Maka y Niki 02: papá
De cómo las cosas se van enredando.
Yo por entonces estaba como loca. Se había normalizado aquella extraña relación con Niki y sus papás, y pasaba a su casa cada vez con más frecuencia. Follábamos muchísimo, o mejor, follaba yo muchísimo con Cayetano e Isabel, porque Niki, después de los primeros polvos con su padre, parecía haberse hecho más independiente, y salía más. Pero yo pasaba igual. Casi siempre, nuestros encuentros terminaban con el papá de Niki follándonos a una de las dos, y esa comiéndole el chochito a la otra. Aunque lo había visto en los vídeos con que nos animábamos a masturbarnos, no había llegado a comprender lo fascinante que podría ser hacerlo con otra mujer hasta que Isabel se sumó a nuestro primer encuentro, y estaba maravillada.
En aquellas tardes con ellos, supe de la particular relación que mantenían con mis papás, y aquello se convirtió en una verdadera obsesión. Papá era un hombre muy guapo, moreno, de rasgos fuertes, barba negra y poblada y muy atlético. Comencé a pensar en él de aquella manera cada vez con mayor frecuencia. Había visto a Niki follar con Cayetano, y aquello lo convertía en una posibilidad real.
Con mamá, seguramente no habría problemas. Aunque sabía que papá fumaba los fines de semana, y que se tomaba sus copas con los vecinos, sabía también que era un hombre serio, relativamente severo, y de fuertes convicciones morales. Mamá, sin embargo, fumaba a diario, sin disimulo alguno, y vivía en una especie de nebulosa de felicidad un poquito irresponsable.
Como en casa no se observaban normas de pudor y, aunque no andábamos desnudos haciendo nuestras tareas, era frecuente que coincidiéramos así en el baño, por ejemplo, o al cruzarnos en el pasillo yendo desde el baño al dormitorio. Aproveché aquella circunstancia, y empecé a hacerme ver más a menudo, incluso apañándomelas para meterme en la ducha justo a tiempo de manera que papá, al entrar para arreglarse, me sorprendiera masturbándome cómo si no me diera cuenta de su presencia. Observé que, al abrir la mampara para salir a secarme, procuraba darme la espalda, e incluso pude ver de reojo su polla dura reflejada en el espejo. A veces, me hacía la encontradiza para chocarme con él en el pasillo.
- ¿Qué… qué haces…?
Aquella noche, tras más de un mes sosteniendo aquel “juego”, me había decidido. Sabía que mamá dormía muy profundamente por efecto de la maría que fumaba, así que me animé a colarme en su dormitorio a media noche y, con mucho cuidado, rebusqué entre las sábanas hasta encontrar la polla de papá que, en aquel momento, experimentaba una de esas erecciones nocturnas que tienen los hombres. Comencé a acariciarla despacio con el corazón acelerado. La sentí en la mano grande y firme. Al deslizar arriba y abajo el pellejito delgado que la cubría, pude sentir la rugosa superficie interior. Gimió y dijo algo en sueños. Noté que mi mano se humedecía y no pude resistir la tentación de meter la cabeza bajo las sábanas y metérmela en la boca. Fue entonces cuando me vi sorprendida, aunque no tanto como él, y salí de allí en silencio con la esperanza de que pensara que había sido un sueño.
Me quedé muy quieta en la cama. Estaba excitada, quizás más excitada de lo que había estado nunca, con aquella mezcla de calentón y miedo, que me tenía el corazón latiendo a un ritmo desenfrenado. Notaba cómo se me mojaban las braguitas, pero no me atrevía a acariciarme.
- ¿Por qué has hecho eso?
Papá tardó un buen rato en decidirse a venir a mi dormitorio. Debió estar pensando en cómo afrontarlo antes de venir, pero finalmente lo hizo. A oscuras, sentado en el colchón, me interrogaba con su mejor tono comprensivo, como si tuviera decidido hablarlo sin organizar un drama, como cuidándome.
- Yo… Es que… Con Niki y sus papás…
Comencé a hablar entre balbuceos y, poco a poco, me fui lanzando. Le conté lo que venía pasando durante el último mes en casa de los vecinos sin ahorrarme ningún detalle. Le dije que Cayetano me había follado; que también había follado a su hijo, que era gay; que le había comido el chochito a Isabel mientras que él me metía la polla… Se lo contaba con detalles, sin guardarme nada. Había decidido lanzarme al abismo y jugármelo todo.
Cuando terminé mi relato, se quedó en silencio, muy quieto, como desconcertado, superado por la magnitud de lo que había escuchado. Decidí que era el momento de la verdad y me senté en la cama. Seguíamos a oscuras. Extendí el brazo y mi mano encontró su polla dura, terriblemente dura y húmeda. La agarré y, sin resistencia alguna por su parte, comencé a acariciarla sintiendo de nuevo aquel vigor, aquella firme y rugosa consistencia. Me acerqué a él hasta situar mi boca junto al oído y le hablé en susurros.
