Malas decisiones (parte 2)

Del sexo al enojo hay un solo paso.

-Son mis 18 años, será una celebración en grande –decía Gonzalo cuando nos contaba que celebraría su cumpleaños.

-¿Dónde lo harás? –pregunté.

-Mi papá rentará un quincho con una gran piscina para hacer una fiesta –contestó con ánimo-. Queda a 15 minutos del centro. Es cerca de un cerro, todo es al aire libre, con muchos árboles y áreas verdes. Será genial.

-¡Que bello! –exclamó Martina.

-No más que tú, amor –le dijo Gonzalo.

-Que asco – interrumpió Alexander.

-¡Alexander! –lo regañé.

-¿Con qué cara dices eso? –gruñó Martina.

Alex solo sonrió.

-Por cierto, Diego, quiero hablar contigo de algo –me pidió Martina.

-Y yo contigo, Alexander –dijo Gonzalo-. Necesitaré brazos fuertes que me ayuden ese día.

-Pues no encontrarás otros más fuertes que los míos ¿Cierto, Diego? –me preguntó mientras los presumía.

-Cierra la boca, maldito egocéntrico –reí.

-Sé que me amas, bebé –y me lanzó un beso.

Martina me llevó hasta su habitación, y cuando se giró para hablarme la vi con el rostro sonrojado.

-¿Qué pasa? –le pregunté-. ¿Todo bien?

-Sí, sí –respondió rápidamente-. Es que… necesito ayuda.

-Sí, claro. Cuéntame – le dije. Pero su rostro avergonzado no articulaba palabra-. ¿Martina?

-Es que… ¡Ay! Me avergüenza mucho decirlo –lanzó una risilla-. Lo que sucede es que quiero… quiero perder la virginidad con Gonzalo.

-Vaya… ¿Eres virgen? –pregunté de pronto-. Pensé que ustedes ya… Bueno, ya sabes.

-Sí… Es decir… No… Bueno ¡Ay! –se cubrió el rostro-. Sí han pasado cosas entre nosotros.

-¿Qué cosas? –inquirí mientras me ponía cómodo sobre la cama.

-Cosas… Ya sabes… -la miré fijamente animándola a que me contara-. Sexo oral.

-¡Wow! Eso es un gran paso ¿Y qué tal? –pregunté. El rostro de Martina era de un color rojo intenso.

-Bien-.

-¿Bien? ¿Sólo eso?

-Bueno… Es genial. Es alucinante –se soltó-. Gonzalo es muy delicado y cuidadoso, y nunca va más allá. Siempre respeta mis límites y jamás presiona. Al principio me costaba mucho, pero después me di cuenta que con él podía dejarme llevar sin miedo a que las cosas se fueran de mis manos.

-Eso es muy bueno. Me alegra que las cosas estén yendo así de bien –le dije-. ¿Y por qué quieres hacerlo ahora? Más aún ¿cómo puedo ayudarte?

-Quiero ahora porque es su cumpleaños. Creo que será una linda sorpresa, y sería más especial aún –respondió-. Y necesito tu ayuda porque me asusta un poco. Me da miedo lo que pueda sentir.

-Primero que todo necesito saber que estás segura de lo que harás. ¿Estás segura que lo haces porque quieres?

-Sí, quiero. Creo que ya estoy lista para hacerlo. Y me siento segura de que elegí un buen chico para hacerlo.

-Genial, me alegra oírlo – sonreí-. Ya gran parte está hecho. Para que todo salga bien tienes que querer hacerlo y estar relajada. Es importante que no vaya directo a la penetración, si no que haya un juego previo de manera que tu cuerpo se prepare para recibirlo.

-¿Duele mucho? Siento que igual tiene un… bueno… un miembro de tamaño considerable –se sonrojó.

-Sí, dolerá. Quizás no tanto como te imaginas, y sólo será la primera vez –le contesté-. Por eso es importante que quieras hacerlo y que haya juego previo, así tendrás mucha mejor disposición para que todo fluya bien. Lo más importante es que durante el momento se comuniquen. Si hay algo que te duele/molesta/incomoda, se lo tienes que decir.

-Me da vergüenza-.

-Amiga, te estará metiendo el pene ¿en serio te avergüenza decirle si algo te molesta? –sonrió-. Es importante que haya comunicación porque si no, ninguno sabrá si está haciendo bien las cosas o no. Entre más comunicación haya, mejores resultados obtendrán.

-Sí, tienes razón-.

-Me tienes que contar todo con lujo de detalles –le pedí-. Absolutamente todo.

Me alegraba que su primera vez fuera con alguien que realmente la ama y la cuida. Recordé la sensación horrible que tuve después de mi primera vez con Alexander, y lamenté que hubiese sido de esa forma. Muchas veces hay dos extremos respecto a la primera vez: sobrevaloración e infravaloración.

El grupo uno piensa que es un acto casi religioso y que prácticamente sólo se debe experimentar después del matrimonio. El grupo dos lo practica con cualquier persona, en cualquier lugar, en cualquier momento, y termina en una pésima experiencia. Cuando en realidad debe haber un equilibrio entre ambas. La primera vez condiciona y predispone a las experiencias siguientes. Una mala primera vez puede hacer que tengas miedo de una segunda o que pienses que será igual o peor que la primera. La vivirás con susto o simplemente la querrás evitar por una especie de trauma. Además, quieras o no, la primera vez nunca se olvida. Depende de ti que sea un recuerdo bonito y no algo que no quieras recordar.

