Mala hora para tomar el metro
Reconociendo que la culpa no era el numeroso público que esperaba el metro, sino que mi vestimenta les contare lo que disfrute ese día.
Maldito pantalón diría una persona hipócrita disculpando su mal proceder, aunque para ser 100% honesta no debo culpar a esta prenda y pensar que el dicho dice; “todo cojo le hecha la culpa al empedrado”, y reconocer que la culpa era mía.
Mi aventura pasó el martes pasado después de un largo feriado, ya que aquí en Chile ciertos feriados como el día de la raza son movibles el lunes fue libre en vez del 12 de octubre.
Ese martes salí de la oficina a la peor hora para ir a tomar el metro o subte y no quiero sonar clasista pero a la hora que salí es el momento del día en que este medio de transporte es imposible de abordar a no ser que estemos dispuestas a sufrir toda tipo de humillaciones, manoseos, palabras soeces y otras vejaciones. Es la hora en que el 99 % de las personas que abordan el tren son obreros que vienen de las construcciones de lo que aquí se denomina el barrio alto o barrio pirulo, la parte nueva y moderna de la Capital.
Ese día tenía un compromiso con una amiga y deseaba llegar a casa, descansar unos minutos, bañarme y salir. Esa era la razón por la que tuve que nadar contra la corriente.
Vestía un pantalón negro elasticado que dejaba ver mi bien contorneado cuerpo y en especial mi cola. Arriba una chaquetilla tipo torero hasta un poco más arriba de mi cintura dejando entrever según me moviera que debajo no existía otra prenda.
Al llegar a la estación me di cuenta que estaba cometiendo un error, pero mi necesidad de llegar pronto y lo difícil que hubiese sido tratar de salir, tome mi maletín, lo apreté contra mi pecho y dejé que la marea humana me llevara sin oponer resistencia. Total la única dirección lógica y posible era a la entrada a algún vagón.
Con gritos de no empuje, me piso idiota, fresco y otras palabras que no voy a describir fui llevada por la marea hasta ingresar a un carro y quedar pegada de frente a la puerta opuesta a por la que ingrese. Creo que no cabía un alfiler entre la persona que estaba detrás de mí y Yo. Estaba aprisionada entre la puerta y el tipo. Éste un típico obrero de la construcción que gracias a las nuevas costumbre y beneficios empresariales estaba recién bañado por su larga cabellera todavía húmeda.
Este sujeto debe de haber estado muy falto de mujer ya que a los pocos minutos de haber quedado en las posiciones en que estábamos, apretados uno contra el otro y el detrás de mi comencé a sentir como su miembro despertaba e iniciaba su crecida. Me quede tranquila, ya que sabía que nada era posible y sí me hacia la piola talvez no pasaba a mayores.
Pero no fue así, el tipo al darse cuenta que su miembro se estaba alterando y Yo no hacia nada, comenzó a empujar su pelvis contra mi cola. Este movimiento y mi impavidez lo éxito bastante más y ahora sentía su miembro bastante erguido y movedizo. No me voy hacer la hipócrita, salida de las monjas o fruncida. Reconozco que sentir su miembro irguiéndose y apegado a mí cola comencé a sentir un cosquilleo dentro de mi y que no me disgustaba en absoluto. Era largo mi trayecto y con lo fresca e inhibida que soy pensé que podría disfrutarlo.
Aprovechado una de las bruscas paradas del tren y aunque sabiendo que era imposible que terminara en el suelo, echando un brazo hacia atrás me agarro firme de su cintura. El tipo me susurra al oído; “agarrece firme no más mijita, para eso esta su hombre”. Para mis adentro pensé; “puchas el roto atrevido”, pero no hice nada.
Pareció que mi actitud le estaba dando vía libre, ya que de forma inmediata a sus dichso me tomo por la cintura y busco para encontrar mi piel desnuda y apretó firme. Reconozco que no reaccione en contra. Hoy reconozco, aunque en ese momento no lo hice, que deseaba continuar con esa aventura, ya que soy una mujer caliente y creo que fácil de excitar. Ya media con la sangre caliente solamente atine a girar mi cabeza y mirarlo fijamente, y él llevo a cabo un gesto con sus labios mostrándome apenas su lengua de un beso.
