Mala leche

Es preferible hacerle frente a una tormenta que a una mujer pendenciera. RETOCO Y VUELVO A PUBLICAR.

Mi nombre es Alberto. Para los que aún no me conocéis, decir que no hace mucho que cumplí los cuarenta, vivo en el sur de España y actualmente, estoy casado. Mido un metro setenta y cinco y soy de piel morena, más por mi afición a hacer deporte al aire libre que por mi herencia gitana, y que nadie se confunda, tengo dos títulos universitarios y un trabajo estable y bien remunerado.

Me gusta vestir con estilo, Springfield, Massimo Dutti… y no, no soy de los que se ponen lo primero que pillan. También me gusta oler bien, que en mi opinión es oler a Sports-Man o Boss Bottle en días señalados.

En cuanto al sexo, si bien ya no soy tan insaciable como en la época en la que tuvieron lugar los hechos que detallaré a continuación, todavía sigo follando a mi fascinante esposa un par de veces por semana, lo cual no está mal después de quince años juntos. Por último, sólo me queda declarar que tengo diecinueve centímetros de eso que, antes o después, quieren todas las mujeres.

Por aquel entonces yo tendría veintiún años, luego seguía en la universidad. Aunquela mayoría de mis amigos ya estaban trabajando, yo seguía saliendo con ellos cada fin de semana y, cuando terminé los exámenes, les propuse que nos fuéramos juntos de cámping. Allí fue donde todo empezó.

Yo estaba junto a otros chavales en el lugar donde habíamos quedado para salir cuando vi aparecer a mi prima Natalia cargada con una mochila casi tan grande como ella. Llevaba años sin verla, puede que desde el día de su Primera Comunión. Aún así, la reconocí de inmediato. Apenas había cambiado. Con aquella sonrisa angelical y ese cuerpo menudo, nadie hubiera pensado que mi prima tuviese casi dieciocho años.

Nata, como solíamos llamarla, era una mujer en miniatura. No mediría más de metro y medio, pero como estaba delgada, su cuerpo gozaba de unas proporciones impecables. Tenía un culito súper macizo que parecía mayor de lo que era a causa de su cintura de avispa. De lo que Nata carecía era de pecho, sus peritas se habían quedado a medio madurar.

Aunque Natalia era la más bonita de todas mis primas, su nueva y estridente apariencia no era de mi gusto. Me sorprendió que se hubiera convertido en lo que entonces llamábamos una choni. Llevaba unos minishórts de lycra que se adentraban vertiginosamente entre sus nalgas y, en la parte superior, lucía una fina y escueta camiseta de tirantes que a duras penas contenía la consistencia de sus pezones.

Al parecer, mi prima Nata era amiga de la amiga de alguien y por eso se venía con nosotros a pasar el fin de semana en la sierra. No sé cómo ocurrió, pero el caso es que cuando quise darme cuenta mi prima se había subido en mi coche o, mejor dicho, en el coche que mi madre me había prestado. Seguimos hablando y gastándonos bromas, no sólo nos tratábamos con familiaridad, había buen rollo entre nosotros.

El padre de Nata, mi tío, era médico militar, aunque en realidad era más militar que médico. Capitán del ejército de tierra, había ostentado el mando de su casa con disciplina castrense. Sin embargo, el tiro le salió por la culata. Harta de vivir con sus padres, mi prima había dejado los estudios y se había puesto a trabajar en una tienda de Levi’s. Independizada económicamente, Nata soñaba con irse de casa en cuanto cumpliera los dieciocho.

Cuando llegamos al cámping, yo ya tenía claro que algo iba a pasar entre nosotros. Aquella misma noche nos liamos. Habíamos estado bebiendo calimocho con los demás, pero cuando nos dimos cuenta de que la gente se iba dispersando en parejas, nosotros hicimos lo propio.

Como ya habíamos bebido suficiente, solamente nos incautamos de una bolsita de golosinas antes de desaparecer entre las tiendas de campaña. Yo había llevado coche, pero, para ahorrarnos unos euros, lo habíamos aparcado fuera del recinto del cámping.

En cuanto estuvimos sentados en el asiento de atrás Nata se lanzó sobre mí como una pantera. Sus labios me devoraban con ansia. Yo no me había atrevido a preguntar cual era su experiencia sexual, pero al notar su mano introducirse bajo la costura de mi pantalón y apoderarse de mi erección tuve la certeza de que el coño de mi primita no estaría sin estrenar.

