Mal amigo?
Amigos desde hace años, nuestro protagonista, separado, va con frecuencia a casa de su colega. Su mujer es muy atractiva... y muy caliente. Pero está de acuerdo con su marido y gozará del amigo sin trabas, en un fantástico polvazo.
He decidido contar mi experiencia al ver que muchos otros hacen lo mismo, resguardados por el anonimato. Y para mí eso es importante y ya verán por qué.
Con Edmundo tenemos una amistad de hace muchos años. Ha sido un buen amigo y siempre fue muy leal conmigo, especialmente cuando trabajábamos juntos y se produjo en la empresa un problema que yo quise solucionar, echándome encima a casi todos los demás. Él fue el único que estuvo conmigo y me ayudó y defendió de los ataques malintencionados. Después de esa situación yo decidí renunciar a pesar de que mis jefes habían reconocido que mi intervención había sido la correcta y me pidieron que me quedara, pero con el resto de mis colegas -la mayoría unos mediocres cretinos- la relación se había vuelto espesa. Y cuando me separé de mi mujer él fue una gran ayuda para pasar aquel amargo momento. Para un hombre cerca de los cuarenta, fracasar en un matrimonio de diez años es algo terrible. Ahora veía a los niños sólo los fines de semana y a mi ex mujer ni eso, pues me aborrecía por haberle sido infiel. Yo tenía la culpa, lo sé. Pero creo que las mujeres dramatizan demasiado el asunto.
Con Edmundo seguimos juntándonos en ocasiones para beber una cerveza y contar chistes. Él me invitaba mucho a su casa, pero como vivía muy lejos yo no me animaba a ir, hasta que un día acepté. Entonces conocí a Karen, su mujer, de la cual siempre mi amigo hablaba con mucho respeto y cariño.
No era una modelo. Sin duda que tenía su poco de sobrepeso. Pero tenía una forma de mirar, hablar, moverse, que me encantó desde el primer momento. Tenía ese aire sensual profundo que convierte a la mas fea en la cosa más deseable del planeta. Y mis pensamientos volaban en aquella dirección, aunque mi conciencia me decía que, por amistad, no podía ni pensar en hacerle algo así a mi amigo.
Pero, la naturaleza le juega a uno pasadas perversas de pronto. Comencé a ir más seguido y nos poníamos a ver el fútbol en la tele, leer revistas, contar anécdotas divertidas, y jugar a las cartas. En estas ocasiones Edmundo hacía pareja con su mujer y yo, a veces con su hija pequeña, una niña muy risueña y simpática pero un desastre como compañera de juegos. A veces sentí que Karen pegaba su pierna a la mía cuando estábamos jugando, y la dejaba allí. Yo pensaba que era un acto involuntario, debido a la familiaridad que ya existía entre nosotros. Pero en ocasiones los movimientos que hacía me hacían sospechar otra intención que, cuando la miraba, se desbarataba, ya que seguía concentrada en el juego y, como siempre, llevando la delantera.
En una ocasión sentí que su intención era clara. Estábamos navegando en Internet con mi amigo y decidimos, aprovechando que los niños dormían, entrar al Rincón. Comenzamos a ver las fotos y a reírnos. En eso, apareció Karen y se colocó detrás de mi silla.
-Yo quiero ver... -dijo entusiasmada, pero hizo un gesto de frustración cuando vio que nuestro interés estaba en las lesbianas-. ¡No sean aburridos! -dijo-. Yo quiero ver sexo.
Mi amigo buscó la sección orgías y aparecieron las imágenes. Karen se inclinó sobre mío. Su mejilla estaba muy cerca de la mía y podía sentir la presión de sus grandes senos en mi espalda, mientras ella ponía sus manos en mis hombros. Los minutos que estuvimos mirando las fotos fue para mí una verdadera tortura. Por último, me levanté y, explicando que era muy tarde, me despedí.
Decidí no volver a esa casa. No quería hacer una locura. No me lo perdonaría. Pasaron varias semanas en que se hizo notar mi ausencia. Edmundo se llegó a enojar conmigo por ser tan ingrato. Y yo tenía que callarme la boca.
Pero, llegó el día en que no pude evitar ir de visita. Iban a celebrar el cumpleaños de Edmundo y en esa ocasión no podía estar ausente. Para mayor problema, fue Karen la que me llamó y me dijo que necesitaba mi ayuda para prepararle una sorpresa, pues como conocía mi habilidad para cocinar, quería que le ayudara a preparar una cena especial. No pude negarme y fui.
La cocina era estrecha, así que, a cada momento, Karen pasaba detrás de mí y sentía su cuerpo pegado al mío. Comencé a sudar y no por el calor del horno, precisamente. Durante media hora fue un refregar de cuerpos que me parecía absolutamente involuntario, pero yo estaba como toro y pensé, con toda seriedad, ir al baño y darme una buena masturbada para quitarme las ganas. Pero, las cosas fueron diferentes. Karen comenzó a hablar de su vida íntima, de cómo "lo hacían" con Edmundo y cosas por el estilo.
