Magnolia

La mano de Alfredo e movía ahora un poco más rápido sobre se tronco completamente erecto y también su respiración se comenzaba a agitar un poco, las caderas de su tío subieron y bajaron levemente.

Magnolia se levantó en la madrugada pues la sed no la dejaba dormir, hacía mucho calor por esos día de verana en casa de su tío Alfredo; la chica se encontraba de vacaciones en casa de éste y apenas era su tercer día en la casa. Una casa grande, de dos pisos y bellamente decorada que se encontraba escondida en un fraccionamiento privado en las bellas playas del caribe mexicano. Las casas distaban una de la otra por varios cientos de metros y casi se perdían entre la abundante vegetación del lugar.

La chica al ser hija única era la consentida en la familia de Joel, hermano de Alfredo y ya que este último nunca pudo tener hijos con su mujer pues también trataban muy bien a Magnolia.

La bella jovencita despertó como a eso de las dos de la madrugada y salió de su habitación, aún medio adormilada camino descalza por el pasillo con suelo de mosaicos, comenzaba a bajar las escaleras cuando percibió la luz de la televisión parpadeando en el cuarto de recreo, sin prestar mucha atención y sabiendo que ya su tío o su tía se estaban desvelando ella se dirigió directamente hasta la cocina, abrió el refrigerador y sacó una de las botellas de agua, la destapó y comenzó a beber lentamente el refrescante líquido que bajaba por su garganta. Solo se bebió la mitad de la botellita y con ella en la mano regresó por donde había llegado. Iba a comenzar a subir las escaleras cuando de pronto cambió de idea.

Voy a ver quien se esta desvelando. – pensó.

Bajó su piel del primer escalón y se dirigió hasta el cuarto de recreó que se encontraba hasta el fondo de la sala y separado por una pared. El televisor se encontraba en la pared opuesta a la entrada y frente a este un cómodo y mullido sofá junto con dos sillones más a los costados.

Magnolia avanzó lentamente con su botellita en la mano y cruzó la sala, el reflejo del televisor crecía y apenas y se escuchaba algo de lo que estaban mirando, por fin el rectángulo de la puerta quedó a su alcance y apenas en el umbral la chica se quedó quieta, pasmada, no pudo dar un paso al interior.

Recostado en el sofá con la cabeza recargada en uno de los brazos del sillón y casi a la altura de la puerta se encontraba su tío Alfredo, estaba completamente desnudo, su cuerpo era iluminado por el resplandor de la pantalla y se le podía apreciar completamente. UN escalofrío recorrió el cuerpo de Magnolia que por unos segundos no pudo apartar la vista del fornido cuerpo ahí tendido.

Con su rostro completamente colorado ella se dio media vuela y subió corriendo la escalera, se metió en su habitación y procuró conciliar el sueño. Pero fue imposible, la imagen del cuerpo desnudo de su tía venía una y otra vez a su mente. Un calor cada vez más intenso subía por su vientre y comenzaba a invadir su cuerpo entero, su respiración se agitó un poco y su cuerpo comenzó a temblar levemente. Una, dos tres vueltas tratando de acomodarse pero no podía, se ahogaba, su corazón no se detenía.

Temblando Magnolia se levantó y salió de su habitación, bajó las escaleras y se dirigió nuevamente hasta donde se encontraba el cuarto de recreo. Su tío seguía mirando la televisión, estaba allí como antes lo había visto, desnudo completamente, tendido en el sofá. Por primera vez Magnolia puso atención en lo que su tío miraba, era la película de El Señor de los Anillos, las Dos Torres. Ya casi terminaba faltaban unos cinco minutos.

La joven entonces se preguntó que era lo que hacía allí, ¿Qué pasaría si su tío la descubría? Definitivamente no era bueno que se encontrara espiando a la gente, se decía. Seguía parada aun lado de la puerta mirando para el interior el cuerpo desnudo sobre el sofá; Tengo que subir a mi habitación o me descubrirá, se seguía diciendo pero no atinaba a mover ninguno de sus músculos.