Ya a estas alturas el macho estaba decidido a seguir adelante, suelta mi cintura, acomoda su mochila y nuevamente me toma de la cintura pero esta vez aprestándome fuertemente contra su cuerpo. Al apretar su cuerpo contra el mío, esta vez ciento su miembro extremadamente rígido y firme contra mi cola. Sujetándome con su brazo su callosa y dura mano busca mi pecho izquierdo hasta encontrarlo. Lo amasijo y apretó como queriendo extraer el jugo de una fruta y luego engarfiando sus dedos busca mi pezón que al encontrarlo lo aprieta como cuando uno agarra un clavo con un alicate para arrancarlo de donde esta clavado. Reconozco que estos apretones y su fiereza me excitaron y esta vez fui Yo, quién haciendo movimientos con mi pelvis lleve mi cola a arrimarse a su miembro y jugar con él. Esta erguido, me imaginaba su tamaño, su grosor y como vulgarmente se dice; “se me hacia agua la boca”.
El viaje se me hizo muy corto, deseaba seguir hasta el terminal, pero estaba deseosa de tener sexo. Así que con voz entrecorta, suave y temblorosa para no ser oída por otras personas, girando la cabeza y mirándolo le digo;” nos bajamos”. Él haciendo el mismo gesto que anteriormente, pero esta vez mostrando más su lengua solo me hace un guiño de aceptación.
Giramos y sin soltar mi seno comenzamos a empujar para abrirnos paso hasta la puerta para bajarnos en la próxima estación.
Llegamos a la estación, se abren las puertas y bajamos al andén.
Parados en la plataforma seguíamos apretados uno al otro al igual que en el tren. Esta en una posición o postura típica de la gente más humilde o menor educación en este país. Da la impresión que el hombre tiene ensartada por la cola a la mujer. Es incomoda y tenía vergüenza de que algún conocido me viera. Trate de soltarme pero no me dejo, me susurro al oído; “quiero que lo sientas en el trayecto a donde me llevas y pienses como te voy a ensartar”, “veras como te hace chillar un hombre de campo putita mía”, “después de esta me vas a buscar y no aceptaras a otros hombres, perra caliente”. “te lo voy a ensartar en tu boca de pituca que tienes”.
Antes de continuar con nuestro camino se acomodo en su espalda la mochila que traía liberando por completo ambos brazos. Yo delante de él y aprisionada con la rudeza y fuerza de sus brazos iniciamos la caminata de tres cuadras hasta llegar a mi edificio. Sus manos ahora más libres jugaban con ambos pechos míos. Sin recato y más desenfrenadamente exprimía y estrujaba mis tetas, entre sus dedos presionaba y estiraba mis pezones infringiéndome un dolor que a su vez se torna en placer. En más de una oportunidad mis senos quedaron al descubierto, debido a que unos obreros que pasaron junto a nosotros le gritaron; “comete esas tetas pitucas”, “hazla pebre hermano”, “no ganai mucho, pero vas a comer rico”.
A estas alturas, sus jugarretas con mis senos, el sentir su erguido y firme pene junto a mi cola, y mi mente que divagaba en lo que podría suceder no me importaba un bledo lo que escuchaba o veía. Caminaba sobre una nube de placer. Iba a dejar que me rompiera el culo, lo iba a mamar y a su leche también y lo dejaría que hiciera lo que quisiera conmigo. Ya me había dado cuenta que era un puta y que en busca del placer era capaz de cualquier cosa.
Al llegar al edificio le pedí que por razones de comentarios bajáramos a los estacionamientos y ahí tomáramos el ascensor a mi departamento. Esto no tiene nada que ver con mi historia, pero les cuento que vivo en un piso 23 en un país donde hay temblores y terremotos, y estoy esperando que termine mi contrato y buscarme uno en el piso 1.
Parados esperando el ascensor mi amigo, lo llamaremos Juan, había desabotonado y abierto completamente mi chaquetilla. Yo ahora frente a él, lo abrazaba del cuello y nos besábamos ardientemente. Su baba fluía dentro de mi boca. Nuestras lenguas parecían serpientes entrelazadas en un rito mortal. El ascensor vino y se fue en varias oportunidades, hasta que jadeando, paramos e ingresamos al elevador.
