Malas decisiones (Parte 8)
¿Cuántos problemas puede traer la verdad? Y ¿cómo a pesar de eso Diego siempre encuentra el momento para follar descontroladamente? ¿Acaso son las hormonas?
-No puedo decir que me sorprende –contestó Martina cuando le conté la confesión que su hermano me había hecho.
-¿Por qué lo dices? –pregunté interesado.
-Porque lo conozco… Y porque vivo con él –respondió.
-Sigo sin entender –me senté intentando comprender sus palabras.
-Amigo, el entusiasmo que tenía con Tomás sólo lo demostraba cuando tú estabas ahí presente – me dijo-. El resto del tiempo, era más bien distante. Sólo lo tomaba en cuenta lo justo y necesario para que Tomás no protestara, y como tu primo babeaba por Alexander, nunca decía nada cuando él no demostraba el mismo interés. Incluso creo que mi hermano se sentía hasta estresado por su presencia. Iba al gimnasio más seguido de lo normal. Todos los días se levanta a las 6am para ir.
-¿Por qué no me lo dijiste antes?
-Porque no consideraba correcto establecer teorías de la relación entre mi hermano y tu primo, contigo –contestó. Y le encontré razón-. Pero ahora que ya tienes la confirmación es diferente. Alexander lo toleraba sólo para sacarte celos y…
-¿Y…?
-Por sexo, obviamente –dijo mientras caminaba y se acercaba a mí-. Tomás todo el tiempo quería hacerlo con Alexander. Era desesperante estar presente cuando Tomás llegaba y comenzaba a provocar a mi hermano. Lo curioso era el comportamiento de Alexander…
-… ¿Por qué? – esperé la respuesta-. ¿Puedes decir las ideas completas? Me pones nervioso.
-Porque cuando estabas con él, Alexander parecía querer siempre tener sexo contigo. En todo momento, a cada rato, apenas te veía entrar por la puerta – me sonrojé-. Pero con Tomás no. Notaba una cierta resistencia, y no fluía tan rápido. ¿Qué piensas de todo?
-Me hace sentir mal que Alexander haya hecho todo esto –le dije-. Me hubiese gustado que rehiciera su vida con alguien. De verdad que sí. No niego que al principio me hubiese costado aceptarlo, pero como todo proceso, el tiempo lo hubiese solucionado. También me molesta que usara a Tomás de esa forma. Si bien me molestó lo que hizo él, no me hace sentir bien que Alexander lo ilusione falsamente.
-Sí, definitivamente este es un cúmulo de malas decisiones –miró al cielo pensativa-. Y me da escalofríos imaginar la forma en que te contó todo.
-Sí… Hace mucho que no lo veía comportarse de esa forma –recordar su mirada me ponía nervioso-. Y es lo que más me duele…
-Así que estás saliendo con el chico del gym ¿eh? – dijo cambiando de tema.
-No es “salir” precisamente. Sólo somos amigos… con algunas ventajas. Sin compromisos –le expliqué.
-Vaya, supongo que eso es mucho más cómodo-.
-Lo es, sí –respondí-. Por ahora…
-¿Por qué lo dices?
-Alexander demostró mucho interés en él. Siento que intentará investigar hasta encontrarlo-.
-Nada bueno saldrá de eso – dijo. Asentí-. ¿Pero lo conoce?
-No. Más de alguna vez le hablé de él, pero nunca mencioné su nombre ni algún dato personal. Él lo conocía sólo como mi entrenador personal y ya. No tenía mucha relevancia, no nos veíamos tan seguido, y cuando lo hacíamos, sólo entrenábamos. Era como una compañía silenciosa –expliqué-. Pero no hablemos de mí, pensar en todo esto me pone nervioso. ¿Qué tal tú? ¿Ya tienes pensado algo para tu cumpleaños?
-Aún no –respondió. Pude notar que no estaba muy emocionada.
-¿Por qué? Falta casi 1 semana-.
-He estado distraída –se levantó y caminó estirando sus piernas.
-Martina… ¿todo bien?
-Sí… Sí –repitió. Fue casi como para reafirmárselo a ella misma-. Es decir… No lo sé, es complejo.
-¿Pasa algo con Gonzalo?
