Malas decisiones (Parte 7)
Hay decisiones que tarde o temprano se tienen que tomar, y no siempre tenemos la certeza de qué tan buenas serán. Menos aún si quién las toma es un adolescente de 18 años que tiene las hormonas revueltas...
Alexander: “Necesito hablar contigo. Contéstame”
Fernando: “Diego ¿estás ahí?”
Martina: “¿Qué sucedió, Diego? Alexander está extraño”
Jean: “Iré al gym hoy, ¿vienes?”
Esos eran los mensajes que encontré a la mañana siguiente en mi teléfono. Había ignorado a Alexander y Fernando porque no quería pensar en ellos. El primer mensaje que contesté fue el de Jean.
Yo: “Sí, amigo. Lo necesito con urgencia”.
Esa semana no había podido ir debido a las preparaciones para mi cumpleaños, además de que él había estado ocupado con sus primeros días en el instituto. Así que mi sábado sería más provechoso si iba a liberar estrés al gimnasio con una buena compañía.
El segundo mensaje en contestar fue el de Martina.
Yo: “Sucedieron demasiadas cosas en muy poco tiempo. ¿Puedes venir ahora a mi casa? Te invito a almorzar”
Miré los otros dos mensajes dudando si contestarlos, pero decidí que no les respondería hasta que hablara con Martina. Necesitaba confirmar que la decisión que había tomado era la correcta, y no quería que ellos se confundieran aún más por culpa mía. Martina contestó de inmediato accediendo a mi petición.
-O sea… ¿Te hicieron elegir? –preguntó mi amiga después de que le contara la historia.
-Básicamente estoy obligado a hacerlo –asentí.
-¿Y Tomás besó a Alexander? –preguntó aún más sorprendida.
-Eso me dijo –le respondí.
-¿Qué piensas de eso? ¿No estás enojado con Alexander?
-No puedo enojarme con él… Tomás me dejó claro que fue él quien besó a Alex.
-¿Y a quién elegirás finalmente? ¿Ya lo decidiste?
-Sí…
-¿Y a quién…?
-Pues a…-.
Salí de la casa luego de la conversación con Martina. Les había mandado un mensaje a cada uno para que nos juntáramos a hablar, pero había citado primero a Alexander para hablar lo de Tomás.
-Puedo explicarlo… -me dijo Alexander.
-No es necesario, Alex. Tomás me lo dijo. Sé que no fue tu culpa-.
-¿Estás enojado? –pregunto temeroso.
-No, no lo estoy –respondí-. Por lo menos no contigo, aunque sí un poco con Tomás. Es mi primo, y sabía que entre tú y yo había algo.
-¿Había? –preguntó. Me congelé cuando me di cuenta de lo que mi subconsciente había dicho-. ¿Todo bien, Diego?
-No… De hecho, no está todo bien –le dije. A lo lejos vi a Fernando acercarse. Llegaba antes de lo que había planificado. Alexander lo vio y se le erizó la piel-. Por eso quise hablar con ustedes hoy.
-¿Por qué no contestabas? –me preguntó Fer cuando llegó.
-¿Lo elegiste a él? –preguntó Alexander furioso. Fernando se sorprendió al escuchar eso y me miró de golpe.
-¿Qué sucede aquí? –interrumpió finalmente.
-Responde, Diego – continuó Alexander-. ¿Para eso nos citaste?
-¿Ya decidiste? –inquirió Fernando con ojos esperanzadores.
-Sí –respondí con seguridad.
-¿Y… a quién? –me animó Fernando.
-Pues… -suspiré-, a ninguno.
-¿Qué? –preguntaron ambos al mismo tiempo.
-Así es, chicos. Perdón, pero no pude –dije con sinceridad-. No es justo para ustedes, ni para mí. Y definitivamente no es una decisión que quiera tomar. Además de que me di cuenta que no es una responsabilidad que debería tener a esta edad.
-Pero…-.
-No, Alexander –lo interrumpí-. No quiero seguir con esto. Tengo recién 18 años. Tengo toda una vida para enamorarme y desenamorarme. Tengo muchos años por delante para tener dramas amorosos. Pero ahora no los quiero. No me hacen bien, ni tampoco a ustedes. No tengo la madurez emocional suficiente para manejar esto, y eso sólo puede traernos más problemas. A esta edad debería pasarlo bien con mis amigos, estudiar, divertirme y ser libre. No tener responsabilidades de una vida en pareja como si tuviera 30 años. Para disfrutar en pareja, primero debo aprender a disfrutar mi soledad.
-¿Y eso qué quiere decir? –preguntó Fernando.
-Quiere decir que los quiero mucho… a ambos. Que los respeto, y que no merecen como novio a un chico que no está seguro de lo que quiere –le respondí-. También quiero decir que ustedes son jóvenes libres. Disfruten su juventud y soltería. Tengan sexo cuantas veces quieran (con protección, obviamente) y no busquen el amor, porque él llega cuando él quiere.
-No quiero perderte –me dijo Alexander con voz quebrada.
-No lo harás –le dije mientras lo abrazaba-. Los amigos… los buenos amigos, son más eternos que las parejas. Déjame ser eso para ti, un buen amigo. De esos que se acompañan toda la vida.
-Es difícil -.
-Lo es ahora, pero no lo será siempre –le respondí.
-Supongo que estoy conforme –dijo Fernando-. Después de que creí que no te volvería a ver, me doy cuenta que para mí es suficiente con tenerte junto a mí como amigo. Estaré feliz si tú lo estás.
-Si ustedes están conmigo, lo seré –aseguré mientras los abrazaba a ambos.
