Maestro de un matrimonio sumiso 3

Un paso importante en el camino de sumisión del matrimonio protagonista en un famoso local BDSM de Barcelona

Maestro de un matrimonio sumiso 3

Una fina brisa subía del mar a la Montaña en la calle Atenas de Barcelona. Estaban a las puertas del numero cinco de la calle. El aire les aliviaba del calor de una húmeda noche de verano.

Esperaban a su Maestro y señor tal como les había indicado.

Habían esperado con ansiedad toda la semana la llamada del hombre que les estaba haciendo experimentar el sexo en una dimensión que nunca habían soñado.

Su vida sexual había experimentado un cambio sustancial, practicaban sexo a diario con una intensidad como nunca antes en el tiempo que llevaban juntos.

Por fin, después de la tensa espera de toda la semana, el teléfono había sonado el viernes por la noche.

Esta vez sonó el de Ana

-          Diga – dijo atendiendo la llamada con voz temblorosa

-          Hola, perra- pudo oír la voz grave al otro lado de la línea

-          Buenas noches, mi señor, estamos muy contentos de escucharle de nuevo – dijo Ana poniendo el altavoz del teléfono para que Jesús pudiera escuchar la conversación.

-          Mañana quiero que estéis a las doce de la noche en la calle Atenas, en el número cinco, esquina Turó de Monterols. Tu irás con un vestido ligero, el más oscuro que tengas, que sea fácil de quitar y el perro con ropa oscura y holgada. Tú llevarás unos zapatos de tacón alto. El perro llevará unas zapatillas negras ligeras. Os quiero bien limpios y depilados, ni un solo pelo en ningún sitio. Sin ropa interior. ¿Habéis entendido, perros?

-          Sí, mi señor – dijeron los dos a la vez mirándose a los ojos con una sonrisa.

Aquel hombre les estaba proporcionando los mayores placeres sexuales de su vida y ellos estaban encantados de aceptar sus órdenes.

Ahora estaban allí en la esquina, esperando, viendo como de vez en cuando alguien entraba en el local que tenían al lado.

Una sensación de excitación se apoderó de ambos cuando le vieron acercarse a ellos, bajando por la calle Atenas. Iba completamente vestido de negro. Caminaba sin apresurarse mirándolos fijamente a los ojos. Instintivamente los dos bajaron la mirada al suelo. Cuando llegó a su altura se paró y los miró en silencio, examinándolos. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que llevaba una bolsa deportiva en la mano, de tamaño medio.

-          Buenas noches, Mi señor – dijeron los dos quedamente

-          Buenas noches, perros. ¿Habéis seguido mis instrucciones?

-          Sí, mi señor - repitieron

-          Veamos – dijo el hombre

-          ¿En la calle, mi señor? – dijo Ana

-          En efecto, en la calle – dijo el con tono flemático y burlón.

Nerviosa, por el riesgo de que los vieran, pero tremendamente excitada, Ana levantó su falda y giró trescientos sesenta grados para que el hombre pudiera verla.

-          Quítate el vestido, quiero verlo todo

Ana miró a Jesús y este asintió con la cabeza, temeroso de que nada saliera mal aquella noche que prometía ser placentera.

Sin dudarlo ni un instante más, Ana sacó su vestido por la cabeza extendiéndolo hacia el hombre instintivamente. Sus preciosas tetas quedaban a la vista de todo el mundo y sus curvas eran observadas con caras perplejas por los transeúntes.

-          Ahora tú – le dijo a Jesús

Este no dudo ni una decima de segundo y se desnudó dejando la ropa también en las manos de el hombre. Ya no tenía manera de esconder una firme erección.

Desnudos en la calle se asombraban a sí mismos de la excitación que sentían.

El hombre les hizo una señal para que les siguieran y tocó el timbre del local.

Un hombre de unos treinta cinco años, muy tatuado les abrió la puerta.

-          Hombre, veo que vienes tan fuerte como siempre – dijo señalando con la cabeza a Ana y Jesús, que esperaban desnudos detrás de él. - ¿son tuyos?

-          Estoy en ello, Jordi, los estoy probando a ver si sirven- respondió el hombre con una sonrisa.

-          Pasad, está empezando a haber ambiente- dijo Jordi haciéndose a un lado

Cuando entraron en el Rosas5 la música sonaba justo al volumen en el que se puede hablar, pero protege las conversaciones.  Tuvieron que pasar unos segundos para que los ojos se acostumbraran a la penumbra. El hombre sacó una fusta de la bolsa que llevaba en la mano.

Con un gesto les indicó que permanecieran de pie a su lado.

