Malas decisiones (Parte 10)
Noticias y momentos de alto impacto, y obviamente un poco de sexo.
Cuando creí que ya no había vuelta atrás, apareció Gonzalo entre la gente y tacleó al pateador. Suspiré aliviado. Martina corrió a ver a su hermano que yacía en el suelo, débil y golpeado. Mientras tanto, Jean miraba sentado intentando calmar su rabia.
-Gracias –le dije a Gonzalo, quién se ponía de pie luego de su tremenda hazaña.
Después de esa escena, el cumpleaños no continuó de la misma manera.
Martina no me dirigió la palabra en varios días, y yo evité a toda costa el contacto con Alexander y Jean. Fernando y Bastián eran los únicos con los que podía hablar.
-La entiendo, por mi culpa se arruinó su fiesta –les decía a mis amigos-. Ella y Marcela se esforzaron mucho para que todo estuviera bonito y fuera todo perfecto…
-No es tu culpa –me intentó consolar Fernando-. Tú no lo provocaste.
-No era algo que dependiera de ti –complementó Bastián, quién poco a poco se iba ganando un espacio más grande en mi corazón.
Aun así me sentía mal por estar distanciado de mi mejor amiga. Sumado también a mi distanciamiento con Jean, quién me llamaba a diario desde lo sucedido esa noche. Pero no podía hablar con él, sentía cierto rechazo hacia su persona, similar al que sentía por Alexander. Ambos me transmitían un sentimiento de inquietud que me acompañaba incluso por las noches, sin permitirme dormir bien.
Pasaron los días y poco a poco fui sintiéndome más solo. Había rechazado la compañía de Fernando con Bastián, pues creía que no era bueno que gastaran su tiempo conmigo. Pese a que habían insistido por quedarse, me mantuve firme y les dije que no, que necesitaba estar solo para pensar. Pero la verdad no era así… Quería compañía… Quería que me abrazaran y me dijeran que todo iba a arreglarse. Quería a mi mejor amiga.
Y un día, sin esperármelo, fue ella quién tocó a mi puerta… Y no lucía muy bien.
-Martina… ¿qué te sucedió? –pregunté mientras la dejaba pasar.
-Gonzalo y yo –sollozó- terminamos.
-¿Qué? –pregunté sorprendido-. ¿Cuándo?... ¿Por qué?
-Fue hoy en la mañana –respondió con un nudo en la garganta-. Ay, Diego, me siento horrible.
Y explotó en llanto. No pude hacer más que abrazarla y dejarla llorar. Era lo mejor para ella en ese momento. No sé cuánto rato estuvimos así, pero parecían minutos interminables y comencé a preocuparme. Sentía que su reacción había sido más intensa de lo que había pensado.
-Martina… Me estás preocupando –le dije mientras me separaba de ella-. ¿Qué fue lo que sucedió exactamente?
-Lo que pasó fue que… -y el llanto la volvió a invadir.
-¿Te dijo algo? –.
-No… -se limpió el rostro con el dorso de su brazo.
-¿Le dijiste algo?-.
-Tampoco… -tomó aire.
-No estoy entendiendo nada –le confesé.
-Terminamos…-.
-Esa parte sí la entendí –bromeé. Se dibujó una leve sonrisa en su rostro.
-Yo terminé con él –explicó-. Me di cuenta que lo que él sentía por mí no era igual a lo que yo sentía por él.
-Vaya… ¿qué te dijo él? –pregunté.
-Estaba muy confundido y triste –dijo apesadumbrada-. Pese a que le expliqué que era algo que sólo dependía de mí, continuó creyendo que hizo algo mal.
-Es que fue algo muy repentino, debo confesarlo –le dije-. Ustedes se veían muy bien juntos, y de un segundo a otro tú… ¿dejaste de quererlo?
-Es más que eso –susurró mirando al suelo.
-¿A qué te refieres? –pregunté confundido. Tardó en responder, y esos segundos de espera me aumentaron la ansiedad-. ¿Martina?
-Me gusta Marcela –soltó de pronto. Sentí que de golpe todo el aire salió de mis pulmones, dejándome varios segundos petrificado intentando procesar lo que me estaba diciendo-. Nos gustamos.
-¿Esto es en serio? –pregunté estúpidamente. No pude evitar recordar la mentira que había inventado Martina a su hermano, esa vez cuando le pedí que me cubriera cuando Alexander me encontró hablando por celular con Fernando. Al parecer, algo de cierto había en eso.
-No podría jugar con algo así –aclaró-. No lo planeé. Simplemente sucedió solo… Recuerdo que cuando la conocí pensé «Que guapa y simpática esta chica», y poco a poco algo fue naciendo dentro de mí. Ella dio el primer paso… al confesármelo. Al principio creí que era una locura, además, nunca me sugirió nada, simplemente quiso hacérmelo saber. Respetaba lo que yo tenía con su primo. Pero desde entonces, ésa idea no la pude quitar de mi cabeza, y a medida que lo que sentía por Gonzalo decaía, lo que sentía por ella crecía.
