Maduras y tabaco (III)

Mi vida prosigue. Mi vecina Carmen quedó atrás y conozco a Lola, una mujer de 50 años que me educa sexualmente y cambia mi vida para siempre, llevando el sexo a una dimensión totalmente desconocida para mí...

Mi historia con mi vecina Carmen tuvo algunos capítulos interesantes después, pero siempre había prisa, clandestinidad, sentimientos de culpa… sobre todo por su parte y la cosa se complicaba. Se complicó tanto hasta que dejó de suceder.

Yo seguía con mi vida, creciendo y relacionándome con chicas de mi edad, pero siempre estaba en mi cabeza el deseo oculto por mujeres mucho mayores que yo. Cuando paseaba por la calle siempre que me cruzaba con alguna mujer mayor que me resultara atractiva me quedaba mirando embobado soñando con poder interactuar con ella de alguna manera, aunque fuese un acercamiento inocente, pero sabía que nunca lo iba a hacer. No es que mirara a todas las mujeres por el hecho de que fueran mayores, no era eso, tenía mis gustos como todo el mundo y unas mujeres me resultaban atractivas y otras no, pero algunas de esas mujeres con las que me cruzaba y a las que miraba con deseo sí eran mayores y muchas de ellas iban con un cigarro en la mano. Aunque ya comenté que no era una condición obligatoria que fumasen, sí que había algo en ese gesto, en ese olor y ese recuerdo que estaba anclado en mi cabeza que me despertaba aún más.

El caso es que quería y deseaba volver a encontrar a una mujer mayor con la que disfrutar del sexo. Había muchas cosas en mi cabeza que no era capaz de compartir con nadie. Muchas fantasías que canalizaba a través del porno y siempre buscaba vídeos de grannys, matures y demás.

Un día, viendo que iba a ser mi única solución, me apunté a una página de contactos y empecé a escribir a mujeres mayores con la esperanza de que alguna me hiciera caso. Obtuve algunas respuestas, pero hubo un que me gustó especialmente. Se llamaba Lola y sería la mujer que cambiaría mi vida para siempre.

Empezamos a escribirnos intercambiando mails de cortesía, un poco para ir conociéndonos. Lola tenía 50 años, escribía muy bien, era divertida, afilada y enseguida conectamos. Poco a poco fuimos haciendo esos envíos de mails más frecuentes y ya se convirtió en lo más excitante de cada día porque también íbamos avanzando en contarnos cosas, aunque de momento en un nivel superficial.

Yo he decir que siempre he sido muy cuidadoso en los temas sexuales. Lo último que he querido ha sido incomodar a una mujer. Y todo eso me hacía tímido y nada lanzado en general. No sabía muy bien dónde estaba el límite entre disfrutar y molestar y me costaba en general expresar todo lo que bullía en mi interior. Así que con Lola todo iba poco a poco, demasiado poco a poco para las necesidades de ambos, pero ninguno de los dos hacía por acelerar. Hasta que pasadas unas semanas, ya inevitablemente, quedamos. Yo tenía 26 años por entonces.

Era un día de junio, quedamos en Lavapiés, un barrio de Madrid, la ciudad donde vivimos. No nos habíamos enviado foto previamente, pero nos reconocimos fácilmente, no había mucha gente a esa hora. Nos intercambiamos una sonrisa tímida y nerviosa y dos besos. Lola era una mujer muy atractiva. Tenía el pelo corto, una enorme sonrisa y unos ojos color verdes muy hipnóticos. Era una mujer alta y con muchas curvas. Me gustó la verdad. Y no quiero ser exagerado ni como obsesivo con eso, porque yo no la había visto previamente ni lo habíamos comentado, pero tenía y tiene las dos tetas más grandes que yo haya visto en persona. Eran increíbles. Se marcaban en el fino jersey verde que llevaba. Se marcaban y mucho y claro, mis ojos se quedaban fijos en ellas más de lo que es conveniente.

Entramos en un bar, nos sentamos y estuvimos hablando un poco de todo, ampliando los datos que nos habíamos intercambiado en los mails. Ella había estado casada, tenía un hijo, y ahora tenía una relación con un hombre de su edad. No era una relación muy estable, porque cada uno vivía en su casa y se pedían pocas explicaciones. Ella sentía que aún le quedaban por vivir muchas más cosas y con él se aburría, por eso se apuntó a la página de contactos y por eso me respondió. Y aquí estábamos.

Yo me sentí muy cómodo todo el rato que estuvimos hablando. Se disiparon todos los nervios iniciales y disfruté del rato con Lola. Empezamos a flirtear un poco, a tocarnos el brazo y la mano, hasta que ella de repente, en medio del bar, me comió la boca y me dijo:

-“Vamos a mi casa, vivo cerca”.

-Sí, por supuesto –dije yo-, y aunque vivieras lejos…”.

