Magdalena, su padre y los demás. Parte 4.
Continuación de la orgía entre dos parejas compuestas por el padre y su hija, Magdalena, y el tío y su sobrina. Clara, la sobrina, experimentará su 1a doble penetración.
MAGDALENA, SU PADRE Y LOS DEMÁS. PARTE 4.
KLEIZER
1
Tras la orgía en la piscina, Magdalena y su padre, Enrique, y Clara y su tío, Diego, entraron en la cabaña campestre, en la que se dispuso la cena. Las chicas prepararon la cina y sirvieron y atendieron a sus machos portando tan sólo un delantal, uno negro con encaje blanco en el caso de la escultural y nívea Magdalena, y el de Clara era rosado con encaje blanco. Enrique y Diego, aún resoplando y agitados sus corazones debido a la tórrida faena narrada en el episodio precedente, a pesar de haber poseído en varias ocasiones pretéritas a aquellas dos beldades juveniles, seguían admirando sus cuerpos desnudos, casi perfectos, pues semejaban dos apsaras como las descritas en el Kamasutra.
Las chicas sonreían y coqueteaban con sus maridos fácticos mientras colocaban platos, escanciaban bebida, partían el jamón, etc. Magdalena era algo más alta que Clara, sus curvas más pronunciadas y turgentes, su piel blanca, sus pechos redondos y de ensueño, su cara era ovalada y sus ojos pardos levemente rasgados le habían valido el apodo cariñoso de “la China” que algunas de sus amistades empleaban para dirigirse a ella, más que todo en el ámbito universitario. Clara era, como ya se ha dicho, en comparación a su exuberante amiga y amante, más esbelta y atlética, sin embargo, sus curvas estaban bien dibujadas y su piel bronceada, dorada, junto a su cabello rubio y liso, más sus ojos azules, contrastaban con la belleza de Magdalena. La personalidad de Clara era más desenvuelta y liberal, o podría decirse que Magdalena –aún- no era tan pervertida o liberada sexualmente como su rubia y espléndida amiga.
Magdalena tomó asiento junto al tío de Clara, Enrique, en tanto que Clara acompañó a Enrique, padre de su mejor amiga. Para cuando se reunieron con sus hombres, ya se habían despojado de los delantales, por lo que, las cuatro personas allí reunidas estaban totalmente desnudas.
-¿Estuvo rica la cogida, verdad? –dijo Clara, súbitamente, tras haber conversado los cuatro sobre algunas trivialidades. Todos se rieron, y Magdalena pudo observar, cómo su amiga se arrimaba a su padre, acariciándole su miembro, besándose como noviecitos de colegio.
-Tengo curiosidad –dijo Diego, mientras acariciaba los suaves y tibios muslos de Magdalena, percibiendo cómo aquella belleza de veintidós años se estremecía ante su tacto-, de cómo empezaron Magda y tú, Quique, a tener sexo; en el caso de Clara y yo, nos criamos juntos prácticamente, coqueteábamos desde que ella estaba en el colegio, aunque hasta hace pocos meses decidí hacer mi jugada, cuando pude darme cuenta que era más puta que una gallina.
-Con tíos así, quién necesita enemigos –exclamó Clara, haciendo pucheros.
-Bueno –empezó Magdalena, cuya mano derecha acariciaba a su vez el pene de Diego-, mi padre, Enrique, empezó hace cierto tiempo a escribir relatos eróticos, más que todo de carácter de amor filial o incesto, casi todos narrando encuentros sexuales de padre e hija, una vez pude leerlos y observé que la descripción de la hija en todos esos escritos coincidía conmigo, incluso los nombres eran similares: Amanda, Amalia, Magda, Margarita, etc.
-Entonces decidiste hacer realidad lo que sólo era ficción –finalizó Enrique, con su voz grave.
-Sí, me calenté demasiado, esas fantasías sexuales que mi propio padre tenía conmigo fueron más que suficiente para excitarme tanto, y lo uno llevó a lo otro –prosiguió Magdalena, muy ruborizada, relamiéndose los labios sensualmente.