-¿Qué dijo él sobre eso?-.
-No lo sabe –respondió avergonzada de sí misma.
-¿No le dijiste? –pregunté asombrado.
-No podía decirle… Es muy complicado de explicar –contestó-. No le di más razones además del hecho de que ya no sentía lo mismo por él.
-Pero le tienes que decir -.
-Lo sé, pero aún tengo que asumirlo yo –y lo encontré muy válido-. Necesito estar segura.
-Esto es completamente inesperado para mí –confesé-. No lo vi venir.
-Créeme que no estaba en mis planes –se frotó el rostro con las manos y suspiró-. Y me apena que Gonzalo se vea afectado por esto. Me siento muy culpable por eso.
-No debes sentirte culpable –le dije.
-¿Por qué? Claramente es culpa mía –dijo convencida-. Yo enredé todo.
-No, no es así. Esto no lo planeaste, no lo buscaste y definitivamente no querías dañar a nadie –le argumenté-. No es culpa tuya. Simplemente sucedió.
La abracé porque vi en sus ojos que las lágrimas se hacían visibles. Cuando lloró lo hizo un poco más aliviada. Supongo que entender que no era culpa suya le aliviaba mucho más la carga emocional que toda esa situación acarreaba. Esa tarde se fue con un peso menos de encima, pero aún con la angustia de que el tema aún no zanjaba y que quedaba una conversación pendiente con Gonzalo. Lo que no sabíamos era que esa conversación estaría pronta a suceder… pero conmigo.
Al día siguiente de la visita de Martina, Gonzalo llamó a la puerta de mi casa. Se veía angustiado y muy triste cuando entró bajo mi sorprendida mirada. Definitivamente no esperaba esa reunión.
-Perdón por venir sin avisar –me dijo de pie en el living, mientras se frotaba las manos con nerviosismo.
-No te preocupes –lo tranquilicé-. Toma asiento.
-Gracias –sonrió débilmente.
-¿Qué te trae por aquí? –pregunté fingiendo no saber la respuesta.
-Supongo que sabes que Martina y yo terminamos… Que ella me terminó –corrigió. Me miró para buscar la confirmación a sus palabras. Asentí-. Imaginé que sí.
-¿Estás molesto por eso? –pregunté preocupado.
-No, al contrario. Esperaba que fuera así –contestó-. Ustedes tienen mucha confianza… Se cuentan todo…
-¿Qué es lo que sucede? –inquirí. Aunque ya sabía cuál era la razón de la visita.
-Necesito saber qué hice tan mal como para que ella quisiera alejarse de mí… -y luego se quebró.
Junto con eso, mi corazón igual se rompió. Siempre me ha producido una sensibilidad especial el ver a un hombre llorar tan amargamente. De verdad pude ver el dolor en su mirada, y la súplica que de ahí surgía. Se veía claramente lo enamorado que estaba de ella y lo mal que se sentía luego del quiebre.
Me levanté y me senté junto a él. Instintivamente llevó su cabeza a mi hombro y lo consolé. Lloró hasta que se calmó lo suficiente para volver a incorporarse, tomar distancia y escuchar lo que yo tenía que decir.
-No tiene que ver contigo, Gonzalo –le dije firmemente. Necesitaba que lo entendiera-. Eres un buen hombre y un buen novio, te lo aseguro.
-¿Entonces? ¿Por qué terminó conmigo si soy tan buen hombre y buen novio? –preguntó suplicante.
-No puedo decírtelo –respondí con pesadumbre.
-¿Por qué no? –su voz sonó gruesa y frustrada.
-Porque no me corresponde –contesté.
-Solo dime… ¿Es… Es por otro chico? –preguntó con dolor.
-No, Gonzalo –respondí.
-Entonces no lo comprendo-.
-Sólo dale tiempo –le pedí-. Ella misma te lo explicará.
-No creo poder soportar la espera –confesó.
-Lo comprendo –empaticé-. Pero por lo menos puedes estar consciente de que no fue por culpa tuya y que no hiciste nada mal.
-¿Lo prometes? –preguntó con sus ojos rojos por el llanto.
-Lo prometo, Gonzalo. De verdad eres un muy buen partido, y te aseguro que nada de lo que sucedió ahora es por culpa tuya.
-Antes de venir sentía que mi cerebro reventaría –me contó luego de que terminé de hablar-. Me carcomía la duda y estaba todo el día pensando en lo que pude haber hecho. Pero ahora… Ahora estoy más tranquilo. Confío en lo que dices, y saber que no es por mí me alivia bastante. Gracias, en serio.