-No están muy bien las cosas con él, Diego –dijo finalmente. Me sorprendí, pues ellos no parecían el tipo de pareja que presentara problemas. Gonzalo era un chico muy amable, protector, educado, simpático. Siempre atento y preocupado por Martina. Además de que era muy guapo.
-¿Te hizo algo? –si su respuesta era positiva, perdería toda la fe en la humanidad, porque definitivamente Gonzalo no era el tipo de chico que hiciera cosas malas.
-No, nada. Gonzalo es un encanto-.
-¿Entonces?
-Soy yo el problema –quedé pasmado con la respuesta. Al ver mi rostro, prosiguió-: Creo que no siento lo mismo por él como lo sentía antes.
-¿Ya no lo quieres?-.
-Sí, lo quiero. Pero creo que a veces lo veo como un buen amigo… Es complicado –me dijo mientras se tocaba el pelo nerviosamente-. Mis emociones están confundidas. Al principio sentía un volcán en erupción cuando lo veía, pero ahora… ahora es como una débil fogata.
-Quizás necesitan experimentar un poco-.
-Puede ser…-.
La conversación acabó, y justo conseguí divisar a Fernando caminando en dirección a nosotros. Nos habíamos juntado en el parque para pasar una tarde juntos, pero Fernando había llamado diciendo que se atrasaría debido a un problema.
-Es papá –dijo una vez que llegó-. Está furioso con mamá.
-¿Por qué?-.
-Porque le pidió el divorcio –contestó-. Papá creía que con el tiempo ella recapacitaría, sólo por eso nos dejó estar solos y nos dio espacio. Pero mamá se irguió como nunca antes, y ya no quiere volver con él.
-Eso es genial –celebré.
-Sí, lo es. Pero papá no está contento, y eso sólo traerá problemas.
-Sabes que estamos nosotros para apoyarte en lo que quieras-.
-Lo sé, chicos. Los quiero un chilión –hicimos abrazo grupal.
-En fin ¿dónde iremos? Muero de hambre –dijo Martina.
-Tengo antojo de sushi –dijo Fernando-. ¿Les parece?
-Por mí está bien –respondí.
Durante el trayecto lo pusimos al tanto de los temas tratados. Una vez que nos sentamos en nuestra mesa a esperar el sushi, él habló:
-¿Le dirás a Tomás?
-La verdad, ni siquiera lo había pensado –respondí. ¿Me correspondía a mí decírselo?
-Yo creo que deberías –dijo Fernando-. Si yo estuviera en su lugar, me gustaría que me dijeran.
-Probablemente… –no estaba seguro de que fuera buena idea que yo le dijera. Pero igual me sentía mal porque él estuviera ilusionado de alguien que sólo lo estaba usando, y tener que guardar silencio.
-Alerta, chicos –dijo Martina, mientras observaba un punto que se ubicaba detrás de donde estaba yo.
-¿Qué sucede? –pregunté al ver el rostro de sorpresa de Fernando. Me giré de inmediato-. ¡Bastián!
-¡Shh! –me silenció Fernando, quién se ocultaba avergonzado-. ¿Qué haces?
-Sólo lo saludo –sonreí.
-Hola, chicos –dijo llegando a nuestra mesa.
-¿Qué tal? –saludó Martina-. ¿Vienes solo?
-Sí, no me quisieron acompañar hoy –respondió.
-Si quieres puedes sentarte con nosotros –ofreció nuestra amiga-. Hay un asiento disponible.
-¿No molesto? –preguntó preocupado.
-No, para nada –respondí con una amplia sonrisa. Fernando asintió en silencio.
Fue un momento bastante agradable. Bastián tenía un sentido del humor muy similar al de nosotros, por lo que encajó muy bien en el grupo. Poco a poco Fernando comenzó a soltarse y a participar más de la conversación, y fue muy evidente la conexión que había entre ellos. Las miradas y sonrisas coquetas sólo dejaban en evidencia la mutua atracción.
-Martina quiero ir al baño ¿me acompañas? –le dije de pronto.
-¿Al baño de hombres? –preguntó extrañada. Estúpida.
-Acompáñame, maldita sea –le dije con amabilidad, mientras la taladraba con la mirada para que entendiera que quería dejar a Bastián y a Fernando a solas.
-Voy –dijo cuando al fin entendió. Bastián soltó una sonrisa, y Fernando se sonrojó a más no poder. Estaba seguro que en ese instante él sólo quería enterrarse vivo.