Lo importante es que sea con alguien de real confianza. No necesariamente debe ser el amor de tu vida, pero sí alguien con quién te puedas sentir cómodo y seguro. Y, lo más importante, debe ser porque realmente quieres hacerlo. No por presión, no por moda y no por obligación. El sexo debe ser un complemento, no una meta.

Martina lo estaba haciendo por las razones correctas y con la persona correcta. Y esperaba de todo corazón que fuese un momento especial digno de recordar. No así como mi primera vez…

Bajé las escaleras y me despedí de Martina y Gonzalo. Cuando me iba a despedir de Alexander, me detuvo.

-Diego, nos iremos de shopping para encontrar el outfit para el cumpleaños de Gonzalo –me informó Alexander-. Y también encontrar su regalo.

-¿Puede ser mañana? Tengo que pedirle dinero a mi padre para…-.

-No. Iremos hoy –me cortó-. Vi un conjunto que se te verá maravilloso y combina con uno que vi para mí.

-Pero no tengo dinero y…-.

-No te estoy pidiendo dinero, Diego –entornó los ojos-. Tu solo hazme caso.

Sin mediar más palabras, me tomó de la mano y me metió al auto. Le mandé un mensaje a papá para avisarle que llegaría un poco tarde a la casa, y luego me sumergí en una conversación con Alex donde me contaba sobre los preparativos que Gonzalo había planificado para su fiesta. Era una especie de Pool Party, por lo que el outfit debía ser algo fresco y veraniego.

Entramos al centro comercial y nos topamos con la heladería del McDonald’s. Automáticamente se me antojó un helado, pero antes de que siquiera lo comunicara, Alexander ya estaba haciendo la fila para comprarlo. Estuvimos dando vueltas mientras nos acabábamos el helado, y luego me llevó hasta la tienda donde había visto lo que me quería comprar.

-Esta blanca me gusta para ti –me decía. Era una camisa blanca y fesca, que se ajustaba muy bien a mi figura-. Se te verá fabulosa por tu bronceado. Con este short de tela color calipso. Toma, ve a probártelo.

-Bueno –accedí sin protestar. Me puse el conjunto y me encantó como se veía. Aunque sentía que con esa tela del short resaltaba mucho mi trasero. Salí para mostrarle a Alexander cómo se me veía la ropa.

-Muy bien –dijo. Se acercó, me abotonó hasta arriba la camisa y me ordenó el cabello-. Así te ves tan deliciosamente tierno que me dan ganas de reventarte el culo ahora mismo.

-Alexander… -miré hacia los lados por si alguien había escuchado, ya que él ni siquiera intentó bajar el volumen de su voz.

-Aunque creo que el short te marca mucho el culo –se mordió el labio cuando me lo vio-. Me encanta como se ve, pero no quiero que todos te vean el trasero.

-Nadie me verá el trasero, Alexander. No soy un adonis para que todo el mundo quiera verme –y era cierto. A veces sentía que Alexander me idealizaba demasiado.

-Intenta probarte este –me tendió el mismo short pero en una talla más grande.

Entré, me quité el primero y me puse el segundo.

-Me queda muy suelto –le dije cuando salí nuevamente-. Se ve mal.

-Mm, sí, tienes razón. Eres muy pequeñito –sonrió y me revolvió el pelo-. Bueno, está bien. Creo que tendré que estar muy cerca de ti para que nadie te vea más de la cuenta.

-Exagerado –entorné los ojos.

-Es que te ves delicioso así, bebé. Pareces un angelito –dijo mientras se acercaba peligrosamente-. Un angelito con un culo suculento, claro está. Y ese short… Uff… Definitivamente quiero follarte.

-Alexander, deja de bromear… -me sonrojé.

-Voy a follarte –dijo con sonrisa maliciosa. Y supe que lo haría en serio.

Miré a nuestro alrededor buscando si había alguien observando, pero apenas conseguí mirar cuando el cuerpo de Alexander se abalanzó sobre mí cubriendo mi campo visual, para meterme dentro del probador. Comenzó a comerme la boca mientras resoplaba como un toro. Sus manos tocaban mi cuerpo con pasión y sentía todos mis poros erizarse.

Sus manos eran como planchas al rojo vivo. En cualquier lugar que tocara sentía un calor intenso que despedía sensaciones alucinantes. Todo mi cuerpo respondía ante su tacto, y no importaba que afuera hubiese guardias, trabajadores, mujeres y niños. Sólo importaba lo que sucedía en ese metro cuadrado.

Me despegué de su boca y me senté en un pequeño banquito, quedando a la altura perfecta para desabrochar su pantalón y liberar a la bestia. Su pene se irguió con elegancia frente a mi rostro. Lo envolví con mi mano y sentí que ardía y palpitaba, con las venas muy marcadas. Amaba la forma de su pene. Si bien era grueso, el hecho de que el principio fuese más delgado y a medida que se acercaba a la base fuera enanchando, hacía que la penetración fuese menos traumática de lo que sería si el mismo grosor que tenía a partir de la segunda mitad lo tuviera desde el inicio.

