Maestro de un matrimonio sumiso 4
EL matrimonio recibe al maestro en casa , sometiéndose en la prueba que determinará si los adopta como sumisos de su propiedad.
Maestro de un matrimonio sumiso 4
Ana no podía creer lo que estaban haciendo. Le aterrorizaba caminar desnuda por el parking de su edificio, pensando que en cualquier momento podrían cruzarse con un vecino, y sin embargo estaba completamente excitada. Casa paso que daba subida en sus tacones provocaba que sus firmes pechos rebotaran y eso, lejos de incomodarla, la ponía más caliente todavía.
Jesús no podía ocultar su descomunal erección, excitado, igual que su mujer, por la situación.
El hombre que llevaba semanas haciéndolos disfrutar de una nueva vida sexual caminaba detrás de ellos con sus ropas guardadas en una bolsa de deporte. Caminaba lentamente y los hacía caminar a ellos despacio, prolongando aquella situación que estaba excitando tanto a la pareja.
Al final del largo pasillo donde se alienaban coches a ambos lados llegaron a la puerta del ascensor que los llevaría a la planta donde estaba su piso.
Cuando se cerraron las puertas respiraron aliviados, el trayecto en el elevador sería un respiro.
Habían recibido su llamada unos días atrás. A pesar de que los encuentros y las llamadas ya se habían repetido varias veces, para ellos era siempre un sobresalto, un cosquilleo de excitación, con la curiosidad morbosa de saber cuánto antes en que consistiría la aventura esta vez.
Su mensaje fue igual de escueto y conciso que siempre.
- El viernes me recogeréis en la esquina de la calle Balmes con Rosellón, a las 20:00, iremos a vuestra casa.
Y allí estaban a la hora indicada, después de varios días de nervios, ordenando, limpiando y moviendo los muebles de su piso, de manera que aquel hombre lo encontrase todo perfecto, y procurando que hubiera espacio libre, que permitirá amplitud de movimientos. Los dos tenían trabajos con un buen sueldo, y eso hacía que pudieran tener una buena vivienda a la que no le faltaba un detalle. Tenían buen gusto y seguían la máxima de los decoradores de “menos es más”.
El los esperaba en el lugar indicado, vestido, como era habitual, con una camisa blanca y un traje negro, sin corbata. Cuando pararon en el chaflán el hombre abrió una de las puertas que daban acceso al asiento de atrás del espacioso Volvo S90 y se sentó. Cuando cerró la puerta en la intimidad del habitáculo los saludó:
- Buenas noches perros
- Buenas noches, mi señor – respondieron ellos al unísono
- Arranca y vamos a vuestra casa
- Sí mi señor – dijeron ambos
El cambio automático hizo que el vehículo arrancara suavemente y su conductor lo guio hasta su casa.
La puerta del parking se abrió lentamente al detectar la señal del mando a distancia y cuando dejaron el coche aparcado en la amplia plaza de parking, una vez apagado el motor, escucharon una orden muy clara:
- Desnudaos, solo dejaros puestos los zapatos.
Obedecieron sin rechistar y encaminaron sus pasos hacia el ascensor
Cuando se abrieron las puestas del ascensor sintieron de nuevo la punzada de excitación que les provocaba poder ser vistos. Dentro del ascensor el hombre no había hecho un solo movimiento y eso les había tensionado más aún. Para sorpresa de ambos lo que esa situación había provocado era una erección más intensa y una humedad que resbalaba ya por el interior de los muslos de Ana.
Titubearon antes de salir del ascensor y tomar el pasillo hasta la puerta de su piso, pero un seco
- Vamos
Los movió como si hubiera saltado un resorte de sus piernas. Jesús llevaba las llaves en la mano, era lo único que aquel hombre le había permitido conservar cuando les ordenó que se desnudaran.
Avanzaron por el pasillo lentamente, tal como les había ordenado aquel hombre. Al llegar a la puerta las llaves tintinearon ligeramente por el temblor de manos que la excitación provocaba en Jesús.
Cada uno se colocó a un lado de la puerta invitando a entrar a aquel hombre.
- Adelante mi señor - dijo en voz baja y suave Ana.
Pasó al interior del piso con paso seguro, Jesús le dio al interruptor de las luces y cerró la puerta detrás de ellos.
Pasaron al amplio y despejado salón e instintivamente ambos se colocaron delante de él con la mirada al suelo, esperando órdenes.
- Bien, perros, hoy es un día decisivo. Dependiendo de lo que pase hoy os adoptaré definitivamente como míos. Haréis en todo momento lo que os ordene y vuestro placer dependerá de mí. Es un acto voluntario, donde vosotros marcáis los límites. Vosotros seréis libres de dejar de obedecerme en cualquier momento, y yo de dejar de teneros bajo mi mando y cuidado. Como Amo tengo la responsabilidad de cuidar de vosotros, de que no sufráis más daño del ejercido consciente y controladamente por mi o por quien yo ordene. Como sumisos vuestro deber es obedecerme y abandonar vuestra voluntad en mis manos, si os adopto no tendréis voluntad propia, eso os hará libres de cualquier responsabilidad. ¿Lo habéis entendido?