-No puedo creer lo distraída que eres –le recriminé cuando nos alejamos.
-Pudiste tener un poco más de tacto ¿sabes? -.
-Aquí no hacemos eso –bromeé.
-¿Crees que sirva de algo? –me preguntó.
-Espero que sí –le contesté-. Es evidente que ambos se gustan y no se atreven a dar el paso.
-¿Por qué lo haces? –me sorprendió su pregunta.
-¿Hacer qué?-.
-Pues eso… Intentar emparejarlos-.
-No lo sé. Porque se nota que se atraen ¿No?-.
-Siento que es más que sólo eso –me dijo.
-Puede que me sienta un poco responsable… Simplemente quiero que Fernando esté feliz-.
Esperamos un tiempo prudente y volvimos a nuestros lugares. Bastián y Fernando se miraban de forma cómplice. Le hice un guiño a Martina, y sonreímos complacidos.
-¿Cómo te fue? –le pregunté a mi amigo cuando lo acompañábamos a tomar el transporte a su casa.
-Tengo su whatsapp –respondió con las mejillas coloradas.
-¡Genial! –celebró Martina.
-Es un buen comienzo –comenté.
Iba a agregar algo más, pero mi teléfono sonó.
-¿Jean? –contesté.
-Sí, soy yo. ¿Cómo estás? –preguntó.
-Bien ¿y tú?
-Genial. ¿Estás ocupado? –y supe de inmediato hacia dónde se dirigía esta conversación.
-No. Ya me despedía de los chicos –respondí. Poco a poco fui sintiendo que la temperatura de mi cuerpo subía.
-Estoy solo –lo escuché jadear.
-En 10 minutos estoy allá –le aseguré.
Ante la mirada perpleja de mis amigos, comencé a despedirme de ellos.
-El deber llama –sonreí.
-¿Te irás en su dirección? –preguntó Fernando a Martina.
-No, me juntaré con Marcela ahora –respondió nuestra amiga-. Me iré contigo.
-¿Marcela? ¿La prima de Gonzalo? –pregunté.
-Sí, después de hablar contigo por lo de mi cumpleaños, recordé que ella me había dado algunas recomendaciones para una temática –contestó más animada. Me alegraba que hubiese retomado el entusiasmo.
-Genial –miré mi reloj y rápidamente me fui en dirección al departamento de Jean. Después de lo que había pasado con Alexander necesitaba eliminar esas malas energías. Y no había mejor forma que una sesión de sexo desenfrenado.
Apenas entré al ascensor de su edificio comencé a sentir la excitación vibrando en mi piel. Cuando toqué el timbre mis piernas temblaban de la ansiedad. La puerta se abrió, y me encontré con un hermoso espécimen moreno, fibroso, semidesnudo y con una toalla envuelta en su cintura. Antes de que pronunciara alguna palabra me rodeó con su brazo y me hizo entrar. De inmediato su boca se abalanzó sobre mí y comenzó a devorarme los labios.
Sentí que flotaba en ese momento, y no me di cuenta cuando me encontraba acostado en el sofá con Jean sobre mí. Su cadera se frotaba contra la mía, haciéndome notar su erección y desear su verga. Y por la intensidad de su beso, sumado a la calidad de sus gemidos podía adivinar que él estaba igual de deseoso que yo.
-Te extrañamos –me dijo mientras me lamía el lóbulo de la oreja-. Mi pene y yo.
-¿A mí? ¿O a mi culo? –le pregunté cuando le mordía el labio inferior.
-A tu culo… - mordió mi labio-… a tu paquete –le dio un apretón-… y a ti.
Sólo pude gemir. Estiré mis manos y desaté su toalla. Necesitaba tenerlo desnudo ante mí y poder contemplar esa verga morena y venosa. Miró su entrepierna y luego me miró con deseo.
-¿Te gusta el paisaje? –me preguntó.
-Me gustaría verlo más de cerca –sonreí de forma traviesa.
-¿Qué tan cerca? –sus ojos destellaban lujuria.
-Lo que más puedas –relamí mis labios.
Se incorporó y se acercó hacia mí. Vi su pene bambolearse con cada paso que daba. Me senté para tener un mejor ángulo de visión, y se detuvo justo a pocos centímetros de que su glande tocara mis labios.
-¿Está bien así de cerca? –preguntó mirando la pequeña distancia que existía entre su pene y mi boca.