Ella me daba la espalda. Yo no pude aguantarme. Sabía que, si todo eran ideas mías, me llevaría una gran bofetada y la enemistad de mi amigo, pero el instinto fue más fuerte. La abracé desde atrás, pegué mi cuerpo al suyo y la agarré por los senos.
-¡Te costó decidirte! -me dijo ella.
En ese momento perdí absolutamente la razón. Le levanté la falta y, mientras ella se quitaba el calzón, saqué mi miembro. Le palpé su sexo y lo tenía muy mojado. Puse mi pene en la entrada de su vagina y la penetré ahí mismo. No quise darla vuelta porque si le veía la cara me iba a sentir miserable.
No duré mucho. Con la calentura y la forma maravillosa en que movía su trasero, descargué a los pocos minutos. Pero fue un orgasmo de competencia. ¡Hubiera ganado el primer premio! Casi se me doblan las piernas de puro gusto. Extrañamente, a pesar de lo corto del coito, noté que ella sufría las convulsiones propias de su orgasmo. Se inclinó y colocó la cabeza sobre el mesón.
-¡Oooooh! -exclamó en un suspiro-. ¡Eso estuvo muy rico!
Y dándose vuelta, me zampó un mojado beso en la boca.
Inmediatamente volvimos a lo nuestro como si nada hubiera sucedido. La fiesta resultó un éxito, el plato que preparara yo fue muy elogiado y todo de maravillas. Edmundo estaba feliz. Yo era el único que me sentía como la mierda. ¡Había traicionado a mi amigo!
Karen notó mi desánimo. En un momento me pidió que le ayudara a llevar los platos a la cocina. Cuando estuvimos allí se me acercó y sonriendo pícaramente, me dijo:
-Eres un tontito...
Y guiñándome un ojo, luego de acariciarme la entrepierna, se fue a la sala.
Pasaron varios días en que no quería saber de Edmundo y su mujer. Estaba realmente triste por lo que había hecho. Me sentí culpable, canalla y todo lo que puede sentirse un hombre que traiciona a su mejor amigo. Me llamó en varias ocasiones invitándome, pero yo siempre tenía la excusa preparada.
Nuevamente se planteó una ocasión inevitable: su pequeña hija cumplía doce años y, como quería mucho a su tío, esperaba que yo fuera. Y lo hice. Le compré un lindo regalo y ella me correspondió con uno de sus más baboseados besos (que me daban bastante asco, debo decirlo).
La niña y su hermano exigían ir al cine, así que mi amigo Edmundo decidió llevarlos. Yo me ofrecí acompañarlo, pero Karen me pidió que me quedara a ayudarla, que no fuera "malito"...
-¡Gánate la torta! -me dijo Edmundo-. Ayuda a Karen mientras tanto.
Y se fueron. En cuanto salieron, Karen se me tiró encima y comenzó a besarme y acariciarme. Yo traté de detenerla, pera estaba sorda, estimulada hasta lo increíble. Y entonces conocí la otra faceta de la mujer, siempre tan dama y compuesta. Se convirtió en una mujer ardiente, sin ningún recato y expresándose de una forma que yo nunca imaginé. Y ¡Dios que me calentó! Me empujó hasta el dormitorio.
-Vamos, flaquito -me decía-. Vamos... Quiero culear contigo en pelotas...
-Pero...
Y comenzó a sacarme la ropa. Me bajó los pantalones y se tragó mi miembro de un golpe, chupándolo como jamás nadie me lo había hecho. Mientras me daba la mamada del milenio se quitaba su ropa. Cuando estuvo desnuda se arrojó en la cama y se abrió de piernas.
-Ven, flaquito -me dijo con la voz gruesa y entrecortada por la excitación-. Chúpame la conchita.
Y me hundí en aquel sexo peludo y oloroso que se me ofrecía con tanto deseo. Conté a lo menos dos orgasmos mientras mi lengua recorría sus labios vaginales y jugaba con su clítoris. Chorreaba como condenada. Me hizo acostar en la cama, boca arriba y se colocó encima mío.
-Meteme ese palo rico... Métemelo entero...
Y se lo metió ella misma. Comenzó a saltar sobre mí, gozando como una ramera y expresándose como ella.
-¡Ooooh! Así... flaquito... Culéame... Culéame entera... Mira que caliente me tienes... Métemela hasta el fondo... ¡Aaaaah! Qué ganas te tenía...
Y tuvo un par de orgasmos más. Entonces la arrojé boca arriba. Ella abrió las piernas de par en par y las encogió, luego las estiró y las depositó sobre mis hombros.
-Así... Dame una buena culeada, flaquito... ¡Qué rico pico tienes....!
Y se corrió en cuanto de la metí.
Yo pensaba que mi amigo Edmundo debía verse en apuros para satisfacer a aquella hembra insaciable. Bajó sus piernas y me abrazó con ellas por la cintura y comenzó a moverse con un arte que me puso a punto.
-¿Te vas a correr? -me preguntó.
-¡Ooooh! -dije yo- Siiiiii....
Entonces de un salto se separó de mí y se metió mi miembro en la boca en el preciso momento que estallaba con borbotones de semen. Tragaba, chupaba, se relamía, todo mientras con una mano se masajeaba la concha.