Dentro de este cúbico metálico y sabiendo que eran 23 pisos, libere mi calentura y lo empuje contra un rincón. Ahí quedo mirándome. Lo mire y le grite; “suéltate el cinturón”. Me miro con cara de malicia e inicio la operación. Bajo en cierre, se recostó contra la pared y puso sus manos atrás. Avance, abrí su pantalón y baje sus ropa interior dejando al descubierto un magnifico firme y erguido miembro. Lo contemplaba mientras lo acariciaba suavemente con ambas manos. Él sólo me miraba con cara de gozador. Chupalo, me grito. Sumisamente y sin soltarlo me arrodillo ante él. Tomo su pene entre mis manos y lo contemplo. Sólo lo contemplo. Lentamente me acerco a su miembro, saco mi lengua y la acerco a su pene. Mi lengua juguetea alrededor de su cabeza, lo beso una y otra vez. Me pide que se lo chupe y Yo me niego. Sigo jugando con su cabeza, recorro mi lengua sobre su ranura. Lo beso y lo vuelvo a besar. La escupo y chupo mi saliva. Juan me grita que se lo chupe. Me toma de mi cabello y con fuerza me apresa del mentón forzándome a abrir mi boca. Una vez así sujetándome de mi pelo me da un tirón y empuja con fuerza su pene en mi boca y me obliga con su fuerza a chuparlo. Con el primer envión llega tan adentro que me produce arcadas y casi vomito. Lo retira un poco y manteniéndome agarrada con fiereza de mi cabello comienza a darme el vaivén para que Yo me lo meta y me lo saque, y de esa forma masturbarlo y llevarlo al clímax.
No se cuantas veces varemos subido y bajado, pero para mi desgracia en una de las subidas o bajadas el ascensor para y las puertas se abren. Un grito, alaridos y carreras. Juan después me contó que era un matrimonio mayor que me habían visto chupándole la verga desenfrenadamente.
Me comí su delicioso y sabroso miembro hasta que llegado el momento culmine me tomo fuerte y sin ninguna consideración de mi pelo y tirando con furia mi cabeza hacia atrás acabo sobre mi cara. Su leche blanca, caliente y espesa se desparramo por toda la faz de mi cara. Manteniéndome fuertemente tomada de mi pelo y mi cabeza echada hacia atrás, tomando su pene con su mano libre lo lleva a mi boca y empuja su miembro hasta hacerme abrirla para terminar de acabar en ella. Seguía chorreando esa crema caliente de lecha y me obliga a tragarla manteniendo su verga dentro de mi boca.
Reclamaba, con mi boca llena de leche y su miembro, porque sentía que me ahogaba, pero Juan disfrutaba de su clímax y con mi desesperación. “Traga perra, traga” gritaba de placer, a la vez que tiraba y tiraba de mi pelo. Su verga la movía, cual policía revolea su garrote y me golpeaba y refregaba la cara con su chorreante y erguido miembro. Come perra, come; me gritaba.
No se cuantas veces habremos subido y bajado, y tampoco se cuantas personas nos vieron, pero al fin sudorosos y jadeantes llegamos al 23º piso.
Que espectáculos debemos haber sido. Yo por un lado con mis tetas al aire, mi cara y pelo chorreados con el semen de Juan, y él con su garrote colgando fuera de su pantalón. Digna pareja en domingo camino a la iglesia.
Caminamos en dirección a mi departamento, Juan con una mano me llevaba tomada de la cintura mientras que con su mano libre la untaba en el semen que Yo tenia en la cara y me hacia chupar sus dedos embetunados. Para que negar me gustaba, deseaba que su verga siguiera chorreando para continuar mamando.
Abrí la puerta del departamento y entramos, no habíamos terminado de entrar, cerrar la puerta y dejar nuestras cosas en el suelo o sobre algún sillón o mesa, cuando Juan sujetándome con una mano de mi cintura me arrima fuertemente a su cuerpo y agarrandome con la otra mano y insertando sus dedos entre mi pelo me sujeta y comienza a besarme con una pasión desenfrenada. Mordía mis labios, lamía mi cara, Cada mordisco lo daba con más fuerza sacando aullidos de dolor de mi garganta. La fuerza de sus mordidas hacían que brotaran lágrimas de dolor de mis ojos. Desesperadamente trataba de zafarme pero no podía, con más fuerza me sujetaba y mordía mis labios, mejillas y todo cuanto estaba a su alcance. Sentía que me estaban violando y me asustaba. Pero junto al dolor y terror que me provocaba, estaba sintiendo un placer indescriptible y hoy me doy cuenta que me fascina ser dominada y subyugada. Me gustaba lo que me hacían sentir. Me gustaba ser su perra sexual.
