Magdalena una bella historia
Entre el amor y el sexo solo hay sentimientos.
No quiero buscar una justificación a la hora de decidir por qué entré en determinada página personal hace ya algunos años. No hay que pensarlo demasiado, simplemente ocurrió. Detrás de esa página, su creadora, había dispuesto un libro de visitas que, como curioso que soy, visité para leer los comentarios.
Nada significante. Me gustaría saber que me impulsó a seguir entrando en esa página un día y otro. Por fin me decidí a escribir algo, llenarla de contenido aunque no tuviera una repercusión inmediata. Pero si la tuvo. Enseguida unas palabras de agradecimiento aparecieron en contestación a mi escrito.
El intercambio de los correos electrónicos nos permitía hablar, contarnos cosas cada vez más profundas y sinceras. Algo que me extrañó conociendo como es el mundo de internet. Esa relación fue tomando forma, hasta que por fin cierto día pusimos caras a esas formas.
Magdalena se presentó puntual a la cita que habíamos acordado. Me sorprendió gratamente su belleza. Esa era la parte superficial la que todo el mundo busca y la que impacta a primera vista, pero en Magdalena había algo más. Algo que no se puede ocultar por muy fuerte que sea el escudo que se quiera presentar. Su mirada la delataba, tierna, sensible y a la vez con carácter emprendedor. Eso no se puede ocultar.
Desde aquel primer encuentro se sucedieron más y cada vez con más frecuencia. Una noche de discoteca, otra de un pub en otro, cenas. Cada vez que nos veíamos surgía algo nuevo, algo diferente que me obligaba a seguir viéndola, seguir con ella. No sabía lo que podía durar esta relación, tampoco me lo planteaba, simplemente disfrutaba del momento, de su compañía, de sus comentarios con esa voz dulce que me dolía interrumpir aunque fuera simplemente para una aclaración.
Nunca tuve intención de ir más allá de la relación de amistad que nos había unido. Todo en la vida tiene un recorrido, lo busquemos o no. Sin embargo sus innumerables cualidades me empujaron cierto día a pensar en ella de otra manera.
Estaba en casa solo. Acababa de hablar con Magdalena por internet y había visto su cara a través de la webcam. La conversación había transcurrido como casi todos los días, pero en cierto momento, un comentario o una frase interpretada de forma diferente a la que se pretendía, hizo que el ambiente se caldeara, que buscara entre líneas algo que quizás ella no tenía intención de comentar o que tuvieran un sentido contrario al que yo pretendía encontrar.
Despertó en mí deseos hacia ella. Algo inesperado, fortuito a la vez que agradable y limpio. Me acosté con mi mente fugada hacia ella. Cerré los ojos. Allí estaba ella, mirándome. Levanté mis manos para poder acariciar su cara, rozar su piel con la yema de los dedos. Estaba inalcanzable.
El zumbido del despertador me devolvió a la realidad. El trabajo y la rutina no se despegaba de mí pero sabía que por la tarde volvería a estar con ella. Aunque el día fue largo, casi eterno, la vi donde habitualmente quedábamos para después ir a tomar algún aperitivo, cenar o cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza.
Esa noche estuvimos en un centro comercial. Después de cenar algo ligero, fuimos a un local especializado en cervezas. Allí pasamos un buen rato. Charlas, comentarios y su especial conocimiento de internet se convierte en el centro de conversación. Explicando con detalle cómo se puede construir una página web. Estaba atento a todas y cada una de sus palabras. Me gustaría saber que pasó por mi cabeza, mejor dicho sí lo sé. La oía pero no la escuchaba. Mi cabeza estaba con ella, pero en otra parte. Comenzaba a pensar en ella, o mejor dicho, la miraba de otra manera desde la conversación de la noche anterior.
Dejó de hablar. Bebió un sorbo de cerveza. Se levantó, se acercó hasta mi para agacharse y darme un suave y tierno beso en los labios. Aquello me dejó paralizado durante unos segundos. Tras de mí se perdió mientras me quedaba mirando mi copa, sin pensar nada, sin poder reaccionar ante tan maravillosa sorpresa.
