Mal gusto
(...) los límites los pone el mal gusto, que el bueno no siempre entiende de placeres (...)
Carne palpitante creciendo en los pantalones, sacando la cabeza, despertando el olor a miembro masculino en erección. Huele a deseo, se moja la tela, los dedos bajan impávidos a tocas piel sensible. Se introducen primero despacio, después con fuerza, se erizan los pezones, gritan para ser mordidos mientras el torrente pélvico se desborda incontrolado. Vuelan los pantalones, se moja la cama, palpita el clítoris pidiendo ser lamido, aparecen los primeros gemidos, huele a coño de hembra en celo, la piel rosa de los labios húmedos suplica atención. Los pezones siguen pidiendo ser estrujados y el culito quiere su parte en forma de dedo que se introducen en lo prohibido.
No hay fotos de la hembra masturbándose, ni siquiera de cómo ofrece su coño y su culo en pompa dispuesto a ser lamido. Pagaría por esa visión, por introducir mi lengua lujuriosa en tu culo, lamer cada pliegue, bajar a los labios, sorber cada jugo, introducir mi nariz juguetona en tu divina hendidura trasera mientras se va abriendo gamberra para mí, mientras mi lengua y dedos profanan tu coño. Tu sexo, tu vagina, tu flor, tu cueva, tu chocho o tu puto agujero del placer según el grado de depravación que le queramos dar. Y es que el sexo sólo es sucio cuando se hace bien, que diría aquel. Es más, los límites los pone el mal gusto, que el bueno no siempre entiende de placeres.