Maestro particular (3)

...entre grititos de placer y respiraciones entrecortadas por el furor sexual desatado, las dos niñas fueron acomodándose...

la niña pronunció unas palabras que me dejaron temblando de emoción y de miedo: - ¡quiero ser tuya para siempre! - ...

  • ¡Caramba! – pensé – ¡esto se pone cada vez más arriesgado! – y, mientras la púber se marchaba, me quedé meditando sobre la posibilidad de dar el asunto por finalizado y quedarme a solas con mis recuerdos (y con mi mano derecha), pero el destino no quería, aparentemente, que las cosas me resultaran tan simples

Por unos días no tuve noticias de Mariela y creí que todo había sido fruto de las circunstancias pero que, finalmente, ella había entrado en razón y había comprendido lo descabellado de nuestro idilio.

Parece que me equivoqué de medio a medio porque, en la mañana del siguiente martes, sonó mi teléfono móvil y nuevamente era ella, con su voz sonora y dulce, que me decía con tono de muy fingida inocencia: - tengo que hablarte de algo muy importante –

  • Dime – le respondí tratando de adivinar si era grave por el tono de su voz y así lo parecía, tanto que me alarmé más cuando dijo: - tiene que ser personalmente, ¿cuándo puedo ir a tu casa? -

  • Recién pasado mañana estaré solo – musité, temiendo que fuera el final de la relación pero deseándolo a la vez.

  • ¿A las 6 p.m.? – preguntó y le respondí afirmativamente.

El resto de ese día y todo el siguiente estuve nervioso, ansioso, ensayando respuestas para las posibles alternativas de su discurso y hasta dormí con bastante desasosiego. En las escuela anduve distraído y no rendí lo que me gusta rendir pero, finalmente, llegó la hora de marchar a casa y lo hice conduciendo mi automóvil casi en el límite de la imprudencia. Llegué a las 5:15, me duché, me perfumé, me pregunté por qué estaba haciendo esas cosas, no supe qué responderme y me puse mi bata de seda para esperar a la niña y, a las 6:10, sonó la campanilla del timbre. Abrí sin preguntar quién era y entreabrí la puerta que da al palier. Un minuto después me sorprendió oír voces provenientes del elevador, luego la puerta de éste abriéndose y cerrándose y, finalmente, apareció ante mis ojos una imagen gloriosa multiplicada por dos; era Marielita acompañada por una muchacha tan o más bella que tendría, a lo sumo, un par de años más que mi alumna.

Quedé atónito, esperaba cualquier cosa menos que la chavala viniese acompañada para conversar conmigo un asunto "importante" de modo que solo atiné a decir un "hola", entre intrigado y nervioso, esperando que la niña iniciara la charla.

  • Ella es Romina, mi mejor amiga – comenzó Mariela a modo de presentación - y…- titubeó - …ella me convenció de venir a contarte lo que pasó… pero no me animo – y se sentó en el sofá recogiendo sus bellas piernitas y poniéndolas debajo de sí. Entonces Romina, una bellísima morena de verdes ojos de gata y cabello negro muy corto, se sentó en una silla en frente de mí y tomó la palabra: - el fin de semana me quedé a dormir en la casa de Marie y, como no teníamos sueño, pues en la mañana de ese sábado nos habíamos levantado tarde, nos quedamos desveladas charlando en su habitación y ella empezó con preguntas sobre mis relaciones con mi novio. –

Mientras la hermosa morena hablaba yo fui observando su aspecto. Calzaba sus delicados pies con unas sandalias plateadas de pie desnudo y vestía una solera azul estampada con flores rosadas y celestes, de falda muy corta que permitía ver sus bien torneadas piernas, dignas de una bailarina y, en su parte superior con tirantes, llevaba los dos botones de arriba desabrochados lo que dejaba entrever un par de pechos bastante grandes para su edad.