Natalia me la sacó apresuradamente y, al ver mi pollón, sonrió contenta. Apartó su larga melena y dos grandes pendientes de aro relucieron en los lóbulos de sus orejas. Unas largas e inquietantes uñas de color rosa adornaban los ágiles dedos que ya meneaban mi miembro. Nata ya estaba preparada y mi polla también.

Mi prima se puso a mamar con el mismo ardor con el que me había comido a besos un momento antes. Dejé que se saciara a su gusto y, para no perder el tiempo, le bajé los leggins y el tanga a medio muslo con idea de mojar mis dedos en su rajita.

No me costó dar con su clítoris, pues éste ya aguardaba erguido en el centro de su sexo. Nata gimió al sentir el roce de las yemas de mis dedos sobre su sensible botoncito, pero continuó cabeceando con ahínco.

Yo jamás había imaginado a mi joven prima mamando la polla de un hombre, y menos con semejante desenvoltura. Primero la había lamido desde la base hasta la punta, deslizando su cálida y húmeda lengua sobre el recio tronco de mi verga. Luego la había cubierto de besos y por último, se había introducido mi glande en su boquita y había succionado con fuerza. Ni siquiera sus grandes aros que se bamboleaban en los lóbulos de sus orejas parecían incomodar a mi prima.

La hija de mi tío Fede debía haber pecado bastante desde su Primera Comunión. Hábilmente, Natalia hizo fraguar mi miembro hasta que éste adquirió la solidez de un bloque de hormigón. Mientras la oía sorber su propia saliva como una auténtica cerda decidí a averiguar hasta donde había llegado la impureza de sus actos. Mojé mi pulgar en su sexo y, acto seguido, fui rozando con la punta desde su nuca, bajando por la espalda, siguiendo el surco entre sus nalgas hasta que mi pulgar fue absorbido por la irresistible atracción de su agujero negro.

Aunque mi dedo había encajado en su ano como una llave en su cerradura, yo era consciente de que hubiera sido descortés pedirle a Nata que me dejara abrirle el culo. Ninguna chica decente accedería a que la follasen analmente en la primera cita. Así pues, mientras mi pulgar permanecía clavado en su trasero, el resto de mis dedos comenzaron a hacer diabluras en el sexo de la muchacha. Aticé su clítoris, pellizqué suavemente sus inflamados labios mayores y, por último, hundí dos dedos en su intimidad.

Dentro de la boca de Natalia también se estaba librando un combate encarnizado. Su ágil lengua se blandía contra mi pesado mandoble sin arredrarse en ningún momento. Hasta ese instante, yo me había limitado a defenderme sin presentar batalla. Sin embargo, viendo que mi prima me estaba comiendo terreno, no tuve más remedio que contraatacar. Hundí mis dedos en su pelo y, a la voz de: ¡Baja!, invadí al unísono la garganta, el ano y la ardiente vagina de Natalia.

Desbordada en todos y cada uno de sus orificios sexuales, mi prima Natalia arqueó la espalda y, tras una brusca sacudida, tuvo un fenomenal orgasmo.

Me sentí orgulloso al verla jadear y estremecerse con mi pollón en su boca. Después de ese primer clímax, apenas empezó a serenarse, azucé su sexo febrilmente hasta hacerla tener un nuevo orgasmo. Mi primita se retorcía como una alimaña salvaje, pero todavía enlazó dos o tres orgasmos más antes de apartarse de mí.

Yo había supuesto que Natalia se subiría a horcajadas sobre mi polla, pero en lugar de eso, continuó mamándomela como una loca hasta hacerme eyacular. Mi prima engulló mi potente corrida juvenil y, sin darme ni un segundo de tregua, asió mi miembro, lo guió dentro de su sexo y cabalgó sobre mí hasta quedar temblorosa de tantos orgasmos como tuvo.

Poco a poco ambos fuimos recuperando la escasa cordura que teníamos a esa edad. Entre una chupada mía a su pezón y un mordisquito suyo en mi oreja, reuní el coraje suficiente para hacerle a Natalia esa delicada pregunta que me nublaba el pensamiento.

—¿Alguna vez te han sodomizado?

Mi prima sonrió.

—Aún no he conocido al hombre adecuado.

—¿Ah, no? —dije francamente extrañado.