Sus testículos colgaban completamente debido al calor que hacía. Gordos e imponentes. No resistí y partí por ahí, lamiendo y besando con suavidad. Me gustaba jugar con ellos con la punta de mi lengua. Llegué hasta la base de su miembro y subí dando lametones hasta llegar a su glande, el cual despedía un poco de vapor y un embriagante olor a hombre. No soporté más y lo metí a mi boca, hasta abarcar la mitad de su pene. A partir de ahí necesitaba de su ayuda. Y no tuve que pedírsela, pues rápidamente tomó mi cabeza e invistió.

Cerré mis ojos aguantando, mientras sentía cómo su miembro avanzaba más y más profundo. Lo escuché gemir. Sabía que le causaba mucho morbo follarme la boca, y ya había aprendido a aguantar su grosor. Cada cierto tiempo salía para permitirme respirar y luego me embestía hasta que mi nariz chocara contra su recortado pubis. En el espejo del costado pude ver como con sus brazos presionaba mi nuca y como su cadera empujaba hacia adelante, metiendo su verga hasta mi garganta sin piedad.

Con la última embestida su pene salió cubierto de mi saliva. Me giró y apretó mis nalgas por sobre el short. Me rodeó con sus manos y me desabotonó el short, para luego bajarlo junto con mis calzoncillos. Me hizo afirmarme contra la pared y abrir mis piernas. Bajó y mordió mis nalgas, para luego hundir su cabeza allí. Por el espejo noté como cerraba sus ojos con placer al realizar esa acción.

Su lengua acarició mi ano y me estremecí. Se sentía húmeda y caliente, y su movimiento provocaba electricidad que subía por mi espalda y se propagaba por mi cuerpo. En tiempo record, debido a la instancia, consiguió meter un par de dedos para prepararme.

-Abre tu culito, bebé –me pidió cuando se ponía de pie.

Apoyé mi pecho contra la pared y con mis manos separé mis nalgas, a la vez que me ponía de puntitas para intentar llegar a su altura. Por su parte, Alexander tomó la parte inferior de su camiseta y la colocó entre sus dientes para que no molestara; dobló un poco las piernas para descender otro poco, y luego tomó su pene de la base para dirigirlo hasta el objetivo.

Con su mano derecha me abrazó de la cintura y con la izquierda guio a su pene. Fue una completa maravilla contemplar en el reflejo la forma en que su cara disfrutaba cuando su pene se hacía espacio dentro de mí. Sus ojos cerrados, la forma de su boca que aunque tuviera la camiseta podía ver que se dibujaba una mueca placentera. Tan macho, tan sexy…

Gemí cuando comenzó a entrar la parte más gruesa. Un dolor punzante en las paredes de mi recto, que obligó a que la mano de Alexander que estaba en mi cintura viajara hasta mi boca. Y por suerte fue así, porque cuando su glande prácticamente estaba en mi vientre, Alexander comenzó a taladrarme con fuerza.

-Lo siento, bebé. Pero no tenemos mucho tiempo –dijo mientras su pene viajaba a velocidad luz dentro y fuera de mi culo.

Mis quejidos eran tan intensos que no pude articular respuesta. Sólo sentía cómo cada centímetro de su verga me frotaba por dentro estimulándome con salvajismo. El dolor era intenso, pero por alguna razón, el placer era todavía más. Tanto mi culo como su pelvis se movían complementariamente para que la penetración fuera más rápida y exitosa. Me encantaba sentirlo en lo profundo, pues me sentía completamente suyo.

Afuera podía escuchar el murmullo de las personas comprando, el típico “pip” de la máquina registradora, y la música ambiental de la tienda. Tenía en todo momento la sensación de que alguien podría entrar y descubrirnos, y en vez de asustarme me producía más morbo.

La sensación de infinito placer que me producía el trabajo que hacía su pene entre mis tripas fue potenciado por la adrenalina del momento, y comencé a sentir que mi orgasmo estaba próximo sin siquiera haberme tocado la entrepierna. Mi culo se contrajo en un largo espasmo (Alexander gimió), y sólo conseguí decir:

-La… ropa… Ah… -y automáticamente la mano de Alexander viajó hasta mi glande para interceptar los disparos de semen que salieron de mi pene. Mordí mis labios para no emitir ruido, pero no lo conseguí y un largo y placentero gemido se deslizó por mi garganta.

Sus embestidas se intensificaron mientras me corría prolongando aún más el placer. Cuando acabé, sacó su pene de mi culo y me sentó nuevamente en el banquillo. Con su mano izquierda tomó mi nuca y enterró su pene hasta mi garganta. Sólo bastaron tres embestidas para que sintiera su semen corriendo por mi garganta acompañado de su característico gruñido.

-¡Dios! Eso fue excitante –dijo Alexander mientras se acomodaba el cabello.

-Siento que mi culo arde como el infierno –le dije. Lo sentía palpitar como si tuviera vida propia-. Toma, puedes limpiarte con mi calzoncillo.

-¿Limpiar qué? –preguntó.

-La mano con la que recibiste mí… -y luego vi su mano derecha. Estaba limpia. Me hizo un guiño y luego pasó su lengua entre sus labios.

-Creo que nos llevaremos ese conjunto –dijo sonriendo.

Luego de acomodarnos la ropa, salimos como si nada del vestuario.

-Sí, creo que se te ve bien –salió diciendo como si no hubiésemos estado 15 minutos allí encerrados-. Vamos por acá.

Sintiéndome muy observado (aunque nadie lo hiciera), continuamos con las compras. Finalmente Alexander se llevó un conjunto idéntico sólo que con los colores invertidos. A toda costa quería marcar territorio. Incluso si eso significaba llevar ropa similar.

