Magdalena, su padre y los demás. Parte 3
Orgía de dos parejas, compuestas por una hija y su padre, y un tío y su sobrina. Ambas chicas son mejores amigas en la universidad.
MAGDALENA, SU PADRE Y LOS DEMÁS, PARTE 3.
Kleizer
1
Magdalena y Clara (lésbico)
La exuberante y voluptuosa diosa porno de cabellos rubios chillaba de puro placer glorioso, mientras sus dos amantes muy bien dotados, se la cogían por sus dos agujeros. Clara se relamía los labios mientras observaba el video para adultos, Magdalena se ruborizó pero tampoco despegó la vista de la netbook de su mejor amiga… con derechos.
El volumen estaba muy bajo, pero los gemidos de la actriz eran perfectamente audibles. Era de noche y las dos preciosas jovencitas universitarias estaban arropadas, muy juntas, viendo el video. Clara era más adicta al porno que Magdalena, pero tras las últimas experiencias, nuestra protagonista iba tomándole gusto, al mismo tiempo que le servían tales videos como fuentes de nuevas, retorcidas y lujuriosas ideas.
-Yo quiero que me ensarten así, Magda, entre dos machos –le confió la rubia y esbelta Clara, en un susurro, sonriendo y resplandeciendo de concupiscencia sus ojos color miel.- ¿No te llama la idea?
Magdalena volvió a ruborizarse antes de responder, “Sería algo rico de hacer, no puedo negarlo.”
Clara se rió de ella, “Deja de actuar como quinceañera, si eres más puta que mandada a hacer, te he visto tragando pija, recibiéndola por delante, por detrás, y no cualquier pija, sino la de mi tío y la de tu papi”. Magdalena pareció volverse un tomate debido al sonrojo, mientras Clara seguía riéndose suavemente.
-Tu papi y mi tío ya gozaron de nosotras dos, cada uno con las dos, ahora quiero yo estar con ellos dos, para que me den mi primer DP –siguió Clara, exponiendo su hilo de pensamiento original.
-¿Qué es un DP, Clarita?
-No te hagas la santurrona conmigo, comevergas, significa “double penetration”, o sea, penetración doble, tal y como se la están recetando a Phoenix Marie –explicó Clara, refiriéndose a la actriz porno-. Pronto cumpliré los 21, de regalo quiero las pijas bien tiesas de tu papá y mi tío haciéndome berrear como una cerda. Y sería tan caliente que también estuvieras ahí.
-¿Quieres que nos reunamos los cuatro?
Clara asintió, y añadió “Así podrás ver cómo me clavan por partida doble y se te animas, podrás pedir tu DP ahí mismo”, y Magdalena pudo sentir la febrilidad libidinosa subiendo desde su vientre hasta su cabeza coronada por su impresionante cabellera negra y ensortijada. Instintivamente, se llevó una de sus blancas y finas manos a su entrepierna, movimiento que no pasó desapercibido por Clara, quien depositó la netbook en su mesita de noche y acto seguido atrapó la cabeza de la escultural y curvilínea Magdalena para atraerla contra la suya. Las chicas se besaron, primero de manera dulce y dubitativa, y poco después, apasionadamente, despojándose de sus camisones y recorriéndose mutuamente con sus manos voraces, y también con sus bocas, labios y lenguas aviesas. Clara era mejor lamedora de conchas y pronto tenía a su merced a la diosa que tenía por amiga y amante; Magdalena, con su cara enrojecida de excitación sexual, se retorcía y gemía, apretándose los pechos, mordiéndose los dedos o aferrando la cabeza de Clara para que ella prosiguiera con sus lamidas sísmicas.
