Mahiko

Mahiko es una chica japonesa que estudia en España y siente atracción por Carol.

MAHIKO

Once y media de la noche. Vuelvo de casa de Himaru. Las calles de este barrio están siempre muy oscuras. Creo que he oído un golpe o algo parecido. Procuro andar más ligera. Pequeñas risas y voces masculinas entremezcladas llegan desde detrás, son unos chicos. Giro la esquina, me siguen y ya no tan lejos. Ando un poco más deprisa. Me pareció oír que gritaban "japonesita", creo que están un poco burlescos, lo que me faltaba. Gritan algo que no entendí. Acelero el paso.

Al dar la vuelta a la esquina veo un bar con luz: "Tapas Manuel". Parece que estén cerrando pero hay luz. Entro a comprarme algo o cualquier otra cosa con tal de que esos chicos pasen de largo y se olviden. Es grande y parece que no hay nadie. Me detengo en la barra esperando. Esos chicos entran también – "¿Que pasa japonesita? ¿Nos tienes miedo?" – y ríen a carcajadas. No son mayores que yo, pero son tres y no tiene buena pinta. Les miro inquieta. De una puerta de almacén sale una mujer.

  • "¿Por qué no dejáis a la chica en paz y os largáis a dormir a vuestra casita?" – dice con mucha tranquilidad

  • "¿Qué pasa vieja? ¿No podemos entrar a tomar algo?" – ríen despacio mirándose entre ellos, mientras la mujer alarga su brazo y de detrás de la puerta saca una escopeta.

  • "Largo o llamo a la policía" – exige con pose valiente, al tiempo que salen todos corriendo del bar sin rechistar. Sonrío y ella me sonríe.

  • "Es de mi marido" – me dice

  • "¿Cómo?" – pregunto desorientada

  • "La escopeta, es de mi marido. Le gusta cazar y pescar. Mira que le tengo dicho que no la deje aquí en el bar, aunque sea de defensa. Por cierto, me llamo Sara ¿Cómo te llamas tú? ¿estás bien?" – dice la mujer muy natural

  • "Sí, gracias. Soy Mahiko." – digo aún un poco absorta

  • "Bueno Mahiko, no te preocupes, son rebeldes pero inofensivos, son solo unos criajos gamberros del barrio" – me explica

  • "¿Qué es criajos?" – pregunto extrañada frunciendo el ceño

  • "Jejeje" – ríe ella - "cri-a-jos… ehhh… son niños estúpidos" – me explica con gracia

  • "Yo estoy aquí estudiando español, aún no se mucho" – le sonrío

  • "Pues lo hablas bastante bien me parece a mi" – me sonríe

  • "Gracias Sara" – digo personalizando el agradecimiento

  • "Bueno, Mahiko, me caes bien, pero iba a cerrar. Esos seguro que ya no andan por ahí, así que puedes ir tranquila." – su bonita sonrisa no se le borra

  • "He visto afuera un papel que ponía que buscan camarera" – la interrumpo

  • "Ah, sí… pues mira, si te interesa el puesto es tuyo porque en un mes que está ahí no ha venido ninguna interesada…"

Le dije que me interesaba. Y quedamos para el día siguiente por la tarde hablarlo. La verdad es que me aburría un poco por las tardes y la beca para estudiar en España tampoco había sido muy grande. Salí de allí tranquila y contenta y creo que Sara a pesar de haberla hecho cerrar un poco más tarde, no se molestó. Dormí muy bien y al día siguiente fui a la academia por la mañana y al "Tapas Manuel" por la tarde para formalizar mi puesto de camarera.

Yo no tenía demasiada experiencia, pero no iba a ser complicado y no había más candidatas, así que acordamos que empezaría al día siguiente, e iría tardes y noches. La pena es que los fines de semana terminaría tarde y podría salir menos rato con mi amiga Himaru, al pub de chicas "Nice Girl", donde trabajaba Carol, mi obsesión. En mi país, mi familia no me hubiera consentido ni siquiera pensar en chicas, siendo yo chica, pero ahora me encontraba lejos y libre.