En todo este tiempo de sexo bestial sin darme cuenta me había llevado hasta el dormitorio y una vez ahí de un repentino y brutal empujón me tira de espalda sobre la cama y comienza un brutal forcejeo para arrancarme el pantalón. Desesperadamente trato de pararme y sin decir ninguna palabra o gesto me da un tremendo bofetón que me tira nuevamente sobre la cama y continua su desesperada lucha por arrancarme los pantalones. Trato de resistirme y de empujarlo con mis brazos, pero él nuevamente me asesta un bofetón. Le suplico que no me viole, pero él solamente me responde que eso es lo que hará conmigo y más me conviene quedarme tranquila y así él no tendrá que pegarme nuevamente. En ese momento estaba asustada, pero hoy más tranquila me pongo pensar y llego a la conclusión que me gustaba ser dominada por la fuerza por esa bestia de hombre. Al final de mi relato le contare más sobre este tema.
Con fuerza y terminando Yo con más de un rasguño, Juan me pudo arrancar completamente los pantalones, los terminaron hechos unas huirás.
Tendida Yo completamente desnuda y asustada de espalda sobre la cama, Juan parado al lado de ésta vestido y con sólo su enorme y rígida verga afuera nos miramos. Juan me ordena que me quede tal como estoy y que él ya vuelve y parte en dirección a donde había dejado su mochila.
En segundos vuelve y se arrodilla sobre la cama a mi lado y me dice que me va a amarrar. Yo grito y le ruego que por favor no lo haga. Me contestó amarrándome con fiereza de los pelos y girando mi cabeza hacia donde él estaba me asesta otro fuerte bofetón y me dice; “mira perra harás lo que te ordeno o el castigo será peor”. Esta vez aterrada le obedezco y lo dejo que amarre ambas manos junta al respaldo de la cama y acto seguido hace lo mismo, pero con mis piernas completamente separadas atadas a los bordes de la cama.
Acto seguido acerca un pequeño silloncito al lado de la cama, se sienta y prende un cigarrillo y comienza a jugar con su verga como sí estuviera masturbándose. Debo ser franca que ese acto y Yo imposibilitada de participar me trastorno y me hizo olvidar los golpes recibidos con anterioridad.
Desesperada trataba de participar, daba brincos amarrada a la cama y pedía a gritos que me dejara chuparlo o me lo metiera. Juan sólo me miraba, reía y se masturbaba, mientras Yo seguía corcoveando y gritando para que me dejara participar. Este acto o escena duro unos largos 20 o más minutos, porque Juan se masturbaba y paraba, se masturbaba y paraba. Yo gritaba y gritaba, gemía y gemir, y le suplicaba por todos los santos del mundo que me dejara participar. Le rogué una y mil veces. Juan impávido solamente me miraba y jugaba, hasta que llego el momento y se arrodillo a mi lado con su verga erguida y a punto de reventar encima de mi cara.
Se habrá masturbado una tres veces más cuando echando la cabeza hacia atrás y inflando su pecho su verga comenzó a escupir chorros de leche espesa y valiente sobre mi cara. Yo con mis manos atadas trataba desesperadamente de liberarme para agarrar en mis manos ese mana caído de su verga y comerlo todo. Pero no podía estaba fuertemente atada. Desesperadamente gemía y pedía a gritos que me la metiera en la boca para poder chuparlo. Él arrodillado a mi lado sólo se dedicaba a esparcir su semen por toda mi cara moviendo su verga como una manguera. Hasta que llegó el momento culmine para mi y me la enchufo en mi boca y trague hasta sentir que me ahogaba. Deliraba de placer. Gritaba de placer. Aullaba de placer y gemía de placer.
Largos minutos estuve mamando de su verga. Deseaba locamente sentir sus manos recorriendo mi desnudo cuerpo. Deseaba con desesperación sentir su fuerza cuando me exprimía mis pechos, y apretaba y tiraba con fue mis pezones. Pero nada de eso sucedió. Estaba fuertemente amarrada a la cama y él se había ido a la cocina. Sola esperaba más sexo.