-¿Y yo no aparezco en esos relatos? –quiso saber Clara.
-Hace pocos días escribí y subí el relato en que se describe el trío que tuvimos, Clarita –le informó Enrique-, ha sido un éxito en Todorelatos.
Clara sonrió, su rostro lujurioso se iluminó y manifestó que moría de ganas para leerlo. Su tío Diego le facilitó su Ipad para que lo hiciera.
-Ahora que tocamos el tema de los relatos pornográficos –dijo Enrique-, entablé conversaciones a través de correo electrónico, con una lectora muy fanática de mis cuentos, su seudónimo es MamIncest. Ella afirma ser una madre que lleva casi un año comiendo con su propio hijo, que es menor de edad y aún asiste al colegio.
-¡Eso es tan caliente! –exclamó Clara, sin ningún ápice de pundonor-. Los hubieras invitado para que vinieran a coger con nosotros en este viaje.
-Esa es la idea, incluirlos en nuestro círculo, creo que esta semana saldré con ella a tomar un café, todavía necesito dorarle más la píldora- dijo Enrique.
-Sería tan rico que participaran más personas en estas orgías nuestras –dijo Clara, y acto seguido, inclinó su torso para meterse en la boca el pene grueso y enhiesto de Enrique, quien suspiró ante el grato y sorpresivo estímulo. Magdalena y Diego se besaron nuevamente, y poco después, Magdalena imitó a Clara y convidó una monumental mamada a Diego, dejándole su pija bien dura y mojada.
2
Clara estaba totalmente desnuda, tan sólo llevaba un collar de oro, un brazalete del mismo material rutilante en su muñeca derecha y un par de aretes de jade. Magdalena, Diego y Enrique, cada uno con un bote de lubricante, desde ángulos estratégicos, apretaba los botes para bañar a Clara con sus chorros, y el cuerpo de piel dorada de la atlética y curvilínea universitaria se veía espectacular. También sobró el lubricante para la preciosura llamada Magdalena, cuyas curvas resplandecieron con voluptuosidad inefable. Ella se había recogido su largo cabello ensortijado en una cola, pero aún así, el lubricante le adhirió su cabello a la piel de una manera muy excitante.
Clara se arrodilló en medio de aquellos dos hombres, y en primer lugar empezó a chupar el pene de su tío, succionándolo con lascivo frenesí, sujetándolo de la base, mientras pajeaba el grueso miembro del padre de su mejor amiga. Luego, Clara cambió de mástil y se la chupaba a Enrique, en tanto pajeaba a su tío. A veces, Clara acercaba ambos glandes hinchados para juntarlos con su lengua. Magdalena, arrodillada al lado del trío, se masturbaba violentamente. Diego le tomó la cabeza para que besara a Clara, cosa que Magdalena hizo para el deleite de aquellos dos hombres, los más suertudos del mundo.
Ahora las dos hermosas universitarias sujetaban los penes de sus machos, y mientras Clara chupaba uno, Magdalena engullía el otro, y así se alternaron, sin dejar de convidarse candentes besos con lengua cada tanto. Enrique y Diego estaban muy duros, y las chicas se esforzaban en devorar toda aquella carne, rezumando abundante saliva por las comisuras de sus provocativas bocas, que se mezclaba con el lubricante que las empapaba casi en su totalidad.
Clara se tendió entonces, y sus tres amantes volvieron a darle un nuevo baño de lubricante, el que regaban con sus manos. Clara gemía y se retorcía descontroladamente, mientras seis manos la acariciaban, extendiendo el lubricante, recorriendo su cuerpo bello y refulgente, a veces sobándole su concha, oprimiéndole sus pechos, metiéndole dedos en la boca para que la enajenada Clara los chupara o mordisqueara cariñosamente. Enrique le metió un dedo en el culo y Clara profirió una exclamación, arqueando su espalda de perfección pitagórica.