Clara procedió a prestar mayor atención con su boca al palpitante clítoris de Magdalena, y empezó a meterle un dedo, en primer lugar, luego dos y hasta tres dedos, causando que el sujeto pasivo de tales estímulos por poco perdiera la compostura y chillara a todo volumen, delatándose las dos como lesbianas ante toda la familia de Clara, pero a ésta, no pareció preocuparle esta posibilidad. “Clara, amor mío!”, exclamó Magdalena, tras arquear su espalda en súbito espasmo, cuando la sedosa lengua de su rubia y atlética amante descendió a su asterisco trasero, en medio de sus dos nalgas perfectas, enloqueciéndola con su beso negro. Clara, succionando el ano de Magdalena, ora chupándole el clítoris, empleando sus dedos, ya en su vagina o en su culo, pronto encontró su hermoso rostro salpicado con los néctares íntimos de Magdalena, quien tuvo que cubrirse la cara con una almohada para ahogar el grito que su repentino y violento orgasmo había causado.
Más tarde, Clara se acostó boca arriba, en tanto que Magdalena descendió hasta la entrepierna de su amiga de piel dorada, y empezó a comerle el coño. Clara gimió e iba instruyendo a Magdalena, cómo debía devorar su sexo, mamarle el clítoris, a veces le pedía que acelerara sus lengüetazos y por momentos le pedía que lo hiciera despacio. Magdalena posó las dos piernas divinas de su amiga sobre sus hombros y aunque Clara no lo pidiera, Magdalena decidió respetar el principio de reciprocidad, y procedió a obsequiar un apasionado beso negro; Clara lloriqueó fuera de sí, aparentemente su culo era más sensible que el de Magdalena, o simplemente Clara era más bulliciosa; Magdalena prosiguió comiéndole el culo, deduciendo que hacía bien su trabajo de acuerdo al aumento de los gemidos y sollozos de Clara, así como del modo en que se retorcía cual endemoniada en pleno exorcismo.
Finalmente, Magdalena usó sus dedos, en un veloz mete saca en la vagina de Clara, regalándole un orgasmo de orden. Las dos amigas amantes, bellísimas, yacieron juntas, resoplando, sudorosas, dándose tiernos besos, diciéndose lo putas que eran, o diciéndose lo mucho que se querían. Más tarde, durante la madrugada, se convidaron un portentoso 69, en el que Clara consiguió hacer que Magdalena se corriera en primer lugar, aunque poco después Clara fue correspondida.
2
Magdalena y Enrique (filial, oral)
Enrique yacía acostado en medio de su amplia cama, sus fornidos brazos detrás de su cabeza, su pecho recio y velludo expuesto, su pene tieso y bien ensalivado por su propia hija, la exuberante Magdalenta, cuyo cuerpo espléndido de apsara salida de las ilustraciones del Kamasutra y del Ananga Ranga, apenas iba cubierto con una tenue bata de color rosado suave y traslúcido. Magdalena estaba a cuatro patas, con su diestra sujetando la base de la gruesa y venosa pija que hacía veintidós años la había expulsado hacia los ovarios de su progenitora. Magdalena pajeaba el férreo y trémulo miembro de su padre, masajeándole los huevos, a veces lamiéndolos; ella mostraba mucha dedicación tragándose la espada de Enrique, quien gemía agradecido, excitadísimo, pues además de estar recibiendo una felación memorable de parte de una mujer bellísima, a tal hecho se añadía el morbo de saber que era su dulce y primoroso retoño.
Enrique había quedado sumamente encantado y complacido con el fabuloso trío que armó con su hija y con la mejor amiga de ella, la esbelta y sensacional valkiria, Clara, y ardía en deseos para volver a poseer a la calenturienta veinteañera. Enrique se estremecía mientras Magdalena usaba su aterciopelada y tibia lengua para acariciarle el hinchado glande, trazando círculos sobre él. Acto seguido, se despojo de la bata corta y usó sus senos redondos y generosos para atrapar entre ellos el órgano sexual de su progenitor y practicarle una paja rusa, como ella había aprendido que a Enrique podían volverlo loco.
-Clara quiere volver a acostarse contigo, papi –dijo Magdalena entonces, con su bello y lujurioso rostro enrojecido, muy caliente, mientras subía y bajaba su busto para convidar magno placer a su padre.