A los minutos llegó Juan y el desgraciado nuevamente se sentó en el silloncito y encendió un nuevo cigarrillo. Yo entre sollozos, angustia y desesperación le rogaba que me fornicara. Juan respondía; “ten paciencia ya te voy a fornicar mi puta”, “te voy a ensartar por delante y por tú culo”. Esas palabras ordinarias e irrespetuosas me llenaban de deseo y pasión. Estaba desesperada por su sexo. Me estaba dando lo que merecía por mi comportamiento en el metro. Me estaba demostrando que era una perra caliente y en leva. Esa era Yo, una puta.
Al fin mi alegría llego, Juan se levanta y después de apagar el cigarrillo se arrodilla y esta vez completamente desnudo entre mis piernas. Nos miramos fijamente y llevo sus fuertes manos a mis pechos y sus dedos sus dedos comenzaron acariciar y sobar uno de mis pechos. Acerco su boca a mi desnudo cuello y lo beso y mordió produciéndome un sentir muy placentero y llenar mi mente de enajenante oscuridad.
El manoseo a mi pecho va incrementándose hasta convertirse en recios estrujamientos en los que hunde los dedos en mi seno para estirarlo y apretarlo. Después de unos momentos y envolviendo el pezón entre pulgar e índice, comienza a retorcerlo infringiéndome un martirio que lo incrementa cuando sus uñas clava inmisericorde en la carne de mi mama. Nuevamente dolor y nuevamente placer. Su lengua serpentea alrededor de mis pechos hasta arribar a la elevación de mis senos. Tantea con su lengua mis pezones, los que acaricia con ésta con exasperante lentitud, comprueba su solidez y los muerde. Al principio dulcemente, pero esa dulzura lenta y paulatinamente va aumentando su firmeza hasta convertirse en verdaderos mordiscos que me arrancan alaridos de dolor y aullidos de placer.
Gruñendo al sentirme jadear va dejando descender su mano por la entrepierna y se detiene a estregar reciamente mi clítoris, que a estas alturas se encuentra inflamado por las caricias a mi pecho. La hunde en la frondosidad húmeda de los pliegues internos; años de práctica lo hacen un magnífico masturbador y haciendo descender los dedos hasta la dilatación de la vagina, va hundiendo tres de ellos para que, en forma de gancho, rasquen las mucosas que el deseo instala en el interior de mi sexo.
Con la mano ciñendo mi cráneo, sus labios encuentran entreabiertos los míos y, rozándolos, los envuelve con delicadeza, chupando tiernamente primero al de arriba y luego al de abajo para después hundir entre ellos la lengua que tremola en busca de la mía ya aceza fuertemente y acallando los incipientes gemidos, concreta el beso.
Despaciosa y paulatinamente, mis labios no sólo ceden sino que acompañan el movimiento de succión y la tímida lengua se atreve instintivamente a competir con la suya, ocasión en que Juan rodea mi nuca con su brazo para mantener la presión del beso y hace que la otra mano tome contacto con mis senos. Al cabo de un buen rato de este juego sexual, Juan se levanta y deja caer su cuerpo al lado del mío.
Juan incrementa la rudeza de la mano hasta convertir el manoseo a mis senos en un brutal estrujamiento que conoce acrecentará su firmeza y volumen, mientras que los labios rodean alternativamente a mis pezones en un dulce mamar que modifica mi jadeo, quien lo intercala inconscientemente con la repetición de un susurrado más. Mis olores y aceites ahora lo ponen fuera de sí y después de retorcer con sañuda insistencia al pezón de un de mis senos mientras los labios succionan fuertemente al otro, hace a la mano abandonarlo para deslizarse por mi abdomen.; mi musculatura abdominal fuerte y firme propia de una mujer joven, el surco central apenas se esboza y sus dedos lo recorren hasta arribar a la comba que marca al bajo vientre, resbalando en esa pendiente los conduce hacia mi vagina.
Trato de apretar mis piernas, pero no puedo porque estoy atada a la cama, pero el restregar de sus callosas manos sobre el montículo, me hacen ceder mansamente para permitir a los dedos tantear esa excrescencia que apenas asoman entre la rendija de la vulva y entonces sus dedos se hunden en la búsqueda de los tibios tejidos del interior.
Juan hace que sus dedos recorran mi comba en cuyo interior parecen abundar los pliegues de los labios menores, los que va rozando en un lerdo periplo de arriba abajo mientras sus labios vuelven a regodearse con mi boca. Yo en tanto suplico sus caricias. Contradictoriamente alza sus brazos para acariciar mi nuca y hombros al tiempo que se entrega dócilmente a besarme.