Me sentí feliz cuando el tema se cerró. Me fui al gimnasio sintiéndome más liviano que nunca. Jean lo notó apenas me vio.
-Hace tiempo no te veía tan resuelto –dijo luego de saludarme.
-Siento que quité un gran peso de encima de mis hombros-.
-Me alegro por eso –me sonrió. Agradecía que nunca preguntara más allá de lo necesario.
-Por cierto, la otra semana te traeré una sorpresa –le dije. Seguramente no sabía que Fernando estaba de vuelta, y pensaba que sería una buena idea retomar la rutina que antes solíamos hacer los tres.
-¿Cuál sería? –preguntó con curiosidad.
-Ya lo verás –le hice un guiño.
Los días pasaron y poco a poco me convencía más de que había tomado la mejor decisión. No mentiré diciendo que fue fácil, porque no lo fue. Hubieron algunas noches en las que me lo cuestioné… noches en que creí que había sido una mala decisión no seguir con Alexander y otras en las que pensaba que con Fernando hubiese estado mucho mejor. Pero finalmente llegaba a la misma conclusión: solo estaba mejor. Poco a poco entendía que no necesitaba de nadie para ser feliz, que yo brillaba con mi propia luz y no necesitaba la de nadie más. Aunque no negaré que mis hormonas sí gritaban por atención.
Los descansos junto con Martina y Fernando eran maravillosos, como siempre. Las películas en casa de Alexander se volvieron una tradición de los días sábados. Tres veces a la semana en la tarde iba al gym con Jean, de los cuales sólo un día podía acompañarme Fernando, ya que como sus padres se estaban separando, ayudaba a su madre en la casa.
-¡No lo puedo creer! –dijo Jean al ver a Fernando entrar al gym el primer día.
-¡Amigo! –gritó Fernando, para luego ir a abrazarlo.
-¿Hace cuánto estás aquí? –preguntó.
-Como 2 semanas –respondió.
-¿Y esperaste 2 semanas antes de venir a verme? -.
-Ups…-.
-Me siento indignado –bromeó-. Imagino que estuvieron ocupados con el reencuentro –dijo con tono sugerente-. Como Diego vuelve a las pistas.
-No, Jean. Solo somos amigos –le respondí.
-Los mejores –afirmó Fernando. En la boca de Jean se dibujó la sorpresa.
Todo en mi vida comenzó a estar bajo control. Ya no me sentía estresado ni agobiado por mis emociones. Ya no tenía más preocupaciones (además del colegio), y creí que ya todo lo tenía dominado… Hasta que vi a Tomás… con Alexander.
Lo vi justo cuando yo estaba llegando a la casa de Alex. Era un sábado, y todos los sábados nos juntábamos para ver películas. Al llegar, lo vi saliendo y despidiéndose.
-Oh… Hola… -saludé. Tomás me miró con expresión apenada.
-Hola, Diego. ¿Qué haces aquí? –se atrevió a preguntar el imbécil.
-Pues aquí viven dos de mis mejores amigos –respondí-. ¿Y tú?
-Vine a ver a Alexander –respondió. Alexander estaba mudo.
-Ya –dije cortante.
-Escucha, Diego, yo… -comenzó a decir.
-Ahórrate las palabras –lo corté. Hice a un lado a Alexander y entré como si estuviese entrando a mi propia casa.
-Creo que eso no salió muy bien –dijo Alexander al entrar.
-¿Tú y él…?
-No… Bueno… -dudó-. Somos amigos. En realidad, no me simpatizaba mucho. Ya sabes, por lo que sucedió ese día. Lo evité por mucho tiempo. Pero hace unos días coincidimos en una fiesta, me pidió perdón y… No lo sé, no parece un mal chico. ¿Te molesta?
-No –respondí, aunque sí me molestaba-. Sólo me causa un poco de incomodidad. Pero ya me acostumbraré.
Al cabo de unos minutos llegó Martina con Gonzalo, y el último en llegar fue Fernando. La película comenzó, y no fui capaz de concentrarme en ella. Encontrarme con Tomás allí me provocó un calambre mental y mis neuronas hicieron cortocircuito. Entendía que a Alexander le pudiera gustar, pues Tomás era un poco más alto que yo, más guapo, con mejor cuerpo y más desarrollado. No parecía un puto Hobbit con problemas hormonales como yo.
Después de ese pensamiento me di una cachetada mental, porque esas palabras las había pronunciado mi baja autoestima e inseguridad. Pero luego de unos segundos la cizaña volvía a mi mente. ¿Por qué con mi primo? ¿No pudo ser alguien más? Aunque eso me llevaba a otra pregunta ¿Lo hubiese tomado mejor si hubiese sido otra persona? ¿O me hubiese afectado igual?
Otra parte de mi pecho no estaba furiosa, pero sí dolida por lo que mi primo me había hecho. No era para nada correcto intentar levantar al novio de tu propio primo (cuando aún estábamos juntos, claro está). Quizás me hubiese dolido menos si lo hubiese hecho una vez que hubiéramos terminado, y me lo hubiese dicho con anterioridad… No lo sé. Ya no lo sabremos.
En ese momento admiraba a Fernando. Tenía sentimientos tan buenos y puros que no se hacía problema por nada. Era feliz estando como amigos, y jamás se presentó alguna incomodidad entre nosotros. Me gustaría tener esa habilidad, y no sentirme mal por lo que ahora Alexander hace. Creo que esa era la prueba para de verdad confirmar que ya lo había superado. Tenía que dejarlo ir, y entender que podía estar con más personas era parte de eso, incluso si una de esas personas era mi propio primo.