-Esa muchacha es muy bella, sabe que puede venir cuando lo desee –dijo Enrique, rememorando el aroma de Clara y su voz cuando se quejaba mientras él la penetraba.
-Pero también quiere que venga su tío Diego, ¿te he hablado de él, verdad? Ella quiere que se la cojan dos machos, por atrás y por delante al mismo tiempo –reveló Magdalena, quien aceleró sus movimientos, calentándose vertiginosamente, imaginando a su amiga empalada por aquellos dos hombres. Los pezones duros de Magdalena se frotaban contra el vientre plano de Enrique, estimulándola, incitándola a ir cada vez más rápido.
-¡Qué delicia, hija mía! Que venga cuando quiera, si esa zorra quiere dos pingas para ella sola, las tendrá. ¿Y a ti no te atrae la idea? Me gustaría mucho verte gozando con dos hombres –confesó Enrique, y Magdalena recordó el relato en el que su padre describía cómo ella era poseída por tres obreros, supo que él no mentía y que le daría mucho gusto verla traspasada por dos pijas, o tres o cuatro… el semen de Enrique le embadurnó la cara, tomándola por sorpresa, abrió su boquita para engullir algunos chorros finales, y así, con su cara cubierta de lefa tibia, limpió el pene vibrante de Enrique. Él se arrodilló resoplando, hincando a su hija frente a él, empezó a lamer su propia leche, reuniéndola en su boca para dársela en los labios a la escultural Magdalena. Hacer cum swapping con su progenitor casi la hacía perder la cabeza de pura febrilidad pecaminosa.
-Si te hace feliz verme o cogerme junto a otro varón, eso haré, sabes que no pienso negarme a nada que te haga feliz en la cama –y continuaron besándose, tan sólo hombre y mujer, habiendo superado cualquier tabú o barrera consuetudinaria o tradicional. Más tarde, hicieron el amor violentamente, y por segunda vez, Enrique rellenó a su hija como pavo de Navidad.
3
Magdalena, Clara, Enrique y Diego (filia, orgía, doble penetración, lubricante)
Entre Enrique y Diego alquilaron un chalet en las afueras de la ciudad, lejos de miradas indiscretas. El padre y su hija arribaron en primer lugar. Magdalena usaba un vestido de verano muy corto, con flores azules y blancas, que dejaba entrever el atrevido bikini color negro de dos piezas que llevaba puesto debajo de dicha prenda. Sobre sus pechos redondos y blancos, adornaban su cuello varios collares artesanales, dijes y souvenirs rurales. En el mismo estilo, usaba brazaletes y calzaba unas sandalias blancas, de tacones no muy pronunciados. Enrique, en cambio, usaba una camiseta sport negra, que acentuaba su figura fornida, y un pantalón casual color crema. Magdalena bajó un maletín en el que portaban los preservativos, botes de lubricante, mudadas extra y otros accesorios necesarios para la sesión de sexo grupal que habría de tener lugar en los próximos momentos. Enrique bajó de la camioneta una hielera y otras vituallas, bebidas, etc.
El chalet, en medio del bosque, contaba con su propia piscina, y a las cuatro y media de la tarde de aquél viernes, cuando ya el sol iba perdiendo potencia y su luz dotaba de un tono amarillento las nubes y las copas de los árboles, Magdalena se sacó el corto vestidito por sobre su cabeza, dejándolo colgado en una silla de jardín, se puso las gafas de sol para tenderse en un diván de estructura de madera y tiras de tela, junto al rectángulo de la piscina. Enrique admiró el espectáculo de la diosa que tenía por hija, antes de ir a la cocina a almacenar la carne, que sería el almuerzo del día siguiente. Primero cenarían ligero, mariscos, atún, quesos, vino, etc. pues el cuerpo tiende a amodorrarse tras una parrillada y no suele ser un momento propicio para actividades muy físicas, como, por ejemplo, coger.
