexander.

Me despegué de él cuando recibí un mensaje de Martina.

“No lo pude detener más, volvió a la fiesta”

-Tenemos que irnos –le dije.

-Que sea rápido, porque no sé cuánto pueda aguantar las ganas de asesinarlo-.

Rápidamente le contesté a mi amiga: “Ya está hecho. Nos iremos para evitar problemas”.

-Ten –me dijo Jean mientras me pasaba su suéter-. La noche está muy helada.

-No, no te preocupes. Gracias –lo rechacé.

-Diego, hazme caso. No quiero que te resfríes, y no puedes usar el tuyo si está mojado –insistió, sin dar posibilidad a que lo volviera a rechazar.

-Está bien, gracias –lo acepté. Me quedaba enorme, pero estaba muy calentito.

Sigilosamente nos fuimos por el largo pasillo que llevaba hasta la sala principal. Al abrir la puerta me quedé de piedra cuando vi a Alexander. Martina estaba junto a él, diciendo cosas y viéndose nerviosa. Su hermano no la tomaba en cuenta, y se limitaba a llenar una vaso con cerveza mientras miraba buscando a alguien entre la gente.

-Creo que me está buscando –dijo Jean.

-Esperemos un poco –le pedí. Pero Alexander se instaló allí, sin planes de moverse.

-Saldré –me dijo haciéndome a un lado.

-No, detente –me interpuse.

-Te prometo que no haré nada –aseguró-. Iré primero, me despediré y te esperaré afuera. ¿Bueno?

-Está bien –acepté. No teníamos muchas opciones.

Suspiré, y luego lo vi salir por la puerta. Me quedé mirando por la rendija de la puerta, sintiendo el palpitar de mi corazón a la altura de mis oídos. Lo vi caminar y noté que iba tenso, pues su espalda se veía rígida y sus puños apretados. Parecía un robot al que le faltaba aceite en las articulaciones. Prácticamente ignoré el ruido ambiental cuando los vi hacer contacto, y enfoqué todos mis sentidos en agudizar mi visión e intentar no perderme detalles de lo que pudieran decir.

Al parecer, Alexander le preguntó dónde estaba, mientras lo miraba confundido. Jean le respondió que estaba en el baño porque se había sentido mal (llevó sus manos a su estómago). Después le dijo que se quería ir. Alexander se negó, y le dijo que la fiesta apenas comenzaba. Se giró y dijo algo, pero no alcancé a ver qué. Supongo que tuvo relación con todo lo bebestible que había sobre la mesa. Finalmente, Jean le volvió a decir que no se sentía bien y que se iría. Alexander asintió y se despidió.

Respiré aliviado cuando por fin lo vi salir. Volví al baño y mojé mi rostro. «Va todo bien» me dije. Salí de nuevo, solo que por el otro pasillo para no salir por el mismo lado que Jean. Me sentí un poco mareado por tantas vueltas que había dado, pero era necesario para que Alexander no nos relacionara.

-¡Diego! –dijo Fernando cuando me vio-. ¿Todo bien?

-Sí, Jean está afuera esperándome –le dije buscando con la vista a Alexander.

-¿Cómo se lo tomó? –preguntó Bastián.

-No muy bien –contesté-. Pero logró controlarse.

-¡Martina! –llamó Fernando a nuestra amiga, quién iba pasando con premura.

-¡Oh! Diego, ¿funcionó?-.

-Creo que sí –respondí-. ¿Sigue allí Alexander?

-No, fue al baño –contestó. Sentí alivio por haber alcanzado a salir.

-¿Todo bien? –le pregunté, pues había sentido que le habíamos interrumpido el camino.

-No lo sé. Tengo que hablar con Gonzalo –se disculpó y luego continuó su camino.

-Bueno, chicos, me iré –les dije-. Después les contaré todo.

Caminé sigilosamente hacia la sala principal, asegurándome que Alexander no apareciera. Cuando me di cuenta que la zona era segura, caminé con más alivio hacia la salida. Pero apenas puse un pie fuera sentí su voz.