La experiencia y las confidencias de mis amigos sobre sus novias me habían hecho saber que, tras perder la virginidad, la mayoría de las chicas no tardaban en probar por atrás. A Esther, una futura enfermera de nuestra pandilla, le flipaba. A pesar de lo fea que era, al menos tres de nosotros habíamos debutado entre sus nalgas. Sin embargo, ella era la excepción. Una vez lo habían probado, la mayoría de chicas sólo volvían a dejarse dar por el culo de forma muy puntual.

—¿Y cómo sabrás quién es ese hombre? —inquirí con curiosidad.

—Porque antes de metérmela por el culo se tendrá que casar conmigo. ¡No te jode! —clamó ella con desparpajo.

Aquel fin de semana mi prima andaba con una calentura continua. Se despertaba con ganas de comerme el rabo, por la tarde se restregaba conmigo en la piscina y luego, al caer la noche, sus gemidos y sollozos transgredían reiteradamente el toque de queda del cámping.

Me había echado la caja de condones por si acaso, pero el domingo tuve que ir a comprar más. Por su culpa acabé con la polla en carne viva. El roce del calzoncillo me dolía como si me pellizcaran en el glande y, cuando volví a casa el domingo por la tarde, tuve que untarme toda la polla con crema Nivea.

Pasaron unos años sin saber de ella. La verdad es que a mí no se me pasó por la cabeza llamarla pues, sinceramente, tras aquel fin de semana pensé que mi prima no estaba muy bien de la cabeza. Hasta que, un buen día, Nata me llamó por teléfono.

Mi prima me convidó a comer en casa de sus padres aquel mismo domingo. También irían mi madre y mis hermanas, pues quería darnos a todos las invitaciones de boda, de su boda. ¡Nata iba a casarse! Después de felicitarla le pregunté cuando pensaba celebrar el evento y ella me informó que la boda tendría lugar dos meses más tarde. Algo tan precipitado sólo podía deberse a una razón, de modo que ella misma confirmó que estaba embarazada. La volví a felicitar.

Aquel día había un auténtico gentío en casa de mis tíos, y eso que mi hermana pequeña no había podido ir. También se encontraban allí mi primo, su mujer, su hija y el futuro marido de mi prima.

Mi tía me contó confidencialmente que el novio de mi prima era nueve años mayor que ella y que tenía un cocedero de marisco que, al parecer, daba bastante dinero. Eso aclaró a quién pertenecía ese enorme BMW X5 que había visto en la puerta. Alfonso era un divorciado arrogante con más barriga que cultura, extremo que demostró con una de las primeras frases que le oí decir. “Donde hay calidad, no hay competencia”. Alfonso no se refería a su futura esposa si no a la bandeja de gambones que mi prima estaba colocando en la mesa. Yo, en cambio, no podía dejar de venerar el culazo de la prometida. Nata iba enfundada al vacío en unos jeans que pronto no se podría abrochar.

A pesar de las críticas de su cuñada María, mi prima insistía en ayudar a mi tía a servir la mesa. Se notaba que Nata se mordía la lengua para no mandar a la mierda a la mujer de su hermano. Mi tía nunca me había dicho nada, pero estaba claro que no se llevaban bien, y no me extrañaba. María sólo hacía comentarios envenenados y despreciativos. Yo encontraba gracioso el modo en que hablaba en representación de mi primo quien, obviamente, nunca le llevaba la contraria.

En aquella época yo no tenía pareja, de modo que no dejaba de mirar a mi prima con una entrañable sonrisa pintada en la cara. Todos pensaban que la contemplaba con ternura a causa de su anunciado embarazo. Sin embargo, lo que yo hacía era recordar con que entusiasmo la mamaba y los grititos que daba cuando le metían una buena polla dentro del coño.

Me sobresalté al toparme de pronto con la mirada de desaprobación de mi tía. Fingí no darme cuenta y le pedí a mi madre que me pasara la botella de Coca-Cola. Estaba convencido de que mi tía se había percatado de que mi forma de mirar a su hija no tenía nada de afecto, si no un repentino e irrespetuoso interés sexual por la prometida, de manera que tomé la determinación de comportarme como es debido y guardar las apariencias. Después de meditarlo un momento, supuse que la loca de mi prima debía haberle contado a su madre lo que pasó entre nosotros aquel fin de semana.