Si yo llevaba poco más de tres meses en España, creo que hacía un mes que no dejaba de pensar en aquella chica desde que me dijo "¿Qué vas a tomar guapa?" la primera vez que fui a su pub. Cada día que pasaba me sentía peor porque Carol no sabía que yo ni siquiera existiera, pero yo siempre iba a verla y a tomar algo para estar en la barra cerca de ella. Aquellos rizos castaños y ojos de gata me tenían obsesionada, atrapada y loquita por ella. Tenía que decirle algo, pero nunca me sentía con fuerzas. Aquel amor imposible me comía por dentro.

Suena el despertador. Miércoles. Voy a la academia y por la tarde a mi primer día de camarera en el bar de Sara. Aunque llevara el nombre de su marido, para mi era el bar de Sara. Se portaron bien conmigo e intenté hacerlo lo mejor posible. El marido de Sara era un hombre simpático, aunque siempre hablaba de peces y ciervos. Cené allí en el bar para continuar después por la noche como ocurriría cada día. Antes me sobraba el tiempo y ahora no tendría casi. Al final del día estaban encantados conmigo y se sentían convencidos de que continuara con ellos un tiempo.

Sara empezaba a gustarme. Era una mujer de unos 37 años, se notaba que ya no era una jovencita de 21 años como yo, pero tenía unos ojos muy bonitos y unos labios carnosos. Aunque no tenía un pecho exagerado, la ropa que se ponía siempre lo mostraba exuberante. En definitiva, podría ser mi madre no oriental, pero era una mujer atrayente.

Llegó el sábado noche, era el día de ver a mi amor platónico Carol. Había quedado con Himaru en el pub a las dos de la noche, cuando yo terminaba. Mucho más tarde que de costumbre. Llegué y ya estaba llenísimo de chicas a esas horas, pero yo solo tenía ganas de ver a una. Encontré a Himaru. Estaba hablando con otra chica, ella siempre había sido más lanzada y Himaru ya había estado muchas veces en España, se desenvolvía mejor que yo. Las saludé, hablé un poco con ellas y las dejé bailando para irme a la barra.

Allí estaba ella, exuberante con esa camiseta de brillantina ajustada que solía ponerse los sábados cuando atendía en la barra. Ni me miró, estaba hablando con una preciosa muchacha morena que tenia unos labios color fresa muy bonitos. Y allí estaba yo, una chica oriental que no destacaba en nada. Yo no tenía un cuerpo ni un rostro como para que ella se fijara en mi. Le pedí un licor de manzana y me atendió casi sin fijarse en mí, para volver rápidamente a hablar con la chica guapa morena.

Pero yo sí que me fijé casi toda la noche en ella, en sus pechos marcados por aquella camiseta ajustada y en sus rizos cayendo sobre sus mejillas acaloradas. Ya tarde, Himaru me pidió que la perdonara, que iba a acompañar a su nueva amiga a casa. Le dije que no se preocupara aunque me sentí muy mal, todas conseguían su ratito de placer, menos yo. Aquello estaba lleno de chicas con ganas de marcha todavía, pero no me animaba y Carol ni siquiera me miró un instante.

Me fui a casa entre triste y salida. Me sentía caliente y desesperada al mismo tiempo. Aquello tenía que terminar. Me quedé en camiseta y bragas, y me acosté en mi cama con la luz encendida, pensativa, mirando un gran espejo que tenía la puerta del armario que había delante de la cama. Mis braguitas blancas dejaban transparentar el bello oscuro de mi pubis y mi rajita.

"Esto tiene que gustarle a alguna chica española" – pensé tontamente. Levanté la camiseta un poco jugando con mi ombligo. Miré al techo y mi mano se deslizo dentro de mis braguitas acariciando mi terciopelo. Mis dedos empezaron a regodearse en mi clítoris y presionarlo me excitaba. Miré al espejo y no vi mi mano, vi la mano de alguna chica que me quería, que estaba loca por mí, que me deseaba.