Cuando me miró, vi que sus ojos brillaban con un placer y un encanto delicioso. Caí rendido. Ella se recortó a mi lado.
-¿Te sientes bien? -dijo.
-No -contesté yo.
-Eres muy tontito...
Yo comencé a enojarme. Pasada la pasión, acometía en remordimiento.
-Esto no está bien -dije intentado incorporarme, pero ella se puso encima y no me dejó.
-¡Eres un bruto! -me dijo riendo.
-Sí. Estoy de acuerdo -secundé.
-¿Tú crees que Edmundo no lo sabe?
Yo me puse pálido y ella se puso a reír como loca.
-Pero...
-Eres un ingenuo... Edmundo lo sabe. Él te recomendó...
-No entiendo -dije con cara de estúpido.
-Eres un tontito. Con Edmundo tenemos un acuerdo. Tu sabes que a él le gusta cepillar fuera de casa...
-Yo...
-No te hagas el tonto. Él mismo me lo cuenta. Ustedes han salido junto con otras niñas y han armado sus propias fiestas.
-¿Te estás vengando?
-No, tarado -dijo ella-. Lo que pasa es que llegamos a un acuerdo. Si a él le gusta jugar con otras, yo debo tener el mismo derecho, ¿no crees? ¡Es lo justo!
-Está bien, pero ¿por qué yo?
-Cuando convinimos esto él me dijo que estaba de acuerdo siempre que no fuera con cualquiera. Y yo te elegí a ti. Y él se puso muy contento.
La sola idea del acuerdo y el pensar que contaba con la anuencia de mi amigo me puso de nuevo en vara. Y Karen lo notó de inmediato, así que se encargó de dar alojamiento a mi apetito en su bodega y estuvimos dándonos cepillo por otro buen rato. Era una fiera aquella hembra. Y se movía como las diosas. Por fin tuve me segundo orgasmo mientras ella ya había dado vuelta al rosario.
Apenas terminábamos de vestirnos cuando mi amigo volvió con los niños. Yo me despedí lo más rápido posible y me fui. Aún estaba avergonzado, acuerdo o no.
Era como la medianoche cuando sonó mi teléfono. Era Edmundo.
-¿Estabas durmiendo? -preguntó.
-No - dije-. Viendo televisión.
-Apágala. Alguien quiere hablar contigo -dijo.
-Hola, flaquito rico -dijo Karen.
Yo sentí que me venía una baja de presión. No pude hablar.
-Karen me dijo que te habías portado muy bien -dijo Edmundo.
-Yo...
-No seas modesto -dijo ella-. ¿Sabes, Edmundo? -continuó-. Tu amigo culea de maravillas... Me hizo gozar como una diosa...
Yo no podía creer lo que decía...
-Espero que tú también lo hayas disfrutado -dijo él-. Debo darte las gracias, ya que esta hembra me tiene hecho un trapo.
-Yo... -balbuceé.
-¡Ooooh! -escuché a Karen.
Entonces me di cuenta que, mientras hablaban conmigo, estaban haciendo el amor.
-Me puse tan caliente con lo que me contó Karen -dijo Edmundo-, que le estoy dando una culeada profunda...
Yo no pude dejar de soltar una risita.
-Métemela así... ¡Aaaaah! Me gusta tu palo gordo -escuchaba decir a Karen.
-¡Vieras como se la traga! A propósito... Ooooh... Me dijo que se tragó todo tu semen... A esta cochina la gusta la leche...
Yo no aguanté más y me saqué la verga y comencé a masturbarme.
-¿Te estás haciendo la paja flaquito? -dijo Karen.
-Siii...
-¡Eso me calienta! -dijo ella-. ¡Ooooooh! Como quisiera que estuvieras aquí... Que los dos me estuvieran culeando como locos...
-¿Te gustaría? -preguntó Edmundo.
-Siiii... Aaaaaahhh -dije yo disparando mi semen sobre la cama.
-Ya se corrió, cariño -dijo Karen-. Ahora te toca a ti...
Y escuché los quejidos de mi amigo que se aguantaba de gritar para no asustar a los niños. Karen le hacía coro. Al momento quedaron el silencio.
-Mañana hablamos -dijo Edmundo-. Ahora ya no tengo fuerzas... Escuché la risita de Karen antes de colgar.
"¡Qué mierda!" me dije. "Si así son las cosas, así las asumimos."
Y entre sueños comencé a pensar en la próxima oportunidad con Karen, dónde seguramente participaría Edmundo. Pensé, también, en lo hermoso que sería que Marcia, mi ex esposa, pensara como Karen. No me importaría compartirla con otros hombres si con eso podía conservarla porque, a pesar de serle infiel con el cuerpo, nunca le fallé en espíritu, cariño y dedicación. Pero, lamentablemente, las mujeres dan una importancia extrema al control de los apetitos que no tienen gran importancia para los hombres y no valoran aquellos aspecto que son los que realmente importan.
(En la próxima entrega relataré lo que fue esa memorable ocasión.)