Y, quizás, la mejor forma de trabajar eso era intentar pasar el rato con otro chico. Algo exprés, para el rato. Como muchos jóvenes lo hacen. Algo sin compromiso. Sólo diversión. Si lograba hacerlo, sin pensar en Alexander o Fernando, significaría que ya son parte de mi pasado.
Al llegar a la casa inmediatamente instalé Grindr. Sentía la adrenalina recorriendo mi circulación, acelerando mi pulso y apurando mi respiración. También sentía la excitación, debido a que ya habían pasado casi 3 meses desde que había tenido sexo por última vez.
Como nombre de usuario me bauticé como “Angel15”. Y en la descripción coloqué “Nuevo y buscando experimentar”. Fue corto, y preciso. Como foto de perfil subí una de cuerpo entero, y en mi rostro puse el emoji del angelito. Iba vestido sólo con un short.
En cuestión de segundos comenzaron a llegar mensajes. La mayoría ofertaba drogas varias, mientras que la otra mitad eran sujetos de más de 30 años que me ofrecían dinero a cambio de reventarme el culo de maneras perturbadoras.
Angel15: “ te contactaré” Les decía.
Me causaba gracia el tipo de personas que allí se podía encontrar. Casi todos eran hombres sedientos de sexo, con el morbo desatado y con las ganas de someter a un chiquillo como yo. En muy poco rato me llegaron más fotos de penes que intentos de conversación. Me fui a dormir sin haber podido encontrar nada de lo que yo buscaba. Al otro día, y luego de un sueño reparador, decidí desinstalar la aplicación. Comprendí que esas eran ligas mayores, y que yo aún no estaba preparado para competir en ellas.
De todas formas, aún seguía convencido de que lo mejor para mí sería desahogar mis instintos carnales con alguien. Quizás, lo que extrañaba no eran mis sentimientos por Alexander, sino simplemente el sexo. Y una vez que comprobara que eso lo podría tener con cualquier persona, podría dejarlo ir de una vez por todas.
El problema estaba en que no tenía a nadie que me ayudara a comprobarlo. Las aplicaciones de “citas” ya las había descartado, y tampoco era el tipo de chico que solía salir a fiestas y conocer gente. Mi círculo de amigos era bastante acotado, por lo demás.
-¿En qué piensas? –preguntó Jean. Él estaba haciendo abdominales, mientras yo miraba a la nada.
-¿Tienes amigos, Jean? –le pregunté de pronto.
-Eh, sí. En el instituto. ¿Por qué?-.
-¿Alguno que sea gay?
-Mmm, creo que no –contestó, aunque dudó. Me miró confundido-. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque quiero experimentar –le respondí sin más.
-Oh, vaya –dijo sin entender del todo a lo que me refería- ¿Está todo bien? –preguntó con preocupación-. Estás extraño.
-No soy el único –respondí-. Tú también has estado extraño últimamente.
-¿Yo? –se hizo el desentendido.
-Ya sabes a lo que me refiero –afirmé. Llevaba días comportándose diferente, más cercano de lo normal. Exactamente desde que le conté que estaba soltero. Y entonces se encendió la luz en mi cabeza. Me sentí estúpido por no haberlo pensado antes-. No hay necesidad de que finjas.
-No sé de qué hablas –dijo mientras su rostro se coloreaba-. Yo estoy normal.
-Me he fijado en cómo me ves, Jean. Antes solías disimularlo, pero ya hace un tiempo dejaste de pasar desapercibido –sonrió. Y eso me sorprendió. ¿A caso él esperaba que esto sucediera?
-¿No te molesta? –preguntó. Se recostó junto a mí, pasando sus brazos por atrás de su cabeza, mirando al techo. Yo lo miraba sintiéndome como en un experimento social.
-No, no me molesta –respondí-. ¿Qué sucede? ¿Por qué ese cambio de actitud? –pues había pasado de verse como un chico al que lo descubren haciendo alguna travesura, a alguien a quien le estaba funcionando un plan.
-No es secreto que me gustas, Diego. Lo sabes, ¿cierto? –dijo con expresión seria y voz gruesa.
-Creo que sí –respondí. Recordé el episodio en las duchas que había sucedido el año anterior.
-Cuando me rechazaste porque estabas de novio con Fernando lo entendí y me comporté. Pero nunca dejaste de interesarme –me confesó-. Créeme que se necesita de mucho esfuerzo poder controlarse y no traspasar la línea cuando estás tan cerca de la persona que te remueve el piso. Y créeme que te digo que muchas veces me tenté traspasarla. Pero me controlé porque no quería espantarte, y porque respetaba tus límites. Te di espacio y solo llegaba hasta donde tú permitías. Por esa misma razón nunca averigüé más de lo que me decías, aunque de todas formas te hacía saber que tenías mi apoyo.
-Vaya… -en ese momento se me había ido todo el carácter que había tenido al comienzo, y estaba allí en silencio escuchando lo que me decía. Y tenía razón, quizás de forma inconsciente dibujé un límite entre él y yo. Y, ahora que lo pensaba, nunca le di detalles de lo que me pasaba. Nunca mezclé mi vida fuera del gym con él. Aunque muchas veces llegara acá afectado por las cosas que sucedían en el exterior, nunca presionó para que se las contara.
-Cuando supe que estabas soltero, dejé de suprimirme –me dijo mirándome a los ojos-. Era tanto el esfuerzo que ponía, que cuando supe que ya no había razón para ocultarlo, de inmediato derribé la muralla. Pero no por completo, porque entendí que quizás necesitabas espacio para ti. Lo confirmé cuando supe que habías friendzoneado a Fernando.
