Maestro 1
De cómo me inicie? o me iniciaron? en el exhibicionismo.
Desde muy pequeña he asistido a clases de piano algunos días en la semana después del colegio, primero fue en una academia privada, pero ya adolescente un amigo de mi familia que era un magnifico pianista al que mi papá le pidió darme clases particulares en su casa pues la academia a la que iba ya no alcanzaba el nivel que yo requería entonces.
Todo transcurrió con normalidad, mis progresos con mi nuevo maestro de música era notables, mis manos sobre las teclas del piano iban alcanzando un incipiente virtuosismo interpretando a Chopin, Mozart, Beethoven…
Como toda adolescente, y más si es una muchacha atractiva como yo lo era entonces, cuando cumplí los 16 tuve un año un poco “rebelde” las cosas en el instituto no fueron bien y empecé a suspender alguna evaluación, todo fue por mi despertar a la sexualidad y los tonteos con chicos, aprendí de amigas a subir la falda del uniforme hasta convertirla en mini, a dejar un botón desabrochado de la camisa para insinuar los voluptuosos y firmes pechos que ya lucia por aquel entonces.
Mis papás se preocuparon por mi rendimiento escolar y hablaron mucho conmigo para corregirme, cosa que no tardo en ocurrir pues era y soy una mujer responsable, aunque como imaginarás es muy difícil reprimir la naturaleza de las cosas y yo era una muchacha muy sexy.
Mi maestro de música también hablo conmigo, él fue el primero que noto cambios en mí, nos teníamos mucha confianza, él era para mí como un familiar muy querido, tenía la edad de mi papa y me fascinaba su forma pausada de hablar, su mirada serena, pero lo que realmente me cautivaba de él era ver y escuchar como tocaba, sus maravillosas manos (me emociono al recordarlo) recorriendo el teclado y arrancando de aquel piano de cola que estaba en el salón de su casa la música más maravillosa que por estar tocada solo para mi me transportaba al paraíso.
Él era un hombre separado, no tenía hijos y vivía solo en una enorme casa en cuyo gran salón había aquel enorme Steinway ante el que nos sentábamos muy juntos para enseñarme, era un hombre muy guapo y atractivo, muy adinerado, a pesar de que podría ser mi padre, me gustaba como hombre, era muy seductor, no era nada pedante, muy al contrario tenía una actitud moderna y una forma de pensar como un joven actual.
Por semana asistía a sus clases con mi uniforme del colegio, una faldita escocesa, camisa blanca y chaleco azul marino, pero los sábados por la mañana iba vestida a mi antojo.
Ese año “tonto” estaba especialmente sensible a las miradas de los chicos, me agradaba sobremanera notar el deseo en ellos, era muy excitante para mí, también ver como las otras chicas me miraban con envidia me producía mucho placer, había pequeñas cosas que yo hacía para provocar esas miradas, subir el imperdible de la faldita escocesa para que se abriera lo suficiente para mostrar mis piernas hasta que como por descuido mis blancas braguitas de algodón asomaran por uno u otro lado, del mismo modo manejaba los botones de mi blusa insinuando mediante inclinaciones o como por descuido mis firmes y ya abundantes pechos apenas contenidos por los sujetadores que se me quedaban pequeños de un mes para el siguiente.
El ritual cada vez que iba a casa de mi maestro era siempre el mismo, tocar a la puerta, me abría y:
-buenas tardes maestro-
-buenas tardes niña-
Y cerraba la puerta tras de mí para coger mi chaqueta o abrigo y chaleco, colgarlo en una percha y después me daba un ligero abrazo y un beso, unas veces en la mejilla y otras en la frente.
Por entonces me resultaba fácil percibir las miradas de los demás sobre mí, y sabia especialmente quien miraba con deseo y quien no, también me di cuenta que no solamente eran los muchachos de mi edad quienes me miraban así, también hombres mayores lo hacían e incluso en alguna ocasión me hacían algún gesto lascivo.
