Maestra poseida VIII
Sigue la tarde de compras de nuestra pobre maestra
Capitulo 8
La sollozante maestra se sobresaltó al volver a la realidad por el sonido de voces cuando dos señoras entraron en los servicios. Miró el consolador en su mano y pensó, “Esto no va a caberme dentro”. Abrió el tubo de lubrificante y lo aplicó cautelosamente al consolador. Luego metió la mano entre sus piernas y se puso un poco de lubrificante en su ano. Intentó meterse el dedo dentro para introducirse un poco de gel. Quería esperar hasta que no hubiera nadie en los servicios antes de probar a meterse el consolador, pero le pareció como si alguien más hubiera entrado y sabía que ya había estado demasiado tiempo.
Bajó las manos hasta que puso la punta del consolador en el agujero de su ano y empezó a empujar. “Sabía que era demasiado grande”, pensó. Empujó más duro y la punta empezó a forzar la entrada de su ano. Una vez que comenzó a aplicar una presión constante, el consolador comenzó a introducírsele en el ano. El dolor no era tan grande como había temido, pero se sintió muy incómoda. De repente, la parte más ancha del consolador se introdujo en su ano y quedó completamente metido en su culo. Se puso de pie y la sensación del objeto extraño en su ano la hizo sentirse aún más incómoda. Ella se arregló la falda, o lo poco que había de ella, y abrió la puerta del aseo. Se lavó las manos y se arregló el maquillaje lo mejor que pudo, ya que no le había permitido llevarse su bolso, y se dirigió hacia la mesa llevando en la mano el tubo de lubrificante. Cada paso le recordaba que su ano estaba completamente ocupado por un consolador.
"Ha tardado mucho. Y me dan igual los problemas que haya tenido al meterse ese consolador en su culo virgen, señorita Gómez."
Roja de vergüenza, Puri contestó, "Siento haber tardado tanto, señorita García."
"Su ensalada y sus picos de pan ya están aquí. Quiero que usted coja un pico y se lo meta en el coño, y que no se lo saque hasta que yo se lo diga", le mandó Yolanda.
La horrorizada maestra cogió un pico y cuidadosamente metió la mano bajo la mesa para metérselo en su coño, que, ante su inmensa turbación, estaba aún más mojado de lo que siempre parecía estar ya.
"Asegúrese de que no se cae al suelo, señorita Gómez. Ahora, cómase su ensalada con los dedos. Los animales domésticos no usan cubiertos de plata labrada."
"Pero..."
"¿Pero qué?, señorita Gómez. Agradézcame que la deje sentarse y que no le haya pedido espaguetis."
Puri empezó a coger su ensalada. La camarera le trajo la comida a Yolanda y Puri continuó comiendo su ensalada con sus dedos.
"Sáquese el pico del coño, señorita Gómez, y póngase otro en su lugar."
Puri hizo lo que se le ordenaba. Era muy difícil pasar inadvertida.
"Ahora cómase el pico con su ensalada."
Puri hizo lo que su estudiante le había mandado. Ya estaba empezando a acostumbrarse al sabor de su coño, y la comida continuó mientras Puri se comía otros tres picos y toda su ensalada.
Yolanda encargó un helado de chocolate de postre para cada una de ellas.
"Hago ésto porque se quejó acerca de la ensalada, señorita Gómez."
"Lo siento, señorita García. ¿Puede hacerme el favor de permitirme usar una cuchara para mi helado?".
"No, y apresúrese ahora porque tengo ganas de volver a casa."
La avergonzada maestra zambulló sus dedos en el helado y empezó a comer su postre. Varias personas cercanas la habían visto comer, y ella podían ver sus miradas fijas en ella mientras comía el helado con sus dedos.
"Límpiese los dedos con la lengua, señorita Gómez. Tenemos que irnos ya."
Puri lamió sus dedos para limpiárselos y pagó la factura. Cuando se dirigió hacia el coche con el consolador herméticamente metido en su ano, encontró a Yolanda rebuscando en las bolsas del sex-shop. Se quedó de pie junto a la puerta y esperó permiso para subir al coche.
Yolanda halló lo que buscaba, las pinzas de los pezones, y se volvió hacia su maestra
y dijo, "súbase el suéter."