Me abrazó. Encontré que fue un gesto muy dulce, aunque me perturbaba ver a un hombre tan imponente como él estando tan frágil. Pues en ese momento, ya no había un enorme y macizo hombre sentado, sino que había un chico con el corazón destrozado intentando buscar algunas migajas de consuelo.
-Bueno, creo que me iré. Te dejé el suéter empapado –dijo mientras se secaba el rostro y se levantaba. Intuí por la forma en que lo dijo que no estaba muy entusiasmado con la idea de irse. No quería estar solo con su mente otra vez.
-No es necesario que te vayas, justo iba a preparar algo rico para la cena. Puedes quedarte, si quieres –le invité.
-¿Seguro? -.
-Claro –afirmé.
Asintió. Lo invité hasta la cocina y nos quedamos charlando mientras preparaba un Kuchen de Frambuesas. El resto de la tarde transcurrió con normalidad y cuando se fue lucía menos abatido que cuando había llegado horas atrás.
El lunes posterior a las visitas de Martina y Gonzalo, fue bastante tenso. Ambos se miraban a la distancia con ojos tristes, implorando una conversación que mi amiga aún no se atrevía concretar. Los cuatro sentíamos el aire tenso, así que cuando vi que Bastián se levantaba a comprar algo al Kisoco aproveché de distraer la atención de Martina y hacer que dejara de mirar tanto a Gonzalo.
-¿Ya son novios? ¿Tú y Bastián? –le pregunté a Fernando, quién me miró sorprendido ante la inesperada pregunta.
-¿Qué? No… -respondió sonrojándose.
-Oh, vaya. Como pasan tanto tiempo juntos últimamente -.
-Yo creí que sí –observó Martina.
-Sólo somos amigos –dijo Fernando.
-No… Nosotros somos amigos –le dije-. Tú y él son algo más…
-¿A qué te refieres? –preguntó muy nervioso.
-¿Qué sucede? –le pregunté-. Estás sobre reaccionando.
-Oh… Ya veo –sonrió Martina.
-¿Qué cosa? –le pregunté.
-Lo hicieron ¿cierto? –le preguntó mi amiga a Fernando. Lo miré con sorpresa.
-… -se quedó callado unos segundos, pero finalmente habló cuando se percató que su silencio respondía por él-. Sí… Lo hicimos.
-¡Vaya! –exclamé-. ¿Por qué no nos contaste?
-Les juro que quería hacerlo… Pero… -bajó la vista-. No creí que fuera el momento considerando las cosas por las que están pasando ustedes. Sentí que sería egoísta.
-¡No! –dijimos Martina y yo. Luego continué-: Somos amigos, y tu felicidad nos importa y nos alegra.
-Dinos… ¿cómo fue? ¿Y cuándo sucedió?–preguntó Martina.
-De hecho, no fue hace mucho –contestó-. Fue luego de tu cumpleaños, Martina. Y estuvo… estuvo genial. Extrañaba ese contacto físico con alguien. Simplemente las cosas se dieron solas, no estaba planeado. Creo que me gusta… me gusta en serio.
-Eso es genial –dije sintiéndome feliz por él-. Creo que, después de todo, tomarse las cosas con calma hizo que funcionaran mucho mejor.
-¿Y por qué no se lo has propuesto? –preguntó nuestra amiga.
-No lo sé… Quizás no estoy listo aún –respondió.
-Bueno, cuando lo estés, quiero que sepas que te ayudaremos en todo –ofrecí-. Por si quieres sorprenderlo, claro está.
Sentí auténtica felicidad al saber que Fernando y Bastián estaban funcionando tan bien juntos. Reflexioné con lo que le había dicho, y descubrí que fue uno de los grandes errores que cometí yo. Nunca me tomé nada con calma, al contrario, siempre estuve impaciente y me dejé llevar sin analizar y estudiar mejor las cosas. En muchas oportunidades avancé de cero a cien sin tomarle el peso a mis decisiones, o con la falsa ilusión de que todo funcionaría perfecto.
Eso me hizo reaccionar y cambió algo en mi mente que sin querer me hizo madurar un poco más. Fue así que de inmediato surgió una idea en mi pecho que me empujó a por primera vez tomar una buena decisión. Una decisión que implicaba hablar tanto con Jean como con Alexander, y que junto con eso implicaba comenzar una nueva vida.
-¿Todo bien? –preguntó de pronto Bastián. Ni siquiera lo había visto llegar.
-Se fue en un viaje astral –bromeó Fernando.
-¿Qué vas a hacer? –me preguntó Martina-. Conozco esa mirada.
-Tomarme la vida con calma –respondí-. Aunque esta vez sí es en serio.