Unas miradas furtivas y lascivas me sirvieron para corroborar la antipatía entre Nata y su cuñada. Era como ver a dos gatas a punto de clavarse las uñas. Nata hervía de rabia cada vez que su cuñada banalizaba los comentarios de su hermano mayor. Mientras que el aludido hacía caso omiso a los desplantes, cada frase que salía por la boca de su arrogante esposa era como un nuevo soplido que iba inflando la paciencia de mi prima.

Para sorpresa de todos, la cuñada de Nata era la que mejor se entendía con el nuevo fichaje familiar. La verdad era que María y el futuro marido de mi prima compartían ese cáustico sentido del humor. A ambos les gustaba hacer leña del árbol caído y quedar siempre por encima de los demás.

Afortunadamente, el convite concluyó sin que la sangre llegara al río.

Como el piso de mis tíos tenía un pasillo muy largo, me levanté a ayudar.

—Alberto, ve apuntando los cafés —me encomendó mi prima— Me he traído la Nespresso.

Uno por uno fui apuntando los caprichos de todos los invitados, desde el solo para mi tío, hasta el cortado descafeinado con un poquito de Baileys de la cuñada de mi prima.

Cuando entré en la cocina mi tía y Natalia parecían enfadadas. Estaban terminando de colocar todo los vasos en el lavavajillas sin decir palabra. Entonces Natalia me miró por encima del hombro, sus ojos no escondían nada bueno. En efecto, me quedé pasmado al ver como mi prima bajaba la cintura de su pantalón y me enseñaba la mitad de su espléndido trasero. No sé por qué, pero me resultó raro ver que mi prima llevase tanga estando embarazada. Mientras mi tía seguía con los vasos, mi prima dio un paso atrás y, disimuladamente, llevó una de sus manos a su espalda y agarró mi miembro, que ya empezaba a desperezarse. Con el pantalón ligeramente bajado y mirando a su madre, mi prima procedió a estimular mi erección.

— Mamá, por favor, ve y tráete las tazas.

Después de preguntarme cuántos solos y cuántos cortados habían pedido los invitados, enfiló la puerta. Sin embargo, mi tía se detuvo antes de salir.

— Cinco minutos —dijo en tono de advertencia,.

— Sí, mamá —asintió Nata con una mueca divertida.

Mi tía cerró la puerta tras de sí.

— ¿Cinco minutos? —no entendía qué demonios estaba pasando.

— Cinco minutos —dijo Natalia al tiempo que me desabrochaba el pantalón.

Como me quedé petrificado, ella misma se encargó de sacar mi miembro a través de la abertura del pantalón. Siguiendo sus instrucciones, me giré para vigilar si alguien venía. Después de cubrir de besos mi inflamado glande, Nata me explicó el plan que obviamente ya le había contado a su madre.

Básicamente, Nata pretendía preparar el cortado de su cuñada con cinco o seis chorretones de semen. Con esa intención, mi primita empezó a lamer toda la longitud de mi verga. Se notaba que había ganado en experiencia, no comenzó a mamar como loca si no que siguió lamiendo hasta cubrir toda mi polla de babas. Luego se puso a chupar mi glande como si fuera un caramelo. Yo notaba como la lengua de mi prima jugaba dentro de su boca. Aquello era demencial y me dejó a punto de reventar.

A mí me dio por pensar lo afortunado que iba a ser el imbécil de su novio. Después de tantos años, mi prima seguía siendo la mejor felatriz que había tenido el placer de conocer y no sólo eso, si Nata había cumplido lo que una vez me dijo aquel imbécil tendría el inmenso honor de ser el primero en follarle el culo.

Esas divagaciones me hicieron recuperar súbitamente la cordura y, cogiéndola a mi prima del moño, le saqué mi polla de la boca.

—Antes tendrás que prometerme una cosa.

—¿Pero qué...? —dijo Nata algo perdida.

—Que antes de que te deje terminar, tendrás que prometerme una cosa —repetí.

—¿Y qué coño quieres?

—El tuyo, por supuesto —me burlé.

—Pues esta noche me paso por tu casa —respondió mi prima intentando no elevar la voz.

— De eso nada, preciosa. Tendrás que esperar —repliqué con maldad.

—¿Esperar…?

—A tu noche de bodas —la prepotencia de aquellas cinco palabras superó de largo la de mi polla.

—¡Serás cretino!

Aguanté el tipo y sonreí, pues la pelota estaba en su tejado. Si tanto ansiaba mi esperma, Nata tendría que concederme ese capricho.

— Y pienso darte por el culo antes que ese imbécil, eso tenlo claro —añadí.

