Maka y Niki 01: amigos, residentes en Madrid
ADVERTENCIA: contiene sexo homosexual. Si no estás interesad@, mejor no lo leas. Es mucho mejor que enfadarse :-) Maka y Niki, amigos de la infancia, exploran su sexualidad.
Podría decirse que Maka y Niki nunca se conocieron, o que se conocían desde siempre, para ser exactos. Cuando nacieron, ambos en la misma semana del mes de enero, sus padres, que no podían ser más diferentes, vivían en apartamentos contiguos del mismo edificio en el centro de Madrid, en Viriato y, sorprendentemente, se llevaban muy bien, de manera que se crecieron juntos y casi como hermanos.
Juanjo y Clara, los papás de Maka, eran más bien bohemios, un poco hippies. Él, arquitecto, diseñaba casas de campo sostenibles, casas de adobe y esas cosas; ella, diseñadora de modas (ella decía “modista”), había conseguido su propia marca de prestigio y, aunque su producción era muy corta, se vendía en Baleares a precios escandalosos.
Cayetano e Isabel, por su parte, trabajaban en la banca. Él era interventor en una sucursal de un banco cuyo nombre no voy a mencionar; ella directora de otra en otro banco distinto que tampoco mencionaremos, eran más bien gente de orden, muy conservadores.
A hacerse amigos llegaron por vecindad, y porque eran las únicas personas de menos de sesenta años que vivían en el edificio y casi en el barrio. Aunque nadie hubiera supuesto que aquello pudiera suceder, el caso es que ambos obtuvieron provecho de ello: Juanjo y Clara recibieron asesoramiento sobre la gestión de su dinero, que les permitió consolidar un patrimonio muy tranquilizador; y Cayetano e Isabel se acostumbraron a fumar algún porrito, y descubrieron las delicias del amor libre, al que, por cierto, se entregaron con mucha alegría en compañía de sus vecinos, lo que resultaba muy práctico porque, viviendo casi juntos, les proporcionaba un entretenimiento para los fines de semana perfectamente compatible con la crianza de sus hijos respectivos.
Pero bueno, quizás me he entretenido en exceso detallando asuntos familiares que no tiene interés para esta historia, o al menos en su inicio, salvo por el hecho de que nuestros protagonistas se criaron juntos en una relación fraternal.
Maka era una muchacha pizpireta y divertida, muy inquieta, extrovertida y curiosa, menudita, delgadita y guapa; Niki -a quien nadie jamás llamó Nicolás, como a su abuelo-, por el contrario, era más que tímido, timorato, discreto, educado, y poco dado ni a hacer nuevas amistades ni a correr grandes aventuras. En cierta manera, podría decirse que vivía subyugado por su amiga. Cuando eran más pequeños, no resultaba extraño que sus aventuras acabaran con Niki llorando y Maka indignada por que fuera tan blandito.
Cuando cumplieron dieciocho, tocó explorar su sexualidad y, naturalmente, lo hicieron juntos. Eran los tiempos del VHS, y Maka, siempre Maka, se las apañó en el videoclub para hacerse con una película titulada “El barco del amor”, y la vieron juntos, sentados en el sofá de casa de Niki un sábado en que sus padres había salido juntos. Cada uno había hecho ya sus pinitos masturbatorios, claro está. De hecho, ambos practicaban el onanismo con mucha afición. Maka incluso había tenido alguna experiencia de esas primerizas con algún chico que le había tocado las tetillas y hasta el chochito en una ocasión, aunque fuera de cualquier manera, medio a escondidas, y sin mucho aprovechamiento. Niki, incapaz de tales derroches de relación social, por su parte, estaba confuso desde que descubriera en clase de gimnasia que le excitaban más los chicos que las chicas.
Por entonces, eran adolescentes preciosos, pequeños y delgados ambos; ambos de piel pálida; de cabello rubio Maka y negro Niki; un poco punki ella, lo justito; y lánguido y posmoderno él.
Al poco rato de comenzar a película, que más o menos consistía en todas las posibles combinaciones de seis elementos tomados dos a dos, tres a tres, cuatro a cuatro, cinco a cinco, y seis a seis, Maka se sentía muy estimulada, y Niki evidenciaba en el bulto de su pantalón que la sucesión de escenas no le resultaba indiferente.
- ¿Tú te tocas?
- A veces ¿Y tú?
- Yo sí.
- …
- ¿Nos tocamos?
- Vale.
Se bajaron los pantalones al unísono hasta los tobillos, Niki evitando mirarla, Maka mirándolo con esa curiosidad suya, y se recostaron en el sofá dispuestos a proceder a sus manejos.
- ¡Anda, la tuya es mucho más pequeña!