Fue así, que al siguiente día me encontraba en la entrada de la casa de Alexander. Mi mano temblorosa golpeó su puerta y esperé su respuesta con un nudo en el estómago. Sentí que los segundos fueron eternos, y cuando por fin la abrió hubiese preferido que no lo hubiese hecho. Su rostro aún tenía vestigios de los golpes que Jean le había proporcionado, pero no era eso lo que me impactó, sino su mirada triste y humillada.
-Diego… -sonrió forzosamente-. ¿Qué haces aquí?
-Vine a hablar contigo –contesté-. Te prometo que será breve.
Se hizo a un lado y me permitió entrar. No estaba seguro de si mis palabras le servirían, pero yo necesitaba tener esa conversación para estar bien conmigo mismo.
-¿Qué me tenías que decir? –preguntó sin mirarme a los ojos.
-Quería… quería pedirte perdón –le dije.
-¿Qué? –me preguntó sorprendido, mirándome de golpe-. ¿Por qué?
-Por todo lo que hice, y lo que no hice –respondí con los ojos humedecidos.
-No creo que tengas que ser tú el que debe pedir disculpas –me dijo.
-Tengo que hacerlo, Alexander. Yo también pude haber hecho mejor las cosas –le dije-. Muchas veces me comporté como un niño miedoso, o intenté esquivar la responsabilidad de mis actos sin tener el valor para resolverlos de la forma en que debí hacerlo. Muchas veces ni siquiera fui sincero conmigo mismo, y me hice creer que lo que hacía estaba bien… pero no lo era así. Por favor, perdóname por no haber hecho mejor las cosas.
-Te perdono, si tú me perdonas a mí –dijo seriamente-. Me comporté como un animal… como un loco. Desde el primer minuto me lo hiciste notar, y yo no hice nada por cambiarlo y sólo fui empeorando las cosas. Perdí un buen chico por culpa de no poder controlar mis celos y mis inseguridades, por comportarme como un enfermo celópata y controlador. Y ahora me doy cuenta claramente de que necesito ayuda profesional para no volver a eso. Porque sin duda volveré a lo mismo si no hago nada al respecto.
-Ese es un gran paso y una muy buena decisión. Está en tus manos ser mejor persona –lo felicité-. Creo que el escarmiento te sirvió.
-Sí, necesitaba esa paliza –bromeó-. Me hizo recordar que no estoy por sobre nadie, y ver tu rostro aterrado me hizo odiarme a mí mismo. No quiero volver a causar eso.
-Espero que desde ahora, ambos seamos una mejor versión de nosotros mismos –le dije-. Te mereces ser feliz sanamente algún día.
-Espero lo mismo –sonrió. Dicho eso, procedí a levantarme para retirarme. Pero antes de que me despidiera él me habló-: Gracias.
-¿Por qué?-.
-Por creer que puedo ser mejor persona –sus ojos brillaban cuando lo dijo-. Por permitirme creer que merezco una nueva oportunidad.
-Cuando reconocemos y nos arrepentimos de nuestros errores, todos merecemos la oportunidad de mejorar –le hice un guiño.
Me fui del lugar sintiendo que una herida se sanaba, y con la esperanza de que por fin Alexander haría lo correcto y buscaría la ayuda que necesitaba.
Inspirado y con más convicción que antes me dirigí hacia el departamento de Jean. Llegué cuando el sol estaba cercano a desaparecer tras el horizonte. Toqué el timbre pero no obtuve respuesta. No había querido llamarlo porque no quería terminar teniendo esa conversación por el teléfono, pero ahora me arrepentía de no haberle mandado por último un mensaje avisando que iría a visitarlo.
Salí desanimado por no haberlo encontrado justo cuando me sentía especialmente motivado luego de haber hablado con Alexander. Iba cruzando la calle cuando sentí que alguien decía mi nombre.
-¿Jean? –pregunté.
-Diego ¿qué haces aquí? –preguntó Jean al acercarse-. ¿Cómo estás?
-Bien, gracias. ¿Y tú?-.
-Ahora que te veo, mejor –respondió-. ¿Por qué te alejaste?
-Necesitaba estar solo –contesté, pero rápidamente tomé las riendas de la conversación. No quería que se distrajera-. Vine porque tengo que hablar contigo. ¿Puedes?
-Mi padre me está esperando, pero tengo unos minutos-.
-Está bien, no necesito más que eso –le aseguré-. Vengo a pedirte disculpas…
-¿Qué? –me interrumpió-. ¿Por qué?
-Por todo lo sucedido. Por haberte metido en medio de todo…
-No fue culpa tuya…-.
-Déjame hablar –le pedí, y luego continué-: Necesito que sepas que lamento mucho que hayas quedado atrapado entre mis líos. Lamento haber ignorado tus sentimientos al principio, y lamento haber permitido que nuestra relación se profundizara.
-¿A qué te refieres con eso? –preguntó asustado-. ¿Quieres…?
-Sí… -respondí.
-Pero yo te quiero… Te quiero más que nada…-.