-Quizás un poco más –me relamí. Avanzó un poco más y su pene chocó contra mis labios.
-¿Conforme? –en sus ojos había fuego.
-Aún no –acto seguido abrí mi boca, y sin esperar instrucciones, su miembro comenzó a entrar.
Se sentía caliente y muy turgente. De inmediato sentí el sabor a limpio, debido a que acababa de salir de la ducha. Siguió entrando hasta que mi flujo aéreo se interrumpió y mi nariz golpeó su pubis recién depilado. Esperó allí unos segundos, mientras su grosor llenaba mi cavidad bucal y lo ahorcaba con intensidad.
Realizó un lento vaivén con la cadera, permitiendo por algunos segundos que el aire llenara mis pulmones. Era glorioso notar cada centímetro de su pene envuelto por mi boca, exprimiendo preciadas gotas de pre-semen que bailaban con mis papilas gustativas y que me hacían salivar. También era glorioso sentir su mano en mi nuca jugando con mi cabello y ver cómo su abdomen se tensaba y relajaba con cada movimiento de su cadera.
De un segundo a otro se alejó de mí, quitándome el biberón. Me levantó del sofá y comenzó a desnudarme lentamente. Por cada prenda que me iba quitando, iba depositando un jugoso beso en mis labios. Continuó de esa forma hasta que quedé completamente desnudo frente a él, bajo su fogosa mirada y su sonrisa lujuriosa.
Bajó su mano y envolvió mi pene, al mismo tiempo en que nuestros labios se encontraban. Luego bajó por mi cuello, lamió mis tetillas y besó mi vientre hasta llegar a mi verga. Gemí cuando sus labios se sellaron alrededor y comenzó a succionar. Mientras me la chupaba, sus manos subieron por mis muslos hasta quedar sobre mis nalgas.
Comenzó a jugar con ellas al son de la mamada, separándolas y volviéndolas a juntar. Por un momento separó mis nalgas y humedeció sus dedos, para luego continuar con su trabajo oral aunque sumándole una incursión con sus falanges a mí agujero. Poco a poco sentí que dos de sus dedos comenzaron a hacer presión. Con un poco de esfuerzo logró meterlos, y lentamente los introdujo hasta casi llegar a sus nudillos. Gemí de gusto. Si bien ardía un poco, la mamada ejercía un efecto inhibidor y sólo me hacía sentir placer.
Pese a eso, no pude evitar quejarme levemente cuando abría sus dedos como tijeras.
-Me encanta cuando gimes –dijo. Acto seguido, comenzó a mover rápidamente sus dedos dentro de mí, arrancándome más y más gemidos.
Su excitación aumentó tanto que en un abrir y cerrar de ojos me giró y enterró su cara entre mis nalgas para devorarme el agujero. Con la ansiedad y excitación del momento, comenzó a dilatarme y en tiempo record ya tenía tres dedos abriéndome el culo. Sentí ardor cuando los retiró, pero una deliciosa sensación de satisfacción.
-Ponte en cuatro –me ordenó.
Sin chistar lo hice sobre el sillón. Él corrió hasta su cuarto y volvió con un condón puesto. Al llegar, escupió en mi agujero y de inmediato dejó ir su pene. Un dolor agudo se propagó en mi interior, y se mantuvo por largos segundos debido a que empezó a taladrarme sin esperar a que me acostumbrara.
-Mmm, sí. Gime –me animaba.
-Ah… ¡Ah! –me quejaba. Existía una mezcla muy bien equilibrada entre el dolor y el placer.
En algunas ocasiones se salía y reemplazaba su pene por sus dedos, para rodearme y besar mis labios. Fue así que por mucho rato prolongó su corrida, penetrándome hasta que mis piernas temblaban.
Al cabo de unos minutos me giró y me tomó entre sus brazos, para levantarme y llevarme hasta la mesa del comedor, justo al lado de la ventana. La cortina del gran ventanal apenas conseguía cubrirnos, lo que le agregó un plus extra a lo que hacíamos. Puso su mano en mi pecho y me hizo acostar sobre la mesa, y a continuación tomó mis piernas para ponerlas en sus hombros y volver a ensartarme.