Minutos después llegó Clara, en su Toyota Yaris rojo, el cual estacionó algo oculto entre los pinos. Se apeó muy sonriente, cargando un maletín del que asomaban dos botellas de Ron Botrán, el favorito de la esbelta rubia de perfectas líneas. Llevaba una calzoneta jeans muy corta, casi a media nalga, y una camiseta sin mangas color roja, muy escotada, convidando una visión sin igual de sus pechos bronceados y redondos cuando se despojó de la chaqueta jean. Besó en la boca a Enrique y le acarició el bulto en su pantalón, sin ningún ápice de pudor, luego se besaron con lengua. Cuando ella bajó hacia la piscina, para reunirse con su mejor amiga y amante, tan sólo llevaba puesto un bikini color rojo de dos piezas, que acentuaba su figura atlética, su piel dorada que parecía relucir ante el sol poniente, y hacía descollar su cabello rubio y corto, también con gafas de sol. Se inclinó para besar en la boca a Magdalena y le dijo que, mientras se quitaba la ropa, Enrique no dejó de manosearla ni de besarla.
Finalmente, llegó el tío de Clara, Diego, treintañero, en su camioneta. Acordaron acudir en distintos vehículos para disipar cualquier rumor en su familia, pues ya se tenían ciertas sospechas de la vida loca que gustaba a Clara. Llevaba una camiseta amarilla y una calzoneta de tela más holgada. Una barba áurea de unos tres o cuatro días, le confería un símil con un actor. También desempacó alcohol y bocadillos. Se dio la mano con Enrique, y luego besó a su sobrina, casi atragantándose ambos con sus respectivas lenguas. Diego debía tener cuidado, pues ya sólo faltaban algunas semanas para su boda. Pero ninguno de los presentes estaba interesado en sonsacar ese asunto. Magdalena se puso de pie y Diego la admiró, sin poder creer que aquella joven hermosura ya hubiera sido poseída por él una vez en aquél hotel, aquella noche inolvidable, en que su sobrina y amante le obsequió un trío con su preciosa mejor amiga. Diego rodeó a Magdalena de su fina cintura y le besó descaradamente, sobándole sus nalgas, hundiéndole su lengua muy dentro de su boca; Magdalena correspondió con pasión, rodeando el cuello de Diego con sus brazos finos y blancos.
Enrique y Clara intercambiaron miradas, ella se encogió de hombros, y la fabulosa veinteañera y el cuarentón se fundieron en un abrazo, besándose como amantes de toda la vida, Enrique apretando las nalgas doradas y expuestas de Clara, arrancándole gemidos de perra en celo. Enrique había planeado que cenaran primero, sin embargo, las chicas habían decidido cenar, pero no comida, sino verga, y eso era lo que iban a tener. Enrique vio cómo su hija se sentó en el diván mientras Diego avanzaba hacia ella, quitándose la camiseta y dejando caer la calzoneta. Magdalena, ni corta ni perezosa, y ya muy caliente, sin parar mientes en la presencia de su padre a tan sólo unos pasos de ellas, bajó ella misma el socado y diminuto bañador negro de Diego, y su pene emergió casi como un resorte, bien duro y largo. El rostro de Magdalena se ruborizó y plasmó una manifestación de alegría sin igual. Magdalena aferró el duro miembro del tío de su mejor amiga y se lo metió a la boca. Diego se llevó las manos a la cabeza, en tanto que la hermosa universitaria se tragaba su pene, mugiendo dichosa.
-Quítate la ropa, que te la quiero chupar, o prefieres ver a tu hija con su boca llena con la pinga de mi tío –le dijo Clara a Enrique, con sensual tono de puta. Clara ayudó a Enrique a desvestirse y con su ropa hizo un bulto en el suelo enlosado para ella posar sus rodillas y atragantarse con la verga del padre de su mejor amiga. Clara mugió satisfecha, clavando sus ojos azules en los de Enrique, cuya pija era un poco menos larga que la de Diego, pero sí más gruesa y venosa, ¿sería esa polla la que iba a escudriñarle el recto mientras montaba a su tío, o sería el estilete de Diego el que iba a sondearle las entrañas mientras cabalgaba al varonil padre de Magdalena?
