Magreada y desnuda

Quiero cumplir una fantasía y ha llegado el día. Mi marido es ajeno a todo. Quiero conducir medio desnuda y que un extraño me toque o incluso ir más allá. ¿Lo lograré?

Me llamo Cris y nunca había hecho nada similar.

Estaba nerviosa y excitada al mismo tiempo.

Había visto un vídeo porno en internet, donde una mujer había hecho lo que yo deseaba hacer. Reconozco que me toqué viéndola. No era uno de esos vídeos producidos, hechos por una actriz porno. No.

Ella era como yo, de mi edad, mayor de cuarenta, con un cuerpo parecido al mío, supongo que me sentí reflejada a la par que muy estimulada por lo que estaba viendo.

Se dedicaba a dar vueltas con el coche, llevaba una camiseta de tirantes, sin sujetador y un pantalón corto, muy holgado de la pernera y subido. Lo había descorrido hacia un lado para que su coño quedara expuesto.

Solo de pensarlo ya me humedecía.

Me miré al espejo.

Había dejado mi pelo rubio, liso suelto. Yo había optado por un mono cruzado de tirantes, color crema, muy veraniego. Para lo que pretendía era ideal, había hecho pruebas frente al espejo. Los pezones se me transparentaban y el roce me los ponía duros.

Llevaba un maquillaje suave y mi piel estaba bronceada. Volví a mirarme por última vez antes de coger las llaves del coche.

—¡Cariño, voy al centro comercial, necesito algunas cosas! —exclamé para que mi marido me escuchara desde el salón.

—Vale, cielo, pásalo bien. Yo me marcharé en un rato al bar con Chema, conduce con cuidado.

Un ligero temblor me sacudió al oís su advertencia. Cuidado, sí, debería tenerlo.

Necesitaba experimentar la emoción que había perdido hacía demasiado tiempo. Llevábamos casados veinte años y se notaba el desgaste. La chispa estaba apagada. Yo necesitaba cosas que él no podía proporcionarme. Seguro que le horrorizaría si le confesaba mis fantasías más oscuras.

Llegué al garaje. Me monté en el coche y bajé el espejito para mirarme e infundirme confianza.

Respiré varias veces antes de descorrer la pernera del pantalón y ver mi sexo desnudo. Me acaricié y solté un jadeo. El corazón me iba a mil.

Me puse el cinturón y me aseguré de que los tirantes se me bajaban. Las aureolas de mis pezones asomaban por encima del escote. Una rotación de hombro y el tirante caería poniendo al descubierto uno de mis pechos llenos.

Estaba lista.

Encendí la radio, el motor y puse en marcha el coche.

La rampa de acceso de mi edificio a la calle hacía que tuviera que frenar al alcanzarla y esperar a que el tráfico me permitiera incorporarme.

En esos segundos los viandantes que pasaran por mi lado podrían verme, eso si a alguno le daba por asomarse a la ventanilla que llevaba bajada.

El ascenso hizo que mi vientre se contrajera.

Mis ojos oscuros miraron al frente cuando el portón se abrió y salí a la calle.

Mi respiración era errática. ¿Y si algún vecino me veía? ¿Qué pensaría?

No pude mirar. Me daba demasiado apuro. No supe si alguien me miró antes de incorporarme al tráfico, estaba demasiado sobrepasada por la situación. Necesitaba calmarme.

Conduje dedicando miraditas de soslayo. Todo el mundo parecía demasiado ocupado como para prestarme atención.

Esperé a que algún conductor de moto me echara un ojo, pero nada. No funcionaba. Claro que la mujer del vídeo paraba en una calle y pedía información. Así conseguía que la vieran bien, incluso que la sobaran, ese era el objetivo que me había marcado.

Seguí conduciendo y cogí una de las calles atestada de tráfico, con la esperanza de conseguir algún mirón que me hiciera sentir deseable, que no estaba haciendo el ridículo.

Una camioneta blanca, se puso a mi lado. Los dos frenamos porque el semáforo había cambiado de color. Seguí con la vista puesta al frente unos segundos. «No puedes seguir así», me dije. «El objetivo era ver si esta situación te excitaba, no estar muerta de miedo».

Me humedecí los labios. Y bajé un poco la barbilla para asegurarme que las aureolas seguían despuntando. Así era. Tenía la boca seca y demasiada curiosidad como para no girar la cabeza haciéndome la despistada.