"Por favor, señorita García, déjeme subir al coche primero."
"Súbase el suéter ahora mismo, o la estaré azotando durante toda la noche."
Colocándose de espaldas al restaurante, Puri se alzó el suéter, revelando sus pechos al mundo con sus pezones duros apuntando a Yolanda. Yolanda puso la primera pinza sobre el pezón derecho de Puri y la apretó hasta que quedó firmemente sujeta al pezón de su maestra. Puri se mordió el labio para no gritar y se concentró en su torso desnudo. Entonces Yolanda le hizo lo mismo en el pecho izquierdo.
"Bájese el suéter, señorita Gómez, entre en el coche y póngase el collar."
Puri se bajó el suéter, que no escondió la cadena que unía las pinzas, y subió al coche. El roce de la tela del suéter sobre sus pezones no dejó que ignorara el dolor. Yolanda condujo unos kilómetros y luego aparcó el vehículo junto a una farmacia.
"Bájese y cómpreme hilo dental, señorita Gómez."
Puri no supo qué hacer. Sus pinzados pezones eran claramente visibles por su extremadamente corto suéter y la cadena que los unía atraería ciertamente la atención. Además, sabía que caminaba de una forma cómica por el consolador que llevaba metido en su ano. Pero también sabía que sería peor negarse a ello. Despacio abrió la puerta del coche y tan delicadamente como le fue posible caminó hacia la tienda. Había tres muchachos en la tienda y el empleado. Gracias a Dios no había nadie que ella conociera. Uno de los muchachos la miró e inmediatamente llamó a sus compañeros.
"¡Eh, chicos!. Mirad ahí fuera."
Los tres se quedaron mirándola y el empleado la miraba también. Uno de los muchachos se le acercó mientras compraba el hilo dental y le preguntó, “¿Le hacen daño?", señalando las pinzas visibles a través de su suéter. Ella los ignoró y comenzaba a dirigirse hacia el coche cuando Yolanda entró.
"Te he visto hablando con mi mascota. ¿Qué querías?", le preguntó al muchacho.
"Le he preguntado si le hacían daño y me ha ignorado."
"¿Por qué ha hecho eso, señorita Gómez. Discúlpese por haber sido tan ruda con el señor."
"Lo siento", le dijo Puri con sus ojos clavados en el suelo.
"Responda al señor, ¿le hacen daño?".
"Sí, me hacen muchísimo daño,"contestó Puri.
"Muéstreselos a estos señores, señorita Gómez. Súbase el suéter para ellos."
La horrorizada maestra se volvió hacia los muchachos y se levantó el suéter para que pudieran ver sus pechos. Quería meterse debajo del suelo y desaparecer. Nunca había sentido tanta vergüenza en toda su vida.
"Tiradle suavemente de la cadena para que veáis lo fuerte que están sujetos", sugirió Yolanda.
Uno de los muchachos alargó la mano y tiró de la cadena que unía las pinzas de los pezones. Puri gimió de dolor mientras sus pezones le quemaban.
"No tan fuerte, muchacho. No vayas a dañar la mercancía. Quizá sea mejor que se los beses y acaricies."
"No.", negó Puri.
"¿Qué ha dicho?."
Dándose cuenta de su error, Puri contestó, "Nada, señorita García."
"Bueno, pues ahora pídales a estos muchachos que le besen sus pezones."
La humillada maestra dijo, "Por favor, besen mis pezones", mientras empezaba a sollozar. Cada muchacho tuvo la oportunidad de besar y chupar, y en un caso de morder, sus pinzados pezones. Puri sólo pudo quedarse allí de pie mientras sus pechos eran manoseados y lamidos en un lugar público. Gracias a Dios no entró nadie.
"Déles las gracias a los señores y vayámonos, señorita Gómez."
La completamente humillada maestra dijo, "gracias" y salió corriendo de la tienda, bajándose el suéter mientras se dirigía hacia la puerta.
El resto del regreso a casa fue tranquilo. Cuando llegaron a casa, Yolanda mandó a Puri que llevara todo a la alcoba y que guardara toda la ropa y los zapatos excepto las sandalias de tacón de 12 cms. También le ordenó que pusiera todos los juguetes sexuales en la cama.