Los títulos finales comenzaron a pasar en la pantalla y ella estaba a punto de retirarse cuando su tío de pronto cambió de canal con el control remoto, las imágenes ahora fueron completamente diferentes. En la pantalla se veía a una pareja haciendo el amor, era una película pornográfica. Su tío no se movió de su sitio y ella tampoco. Las imágenes eran más que explicitas, claramente ella podía ver en la pantalla de plasma como se sucedían las escenas de sexo y entonces después de unos minutos vio algo que no se había imaginado. El pene de su tío comenzaba a crecer y ahora se encontraba recostado sobre el vientre de él. Claramente desde su posición ella podía apreciar la gruesa cabeza y el largo tronco. De vez en cuando la verga saltaba y ella no perdía ahora detalle de eso. Nunca antes ella había tendido una visión semejante y a pesar de sus dieciocho años tampoco se había masturbado ni siquiera sabía que era eso. Ella asistía a un colegio de monjas y de esas cosas ni se hablaba y aunque algunas de sus amigas ya alguna vez le habían platicado algo al respecto, ella no las tomaba en cuenta, pues no estaba eso dentro de sus pensamientos. Ella era la niña consentida de su casa y vivía por así decirlo aislada del mundo que la podía dañar. Muy pocos amigos, la mayoría amigas y todas muy recatadas. A los amigos solo los veía los domingos en la iglesia y no pasaba de platicar cosas del coro al que asistían.

Ahora estaba allí, mirando, sin saber que era lo que estaba sucediendo. Vio como el pene de su tío seguía creciendo y como él de pronto comenzó a acariciarlo con su mano. Lo sobaba suavemente aún recargado sobre su vientre, luego lo atrapó entre sus dedos y comenzó a mover la mano arriba y abajo lentamente. La piel del tronco subía y bajaba junto con la mano, la cabeza rojiza se ocultaba y luego se mostraba cuando la piel iba para abajo. Magnolia no perdía detalle y sentía que su respiración se agitaba más y más a cada momento. Sintió también como su entrepierna se comenzaba a humedecer mucho más de la cuenta, antes había sentido algo parecido pero no tan intenso como ahora. Las bragas que traía puestas se comenzaron a humedecer poco a poco.

La mano de Alfredo e movía ahora un poco más rápido sobre se tronco completamente erecto y también su respiración se comenzaba a agitar un poco, las caderas de su tío subieron y bajaron levemente mientras se masturbaba y en cuestión de pocos minutos con un mudo gemido él comenzó a eyacular. Sorprendida Magnolia vio como un chorro de liquido blanco volaba alto y caía pesadamente sobre el estómago y el vientre de su tío, uno tras otro varios disparos de ese líquido salieron y en cada disparó la fuerza iba decreciendo hasta que las últimas gotas solamente salieron del pene y se escurrieron por el tronco hasta mojar la mano y los vellos rizados de su entrepierna, casi enseguida un intenso y excitante olor inundó la habitación y llegó hasta las fosas nasales de Magnolia. Ella se encontraba parada en el umbral de la puerta, si hubiera estirado su mano posiblemente hubiera podido tocar los cabellos de su tío, pero sentía vergüenza, no quería que la descubrieran. Alfredo se quedó tendido en el sofá respirando pesadamente y luego se incorporó. Inmediatamente Magnolia corrió detrás de la mesa del comedor que estaba al otro lado y se ocultó. Un par de minutos después la televisión se apagaba y su tío salía del cuarto de recreo, pasó por un lado del comedor donde ella se encontraba oculta y subió las escaleras, ella todavía se quedó unos minutos más esperando y luego se puso de pie. Las piernas le temblaban y le costó trabajo dar el primer paso. Entró en el cuarto de recreó y encendió la luz, miró al sofá y vio entonces algunas manchas de ese líquido que había brotado del pene de su tío, estaba todavía caliente cuando su dedo la tomó. La llevó hasta su rostro y la acercó a su nariz. Ese delicioso olor le llenó la mente. Lo estuvo olfateando unos segundos sintiendo como su corazón palpitaba con más fuerza, luego llevó el dedo a su boca y su lengua paladeó el néctar prohibido. Tenía un sabor extraño, entre dulce y salado, era un sabor fuerte, pero a la vez delicioso. Buscó otra gota y la recogió para llevarla a su boca. Esta vez el sabor era mucho mejor, buscó más pero ya no había. Vio el cesto de la basura en una esquina y allí había varios pañuelos arrugados con los que seguramente su tío se había limpiado. Sacó uno y lo desenvolvió, allí había un poco del néctar pero ya estaba muy absorbido por el papel, no pudo rescatar nada más.