-Lo sé, y es exactamente por eso –le dije sintiéndome muy mal. Pero era necesario. No iba a permitir volver a lo mismo y callarme las cosas sólo para evitar el dolor, porque a final de cuentas sólo terminaba empeorando todo-. Yo no siento lo mismo por ti, y te lo dije desde un principio. Ahora comprendo que haber iniciado esto fue egoísta de mi parte, porque no pensé en lo que tú sentías y prácticamente te pedí suprimir tus sentimientos hacia mí.
-No es así…-.
-Sí lo es –refuté.
-Pero puedo aguantarlo… -.
-Pero no debes hacerlo –le dije-. No mereces eso. Quizás no lo entiendes, y quizás no lo quieras, pero no es saludable lo que tenemos. Mereces algo mucho mejor y correspondido. En estos momentos yo no puedo dártelo. Pude haberlo evitado desde un inicio, pero estaba cegado por mis malas decisiones y me forcé a creer que era la mejor opción. Pero no pensé en lo que eso repercutía en ti.
-No quiero perderte –me dijo con voz quebrada.
-Yo tampoco quiero –le dije sinceramente-. Pero, a la larga, que estemos juntos sólo traerá más problemas y sufrimiento... Y no quiero que sufras por mi culpa. Me gustaba lo que tenía contigo, pero creo que por ahora estoy mejor solo. Y solo de verdad. Sin follamigos, ni nada parecido. Hasta que aprenda a tomarme las cosas con calma y sepa realmente lo que quiero.
-Esto me duele mucho –me confesó.
-Lo lamento, en serio –bajé la mirada-. Eres un buen chico, y sé que llegará alguien que lo valore. Me encantaría sentir por ti lo mismo que tú por mí, pero esas cosas no suceden por decisión propia.
-Lo sé… y lo entiendo –dijo seriamente.
-Bueno, me tengo que ir. Ya es de noche, y tu padre te espera –me despedí.
-Diego, antes de que te vayas quiero que sepas algo –me dijo con mirada intensa-. Lo que siento por ti seguirá estando en mi corazón, y sé que tarde o temprano te darás cuenta que soy lo mejor para ti y que volverás a mí. Estaré esperando ese día, así como ya lo hice una vez antes.
Dicho eso, me besó por última vez, se giró y se fue. Quedé sorprendido ante el beso y su inesperado comentario, mientras miraba que se alejaba con su espalda tensa. Me sentí intranquilo cuando analicé sus palabras, y me puse a pensar en si realmente sería así como él decía. Cuando volví a la realidad, caminé en la dirección contraria para tomar el transporte para mi casa, aún con esa extraña sensación en mi pecho. Sensación que pronto fue reemplazada por paranoia cuando me di cuenta que un grupo de chicos me estaba siguiendo entre risas y susurros.
Apuré el paso y de inmediato ellos aceleraron el suyo. Comprendí que la paranoia era completamente justificada y comencé a correr. Pero ellos eran más rápidos que yo, y se abrieron para conducirme hasta un callejón y encerrarme allí.
-¿Para dónde ibas tan a prisa, mariposita? –dijo el que parecía ser el líder. Un chico de unos veinte años, de cabello rubio muy corto. Me miraba con unos fríos ojos azules que me erizaron la piel.
-Para mi casa –respondí con un nudo en la garganta-. No traigo dinero. Sólo tengo mi celular… Está en mi bolsillo.
Estallaron en risas. Miré los cuatro rostros sintiendo cada vez más fuerte el pánico. Todos tenían el mismo estilo… Un estilo bastante particular y que muchas veces vi en las películas y en los noticiarios. Y no precisamente noticias deportivas, sino las que trataban de homosexuales agredidos en la vía pública por grupos neonazis.
-No queremos tu celular –dijo con tono venenoso.
-¿Entonces? –pregunté a punto de ponerme a llorar.
-Oww ¿Llorarás? –se burló. Los demás se rieron-. La mariposita quiere llorar…
-¿Qué quieren? –sollocé-. Les daré lo que quieran.
-Ya te dije que no queremos nada de ti –me espetó en el rostro-. Sólo queremos divertirnos contigo, muñequita.
Y a continuación acertó un puñetazo en mi abdomen. Golpe que hizo que me inclinara hacia adelante, propiciando que mi atacante dejara caer su codo en mi espalda, consiguiendo que cayera al suelo.
-Sucio marica –dijo uno de ellos-. Me dio asco ver su asqueroso beso.
-Eres repulsivo –agregó otro, quién me pateó en el suelo-. Asqueroso come vergas…
Acto seguido, comenzaron a llover golpes, escupos y perdí la noción cuando una especie de rama se rompió contra mi cabeza. Lo último que quedó grabado en mi mente fueron unos gritos aterrados y luego las luces de la ambulancia…
Neumotorax por una costilla rota. Un hombro dislocado, tres dedos fracturados, y numerosos hematomas en varias partes del cuerpo, sumados a algunos dientes luxados y un corte en la cabeza. Todo eso se tradujo en varias semanas de hospedaje hospitalario. Semanas en las que todo mi círculo de amigos se unió más que nunca.
