Maestro particular (2)

Su cuerpito vibraba agitado y su boca resoplaba dentro de la mía mientras frotaba su vaginita contra mi pantalón...

A partir de entonces todo fue vorágine, desenfreno, nuestras lenguas se enredaban trenzándose en una danza ritual y feroz, su toalla cayó al piso y mis manos se explayaron recorriendo la piel de su espalda, cada vez más abajo, centímetro a centímetro, hasta llegar a sus preciosas nalguitas que estaban duras, firmes y calientes y, tomando a la niña de ellas, fui alzándola hasta que quedó su vulvita apoyada contra la carpa que mi garrote había formado bajo el pantalón mientras que sus piernitas rodearon mi cintura y ella, como poseída de una pasión demoníaca, comenzó a restregarse contra mi mástil.

Su cuerpito vibraba agitado y su boca resoplaba dentro de la mía mientras frotaba su vaginita contra mi pantalón y, al cabo de unos segundos, comenzó a temblar de una manera casi incontrolable, su cuerpo se estremeció, se sacudió violentamente y, separando su boca de mi boca, emitió un grito sordo, casi animal, prolongado, hasta que se deshizo en mis brazos, como si hubiese muerto repentinamente. La sostuve con firmeza temiendo que hubiera perdido el conocimiento y fui a depositarla suavemente sobre un sofá que allí se encontraba y, una vez que lo hube hecho, entreabrió sus ojitos color miel y dijo, entre tímida y coqueta: - no puedo creer que algo tan hermoso pudiera existir, ¿qué fue lo que me pasó? –

  • Creo que has experimentado tu primer orgasmo – musité - ¿te gustó? -

  • Fue lo más lindo que me pasó en mi vida, ¡quiero repetirlo! –

  • No en este momento, mi amor, tu madre debe estar por llegar –

  • Bueno, entonces te llamaré por teléfono. –

  • Pero hazlo a mi móvil, no olvides que soy casado y esto va a traerme complicaciones – dije y salí casi huyendo, muy confundido, sin siquiera cobrar mis honorarios, preguntándome cómo podía haber disfrutado de algo semejante

Esa noche casi no pude dormir atormentado por un vago sentimiento de culpa y una intensa excitación hasta que tuve que admitir que necesitaba una buena descarga por lo que, despues de comprobar que mi esposa estaba profundamente dormida, me puse de costado, dándole la espalda y acaricié mi falo, pensando en los acontecimientos de esa tarde, hasta que derramé abundantes chorros de semen en el pañuelo que había preparado previamente y, por fin, pude dormirme. Eran más de las 3 a.m.

Al día siguiente estaba llegando a mi casa luego de haber dictado una serie de clases cuando sonó mi teléfono celular y, al atender, oí la voz de Marielita diciéndome: - olvidaste cobrar tu clase de ayer.-

  • Bueno, no te aflijas – le contesté – me lo pagas la próxima clase. –

  • Es que quiero alcanzarte el dinero hasta tu casa –

  • No es necesario, además ahora mi esposa salió y voy a estar solo. –

  • ¡Mejor! – respondió - ¡asi podremos repetir lo de ayer! –

  • Mi amor, es muy peligroso, mira si alguien te ve… - quise seguir pero cortó la comunicación. Entré en mi casa, me desnudé, me duché, me puse mi bata, me serví una cerveza y me senté a meditar sobre lo que podía ocurrir de ahora en más. Ciertamente se trataba de una peligrosa aventura pero no podía negar que eso me producía una ansiedad muy intensa y nuevamente noté que crecía entre mis piernas una furibunda erección.

A punto estaba de comenzar nuevamente la tarea de apaciguar manualmente a mi potro, para ver si de ese modo, tranquilizaba mi excitación cuando oí el sonido del timbre de mi portero eléctrico.

  • ¿Quién es? – pregunté y apareció la cantarina voz de Mariela: - ábreme que vengo a traerte tu dinero. –

Oprimí, sin pensarlo dos veces, el botón correspondiente deseando que nadie viera a la chiquilla y entreabrí la puerta del apartamento. Un minuto más tarde hacía ella su entrada triunfal, con una sonrisa de oreja a oreja, unos billetes en la mano y una clásica vestimenta de verano compuesta por una faldita amarilla muy corta de pliegues, un top fruncido del mismo color ajustado al torso y, en sus pies, unas sandalias de color verde agua que, mostraban uno piececitos cuidados y hermosos.

  • ¡Quiero otro orgasmo! – fue lo primero que exclamó, a modo de saludo.