-Espérame un poco –le pedí cuando salimos de la tienda. Sus pasos eran el doble de los míos, y mi culo dolía como para igualarle la caminata.

-Lo siento, bebé –se detuvo-. ¿Te cargo en brazos?

-¿Qué? No –sonreí.

-¿Seguro? –preguntó seriamente.

-Sí, estoy seguro –contesté-. Sólo no camines tan rápido.

-Bueno –dijo. Cambió todas las bolsas para su mano izquierda y me tendió la derecha.

-¿Te ayudo con las bolsas? –pregunté.

-No, yo puedo con ellas –respondió con seguridad, dándome a entender que no iba a transar respecto a eso.

-Me siento culpable que gastes dinero en mí –le dije cuando nos subimos al auto.

-Pues para eso trabajo –contestó. Desde que salimos de clases, Alexander comenzó a trabajar como promotor, y además, esporádicamente lo llamaban para fotografiarlo modelando ropa de una tienda deportiva muy conocida en la ciudad. Gracias a eso, y al dinero que tanto su madre y su padre le daban, conseguía darse varios gustos.

-Pero la idea es que trabajes para ti –le respondí-. Debes ahorrar ahora que puedes. Juntar dinero para cuando estés en el instituto. Ya queda poco para eso.

-Trabajo para nosotros –afirmó-. Si tengo la posibilidad de mimarte, lo voy a hacer. Por lo demás, el Instituto lo pagará papá. Pero no hablemos de eso. No quiero arruinar mis vacaciones pensando en entrar de nuevo a clases.

-Sí, pero…-.

-Bebé, tu tranquilo. Te prometo que estoy ahorrando –me sonrió-. Sólo déjame disfrutar el resto contigo.

-No quiero ser una carga –detuvo el auto de golpe.

-Jamás. Óyeme bien, jamás serás una carga para mí –me dijo mirándome a los ojos-. Al contrario. Eres absolutamente todo lo contrario. Eres tú… tu cariño… lo que me haces sentir, es lo que me eleva y me hace seguir.

-Vaya… -dije quedándome sin palabras. Sentí mis mejillas arder.

-Y no quiero volver a escuchar que digas algo así otra vez. O tendré que reventarte el culo a pollazos y sin piedad –advirtió.

-¿Es una amenaza o me estás tentando? –le pregunté coquetamente.

-Eres tan puto que me encantas –ambos reímos. Me acerqué a él para besarlo, y él hizo lo mismo. Su mano izquierda acarició mi espalda y bajó coquetamente hasta mi culo. En respuesta, quebré un poco la cadera y lo dejé deslizarse entre mis nalgas. Delicadamente coló la punta de dos de sus dedos en mí, aprovechando que aún mi agujero no se cerraba después de la follada.

-Me encanta tu agujerito –susurró. Sentí un flama encenderse en mi vientre-. Te follaría de nuevo. Pero ya es tarde.

Me besó por última vez y puso en marcha el auto. Nos quedamos en silencio el resto del camino, y en el todo el trayecto no le quité el ojo de encima. Uno de mis fetiches era verlo conducir. La concentración que divisaba en su rostro era tan masculina que me excitaba. Me tenté a desabrocharle el pantalón y hacerle una mamada, pero sólo quedaban un par de calles para llegar.

Cuando llegamos, me dejó en la puerta de mi casa y luego se marchó. Esa noche, mientras revisaba instagram y veía las fotos que la tienda había subido promocionando unos trajes de baño (los cuales Alexander modelaba), comencé a pensar en las palabras que me había dicho en el auto. Sentía que había un cambio tan abismal entre el Alexander que había conocido el año anterior, que no podía creer que gran parte de ese cambio había sido por mí. Y me sentía honrado por haber sido parte de eso. Un cambio que definitivamente había sido para bien. No hay nada más reconfortante que saber que para alguien eres un motivo de mejora.

Me dormí sintiendo mi corazón gordito de amor.

Faltaba solo un día para el cumpleaños de Gonzalo, y habíamos salido al río a pasar una tarde agradable. Mis padres nos habían acompañado, para salir un poco de la rutina. Yo jugaba en el agua junto con Martina, mientras mi padre hablaba con Alexander. Era gracioso que Alex le sacara dos cabezas de diferencia, y aun así se empequeñeciera ante mi papá. Cosa que no sucedía con su propio padre, que era casi igual de imponente que Alexander.

Sólo lograba ver que papá le decía cosas y Alexander sólo asentía. Martina me arrojó agua a la cara y me hizo quitar los ojos de lo que allá sucedida. Pero me hizo un gesto hacia allá nuevamente, aunque su objetivo era más al costado. Ahí me di cuenta que mientras papá hablaba con Alexander, mamá hablaba con Gonzalo. Repitiendo los mismo parámetros.

Con mi mejor amiga nos miramos y sonreímos. Nadamos un poco más y luego fuimos hasta la orilla. En el momento que vieron que nos acercábamos se volvieron hacia nosotros y cambiaron rápidamente sus posturas.

-¿Todo bien? –pregunté mientras tomaba mi toalla.

-Excelente –contestó papá.

-Muy bien –coincidió mamá.

-¿Qué te dijo? –le pregunté a Alexander en voz baja.

-Nada. Simplemente me dio unos consejos –respondió mientras se frotaba el cuello con sus manos.