No tuvo que pedir nada para tener una bebida preparada encima de la barra. Mientras esperaban la bebida Ana y Jesús pudieron observar que la clientela del local, aún a medio llenar, compartía la vestimenta oscura, había parejas de todas clases y edades y todas las combinaciones posibles. Les llamó la atención que todo el mundo mantenía, aunque fuera mínimo, un espacio personal. No había roces no consentidos. El hombre cogió la bebida y les indicó que le siguieran. subieron un corto tramo de escaleras y en el piso de arriba se disponían dos mesas altas, para beber de pie, varios sillones, un ataúd de cristal, una jaula esférica y un cepo que les llamó mucho la atención.

Desde el piso, y asomándose a un ventanal interior podían observar la mazmorra, con unas pequeñas gradas, donde se disponían una cruz de San Andrés, un gancho en el techo para practicar shibari , un potro y varios instrumentos y aparatos de placer BDSM.

El hombre se sentó en el sofá y les indicó que se pusieran de rodillas delante suyo. Obedecieron de inmediato. Entonces el abrió su bolsa, y puso en el suelo dos comederos para mascotas, los llenó de agua de una botella que traía consigo y los miró

-          Bebed – les ordenó

Inmediatamente los dos bebieron poniendo el culo en pompa y mostrando sus agujeros bien expuestos.

Alguna pareja de los que había por allí se acercó con curiosidad.

Por la sala avanzó una mujer alta, con el pelo recogido en una coleta. Llevaba sus grandes pechos al aire soportado por un corsé negro y unos pantalones de latex que dejaban al descubierto su sexo depilado y su bien formado culo. En la mano llevaba una cadena que terminaba en el collar que su sumiso llevaba al cuello. Era un hombre de unos cuarenta años, delgado pero musculado, que mantenía su cabeza gacha en todo momento. Se sentó en un sillón enfrente de ellos, dejando fuera del asiento su sexo y su culo y puso a su sumiso de rodillas entre sus piernas abiertas. El sumiso se aplicó a la tarea de lamer su sexo con devoción.

-          Basta – dijo el hombre, y los dos obedecieron inmediatamente de nuevo.

El hombre sacó unas pinzas para los pezones de su bolsa y las colocó en las tetas de Ana, esta sintió dolor al mismo tiempo que su sexo se mojaba, ya no entendía nada, era una sensación muy extraña.

Los hizo levantarse a los dos y buscando de nuevo en su bolsa sacó un conjunto negro de lencería y se lo alargó a Ana. Esta sin preguntar hizo el gesto de empezar a ponérselo, pero el la paró con un chasquida de dedos, y cuando los dos se le quedaron mirando se dirigió a Ana y le dijo:

-          Tu no, pónselo a él

Los dos se miraron e inmediatamente empezó a ponérselo. Jesús se vistió con el conjunto negro, sostén, braguita, liguero y medias incluido. El hombre había traído unos tacones de aguja de 15 cm y le indicó a Ana que le ayudara a ponérselos a Jesús.  Este estaba muy excitado, eran casi cómicos los esfuerzos por mantener su pene completamente erecto dentro de la minúscula braguita del conjunto. Una vez vestido el hombre le hizo una señal para que se acercara al cepo y le ordenó meter la cabeza y las manos en los agujeros dispuestos para ello. Cuando cerró el cepo la forzada postura y la altura de los tacones hacían que Jesus enseñara su culo completamente en pompa y su miembro y sus testículos colgando entre sus separadas piernas sin que disminuyera en absoluto su erección.

Previendo lo que se avecinaba, unos cuantos asistentes se fueron colocando a una distancia prudencial para observar sin molestar ni interrumpir la escena que se estaba desarrollando.

El hombre volvió a su bolsa y sacó un arnés con un pene de unos veinticinco centímetros que se proyectaba hacia delante y dos de menor tamaño que se proyectaban hacia dentro, de forma que la mujer que llevaba el arnés llevaba introducido un consolador en el ano y otro en la vagina.

Ambos llevaban un vibrador que el hombre controlaba desde un mando a distancia. Se lo alargó a Ana e hizo que se lo pusiera.

Ana obedeció de inmediato. Entró con muchísima facilidad porque estaba muy lubricada.

De pie, solo a unos metros, un amo los observaba con su bebida en la mano, mientras una sumisa a su pies, con collar , pero sin correa , le daba placer utilizando la boca y manteniendo sus manos a la espalda.

