Mal día en la oficina
Estás en la oficina, trabajando. Tras una reunión frustrada con unos socios de una importante multinacional vuelves a tu cubículo. Te sientas en tu silla, malhumorado, repasando los hechos para ver donde te has equivocado. Suena el intercomunicador, te saca de tus pensamientos. Es tu secretaria..
E
stás en la oficina, trabajando. Tras una reunión frustrada con unos socios de una importante multinacional vuelves a tu cubículo.
Te sientas en tu silla, malhumorado, repasando los hechos para ver donde te has equivocado.
Suena el intercomunicador, te saca de tus pensamientos.
Es tu secretaria que te dice que tienes una llamada de uno de los socios que se acaban de ir.
“Lo que me faltaba” -piensas.
Coges el teléfono a regañadientes. Oyes una voz femenina.
No recuerdas el nombre de ella, a pesar de que eran tres chicas del total de los diez socios.
Te habla con tono altivo y dominante.
Tu orgullo ya está muy dañado y no vas a permitir que una fulana te quiera dar lecciones, y menos en tu propio campo de negocios.
Aun así, sin entender muy bien el porqué, dejas que siga humillándote.
Notas, al otro lado de la línea, que a ella le está gustando el juego.
Hay momentos en que crees intuir algún jadeo por su parte, pero pronto desechas la idea por lo absurdo de la misma.
Sigues dándole lecciones de cómo se hacen las cosas mientras ella te escucha atentamente.
Un comentario suyo hace que vuelcas a tu estado de enfado y le grites incontrolablemente.
Acto seguido te dispones a colgar el teléfono cuando oyes al otro lado, y esta vez claramente, jadear.
No puedes creer que todo este tiempo se estuviese masturbando y tú sin percibir nada.
Interiormente pides que tu interlocutora sea aquella mujer con cara aniñada.
La idea de corromperla te hace estar muy excitado, pero en el fondo da igual quien esté al otro lado del teléfono, tu polla está muy dura ya y solo buscas seguir alargando la conversación hasta que te hayas corrido.
Te levantas, vas hacia la puerta sin soltar el teléfono y cierras con llave.
No quieres que nadie te moleste en estos momentos.
Te sientas en la silla de cuero, te reclinas y desabrochas los pantalones.
No los bajas porque, aunque nadie puede entrar sin aviso, pueden llamar en cualquier instante.
La mujer que está al otro lado de la línea sigue en sus menesteres.
Ahora ya ni te habla, parece que lo único que quiere es saber que estás al otro lado, que oigas como disfruta sin que tú puedas hacer nada por impedirlo o ayudarla.
Ante esa indiferencia por su parte, que reconoces que te excita todavía más, tú empiezas a masturbarte sin contemplaciones.
Lo haces de forma enérgica y ejerciendo bastante presión, sobre todo cuando llegas a la punta de la polla.
Aprietas tan fuerte y lo repites con tanta rapidez que hay momentos que te duele, y es que la punta empieza a enrojecerse.
Cada suspiro y gemido de ella hace que desees con más fuerza el correrte en ese instante.
Sigues masturbándote, más y más rápido.
De repente, al otro lado de la línea, silencio.
La llamada des ha cortado.
Intentas establecer conexión de nuevo, pero no da señal.
Estupendo. Te has quedado a las puertas de desfogarte por completo.
Podrías seguir, pero no tiene morbo el hacerlo solo, por lo que decides guardar tu polla, ya más pequeña por la inoportuna interrupción.
Abrochas los pantalones, acomodas los papeles sobre la mesa y te propones olvidar el “encuentro”, centrándote en preparar las tareas del día siguiente.
Cuando empezabas a organizar todo llaman a la puerta.
La interrupción anterior ahora si la ves como algo bueno, dentro de lo que cabe te ha evitado una situación muy embarazosa.
Ordenas que pasen, pero no entran.
Al instante te das cuenta que la puerta está cerrada con llave.
Te levantas a abrir.
En el umbral ves a la mujer que hace unos minutos te imaginabas desnuda tocándose el coño y disfrutando como una guarrilla.
Entra. Se da la vuelta y cierra la puerta con llave. Lleva una falda negra ajustada, una camisa blanca y unas botas negras.
Tenía un aspecto muy profesional.
El pelo lo llevaba muy revuelto, quizás por haberse desfogado.
Tú ya estás sentado en la silla.
Ella se agacha, hasta ponerse a 4 patas.
Empieza a gatear hasta llegar a tu mesa, se cuela por el hueco que hay debajo.
Notas como te desabrocha la cremallera y saca tu polla.
No se molesta ni en desabrocharte completamente. En el poco espacio de tiempo que tardó en llegar hasta ahí te bastó para que la tengas muy muy dura.
Ella deja caer una buena cantidad de saliva sobre la punta. Ves como resbala a lo largo de tu polla y como ella sigue el recorrido con la lengua.
Deseas que lo haga con más rapidez y que la meta toda en su pequeña boquita.
Cuando empieza a comerte la punta, solamente, empujas su cabeza hacia abajo, haciendo que acabe por tragarse toda tu polla.
Notas como deja escapar un suspiro de puro placer.
¿Qué más se puede pedir?
Allí estás tú reclinado en tu silla de cuero, con las manos bajo la cabeza, con la polla en la boca de una importante ejecutiva que resultó ser una insaciable guarrilla.
En un instante, desabrochas su pulcra camisa, la apartas hacia atrás quitándole la polla de su boquita.
Empiezas a masturbarte con mucha fuerza.
Cuando ella intuye que te vas a correr acerca su linda boquita. La abre y dejas que te corras en ella.
Parece que no vas a terminar nunca de hacerlo.
Que te dejase antes a medias hizo que acumularas más corrida para ella.
No puede contenerla toda en la boca así que una parte, nada pequeña, cae sobre sus tetas manchando también su sujetador.
La otra parte se la traga obligada por ti.
Al incorporarse intenta coger unos pañuelos de papel que hay sobre tu mesa, pero no le dejas.
Le abrochas la camisa, la cual le ciñe bastante, y acaba transparentando la corrida que hay debajo.