-Por cierto, Diego, alguien te llamó. No alcancé a contestar –dijo mi padre.

-¿Quién era?-.

-Número desconocido –respondió.

Tomé mi celular sintiendo una opresión en el pecho. Había una notificación de llamada, y una notificación de whatsapp 2 minutos después de la llamada.

“Diego, por favor contesta. Estás por ahí?”

Decía el mensaje. Sentí ganas de vomitar debido al nerviosismo. Pero tuve que controlarme para no ponerme en evidencia. Rápidamente borré las notificaciones y fingí que nada sucedía.

-¿Quién era, bebé? –preguntó Alexander.

-Ni idea. Seguramente era de alguna compañía de teléfonos para ofrecerme algo –contesté. Vi el bloqueador solar, y fue la excusa perfecta para cambiar de tema-. ¿Me pones bloqueador?

-Sí. Te iba a decir eso mismo. Tu espalda está muy bronceada, mientras que tu trasero parece de porcela… -papá se giró como si su cuello fuese de goma. Automáticamente sentí la sangre agolparse en mi rostro. Alexander quedó petrificado, como si el hecho de no moverse hiciera que las palabras que había dicho se borraran. Papá simplemente lanzó una sonrisa y se giró moviendo la cabeza de un lado a otro. Sentí a Alexander relajarse. Pero antes de que hiciera otro movimiento, papá habló.

-Después conversaremos los tres -.

Y así fue. Mamá invitó a Alexander a cenar a la casa, y una vez terminamos de comer, papá comenzó a hablar.

-¿Para dónde vas? –preguntó cuando vio que mamá se retiraba.

-No hay lugar para mí en esta conversación –dijo con una sonrisa nerviosa-. Es una charla de chicos.

-Sí pero… Ya sabes… Las cosas son un poco distintas –dijo papá, mientras con Alexander nos mirábamos con incomodidad.

-Siguen siendo chicos –recalcó mamá-. Yo después hablaré en privado con Diego. De madre a hijo.

Y se retiró huyendo hacia su habitación con una sonrisa traviesa en el rostro, mientras papá intentaba retomar la compostura.

-Bueno, yo… -tomó aire-. Intentaré hablar lo más claro posible. No fingiré que son estúpidos y no saben de lo que les hablaré. Ambos son grandes (uno más que otro), y tienen clara la situación. Iré de frente, sin rodeos y…

-Papá… -lo apuré.

-Ustedes ya han tenido sexo ¿verdad? –sentí el calor en mis mejillas. Por suerte Alexander asintió por mí-. Ya. Era obvio, sólo quería que lo confirmaran. Supongo que tienen claro lo que esto significa y los riesgos que conlleva.

-Yo los tengo claro, señor –contestó Alexander-. Y creo que Diego lo tiene más claro que usted y yo.

-Sí, es cierto –asintió-. Pero a veces lo que se aprende en la teoría no se aplica en la práctica. ¿Usan… protección?

Un silencio incómodo se apoderó de la habitación. Papá endureció el ceño y miró a Alexander.

-Perdón por mirarte así, Alexander. Pero creo que de todos aquí…-.

-Lo sé, señor. No tiene que decirlo. Conozco muy bien mi pasado, y créame que no tengo ninguna intención de poner en riesgo a Diego –dijo con firmeza-. Pero, como sabrá, Diego es mi primer hombre. Todas las veces anteriores estuve con chicas y siempre usé condón.

-No es por dudar pero me sentiría más tranquilo si…-.

-Ya está hecho, papá –lo interrumpí-. Cuando comenzamos a salir más en serio, ambos nos hicimos exámenes. Si bien Alexander siempre usó condón cuando estuvo con otras chicas, ambos queríamos asegurarnos.

-¿En serio? ¿Y cómo es que no me enteré?-.

-Porque desde los catorce años puedo hacerme el examen sin necesidad de tener la autorización de un adulto –le informé-. Y sólo se le informa en caso de que salga positivo. Lo cual no ocurrió.

-Me hubiese gustado que me lo contaras –dijo dolido.

-No lo creí importante –me excusé-. Esperaba que confiaras que haría las cosas bien.

-No sabía qué tan bien las harías –respiró hondo nuevamente y prosiguió-. Creo que mientras se mantenga entre ustedes, quizás no sea tan necesario usar preservativo porque no hay riesgo de embarazo, claro está. Pero…

-No pasará –contestó Alexander antes de que terminara la frase. Los miré sin entender-. Señor, prefiero romperme las piernas antes de engañar a Diego. Menos si eso lo pone en riesgo. No me lo permitiría.

-Eso espero, Alexander. Te confío lo más importante que tengo. Y espero no equivocarme –sentí emoción al escuchar sus palabras-. He intentado ser lo más mente abierta posible. Y creo que lo he hecho bien. Lo digo para que sepan que no tienen que vivir ocultos. Quiero que confíen en mí y sepan que pueden contar conmigo para lo que quieran. Sé que socialmente no es tan aceptado aún y sé que les traerá problemas. Y quiero que sepan que yo no seré parte de esos problemas. Por otra parte, sé también que la diferencia de edad es un punto delicado. Quizás en 10 años no se note el contraste etario (salvo por el tamaño) –reí por lo bajo-. Pero ahora si es evidente sus casi cuatro años de diferencia. Y he escuchado comentarios al respecto.