Recuerdo la primera vez que Jean y Alexander se juntaron en la hora de visita. Podían entrar solo dos personas, y eran los últimos que quedaban por pasar. Cuando los vi entrar a la sala, de inmediato el monitor pasó de una frecuencia cardiaca de 86 a 116 por minuto. Pero me sorprendió que se veían bastante civilizados, y la punta de las orejas coloradas de Alexander delataban la intervención de su hermana.
-Esto no me lo esperaba –fue lo primero que dije. Ya ambos habían ido a visitarme con anterioridad, pero por separado y había sido bastante emotivo-. Pensé que alguno de ustedes pasaría con Gonzalo, ya que Fernando pasó con Bastián y Martina con Marcela.
-Llegará más tarde –dijo Alexander-. No quería encontrarse con…
-Ya veo… -Martina había tenido la conversación con Gonzalo dos días después de mi ataque. Recuerdo que la primera visita de él estaba bastante compungido, pero mucho más tranquilo que cuando me visitó en casa-. ¿Todo bien entre ustedes?
-Sí… -respondió Jean.
-Martina intervino un poco –dijo Alexander-. Tuvimos una pequeña escena antes de entrar.
-¿Y qué sucedió? –pregunté.
-Pues que debíamos dejar el pasado atrás –contestó Jean-. Que no éramos enemigos y que si tú no nos odiabas, nosotros no podíamos odiarnos.
-En la teoría suena bonito –bromeé.
-Confórmate con la teoría, por ahora –intervino Alexander-, y con que nos estemos comportando ahora.
Cada ciclo de visitas me ayudaban a recuperarme con más fuerza. Establecí una conexión aún más fuerte con todos mis amigos, y los aprendí a ver de otra forma. En una de esas visitas Fernando y Bastián por fin comenzaron a ser novios. También en una visita vi el primer beso entre Marcela y Martina. En las últimas visitas vi a Gonzalo recuperarse del quiebre, y a Alexander demostrar los frutos de sus idas a terapia.
Valoré las personas que me rodeaban, el amor y la preocupación que por mí sentían. Valoré su compañía mientras pasaba por drenajes pleurales, curaciones, inmovilizaciones, punciones y eternas horas sin poder levantarme. Valoré haber tenido una segunda oportunidad para apreciarlos… oportunidad que no muchas personas en mí lugar pudieron tener.
-Si no es por esa señora que justo iba pasando, pudo ser mucho peor –me dijo una vez la Enfermera-. Por lo menos es lo que dicen los de la ambulancia.
-Creo que tengo suerte de estar vivo-.
2 años y medios después…
-¿Por qué era tan necesario esperar a tu cumpleaños? –dijo cuando cerré la puerta de mi habitación con llave.
-Porque cumplo dieciocho –respondí sintiendo calor en mi vientre-. Ya soy mayor de edad.
-Avísale a tu cara y cuerpo –bromeó-. Sigues pareciendo un púber de 13 años.
-Hace mucho ya no soy ese chico –le dije mientras me acercaba a él-. La importancia de los años que cumplí, es que ya no será mal visto nuestra diferencia etaria. Que es algo que hace mucho me viene persiguiendo. También, el hecho de haber esperado, fue en honor a la decisión que tomé hace unos años: Tomarme las cosas con calma, hacer las cosas bien y no apurarme con mis decisiones.
-¿Así que es por eso que estuviste tanto tiempo ignorándome? –preguntó dolido.
-Sí, por eso fue –contesté-. Lo necesitaba pues no quería que los mismos errores se repitieran. Quería que esto funcionara.
-Por un momento perdí las esperanzas -.
-Me alegra que no lo hayas hecho –sonreí.
-Ese beso el último día antes de tu alta del hospital, fue lo suficiente para continuar todo este tiempo esperando por ti -.
-Lo recuerdo –me senté junto a él-. Fue bastante polémico. Después de todo lo que nos había pasado, después de todos los problemas que enfrentamos… No creí que esto finalmente podría funcionar…
Y me besó. Hace siglos no sentía sus labios, y llevaba mucho queriendo volver a hacerlo. Cuando su lengua ingresó a mi boca sentí que toda mi piel se erizó. Succioné su labio inferior y disfruté escuchando su gemido. Notaba su ansiedad cuando atacó con su boca y puso su cuerpo sobre el mío, reclamándome por completo. Podía sentir todo su ser deseándome y con ganas de poseerme. Definitivamente el hecho de que fuera mucho más alto que yo y estuviera sobre mí, me producía un morbo tremendo.