- Es que me gustas mucho, papá…
- …
- Me muero porque me metas esa polla, porque me toques las tetitas…
- …
No parecía reaccionar, y le besé en los labios. Me brindó su boca en silencio. Mi mano resbalaba sobre su polla, y su respiración se hacía más profunda y desacompasada. Permanecía inmóvil, como superado por las circunstancias, y me dejé caer desde la cama al suelo, entre sus piernas, para metérmela en la boca. No se resistió, y la noté resbalar dentro, al menos la pequeña parte que cabía. Gimió, y apoyó su mano en mi cabeza con suavidad. Comencé a moverla metiéndola y sacándola, deslizando los labios por el borde del capullo inflamado, descubierto. Rozó mis pezones con los dedos. Succionaba su capullo y sentía el temblor de sus piernas. Lo noté palpitar con fuerza unos minutos después. Trató de apartarme, pero me resistí. Sentí que me iba a estallar el pecho. Le escuché un gemido ahogado, contenido, y el primer chorro de lechita tibia me estalló en la boca. Me lo tragué, así como el resto de los que, uno tras otro, iba derramando en mi garganta. Me lo bebía con un ansia febril, excitada, terriblemente excitada, con una sensación terrible de cosa prohibida que hacía que mi chochito chorreara mojando mis bragas.
Se levantó en silencio y se marchó de mi cuarto. Me quedé a oscuras en la alfombra frotándomelo como una loca, corriéndome una vez tras otra, incapaz de contenerme, todavía con la impresión de su lechita rebosándome, goteando entre mis tetas, convulsionándome de placer.
Aquella mañana me esquivó. Me fui a clase sin verle. Al salir, mamá me despidió en la puerta. Salía hacia Ibiza a mediodía, y pasaría unos días allí atendiendo a sus negocios. Estaba tan contenta. Supe que no sabía nada.
El día fue una angustia. No podía dejar de pensar en lo sucedido y sentía una terrible incertidumbre. El hecho de que papá no hubiera aparecido a la hora del desayuno me causaba muchísima inquietud. El recuerdo de su polla en mi boca me excitaba. Se lo conté a Niki, que se burló de mí.
- Hija, es que si no tienes una polla en el chochito parece que no sabes qué hacer.
- Cabrón…
- Puta.
Por la tarde volví a casa nerviosa, preguntándome como iba a reaccionar cuando nos viéramos, pero tampoco estaba. Ni siquiera había dejado una nota. Me metí en la ducha y comencé a enjabonarme. No pude evitar empezar a acariciarme con la mano enjabonada. Llevaba todo el día debatiéndome entre la preocupación y aquella excitación que me consumía. Empecé a gemir deslizando los dedos lubricados entre mis labios.
Y entonces apareció. Sin dejar de masturbarme, le vi desnudarse en silencio a través del cristal de la mampara. Cuando abrió la puerta, pude ver su polla dura. Me pareció más grande que la impresión que había tenido a oscuras. Me abrazó bajo el llover de la ducha. Me presionaba en el vientre. Agarrándome el culito con sus manos grandes y fuertes, me apretaba contra sí. Más que besarme, me comía la boca. Su piel resbalaba en la mía enjabonada.
Y entonces se arrodilló. Haciéndome separar las piernas con las manos, comenzó a lamer mi chochito haciéndome gemir, y me dejé caer de espaldas sobre la mampara. Me lamía como besándome, haciéndome sentir feliz, liberada de aquella preocupación que me había llenado el día, estremecida de placer y de deseo. Me corrí temblando, gimiendo, sosteniéndome de pie a duras penas.
Cuando se incorporó, me giré dándole la espalda y apoyé las palmas de las manos en la pared. Jadeaba todavía.
- Fóllame…
Apuntó su polla a mi chochito y, con mucha delicadeza, comenzó a penetrarme despacio. Creo que di un gritito al sentirla.
- ¿Te duele?
En lugar de responder, empujé un poco hasta apoyar mi culito en su pubis. Me derretía tenerla dentro entera. Cuando empezó a moverse, me recorrió un placer delicioso. Me abrazaba y acariciaba mi cuerpo entero. Sus manos resbalaban en mi pecho, acariciaban mi clítoris, mi vientre, jugaban con mis pezones. Comencé a gemir, a jadear. Su polla se movía en mi interior con un bombeo suave. Me besaba el cuello; a veces me lo mordía, o yo giraba la cara para morderle los labios.
- ¿Te gusta? ¿Te gusta follar a tu niñita?