-¿Comentarios? –preguntó Alexander-. ¿Qué tipo de comentarios?

-Comentarios feos y graves –dijo papá sin ahondar-. Muchas veces dudé si era correcto que mi hijo de 14 años estuviera con alguien de tu edad, y con tu historial. ¿Sabes por qué finalmente no me opuse?

-No –respondió Alexander sintiéndose avergonzado de que su pasado los siguiera atormentando.

-Fue ver que cuidabas a Diego –contestó-. Fue ver que día a día venías a casa para saber de Diego cuando estuvo en su peor momento, aun cuando sabías que él no quería ver a nadie… y no te rendías. Lo permití porque me di cuenta que eras la única persona que realmente lo cuidaba casi con tanta pasión como nosotros. Desconozco si fue así siempre…

Alexander y yo nos miramos. Él bajó la mirada decepcionado de sí mismo.

-Pero lo importante es que es así ahora –continuó papá-. Y pretendo que así siga siendo. Lo permitiré y lo defenderé, mientras me conste que todo está bien. Pero, en el momento que vea que eso no es así, que le hagas daño, que lo engañes, o cualquier mísera cosa que lo ponga mal, y te prometo que no lo volverás a ver más. Y no lo verás porque yo lo vaya a apartar de ti, sino porque no tendrás tus globos oculares para ello.

Mi mandíbula casi golpea la mesa. Y Alexander palideció. Literal estaba recibiendo una cucharada de su propio chocolate, porque la forma en que papá dijo eso fue casi tan psicopática como las veces en que Alexander lo hacía.

-¿Entendido, grandulón? –preguntó papá-

-Entendido, señor –respondió Alexander.

-Por otro lado, Diego –se dirigió a mí-. Espero que sigas haciendo las cosas bien. Y las mismas cosas que le exijo a él, te exijo a ti. Sé que eres un niño de bien, pero las tentaciones siempre están. Confío en tu criterio. Respecto a la fiesta de Gonzalo, me causa conflicto que vayas tan lejos sin nosotros, pero confío en que Alexander te cuidará. ¿Cierto?

-Por supuesto –respondió rápidamente.

-Así que, Diego, espero que no te alejes de él en ningún momento –me pidió-. ¿Conducirás tú de vuelta?

-No, mamá ocupará el auto en la noche –contestó Alex-. Así que ella nos irá a buscar.

-Ah, genial –papá se levantó y se acercó a Alexander-. Cuídamelo, es lo más preciado que tengo.

-Lo haré –respondió Alexander.

-Ti… tienes… eh… -se colocó rojo de pronto-. Tienes cuidado con él ¿cierto?

-¿Cuidado? –preguntó Alexander. Papá estaba como un tomate.

-Ya sabes… ¿Eres cuidadoso? –preguntó mirando alternadamente a Alexander y a mí-. Me da miedo que seas un poco tosco. Diego es tan pequeñito… y… Bueno, no sé muy bien como funcionan las cosas pero supongo que…

-Papá… No hagas preguntas si no quieres oír las respuestas –interrumpí-. Tú no te preocupes. Todo está bien.

-Más que bien, de hecho –agregó Alexander. Y pude ver cómo a mi padre se le rompía la imagen del tierno, dulce y virgen niño que solía ser.

Pero no tenía mucho que protestar. Él y mamá comenzaron a salir a la misma edad que yo con Alexander. Y dudo que sólo se dieran besitos, considerando que aún algunas noches llego a despertar debido a que se dan amor desenfrenadamente. Si así son de adultos, quizás cómo fueron de adolescentes.

De todas formas agradecía la instancia. Era muy consciente que era un afortunado de tener padres así de comprensivos y liberales. Que tenía una suerte y libertad que muchos chicos no tienen. Aunque también sabía que las cosas hubiesen sido distintas si hubiese sido mujer.

-Apúrate, Diego –me apresuraba Martina-. No puede llegar tarde la primera dama.

-Aún es temprano, Martina –sonreí divertido por su comentario.

-Es idea mía o tu ropa es parecida a la de Alexander –mencionó cuando me subí al auto.

-Es tu idea –le respondió su hermano. Martina lo miró con una expresión de “¿Es en serio?” Saludé a su madre y luego el auto se puso en marcha.

Durante el camino le conté la historia de nuestra salida a la tienda, omitiendo obviamente lo sucedido dentro del probador. Martina iba con un vestido holgado y veraniego, de color azul petróleo con detalles de color plateado, que resaltaba sus ojos grises y su cabello castaño. Éste último estaba tomado en una coleta, dejando caer en unas cuantas ondas perfectamente posicionadas, de tal manera que se viera un look cuidadosamente desordenado.

Martina fue todo el camino con las manos inquietas. Con su mirada me decía que estaba ansiosa por lo que ése día haría con Gonzalo. Le hice un guiño y le di una sonrisa. Me la respondió y respiró hondo. Alexander nos dio una mirada inquisitiva, pero no preguntó nada.

Apenas nos bajamos del auto Alexander me pasó su brazo alrededor de mi cuello, apegándome a él. Rápidamente Gonzalo salió a recibirnos.

-Son los primeros en llegar –dijo. Martina corrió y se lanzó a sus brazos, y le entregó un pequeño presente.

-Feliz cumpleaños –le dije yo dándole un abrazo y entregándole también un presente. Alexander repitió el mismo patrón.