Me mordí el labio y mis dedos se abrieron paso entre mis labios vaginales. ¿Quién sería esa chica que me deseaba tanto? Poco a poco los sentí más adentro y me mordí el labio. Levanté mi culo gordito y mi otra mano deslizó hasta mis rodillas flexionadas aquellas braguitas de corazones que me ponía solo para Carol. Esa misma mano que simulaba una chica que se moría por mí, buscó mis pechos y los acarició suavemente. Mientras me pellizcaba los pezones aún sentía los dedos dentro de mí, llenando cada rincón interior de mi sexo. Pude ver mi vagina abierta y mojada.

No recuerdo si tuve un orgasmo porque me dormí. Lo que sí sé es que me levanté y por mi cabeza rondaba que tenía demasiada fijación por masturbarme pensando en chicas y aquello tenía que terminar algún día, siempre me lo recordaba Himaru, tenía que lanzarme más. Me sentía tan dispuesta y preparada, y tan boba y ridícula al mismo tiempo cuando lo pensaba, que me provocaba sentimientos extraños. Estaba en España sola, había muchas chicas, conocía donde encontrar alguna… ¿Qué me pasaba? Necesitaba lanzarme más.

La semana siguiente transcurría con mucho trabajo, pero tranquila. Sara y Manuel estaban bastante contentos con mi puesto de camarera, empezaba a desenvolverme bien con todo y caía bien a la gente. Era un día normal cuando volvía casa por la tarde recorriendo otro camino no habitual para distraerme más. Iba viendo los escaparates de algunas tiendas cuando desde un gran cristal del otro lado de la calle me fijé en que una chica rubia me hacía señas. Probablemente no era a mí, pero me acerqué extrañada para verla y efectivamente me indicaba que entrara. Miré hacia arriba del gran cristal y un letrero luminoso decía "Sex-Shop".

Me ruboricé un poco pero pensé que si tenía que ser lanzada podría empezar ya. Entré. La estancia no estaba tan iluminada como parecía, un señor de bigote estaba apoyado en la barra de venta, debía ser el dueño. Al otro lado estaba la chica rubia de pelo corto y liso que iba vestida con menos ropa de lo que me pareció desde afuera.

  • "¿Puedo hacerte una pregunta personal?" – me abordó la chica

  • "No sé..." – respondí poco dispuesta

  • "Bueno, es muy personal, yo la hago, si no quieres no la respondas pero te necesito… a ver… a la hora de follar, y perdón por la expresión, no sé si te molestará aunque pareces una chica joven y liberal… " – me tocó una mejilla dándome confianza – "…bueno, a lo que iba, ¿disfrutas más con una polla pequeña o una grande?" – preguntó muy natural y yo no acerté a decir nada, me encogí de hombro y permanecí callada y un poco vergonzosa a la vez que sonriente.

  • "Ves, me debes veinte pavos" – dijo el señor del bigote tras diez segundos – "te dije que una desconocida no respondería, jaja" – rió triunfante

  • "Niña, tenías que haber dicho algo, me has hecho perder veinte pavos" – dijo mientras le daba veinte euros al tipo. Me dio un poco de rabia por mi vergüenza y por el señor estúpido aquel

  • "Con una lengua de chica" – debía ser el ambiente la tensión o la pequeña rabia que sentí, el caso es que aún no sé como dije aquello. Los dos me miraron como sorprendidos.

  • "Eso se merece que me los devuelvas" – dijo ella mientras recuperaba rápidamente su billete. Los dos rieron y ella me acarició el pelo y sonreí – "Por cierto, me llamo Yurema" – me dio dos besos y le dije mi nombre – "Ya me caes bien, y aunque este sea el dueño te invito gratis a mi show, me quedan quince minutos y me voy a casita ¿te gustaría verme?" – preguntó a la vez que levantaba un poco el sostén enseñándome un pezón y guiñándome un ojo.

La verdad es que aquella chica estaba para verla y mucho más a pesar de que tendría sobre unos treinta quizá. Además vi unos cuantos señores al fondo como esperándola. No tenía prisa pero le dije que prefería no irme a casa nerviosa. Se rió mucho con lo que dije, pero me insistió que al menos por favor la esperara que quería invitarme a algo, pero decidí que era mejor ir a casa. Aunque me transmitía buenas sensaciones, no la conocía y se hacía tarde. Realmente me fui a casa arrepintiéndome de si habría perdido un rato agradable, una amiga o algo más.