Y entonces lo vi. Era un hombre que rondaría los treinta. Alzaba el cuello intentando ver más allá de lo que ofrecía. Desde su posición era imposible que viera mi entrepierna, solo mis tetas, que se endurecieron todavía más ante la mirada escrutadora. Me obligué a mirarlo esperando encontrar en sus ojos la respuesta a mi pregunta.

Fue entonces cuando levantó la vista y se encontró con la mía. Me dedicó una sonrisa cargada de intenciones, lo que me calentó por dentro. El semáforo cambió de color, al igual que mis mejillas y tuve que arrancar.

Era el pistoletazo de salida que necesitaba, la señal que iba buscando.

Seguí disfrutando de la conducción y de algunas miradas furtivas. Algunos copilotos me premiaron con gestos obscenos que me encendieron todavía más y me hicieron necesitar una mayor exposición.

Quería seguir poniéndome a prueba.

Llegué a un semáforo en la que un tipo estaba vendiendo pañuelos. Iba coche por coche ofreciéndolos. Me mordí el labio, era mi oportunidad. Se paró junto a mi puerta ofreciéndome un paquete, además de echar un buen vistazo a mi coño expuesto.

Parpadeó varias veces incrédulo. Me obligué a no cerrar las piernas.

—¿Cuánto es? —Le pregunté provocando que alzara la mirada y diera con mi escote. La bragueta de su pantalón se estaba inflamando.

—Un euro —murmuró. Le ofrecí una sonrisa y estiré el brazo para alcanzar el bolso. El tirante cayó y mi pecho emergió sin que hiciera nada para ocultarlo. Busqué la moneda y se la ofrecí sonriente.

Él no dejaba de mirarme el cuerpo.

—Eres lo más bonito que he visto en toda la mañana. —Mi sonrisa se hizo más amplia.

—Gracias. ¿Quieres tocar? —Creí que no me atrevería a pronunciar esas palabras.

—¿Puedo? —asentí.

Su mano de tacto áspero amasó mi pecho desnudo. Me pellizcó el pezón provocando un resoplido de placer. Los dientes blancos refulgieron en aquella piel chocolate. Y la mano fue a parar a mi coño. Friccionó los dedos y los empapó en mi jugo.

Un claxon interrumpió el momento. El semáforo había cambiado de color.

—Te-tengo que arrancar —murmuré con sus dedos hurgando en mi entrada—. Toma. Fui a darle el euro.

—A este invita la casa. —Lanzó el paquete al otro asiento y se llevó los dedos a la boca—. Vuelve cuando quieras. Otro golpe de claxon me sacó del embrujo. Pisé el acelerador con la teta fuera y volví a ser engullida por el tráfico, esta vez, sonriente.

Me había atrevido a ir más allá y había salido bien. Me sentía eufórica.

Conduje sin recolocar mi ropa. Ávida de muchas más atenciones. Quería seguir. Lo necesitaba. Me metí en un barrio alejado del mío. Y paré el coche. Mi ventanilla quedaba al lado de la acera.

Tenía que encontrar a alguien a quien preguntar. Ajusté un poco el tirante. Quería ser obvia pero no tanto. Mi pezón sobresalía, parecía ser fruto del despiste.

Vi a un chico que estaba corriendo. Sudaba, tenía un cuerpo atlético. Me recordó a mi marido antes de casarnos, antes de que se abandonara. Y decidí que sería él quien quería que me tocara.

—¡Disculpa! —exclamé cuando pasó por mi ventanilla. Él se detuvo en seco, apoyó las manos en la carrocería y miró dentro.

Era atractivo. Mucho. Le sonreí.

—Hola —me saludó.

—Ho-hola, perdona que te haya interrumpido la corrida —me sonrió—, quiero decir, la-la carrera.

—Te he entendido. ¿Qué necesitas? —insistió.

—Pues es que creo que me he perdido y no, no soy muy buena encontrando el camino.

—Vale, ¿dónde te dirigías? —Le di una dirección cualquiera, estaba cerca del colegio de mis hijos.

—Mmm, creo que eso queda al otro lado de la ciudad —resoplé y me pasé la mano en el pelo con preocupación, logrando que mi pecho se moviera y el escote se abriera para ofrecerle unas vistas más que específicas.

—Soy un desastre. Voy a llegar tarde.