Apagó la luz y subió a su habitación, se recostó sin dejar de ver las imágenes que minutos antes su tío le había obsequiado. Su corazón no cesaba de latir aceleradamente, su entrepierna le molestaba, algo no la hacía estar a gusto. Dudándolo un poco ella llevó su mano delicada hasta su entrepierna y la palpó por encima de la pijama y las bragas, al sentir su mano sobre su parte privada se apenó un poco con ella misma. Movió la mano levemente dándose un ligero masaje, la sensación de molestia disminuyó un poco, la sensación era extraña pero no molesta, todo lo contrario. La mano continuó sobre la zona meneándose lentamente, un calor inmenso comenzaba a llegar a su pecho. No, no bastaba, Magnolia retiró la mano y la metió debajo del pantalón de la pijama, tocó las bragas y deslizó su mano sobre su vulva. Pudo sentir debajo su enmarañada mata de vello y continuó su camino hasta sentir los pliegues de sus labios vaginales, sintió también la humedad en las bragas. Sobó nuevamente con lentitud, esta vez recorrió lentamente los labios de su vulva y la sensación fue mucho más agradable a cada segundo. La mano apretó con más fuerza sobre la ardiente área.

Magnolia abrió sus labios jalando el aire que ya le faltaba. La oscuridad en el cuarto era total y la timidez que experimentara en un principio ahora había desaparecido completamente. Su mano siguió masajeando cada vez más velozmente su entrepierna y de pronto sintió que algo grande, algo que no podía controlar la invadía.

¡Ahhh, Ohhh! – Gimió levemente.

Una intensa oleada de calor recorrió su cuerpo, su entrepierna se comenzó a hacer agua literalmente, sentía grandes cantidades de jugo que comenzaban a mojar sus bragas. Ya no había conciencia para detener lo que sucedía, siguió moviendo su mano sobre su ardiente panocha y no paró sino hasta que sintió que los jugos comenzaban a dejar de manar del interior, un nuevo olor llegó hasta su nariz, un olor intenso, su propio olor. Lentamente su mano comenzó a detenerse. Sudaba copiosamente y su respiración era ahora mucho más agitada que antes. En las yemas de los dedos pudo sentir la humedad que mojaba ya completamente la parte baja de sus bragas, todavía palpó un poco más entre sus piernas, volvió a sentir su mata de vello y liego retiró la mano. Instantes después se quedaba profundamente dormida.

Soñó a su tío, lo soñó desnudo, moviendo ese gran instrumento que tenía entre las piernas, vio cada una de las formas de su cuerpo, su cara, su cabello. Se masturbaba interminablemente frente a ella y ella se vio, también movía su mano como lo había hecho antes de quedarse dormida. En su sueño, juntos llegaban a ese delirante éxtasis, juntos jadeaban, juntos gemían, se sonreían y secretamente se adoraban.

Magnolia despertó en casi al amanecer, se sintió sucia y al levantar las colchas ese olor a sexo la invadió. Se levantó enteramente desvelada y fue hasta el cuarto de baño de la habitación. Se quitó el pantalón de la pijama y luego las bragas, se vio los vellos completamente embarrados, ya duros por el líquido seco que la noche anterior la había echo gozar intensamente. Se sintió avergonzada. Abrió la llave de la ducha y se metió a bañar, el agua estaba aun fría y su piel se erizó al contacto con esta. Se enjabonó entera, especialmente esa encrespada mata de bello entre sus piernas y luego se enjuagó. Salió, se secó y buscó otras bragas y otra pijama limpias, se las puso y volvió a la cama.