-¡Diego! –todo mi cuerpo se erizó. Caminé más rápido, pero de alguna forma me alcanzó-. Espera…

-Alexander, me tengo que ir –le dije intentando soltarme.

-Sólo quería decirte que me siento horrible por… -se detuvo de golpe. Miró mi pecho y luego a mi rostro. Vi en sus ojos que sus neuronas hacían una sinapsis violenta-. ¿Por qué tienes ese suéter?

-No puedo hablar ahora –dije mientras caminaba sintiéndome un imbécil por no haber reparado en que podría reconocer el suéter de Jean. Su mano se clavó en mi brazo y me tiró hacia él sin la menor delicadeza.

-Respóndeme ¿qué haces con ése suéter? –preguntó. Algunas personas dirigieron su mirada hacia nosotros.

-Alexander… nos estan viendo –le advertí.

-No me importa. ¿Es de Jean? ¿Cierto? –preguntó, aunque sabía la respuesta.

-No tengo que darte explicaciones-.

-Entonces es de él. ¿Por qué…? –sus ojos miraban a la nada, intentando descifrar la información-. ¡Explícame!

-Por favor, Alex… Estás haciendo una escena –dije avergonzado-. Me tengo que ir.

-No te irás hasta que me respondas –me tomó del brazo y me llevó a rodear el lugar, para evitar miradas curiosas. Nos detuvimos en una esquina, donde la luz de las ventanas apenas conseguía iluminar su rostro.

-Me estás asustando –le dije mientras miraba en la oscuridad buscando a Jean.

-¿Por qué tienes el suéter de Jean? –preguntó de nuevo-. ¿Por eso se fue? ¿Te juntarás con él? ¿En eso te convertiste? Ni siquiera lo conoces y ya te le ofreciste. Me das asco.

-… -las palabras no salían de mi boca. Sentía mucho miedo.

-¡Habla, maldita sea! –gritó a medio milímetro de mi cara y golpeando la pared junto a mí, causando que cerrara mis ojos por el miedo.

-Ya lo conocía –le contesté llorando-. Él es el chico con el que me he estado viendo.

Alexander se quedó pasmado y aproveché eso para salir corriendo. Por suerte me encontré con Jean en la entrada.

-¿Qué pasó? ¿Dónde estabas? –me preguntó.

-Vámonos –le pedí.

Comenzamos a caminar, pero Alexander apareció y nos separó. Lo siguiente que vi fue su mano pasar frente a mí y chocar contra la mejilla de Jean. Grité. Intenté buscar ayuda, pero justo en ese momento todos habían entrado.

Alex iba a decirme algo, pero para su sorpresa Jean se levantó y le respondió el golpe. En cosa de segundos comenzó una violenta pelea frente a mis ojos. Y esta vez era una pelea pareja, pues Jean sí era un digno oponente para Alexander. Fue la primera vez que lo vi vulnerable, ya que los golpes que Jean le daba eran realmente potentes.

-¡Alexander! –gritó Martina cuando entró a escena. Fernando y Bastián intentaron calmarlos pero no pudieron razonar con la furia que tenían esos dos.

Yo me sujetaba la cabeza sin saber qué hacer. Miraba a Alexander y luego a Jean, viendo que poco a poco sus rostros se iban cubriendo de marcas coloradas y manchas de sangre. Palidecí cuando uno tomó ventaja por sobre el otro y se comenzó a volver escabroso.

-¡Basta! –grité-. ¡Lo vas a matar!

Uno estaba en el suelo mientras el otro lo pateaba. La gente comenzó a salir pues la situación se había salido de control. El pánico me invadió cuando vi que el pie del sujeto que estaba parado se levantaba con furia y con la intención de aterrizar en el rostro de su contrincante que apenas podía moverse en el suelo.

-¡No…! –gritamos todos cuando el pie empezó a bajar con velocidad…

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