— ¡Hijo de puta!

Para mi prima aquello había sido el colmo, ahora sí que se había enojado. Tenía que intentar convencerla antes de que todo se fuera al traste.

—Piénsalo, Natalia —dije cogiéndola de la barbilla e introduciendo mi pulgar en su boca— Ponerle los cuernos a tu maridito el día de tu boda. Es una oportunidad única,

Tras unos segundos de incertidumbre en los que la decencia y el placer combatieron en la mirada de Natalia, ésta chupó con fuerza mi dedo.

— Claro que sí, reservaré una habitación en el mismo hotel que vosotros —añadí mientras mi prima jugaba con mi dedo.

—Nunca lo olvidarás. Te remangaré la falda del vestido y te meteré todo esto en el culo.

Al mirar mi miembro Nata perdió la cabeza y, acto seguido, retomó su mamada con renovada energía.

Nata se estaba dando un auténtico festín. Cabeceaba y chupaba mi erección con fervor cuando, de pronto, descubrí a mi tía espiándonos a través del cristal de la puerta. No dije nada, sólo me giré un poco hacia la derecha para que mi tía pudiera ver a su hija jugar con mi verga.

—¡Pero niña! ¡Aún estás así! —protestó mi tía al entrar en la cocina.

—¡Mamá!

—¡Ni mamá, ni leches! —la volvió a reprender mi tía.

—Alberto quiere darme por el culo —refunfuñó ésta.

—¿Ahora? —inquirió su madre sin dar crédito.

—No, ahora no.

— Menos mal —resopló la mujer — Ya pensaba que os habíais vuelto locos.

—¡Mamá! —se quejó Natalia ante la aparente indiferencia de su progenitora respecto a que un hombre tuviera intención de sodomizarla.

—Mira, hija. Tu abuela tenía un refrán: “Si dos tetas tiran más que dos carretas, mi culo tira más que cuatro mulos”.

—¡Mamá…!

Mi prima sabía que su madre llevaba razón, pues por aquel entonces ya le habría negado el culo a unos cuantos hombres. Con todo, ni Natalia ni yo podíamos dar crédito a lo que acabábamos de oír.

—¡Apúrate, niña! —la instó su madre una vez más.

Mi tía dejó las tazas en la encimera y, tras mirar de reojo mi monumental erección, volvió a salir de la cocina. Natalia resopló y volvió a meterse mi polla en la boca.

Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Escuché a Alfonso elevar la voz mientras su prometida callaba y comía. Me imaginé a mi prima acudiendo a mi suite mientras los camareros servían el segundo plato del convite de su boda. Me la imaginé hecha un manojo de nervios a sabiendas de cuales serían mis malévolas intenciones. La tumbaría boca arriba sobre la cama y subiría la falda de su vestido de novia. Luego lamería con ternura su coñito al tiempo que iría dilatando su esfínter con uno o dos dedos. Tras poner su ano y mi órgano viril perdidos de lubricante, la arrastraría hasta el borde del colchón y colocaría sus tobillos sobre mis hombros. Probablemente, eso la dejaría sin aliento, pero cuando notase mi miembro entrar seguro que Natalia empezaría a resoplar. Entonces estimularía su clítoris con mi pulgar hasta escuchar su primer gemido de placer, o puede que le indicase que se masturbase ella misma. Con lo zorrona que era, Natalia no tardaría en perder el control. En cuanto la oyese gritar, liberaría sus tobillos, le indicaría que se sujetase a mí y, sin sacársela del culo, la levantaría en volandas. Yo nunca había sodomizado a una chica en esa postura, pero aun estando preñada, mi menuda primita sería la candidata perfecta.

Cuando Natalia escupió mi esperma, llenó la taza casi hasta la mitad.

—Qué pena no poder bebérmelo yo —dijo mordiéndose el labio inferior.

Mientras ella iba preparando los cafés de uno en uno, yo fui sirviéndolos. Empezamos por los de los hombres, que estaban más impacientes, y luego seguimos con los de las señoras. Como era de esperar, la víbora de María no quedó satisfecha con su café, pues opinó que Natalia había sido algo tacaña con el Baileys.

—Si quieres te preparo otro —ofreció mi prima.