Salimos del bar camino de su casa y no recuerdo nada de ese trayecto, tan excitado y absorto sobre lo que podía pasar después. Llegamos a su portal, entramos en el ascensor y volvió a comerme la boca hasta el séptimo piso en el que vivía. Entramos en casa y seguimos besándonos hasta que ella paró y me preguntó si quería una copa. Yo le dije que no bebía alcohol y ella se puso un vodka con naranja. Estuvimos de cháchara otro rato hasta que esta vez fui yo el que se abalanzó sobre su boca. Sabía bien, me gustaba su sabor y también su olor, que ya me cautivó desde el momento en el que me dio los dos primeros besos en la mejilla.

Nos desnudamos como desesperados y pude ver su cuerpo y también me gustó mucho. Era el cuerpo de una mujer vivida, la verdad, el paso del tiempo había dejado su huella en forma de cicatrices y gravedad, pero a mí me encantaba así. Y me siguen encantando. Me gustan los cuerpos naturales de las mujeres. Vi sus dos enormes tetas que caían sobre su cuerpo, las uñas pintadas de sus pies del mismo color rojo que las de sus manos, sus muslos rotundos, su coño sin depilar… una maravilla de mujer para mi gusto.

Iré rápido con esta primera vez porque no tiene más trascendencia que la de ser la primera y yo no estuve muy a la altura. Misionero rápido, un pequeño orgasmo por su parte y salida de su casa rápida… no sé qué me pasó, pero me fui de su casa sin dar muchas explicaciones, lo cual no dejó muy contenta a Lola.

Al día siguiente tenía un mail suyo preguntándome qué había pasado. Yo respondí sin saber muy bien qué decir, porque no tenía muy claro cómo explicar que en el fondo era un cortado y que no sabía muy bien cómo trasladar mis pensamientos a la realidad. Poco a poco me fui abriendo, ella comprendiendo perfectamente, lo cual me ayudó mucho. Ambos nos fuimos abriendo y empezamos a compartir lo que de verdad esperábamos el uno del otro. Y, sobre todo, una de las frases que me escribió se me quedó grabada:

-“Aún te queda mucho por aprender del sexo y las mujeres. Yo te voy a educar”.

Y vaya si me educó. A partir de aquí, de esa confianza que fuimos cogiendo gracias a las palabras, pudimos empezar a experimentar lo que es vivir el sexo de una forma plena y libre, sin tabúes. Todo de forma gradual pero ya sin parar de disfrutar.

Volvimos a quedar por fin otro día ya en su casa. A pesar de que habíamos aclarado cosas yo estaba nervioso por cómo se iba a desarrollar la noche. Todo giraba alrededor de mi timidez, de mi inseguridad, de no estar a la altura. Había tenido ya experiencias sexuales y siempre era lo mismo, placenteras, pero…

Empezamos charlando distendidamente en el sofá, ella tomándose una copa y generando un clima de muy buen rollo, la verdad. En un momento dado se empezó a desnudar. Se quedó de pie totalmente desnuda y dejó que la mirase largamente. Como digo no tenía un cuerpo que cumpliera con los estándares de belleza que se supone que se llevan y por eso me encantó ese gesto de mujer libre y empoderada en plan: ‘esta es la que soy, soy así y soy bella, no me escondo ni disimulo nada’. Y vaya que si era bella.

Yo admiraba su cuerpo encantado. Ella me empezó a desnudar a mí. Yo estaba empalmadísimo. Lola me acarició la polla y los huevos con deleite al verme así. Se volvió a sentar y dijo:

-“Ya veo que te gusta lo ves, pero ¿qué es lo que sientes, Alberto?

-“Se me hace la boca agua viéndote y me entran mucha ganas de comer”, dije yo.

-“No tenemos prisa, así que vas a comer hasta que te hartes”, dijo Lola.

Y empezamos a comernos la boca con besos cada vez más largos y más húmedos, con más y más lengua cada vez mientras yo acariciaba sus dos gigantes tetas con las manos hasta que me bajé también a comerlas. Y me hundí en la inmensidad de sus pechos enormes y lamí y chupé como un loco mientras jugaba con ellos con mis manos. Los sostenía, los admiraba y volvía a llevármelos a la boca indistintamente.

-“Muy bien esa comida de tetas, Alberto, es verdad que tienes hambre. Ahora a ver qué tal lo haces con el coño”.

Seguíamos en el sofá y ella me empujó la cabeza hacia su coño con cierta brusquedad. Yo estaba de rodillas sobre la alfombra, ella abrió más las piernas y pude ver más de cerca ese coño grande y peludo. Tenía ganas de comérmelo y me acerqué directamente. Empecé a chupar los labios y el clítoris y a jugar con mi lengua lo mejor que pude en ese coño húmedo y sabroso. Estuve un rato así hasta que Lola me cogió de la cara, me la quitó de su coño e hizo que la mirara. Y entonces me dijo:

-“Alberto, no lo haces mal, pero tienes que estimularme mucho más todo el coño antes de lanzarte a por el clítoris. Chupa y succiona los labios, mete la lengua bien dentro del coño, chupa y estimula el perineo y el culo y luego, cuando me tengas cachonda perdida, te centras en mi clítoris para que me corra en tu boca”.

Y eso hice. Volví a hundir mi cabeza en ese coño delicioso y empecé a chupar y succionar sus majestuosos labios mayores y a introducir mi lengua.