- …
- ¿Te gusta meter tu polla en mi chochito?
- …
Sin responder, sus movimientos se hacían más rápidos, más fuertes, y me volvía loca. Me incliné para facilitárselo, como para conseguir que me llegara más adentro. La sentía abriéndome, llenándome. Me sujetaba por las caderas y me follaba ya como un animal, golpeando mi culito con fuerza, haciéndome chillar, volviéndome loca.
- Me voy… me voy… me voy a …
Trató de sacármela para no correrse dentro, pero me resistí, me mantuve firme, empalada hasta sentir cómo me llenaba de aquella lechita tibia que parecía suavizarlo todo, llenarlo todo de aquella calidez deliciosa. Temblaba corriéndome con él.
Nos excitamos de nuevo lavándonos en silencio. Nos enjabonamos recorriéndonos con las manos. Sentí su polla endurecerse de nuevo en mi mano. Seguía dura mientras nos secábamos. Recordé la expresión de dolor y placer de Niki cuando su papá le follaba y, tomando el aceite para niños de la estantería, ante sus ojos, que observaban nuestras imágenes reflejadas en el espejo, me humedecí los dedos y con ellos mi culito. Comencé a lubricarlo ronroneando como una gatita, y engrasé su polla grande y dura. Me incliné sobre el lavabo ofreciéndoselo.
- Te dolerá.
- Lo sé.
Sentí un dolor intenso cuando me atravesó su capullo. Chillé. Hizo amago de sacarla y le contuve. Yo misma, moviendo despacio mi culito, me fui clavando en él. Me desgarraba y se me saltaban las lágrimas. Me incorporé cuando estuvo toda dentro. Sentía que me iba a romper. Me abrazó. Mordía mi cuello y acariciaba mis pezones y mi chochito. Era yo quien, con lágrimas en los ojos, me movía mientras que él permanecía quieto a mi espalda. Nos veíamos reflejados. Sus caricias, poco a poco, iban alterando la sensación de martirio de aquella barra ardiente clavándoseme. Acariciaba mi clítoris con mucha delicadeza, casi sin tocarlo, presionando los plieguecillos de piel que lo rodean, y provocaba una reacción espontánea de mi cuerpo que me impelía a moverme más deprisa. Poco a poco, el dolor fue cediendo, dejando paso a aquella sensación intensa de estar llena, de tenerla dentro. Sus caricias se hacían más directas, más intensas. Me causaban un placer casi doloroso, como un chispazo violento. Me mordía el cuello. Me volvía loca. Me dejé caer sobre el lavabo. Agarrado a mis caderas, me follaba ya como un macho enloquecido. Me dolía, y me provocaba a la vez un placer intenso. Ahora era yo quien se masturbaba. Le hablaba balbuceando, incapaz de articular una frase completa con sentido. Sacudía mi cuerpecillo delgado, y yo me dejaba zarandear, me dejaba llevar por aquel placer animal.
Cuando volvió a correrse, al sentirme llena de su lechita, como un bálsamo templado, me dejé llevar temblando. Me caí al suelo. Me salpicaba a chorretones cálidos y abundantes que estallaban en mi cara y salpicaban mis labios y mi pecho. Seguía frotando mi chochito descompuesta, incapaz de detenerme.
Pasamos aquellos días follando como si fuéramos novios, encerrados en casa, acariciándonos cuando la polla de papá no daba más de sí, excitándonos, charlando… Nunca me había sentido tan unida a él. Le buscaba. Dormimos juntos. Me sentía deliciosamente bien.
Y hablamos mucho. Así supe con detalle cómo se reunían los sábados con los vecinos para follar; cómo mamá solía mirar y masturbarse mientras que Cayetano y él follaban a Isabel. Supe que a menudo la follaban al mismo tiempo, y que su cuerpo orondo se sacudía como un flan y chillaba; supe que Cayetano a veces se la chupaba, y que entonces mamá e Isabel se acariciaban la una a la otra mirándolos; supe que alguna vez él se había pasado a casa de Niki cuando sabía que estaba sola, que le gustaba mucho aquella mujer carnal de tetas tremendas que chillaba como una cochina cuando la follaba; que a veces le clavaba la polla hasta la garganta y se corría viéndola ahogarse sin dejar de frotarse el coño, y que se corría con los ojos en blanco y decía palabrotas.
Cuando, una semana después, regresó mamá, me sentí como una novia abandonada. Aquella noche, los escuché follando como animales. Me masturbé junto a la puerta de su dormitorio. Mamá chillaba. Le decía que así, que le diera así, y se oía un chasquido a veces como de palmetazos en el culo. Me corrí cuando escuché aquel gruñido de papá, imaginándole llenando su coño de lechita.