Sin embargo, en ese momento yo observaba a mi tía paladear el primer sorbo de su café. Al hacerlo, se quedó extrañada, como si notase algo raro. Al final abrió los ojos como platos y me miró desconcertada. No me molesté en contener una sonrisa. Mi tía se llevó la taza a la nariz para apreciar más finamente el aroma y entonces ya no tuvo duda de que era su café el que contenía el esperma de su sobrino. Poco a poco su gesto se fue suavizando hasta que, pícaramente, mi tía Pilar tomó un nuevo sorbito con sus ojos azules clavados en mí. A la madre debían gustarle los efluvios masculinos tanto como a la hija, y por ello apreció que el mayor de sus sobrinos le hubiera servido un café tan cargado.

Rato después, durante la sobremesa, mi tía se acercó a mí mordiéndose el labio. Parecía inquieta cuando me preguntó si podría echarle un vistazo a su ordenador.

—Ya tiene algunos años y necesita que le den un buen repaso —se insinuó lascivamente en mi oído.

En cuanto pasamos al despacho de su marido mi tía echó el pestillo en la cerradura. Estudié rápidamente la sala y fui a dejar mi gin-tónic sobre la mesa. Cuando mi tía se aproximó, le hice un gesto para que se detuviera y le indiqué que se quitara las bragas. Sus besos fueron los más perturbadores de mi vida.

En vez de acuclillarse, se puso de rodillas. Era una mujer de las de antes. Al contrario que Natalia, mi tía chupaba con elegancia y sin hacer ningún tipo de extravagancia. Era toda una señora, no tenía nada que ver con la zorra de su hija. Yo la dejaba hacer y, de vez en cuando, tomaba un trago de mi copa. Nunca había imaginado que se pudiera mamar una verga con tanta educación. De buena gana la habría premiado con una copiosa eyaculación, pero ella me había solicitado un buen repaso.

Hube de esperar durante un buen rato para que mi tía se saciara. Yo había aprovechado para hacer un ovillo con sus bragas y, cuando le dije que abriera la boca, los ojos le chisporrotearon. Antes de que la amordazara, mi tía me pidió que mirara en el último cajón del escritorio.

—La llave está bajo el cenicero —me indicó.

Al fondo del cajón descubrí una buena colección de juguetes eróticos. Había de todo, hasta tenía unas esposas. Cuando alcé la vista y la vi amordazada con sus propias bragas lo tuve claro. Agarré una cuerda y un bote de lubricante que estaba casi vacío.

—¿Es cierto eso que has dicho de la abuela? —pregunté.

—Pues claro —afirmó sarcástica— Durante la guerra tu abuela tuvo que poner el culo más de una vez para conseguir comida y zapatos.

Como había eyaculado apenas una hora antes, no tuve objeción en follarla como Dios manda y sodomizarla cuando ya se hubiera quedado a gusto. Al igual que su hija, mi tía había ido hilvanando un orgasmo con otro y, de no haber sido por el ruido del televisor, estoy convencido de que todos la hubieran gritar de placer.

Mi polla chapoteaba en su sexo de tal modo que bastó con que mojase mis dedos en sus fluidos para que estos pudieran abrirse paso a través de su orificio anal. Hasta tres dedos le entraron sin que para ello tuviera que dejar de zumbarle el coño en ningún momento. No obstante, antes de cambiar de agujero derramé en su ano todo el lubricante que quedaba.

A pesar del estupor de mi tía, me puse a encularla sin contemplaciones desde la primera embestida. Los orgasmos detonados en su sexo la habían hecho estremecer en repetidas ocasiones. Sin embargo, fue un violento e inesperado clímax anal el que la hizo orinarse encima y el que a punto estuvo de hacer que perdiese el conocimiento.

—Te has ganado un buen par zapatos —jadeé sin detenerme.

Con las muñecas atadas a la espalda, la madre de Natalia había dejado de sollozar. Lejos de preocuparme por que mi tía estuviera o no consciente, yo seguí follándola hasta que la calidez de mi corrida inundó el interior de su recto.

Salvo por un ligero respingo cuando extraje mi miembro de su ano, mi tía permaneció inmóvil. De modo que, le saqué las bragas de la boca y me limpié la polla con ellas. Por último, tiré suavemente de uno de los cabos a fin de deshacer el nudo que sujetaba sus muñecas y salí de allí.

— Natalia, me tengo que ir —anuncié nada más bajar las escaleras— Ha dicho tu madre que subas un momento al despacho.

— ¿Y eso?

— Algo de la boda —dije encogiéndome de hombros— Así que seguro que te interesa.