Los dos hombres jadeaban jubilosos, mientras aquellas preciosuras de veinte y veintidós años les chupaban sus penes erectos. Magdalena gustaba más de usar su lengua sedosa y caliente, le gustaba sonreír al sujeto pasivo de sus felaciones, verlo a los ojos o admirar su rostro contraído de placer, en tanto que Clara era más fanática de la garganta profunda, intentando una y otra vez hacer desaparecer más verga dentro de su boca aviesa, manando abundante saliva y tosiendo a veces, pero Enrique aprendió rápidamente que eso era parte del placer de aquella apsara rubia y universitaria.
Entonces, Diego se inclinó para besar durante bastante rato a Magdalena, y desató el nudo del sostén de su bikini negro. Para cuando Diego se tendió sobre el diván con su pincho de carne muy duro y apuntando hacia el cielo que ahora presentaba matices rosados, Magdalena había hecho desaparecer el calzón de su bikini, únicamente con sus zarcillos, sus collares, brazaletes y sus sandalias blancas, así como sus gafas oscuras sobre su cabeza, y su cabellera salvaje y ensortijada atada a un gancho incrustado de joyas, acentuando así la finura de su cuello y la perfección de su espalda de ninfa. Magdalena se sentó a horcajadas sobre Diego, y muy despacio fue clavándose en su pene.
-¡Ay, qué rico, qué rico! –exclamaba ella, a medida que cada vez más carne iba ingresando en su coño empapado. Hasta que el vientre blanco y de lisa piel de la joven se topó con el pubis velludo del hombre. Magdalena apoyó sus dos pies a ambos lados del diván, en el suelo, y mientras Diego la aferraba de sus delicados antebrazos, la lujuriosa estudiante de derecho comenzó una cabalgata monumental, sus carnes chocando como aplausos, y los dos amantes, pronto tuvieron presente que se encontraban en medio de la nada y dieron rienda suelta a su pasión, gimiendo, aullando, diciéndose obscenidades a grito tendido.
No hace falta mencionar que dicho espectáculo tenía a mil a sus dos testigos: Clara y Enrique. Pusieron una tolla sobre una mesa de piedra, cerca de donde Magdalena y Diego estaban pisando furiosamente como conejos. Clara se acostó sobre la mesa, totalmente desnuda, sonriendo mientras el maduro Enrique la bañaba con lubricante, y luego usaba sus manos grandes y tibias para untarlo por todo el aurífero y fantástico cuerpo de Clara, quien empezó a gemir apenas sintió en su piel las manos del padre de su mejor amiga. Enrique se subió sobre ella, colocando sus piernas perfectas, esculpidas por la natación, el volleyball y el tae kwan do, sobre sus hombros, y su gruesa pija se hundió de golpe en la vagina de Clara. Ella se estremeció, chillando de placer.
-Papi –exclamó ella-, la tuya es la más gruesa y rica que he tenido –le manifestó, en un hilo de voz. Enrique la besó, sus lenguas retorciéndose, volviéndose un nudo, mordiéndose sus labios mutuamente, en tanto que el hombre iba poseyéndola, despacio en un inicio, para que las paredes de Clara se acostumbraran al gordo miembro que estaba explorando aquella cueva. Clara rodeó el recio cuello de su amante con sienes entrecanas, con sus brazos esbeltos y bronceados, lloriqueando contentísima, uniéndose el chocar de sus carnes con el de la otra pareja de amantes a pocos metros de distancia, prácticamente, entablándose una rivalidad de velocidad y exclamaciones.