- Ya… No sé… Ya me crecerá…
- Pues yo creo que ya te tenía que haber crecido.
- Ya…
- Bueno, no pasa nada.
Aquella primera vez, se masturbaron solos, cada uno a sí mismo. Maka deprisa, frotándose con fuerza, gimiendo y jadeando; Niki despacio, pelando y despelando su capullo con la mano hasta correrse casi en silencio, tan sólo con una respiración ajetreada y un gemido ahogado en el momento en que su polla comenzó a escupir aquella lechita tibia suya, abundante y proyectada con muy notable impulso.
Durante las primeras semanas, la cosa se solventaba de la misma manera, aunque, cuando la ocasión lo permitía, empezaron a ponerse más cómodos. Se masturbaban desnudos y cada uno se excitaba percibiendo la excitación del otro. Niki se fijaba mucho en los pezones que coronaban las tetillas mínimas de Maka, dos botoncillos rosados que se erizaban y cuyas areolas se cubrían de una miríada de granitos pequeñitos; también le excitaba observar el modo en que sus dedos largos y delgados, a medida que se excitaba más y su caricia entre los vellos dorados y ralos de su pubis se volvía más rápida e intensa, se humedecían; aquello coincidía en el tiempo con la exageración de los gemidos que, siempre desinhibida, adornaban sus orgasmos. A Maka le excitaba observar el modo en que el capullo de Niki se humedecía y brillaba a la vez que iba adquiriendo un tono violáceo que terminaba en un bermellón intenso junto antes de que estallara lanzando al aire aquellos chorros de fluido espeso y blanquecino que a veces la salpicaban. Solía entonces, disimuladamente, recoger una gota con un dedo que se llevaba a los labios.
Sin embargo, cualquiera que haya experimentado las delicias del sexo contemplativo comprenderá que no era probable que aquello quedara allí. Como siempre, fue Maka quien tomó la iniciativa:
- ¿Y si lo hacemos de otra manera?
- ¿Cómo?
- Pues yo te lo hago a ti, y tú me lo haces a mí.
Como lo dijo cuando Niki exhibía ya una flamante erección y al mismo tiempo que extendía el brazo para agarrársela, no fue capaz de argumentar nada en contra. El muchacho, que nunca había conocido más contacto en aquel lugar que el suyo propio, sintió un escalofría al sentir aquella mano pequeña de dedos delgados y largos subir y bajar su pellejito cubriendo y descubriendo su capullo. A Maka le sorprendió la dureza rugosa que se percibía a través de la piel tan fina, y la excitó muchísimo notar cómo su mano resbalaba en el fluido cristalino que manaba incansablemente, y cómo al hacerlo, al resbalar, Niki era incapaz de contener el deseo de gemir. Ella misma, pese a la torpeza natural de los dedos de su amigo resbalando en su chochito empapado, experimentó un placer sorprendentemente intenso.
Se corrieron casi al unísono: primero Niki, salpicando en aquella ocasión mucho más que de costumbre, hasta el extremo que cubrir a su amiga de salpicaduras; Maka al sentirlas, culeando y agarrándose a su pollita como una posesa, como si quisiera exprimir hasta la última gota de aquel fluido cremoso que, en aquella ocasión sí, recogió con su mano para lamerlo ostensiblemente ante sus ojos sorprendidos.
Durante cerca de un año, prosiguieron con aquellos juegos íntimos con pocas variaciones, como no fuera la incorporación del sexo oral, que Maka, que le daba vueltas al asunto desde que empezaron a ver sus películas, propuso y, ante el silencio tímido de Niki procedió a practicarle con mucho mayor entusiasmo que él. A ella le fascinaba el sentirla en su boca, su palpitar cuando estaba a punto de correrse, el temblor de sus piernas, el estallido de lechita tibia acompañado de gemidos discretos. A él, sin embargo, salvo la evidencia de su placer; salvo el contoneo de su pelvis; salvo sus gemidos, a veces exagerados; salvo el estremecimiento salvaje de ella al correrse, aquello no le proporcionaba el mismo placer. Le excitaba más su placer que su coñito, por decirlo de alguna manera.
La cosa cambió de repente el día en que Cayetano tuvo que volver a casa antes de lo previsto para buscar unos documentos que había olvidado y se encontró por sorpresa a los chicos enredados en sus juegos. Frente al televisor, Maka meneaba la polla de su hijo mientras que él escarbaba con los dedos en su chochito sonrosado de vello dorado haciéndola gemir.