En el ángulo en que estábamos pude sentir de inmediato que la punta de su verga se clavaba en mi vientre, produciendo punzadas de dolor cortas pero agudas. Eso sólo provocó que mis quejidos hicieran eco en las paredes del departamento, excitándolo todavía más.
Mi respiración se comenzó a agitar cuando vi que un señor en el departamento de enfrente miraba en nuestra dirección con ojos confusos. Por la distancia a la que estaba, difícilmente podría distinguir con claridad lo que sucedía, pero el solo hecho de saber que nos miraba me llevó hasta el límite. Jean, al reconocer que ya estaba llegando a mi clímax aceleró por unos segundos las embestidas y luego salió de golpe, para luego meter tres dedos hasta los nudillos y hacerlos vibrar endemoniadamente, a la vez que succionaba mi glande. Grité.
-¡Oh!... –fue un grito ahogado y sorpresivo. Casi gutural.
Al instante comencé a correrme sin control en su boca, sintiendo que extraía hasta mi alma a través de mi uretra. Fue un orgasmo intenso y que por varios segundos me dejó sin aire. Quedé como un muñeco de trapo sobre la mesa, sin energías para mover algún músculo. Pero mi función continuaba, por lo que pese a que ya no tenía fuerzas, Jean de igual manera se acomodó y continuó embistiéndome.
Su pene se revolvía entre mis tripas mientras yo intentaba recuperar la oxigenación. Sus manos acariciaban mi cuerpo y gruñía como animal en celo. Ver mi rostro agotado y sentir mi cuerpo sin fuerzas hizo que en todo momento mantuviera una expresión de satisfacción, misma que se mantuvo hasta que comenzó a correrse. Sus gruñidos eran acompañados por pulsaciones dentro de mí, marcando uno a uno sus disparos de semen.
Cuando al fin salió de mí, mis piernas quedaron colgando inertes. Mi culo lo sentía caliente y sin fuerzas. De su pene colgaba un condón repleto con semen, casi dando la sensación de que en cualquier momento estallaría, y en su rostro se dibujaba una sonrisa complacida. Se quitó el condón y lo fue a tirar al basurero.
Al volver me encontró exactamente en la misma posición. Sonrió y se acercó a buscarme. Con cada paso su miembro morcillón se tambaleaba, lanzando destellos de luz de los restos viscosos de sus jugos en su piel.
-¿Todo bien? –preguntó autosuficiente.
-Creo que quedé tetrapléjico –exageré.
Me sentía incapaz de hacer cualquier movimiento. Me ayudó a bajar, y luego me llevó hasta el sofá. Se recostó en él, y me hizo un espacio para que yo quedara a su lado. Me envolvió con su brazo y descansé en su pecho. Sin planearlo, nos quedamos dormidos.
-Diego… -escuché entre sueños-. Diego… Despierta.
-¿Qué? –pregunté adormilado. Estaba teniendo un sueño que me hizo sentir angustiado. Pero cuando vi por la ventana que ya estaba oscuro desperté de golpe-. ¿Me dormí?
-Nos dormimos –dijo con la voz enronquecida y adormilada. Sexy.
-¿Qué hora es? –pregunté.
-Deben ser más de las 7 de la tarde, porque papá llegó-.
-¿Qué? –pregunté con una gota de pánico.
-Papá me despertó y…-.
-¡¿Tu papá…?! –dije en voz alta, pero luego susurré-: ¿Tu papá está aquí?
-Sí, fue a su habitación para darnos espacio –explicó cómo si nada.
-Jean… Estoy desnudo –sentí mis mejillas colorearse-. Tu papá me vio desnudo.
-Apenas te vio una nalga, te tengo bien acurrucado –bromeó. Yo solo quería morir.
Rápidamente reuní mi ropa y me vestí. Jean, por otra parte, se vistió con toda la calma del mundo. Justo cuando acabó, apareció su padre en la habitación. Automáticamente miré al suelo con ganas de hacer un hoyo y enterrarme vivo.
-¿Te quedarás a cenar? –preguntó como si nada.
-No, yo… Eh… Me tengo que ir –respondí avergonzado.
-No es necesario, puedes quedarte. No hay problema –dijo con amabilidad. Lo que me hacía sentir aún más avergonzado.
-Yo… Bueno… Muchas gracias, pero no puedo. Ya es tarde y no le avisé a mis padres dónde iba a estar –y era cierto. En cualquier momento iba a recibir alguna llamada de ellos para preguntarme por qué todavía no llegaba.