Martes. Sorprendentemente cuando llegué al bar Sara me puso una llave encima de la barra – "Esta es la llave del bar" – me dijo, y me explicó que hacía tiempo que ella y su marido tenían ganas de unos días juntos y ahora que estaba yo iban a aprovechar para irse con otra pareja hasta el fin de semana. Todo esto si me atrevía a responsabilizarme del bar, y si yo no quería, pues lo cerrarían hasta el domingo. No sabía que hacer, me halagaba tanta confianza pero finalmente decidí que era demasiada responsabilidad para mi todavía.

Casi al final de la tarde, poco antes de irme del bar llegó Yurema a una mesa. Ya no había gente. Me saludó y me senté un poco con ella invitándola a un café. Charlamos un rato de lo tonto que había sido el día que nos conocimos y de cosas varias sin importancia hasta que le confesé mi timidez y que me gustaba una chica. La conversación se animó, me contó como hacía ella para superar su timidez y como afrontaba ella esas situaciones. Me ayudó mucho hablar con ella me sentí más lanzada que nunca para lo que me propusiera. Aquella showgirl era una auténtica filosofa perdida en el desconocimiento de la gente. Una gran mujer.

Dormí más de la cuenta el miércoles y como el bar estaba cerrado me aburría. Decidí visitar el sex-shop de nuevo por si la veía. Allí estaba Yurema, aunque bastante ocupada con los shows, tuvo un ratito para mí y sin que la viera el jefe me regalo un par de juguetitos de goma y me hizo prometer que los usaría con la chica esa que me gustaba. Así lo hice, era ahora o nunca. Me sentía bien conmigo misma. Más tarde fui a casa de Himaru, hablamos de lo bien que se lo pasó con la chica aquella y que no sabía si la volvería a ver. Quedamos para la noche del jueves ir al "Nice Girl" que abría pero nunca habíamos ido jueves.

Jueves. Tenía que ser mi día. Tenía que me mentalizarme. Llegó la noche y Himaru pasó por mi casa para ir al pub. La noche parecía cálida pero el aire corría más frío que de costumbre. Llegamos a buena hora, con buen ambiente y sorprendentemente más lleno que un sábado habitual ¿cómo podía haber tanta gente un jueves?

Allí estábamos media noche en la barra Himaru y yo. Himaru observaba a todas y yo solo a una. Al otro lado de la barra Carol con sus rizos castaños, sus ojos de gata y esa camiseta de brillantina que me entusiasmaba y apunto de terminar su turno, pero algo pasaba. La chica morena de labios fresa de la otra vez hablaba con ella y Carol parecía triste. Las interrumpí para pedirle algo de beber, pero como siempre ni se fijó en mí. Pronto salió de la barra y se fue a la pista con esa chica. Seguía cabizbaja cuando la chica morena le dio un beso corto en los labios y se animó.

Mierda! Quizá eran novias o algo parecido. Le dije a Himaru que fuéramos a la pista que allí habría más donde mirar. Himaru aceptó pero no es encontraba contenta porque no sabía nada de su amiga y no había venido. Carol estaba bailando con la morena, las dos muy sensuales. Himaru y yo las mirábamos. Al poco tiempo bajó de los privados una chica muy guapa con trencitas que parecía brasileña y se llevó de la mano y con un beso a la chica morena. Carol se quedó bailando sola y Himaru me dio un pequeño empujón hacia ella y tropezamos y nos sonreímos. Me había sonreído! Y estaba bailando a su lado sin saber que decirle.

