Mala memoria
Un día de verano, buscando la soledad y algo distinto, Lucio descubre su verdadera pasión.
Este era un día como otro cualquiera. Aburrido y si tener a la vista demasiadas alternativas de ocio me dejaba llevar lánguidamente por la ociosidad. Hacía algún tiempo que no veía a mis compañeros, seguramente ocupados en buscar algún tipo de diversión. Ellos siempre están intentando divertirse, y antes, incluso intentaban incluirme en sus juegos. "Lucio- ese soy yo- ¿por qué no dejas de mostrarte tan huraño y me besas?", solía decirme mi gran amiga Lucía. Pero nunca me han gustado ese tipo de juegos... no es que nunca los haya probado, pero siento que mi verdadera pasión es mirar, ver, conocer algo más que el estrecho mundo en el que vivo.
Pero este día yo me había alejado. Quizás demasiado. No quería estar en el mismo sitio de siempre, con los mismos amigos de siempre, sorteando siempre las mismas invitaciones. Así que aunque habíamos llegado todos juntos a aquella zona tan conocida del pantano en el que solíamos solazarnos, yo decidí ir un poco más arriba, siguiendo el vivaracho río que alimentaba a aquel enorme pantano. Tras algunas dificultades llegué a una especie de cala, tranquila, calmada y en paz. Sin esos pequeños que siempre están en el pantano molestando con sus juegos.
Buscaba paz, pero ¡afortunadamente! no la encontré. Metida en la cala, a 2 metros enfrente de mí había una mujer. Ella no podía verme, claro, pues yo estaba oculto tras unos juncos y además ella estaba distraída, disfrutando de un baño relajante. Nunca había visto tan de cerca a una mujer que me atrajera tanto, y no sé si sabría describirla con acierto. Era rubia, atlética y lo que tendría que describir como… no sé, ¿suave?
Con muy escasa tela cubría sus curvas, y a pesar de tan escaso gasto de sastre tal cantidad de fibra vegetal parecía molestarla, pues lentamente pasaba sus manos por encima de la ropa, degustando su tacto y su suavidad. Poco a poco su respiración se volvía más profunda y la mía casi se detenía ante tan bello espectáculo. Ella se sentó en una pequeña piedra situada en medio de la corriente que apenas dejaba su cuello por encima del agua. Lentamente se desabrochó el sostén dejando a mi vista dos morenos senos, acabados en dos botones negros, apretados, duros y atrayentes. Si yo hubiera tenido más agallas en ese momento hubiera ido nadando hasta mordisquearlos, pero no me atreví. Ella comenzó a pellizcarse, a juguetear, a acariciarse y a respirar profundamente. Sus manos se detenían un instante y pasaban de largo, buscando nuevos puntos que explorar, metiéndose bajo la solitaria y pequeña pieza de tela que la quedaba.
No podía verme, y eso a la vez me calmaba y me torturaba, pues querría poder enseñarle el poder de mi boca, succionarle todo el cuerpo y saborearla. Pero antes morirme que atreverme a perderla.
Al fin su mano, atrevida, desabrochó la pieza que faltaba y con un sutil movimiento quedó totalmente desnuda ante mis ojos. Yo casi no podía respirar de ansiedad. Ella comenzó a acariciarse con disfrute su pequeña cueva, y ese botoncito tan tentador. Sus ojos se cerraban con deleite y su cuerpo se arqueaba de manera que casi se tumbaba en la corriente del río.
Yo no podía aguantar más y decidí que quería participar en el juego. Aprovechando su placer me deslicé quedamente por el centro del río, hasta ponerme, sin ser visto a un palmo de mi objetivo: su sabor. La veía jugar y la oía gemir de placer.
Lentamente acerqué mi boca al botón que por suerte y breves instantes había dejado libre para acariciarse zonal levemente olvidadas. Notaba un sabor dulce en el agua, quizás fruto de mi propia excitación, hasta que el sabor fue tan intenso como el del azúcar. Mi boca rozó el botón y no se detuvo. Mi boca comió el botón y sentí su espasmo, su sorpresa y su excitación. Su sabor me inundó, su suavidad me dejó perplejo y mi semilla se derramó en la corriente mezclándose con su aroma. Un instante delicioso. Pero solo un instante, pues su mano, momento antes generadora de placer, envidia de mi deseo, descargó un terrible golpe sobre mí apartándome al momento del objeto de mi pasión.
Rauda ella se levantó, algo perpleja, y salió del río corriendo, atemorizada, dejándome dentro de la corriente, dolido en cuerpo y alma y aturdido por el golpe y por mi placer. Fue un momento idílico, perfecto, pleno y memorable… ¡lástima que los peces tengamos tan poca memoria!.