-Ya veo, está bien –dijo comprensivo-. Pero para la próxima no te zafas.
-No, señor –intenté sonreír-. Y perdón por…
-Oh, ya. No te preocupes. Fue mi culpa por llegar sin avisar. Tendría que haber llegado mañana, pero mis planes se cancelaron y viajé más temprano –explicó. Me dejaba sorprendido su actitud ante todo.
Sintiéndome extremadamente avergonzado, me despedí sin poder mirarlo a la cara. Jean se ofreció a acompañarme hasta el Taxi que él me había pedido. En el ascensor iba en silencio, ya que después de suprimir el momento vergonzoso con su padre, intentaba recordar el sueño que había tenido. Sólo podía recordar que era angustiante, y casi estaba seguro que Alexander estaba en él.
-¿Te sucede algo? –me preguntó cuando salimos del ascensor.
-Sólo estoy un poco pensativo-.
-¿Quieres hablarlo? -.
-No, tranquilo. Creo que es algo que tengo que hablar con otra persona -.
Y esa persona era Tomás. Por alguna razón se me había implantado en el cerebro la misión de contarle todo a Tomás. Si bien no era un santo, no se merecía ser usado de esa forma ni estar en medio de una situación así. Sin querer, y luego de quedar profundamente agotado por la sesión de sexo, mi subconsciente debatió esa decisión. Una decisión que quizás de manera consciente no hubiese tomado… por miedo.
Esa noche me costó conciliar el sueño, tanto por el dolor de culo que sentía como también por la ansiedad de hablar con Tomás. Apenas había llegado a mi casa le había mandado un mensaje solicitando hablar con él de algo importante. Aceptó, pero no sin antes hacer un par de preguntas que me tomé la libertad de ignorar.
-¿Cuándo hablarás con él? –me preguntó Martina a la mañana siguiente.
-Esta tarde –respondí.
Y estuve todo el día pensando en cómo le iba a decir lo que Alexander me había dicho. Pero definitivamente una noticia así es muy difícil de suavizar. Fue por eso que finalmente decidí improvisar en el momento y dejar mi mente en paz.
-Estuve a punto de no venir –me dijo. Supe de inmediato que esa conversación no sería fácil-. ¿Por qué no respondiste mis preguntas? No estoy para juegos.
-No es un juego –respondí-. No te respondí porque una cosa llevaría a la otra, y no era una conversación que quisiera tener por whatsapp.
-¿Y qué es tan importante para que tenga que ser en persona? Soy un chico ocupado. Tengo cosas que hacer para la universidad –me miraba con superioridad. Haciendo notar que él era el “adulto” y yo un simple adolescente inmaduro.
-Bueno… Pues… -no sabía cómo comenzar.
-¿Puedes decirlo ya? –presionó.
-¿Puedes darme un poco de tiempo? Ni siquiera lo hago por mí –solté perdiendo la paciencia.
-¿Y por quién lo haces? –preguntó escéptico.
-¿Sabes? Esto perfectamente me lo pude haber callado. Si te cité aquí fue simplemente porque no soy una basura de persona como tú –le espeté-. Alexander no te quiere. Solamente te usó para que yo me sintiera celoso y quisiera volver.
-¿Qué? ¿De qué estás hablando? –su rostro pasó del impacto, a estar rojo de ira.
-Ya escuchaste-.
-¡Mientes! Lo dices porque nos quieres separar.
-¡Es verdad! Él mismo me lo dijo –repliqué.
-No es cierto…–se intentó defender-. Sólo eres un envidioso. Te enferma que me haya elegido a mí por sobre ti. Pero mírame, en muchos aspectos soy mejor que tú. Mayor y más maduro… Es lo que él necesitaba, no un niño mimado que aún ni sabe limpiarse el culo por sí mismo. Lo mejor para él fue haberse deshecho de ti. Eres demasiado insignificante para complacer a un verdadero hombre como él. En cambio yo soy todo lo que él necesita, y le doy todo incluso sin que tenga que pedírmelo. Nací para complacerlo. Él… Alexander me quiere. Yo le gusto…
-Eso es lo que tú crees, pero hasta Martina se dio cuenta que solo te aguantaba. Te usó como un juguete. Tu única función era provocarme celos, y ser sólo un agujero en dónde descargar –dije esto último con ira. No tuve que haberlo dicho, pero no me arrepentía. Intenté por las buenas, pero su reacción me había enfadado y me desquité.