- Sí, mi señor – dijeron los dos inmediatamente, imaginando con ilusión los días de placer que se avecinaban.
- Bien, empecemos, Perra, ves a buscar el arnés que utilizas con esta putita y hazte una coleta en el pelo . Y tú, perro, ves a ponerte esas bragas de Ana que te gustan tanto y te hacen sentirte como una putita.
Ambos obedecieron inmediatamente y al cabo de pocos minutos volvieron con las ordenes cumplidas.
Los dejó de pie en medio del amplio salón y comenzó a dar vueltas alrededor de ellos.
Ana no se había atrevido a ponerse el arnés sin las ordenes de su amo y lo sujetaba entre sus manos.
El hombre se puso delante de ella y le pellizcó los pezones con delicadeza. Ella percibió un calambre placentero que le llegó a su clítoris, él empezó a ejercer más fuerza y los pezones de Ana reaccionaron poniéndose erectos y duros al instante. En ese momento el hombre metió la mano en el bolsillo de su americana y saco dos pinzas metálicas unidas por una cadena. Las ajusto a los pezones de Ana y ella sintió como la presión ejercida aceleraba su respiración y humedecía aún más su sexo. Le metió un dedo en la boca y ella lo chupó sensualmente.
Él la cogió delicadamente de la barbilla y la miró a los ojos sonriendo satisfecho. Acompañó la barbilla con su mano de modo que era quedara mirando al suelo. Se puso delante de Jesús y se lo quedó mirando.
- ¿Y contigo que vamos a hacer, putita? - le preguntó muy cerca de la cara
- Lo que deseéis, mi señor – dijo mirando al suelo
El hombre sonrió complacido
- Excelente, aprendéis muy rápido, podré hacer de vosotros unos buenos perros. Ponte detrás de Ana y lámele el ano, llénalo bien de saliva y métele la lengua dentro. Las manos atrás.
Como impulsado por un resorte se arrodilló a las espaldas de Ana mientas el hombre cogía el pelo de la mujer y la obligaba a inclinarse hacia adelante para facilitar la maniobra.
Jesús estaba concentrado en el beso negro que le estaba realizando a su mujer y no vio como el hombre sacaba un flogger de cuero de la bolsa de deporte donde había metido la ropa de la pareja. Cuando el látigo golpeo sus nalgas se estremeció por el dolor, pero se sorprendió a si mismo acelerando el ritmo de sus lamidas y percibió la humedad del coño de su mujer.
De nuevo sintió la caricia dolorosa del cuero en su piel excitándose cada vez más.
- Vamos, escúpele en el ano, lo quiero bien lubricado por tu saliva
Sacó por unos momentos la lengua del culo de su mujer y escupió saliva en aquel agujero, extendiéndola de nuevo con la lengua para penetrar enseguida con la lengua en aquel ano que se estaba dilatando cada vez más.
Ana tenía instintivamente las manos y los brazos a la espalda, a merced de aquel hombre, atenta a cumplir la menor de sus órdenes, porque eso le provocaba una excitación y un placer como nunca había sentido.
- Basta – dijo el hombre de repente
Jesús paró inmediatamente, pero no se atrevió a levantarse sin que aquel hombre se lo ordenara.
El hombre cambió el flogger por una fusta y volvió a coger del pelo a Ana. La cogió del pelo con firmeza y la guio hasta el suelo delante de él, donde la puso de rodillas justo al lado de Jesús.
Le tiró del pelo y la obligó a mirarle a los ojos son decir nada. Ana se quedó desconcertada por unos momentos, porque no sabia que se esperaba de ella, hasta que se le iluminó la cara y con una sonrisa y un destello en los ojos le dijo:
- ¿Puedo daros placer con mi boca, mi señor?
- Eres una perra excelente. Puedes – dijo el hombre complacido
El hombre dio dos pasos hacia atrás hasta el sillón que habían dispuesto en medio de la sala y se sentó. Ana, sintiéndose completamente perra se acercó gateando hasta situarse delante y muy cerca.
El hombre hizo una seña a Jesús para que se acercara, le señaló un lugar al lado de su mujer y este gateó hasta situarse donde le habían ordenado
- Tu ponte ahí, perro. Quiero que lo veas bien
Ana, con mucha suavidad y sin dejar de mirarle a los ojos, le desabrochó el cinturón, le bajó un poco los pantalones y metió la mano con cara golosa dentro de los boxes hasta que encontró su miembro.
Sacó su polla y sus testículos y miró al hombre con una cara de interrogación, a lo que el hombre respondió con un gesto de aprobación de la cabeza. Sin dejar de mirarle a los ojos comenzó a lamer los testículos y la polla de aquel hombre con toda la sensualidad de la que era capaz.
