Maestra poseída XII

Otro día que acaba..., ¡por fin!

Capitulo 12

Cuando llegaron a casa, Puri llevó todas las cosas de Yolanda al cuarto grande de huéspedes y las desempaquetó por ella. Estaba hecha una verdadera porquería con semen seco en su cara y en sus cabellos. Sus pechos estaban muy heridos por el abuso de la madre de Yolanda y su coño lloraba por el descargo que se le había negado.

"Dúchese y lávese sus cabellos, señorita Gómez, que parece repugnante. Sacaré la ropa que llevará para recibir a su hija. Y, señorita Gómez, no se atreva a masturbarse."

Una completamente dominada maestra se encaminó a la ducha. No tenía mucho tiempo para arreglarse y Yolanda siempre le exigía que se arreglara sus cabellos y se maquillara. Después de una rápida ducha, Puri entró en su dormitorio sintiendo una gran aprehensión al pensar en lo que Yolanda pudiera exigirle que llevara puesto delante de su hija. Sin embargo, se encontró con una respetable pero corta falda, un suéter grueso que ocultaría sus pechos, y zapatos de tacón de 10 cms. No había medias ni liguero, así que estaba totalmente desnuda debajo de su ropa. Su ano estaba todavía ocupado por el consolador, y puso su collar en su bolso junto con el consolador grande y el tubo de lubrificante. Mientras se maquillaba se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Ella no había podido comer nada en todo el día y no había tenido una comida decente desde el último viernes. En cuanto estuvo lista bajó la escalera para buscar a Yolanda.

"Será mejor que prepare algo para comer, señorita Gómez. Eugenia tendrá hambre cuando llegue. Pero primero enséñeme el consolador de su culo", demandó.

Puri alzó su falda y se inclinó encima de la mesa.

"Abra sus mejillas, señorita Gómez".

La avergonzada maestra alargó las manos hacia atrás y se abrió los cachetes del culo para que así su estudiante pudiera ver el consolador que tenía metido en su ano.

"Quédese como está y métase el dedo en su coño"

Con la falda levantada e inclinada por la cintura, Puri empezó a tocarse el coño. En cuestión de segundos ya estaba mojada.

"Señorita Gómez, ¡vaya si está caliente!", se mofó Yolanda. "Basta por ahora. Haga la comida. Eugenia y yo querremos raviolis y una buena ensalada. Usted comerá algo de lechuga antes. A menos, por supuesto, que quiera metérsela delante de Eugenia".

"Por favor, estoy tan hambrienta", rogó Puri.

"¡Pero si usted se ha tragado toda una carga de semen alto en proteínas no hace más de 2 horas!. Creo que tenemos que hacer que pierda unos kilos, señorita Gómez".

Una roja Puri la miró, sin ninguna contestación para eso, y empezó a hacer la comida que Yolanda le había mandado.

Aproximadamente 10 minutos más tarde oyeron que la puerta delantera se abría y una voz, "¡Mamá, estoy en casa!".

"¡En la cocina!", la llamó Puri.

Eugenia se detuvo en seco cuando entró en la cocina. "Mamá, ¿qué te has hecho en tus cabellos?".

"¿Te gusta?".

"Estás tan diferente. ¿Por qué te lo has dejado así de corto?".

"Yo quería algo muy diferente."

"¿Y por qué estás vestida con la ropa del domingo?. ¿Vas a salir?".

"No, tesoro. Simplemente me apetecía vestirme así hoy."

"¡Oh!". Sólo entonces Eugenia se dio cuenta de la presencia de Yolanda. "Hola."

"Eugenia, ¿conoces a Yolanda?".

"Claro que sí, de la escuela."

"Pues vivirá aquí por un tiempo mientras se resuelven algunas cosas con sus padres", mintió Puri a su hija.

"¡Genial!. Una hermana mayor. Será estupendo."

“Seguro que sí", le dijo Yolanda. "Vamos arriba y te ayudaré a desempaquetar tus cosas."

Yolanda y Eugenia subieron la escalera y dejaron en la cocina a una nerviosa maestra preparando una comida que a ella no se le permitiría comer. Por lo menos los tacones de 10 cms. no le hacían tanto daño en sus pies como los tacones de 12 cms.

Cuando la comida estuvo lista, Puri llamó a las dos muchachas y cuando bajaron ellas charlaban como viejas amigas. Eugenia y Yolanda se sentaron y Puri les sirvió una ensalada grande y ravioli. Entonces se acercó al fregadero, donde cogió su lechuga.

"¿No comes, mamá?", preguntó Eugenia.

"No, trato de perder unos kilos, cielo", le mintió Puri de nuevo a su hija.