-Ahora te toca decidir quién te va a coger por delante y quién te va a culear –sentenció Magdalena, ansiosa por ver si su amiga Clara sería capaz de soportar que aquellos dos machos salvajes la traspasaran simultáneamente.
Clara sonrió, su rostro hermoso trastornado en una máscara de vicio y lujuria, sonriendo a sus dos maridos. Indicó a su tío para que se acostara. Clara se subió en él, y la verga de Diego, embadurnada de lubricante, desapareció con un plop en la vagina de su escultural sobrina, cuando ella se dejó caer. Clara gimió, risueña, cuando su vientre se unió al de su tío. Diego la atrajo contra él, para besarla y manosearla, mientras Enrique se acomodaba detrás de Clara, arrodillándose, aproximando su gruesa salchicha hacia el recto de la joven veinteañera.
Y mientras Magdalena besaba apasionadamente a Clara, y Diego se deleitaba chupando y apretando aquellos cuatro pechos divinos, Enrique se la dejó ir a Clara por el culo. La jovencita rubia se estremeció, aullando de puro placer, arrugando su bella carita. Enrique la tomó de los hombros y Diego la aferraba de los senos de oro. Clara apoyaba sus manos sobre el pecho terso de su tío. La iniciativa, podría decirse, la llevaba Enrique, pues su mete y saca definía la fricción que Clarita iba a gozar con su tío Diego.
-¡Qué delicia, estoy en el cielo! –exclamó ella, al borde del llanto, a punto de alcanzar un nivel de enajenación absoluta. Y así, Diego y Enrique brindaron su primera doble penetración a la fogosa Clara, mientras Magdalena, a cuatro patas, se hurgaba su sexo frenéticamente, besando a veces a Clara, a veces a Diego.
Los gritos de Clara llenaban la estancia, y sin duda, como ella misma lo había deseado, aquellos dos sementales la estaban haciendo berrear como a toda una cerda. Los senos de Clara bailoteaban vertiginosamente, resonando como aplausos, su faz muy enrojecida, sus ojos acuosos desorientados, literalmente embrutecida de gozo sexual y orgiástico.
-¡Qué rico, sabroso, cómo me tienen los dos! –gruñía Clara.
-Cambio –anunció Enrique, poniéndose de pie, pues ya le dolía la espalda de tanto puyar por el orto a la mejor amiga de su hija. Magdalena aprovechó para abalanzarse sobre el pene erecto y palpitante de su progenitor, sin importarle un bledo dónde había estado alojado instantes previos. Magdalena chupó alocadamente, mugiendo, estaba sumamente caliente después del espectáculo que había podido admirar en primera fila.
Cuando Diego se puso de pie, Clara se la mamó también, su cuerpo esbelto y exquisito temblando de pura ansia concupiscente, sobándole los testículos, abriendo su boca al máximo, anhelando comerse toda la carne que su tío tenía para ofrecerle. Las chicas se besaron ardorosamente, mientras Enrique se acostaba, con su considerable estilete bien duro y apuntando al techo. Clara procedió a sentarse sobre Enrique, clavándose muy despacio su órgano viril; Clara gemía y lloriqueaba suavemente mientras esa torre de carne iba ingresando en ella, hasta que su vientre rasurado se adhirió al de Enrique, velludo.
Clara cabalgó a Enrique, pifiando éste y gimiendo aquella. Magdalena, en el ínterin, hincada ante Diego, devoraba su mazo pétreo, también procurando hacerlo desaparecer en el interior de sus fauces aviesas, faltándole poco para lograrlo, es cuestión de práctica, se dijo, antes de liberar a Diego, y por un instante, un hilo de saliva unió el glande inflado con los labios carnosos de la joven universitaria. Luego, Diego se ubicó detrás de su preciosa sobrina, acomodó su verga y la penetró por el culo.