—¿No tienes GPS? —preguntó. Lo miré de soslayo y vi que se estaba entreteniendo con mis tetas.

—No, soy un desastre —gimoteé—. Me he dejado el móvil en casa.

—Vaya, pues te coge bastante lejos.

—¿Y tú, no podrías indicarme? —pestañeé. Él se frotó la nuca y yo presioné el botón de mi cinturón de seguridad para soltarlo—. Por favor, es muy importante. Estoy dispuesta a hacerte lo que sea, para darte las gracias.

Giré el torso y permití que mi pecho saliera.

—Ufff, em, no sé cómo decirte esto pero... Se te ha salido una teta y hace rato que te estoy viendo todo el coño. —Miré su paquete y después a él sin recular.

—¿Y te gusta lo que ves? —Él estrechó la mirada.

—¿Estás ligando conmigo? —Negué.

—No, yo, bueno solo quería saber si te gusta.

—Estás muy buena. —Le sonreí.

—Tú también.

—¿En serio que te has perdido? Porque pareces estar buscando mucho más que una dirección —aclaró ronco.

—Bueno, te estaba buscando a ti. Para ser franca.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso?

—Pues que hoy he salido de casa con ganas de dejarme tocar por un extraño. ¿Quieres tocarme tú? —Él miró nervioso a un lado y a otro—. ¿Aquí?

—Si no te importa...

Pensaba que iba a negarse pero no fue así su mano entró en el vehículo y el pulgar entre mis labios. Lo chupé. Estaba salado.

—Eres muy puta. —El adjetivo me mojó.

—Lo soy —admití dejando que aquel dedo me follara la boca.

La mano bajó hasta mis tetas las sacó e introdujo la cabeza para lamerlas y morderlas. Jadeé con fuerza. Vivirlo era mucho mejor que verlo en un vídeo y tocarme con él.

Succionó uno de los pezones mientras magreaba mi otro pecho.

Tuve ganas de inclinar un poco el asiento. Lo hice para darle mejor acceso.

Los dedos que aprisionaban mi carne bajaron hasta mi coño. Los frotó y me abrí, dispuesta a aceptar todo lo que quisiera darme.

Dejé ir algunos quejidos cuando mi pelvis subió para darle un mayor acceso y los dedos me penetraron.

—Pero que zorra eres... —murmuró  mordiendo el pezón.

—Sí, lo-lo soy.

Comenzó a masturbarme con violencia. Yo me agarré  al respaldo y lo dejé hacer. Apenas podía mirar. No sabía si alguien estaba contemplándonos, de ser así creo que me habría excitado todavía más.

Los dedos entraban y salían. Mi coño chapoteaba y solo podía pedirle más, mucho más.

Se puso a frotar el clítoris con la base de la palma mientras me encajaba un tercer dedo. Buscó mi boca y me besó. Nuestras lenguas se enredaron con deseo. Mis aullidos de placer navegaban entre sus labios.

—Desnúdate.

Me dijo apartándose. Parpadeé ante la petición. Él había dejado de follarme y volvía a estar apoyado en la carrocería. Mirándome de un modo tan perverso que no pude negarme.

Me bajé el mono deseando que me pusiera al límite. Estaba desnuda, en la calle, en mi coche, mientras un desconocido me daba órdenes y me masturbaba.

—Eso es. Joder, estás muy buena...

—Gracias.

—Quiero que me la chupes —comentó dando la vuelta para ocupar el asiento del copiloto. Se bajó los pantalones y su polla emergió dispuesta—. Súbete al asiento, de rodillas y deja que tu culo y tu coño asomen por la ventanilla mientras me la comes.

—¿Y si nos denuncian? —pregunté temerosa.

—Nos correremos antes. Vamos, pon tu boca de zorra en mi rabo. Sé que te mueres de ganas.

Temerosa, me situé encima del asiento separé los labios y engullí la cabeza y el tronco. Estaba sudada, dura y deliciosa.

La mano masculina me aferró la cabeza para presionar contra su ingle y llegar al fondo de mi garganta.

Me dio una arcada.

—Controla, mámamela. —Quise decirle que no estaba acostumbrada, que mi marido no la tenía tan larga, ni tan gorda y que mucho menos me hacía engullirla de aquel modo. Pero no pude. Él seguía empujando mi cara y yo solo podía batallar para seguir respirando—. Puedes hacerlo mejor, zorra, vamos, ponle más ímpetu.