En sus caricias había una deliciosa mezcla de rudeza y ternura, lo que me hacía vibrar. Fue maravilloso volver a sentir el tacto de alguien sobre mi cuerpo. La electricidad se expandía por mis terminales nerviosos causando estragos, casi pidiéndome suplicar por más. Cuando clavó su paquete sobre mi pelvis jadeé de forma inconsciente. Sonrió mientras me besaba.
-Vaya, vaya –dijo mientras me miraba con lujuria-. Parece que estas deseoso.
-Un poco –sonreí y mordí mis labios.
Se levantó y se paró frente a mí. Lentamente se quitó la camiseta, dejándome ver ese abdomen surcado de músculos. Con más lentitud aún desabrochó su pantalón. El bulto que allí se dibujaba producía que mis glándulas salivales trabajaran a tope, aumentando mis ganas de que lo liberara y poder disfrutar su sabor. Pero en sus planes no estaba liberarlo todavía, en vez de eso se sentó a mi lado y sonrió.
-Ahora yo te haré esperar –dijo-. Levántate.
Obviamente obedecí. Me gustaba verlo con esa actitud dominante. Me quedé frente a él esperando sus instrucciones, mientras admiraba su cuerpo semidesnudo.
-Quítate la ropa –demandó.
En respuesta a su demanda procedí a quitarme mi camiseta. Con su dedo me llamó y acarició mi torso desnudo. Con timidez lamió mi abdomen y me miró buscando aprobación. Mordí mi labio. Luego me pidió continuar, y así lo hice. Poco a poco desabroché mi pantalón y me lo quité, para posteriormente lanzarlo contra la esquina de la habitación. Finalmente quité mi bóxer y quedé completamente desnudo frente a él. Me di una vuelta para terminar de noquearlo, y fácilmente lo conseguí.
-Espera, quédate así –dijo de pronto.
-¿Cómo? –pregunté.
-De espalda –sonrió con morbo. De inmediato lo hice-. Que culazo haz conseguido.
-Gracias –contesté con calor en mis mejillas.
-Acércate, quiero verlo más de cerca –me pidió. Retrocedí un par de pasos, para que mi culo quedara a solo unos centímetros de su cara.
Metió su mano entre mis piernas y las separó. Luego colocó la palma de su mano en mi espalda y empujó suavemente. Entendí que quería que me inclinara y felizmente lo hice.
-¿Te gusta la vist….? ¡Ah! –gemí de forma repentina. Sin esperármelo su cara se hundió entre mis nalgas y comenzó a devorarme el culo.
Gemí una y otra vez de gusto. Era maravilloso volver a sentir algo así. Su lengua se deslizaba desde mi escroto hasta el comienzo de mi columna, saboreando cada pliegue de mi agujero, provocando que mis piernas temblaran. Y eso se intensificó todavía más cuando sus fuertes brazos me rodearon y me apegaron a él de tal manera que toda su cara quedara ente mis nalgas.
-Quiero follarte –gruñó-. Necesito hacerlo.
-Lo harás –le aseguré.
Me giré para quedar frente a él, y me arrodillé entre sus piernas. Llevé mis manos hacia su pantalón y lo deslicé hasta sus tobillos. Hice lo mismo con su bóxer, y me brillaron los ojos cuando por fin vislumbré su trozo de carne. Era tal cual como lo recordaba, grande, grueso y potente. En su glande se divisaba una humedad que me llamaba para ser lamida.
Separé sus rodillas y me acerqué a su pene. Lo tomé de la base y gocé al sentir su grosor y calor. Su aroma masculino me hipnotizó, aumentando mi hambre y ganas de probarlo. Sin perder contacto visual abrí mi boca y comencé a tragarlo. Sus ojos se pusieron blancos cuando mis labios se cerraron alrededor de su tronco. Y yo me sentí bendecido cuando su sabor inundó mi boca y su presemen se esparció sobre mi lengua.
Jadeó con la primera succión. Lo cual me motivó para hacerlo más rápido y más intenso, provocando que sus vellos se erizaran. Fue increíble volver a tener una verga en la boca y unos huevos en mi palma. Fue glorioso volver a darle placer a un hombre, y deleitarme con sus gemidos a causa de mis atenciones. Sus manos se aferraron a mi cabeza y me obligaron a tragar más. No cabía en sí mismo cuando mis labios chocaron contra su pubis.
-¡Aleluya! -gimió.
Luego me detuve para montarme sobre sus piernas y comerle la boca. Posó sus manos en mis nalgas, las apretó con fuerza y con sus dedos fue haciendo círculos en mi agujero, aumentando todavía más mis ganas de ser penetrado. Mordí su labio inferior cuando comenzó a enterrar el dedo medio, y gemí cuando al cabo de unos segundos introdujo el dedo índice. Lentamente y al ritmo del beso los fue metiendo y sacando, causando que mi cadera se moviera pidiendo más.