-¿Qué dijiste? –preguntó encolerizado.
-Lo que escuchaste, Tomás. Vine aquí con la intención de hacer lo correcto, y decírtelo cara a cara. Pero no aguantaré que me hables de esa forma –gruñí-. Alexander sólo te usó… No le interesas para nada. Fuiste la ruta fácil pues te le entregaste en bandeja. Ni siquiera significaste un reto. No fuiste nada más que un jugue…
No pude terminar la oración, pues sin que yo pudiera advertirlo su mano viajó y golpeó mi rostro. De inmediato sentí algo caliente cayendo por mi labio y un fuerte ardor en la mejilla. Antes de que pudiera decir algo, lo vi alejarse de mí con velocidad. Supuse que iría dónde Alexander a contarle lo sucedido y pedirle explicaciones. Así que simplemente me levanté y fui a mi casa a limpiarme el labio y poner algo frío en mi cara.
No me sorprendía lo que había sucedido, pues un desenlace así estaba dentro de mis futuros probables. Aun así, dolió más de lo que me imaginé. Por fortuna me encontraba solo y no tuve que dar explicaciones, pero sabía que en cuanto mis padres llegaran preguntarían lo que me había sucedido y no estaba muy seguro de lo que iba a responder.
Me senté en el sofá para descansar mientras ponía un paño frío en mi mejilla para evitar que se inflamara. Hice una breve evaluación de lo sucedido, y pensándolo fríamente llegué a la conclusión de que definitivamente esa conversación con Tomás pudo haber sido mucho más pacífica si no hubiese perdido los estribos. Por otra parte, no estaba seguro sobre quién había salido más perjudicado… ¿Yo, con la mejilla hinchada y el labio partido? ¿O él, con el corazón herido?
Mi mente aterrizó cuando un golpe violento aterrizó en la puerta. Escuché la voz de Tomás y quedé sorprendido de que haya ido hasta mi casa. Volvió a golpear, y con cada segundo que pasaba sentía que su enojo aumentaba. Sentí calor subiendo desde mi vientre en forma de ira, envolviendo mi cuerpo y amenazando con explotar. ¿Cómo se atrevía venir a mi casa haciendo ese escándalo?
-¿Qué quieres? –pregunté cuando abrí la puerta. Estaba él, mirándome de forma desafiante y con los puños apretados. Pero no se encontraba solo, pues Alexander estaba unos pasos más atrás mirando hacia el horizonte como disimulando la situación.
-Quiero que repitas lo que me dijiste hace unos momentos, pero frente a Alexander –exigió-. Quiero ver si tienes las agallas de mentirme…
-¿Yo? ¿Por qué mentiría? –pregunté ofendido.
-Porque nos quieres separar. Alexander me dijo que habías entendido mal lo que él quiso decir –miré a Alexander pero él seguía encontrando más interesantes los pájaros sobre los árboles-. Eres un mocoso mentiroso y embustero.
-No te atrevas a insultarme… -mi mandíbula estaba tensa de la rabia.
-¿O qué? ¿Quieres que te golpee de nuevo? –preguntó con soberbia.
-¿Qué? –preguntó Alexander. Mágicamente había salido de su trance indiferente a lo que estaba sucediendo frente a sus narices, y giró su cabeza para por fin hacer contacto visual con nosotros-. ¿Qué dijiste? –miró a Tomás, y luego a mí. Sus ojos llamearon cuando vieron mi rostro.
-Pues le pegué por mentiroso y… -pero antes de que terminara la oración Alexander le dio un fuerte derechazo que lo tiró al suelo.
-Jamás vuelvas a tocar a Diego ¿Me oíste? ¡Jamás!-.
-Pe…pero. Alexander… -titubeó Tomás mientras se tocaba la mejilla con ojos sorprendidos y llorosos.
-Te mentí, Tomás. Lo que te dijo Diego era cierto –pese a todo lo sucedido, no pude evitar sentir pena al ver el rostro de mi primo cuando escuchó lo que Alexander le dijo-. No seguiré esta farsa. Solo te usé para sacarle celos.
-Pero cuando teníamos sexo tú decías que te gustaba…-.