-Las cosas son más complicadas que eso –le dije.
-Imagino que sí –coincidió-. El punto es que, si bien derribé las murallas, no quise actuar de inmediato. Así que simplemente dejé que mis acciones hablaran por sí solas, hasta que tú te dieras cuenta y me dijeras algo.
-¿Y si no sucedía? –pregunté.
-No lo sé... pero sucedió-.
-¿Por qué no simplemente fuiste directo?
-Porque no quería una negativa como respuesta. Me daba miedo afrontar la realidad de lo que pudieses decir –respondió-. Era mucho más fácil que tú dieras el primer paso. Así no me quedaba otra alternativa más que confesarlo todo. Además, pensé que si era más sutil, sólo te darías cuenta si estabas receptivo. De esa forma, encontrarías lo que inconscientemente buscabas. Lo buscas ahora, ¿verdad?
-Yo… Bueno… -era obvio que sí. Por alguna razón su confesión me hacía sentir descubierto. Fue un plan muy inteligente, y definitivamente muy arriesgado. Un plan a largo plazo que posiblemente pudo haber tenido un desenlace que no necesariamente pudo haber sido beneficioso para él. Pero tenía razón, al principio lo ignoré porque no lo buscaba. No vi las señalas porque no estaba receptivo para encontrarlas. Hasta que caí en cuenta que no necesitaba Grindr para encontrar a un chico de confianza para experimentar, cuando tenía a uno en frente de mis narices.
-¿Qué sucede? –se había girado, quedando frente a mí.
-Es cierto, Jean. Lo busco. Eres un chico bueno, de confianza, y que me hace sentir seguro de experimentar. Entras en lo que en este momento quiero –respondí. Sus ojos brillaron, y una media sonrisa se dibujó-. Pero…
-¿Pero? –preguntó. Se incorporó y yo lo imité. Quedamos sentados frente a frente.
-No busco una relación, Jean –le confesé-. No quiero amor. No quiero noviazgo. No quiero celos, ni dramas, ni discusiones.
-¿Tan mal te dejó tu ex? –preguntó. En su pupila se dibujó la ira-. ¿Te hizo algo? Sólo tienes que decirme quién es y cuando quieras le parto la…
-No, Jean –le interrumpí-. Es decir, no es tan solo él, o Fernando. Es todo lo que conlleva. Es la madurez que requiere, el nivel de compromiso, etc. No quiero tener esa responsabilidad en mi vida.
-Lo comprendo –dijo, y luego me sonrió-. ¿Sabes? Tienes razón. ¿Quieres ser mi folla-amigo? Sin compromisos. Sin celos. Sólo divertirnos, con respeto y responsabilidad.
-¿Lo dices en serio? –pregunté. No era precisamente lo que buscaba. Pensé en tener sexo una sola vez y nada más. Pero su oferta era mucho más tentadora. Y lo mejor era que sería sin compromisos, y con alguien de confianza.
-Claro, Diego –dijo de inmediato.
-Acepto, entonces –respondí-. Aunque tendría que ser en secreto. Ya sabes, no se vería bien que tú y yo…
-Oh, sí. Tienes razón. Los casi 4 años de diferencias pesan –dijo avergonzado-. No te sientes presionado ¿cierto? Ya sabes, por mi edad y todo eso.
-Tu edad no me espanta –me miró con curiosidad-. Mi ex tenía la misma edad tuya. Quizás unos meses mayor, incluso.
-Oh, ya veo -.
-Así que todo en orden –le hice un guiño. Me sonrió de forma lujuriosa y ¡Oh por Dios! Sentí que mis hormonas se alborotaban al verlo de esa forma. Y pude notar que él estaba en la misma situación que yo. Podía imaginarme todas las ganas que tenía acumuladas después de tanto tiempo deseándome en silencio, y eso sólo me hacía sentir más excitación.
-Creo que es momento de irnos a las duchas –dijo rápidamente.
-Toda la razón –asentí.
Apenas colocamos un pie dentro me tomó de los hombros y me estampó contra la pared dándome un intenso beso. Sin perder tiempo, pegó su bulto contra mi vientre mientras nos frotábamos. Lo pude notar duro y palpitante, y deseé con desesperación liberarlo. Pero sentimos un ruido y tuvimos que separarnos con velocidad.
-Creo que no es un sitio muy seguro –dijo mientras respiraba agitadamente. En su short había un bulto que amenazaba con explotar la tela.
-¿Qué hacemos? –pregunté. No estaba dispuesto a detenerme.
-Vamos a mi departamento. Sólo vivo a unos 10 minutos de aquí –dijo.
-¿Y tus padres? -.
-Están separados –contestó-. Allí vivo con mi padre solamente, pero siempre está de viaje. Así que es como si viviera solo. ¿Quieres ir?
-Sí –respondí de inmediato.
Tomamos nuestras cosas del casillero y salimos veloces hasta su departamento. Íbamos tan excitados que sentía que no llegábamos nunca a nuestro destino. Subimos al ascensor y marcó el piso 10, el cual sería nuestro destino final. Aprovechó la privacidad para atacar mi boca y apretar mis nalgas. Gemí. Jean estaba desatado, descontrolado, desesperado por hacer lo que hace meses quería. Sentí que me destrozaría… Y quería que así fuera.
Las puertas se abrieron y retomamos la compostura. A rastras me llevó por un largo pasillo y metió la llave en la cerradura con ansiedad. Entramos y cerró la puerta, y rápidamente comenzó a sacarse la ropa. Su cuerpo brillaba por el sudor, pues habíamos salido del gym sin siquiera ducharnos. Cuando quitó su bóxer, una gorda y venosa masa de carne se sacudió frente a mí. Mi ano se contrajo de golpe.