-Está bellísimo –dijo Martina mientras miraba alrededor. En efecto, parecía un cuento de hadas. Habían pequeñas luces amarillas entre las copas y troncos de los árboles, y pequeños faroles que dibujaban los caminos que cruzaban el césped. La zona de la piscina tenía las típicas luces de discoteca, y sobre el agua habían luces flotantes junto con algunos juegos inflables.

-Pasen por acá –nos guío. Había una zona techada antes de llegar a la piscina dónde estaba todo lo que más me importaba. La comida. Había mucha, por montones. Frente a ese gran mesón, había otro que estaba lleno de vasos con bebidas de diferentes colores. En el centro se erguía maravillosamente una fuente de chocolate, con numerosos trozos de frutas y malvaviscos para bañar.

En cuestión de minutos llegó una marea de gente y la fiesta comenzó. Sentí muchas miradas curiosas que nos llegaban a Alexander y a mí. Aún lo sucedido el año anterior no estaba del todo claro para ellos, y nos miraban como si con eso se fueran a enterar de todo. Por suerte la mirada voraz de Alexander conseguía espantar a los curiosos.

Decidí ignorar esas miradas y me fui a bailar con Martina. Alexander desde la mesa me observaba cómo si fuese una especie de guardaespaldas, mientras bebía de una botella de cerveza.

-Quizás es un poco molesto –me dijo Martina-, pero de verdad se esfuerza. Te cuida de la única manera que lo sabe hacer.

-Lo sé –asentí. Pero luego cambié el tema-. ¿Cuándo será?

-Cuando estén todos lo suficientemente ebrios y divertidos para que no noten nuestra ausencia –respondió con las mejillas coloradas-. En el tercer piso preparó un lugar.

-Pues no falta mucho para eso –le dije luego de mirar alrededor.

-Eso creo. Tendrás que ayudarme a distraer a Alexander –me pidió.

-No será difícil-.

-Genial. Cuando te de la señal, lo haces –asentí.

Bailamos un par de canciones más y luego me fui con Alexander. Cuando me vio ir, rápidamente se levantó me hizo una brocheta de frutas para bañarlas en chocolate. Lo besé y me senté junto a él. Sentí que algunas me miraron con una gota de odio/envidia. Era gracioso que se enojaran conmigo como si yo hubiese vuelto gay a Alexander a la fuerza, y lo vieran a él como una víctima inocente que cayó en mis garras. Perras.

Cuando Alexander procedía a abrir su siguiente botella de cerveza, Marcela, una prima de Gonzalo, se acercó a nosotros.

-Ven a bailar –me invitó animada. Sólo la había visto una vez antes, un día que Gonzalo la llevó con nosotros al río. De inmediato nos cayó bien. Era muy alegre y divertida.

-Lo lamento, estoy comiendo –le dije mientras me devoraba mi brocheta.

-¿Me dejarás con la mano estirada? –preguntó ofendida. En eso, vi a la distancia a Martina agitando sus manos para llamar mi atención. Era la señal.

-Sí –le respondí-. Pero Alexander me reemplazará.

-¿Qué? ¿Yo? –preguntó confundido.

-Sí, tu –le dije-. Anda, no seas aburrido.

-Pero…-.

-Estaré aquí. No me moveré –le aseguré-. No me separaré de la fuente de chocolate.

-Bueno, está bien –aceptó por suerte.

-Serás la envidia de esas zorras –le dije a Marcela mientras con un movimiento de cabeza apuntaba al grupo de chicas que estaba en el otro extremo de la pista.

-No te preocupes. Yo te lo cuido –me aseguró mientras me guiñaba un ojo.

Me sentía en confianza con Marcela, pues sus gustos no eran compatibles con Alexander. Básicamente porque Alexander tiene pene… Martina se escabulló dentro del recinto, aprovechando que toda la gente se concentraba en la pista de baile o en la piscina. Por mi parte, me concentré en devorarme la segunda brocheta cubierta de delicioso chocolate.

Desde mi asiento veía cómo Alexander saltaba al ritmo de la música junto con Marcela, mientras de vez en cuando le daba un sorbo a su cerveza. Me causaba gracia que la forma en que ellos bailaban era muy sana y divertida, a diferencia de los sobajeos intensos que las otras parejas hacían como “baile”.

Estaba en eso cuando un chico se sentó junto a mí. La peste a alcohol que despedía su cuerpo venía de lugares bastante extraños. Me pidió si podía ayudarle a armar un brocheta y bañarla en chocolate. Me dijo de qué la quería y rápidamente lo hice, para que así se fuera luego. Cuando se la entregué, su brazo se movió de forma torpe y causó que se me soltara la brocheta y cayera sobre mi ropa.

Se exaltó y me pidió perdón repetidas veces, mientras con su mano intentaba limpiar el chocolate de mi muslo, consiguiendo que la mancha solo se acrecentara. Cuando le iba a pedir que se retirara y me dejara limpiar a mí, llegó una imponente masa de músculos y lo levantó tomándolo desde el brazo. Sin mediar palabras le acertó un puñetazo en el rostro.

-¡Alexander! –grité impresionado. El chico se desplomó ante la vista de todos. Miré a Alexander con enfado y entré para huir de las miradas indiscretas.

Los amigos del chico fueron a socorrerlo, pero sólo lo llevaron hasta la orilla y continuaron bailando. Quizás estaba tan ebrio que prefirieron dejarlo dormir un rato. Escuché la voz de Alexander detrás de mí, pero continué mi camino. Iba a subir al tercer piso pero recordé que allí estaría Martina, así que torcí hasta una habitación donde se encontraba una mesa de ping-pong.