Un día cualquiera cuando estábamos los dos sentados muy juntos en el taburete ante el piano, note que él también me miraba de esa forma especial, fue un día en el que yo estaba especialmente estimulada para gustar y provocar, me había olvidado de bajar el imperdible de mi falda y estaba muy excitada, allí sentada junto a el maestro se abrió un triángulo formado por la abertura de la escocesa y por él asomo mi pierna y todo el muslo hasta casi la cintura, note su mirada, su nerviosismo, sus manos siempre certeras en las teclas hoy dudaban, me gustaba ser la causa de aquello, me sentía poderosa y lejos de taparme decidí provocar aún más, con un disimulado movimiento desabroche dos botones de mi camisa para dejar a la vista mi sujetador en donde rebosaban mis pechos adolescentes.
Su posición a mi lado hacia que cada vez que miraba para mí se encontrara con mi camisa medio abierta y mis pechos ofreciéndose a sus ojos.
-no sé qué me pasa hoy niña, no soy capaz de centrarme contigo-
Me puse colorada como un tomate al escucharle decir eso después de levantarse del taburete, yo sabía lo que le ocurría y me sabía también la causa de su distracción.
Se colocó tras de mí, notaba su presencia a escasos milímetros de mi espalda y estaba segura de que su mirada no se apartaba de mis muslos y de mi escote, yo no hice nada por evitarla, me gustaba aquella sensación y me excitaba sobre manera, yo también estaba nerviosa.
Me levante yo también y al hacerlo el me abrazó tiernamente diciéndome:
-perdóname niña, hoy estas tan hermosa que soy incapaz de centrarme en la música-
Me apretó contra si mientras sus labios dejaban suaves besos en mi frente y mejilla, yo le devolví el abrazo y me acomode entre sus brazos dejándolo hacer…
-cuando eras más pequeña me pedias que tocara para que tu bailaras, me gustaría tanto verte otra vez bailar para mí-
-quieres que lo haga ahora maestro?- le dije
-si por favor niña, baila para mí-
Sentándose al piano, me miró sonriente y me dijo: -para Elisa?-
-si- respondí.
De sus manos y aquel maravilloso instrumento empezaron a sonar los acordes de fur Elise del gran Beethoven, la música y la excitación me exaltaban, me transportaban más allá de la realidad, cerré los ojos y comencé a balancearme al compás de la música, conforme la melodía atravesaba mi cuerpo este se convertía en una mariposa que volaba en el gran salón, como una marioneta movida por las teclas del piano mi cuerpo obedecía a cada nota, mis brazos eran alas, mi melena rubia danzaba junto a mi falda que en cada giro mostraba mi ropa interior sin ningún recato ayudada en ocasiones por mis manos que la agitaban para mostrar mi intimidad a mi maestro que tocaba y me miraba embriagado por aquel mágico momento.
Cuando termino de tocar vino hacia mí y nos abrazamos de nuevo, él lloraba, yo acaricie su cara preguntándole –que te pasa maestro-
-soy feliz niña, me has regalado tu joven y hermoso cuerpo bailando para mí, lloro por la emoción-
Estábamos tan pegados el uno al otro que no pude evitar sentir su excitación, su virilidad palpitaba contra mi vientre, me encantaba aquella sensación, me excitaba saberme la causante.
-prométeme que bailaras para mí más veces, pero promete también que será nuestro secreto-
-prometido maestro, me encanta bailar para ti y lo haré siempre que me lo pidas-
Se apartó un poco de mí, me miro a los ojos y depositó un suave beso sobre mis labios, sus manos subieron hasta mi escote y abriendo la camisa me dijo:
-ya eres una mujer, tu cuerpo es maravilloso, es para mí un placer inmenso contemplarlo, me gustaría tanto que tú me dejaras hacerlo-
-¡maestro!
Se apartó de mí despacio mirándome a los ojos desconcertado, yo le sonreí enrojeciendo, no quería ahuyentarlo, me gustaba lo que había ocurrido y esperaba más…
-espero sacar tiempo para continuarlo...