Una verga morena, con gruesas venas enredándose alrededor de ella desde la base. Se veía brillante por el sudor, e imponente por sus dimensiones. Iba completamente depilada, lo que le daba un aire aún más impresionante. Sus testículos colgantes se tambalearon cuando se acercaba a mí con una mirada hambrienta y manos ansiosas.
Simplemente me quedé quieto, y dejé que me desvistiera. Cuando me dejó desnudo, dio un paso atrás y me contempló.
-No es la primera vez que te veo desnudo –dijo-. Pero es la primera vez que podré hacer esto…
Acto seguido, se acercó a mí y me levantó pasando tomándome de mis muslos, para luego comenzar a besarme contra el ventanal. Me comía la boca con desesperación, mientras su pene se aplastaba contra mi zona inguinal, y sus manos acariciaban mis nalgas. No pasó mucho tiempo para que sus dedos se aproximaran a mi zona media, y comenzaran a buscar mi agujero.
-Oh, Dios… -gimió en mis labios cuando rozó mi centro.
-¿Qué sucede? –pregunté.
-Quiero follarte por horas… -me confesó. Sentí calor bajando por mi columna al escuchar eso-. Y darte tan duro hasta que supliques que me detenga… Y, aun así, no hacerlo. Te dejaré tan abierto que te entraran hasta mis testículos.
Gemí de solo imaginarme lo que decía. Escucharlo decir esas cosas me encendió de sobremanera.
-Entonces no perdamos tiempo –le dije-. Ah…
Su dedo ingresó a mí agujero de sorpresa, y solo lubricado por el sudor de mi piel. Capturó mi labio inferior con sus dientes, y clavó sus ojos en mí mientras dejaba ir un segundo dedo. Volví a gemir.
-Oh, Diego… Estas hirviendo por dentro –me dijo.
Tomó un poco de impulso para sujetarme mejor con su mano derecha (la cual tenía dos de sus falanges en mi agujero), y llevó su mano izquierda a su boca, donde humedeció sus dedos. A continuación la volvió a llevar a su antiguo lugar, y de inmediato sentí otro dedo más intentando ingresar.
-Ah… -gemí mientras hacía presión. Con dificultad consiguió ingresar. La pose en la que me tenía, dejaba mi culo completamente abierto y a su disposición.
-¿Dolió? –preguntó.
-Un poco –respondí.
-¿Quieres seguir? -.
-Sí –contesté. Sonrió de forma lujuriosa.
En ese mismo instante sentí que otro dedo intentaba hacer presión. Me quejé cuando la yema comenzó a entrar. Mi agujero no daba más abasto, pero Jean estaba decidido a hacer más espacio. Y como soy un niño complaciente, lo dejé hacer lo que quisiera. Sentía sus otros tres dedos revolviéndose con desesperación para acomodarse a un cuarto invasor, arrancándome gemidos y quejidos. Hasta que finalmente lo logró.
-¿Estás bien? –me preguntó cuándo tuvo dos dedos de cada mano en mi interior.
-Creo que sí –dije intentando aguantar el dolor. Sentía los músculos de mi ano tensos y resistiéndose a los invasores.
-Y eso que apenas conseguí meter la punta mis dedos –dijo disfrutando tenerme sometido. Lo miré con sorpresa, pues para cómo me sentía, creí que los tenía todos bien adentro-. Pero tranquilo, así cómo te entrené a ti, entrenaré a tu culito para que en algún momento los puedas aguantar hasta los nudillos.
Mi piel se erizó al imaginarse eso, tanto de miedo como de excitación. Definitivamente este era un Jean que no conocía, pero que no me desagradaba para nada. Esta personalidad la tenía bastante oculta, y me excitaba que la dejara salir en un momento así.
-Ay… -me quejé débilmente cuando sus dedos abandonaron mi culo.
Jean se mordió sus labios al verme tan alborotado por sus actos. Me tomó de la mano y me llevó hasta su habitación. Como si fuera un muñeco de trapo, me subió hasta su cama y me hizo poner en cuatro. Fui más allá y apoyé mi pecho en las sabanas y arqueé mi espalda, para dejar mi culo completamente a su merced.
-Oh, pequeño… Apenas comenzamos y tu agujerito ya está enrojecido –observó.
No alcancé a decir nada, pues en un abrir y cerrar de ojos hundió su cara entre mis nalgas y comenzó a devorarme el ojete. Gemí de gusto ante los roces de su lengua en esa zona tan erógena. Extrañaba ese nivel de atención, pues ya había pasado mucho tiempo desde que había tenido este tipo de intimidad. Mi cuerpo lo necesitaba, y por la intensidad que le ponía Jean intuía que estaba todavía más necesitado que yo.
Se levantó, y a continuación sentí que comenzaba a darme pequeños azotes con su verga en mis nalgas. Quería sentirlo adentro, pero más quería saborearlo. Así que me giré y quedé frente a él. Las venas que lo envolvían lo hacían ver más grueso e imponente de lo que realmente podría ser. Mi mano izquierda la llevé hasta sus gordos huevos depilados, y la derecha la llevé hasta la base.
Sentir el relieve de sus venas en mis manos me hizo temblar. Retraje el prepucio y descubrí su glande gordo y de color rosa oscuro. Una gota de pre-semen se asomó y fue una invitación para que sacara mi lengua y lo recogiera de forma coqueta. Jean me miraba con lujuria, esperando que fuera más allá.