Lamia desde la base de los testículos hasta el prepucio una y otra vez hasta que acabando con su lengua dando vueltas en la punta de aquella polla metió de golpe en su boca aquella polla de buen tamaño y grosor hasta su garganta. En ningún momento dejó de tener las manos a la espalda ni de mirarle a los ojos. No se lo habían ordenado. Jesús miraba atento y con la polla a punto de reventar como su mejor satisfacía a aquel hombre que los mantenía en un mar de placer desde que lo habían conocido.
Ana se follaba la boca a sí misma llevando el prepucio hasta la garganta, aguantando las arcadas como podía y rodeando la polla con la lengua cuando entraba y salía de su boca .
El hombre mantenía la fusta en su mano y la utilizó para dar un ligero toque en el pecho de Jesús y decirle:
- Cógela tu del pelo y guíala
Jesús se sorprendió obedeciendo de inmediato y cogiendo del pelo a su mujer para que aumentara la velocidad y la profundidad con la que se follaba ella misma la boca con la polla de aquel hombre. Por instinto incluso cada tres o cuatro entradas y salidas apretaba con fuerza la cabeza de su mujer para que la polla llegara bien dentro de su garganta.
- ¿Te gusta como me follo la boca de tu mujer, perro?
- Sí, mi señor, me excita mucho – contestó él, evidenciando algo que estaba bien a la vista por la erección que tenía
- Bien, termina de prepararle el culo con tu lengua – le ordenó el hombre
Jesús obedeció inmediatamente y llenó de nuevo el culo de su mujer de saliva mientras el hombre cogía el pelo de su mujer recogido en una coleta y pasaba a controlar el mismo como se la tenía que mamar.
Apenas Jesús había llenado el culo de su mujer de saliva y pudo ver como el hombre levantaba a Ana del pelo, la hacía darse la vuelta y la ponía de espaldas a él , haciéndole sentarse en su polla y penetrando el lubricado culo de Ana. Ella abrió mucho los ojos tomando una bocanada de aire, oscilando entre el dolor y el placer, cuando el la penetró de un solo golpe. Le dio un par de azotes en las nalgas y sin soltarla del pelo le marcó el ritmo al que tenía que rebotar sobre su polla.
La cogió fuerte de sus tetas y la atrajo hacia así, arqueando ella el cuerpo y abriendo más las piernas.
- Lámenos, perro – le dijo el hombre a Jesús
Este obedeció al instante y arrodillándose ante ellos comenzó a lamer el sexo de ambos. Apenas bastaron unos lametones para que Ana se corriera como una loca, con un squirt que empapó la cara de Jesús y los pantalones de aquel hombre, pero él no paró y proporcionó varios orgasmos a su mujer . Ni por un momento dudó en lamer la polla y los huevos de aquel hombre mientras entraba en el culo de su mujer.
De pronto el hombre tiró del pelo de Ana hacia arriba y se puso de pie, poniendo a Ana frente a él y junto a Jesús. Sin soltarla del pelo volvió a follarle la boca con fuertes empujones.
- Abre la boca y saca la lengua perra. déjalo en tu boca, no quiero que se pierda ni una gota y no te lo tragues
Con un gruñido de placer se corrió abundantemente en la boca de Ana mientras Jesús miraba absolutamente excitado.
- Ahora pásasela al perro y morrearos hasta que vaya garganta debajo de los dos
Ana besó a Jesús con pasión y este no rechazó compartir el semen de aquel hombre con ella. Cuando ya no quedaba resto en sus bocas, el hombre le dijo a Ana
- Ponte el arnés, vamos a darle al perro lo que más le gusta
Ana obedeció de inmediato y el hombre le susurró algo al oído
- Perro, ponte a cuatro patas
Ana lamió el culo de Jesús, tal como le había ordenado al oído aquel hombre y lo penetró sin miramientos mientras desde atrás cogía su polla y lo masturbaba al ritmo de las penetraciones.
Al cabo de poco rato la excitación acumulada hizo explotar a Jesús en un orgasmo descomunal con una eyaculación que dejó el suelo lleno de semen.
- Lamer lo que ha caído en el suelo
Los dos se pusieron a gatas de inmediato y lamieron todos los restos de la corrida
Cuando acabaron se pusieron delante de él de rodillas, esperando órdenes.
EL hombre fue a cambiarse con la ropa de repuesto que traía en su bolsa de deporte y cuando volvió ya aseado se sentó delante de ellos.
- Bien, podéis llegar a ser unos muy buenos perros, ahora os he de preguntar si de verdad queréis que sea vuestro amo.
La respuesta no se hizo esperar ni un segundo, los dos dijeron con cara feliz:
- Sí, mi señor
Bien, entonces la semana que viene vendré otra vez, preparad lo que os hice comprar en el Sex Shop y haremos la ceremonia.
Se levantó sin más comentarios y parándose un momento delante de ellos y acariciando sus cabezas con un par de golpecitos se encaminó hacia la puerta y se marchó.
Cuando la puerta se cerró se miraron sonriendo. Estaban disfrutando mucho y no querían bajarse de aquel tren.
Continuará
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