-No aguanto más, necesito tenerte –dijo muy cerca de mis oídos-. Quiero hacerte mío después de tanto tiempo esperándolo.
Me separé de él y me recosté en la cama. Ante su atenta mirada tomé la almohada y la puse bajo mi pelvis, y luego abracé mis rodillas llevándolas hasta mi pecho.
-Hazlo –le respondí finalmente, y con mucha cursilería agregué-: Hazme tuyo.
Su rostro de excitación fue máximo. Poniendo sus manos en mis muslos para acomodar mi culo, dejó caer un hilo de saliva justo entre mis nalgas, para luego introducir dos dedos. Luego, con su mano derecha tomó su miembro y apuntó hasta mi centro. Lo miré suplicante cuando su glande se posó en mi ano, y por suerte no me hizo esperar mucho para comenzar a introducirlo dentro de mí.
Ambos gemimos mientras entraba. Él, por supuesto gimió de placer, mientras que yo gemí por el dolor de volver a acostumbrarse a un agente externo de grosor considerable. Y de placer, obviamente.
-Aún no aprietes –me pidió cuando ya llegaba al final.
-No lo estoy haciendo –le aseguré.
-Sólo… Sólo relaja el culo –jadeó-. No quiero correrme. Tanto tiempo sin acción me vuelve susceptible.
Lo comprendía. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tuve sexo que mi agujero tardó en acostumbrarse a su pene. Se hizo un espacio entre mis piernas dejándolas sobre sus hombros, y se dispuso a reclamar mis labios. El beso ocurrió al mismo tiempo en que su pelvis chocaba con mis nalgas, dejándome completamente empalado.
-¡Ah! –gemimos.
Poco a poco las embestidas se hicieron presentes y aumentando en fuerza y velocidad. A los pocos segundos me encontré gimiendo intensamente contra su boca. Gemidos de placer y dolor que salían de mi garganta sin control. Gemí como nunca antes lo había hecho, pues eran gemidos que llevaban mucho tiempo guardados, y ahora luchaban por salir.
Fue grandioso sentir toda la longitud de su pene deslizarse a través de mi agujero, notando claramente sus relieves y rugosidades. La sensación de plenitud que me entregó cuando sus pelvis se pegó a mi cuerpo, dejando su verga en el fondo de mi culo mientras me besaba, fue tremendamente reconfortante.
-¡Cielos! Aprietas tan rico –dijo cuando se levantó a tomar aire.
Alzó los brazos al cielo y movió su cadera con poderío. La luz del sol chocaba contra su piel blanca liberando destellos dorados y resaltando cada surco de sus músculos. Aunque no era tan musculoso como Jean, quién literal tenía músculos titanicos. La imagen de Jean salió de mi mente cuando quitó mis piernas de sus hombros, y retiró su pene de mi culo. De inmediato sentí el vacío y el boqueo desesperado de mi agujero.
Se acercó a mí y me volteó. Metió su mano bajo mi cadera y levantó mi culo para dejarlo frente a su rostro. Gemí cuando con un poco de esfuerzo consiguió pasar la barrera de mi ano e introdujo su lengua. Fue casi un maullido gatuno. Luego introdujo un dedo, a los segundos después introdujo otro más, y luego un tercero. Finalmente y sin esperarlo metió de golpe su verga.
Me tomó de la cadera y comenzó a embestirme con velocidad y violencia. Fue duro, rápido y profundo. Gemí como asiática en película porno. Era delicioso, con esa mezcla de ternura y rudeza que me encantaba. No pude aguantar más y comencé a correrme. Chorros y chorros de semen fueron cayendo sobre las sábanas. Contraje mi culo tan fuerte que él gimió, y aumentó todavía más sus embestidas, sumándole sus propios gemidos.
-¡Ah!... ¡AHH! –gruñó, y sentí que una ola viscosa llenaba mis entrañas.
Cuando terminó de vaciarse, cayó rendido sobre mí. Lentamente retiró su pene y cuando su gordo glande salió se escuchó un sensual “plop” y luego un río de semen chorreó por entre mis nalgas hasta mis testículos.
-El mejor sexo de mi vida –dijo cuando se recostó junto a mí, mirando al techo con ojos brillantes, todavía sin creer lo que había pasado.
-Fue excelente –le dije mientras me giraba. Miré la hora, y me percaté que en cualquier momento llegaría Martina con Marcela, Fernando y Bastián, y Alexander con su novia. Mi culo ardía y mis piernas temblaban. Y eso era tanto por el sexo que habíamos tenido como por el nerviosismo que me producía contarles todo a nuestros amigos. Me abrazó y me besó sonriente cuando notó mi ansiedad, y lo agradecí- Para ser tu primera vez con un hombre, lo hiciste muy bien, Gonzalo…
Fin.