-No era cierto. ¿Qué esperabas? Prácticamente te tiraste a mis brazos, no iba a desaprovechar la oportunidad de tener sexo gratis –dijo de forma muy déspota-. Pero ni creas que lo sentí como con Diego. Solo fingía para mantenerte ilusionado. Ahora vete, no quiero verte más, ni quiero que te acerques a Diego. Y si me entero que le tocaste aunque sea un pelo… No quieres saber de lo que soy capaz de hacerte.
Se levantó humillado y asustado, y se fue sin decir más palabras. Cuando Alexander se giró estaba tenso, sus ojos brillaban furiosos y su mandíbula se veía apretada.
-¿Estás bien? –preguntó intentando tocarme el rostro, pero lo esquivé.
-Sí –respondí.
-¿Qué sucede? ¿Por qué no me dejas tocarte?
-Vete, Alexander –le dije. Sentía repulsión por él luego de haber escuchado todo eso.
-Déjame ayudarte –insistió intentando entrar.
-No quiero ayuda –le aseguré.
-Sé que estás enojado, pero sabes que lo hice porque te quiero –continuaba. Me daba escalofríos.
-Usaste a mi primo…-.
-Se lo merecía por intentar traicionarte –se justificó.
-No, no se lo merecía. Nadie se lo merece-.
-Diego…
-Alexander, vete –intenté cerrar la puerta pero lo impidió.
-Diego… no hagas esto –me tomó del brazo para acercarme a él.
-Suéltame –pero me apretó más-. Alexander…
-Ya es suficiente, Diego. Aprendí la lección… Déjame entrar y lo hablamos.
-No quiero hablarlo –le dije-. Quiero estar solo… Por favor, suéltame.
-¡Déjame entrar! –gritó salido de sí mismo. Se abalanzó hacia adelante y entró a mi casa-. Tenemos que hablar de esto… de nosotros.
-No hay “nosotros”, Alexander. Te estas comportando como un loco –había tomado distancia de él.
-Tú estás loco… No te das cuenta que soy lo mejor para ti. Me necesitas en tu vida –argumentó con ojos desorbitados-. Tienes que darme una oportunidad.
-Alexander, por favor… Me estás asustando –tragué saliva-. Fuiste un hombre importante en mi vida, pero ya no siento lo mismo por ti como antes. Avancé, Alexander, y tú tienes que hacer lo mismo.
-No es cierto… Tú todavía me quieres, lo veo en tus ojos.
-Te quiero, es cierto... Pero como amigos, nada más. No puedes obligarme a que sienta algo más por ti.
-¿Es por ese otro chico? ¿Cierto? –preguntó con el rostro contorsionado-. De seguro ni siquiera te quiere como yo. ¡Ah! Quisiera golpearlo…
-No busco que me quiera más que nadie. Simplemente somos amigos… con algunos beneficios.
-¡Es eso entonces! Se te calentó el culo –dijo casi con desdén.
-Alexander… -le advertí.
-¡Ja! Eso es lo que pasaba. Apenas terminamos le tiraste el culo al primer imbécil que se te cruzó –sentí sus palabras como cuchillas-. Quizás tú y Tomás tengan más en común de lo que pensabas… quizás a ti también te están usando.
-No es así… No sabes nada –mis ojos se humedecieron-. ¡Vete de mi casa!
-Cuando él se aburra de tu agujero vendrás a mí de nuevo, ya verás. Y te darás cuenta de que nadie te va a querer como yo. Me suplicarás volver.
-Fuera –lo empujé- de –lo volví a empujar- mi casa.
-¡No! –dijo, y me empujó.
Lo hizo con una fuerza desmedida. El momento sucedió en cámara lenta. El empujón me hizo caer de espalda, y vi cómo su rostro de ira se transformaba en sorpresa y luego en pánico. Vi su mano alzándose para sujetarme, pero no lo logró hacer. Lo próximo que sentí fue un golpe sordo en mi nuca y un grito ahogado de Alexander.
(He vuelto continuando los últimos capítulos de esta historia. La razón por el retraso en la publicación es que hay alguien que ha estado plagiando este relato. Si ustedes lo ven y no soy yo "Angel Matsson", denúncienlo. Si esta persona sigue haciendo lo mismo, me temo que esta historia no llegará a su final. En mi instagram estaré dando informaciones al respecto @AngelMatsson)