Maestro particular (4)

Final con desvirgamiento asisitido.

los gritos y jadeos de las muchachitas fueron subiendo de tono y de volumen y a punto estaba yo de desatarme y sumarme a la vorágine cuando, entre tremendos estertores y convulsiones, ambas simultáneamente alcanzaron un clímax avasallador y quedaron inmóviles, respirando pesadamente y dejándome totalmente empalmado y desorientado a la vez

Transcurrieron unos minutos durante los cuales no supe qué hacer ni qué pensar. Los acontecimientos habían tomado un cariz inesperado para mí y allí estaba yo, confundido pero caliente como un tizón encendido, delante de dos muchachitas hermosas, desnuditas y entrelazadas, que me habían dado un espectáculo inolvidable, en nombre de "sabrá Dios qué" y que estaban logrando que dude de todo y de todos y que pierda, paulatinamente, la confianza en mí mismo que otrora me destacaba. ¿Qué iría a pasar, a partir de ahora, conmigo, con las niñas, con mi matrimonio… con mi vida en general?

Las jóvenes comenzaron, muy lentamente, a dar muestras de estar despiertas y, en eso, Marielita se levantó del sofá en que estaban acurrucadas e, irradiando el esplendor de su núbil desnudez, caminó hacia donde estaba yo, se sentó sobre mis piernas y, rodeándome el cuello con sus bracitos, atrajo mi cara hacia la suya y comenzó a darme besitos muy tiernos mientras me decía, entre mimosa y amante, - ¿te gustó lo que hicimos, mi amor?. Fue para mostrarte lo que nos había pasado en mi casa la otra noche; Romi me pidió que le demostrara lo que tu me habías hecho y terminamos así, como acabas de vernos –

Sus besitos fueron volviéndose besos, nuestras bocas se abrieron, nuestras lenguas se trenzaron y nuevamente la niña comenzó a restregarse contra la dureza de mi garrote. Sentí que perdía toda voluntad de resistirme y fui entregándome a la pasión naciente. Mi bata se había abierto y mi verga se había acomodado entre sus piernitas presionando contra la entrada de su cuevita que estaba empapada por sus jugos lubricantes mezclados con la saliva de su amiguita. Ella comenzó a mover su pelvis violentamente hacia adelante y hacia atrás, rozándomela con su vulvita mojada y yo sentí que me venía un orgasmo como pocos había tenido en mi vida, arrollador, tremendo; chorros de esperma espesa comenzaron a brotar de mi tronco durante un tiempo que se me hizo interminable

Mientras volvía en mí fui advirtiendo que Romina no había podido soportar el espectáculo y estaba frotándose furiosamente el clítoris con los deditos de su mano derecha hasta que, casi inmediatamente y con una expresión indefinida, emitió un gutural grito y se corrió nuevamente.

Permanecimos unos minutos en silencio e inmóviles hasta que Marielita se levantó y se encaminó al baño a limpiarse los restos de semen que habían quedado en sus piernas. Pensé que no tenía sentido cubrirme las partes expuestas pues todas las cartas parecían estar sobre la mesa de modo que permanecí quieto, como estaba, prácticamente seguro de que, a mi edad y luego de la gran intensidad del orgasmo que acababa de experimentar, ya no estaría en condiciones de proseguir con mi actividad amatoria. Nuevamente me equivoqué; Romina, que estaba mirando directamente a mi aparato sexual, me dijo: - no puedo creer que hayas metido eso tan enorme en Marie, ella era virgen y la habrías lastimado –

  • Pues sigue siendo virgen – repliqué, algo molesto por la intromisión de la pequeña en mis cosas privadas, tengo conciencia del tamaño de mis genitales y sé que sería muy difícil que cupieran dentro de Mariela…-

  • ¿Puedo probarlo? – me interrumpió – me gustaría saber cómo sabe la mezcla de ambos – y, acto seguido y sin esperar respuesta, se acercó a mí, se arrodilló sobre la alfombra y rodeó con sus carnosos labios mi verga, que por entonces, se encontraba en un estado de semi flaccidez. Con una maestría inesperable en una joven de esa edad, fue trabajando con su lengua una descomunal erección que yo ya no creía posible y, al cabo de unos instantes me dijo, medio atragantada: - por Dios, papito, ya no me cabe en la boca. Es mucho más grande y gruesa de lo que pude imaginarme, veamos si podemos instalarla en algún otro lado – y dicho eso se acomodó sobre mis piernas, con la suyas abiertas de par en par, y fue descendiendo, clavándose mi ariete en su vagina hasta que sentí sus labios mayores apoyándose contra mi pubis.