-Rico… -dije cuando lo saboreé. A continuación abrí mi boca y lo dejé entrar.
Simplemente tuve que separar mis labios para que él por sí mismo comenzara a meter su pene. De inmediato el sabor de su sudor bañó mis papilas gustativas, haciéndome salivar. Quedó maravillado cuando siguió metiendo su verga hasta que mis labios chocaron contra su pubis. Ya tenía mi garganta entrenada, por lo que sólo con un poco de esfuerzo conseguí tragarla entera.
Apreté los ojos y aguanté con valentía la mamada. El sabor a macho me nutría y me encendía. Sus manos acariciaban mi cabello y espalda, intentando alcanzar mis nalgas para azotarlas. Notaba su ansiedad por estar dentro de mí, pese a que gemía por la mamada que le hacía. Y no lo hice esperar más. Dejando empapada su verga me retiré y me giré para adoptar la posición que tenía al inicio.
Bajo su atenta mirada separé mis nalgas y disfruté la forma en que sus ojos brillaron ante ese movimiento. Escupió en mi agujero, y dejó ir dos dedos de golpe. Gemí, y antes de que pudiera recuperarme, dejó ir un tercero. Luego retrocedió para sacar algo del mueble que tenía a sus espaldas. Era un preservativo, el cual abrió con destreza y se lo colocó rápidamente para luego acercarse nuevamente a mí. Mordí mis labios cuando sentí su gordo glande posándose en mi agujero. Muy lentamente, y sin detenerse, fue entrando en mi culo por fin.
Sentir que mi anito volvía a ser abierto por una buena verga fue maravilloso. No importó el dolor ni el ardor, sólo quería tenerlo hasta el fondo y ya.
-¿Voy más lento? –preguntó cuando iba por la mitad.
Mi respuesta fue empujar con mi cadera y terminar de ensartarme solo.
-Santa madre de Dios –susurró Jean, intentando reprimir el gemido-. Oh, Dios…
-No es momento para ponerse religioso –dije suprimiendo la punzada de dolor que se propagaba por mi recto.
-Que culo tienes… -dijo mientras comenzaba con el vaivén-. ¿Cómo puede apretar tanto?
-¡Ah!… -gemí en respuesta.
En cuestión de segundos se comenzó a escuchar el sonido de nuestras pieles aplaudiendo. Yo rápidamente caí en un trance en donde todos mis sentidos se centraron en la fricción que su pene producía en mi interior, gimiendo y jadeando sin control. Amaba volver a sentirme lleno. Y por los rugidos que él emitía podía imaginarme que le encantaba rellenarme.
-Que ricura –decía mientras me embestía-. Tienes un culo delicioso.
-Lo sé –respondí.
A continuación me tomó con firmeza de la cadera y comenzó a taladrarme sin piedad. Comencé a quejarme como actriz porno ante la letalidad de sus estocadas. No mentía cuando decía que me iba a dar duro. Y, al parecer, mis gemidos sólo lo motivaban a continuar más fuerte y más rápido.
-Ah… Ah… Ay –me quejaba sin parar.
-¿Quieres que me detenga? –preguntó agitado.
No supe qué responder. Me dolía… y mucho, pero también me excitaba. Estaba contrariado.
-Pues no lo haré –dijo sin esperar mi respuesta. Y luego a sus estocadas le sumó unos azotes a mis nalgas-. Ahora tu culo es mío, y esta follada la recordarás por mucho tiempo.
Dicho esto, se montó sobre mí cubriendo mi cuerpo con el suyo, y comenzó a mover la cadera con una velocidad inhumana. Comencé a chillar como un cerdo en el matadero, sintiendo que su pene causaba estragos dentro de mí con una violencia demoniaca.
-¿Te gusta? –preguntaba-. ¿Quieres más?
No podía responder, pues de mi boca sólo salían gemidos y quejidos. Él simplemente continuaba destruyendo mi agujero, azotando mis nalgas y besando mi cuello. Mi culo dolía tanto por las nalgadas que me proporcionaba, como por el impacto de su cadera con cada embestida. Cuando estaba a punto de rogarle por piedad y que me diera un respiro, sentí una explosión de energía a nivel de mi próstata, la cual se encaminó por mi verga y salió en forma de chorros de semen.
A causa de eso ocurrió una contracción de todos los músculos de mi culo, acompañado de un quejido delirante de mi garganta. Jean gruñó ante el estrangulamiento letal de su verga. Procedió a dar un par de estocadas más, y luego sacó su pene, quitó su condón y al instante comenzó a eyacular sobre mi espalda. Chorros y chorros de semen caliente y espeso chocaron en mi piel, mientras mi agujero boqueaba con desesperación y alivio.
-¡Aleluya! –gruñó victorioso. Aún con la adrenalina encima metió 3 de sus dedos de golpe, y hasta sus nudillos-. ¿Notas cómo te lo dejé?
Cuando los sacó, me giré y quedé acostado en la cama intentando recuperar la respiración. Mi agujero ardía como nunca antes. Lo sentía muy abierto y agotado. No podía creer lo intenso que había sido, y lo glorioso del orgasmo. Fue evidente que ambos teníamos esa corrida acumulada desde hace mucho.
-¿Estás bien? –preguntó luego de varios minutos de silencio-. No has dicho nada.
-Sí, todo perfecto –respondí volviendo a la realidad-. Todo fue genial.
-¿Te pasa algo? –preguntó con preocupación.
-¿Por qué? -.
-Tienes los ojos llorosos –observó.