Le dije: - espera linda, creo que tendríamos que conversar. –

  • ¿De qué quieres conversar? – preguntó como si todo lo ocurrido no tuviera significado alguno – me gustó mucho lo de ayer y quiero hacerlo de nuevo.-

  • Marielita – comencé – una cosa es que me preguntes cosas sobre las que quieres saber de la vida amorosa y otra muy distinta es que te las enseñe personal y prácticamente –

  • ¿Es que no te gustó como te besé y todo lo demás? – preguntó sensual.

  • ¡Es claro que me gustó! – dije sonriendo – pero ¿no crees que estamos haciendo algo inadecuado? –

  • ¿Qué significa inadecuado? – inquirió como si verdaderamente ignorara el significado de la palabra.

  • ¡Ay, mi amor!, tu sabes lo que significa, no estamos hecho el uno para el otro –

  • ¿Y quién lo dice? – desafió la pequeña - yo disfruté mucho y quiero que me enseñes más cosas, muchas cosas lindas de la vida – y acto seguido se sentó sobre mis piernas, me echó los bracitos al cuello y me plantó un beso de boca cerrada que, poco a poco, fue transformándose en una desesperada batalla de lenguas. Cuando la niña sintió debajo de sí la tremenda dureza que se había desarrollado bajo mi bata de seda, producto de la enardecida pasión que nos embargaba, comenzó nuevamente a restregar su chochito contra ella y nuevamente comenzó a jadear en forma cada vez más profunda. Decidí entonces que, ya que la cosa, aparentemente, no podía detenerse, sería mejor acceder a las pretensiones de esta gatita en celo y enseñarle verdaderamente todo lo relacionado con el placer sexual.

Dejé su boca para pasar a sus orejitas, luego a su cuello mientras iba recostándola sobre el sofá y mi boca continuó explorando su delicada piel, pasando por sus hombros y sus axilas mientras iba desanudando los tirantes de su top para ir descubriendo los rosados e hinchados botoncitos de sus pechos que se habían puesto duros como piedras. Cuando llegué hasta ellos comencé a lamerlos suavemente mientras Mariela emitía sonidos extraños, mezcla de gemidos con grititos de éxtasis, jadeando cada vez más intensamente. Después de deleitarme en sus tetitas durante un largo lapso abandoné los pezones para continuar hacia abajo, sin prisa pero sin pausa. Su faldita ya estaba enrrollada en torno a su estrecha cintura y empecé a acariciar su conchita por encima de sus bragas. En ese momento empezó descontroladamente a gritar, apretando mi mano con sus piernitas, mientras experimentaba un violento orgasmo pero esta vez estaba decidido a no darle tregua y continué con mi boca lamiendo y besando su suave vientre a la vez que iba bajando delicadamente sus calzoncitos; separé sus piernas y apoyé mi boca sobre su rajita lampiña, que se encontraba empapada con sus jugos lúbricos y, acto seguido, comencé a lamer ese delicioso manjar. La jovencita empezó a mover instintivamente sus caderas, empujando salvajemente hacia delante, contra mi lengua, mientras se aferraba a mis cabellos y gritaba como una posesa: -¡sííííííííííí…, sigueeeeeee…., ayyyyyyyy…, qué delicia...! – y cosas por el estilo hasta que, finalmente, alcanzó un devastador orgasmo, mucho más violento que el anterior, que la dejó sin aliento, desmadejada sobre el sofá, respirando profundamente como para recuperarse de tan tremendo desgaste.

Mientras esa recuperación sucedía, continué besando con dulzura cada rincón de su anatomía, de pies a cabeza sin olvidar ni un solo milímetro hasta que, inevitablemente, volví a posar mis labios sobre su sexo y mi dulzura fue transformándose en una nueva ebullición de los sentidos y su pasividad se volvió en convulsivos movimientos instintivos en búsqueda de acercar más su vaginita a mi boca, que resultaba la fuente de toda su lujuria, para, de ese modo, llegar a su siguiente orgasmo que, en realidad, debe haber sido un simple espasmo por lo poco que demostró esta vez, consecuencia indudable de la fatiga que le dejó la intensidad de los anteriores.

De todos modos y por esa tarde creí oportuno no dar rienda suelta a mi propia líbido ya que no faltaba tanto para la llegada de mi esposa a casa de modo que, luego de mimar un rato a la chiquilina y de acariciar, tanto su cuerpo como su ego, le pedí que se marchara. Accedió pero, antes de hacerlo pronunció unas palabras que me dejaron temblando de emoción y de miedo: - ¡quiero ser tuya para siempre! - ...

  • ¡Caramba! – pensé – esto se pone cada vez más arriesgado – y, mientras la púber se marchaba, me quedé meditando sobre la posibilidad de dar el asunto por finalizado y quedarme a solas con mis recuerdos y con mi mano derecha, pero el destino no quería, aparentemente, que las cosas me resultaran tan simples

(Continuará)