El día no fue como los otros, Magnolia se sentía mal. No solamente recordaba las escenas en la noche con su tío, sino que ahora había que agregar que ella se había tocado, había pecado y eso no estaba bien. Pero había algo sumamente preocupante, algo de lo que comenzaba a darse cuenta; al ver a su tío aparecer en la hora del desayuno se sintió plenamente atraída hacia él. Lo miró alelada, vio como su cuerpo se movía a cada paso que daba, las facciones de su cara, sus risas, el modo en que la trataba. Sí, Magnolia se estaba sintiendo enamorada por el hermano de su padre.

No era él un hombre feo, alto, fornido, musculoso sin llegar a ser un mastodonte de gimnasio. Y ahora, ella era consciente de que entre las piernas también tenía algo, algo inmenso y placentero. Únicamente eso fue motivo de que sus bragas se humedecieran nuevamente y ella lo notó. Pero esa mañana no fue posible separarse de su tío, después del desayuno lo tuvo que acompañar al poblado que estaba cerca, hicieron el súper y en cada roce, en cada instante ella no dejó de sentirse enamorada, inquieta y húmeda.

Por la tarde y para despejar un poco su mente Magnolia fue a la playa, estuvo dentro del mar bastante tiempo, pensaba en lo malo de sus emociones hacia su propio tío, en lo mal de su comportamiento al tocarse de esa forma la noche anterior. En lo que sentía, en los deseos que la quemaban. Definitivamente era algo malo, algo que la estaba haciendo sentir que el demonio estaba cerca. La asechaba, la miraba y lo más seguro era que la estaba tentando.

La noche comenzó a caer cuando ella todavía se encontraba en la playa, no queriendo tomó sus cosas y se dirigió hasta la casa, su tío y su tía estaban en la sala platicando, ella sintió un poco de celos al verlos juntos. Alfredo se puso de pie al verla y la invitó a sentarse con ellos, ella se acercó y al poco tiempo entre los tres jugaban a las cartas. Así se pasaron varias horas hasta que se dieron las once, todos se despidieron y subieron a sus habitaciones. Magnolia entró en su cuarto sintiendo las punzadas de su corazón acelerándose, pensando en que posiblemente su tío estaría de nuevo en el cuarto de recreo. Se metió al baño y se desnudó. Por primera vez en su vida se miró detenidamente al espejo, su rostro angelical, su cabello lacio color caoba cayendo pesadamente a sus espaldas, lacio. Sus ojos café, brillantes, vivos y frescos. Sus senos pequeños, sus aureolas y su pezón pequeño y puntiagudo. Bajó la mirada y apreció su plano abdomen, su piel se apreciaba suave, tersa, bien cuidada. Más abajo su mata de vello oscuro, crespa, formando un triangulito bien definido, sus piernas delgadas, suaves de piel blanca ya un poco bronceada por el sol. Inesperadamente dejó de mirarse y se metió a la ducha, se baño lentamente disfrutando del agua, luego de enjabonarse y cerrar la llave del agua se secó, se puso crema en todo el cuerpo y se comenzó a vestir. Sus bragas, esta vez en color rosa, se puso la camisa de la pijama y luego unos pantalones, rosa todo el conjunto. Se miró al espejo y se cepillo el cabello hasta dejarlo completamente desenredado. Se metió en la habitación y apagó las luces, se quedó recostada sobre la cabecera de la cama, mirando hacia la nada. Pensando.