Los pocos minutos que permaneció observándolos a escondidas preguntándose cual sería la forma de afrontar aquel imprevisto fueron su perdición. La muchacha delgada, de aspecto infantil a causa de la brevedad de sus curvas, jadeaba sin dejar de menear aquella pollita pequeña, blanca y lampiña, cuyo capullo iba adquiriendo una tonalidad violácea que tendía a oscurecerse, hicieron que sufriera una involuntaria erección que le llevó a pensar, más que en como reconvenirles, en la belleza del momento; en el aire femenino de Niki, tan delgado y tan pálido; en la excitación que se percibía en ambos…
Cuando quiso darse cuenta se encontró con la polla en la mano, masturbándose despacio sin quitarles la vista de encima, y aquello pronto se volvió incontrolable. Terminó acercándose a ellos en el instante en que Maka se corría emitiendo quejiditos mimosos, como grititos ahogados entre gemidos.
Niki, al ver aquella polla grande y gruesa, desde luego más parecida a las de los actores de las películas que solía ver con Maka, en el estado de excitación en que se encontraba fue incapaz de resistirse a sus instintos y se inclinó hacia su padre para comenzar a mamársela tal y como tantas veces había visto hacer en la pantalla del televisor.
Maka, todavía temblorosa, se apartó unos centímetros para observarles fascinada por la intensidad del encuentro. Niki parecía haberse encontrado de repente consigo mismo por primera vez y se la comía a su padre con un deseo evidente, y aquel se dejaba hacer jadeando y sujetando su cabeza con las manos. La pequeña pollita pálida cabeceaba y manaba un flujo incontenible de aquel líquido transparente y denso, que formaba un charquito en el cuero del sofá bajo sus pelotitas sonrosadas. Maka comenzó a masturbarse casi sin darse cuenta y se encontró empapada. Sus dedos se deslizaban entre los labios abiertos e inflamados. Lo hacía despacio, como resistiéndose a terminar.
Y, de repente, todo pareció desencadenarse, precipitarse rápidamente hacia el final previsto: Cayetano sujetó con fuerza la cabeza de su hijo, bramó, emitió lo que más parecía un rugido que un sonido humano y que fue transformándose lentamente en un gemido agudo, y por las comisuras de los labios de Niki manó un chorrito de esperma que comenzó a gotear sobre su pollita pequeña y pálida al tiempo que esta empezaba a derramar su propia lechita tibia como un manantial sereno, sin salpicar, sin que nadie, ni él mismo se tocara. Fluía resbalando por el tronco y formaba un charco cremoso y pálido bajo sus pelotas.
Cuando Cayetano se dejó caer, más que sentarse sobre el sofá, su polla seguía firme. Maka se lanzó sobre él sin pensarlo, quizás sin ser consciente de lo que hacía, respondiendo al instinto y al deseo más que a una decisión racional. La sintió entrar como en sus fantasías, fuerte, llenándola. Permaneció un momento inmóvil, recreándose en aquella sensación nueva. El papá de Niki lamió sus pezoncillos duros, y comenzó a moverse despacio. Sentía un mínimo dolor que no mermaba su deseo. Notó las manos agarrándose a su culito. Se abrazaba a su cabeza como sujetándole en sus pezones. Poco a poco, su cuerpo marcaba un ritmo mas rápido, más frecuente. Aquella polla grande y dura se deslizaba en su interior. A veces, se apretaba en él, y su vello acariciaba su clítoris inflamado y sensible. Gemía.
Cuando notó el roce de la pollita de Niki en la mejilla, se giró hacia él. Le cabía entera en la boca. Comenzó a chupársela presionándola con la lengua contra el paladar, succionándola como un chupete. Pronto competía por ella con Cayetano. Niki gemía como una niña. Nunca le había oído así. Y aquella polla la taladraba. A la mayor velocidad con que movía su pelvis, se unía la que el papá de Niki le imprimía levantándola y dejándola caer con las manos en sus nalgas. Le había metido un dedo en el culito. Jadeaba, gemía y se volvía loca chillando ahogadamente a veces, con la pollita en la boca.
Tiró de ella hacia abajo de repente. Se clavó en ella hasta el fondo, y sintió el calor en su interior. Niki se corría salpicándolos. Sentía el deseo de beberse su lechita tibia, pero su cuerpo se movía descontroladamente haciéndola incapaz de dominarlo. Culeaba chillando. El deslizarse de la polla de Cayetano se había hecho más suave, más fluido. Se estremecía. Su cuerpecillo delgado y menudo parecía contraerse a veces en un calambre violento.
Niki miró hacia la puerta. Mamá, con el rostro descompuesto y la falda de su traje sastre subida, se masturbaba frenéticamente metiendo la mano bajo sus bragas. Se apretaba con fuerza una de aquellas tetas enormes. Tenía los ojos en blanco y la boca contraída en un rictus tremendo. Maka temblaba todavía con la polla de su padre clavada en su chochito sonrosado de vello rubio. Tenía la cabeza apoyada en su pecho y parecía desmayada.