Para reforzar su seducción, una de sus manos ya explora con mayor rudeza mis pliegues y clítoris, inicio un quedo monologo entrecortado por los chupeteos, y lambetazos de los besos, aullidos y gemidos de placer.
Nuevamente se arrodilla entre mis piernas y frente a mí contempla mi entrepierna que muestra el bultito insinuado de mi vulva con una raja que más parece una herida y debajo, entre mis dos pequeñas pero sólidas nalgas, se ve oscuro el haz del ano.
Yo acepto resignadamente la violación por venir, pero eso no hace disminuir mis nerviosos temblores mientras le interrogo con balbuciente aprensión sobre lo me hará. Juan indicándome que no tema y que me dará sólo lo que deseo y merezco, y no pretende dañarme, comienza recorrer con las yemas de ambos índices todo el perímetro de mi vulva para luego descender hacia la negrura del ano y allí, humedeciendo al dedo mayor con saliva, comienza a estimularlo entre mis sobresaltas y movimientos pélvicos.
Una ansiedad malévola lo compulsa a bajar la cabeza y buscando con la lengua el pequeño orificio de mi ano, lo estimula con el tremolante vibrar de su lengua y en medio de mis exclamaciones contrapuestas que tan pronto me niego gimoteante a ser chupada por el ano como proclamo mi repetido asentimiento, va alternando los lambeteos y chupones con la incipiente introducción de su dedo meñique.
Al ver como suspiro desmayadamente, sube con su lengua serpenteante hasta recalar en el pequeño agujero de mi vagina que resuma los fluidos provocados con sus dedos; tanto o más delicadamente que en el ano, su lengua flamea contra los bordes carnosos para luego ir introduciéndose hasta sentir la oposición mis esfínteres comprimo instintivamente, pero que le permito saborear el agridulce de mis jugos.
Ya he soportado repetidamente la penetración de sus dedos, pero la verga no tiene la misma consistencia y el tamaño del glande engaña, ya que luego de ingresarlo un poco lo retira y lo ensancha introduciéndolo nuevamente; siento que esta vez el falo sobrepasa largamente los 5 centímetros y además recuerdo su longitud. Incorporándome apoyada en mis nalgas y mientras la miro suplicante, le ruego sollozando que no me lastime, pero ya Juan esta totalmente fuera de sí y hunde toda su enorme y grueso miembro sin piedad hasta que siento sus muslos golpean contra mi. Aúllo de dolor, nunca antes había sentido un miembro tanto grueso y largo dentro de mí. Ni con amigas usando enormes consoladores.
Mi grito de dolor lo detiene por un instante, pero se da cuenta de que ya es imposible dar marcha atrás y recordándome que estaba ahí para su placer inicia un largo, profundo y lerdo coito que, como suponía transformaría mis quejumbrosos alaridos y ayes en enfervorizadas exclamaciones del más profundo goce.
Mis bramidos le indican que estoy llegando al punto y le exijo que no me permita retornar. Juan capta mis deseos y comienza un frenético entra y saca de su robusto y bien lubricada miembro, y producto de sus bestiales ensartadas me lleva a gritar como una alocada criatura que lo único que desea es que la llevan a un orgasmo. Su frenetismo me lleva a lanzar alaridos y suplicas de un más, más. Entre gemidos y frenéticos alaridos le suplico que me lleve al climax. Juan cumple mis ruegos y en demostración lanzo un aullido de loba caliente que debe haber sido escuchado por mis vecinos.
Después del endemoniado climax entro en un sopor y relajo como sí estuviera flotando sobre nubes. Sólo veo como lejanamente a Juan sonriendo satisfechamente.
Juan suelta las ataduras de mis manos y pies, y se recuesta a mi lado. Me mira y me murmura a mis oídos que espere por lo que vendrá y que aún no ha terminado.
Yo acepto resignadamente la violación por venir, pero eso no hace disminuir mis nerviosos temblores mientras lo interrogo con balbuciente aprensión sobre lo me hará. Juan indicándome que no tema y que no pretende dañarme sino que darme placer, comienza recorrer con la yema de ambos índices todo el perímetro de mi vulva para luego descender hacia la negrura del ano y allí, humedeciendo al dedo mayor con saliva, comienza a estimularlo entre mis sobresaltas y movimientos pélvicos.