-Cómo le encanta que le den entre dos a la golosa de tu sobrina –dijo Enrique, manoseando los pechos de Clara, lisos a causa del aceite.
Clara gimió como los muertos vivientes de las películas, hasta que el vientre peludo de su tío se pegó a las nalgas perfectas de su sobrina. Entonces, Diego tomó la iniciativa, primero culeando lentamente a Clara, y cada embate la empalaba más en la palanca de Enrique. Magdalena tomó un recipiente plástico con lubricante y se dedicó a rociar la sustancia oleosa sobre su amiga de piel dorada, con sus ojos bien cerrados y su boca abierta, quejándose, disfrutando cada segundo, en que dos tiesas pingas la hacían vibrar desde su coño y su culo. A Magdalena le fascinaba especialmente, observar los pechos de su amiga, bamboleándose, chocando sonoramente entre ellos. Magdalena se apoyó en una pared cercana, y casi por instinto hizo lo que hizo, elevó su pie izquierdo hacia la boca de Clara, y ella, tan obcecada por las oleadas de placer que sus dos amantes le estaban obsequiando, sin pensárselo un instante, tomó el pie blanco como la nieve de Magdalena y se lo metió a la boca, chupándole los dedos, lamiéndolos, mientras mugía y gruñía como una endemoniada.
-Ya voy a acabar –espetó entonces Enrique. Clara aceleró los movimientos de su cadera, lo que estimuló bastante a su tío que la sodomizaba. Ella deseaba el semen de aquellos dos machos en su interior. Enrique, más madurito, fue el primero en eyacular, en las entrañas de la mejor amiga de su hija, coincidiendo con un espasmódico orgasmo de Clara, quien ya gritaba como aparición clamando venganza.
Diego se puso de pie, a punto de estallar, pero se dirigió a Magdalena, quien le succionó el miembro, siendo el segundo pincho de carne que paladeaba tras haber escudriñado el recto de Clarita. Diego anegó la boca de la muchacha de blanca piel con su leche hirviente, así como su cara de alabastro y sus pechos. Magdalena estaba a punto de tragarse, muy golosa, el manjar de Diego, pero decidió compartirlo con la trémula Clara, quien yacía tendida, desmoronada, resoplando pesadamente, sobre Enrique. Magdalena sostuvo la cabeza de Clara entre sus manos, y ante la atenta mirada de los dos exhaustos varones, dejó caer un fino chorrito de lefa hacia los labios de Clara, ella se relamió y finalmente abrió su boca; Magdalena demoró la transferencia de semen como pudo, y luego Clara volvió a pasárselo, y acto seguido, sorbió el esperma de su tío sobre el rostro y busto de Magdalena, y ésta se tragó el que almacenaba en su boca.
Magdalena limpió con su boca el pene semifláccido de su padre, y Clara hizo igual con su tío. “Necesito correrme también”, suplicó Magdalena, siendo Clara la única en condiciones suficientes para llevar a buen puerto dicha faena. Clara se acostó y Magdalena se sentó a horcajadas sobre la cara de su mejor amiga, empezó a masturbarse, auxiliada por la lengua tibia y aterciopelada de la rubia universitaria, quien poco después, aprovechando el diluvio de lubricante, le metió dos dedos en el trasero a Magdalena, retorciéndolos en su interior, hasta que la faz de Clara se vio bañada por los torrentes sexuales de Magdalena, que ululaba como fantasma encadenado.
Los cuatro participantes de la orgía descansaron, yaciendo en el piso alfombrado, respirando pesadamente, recuperando energías, muy satisfechos, en especial Clarita. Las chicas fueron las primeras en ir a ducharse, luego se metieron a la piscina, desnudas como estaban. Hacia las once de la noche, Clara se fue a dormir con Enrique y Magdalena con Diego.