  • A medida que iba contándole a Mariel mis asuntos amorosos salpicados con alguna que otra mentirita - continuó la muchacha, tomando conciencia del examen visual a que estaba siendo sometida, - sentí que iba naciendo una sensación muy especial que hizo que sintiera ganas de hacer cosas similares a las que le estaba narrando y se me ocurrió pedirle que ella me contara, a cambio, alguna experiencia suya y

Fue allí donde Marielita, interrumpiendo a su amiga, dijo: - ¡lo siento mucho, Luciano, estaba tan contenta con lo que había pasado entre tu yo que comencé a hablar y terminé contándoselo todo a Romy! –

Sentí que todo se derrumbaba en mi derredor; me vi. divorciado, sin trabajo, rechazado por la sociedad…preso...

  • Pero... – alcancé a balbucear - se suponía que era un secreto entre nosotros dos… ¡Ay, Mariela! – fui empezando a enfurecerme y las niñas se dieron cuenta - ¿cómo sigue esto de ahora en más?, ¡¿es que no puedes cerrar esa bocaza?!, ¿qué haremos?....-

  • Espera – me interrumpió dulcemente Romina, con sus bellos ojos verdes brillando de picardía – esto no tiene por qué salir de nosotros tres -

  • ¡¿Tres?! – exclamé casi sin poder creerlo - ¡se supone que éramos dos! –

  • ¿Nos dejas que te mostremos lo que ocurrió antes de seguir enfadándote? – y, mientras Romy preguntaba esto, advertí un guiño de complicidad hacia Marielita.

  • ¿A qué te refieres? – inquirí suspicaz.

Romina, por toda respuesta, se levantó de su silla, se dirigió al sofá en el que estaba sentada Mariela y, tomándola en sus brazos, fundió su boca con la de mi alumnita que se entregó de buena gana a la formidable caricia.

Yo no podía salir de mi asombro pero he de confesar que, a medida que sus cuerpitos se entrelazaban y sus jadeos denotaban su creciente excitación, una importante dureza iba formándose bajo mi bata aunque decidí, por el momento, mantenerme al margen de lo que ya era una verdadera batalla sexual entre las jóvenes. A medida que la lujuria crecía, las manos de ambas adolescentes avanzaban en sus lúbricas caricias e iban desvistiéndose, la una a la otra, hasta que quedaron totalmente desnudas. El cuerpo de Romy me tenía encandilado, deslumbrado; no podía creer tanta perfección en una muchachita tan joven. Sus nalgas, redondas y duras, parecían esculpidas en mármol por un gran artista, su terso vientre era chato y apenas se vislumbraban unos pocos vellos oscuros en su zona pubiana, sus senos, pesados pero firmes, tenían forma de pera y remataban en unos pezones, de color marrón oscuro, increíblemente grandes, uno de los cuales, en ese momento, estaba llenando la boquita de Mariela quien succionaba como una poseída arrancando suspiros y gemidos de la boca de Romina.

Yo apenas podía creer lo que estaba ocurriendo en frente de mis ojos; ellas continuaron como si yo no existiera: entrelazaban salvajemente sus lenguas y luego recorrían el cuerpo de la otra con sus manos y con su boca, lamiendo y besando cada rincón de su piel, gemían en voz cada vez más alta y se animaban a seguir con frases como: "¡así, mi amor, sigue chupando!" o "¡no pares, por favor no te detengas!"

Poco a poco, entre grititos de placer y respiraciones entrecortadas por el furor sexual desatado, las dos niñas fueron acomodándose de modo tal que quedaron en posición invertida y ambas se lanzaron a "comerse" los respectivos chochitos.

Los gritos y jadeos de las muchachitas fueron subiendo de tono y de volumen y a punto estaba yo de desatarme y sumarme a la vorágine cuando, entre tremendos estertores y convulsiones, ambas simultáneamente alcanzaron un clímax avasallador y quedaron inmóviles, respirando pesadamente y dejándome totalmente empalmado y desorientado a la vez

(Continuará)