Trató de dormir pero le fue imposible, tenía el oído atento para ver si su tío bajaba, nada, pasaron un par de horas y nada. Magnolia de levantó y salió al pasillo, su corazón ya estaba agitado. Bajó las escaleras pero esta vez todo se encontraba a oscuras. Ardiendo subió a su cuarto y se recostó, se tapó y trató de dormir, nada. Su cuerpo quería experimentar lo de la noche anterior. Buscó su entrepierna con la mano, palpó la pijama y se tocó, sintió su vulva abultada bajo la tela. Se sobó. No, no bastaba, metió la mano entre la pijama y las bragas, volvió a tocarse, mucho mejor. Movió su mano, arriba, abajo. Sintió un poco de placer y siguió moviendo la mano, se comenzaba a humedecer, sí, esto es lo que necesitaba. Siguió moviendo la mano y de pronto tocó un punto, algún lugar que hizo que ella gimiera y se quedó quieta. Volvió a buscar sobre las bragas ese punto pero no lo encontró, ¿En donde fue? Se preguntaba, tenía que descubrirlo, sacó la mano de su entrepierna, arqueó su cuerpo levantando las caderas y se bajó la pijama junto con las bragas hasta dejarlas en mitad de sus muslos, se deshizo también de las colchas y quedó libre para hacer su búsqueda. Temerosa acarició la mata de vello sobre sus labios vaginales y siguió bajando la mano, sintió su piel desnuda, nunca se había tocado ahí de esa forma, un escalofrío la recorrió.

Tocó los labios vaginales lentamente, el placer que sentía iba en aumento, con los dedos extendidos se palpó completa la vagina, subió y bajó. ¡Qué sensación! Su dedo medio se comenzó a introducir poco a poco entre los labios y la mano comenzó a moverse más de prisa y entonces de pronto...

¡Hooo! ¡Sí, aquí! – gimió con la voz devorada por la excitación.

El dedo había tocado la parte alta de su vulva, se concentró entonces en ese lugar y descubrió un pequeño botoncito ahí. Ese era el punto que había tocado, las sensaciones eran tan intensas que Magnolia perdió el sentido de la realidad, estaba en un mundo aparte. Su dedo giró una y otra ves en la parte alta de su panocha, los jugos comenzaron a inundar su vulva y en escasos minutos la jovencita estaba llegando al mismísimo Nirvana. Esto era la gloria. No paró de masturbarse, siguió moviendo su mano y sus dedos en su vulva, ahora con los labios abiertos y mojados. Su néctar mojaba ya las sábanas y elle seguía gozando, dos, tres orgasmos.

¡Tío, tío Alfredo, así... más! – se descubrió diciendo en el tercer orgasmo.

La chica quedó completamente satisfecha, extasiada por varios minutos, sudaba copiosamente y su panocha estaba completamente mojada. Poco a poco regresó a la realidad y se sintió sumamente apenada de su comportamiento.

El resto de las vacaciones la chica no volvió a ver a su tío en las noches, sufría intensamente cada noche después de masturbase también intensamente. La imagen de su tío no se borraba de su mente y hasta estuvo a punto de intentar seducirlo una de esas noches en que los dos se quedaron mirando la televisión a solas. Pero ya cuando lo tenía decidido su tío se despidió de ella y se fue a dormir. Esa noche ella se masturbó allí en el mismo sitió en el que su viera a su tío. Tenía la esperanza de que él bajara y la encontrara y la poseyera, pero nada de eso ocurrió.

Se terminaron sus vacaciones y Magnolia regresó a casa de sus padres, desde que llegó ellos la notaron extraña. Lo atribuyeron al cansancio del viaje y de las mismas vacaciones, pero pasaron varias semanas y el comportamiento de la chica siguió siendo el mismo. Procuraba estar sola, casi no llamaba a sus amigas como antes, bajaron un poco sus notas del colegio pero luego de tres meses las cosas parecieron volver a la normalidad.

Magnolia desde su llegada se masturbaba a cualquier hora del día en que tuviera oportunidad y luego por las noches en su cuarto hasta conseguir dos o tres orgasmos. Durante el día e sentía culpable pero esperaba ansiosa la tarde y las noches para poder dar rienda suelta a sus pasiones prohibidas. Pero un día decidió que no podía vivir así, sabía que estaba haciendo mal y que no iba a entrar al cielo si su comportamiento seguía de esa forma. Le costó mucho trabajo decidirlo pero no había más alternativa para salvar su alma.

Un viernes después de terminar las clases en el colegio, Magnolia fue a ver a la madre directora y le confesó que deseaba comulgar, le preguntó por algún sacerdote que ella le pudiera recomendar.