-Diego, ya detente –me dijo dándome alcance. Me tomó de la mano y tiró hacia él.

-Suéltame –le pedí. Lo hizo.

-¿Por qué te pones así? –preguntó.

-¿En serio? –era increíble que lo preguntara-. ¿No crees que exageraste?

-Te tiró chocolate sobre la ropa –argumentó-, y vi cómo te tocaba el muslo.

-Sólo intentaba ayudarme-.

-Sí, se nota –ironizó, mientras apuntaba la mancha que había quedado más grande de lo que era.

-Estaba ebrio… Es obvio que su motricidad no era la mejor –le espeté-. De todas formas, no es excusa para lo que hiciste. Fue brutalmente innecesario.

-Pero yo solo…-.

-¿Tu qué? ¿No te das cuenta que fuiste violento por algo sin importancia? –le pregunté.

-Yo… Bueno. Quizás se me pasó la mano –se frotó el cuello nervioso-. Pero se lo merecía, por atrevido.

-Alexander, no puedes ir así por la vida con cualquier hombre que se me acerca –le dije-. Ya habíamos tenido esta conversación.

-Lo sé pero… -se silenció, intentando buscar las mejores palabras-. No soporto que otro hombre se te acerque. Me saca de mis casillas. La mayoría tiene malas intenciones, yo lo sé.

-El ladrón siempre piensa que le van a robar –recité.

-¿Y eso qué quiere decir? –preguntó.

-Que te estás proyectando en ellos –le respondí-. No porque tú hayas sido así, significa que todos lo son.

-Eso no es… -no completó la frase-. Sólo no quiero que te hagan daño.

-Es más que eso, Alexander –le dije-. No quieres que me toquen, que se me acerquen o que respiren cerca de mí. Y no sólo eso, porque además intervienes de maneras excesivamente violentas. No sé si eres mi novio o mi guardaespaldas. Me siento encapsulado por ti. No me siento cómodo yendo por la vida prácticamente sin tener contacto con personas, y disculpándome por tus arrebatos.

-Lo hago por ti, no por mí –dijo con voz enfadada.

-Lo haces porque te sientes culpable –le espeté-. Te culpas por lo de esa noche en la fiesta… Pero sucedió, y por mucho que ahora intentes espantarlos a todos, no se borrará lo que me pasó.

-¡Sólo evito que vuelva a suceder!

-No es la forma de hacerlo… -le dije mientras sentía caer una lágrima por mi mejilla-. No me gusta esta situación, Alexander. No me gusta imaginarme teniendo este tipo de problemas en el futuro. No me gusta el hombre en que te conviertes cuando suceden estas cosas. Sacas al Alexander antiguo… el matón… el violento. No digo que no me guste sentirme protegido, porque sí me gusta. Pero atravesaste la línea… y me siento un prisionero.

-Estás exagerando –entornó los ojos.

-No lo hago –respiré-. Me siento aislado. Y me entristece que no te des cuenta.

-Hablas como si te tuviese dentro de una jaula-.

-No me extrañaría que fuese así en un tiempo más –resoplé enojado. El silencio se hizo.

-Volvamos a la fiesta –me dijo tendiéndome su mano.

-No, no quiero –le dije esquivándolo-. Quiero estar sólo.

-¿De qué hablas? No-.

-No te estoy preguntando –le informé-. Quiero estar solo. Déjame solo.

-De ninguna manera, Diego-.

-Alexander, déjame solo, por favor –le rogué-. Quiero pensar las cosas tranquilo. Y no puedo estar tranquilo si estás cerca.

-¿Y si te pasa algo? -.

-¿Ves a alguien cerca? –pregunté. El lugar estaba vacío. Todos preferían la piscina y la música, junto con la comida. Y todo eso estaba sucediendo abajo.

-Ven conmigo –me tomó del brazo.

-Déjame, Alexander –luché.

-No te dejaré solo, entiende –me discutió.

-¡Suéltame! –grité. Me tiraba con fuerza, y mi brazo comenzaba a doler-. ¡Alexander… para! ¡Me haces daño!

Rápidamente se detuvo y me miró asustado.

-Perdón… Discúlpame –dijo con mirada asustada-. No me di cuenta. Es que no quiero…

-Vete –interrumpí. El brazo me dolía mucho y mis ojos estaban llorosos-. Por favor…

-Diego… -me miró suplicante, pero me giré y le di la espalda.

-Estaré abajo… -dijo finalmente.

Cuando por fin se alejó, pude soltar el llanto que tenía atascado en mi garganta. Golpeé la mesa de ping-pong y grité. Caminé llorando hacia un rincón y me senté. Estaba enojado y triste, una mezcla de emociones peligrosas. Eran el tipo de emociones por las que tomas decisiones de las cuales te arrepientes después. Y fue lo que sucedió… Me empujaron a tomar una decisión. No estaba seguro por qué había llegado a esa idea, pero antes de que pensara en las consecuencias, tomé mi celular y tecleé:

“Sí, aquí estoy”.

¿Sería esa una decisión por la que me arrepentiría?... De todas formas, ya estaba hecho.

(Aquí está el nuevo capítulo. Comenten, opinen, insulten, lo que quieran. Instagram: @Angelmatsson)