Una ansiedad malévola lo compulsa a bajar la cabeza y buscando con la lengua el pequeño orificio de mi ano, la estimula con el tremolante vibrar de su lengua y en medio de mis exclamaciones contrapuestas que tan pronto me niego gimoteante a ser chupada por el ano como proclamo mi repetido asentimiento, va alternando los lambeteos y chupones con la incipiente introducción de su dedo meñique.
Al ver como suspiro desmayadamente, sube con su lengua serpenteante hasta recalar en el pequeño agujero de mi vagina que resuma los fluidos provocados con sus dedos; tanto o más delicadamente que en el ano, su lengua flamea contra los bordes carnosos para luego ir introduciéndose hasta sentir la oposición mis esfínteres comprimo instintivamente, pero que le permito saborear el agridulce de mis jugos.
Al ver mi respuesta, mientras abro y cierro espasmódicamente mis piernas como las alas de una mariposa y mientras clavo en las sábanas mis dedos engarfados y meneo instintivamente la pelvis en instintivo coito, arremete con toda su boca sobre mi sexo en tanto deja que el dedo vaya penetrando casi imperceptiblemente mi ano.
El hecho de estar violándome y mi misma respuesta, no hacen sino incitarlo más y abalanzándose sobre el capuchón, succiona fuertemente mi clítoris como si quisiera devorarlo en tanto penetra mi ano ya no solo con un dedo sino que con dos.
Yo, no sólo acepto su sexo oral y la introducción de sus dedos en mi ano, sino que manifiesto por medio de gritos y aullidos denodado esfuerzo en procurarme placer y al tiempo que expreso mi contento con apasionadas palabras llena de calenturas y deseos, a la ves que le manifiesto insistentemente mi asentimiento a ser violado por mi ano sacudiendo mi pelvis en descontrolada cópula.
Ya he soportado repetidamente la penetración de sus dedos en mi ano. Lenta y concientemente de que su falo no tiene la misma consistencia que sus dedos comienzo a girar y sin ser llevada tomo la posición de estar como perra en cuatro patas. Doblo mis brazos y apoyo mis hombros sobre la cama para así poner mi cola levantada y abierta a ser ensartada.
Juan ve mi posición y se acomoda poniendo su miembro frente a mi ano y totalmente fuera de si arremete y hunde su miembro hasta que sus muslos golpean contra mis nalgas.
Mi grito de dolor lo detiene por un instante, pero se da cuenta de que ya es imposible dar marcha atrás y sabiendo lo que se siente al ser penetrada por tamaño miembro, y conociendo la inmensidad del placer que obtendrá a continuación, no sólo acrecienta el entrar y salir de su monstruoso pene en mi ano y como él suponía que transformaría mis quejumbrosos alaridos y ayes en enfervorizadas exclamaciones del más profundo goce.
Con el pene dentro de mi e inundada de placer y deseosa de más asumo desesperación desbocada mis movimientos para ayudar a que esos cinco centímetros y más de espesor me perforen totalmente. De mi boca surgen gritos de más, por favor más, y lo bendigo por los placeres que me proporciona.
Entre gritos y corcoveas de yegua salvaje llego al climax y caigo desmayada sobre la cama sin fuerzas ni para abrir mis ojos. Largos minutos estuve extenuada tira sobre la cama mientras Juan jugaba con mi ano.
Para desgracia mía él no había llegado y tomándome firmemente con sus manos nuevamente me pone en posición de combate y esta vez al estar Yo lubricada con extrema facilidad introduce su largo y ancho miembro, me agarra de mi pelo sujetándome fuertemente como quién agarra las riendas de un caballo y nuevamente inicia una frenética cabalgata.
Cada endiablada ensartada producía un ruido seco producto del golpe de sus muslos contra mis nalgas y sentía que ese largo y ancho falo saldría por mi boca. Galopó aferrado a mi cabellera hasta que su garganta lanzo un alarido de placer y después de tres o cuatro ensartadas más, se desplomo a mi lado dándome fuertes palmadas en mis nalgas y agradeciéndome
Dormimos un rato cansados por el esfuerzo y placer. Hablando muy poco nos despedimos. Juan dejo su número de celular para que lo llamara cuando necesitara un macho.