¡Justamente ahora nos está visitando el padre Fausto!" – dijo ella.

El sacerdote visitaba regularmente el convento para platicar con las encargadas de cómo iba la enseñanza y así mismo confesar a las monjas que lo desearan sin que ellas tuvieran que salir del local. La monja llamó a su asistente y le indicó que llevara a la chica con el sacerdote para que la confesara. Nerviosa por sus pecados la chica siguió a la monja que la conducía y en pocos minutos llegaron hasta la capilla del colegio. Salían las últimas monjas que habían acudido a la confesión. El sacerdote ya se estaba persignando para retirarse cuando la monja llegó con la chica.

Magnolia se esperó en la entrada de la capilla mientras que la monja se adelantaba para platicar unos instantes con el sacerdote. Desde que lo vio Magnolia sintió simpatía por el sacerdote, cosa que le facilitaría la confesión. Era un hombre alto, como de unos sesenta y cinco años, su sotana negra impecable y de sienes canas.

¡Adelante, hija! – dijo el sacerdote encaminándose hasta el confesionario.

La monja que la acompañaba se retiró y Magnolia nerviosa entró en el confesionario. Era el momento de limpiar su alma y ella lo sabía, sin pausar, con voz temblorosa la chica comenzó a platicar lo que sentía, por quien lo sentía y lo que había hecho. El sacerdote escuchaba en silencio.

Cuando terminó su relato ella se quedó callada esperando su penitencia, pero el sacerdote no dijo nada. Ella siguió esperando. Luego de unos minutos el sacerdote salió y la miró.

¡Hija! Tu pecado es muy grave... ¡Acompáñame!

Sí, padre. – dijo la chica tímidamente.

El sacerdote avanzó por uno de los pasillos laterales y llevó a la chica hasta una especie de oficina que se encontraba más adelante. La hizo entrar y cerró detrás de sí la puerta con un una aldaba,

¡Toma asiento, hija!

Magnolia se sentó frente al escritorio de fina caoba y esperó a que el sacerdote ocupara su lugar del otro lado, pero este en lugar de sentarse comenzó a caminar a sus espaldas. El cura comenzó a darle un buen sermón sobre lo que había escuchado, le dijo claro está que eso era pecado, un pecado grave y que al parecer la salvación de su alma no se encontraba simplemente en algunos Aves María y golpes de pecho. Magnolia sabía que esto seguramente sería de esta manera y no protestaba.

La chica sintió como el sacerdote se coloca justamente detrás de ella y ponía sus manos sobre sus hombros.

¡Lo que hiciste merece un castigo mucho mayor, hija!

Lo sé Padre.

Bien, voy a decirte ahora lo que va a suceder… Te voy a purificar el cuerpo, sé que es algo de lo que nunca te han hablado y seguramente se te hará un procedimiento poco usual… ahora te voy a preguntar algunas cosas para que todo quede bien claro. ¿De acuerdo?

Sí, Padre. – dijo Magnolia moviendo afirmativamente la cabeza.

Bien, entonces voy a comenzar… ¿Estás dispuesta a salvarte de las llamas del infierno?

Sí.

¿Vas a acatar todo lo que yo diga?

Sí.

Y ahora quiero que algo quede bien claro, lo que aquí suceda nadie haya afuera lo tiene que saber… ¿Está claro?

Sí, Padre, claro.

Bien entonces vamos a comenzar inmediatamente. ¡Ponte de pie!

Magnolia se levantó y se quedó mirando al alto sacerdote que estaba ahora frente a ella. El se acercó hasta donde estaba la joven y puso sus manos en sus hombros. Lentamente el comenzó a acariciarla, sus manos fueron descendiendo por sus brazos.

¡Date vuelta!

Magnolia se giró dándole la espalda y sintió como él comenzaba a zafar los botones de su uniforme escolar. Era un vestido de color negro, con tirantes grueso en los hombros y falda que caía hasta los tobillos, debajo una camisa de manga larga en color blanco. El suéter los traía en la mano y ya lo había dejando en la silla en la que estaba sentada hacía unos momentos.