Enrique se ponía más arrecho y caliente, viendo a escasos milímetros de su cara, el rostro de Clara, arrobada de felicidad y esfuerzo, sonriente, embobada. Enrique bajó las piernas de aquella princesa dorada de sus hombros, pero las mantuvo abiertas para que flanquearan su torso. Clara usó sus piernas para rodear la gruesa cintura de Enrique, quien volvió a metérsela de inmediato. La faena fue para reposar la espalda de Clara, y de esa manera podían besarse más. En eso, escucharon el sonido del agua chapoteando y vieron a Magdalena y a Diego, que se habían sumergido en la piscina y se abrazaban, hasta que Diego pudo metérsela a Magdalena, quien ya se había despojado de todos sus adornos y finalmente, estaba desnuda para Diego.
Enrique detuvo su cópula y sin decir nada a Clara, la tomó de la mano, se llevó la toalla y la extendió junto a una orilla de la piscina. Hizo que Clara se arrodillara, lo que aprovechó para volver a mamar el trozo enhiesto de su maduro amante y para lamerle y masajearle los huevos. Enrique hizo que Clara se pusiera a cuatro patas, con su rostro dirigido hacia las aguas, y él se hincó detrás de ella, chorreándola con más lubricante. Enrique le pasó el pene por los labios de su vagina, y Clara gimió muy feliz, pero en el último instante, aprovechando que tanto el orificio como el instrumento estaban empapados de lub, Enrique se la dejó ir por el culo. Clara se quejó, sorprendida, cuando la carne de Enrique se estrelló repentinamente contra sus nalgas. Los ojos de Clara se quedaron en blanco un instante, de puro gozo, y Enrique empezó a bombearla, sodomizándola sin piedad, las nalgas de la muchacha estremeciéndose, siendo recorridas por olas ante cada impacto, y esa sensación, esos golpes bestiales en sus glúteos, la hacía llorar enloquecida de placer.
Súbitamente, los lloriqueos de Clara enmudecieron de súbito. Magdalena se acercó a la orilla y ahora las dos universitarias lujuriosas se besaban apasionadamente, aferrándose de sus cabezas, de sus cuellos, abriendo al máximo sus bocas para devorarse mutuamente. Y en tanto Diego volvía a penetrar a Magdalena por atrás –pues para poder besar a Clara debía pararse de puntitas y dejaba su culo bien parada, lo que facilitó el ingreso de Diego a su concha-, Enrique enculaba a la belleza rubia. Las dos amigas iban quejándose más fuerte, sus caras arreboladas, al borde del llanto mientras aquellos machos les daban duro, cogiéndoselas como si el fin del mundo estuviera a unos pocos minutos de distancia. Clara se frotaba violentamente su clítoris, obcecada de concupiscencia, y sus bellos ojos perdieron el enfoque y se tornaron acuosos cuando le sobrevino el ansiado orgasmo, temblando su espléndido cuerpo. Enrique la tomó de una mano, haciéndola que se hincara, apuntando a su cara su miembro hinchado y enrojecido. Clara lo chupó sin detenerse a pensar dónde había estado alojado previamente, lo succionó como si se le fuera la vida en ello y al rugir Enrique, la boca de Clara rezumó leche caliente, misma que se apresuró a compartir con Magdalena, y así, las dos putitas paladearon el semen de Enrique. Diego se corrió adentro de Magdalena, quien se estremeció de pies a cabeza, con su orgasmo simultáneo.
Más tarde, a la luz de un candil (porque las velas eran apagados casi ipso facto por los vientos boscunos), y ya más abrigados, cenaban todos con vino y carnes suaves, quesos, aceitunas, etc. en la misma mesa de piedra donde menos de una hora antes, Enrique y Clara se sacaban chispas. Quizás todos lo tuvieron presente mientras cenaban, Magdalena bien apretujada con Diego y la sobrina de éste, la bella Clara, muy romántica con el progenitor de su mejor amiga. Apenas iban a ser las siete de la noche, aún quedaba mucho espacio de tiempo para satisfacer el audaz deseo de Clara: su primera penetración doble.
La etapa tercera del pacto va en proceso de consolidación.