-No pasa nada –respondí-. Solo estoy con las emociones a flor de piel.
No quiso preguntar nada más. Y lo agradecí, pues ni yo estaba tan seguro de a qué se debía. Me sentía feliz… Había sido un buen sexo, una buena corrida… Me sentí relajado, y no habían dramas en mi cabeza por los que preocuparme. Simplemente había sido genial. Una sesión de sexo normal, entre dos chicos normales. Pero, incluso con todo eso, había una pequeña gota de nostalgia.
-Me siento sucio –dije luego de un rato para romper el silencio. Jean me miró desfigurado, por lo que de inmediato agregué-: Lo digo porque estoy cubierto de semen seco.
-Ah… Uff… Me asustaste –dijo aliviado.
-Me dejaste la espalda inundada -.
-Es que tu culo me deslechó como nunca antes –confesó. Sentí mis mejillas sonrojarse-. Literal sentí que me ordeñaba la verga.
-Creo que te ensucié las sábanas con mi corrida-.
-Tu mis sábanas y yo tu espalda –sonrió-. Estamos a mano.
Miré por la ventana y descubrí un brillo anaranjado, lo que indicaba que comenzaba a atardecer.
-Está todo bien ¿Cierto? –me preguntó luego de que me había duchado y me preparaba para irme.
-Todo está excelente –le aseguré-. Era exactamente lo que estaba buscando.
-Me alegro por eso –respondió con una sonrisa radiante.
-¿Tú estás bien?
-Estoy genial –dijo enérgico-. Fue mil veces mejor a lo que soñé.
-Nos veremos para una próxima oportunidad ¿cierto?
-Ya la estoy esperando con ansias –contestó mientras mordía su labio. De reojo noté un leve sacudón en su bulto.
Sonreí y me despedí antes de que la calentura me hiciera quedarme para un segundo round. Quizás en otra oportunidad lo hubiese hecho, pero comenzaba a hacer frío y me sentía muy adolorido y cansado después de la notable follada que me había dado. No estaba seguro si él había sido extremadamente rudo o yo había perdido el training… O quizás ambas.
Ciertamente tener ese tipo de “amistad” con Jean era lo que necesitaba. Teníamos encuentros esporádicos, sin ningún tipo de compromiso, con el único objetivo de satisfacer nuestras necesidades sexuales.
Mágicamente, poco a poco comenzó a importarme menos lo que Alexander tenía con Tomás. Lo cual fue tremendamente beneficioso, ya que con el tiempo comencé a verlos juntos más veces de lo que al principio hubiese tolerado.
-¿Todo bien? –me preguntaba Alexander a escondidas cuando iba a su casa y de pronto llegaba Tomás.
-Sí, tranquilo –le respondía con sinceridad. Si bien no me ponía radiante de alegría, podía ignorarlo y concentrarme en el resto de mis amigos.
-Confieso que creo que te has tomado muy bien lo de tu primo y Alex –me dijo un día Fernando-. ¿Quién es el clavo?
-¿Clavo? –pregunté.
-Claro. Un clavo saca a otro clavo –dijo con sonrisa picaresca-. ¿Con quién reemplazaste a Alex?
-Bueno… -suspiré. No le había dicho simplemente porque no tenía ganas de explicarle la situación a nadie. Pero ya que me lo preguntaba creí que lo mejor sería ser sincero. Con voz baja le susurré-: Jean.
-¡¿Qué?! –preguntó sorprendido. Todos nos quedaron mirando.
-¿Todo bien? –preguntó Alexander.
-Sí, sí –dijo Fernando retomando la compostura-. ¿Él? ¿Es en serio?
-Shh… Baja la voz –le dije cuando vi que Alexander miraba en nuestra dirección-. Y sí, es él. ¿Te... te molesta?
-No, claro que no. Es un buen chico –dijo con sinceridad-. ¿Por qué no me dijeron antes? ¿Cómo no me di cuenta?
-No estamos saliendo, Fernando-.
-¿Entonces? –preguntó confundido.
-Sólo nos quitamos las ganas y ya –le respondí. Sentí mis mejillas colorearse-. No hay nada más que eso… Y una buena amistad, claro está.
-Oh, vaya… -.
-¿Y tú?
-¿Yo qué? –preguntó nervioso.
-Vamos, Fernando. Martina y yo te hemos visto… Bastián y tu se miran con demasiada intensidad últimamente –Bastián era un chico nuevo y que iba un curso más adelante que nosotros. Se habían conocido porque el Director le había pedido a Fernando que le hiciera el tour por el colegio. Con el tiempo las miradas entre ellos se fueron haciendo cada vez más intensas. Y era evidente que ambos se atraían, pero ninguno se atrevía a dar el paso.
-¿Soy muy obvio? –preguntó avergonzado.
-Ambos lo son –le respondí-. No sé por qué no te atreves a dar el paso. Se ve que es buen chico, además de que es muy inteligente y guapo.
-Sí… Creo que me atraen ese tipo de chicos –respondió. Sentí una pequeña punzada en el pecho.
-Fernando… Sólo tómate tu tiempo –le dije-. Nadie te obliga a establecer una relación con él. Cuando te sientas listo, date la oportunidad de experimentar algo nuevo. Estás en la edad precisa para experimentar. Sabes que Martina y yo siempre estaremos para apoyarte.
-Tienes razón –dijo con firmeza-. Quizás siga tu ejemplo.
-Claro –sonreí.
-Bueno, chicos. Creo que me tengo que ir –dijo Tomás.
-Creo que yo igual me iré –ya comenzaba a hacer frío.