Magnolia sintió una fuerte punzada en el corazón como la que experimentaba justamente cuando se masturbaba. El sacerdote notó el cambio en la respiración de la joven sabiendo que iba por buen camino. Terminó de desabotonar el vestido y jaló los anchos tirantes de lo hombros por los brazos. Lentamente el vestido fue cediendo y pronto se precipitó hasta el suelo. La chica quedó con la camisa blanca cubriendo las bragas, la falda alrededor de sus pies en el suelo. Traía el cabello sujeto por una liga haciendo una coleta gruesa.

¡Esto es lo solo el principio! ¡La purificación viene después!

Magnolia se dejó manipular por el sacerdote, no tenía la más mínima intención de detenerlo pues imaginaba lo que seguía a continuación. El alto hombre de sotana negra se puso frente a la chica y lentamente fue zafando los botones de la camisa, ella lo miraba nerviosa, completamente envuelta en la excitación que seguía creciendo en su interior. Terminó él de desabotonar la camisa y la abrió lentamente disfrutando del momento. Bajo el brasier se apreciaban un par de hermosos senos, pequeños pero firmes. La mirada siguió hasta encontrar las bragas blancas, debajo de ellas se apreciaba la oscura mata de vello.

El sacerdote llevó una de las manos hasta la vulva de la chica, palpando por encima de las bragas y moviéndola la mano de arriba para abajo, pero algo bruscamente. A pesar de esto Magnolia se encontraba excitada y se dejaba hacer sin intervenir. El hombre dejó de toquetear su vulva y apretó los senos de la jovencita, lo hizo sin mucho cuidado, apretó con fuerza lastimando un poco a la chica.

¡Veo que te gusta!

Sí.

Muy bien.

El sacerdote le desabrochó el brasier, los senos de la chica quedaron al desnudo y entonces él se dedico a amasarlos con las manos. Los pezones de la jovencita se endurecieron completamente con las manipulaciones del sacerdote. Después de eso el metió la mano bajo las bragas y palpó la exuberante mata de encrespado vello que se encontraba debajo. Bajó más la mano acariciando los labios vaginales de Magnolia que a estas alturas comenzaba a gemir levemente. La chica estaba completamente húmeda, los dedos del sacerdote rápidamente se deslizaron por la rajada y uno de ellos penetró levemente en su cálido interior. El dedo se movió levemente de arriba para abajo procurando abarcar toda la mojada panocha, la chica gimió al sentir como rozaban su clítoris. Notando el ligero brinco que diera Magnolia el sacerdote centró las caricias en esa parte de la vulva, una y otra vez el dedo comenzó a girar alrededor del botoncito que se comenzaba a erguir levemente. Las bragas estorbaban un poco los movimientos del sacerdote así que se separó unos segundos pero solo para bajar la estorbosa prenda de la chica. Vio por primera vez esa densa mata de vello y se hincó frente a ella. Su mano nuevamente regresó al lugar que había dejado y comenzó a hurgar en su parte alta. Al poner su dedo sobre el clítoris Magnolia se estremeció y sin más comenzó a venirse intensamente.

Sí… ¡Ho!... asiiií

Bien, hija… muy bien

El hombre dejó que ella terminara su orgasmo sin dejar de juguetear con su vagina. Luego le desanudó las agujetas de los zapatos negros y ella levantó los pies uno a uno para dejar que se los quitara, le quitó también las calcetas. Nuevamente se puso de pie quedando frente a la jovencita. Tomándola por la cintura la cargó y la sentó sobre el escritorio de caoba. El hombre se levantó la sotana negra y desabrochó su cinturón, zafó el broche del pantalón y abrió la cremallera, dejó que el pantalón cayera hasta sus rodillas. Se bajó los blancos calzoncillos igual a las rodillas y quedó al descubierto un pene duro, gordo y largo, su cabeza era grande y de un púrpura profundo.

¡Agárralo!

Le dijo a Magnolia. Ella sentada en la orilla del escritorio estiró su mano para tomar la pieza que se le ofrecía. Movió lentamente la piel del pene justo como había visto hacerlo a su tío. El sacerdote la dejó manipular su miembro varios minutos y luego la tomó por las rodillas abriéndole las piernas.