"¿Nos puede dar un par de Coca-Colas, señorita Gómez?", demandó Yolanda.

Ella cogió dos Coca-Colas y un par de vasos para las muchachas.

"Mamá, ¿por qué has comprado Coca-Cola?. Siempre nos has comprado Pepsi, incluso aunque yo te pidiera Coca-Cola."

Ahora Puri estaba en un atolladero. ¿Qué podía decirle?.

"Yo compré la Coca-Cola", le dijo Yolanda "no sabía si os gustaba, pero si te gusta la Coca-Cola, estoy segura de que tu madre la comprará de ahora en adelante. ¿Verdad, señorita Gómez?".

"Seguro, ya que os gusta tanto a las dos, y de que yo estoy a dieta, compraré Coca-Cola de ahora en adelante". Otra mentira.

"¿No vas a sentarte, mamá?", preguntó Eugenia.

"No, cariño, tengo mucho que hacer". Mentira número cuatro. Su vida iba a ser una mentira después de otra para proteger a su familia de sus atormentadores.

Las muchachas terminaron y se fueron arriba dejando a Puri limpiando. Usualmente Eugenia recogía la cocina, pero Yolanda le había dicho que se fuera con ella y Puri se quedó limpiando mientras sabía que siempre lo haría de ahora en adelante. Después de que todo estuvo limpio, Puri fue arriba y preguntó si las muchachas necesitaban cualquier cosa. Ella, de repente, se dio cuenta de que necesitaba usar el baño. ¡¡Pero tenía el consolador metido en el culo.!!

Trató de guiñarle el ojo a Yolanda, pero Yolanda la ignoró.

"¿Ha terminado de verificar nuestros exámenes, señorita Gómez?", le preguntó inocentemente Yolanda. Ella podía ver el nerviosismo de su maestra y sospechaba la razón.

"Yo entretendré a Eugenia mientras usted corrige los exámenes."

Puri supo que era una orden. Pero, ¿de qué estaban hablando Eugenia y Yolanda?. En esta primera prueba sus nervios estaban al borde de una crisis. La fuerza era tremenda. Se fue a su dormitorio para “corregir unos exámenes”. Sentó en el suelo y extendió los papeles alrededor de sí mientras intentaba trabajar tratando de ignorar los calambres en sus intestinos.

Un par de horas más tarde, Eugenia entró para decirle buenas noches.

"¿Por qué estás en el suelo, mamá?".

"Necesitaba más espacio para todos los papeles, cielo”, mintió Puri de nuevo.

"Bueno, estoy muy cansada y tengo un día muy ocupado mañana. Dile a papá que le quiero cuando llame", le dijo Eugenia mientras besaba a su madre en la mejilla.

"Buenas noches."

"Buenas noches, cariño", le dijo Puri. Maldición, había olvidado que su marido la llamaba todos los domingos por la noche.

Después de que Eugenia se hubiera acostado, Yolanda entró en el cuarto de la señorita Gómez. "Bueno, ya estamos solas, señorita Gómez".

"Por favor, señorita García, ¿puedo quitarme el consolador y usar el baño?", rogó la maestra. Todas estas mentiras y depravación la hacían sentirse mal.

"¡Señorita Gómez, ¿por qué no me lo ha pedido antes?!”, le dijo Yolanda con una sonrisa traviesa. "Asegúrese de lamer el consolador para limpiarlo y recuerde cómo debe usar el baño. A menos, por supuesto, que usted quiera ir fuera."

"Usaré el baño. Gracias, señorita García."

Puri se dio prisa en llegar al baño y retiró el consolador de su ano y se sentó en cuclillas encima del retrete con el asiento levantado. No tuvo que esperar mucho para vaciar sus intestinos. Entonces empezó la tarea repugnante de lamer el consolador hasta que estuvo limpio.

"No necesita volver a ponérselo ahora mismo, señorita Gómez", la llamó Yolanda desde la alcoba.

Cuando Puri volvió a la alcoba llevaba sólo sus zapatos de tacón, y Yolanda le dijo que se los cambiara por las sandalias de 12 cms. "Hacen que sus piernas y su trasero parezcan casi respetables”.

Dándole su bolso, Yolanda le mandó a Puri que sacara el consolador grande. Se le dijo que se sentase en el suelo sobre sus rodillas, y así sus talones se apretaron contra su ano. Yolanda se incorporó y separó las rodillas de la maestra para exponer su coño afeitado.

"Métase a su amigo negro en su coño, señorita Gómez”.

Puri tomó el negro monstruo y trató de meterse la punta en su abertura húmeda. Era demasiado grande.

"Señorita García, es demasiado grande, no me entra."