  • "¿Ya terminó tu turno en la barra?" – pregunté pensado que tenía que ser más lanzada, tenía que ser más lanzada, tenía que ser más lanzada… por Himaru, por Yurema y sobretodo por mi

  • "Sí, quien quiera algo tendrá que pedírselo a la otra" – me sonrió

  • "Que pena…" – dije aventurándome

  • "¿Qué pena? ¿Por qué?" – dijo riendo y volteando la cabeza como extrañada

  • "Me gustas más tú" – intentaba no pensar en lo que me salía porque sino no lo diría

  • "Oh! Vaya, gracias" – sonrió de nuevo y se puso a bailar delante de mi

  • "Pues vamos a la barra que te invito aunque no sea mi turno" – acepté mientras veía como Himaru me asentía con la cabeza. Llegamos a la barra y se metió dentro

  • "Te serviré solo a ti especialmente" – y sus ojos de gata hirieron mi corazón como nunca.

Volvió a salir de la barra y bailábamos allí una delante de la otra sin tocarnos. No sabía que me había puesto de beber pero sabía muy fuerte. Me dijo que era un afrodisíaco y me reí agusto. No había dejado de reírme cuando ella se puso más sensual con el baile al tiempo que una de sus manos se pegaba a mi culo. Decidí cogerla de la cintura y acercarme. Sus rizos se acercaron aún más a mi cara y sus labios dejaron escapar unas palabras cerca de mi oreja – "¿Yo te gusto?" – nos miramos fijamente y antes de que le contestara me mordió el labio suavemente y me volvió a mirar – "Mucho" – dije. Inmediatamente me llevó de la mano hasta la puerta de salida.

No sé si lo decidimos pero ya estábamos en mi casa y empezamos a besarnos allí mismo en cuanto cerré la puerta. Nuestras bocas se comían con ansia y sus labios se apartaban deslizándose sobre mi lengua atrapada. Mis dientes mordían su labio inferior haciendo que se exaltará y presionara más mis pechos. Nuestras piernas entrelazadas buscaban el roce de ambos sexos por encima de la ropa y no podíamos parar, pero lo hicimos.

Fuimos hasta mi cama. Por el corredor, hasta mi habitación ella se despojó de su camiseta brillante mostrando unos senos erizados y pequeños como los míos. Se tiró sobre mí y me dejé hacer. Mi camiseta voló hacia atrás junto a mi sujetador. Su boca lamía mis pechos como si estuvieran hechos de mantequilla. Atrapé sus rizos con mis manos y acaricié su cara. Me mordió los pezones y me besó con locura. Nos quedamos de lado volviendo a entrelazar las piernas rozándonos sin parar.

Pronto empezó a quitarse los pantalones dejando ver un tanga rojo extremadamente sexy. Yo aproveché para arrodillarme apoderándome de su cadera y mordiendo su tanga. Primero mi mano acarició su sexo por encima de aquel rojo pasión y luego deslizó poco a poco aquella tela semitransparente. Carol abrazó mi cabeza entre sus pechos, chupé una de sus tetas, al tiempo entonces metí mis dedos en la humedad de su cueva rasurada. Lanzó un gemido y me susurró – "quiero que seas mía" – volteándome hacia atrás.

Mis pantalones y mis braguitas desaparecieron rápidamente y un suspiro escapó de mi boca adivinando las caricias de su lengua que se adentraban entre mis piernas. La misma lengua que recorrió el camino a través de mi ombligo, mis pechos y mi cuello hasta llegar a mis labios deseosos. La misma lengua que jugaba con la mía aumentando el poder de sus dedos jugando en la entrada de mi vagina. Estábamos calientes de verdad, y empezamos un vaivén de movimientos en el que nuestras bocas no dejaban de buscarse y mi sexo deseaba ser penetrado por sus dedos más y más.

Recordé algo y solo esa emoción fue capaz de detener aquellos movimientos. Alcancé de un cajón los regalos que me había dado Yurema. Un vibrador, un pene de látex bastante grande con otra punta para el ano y otro más largo de dos cabezas con el que más tarde nos penetraríamos las dos a la vez. Jugamos toda la noche con aquello y fue increíble. Desde entonces nos unimos mucho a pesar de que me confesó que a ella le había gustado siempre aquella chica morena de labios fresa, pero pronto se fue a Italia con otra y eso ayudó a que Carol y yo iniciáramos una relación más fuerte e increíblemente difícil de romper a pesar de nuestros altibajos. Carol era maravillosa y ahora la deseaba cada día más.