3
La habitación estaba iluminada por las tonalidades azul oscuro del amanecer, cuando aún no termina de salir el sol, y el frío del bosque incluso penetraba debajo de las sábanas. Magdalena se despertó súbitamente, gritando, llevándose su mano derecha a la cara, antes de comprender que el tío de su mejor amiga le estaba regalando unos buenos días memorables con su boca y lengua justo en su vagina.
Magdalena hundió los dedos de su mano izquierda en el cabello de Diego, mientras intentaba ahogar sus gemidos, mamando y mordiendo los dedos de su diestra. Una mano de Diego le manoseaba y apretaba sus pechos y pezones, en tanto los dedos de la otra se revolvían dentro de su sexo, y el tembloroso y sensible clítoris de Magdalena se veía atrapado en los labios de su amante, y cada vez que Diego lo aspiraba, Magdalena arqueaba su espalda, jadeando, transportada a la dimensión de la lujuria ilimitada.
Diego ascendió hasta el ovalado y voluptuoso rostro de Magdalena, arrebolado ante el audaz estímulo matutino, y se besaron como enamorados de toda una vida. Diego la penetró y Magdalena cerró sus ojos, saboreando aquella erección muy sólida, haciéndola vibrar, traspasándola. Diego pasó sus brazos debajo de las blancas y sensuales piernas de la muchacha, y empezó a bombearla, sus carnes chocando como aplausos, Magdalena le rodeó el cuello con sus brazos de armiño, sus lenguas se juntaban mientras copulaban, justo como lo hacen en National Geographic, como animales.
Magdalena se estremecía cada vez que Diego se la dejaba ir toda, como si la pincharan con corrientes eléctricas. “Anoche no te cogimos, porque le dimos duro a la putísima de mi sobrina, pero ahora te toca a vos recibir verga”, le dijo Diego.
-Sí, tío, mi amor, dame verga, dámela –le replicó Magdalena, quien a duras penas podía abrir sus ojos, ofuscada como estaba del placer que le deba aquella polla tiesa, dura como piedra, cogiéndola como si fuera ese el último día sobre la Tierra.
Cambiaron de posición después. Magdalena se tendió sobre su costado izquierdo, y Diego hizo lo mismo detrás de ella. Con su diestra, Diego sujeto la pierna derecha de la joven, por debajo del rollizo muslo, y empezó a penetrarla de nueve. Magdalena echó su brazo derecho alrededor del cuello de Diego, y así podía besarlo al ladear su cabeza. Los jadeos y pujidos de Diego armonizaban con los lamentos de Magdalena, el choque vertiginoso de sus carnes, y el crujir del maderamen de la cama.
-Acuéstese, tío, quiero montarlo –le dijo Magdalena, aún ebria de la cogida mañanera, pero imitando la voz de una niña. Eso puso a mil a Diego, quien obedeció a la ninfa que se estaba comiendo ese amanecer sabatino. Magdalena lo flanqueó con sus dos piernas y se ensartó su verga hasta la base, y ambos amantes exclamaron al unísono. Magdalena dio inicio a una cabalgata frenética, la madera de la cama crujía más, así como ella misma lloriqueaba más, como si la estuvieran torturando en lugar de follando. Diego se aferraba de sus senos redondos y carnosos, lo que enloquecía a Magdalena, totalmente entregada a aquél hombre, sus caderas moviéndose en modo automático, embistiendo el tieso pene. Diego la abrazó y empezó a puyarla hasta eyacular muy adentro de ella. Magdalena se estremeció, amando el momento en que un macho la rellenaba con su semen caliente, corriéndose ella misma a su vez.
Magdalena y Diego permanecieron abrazados, besándose tiernamente, sudorosos, felices. En eso, escucharon unos alaridos provenientes de la habitación contigua, acompañados del crujir violento de unos tablones.
-Parece que no fui la única que tuvo huevos, chorizo y leche tibie como desayuno en la cama –bromeó Magdalena con Diego, antes que ella despareciera en medio de las sábanas para volver a tragarse el pene del tío de su amiga.
La fase tres del pacto en proceso de consumación.