"O se lo mete usted o haremos demasiado ruido si tengo que hacerlo yo", gruñó Yolanda. "He sido demasiado buena con usted."

La asustada maestra intentó meterse la cabeza del gran consolador en su coño, estirando sus labios vaginales más allá de lo que nunca se habían abierto excepto cuando Eugenia nació. Una vez que la punta estuvo dentro, se lo introdujo despacio más y más hondo hasta que cerca de 10 cms. estuvieron enterrados en su coño.

FLASH

"Ahora sáquelo y métaselo más hondo."

Puri empujó y empujó la gran polla negra dentro y fuera de su vagina. Sus labios vaginales se estiraron hasta el límite y el consolador era tan grande que cada roce con su clítoris le enviaba escalofríos por su cuerpo. Otro par de centímetros desaparecieron en su agujero, pero por lo menos quedaban 8 cms. fuera.

"Señorita Gómez, creo que antes de Navidad habrá podido metérselo entero", le dijo Yolanda confiadamente.

“Imposible”, pensó Puri, pero se guardó ese pensamiento en su mente mientras sentía fuego en su coño.

"No se corra, señorita Gómez. Quizá si es buena le dejaré correrse más tarde, pero antes quiero ver desaparecer ese juguete negro dentro de su coño."

El teléfono sonó. Puri miró a Yolanda con ojos suplicantes.

“Siga follándose mientras habla con su marido, señorita Gómez. No me mencione. Si usted se corre o se detiene, despertaré a Eugenia para que hable con su padre", le dijo Yolanda con una sonrisa.

Puri contestó el teléfono. Intentó hablar con normalidad mientras se metía y sacaba el consolador, del que sólo quedaban fuera cinco cms. Sentía fuego por delante. Su marido estaba tan preocupado que no se dio cuenta de su respiración jadeante. Podían oírse perfectamente los sonidos que el fabricante del placer negro hacía al resbalar dentro y fuera de su llameante coño. La conversación duró aproximadamente 10 minutos y Puri no podía recordar una sola palabra que se había dicho. En cuanto colgó, le rogó a Yolanda, "Por favor, señorita García. ¿Puedo correrme?".

"¿Qué estaría usted dispuesta a hacer si le permito que se corra, señorita Gómez?".

La frenética maestra respondió, "Cualquier cosa, señorita García. Cualquier cosa."

Yolanda levantó su falda enseñándole a Puri su ano desnudo. "Bese mi culo, señorita Gómez".

La mortificada maestra se apoyó sobre sus rodillas, se inclinó hacia delante y puso sus labios sobre el desnudo ano de su estudiante.

“Vamos, señorita Gómez. Si quiere correrse tiene que hacerlo mejor que eso."

Puri se inclinó más y plantó sus labios firmemente en el ano de Yolanda.

"Use su lengua, señorita Gómez."

La sobreexcitada maestra recorrió su lengua por encima del ano de Yolanda. Zambulló su lengua ligeramente entre los cachetes desnudos.

"Lama mi agujero, señorita Gómez".

Puri no podría aguantar mucho más. Su coño le quemaba. Su trasero botaba en el suelo mientras ella empujaba el consolador negro dentro y fuera. Había un charco de sus propios jugos en el suelo y ella tenía 16 cms. de consolador en su coño. Yolanda notó que sólo quedaban 4 cms. fuera.

Mientras la lengua de Puri lamía el ano de su estudiante, Yolanda dijo, "Córrase, señorita Gómez".

“¡Ahhhhhhhhhhh!”, gimió Puri en el ano de Yolanda mientras alcanzaba el más intenso orgasmo que nunca había sentido. Tuvo un orgasmo tras otro. Su lengua fustigaba encima del ano de Yolanda mientras el charco en el suelo se hacía más grande.

Una vez hubo terminado, Yolanda dijo, "Bueno, señorita Gómez, es usted una lamedora de culos bastante buena y me parece que ya tiene 18 cms. de la polla negra en ese agujero suyo”.

Una mortificada maestra se dio cuenta de lo que acababa de pasar y estalló en sollozos.

"Si correrse va a hacerle llorar, no le permitiré que vuelva a tener un orgasmo”.

Puri luchó por recuperar su control.

"Ahora lama su juguete para limpiarlo y luego limpie con la lengua todo este enredo en el suelo. Duerma sentada allí y mantenga su juguete negro en su boca toda la noche. Ponga el despertador a las cinco de la mañana, dúchese y prepare el desayuno para Eugenia y para mi sobre las 6:30. Se vestirá con la bata que preservamos hasta que yo elija su ropa para la escuela."

La aturdida maestra se quedó allí sentada sin moverse durante media hora antes de dirigirse a cumplir con los trabajos que le habían encomendado.