Aquella inolvidable velada transcurrió sin más, es posible que no se llegue a entender, pero mi satisfacción fue tan amplia que me sentía un niño en el día de reyes. Pensando que aquello fue algo esporádico y que no habría más, descubrí que Magdalena era un cúmulo de sorpresas. Tres días después de aquel celestial beso voluntariamente inocente y tras escribirnos por el msn en línea con aquella noche, algo nuevo me deparaba en la nueva cita.
Ella en su coche, yo detrás de ella como me indicó, recorrimos las afueras de la ciudad hasta llegar al destino que había preparado sigilosamente. Llegamos a las puertas de un hotel. Ella aparcó el suyo en el reservado para los clientes.
Cogió las llaves de una habitación en recepción. Subimos las escaleras. La habitación dispuesta a ser testigo de lo que ella quisiera que pasara, tomó la iniciativa y yo la seguiría a su ritmo, sin imponer nada, sin obligar a nada, simplemente mi trabajo era seguir su sinfonía como músico al director.
Nos sentamos en el sofá que decoraba la entrada, junto a la cama. Allí charlamos con una luz tenue. Magdalena que me abrazaba sin decir nada, se incorpora para quitarme la camiseta dejándome el torso libre de obstáculos para pasear su mano sobre mi piel.
Ella decidía que hacer y en qué momento hacerlo. Cómo buen alumno obedecía sin mediar palabra, ni actos que interrumpieran su laborioso trabajo. Me limité a besarle en la boca, ella aceptaba y yo encantado de vivir esa experiencia con ella.
Magdalena seguía vestida, una camisa que dejaba entrever sus preciosos pechos, una falda que permitía ver unas piernas esculpidas cual mejor artista cubiertas por unas finas medias que le daban brillo y color excitante, zapatos de tacón bajo.
Se puso de pie. Me ayudó a levantarme extendiendo sus manos hacia las mías. Me abrazó por el cuello para besarme nuevamente en la boca y hacer que nuestras lenguas jugaran entre sí hasta saciarse.
Sus manos descendieron por mi espalda con la yema de los dedos marcando el recorrido hasta la cintura. La rodeo para soltar la hebilla del pantalón, el botón y bajar la cremallera. Así, permitió que cayera al suelo. Sus caricias no cesaron. Pasó sus manos por dentro del slip por detrás. Mi piel agradecida se mostraba suave a sus dedos. Recorrió el contorno de mis caderas sin llegar a tocar mi erecto miembro. Las paseaba para adelante y para atrás, deslizando la única prenda que me quedaba.
Quise desnudarla, pero no me lo permitió. Se movía a mi alrededor girando sobre mí a la vez que estudiaba mi cuerpo ya desnudo. En mis espaldas se detuvo. Me masajeaba desde el cuello hasta los pies. Sentí que se agachaba sin soltarme. La humedad de su lengua refrescaba por donde pasaba entreteniéndose entre la raja de mi trasero.
Llevé mis manos hacia atrás para tocarle la cabeza e impedir que se fuera de allí. Se puso de pie. Frotaba su cara a lo largo de mi columna. De pronto, siento como sus pechos liberados de las ataduras de sus prendas íntimas, roza mi espalda. Sus pezones se marcaban tras de mí con la calidez que solo ella sabía aportar.
Se había desnudado fuera del alcance de mi mirada haciendo que mis pensamientos volaran con tal velocidad que provocó que mi excitación creciera con la misma rapidez que ella de quitó la ropa.
Me vendó los ojos con un pañuelo de seda, me dio la vuelta para permitir que nuestros pechos se juntaran. Sentir su piel era algo que me dejaba extremadamente relajado y feliz.
Me llevó a la cama donde me tumbó con suavidad. Ella colocada a mi izquierda, hacía de mí lo que le apetecía. Sus caricias teñidas de elegancia me hacían sentir placer en cada milímetro por donde tocaba.