Quise decirle que me era imposible, que bastante estaba haciendo con no soltarle el desayuno, cuando noté un roce en mi trasero. Al principio pensé que se trataba de una alucinación, pero no.

—Mira. Tu culo tiene una visita... Adelante, no te cortes, esta puta tiene para ambos —Le escuché recitar mientras una mano hurgaba en mi humedad. Los dedos estaban fríos, eran delgados y algo callosos.

Volvía a excitarme. El no ver quién me estaba tocando me hacía querer más.

Fui adaptándome a la polla que me tomaba la garganta, a la par que los dedos misteriosos se pusieron a penetrarme.

Los jadeos quedaban opacados por los envites del corredor. Algo húmedo y caliente cayó en mi ano. ¿Me había escupido?

Supuse que sí al notar un dedo tanteando la entrada trasera.

No podía más del morbo. Estaba tan cachonda que moví la cadera para mostrar mi beneplácito.

—Has visto cómo le gusta, ¿abuelo? Pocas hembras habrás visto como esta.

¿Un hombre mayor? ¿Me estaba masturbando un anciano? La idea no me desagradó. Al contrario, incrementó el morbo que ya sentía de por sí.

Más baba en mi ojete y el dedo huesudo me penetró rotando.

—Putas así no hay en el barrio —respondió la voz que quedaba a mis espaldas—. A mí ya no se me levanta, pero me gusta tocar coños y culos como estos.

—Pues date un festival. Que a esta le encanta. Desde que has llegado me la chupa mejor.

Las manos masculinas aferraron mi melena con fuerza y tiró de mi cabeza con rudeza arriba y abajo. La palma de la mano del anciano abarcó todo mi sexo y se puso a frotar como un loco.

Quería gritar. Mi cuello se cerraba del gusto, sobre todo cuando el dedo salió del culo y fue sustituido por una lengua.

Resollé. Mamando sin piedad y me puse a temblar con los primeros espasmos del orgasmo que me constreñían por dentro.

—Se está corriendo —anunció el hombre mayor separando la lengua de mi culo para volver a penetrarme con los dedos.

—Me alegro porque yo voy a hacer lo mismo.

El chorro de semen caliente bajó por mi cuello mientras mi corrida hacía chapotear la mano del viejo. Nunca había eyaculado tan fuerte. Seguro que el asiento se estaba manchando. Ni tampoco me habían llenado la garganta de leche. Siempre me había dado mucho asco.

—Traga, puta —murmuró el corredor.

Lo hice, tragué y me seguí corriendo sin control hasta que empalmé el segundo orgasmo.

La polla flácida abandonó mi boca. Y el corredor hizo que me incorporara.

—Dale las gracias al abuelo.

Me di la vuelta y vi al hombre sonriente, debía rondar los ochenta años.

—Gracias —musité.

—Ven, acércate. —Lo hice. Bajó la cara y me comió las tetas con deleite. Después subió la cara y buscó mis labios. No le negué el beso, ni los posteriores pellizcos a mis pezones.

La puerta del copiloto se cerró. Y cuando el anciano dejó de besarme, vi que el primero de mis amantes había desaparecido del mismo modo en que había llegado.

—Me has alegrado la mañana, niña —sonrió el abuelo.

—Y usted a mí. Que pase un buen día. —Se separó un poco y asintió.

Yo fui a buscar el mono para vestirme,  palpé bajo mis pies sin éxito. Me di la vuelta y miré bajo el asiento por si se había colado. Nada. Miré en el suelo del vehículo asustada. No había rastro del mono, ni del bolso.

Miré a un lado y a otro asustada.

¿Cómo iba a volver a casa? Tenía que encontrar como fuera al corredor, estaba segura que él se los había llevado. ¿O había sido el anciano? Me quedaba poca gasolina y desnuda no podía presentarme a ninguna parte.

Oteé fuera del coche. No había nadie. Solo me quedaba conducir para ver si los encontraba. «¡Menuda idiota descuidada!», me reñí sin saber cómo iba a ingeniármela.


Espero que os haya gustado el relato de ficción y que os haya excitado.

Si queréis escribirme un mail y contarme qué os ha parecido podéis hacerlo.

Disfrutad de mis perversas historias.

Miau.