Subí al dormitorio de Martina a buscar mi chaqueta y me despedí de Fernando y Gonzalo. Cuando me iba a despedir de Alexander, no lo encontré.
-¿Y Alex? –le pregunté a mi amiga.
-Acompañó a Tomás –me respondió.
Cuando salí a la calle, me encontré de lleno con un intenso beso de despedida entre Alex y Tomás.
-Adiós, chicos –me despedí sin inmutarme.
-Diego, espera –me dijo Alexander-. Necesito hablar contigo.
Tomás se despidió mirándome con curiosidad, pero se fue sin decir nada. Disfruté por un momento pensar que se iba con la paranoia en su mente.
-¿Está todo bien? –preguntó.
-Eh… Sí. ¿Por qué?
-¿Estás seguro? –volvió a preguntar mientras estudiaba la respuesta en mi rostro.
-Sí, seguro –le respondí con seguridad. ¿Acaso había puesto alguna mala cara?
-Oh, ya veo. Ya sabes, quería saber que te estuvieras tomando bien lo que tengo con tu primo-.
-No estoy saltando de alegría precisamente, pero ya me da lo mismo. No me molesta que estés saliendo con otro chico, sólo aún tengo la herida por lo que hizo Tomás. Pero nada más es eso. Un problema netamente familiar, no a causa tuya.
-Ya… Genial entonces. No quería hacerte sentir incómodo con nuestras demostraciones de afecto.
-Me tienen sin cuidado –le respondí. Cuando procedí a marcharme, me lanzó una pregunta.
-¿Y tú…? Eh… ¿Estás saliendo con alguien? –preguntó con nerviosismo-. Creí escuchar algo así mientras hablabas con Fernando.
-Mm… Sí, algo así-.
-¿Sí? ¿Con quién?
-Alguien del gym, no lo conoces-.
-¿Cómo se llama? –preguntó.
-¿Para qué quieres su nombre?
-No lo sé…
-Me tengo que ir –le dije.
-No… -me tomó del brazo. Lo sostuvo más fuerte de lo necesario-. Quédate. Cuéntame de ese chico. ¿Cómo es? ¿Te trata bien?
-Sí. Es un buen chico –contesté. Lo miré sintiéndome incómodo. Me miraba de forma extraña, y su comportamiento era un tanto… loco-. Me tengo que ir, Alex. Ya es tarde.
-Pero ¿qué edad tiene? No lo recuerdo ¿Alguna vez me hablaste de él? –inquirió.
-Tiene tu edad, creo. Y quizás en algún momento te lo mencioné –comencé a alejarme-. Hablamos otro día.
-Oye, pero no te vayas…-continuó insistente.
-¿Por qué te interesa tanto saber de él? –le pregunté.
-Porque quiero asegurarme que sea un buen chico, y te trate bien-.
-Es un buen chico, y me trata más que bien –le aseguré. Sus ojos destellaron filosos.
-Ah, ya… Veo que lo has estado pasando bien –dijo con un poco de veneno en sus palabras.
-Así es, muy bien –asentí.
-Genial –dijo con voz apagada.
-Sí, genial. Era cosa de tiempo. Así como tú encontraste un chico, yo comencé mi propia búsqueda-.
-Claro –asintió para nada convencido.
-¿Qué sucede, Alex? –pregunté. Pero no me respondió-. ¿Está todo bien?
-No, no lo está –respondió de pronto-. ¿Cómo no te das cuenta? Yo todavía te quiero.
-¿Qué? -¿esto era real? Me sentía muy confundido.
-Sí, Diego. Como lo escuchas –dijo enojado.
-¿Y Tomás?-.
-Estoy con él porque… porque quería sacarte celos –confesó-. Quería hacerte enojar. Quería que recapacitaras y volvieras a mí.
-¿Lo estás usando? ¿Me estabas sacando celos? –pregunté sorprendido-. Estás loco, Alexander.
-No puedes culparme por no rendirme –dijo. Pero entre más hablaba, más lo desconocía. Se estaba comportando como un psicópata.
-Lo que le haces a Tomás no está bien-.
-¿Y lo que él te hizo? –argumentó.
-Tampoco está bien, pero no es justificación para jugar así con Tomás –le dije-. No es lo correcto.
-No me importa si es lo correcto. En el amor y en la guerra todo se vale –me dijo mientras se acercaba más a mí-. Y pensé que…
-¿Qué sacándome celos con Tomás yo volvería a ti?
-Sí-.
-Pues no, Alexander. No fue así-.
-Pero yo te quiero…-.
-Y yo igual, pero como amigo –especifiqué.
-Pero yo más que eso… -.
-Ya… Pero yo no –le dije con firmeza-. Y no puedes obligarme a que sienta algo más intenso. No me hace feliz que aún sigas enganchado de mí, pero no puedo estar contigo sólo porque tú lo quieres. Así no funcionan las relaciones. Yo estoy bien ahora, no quiero amor ni relaciones ni compromisos. Pensé que lo entendías.
-¿Y con el chico con quien sales?
-No es de tu incumbencia –no quería decirle más de la cuenta porque sólo sería echarle más carbón al fuego.
-¿Por qué él y yo no? –dijo furioso, mientras le daba un puñetazo a la pared. Di un paso atrás. Me estaba comenzando a asustar-. ¿Por qué nos separamos de esta forma?
-No lo sé, Alexander. Así es la vida-.
No contestó nada más, pero en sus ojos llameantes veía que el tema no se había zanjado. Eso, sumado a lo que pasaría la semana siguiente, me hacía comprender que la paz que estaba teniendo los últimos meses estaba llegando a su fin.
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