Llevé mis manos hasta su pelo, jugaba con esa pequeña melena por la nuca con suaves movimientos. Deslizaba mis dedos por su espalda haciendo que se estremeciera de vez en cuando. Mi insistencia es recorrer su desnudez tuvo por fin premio. Había conseguido excitarla, igual que ella a mí, con un protocolo de ternura y precisión.
Aun con los ojos vendados me giré hacia ella para conseguir que se tumbara sobre la cama colocándome encima. Conforme la besaba sin parar, ella me soltó el pañuelo de los ojos para permitirme contemplar su precioso cuerpo desnudo.
No pude resistirme a la tentación de recorrerlo con mis labios. El cuello fue el comienzo de mi andadura. Seguí despacio bajando hasta esconder mi cara entre sus pechos. Giraba la cabeza para mordisquear sus pezones consiguiendo que su excitación creciera tanto como ella había hecho conmigo.
Mi conformidad no se quedó allí. Seguí con mi camino más abajo. Me puse de rodillas en el suelo hasta que mi boca alcanzó su intimidad completamente depilada. Allí se encontraba ese apéndice que pedía jugar con mi lengua. Separé los labios vaginales para que me resultara más cómodo y fácil poder beberme su fogosidad que aumentaba a razón del movimiento de mi lengua.
Su profunda respiración delataba que estaba en el camino correcto hasta que un grito controlado de placer salió de su boca agradeciéndome mi pequeño esfuerzo. Quería más, su fogosidad había dado comienzo. Quería más y yo quería darle más. Me pidió que me pusiera a su altura para poder agarrar mi erecto y duro miembro. Lo tocaba, lo acariciaba, lo frotaba con tanta clase que parecía que me iba a estallar.
No tardó en ponerse encima de mi colocando su cara entre mis piernas dejando que su imberbe vagina se situara entre mis labios para continuar una labor que deseaba fuera interminable.
Sentía el calor de su boca en mi pene, su lengua jugando con la punta. Aquello tan maravilloso no debería acabar nunca. Llegamos los dos al orgasmo casi a la vez. Agotado del esfuerzo me acosté a su lado para continuar con una cascada de besos consiguiendo que mi erección continuara.
Ella se giró a la vez que me empujaba para ponerme encima. Abrió sus piernas dándome permiso para poder colocar mi pene entre sus húmedas piernas y facilitar su entrada en la vagina preparada para continuar con la escena mas maravillosa que puede haber entre hombre y mujer.
El calor de su cuerpo me estremecía. Comencé a marcar el ritmo que deseábamos. Entraba y salía de su vagina despacio sintiendo cada roce, cada movimiento. Aumenté la velocidad de forma controlada consiguiendo que el placer se adueñara de nosotros una vez más.
Magdalena alcanzó un nuevo orgasmo, aproveché su estado para ponerla boca abajo, le pedí que sus rodillas aguantaran su cuerpo para que desde mi posición pudiera humedecer su precioso trasero.
Me incorporé, llevé mi pene hacia el orificio preparado y poco a poco fui metiéndolo para no hacerle daño. Conseguí que entrara sin que pudiera haber queja alguna por su parte y empecé a moverme con suavidad al principio aumentando el ritmo de forma progresiva a la vez que con mi mano frotaba el clítoris aun sediento de placer.
En esta ocasión fui el primero en expulsar todo mi líquido seminal dentro de su trasero y cuando estaba a punto de terminar, ella manifestaba su satisfacción de la misma manera que lo había hecho antes.
Una noche para no olvidar jamás. El recuerdo de aquel encuentro es imborrable. Durante varios días después que no pudimos vernos, pude satisfacer mi recuerdo sobre la cama de mi habitación con los ojos cerrados.
Ahora mi sueño es volver a estar con ella. Ya no pido volver a repetir aquella noche, ya me conformo con estar desnudo delante de ella, que me mire y con eso solo sigo siendo feliz. Haberla conocido ha sido un lujo.