¡Llegó el momento de la purificación!

Ella se recargo hacia atrás apoyando sus manos en la pulida superficie, su vulva quedó expuesta en la orilla. Magnolia no dejó de mirar lo que iba a suceder. Él acercó su gruesa cabeza y la apoyó en los labios de la chica. Empujó lentamente y el ariete se abrió paso entre los labios de la chica, ella se tensó de pronto y apretó sus piernas.

¿Eres virgen?

¡Pues bien, aguanta!

Magnolia apretó los dientes y dejó que el le volviera a abrir las piernas. El sacerdote comenzó nuevamente a empujar su dura herramienta contra la vulva de la joven y sintió como comenzaba ella a temblar, unas lágrimas corrieron entonces por las mejillas blancas de la chica mientras seguía apretando sus labios para evitar que escapara de ellos un grito.

La membrana se había desgarrado y apenas un poco de sangre salió de entre los labios vaginales y se mezcló con los jugos que ya había allí. El duro ariete del sacerdote siguió avanzando lentamente, invadiendo el apretado interior de esa vagina ardiente que reclamaba sentirlo hasta el fondo. La chica cerró los ojos cuando sintió que la verga le llegaba hasta el fondo. Imagino entonces que era su tío el que la estaba haciendo experimentar todas esas sensaciones tan nuevas, tan intensas y aunque un poco dolorosas, satisfactorias. Magnolia sentía el calor que atravesaba sus entrañas, esa gruesa herramienta penetrándola profundamente, el sacerdote lentamente comenzó a bombear dentro del joven cuerpo de la chica.

¡Qué rico aprietas, linda!

¡Oh, sí!... Lo siento… Lo siento bien adentro.

El sacerdote siguió moviendo su herramienta dentro de la apretada vagina de la jovencita y con cada nueva fricción más jugos salían y mojaban la superficie del escritorio. Los vellos del hombre se enredaron con los de la chica en cada nueva y profunda penetración.

Magnolia mantenía los ojos cerrados imaginando que era su tío el que la penetraba y trataba de esa manera y no el viejo sacerdote. Él le estrujaba las deliciosas tetas, pellizcaba sus pezones y las amasaba. La chica se comenzaba a acercar a un nuevo orgasmo. Los gemidos aumentaron de intensidad y la vagina se comenzó a contraer, el pene del cura era estrangulado una y otra vez por los músculos de la vagina. Aceleró sus movimientos y en cuestión de segundos se comenzó a venir.

El esperma caliente del sacerdote comenzó a brotar dentro de la vagina, en lo más profundo. Magnolia sintió el calor que la invadía y entonces unos pocos segundos después también se comenzó a venir, la leche se mezcló con sus jugos y con las últimas embestidas fue saliendo lentamente, escurriendo por los pliegues vaginales y bajando perezosos por el ano, hasta depositarse sobre la plana superficie de madera en la que Magnolia se encontraba sentada. Todavía con la verga dentro de la panocha el hombre la miró a los ojos y le dijo:

¡Hija, ya estas purificada con el néctar de los santos!

¡Gracias padre, ha sido una verdadera experiencia! – dijo ella aun jadeando.

¡Recuerda! Nadie, más que tu y yo debemos de saber esto.

¡Lo sé, Padre! No se preocupe… ¿Solo una cosa?

¿Qué duda tienes, hija?

¿Cada cuando me debo de purificar?

Las veces que desees, hija. Sólo que me deberás avisar con un día de anticipación.

Así lo haré padre.

Magnolia se comenzó a vestir mientras que el sacerdote se subía los calzones y los pantalones, luego se arreglaba la sotana. Sacó de uno de los cajones una tarjeta y anotó algo detrás de está, luego se la dio a Magnolia. Ella vio en la tarjeta una dirección y supo que era la de la casa del sacerdote. Ya vestida se dirigió a la puerta y antes de salir se volvió hacia el Padre que estaba reposando en su sillón.

¡Lo llamaré, Padre! – dijo y salió.

FIN