La sensación de esa carne caliente y prieta acariciando y oprimiendo mi masculinidad es algo muy difícil de definir pero, sorprendentemente, tenía yo una nueva erección descomunal y no supe explicarme cómo ese pequeño guante cálido y húmedo era capaz de albergar a un miembro de dimensiones tan considerables como el mío. De todos modos y dejando a un lado cualquier consideración adicional, lo cierto es que estaba llegando al borde del paroxismo y similar parecía ser la situación de la niña pues pegó sus labios a los míos y entabló una esgrima de lenguas, que parecía dejarnos sin aliento, mientras me abrazaba desesperadamente y me cabalgaba con más violencia cada vez. En ese momento hizo su aparición Marielita y, sin decir palabra, se trepó al respaldo del sillón y se puso a horcajadas sobre mi cara, de frente a Romina quien dejó de besarme para pasar a saborear la dulce boquita de su amiga mientras yo me deleitaba lamiendo y chupando su hinchado y erguido clítoris que ya parecía a punto de estallar.

  • ¡Me corrooooooooooo! – comenzó a gritar Romi sacudiendo violentamente su pelvis mientras apretaba mi verga descontroladamente con su vulvita.

Yo sentí que me venía un orgasmo tanto o más avasallador que el anterior y así se lo hice saber pero entonces la niña, que había ya culminado su éxtasis, detuvo su movimiento y exclamó: - ¡no, espera!, ¡no te corras todavía que quiero ver como la follas a ella! – dicho lo cual se desenvainó de mi garrote palpitante y le dijo a su amiguita: - ven, Marie, sigue tú –

  • ¡Pero… es muy grande! – protestó la niña, abriendo desmesuradamente los ojitos mientras contemplaba el instrumento que, hasta ahora, sólo había sentido pero nunca visto.

  • Ven, todo es cuestión de paciencia; lubricada ya estás suficientemente por tus jugos y la saliva de Luciano, yo te ayudaré – y fue recostándola en el sofá mientras volvía a lamer la exquisita y jugosa vulvita de su amiga. A la vez, tomó mi pene con su mano y comenzó a menearlo suavemente lo que me hizo gritarle: - ¡detente o me correré antes de comenzar, no olvides que me dejaste en las puertas del orgasmo! –

Marielita, quien, a juzgar por la manera de jadear y de abrir sus piernitas a más no poder, estaba en el séptimo cielo de la excitación, me miró con ojos desorbitados cuando advirtió que mi falo, guiado por la mano de Romy, iba aproximándose, lenta pero inexorablemente, a su vagina, - ¿va a dolerme mucho? – inquirió entre temerosa y ansiosa.

  • No te asustes, iremos haciéndolo suave y paulatinamente – le susurré – y, cuando sientas algo que no te agrade o que te moleste, me lo dices y me detengo. -

La niña cerró sus ojos y la boquita de Romina se apartó para dejar paso a la cabezota de mi barra, brillante y reluciente por todas las secreciones propias y ajenas. Apenas la apoyé sobre su conchita sin penetrarla para comenzar a deslizarla hacia arriba y hacia abajo, acariciando su inflamado clítoris en el movimiento ascendente e introduciéndola en su cuevita no más que uno o dos milímetros cada vez que regresaba. - ¡Me duele! – gritó y me detuve mientras su amiga la colmaba de mimos y besos por todo su rostro para luego meterle la lengua en lo más profundo de su garganta la vez que iba rozando, delicada y amorosamente con sus dedos, los pezoncitos hinchados de la pequeña debutante.

Me quedé quieto por unos instantes pero Marielita ya estaba perdiendo el control y, aparentemente, el fuego que crecía en sus entrañas era tan, pero tan intenso, que ella misma se encargó de empujar sus caderas contra mi hierro candente y, despacito, milímetro a milímetro, mi herramienta fue incrustándose en su lampiño chochito hasta que llegó a la membrana sagrada. Allí la muchacha hizo un pausa pero, cerrando sus ojitos nuevamente, pegó el empujón final y, acompañado por un grito de dolor, mi instrumento llegó a su destino.

Nuevamente nos quedamos inmóviles pero el trabajo de la boca y los dedos de Romi seguía rindiendo sus frutos y activando la pasión enardecida de mi alumnita quien, poco a poco, recomenzó a mover su pelvis en un vaivén cada vez más acompasado y profundo mientras yo, con el objetivo de darle suficiente tiempo a la culminación de su debut, debía hacer ingentes esfuerzos para no correrme por segunda vez en la tarde. Cuando supe que ya no podría contener mi orgasmo, la chavala, con una expresión salvaje en su carita angelical, apretó con fuerza sus piernas en torno a mi cintura y, entre gritos de pasión y paroxismo, comenzó a experimentar un orgasmo interminable y tuve la suerte enorme de que llegáramos juntos a la cima pues, en ese mismo instante, chorros de semen espeso y caliente comenzaron a fluir de mi mástil y a llenar la divina cavidad de la ex niña que ya se había convertido en mujer.