El hombre susurró algo al oído de Ana y le alargó una pala de cuero para practicar spank. Ella se acercó al culo de Jesús y con la mano libre comenzó a azotar levemente las nalgas de su marido para calentar la zona. Cuando su culo empezó a tomar una tonalidad colorada comenzó a darle en las nalgas con la pala de cuero. A las pocos golpes la fuerza con la que la pala chocaba contra las nalgas fue aumentando, cada dos o tres paladas Ana cogía el pene de su marido y lo meneaba masturbándolo , estaba completamente asombrada , nunca había notado la polla de su marido tan dura . Sus testículos, expuestos completamente estaban llenos, a punto de explotar.

Cuando el culo de Jesús empezó a tomar un matiz rojo oscuro el hombre chasqueó los dedos y Ana paró inmediatamente. En ese momento notó que una fuerte vibración recorría el interior de su culo y su coño. A un gesto de el hombre se puso detrás de su marido y se dispuso a seguir las detalladas explicaciones que el hombre le había susurrado al oído hacía unos instantes.

Escupió en su culo varias veces y acompañando el consolador al ano de su marido empujó haciendo fuerza con sus caderas y entró de un solo golpe.

Jesús soltó un grito ahogado pero su erección no aflojó ni lo más mínimo. Ana empezó a entra y salir cada vez más rápido. La vibración era tan fuerte y   la situación tan morbosa que tubo un orgasmo a los pocos minutos de estar empujando.

Mientras contemplaban la escena, la dominatrix que estaba siendo lamida por su sumiso tuvo un escandaloso orgasmo que pudo oír todo el local. El amo que estaba recibiendo una felación de su sumisa dejó su bebida encima de las mesitas auxiliares y cogió del pelo a su perra, marcándole el ritmo al que iba entrando y saliendo de su boca.

Había un buen corrillo observando la excitante escena y la temperatura general comenzaba a subir.

Ana siguió empujando, sin dejar de notar la vibración dentro de sí y sintiendo un orgasmo cada pocos minutos. Estaba ya empapada en sudor cuando el hombre le mandó parar. Cuando salió del culo de su marido todos los presentes pudieron observar la dilatación del ano de Jesús.

EL hombre guiñó un ojo a la dominatrix y le alargó la fusta.

Ella entendió inmediatamente. Se acercó a Jesús por detrás y, mientras cogía del pelo a Ana para que mirase la escena, comenzó a dar unos suaves golpes con la fusta en los testículos y el pene de Jesús.

El hombre acercó uno de los comederos y  lo puso en las manos a Ana, susurrándole de nuevo instrucciones en el oído. La dominatrix tiró del pelo de Ana acercándola a Jesús para que esta pusiera el comedero justo debajo del pene.

Los golpes en el pene y en los testículos cada vez eran más fuerte y Jesús cada vez estaba más extrañado de su excitación. Entonces la dominatriz golpeó ,con la seguridad que le proporcionaba su experiencia, varias veces en la base del pene de Jesús y este explotó en un orgasmo descomunal descargando su semen acumulado en el comedero y llenándolo por completo.

Los asistentes aplaudieron agradecidos por el espectáculo.

La dominatriz devolvió la fusta al hombre agradeciéndole con una inclinación de cabeza y una sonrisa el honor que le había brindado.

En ese momento pudieron escuchar como el hombre al que su sumisa le estaba practicando una felación gruñía en pleno orgasmo y su eyaculación desbordaba los labios de su sumisa, recogiendo esta con las manos lo que resbalaba por su barbilla para lamerlo después con devoción.

El hombre liberó a Jesús del cepo, y este se incorporó con dificultad debido a lo forzado de la postura.

Puso el comedero lleno de semen en el suelo y con un chasquido de sus dedos indico a la pareja que se comieran el producto del orgasmo de Jesús.  El hombre indicó a Ana que se quitara el arnés.

En ese momento ni se imaginaban las veces que repetirían la visita al local.

Cuando acabaron su plato el hombre los mandó a la ducha mientras bebía su coctel favorito.

Les ordenó vestirse y cuando salieron a la calle pararon un instante antes de separarse.

-          Mi señor, ¿puedo acerté una pregunta? – dijo Ana

-          Adelante – respondió él

-          ¿Todavía no nos has tocado…como podremos compensarte el placer que estamos sintiendo?

-          Todo en su momento, perra, todo en su momento

Y diciendo esto se dio la vuelta y se alejó de ellos.

Hicieron el camino a casa, completamente agotados, pero al desnudarse y recordar lo que habían vivido volvieron a tener sexo salvaje, quedando dormidos después de un orgasmo simultaneo , soñando con que aquel hombre los volviera a llamar.

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