-“Así, fóllame con la lengua”.

Y yo la metía todo lo que podía y la movía por dentro de su cavidad para alcanzar todos sus rincones, intentando procurar el máximo placer.

-“Mmm, qué gusto”.

Y seguí comiendo coño, hasta que Lola me dijo:

-“Ahora baja lamiendo el perineo y haz lo mismo en el culo”.

Yo nunca había chupado un culo y me daba cierto reparo. Lola debió notarlo y me empujó la cabeza hacia abajo a la vez que subía un poco las piernas y dejaba a la vista su ano.

-“Cómeme el culo”.

Esa frase imperativa me excitó mucho y acerqué mi lengua al perineo y lo fui acariciando para luego bajar al culo. Y me comí su culo. Primero con la lengua de forma superficial, haciendo círculos en la entrada de su ano. Sabía extraño, pero no desagradable como yo imaginaba. Era excitante, la verdad. Estaba descubriendo muchas cosas, de mí, de los sabores, de las mujeres… estaba encantado y muy, muy cachondo. Y empecé a meter la lengua, primero un poco y luego le abrí el ano para metérsela todo lo que pude. Y la movía en su interior y los gemidos que salían de la boca de Lola parecían ser indicativo de que le estaba gustando. Y a mí también. Estuve comiéndome su culo un buen rato hasta que ella me dijo:

-“Sube al coño que voy a correrme en tu boca”.

Me centré ahora en su clítoris como Lola me había indicado. Primero pasando toda la lengua despacio y luego estimulando sólo con la punta aumentando la velocidad a medida que ella aumentaban sus gemidos. Seguí moviendo la lengua sin descanso hasta que oí un gemido agudo y largo, señal de que llegaba su orgasmo. Y Lola se corrió. Su coño se inundó de un fluido un poco más líquido y de un sabor diferente y yo bajé instintivamente mi lengua a la entrada de su coño para degustarlo. Y bien que lo saboreé. No fue una corrida en forma de fuente, como el típico squirting de las pelis porno, se inundó sólo el coño por dentro y algunas gotitas le caían por el perineo hacia el culo y yo me las fui bebiendo una a una. Joder, cómo me gustaba hacer eso, me sentía un ‘cerdo’ en el buen sentido de la palabra. Lamía culos y corridas de una mujer y lo mejor es que me excitaba muchísimo.

Tras un par de minutos de descanso, Lola me dijo:

-“Me ha gustado la comida de coño, niño, eres un buen alumno, casi me meo del gusto. Ahora bésame, cómeme la boca, quiero que me beses con el sabor de mi coño”.

Y me subí a comerle la boca y llenarle de mi saliva y así nos estuvimos saboreando un buen rato.

-“Me gusta el sabor de tu saliva impregnada de mi coño. ¿A ti?” -dijo Lola-.

-“También, me gusta mucho tu sabor, tu olor…”

-“He estado a punto de mearme de gusto cuando me he corrido. Me he tenido que aguantar. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera hecho?

-“No lo sé -dije yo-, pero la próxima vez no te aguantes y a ver qué pasa”.

Ella sonrió satisfecha, dio unos sorbos a su copa, se levantó y fue a la cocina. Al regresar venía con un paquete de tabaco.

-“¿Te importa que fume?”.

-“No, por supuesto, al contrario” -dije yo-.

Y le conté mi ‘extraña’ querencia con el tabaco que ya he contado en los dos relatos anteriores. Ella me dijo que había sido fumadora, pero que había tenido últimamente algunos problemas de salud y lo estaba dejando por mandato del médico. Pero el tema es que le gustaba fumar y no quería dejarlo del todo, pero sólo lo hacía en ocasiones especiales. Se encendió un cigarro y yo la miraba encantado. Ya pensé que lamiéndola me había excitado todo lo más que se podía. Pero al ver cómo fumaba, el olor que transmitía también su cuerpo… volví a empalmarme como un mulo. Es verdad que no se me había bajado el empalme desde que había llegado a su casa, pero por momentos me notaba la polla más hinchada y gorda. Con frases, con momentos, escenas… estaba claro que yo podía sentir un punto más de excitación en determinadas cosas.

-“Veo que te sigue gustando lo que ves” -dijo ella.

-“Sí, me encanta”.

-“Muy bien, ahora me toca trabajar a mí”.

Apagó el cigarro en el cenicero y ahora fue ella la que se arrodilló. Empezó a acariciarme la polla mirándola como con deseo. Me masturbaba despacio mirándome también a los ojos y con la mano izquierda tocándose las tetas. En un momento dado se la metió la polla en la boca y empezó a mamármela. Yo, ‘listo’ como siempre, se la quité y le dije:

-“Lola, nunca me han comido la polla. Lo han intentado, pero es que no me siento cómodo”.

-“¿Por qué no te sientes cómodo?”.

Y le conté que pensaba que el acto de comer una polla era como algo machista, algo que las mujeres no querían hacer, que se veían obligadas a ello, que los hombres siempre estaban insistiendo con eso y que yo no quería ser de esos tíos, no quería obligar a ninguna mujer a hacerlo si no querían…

-“¡Ay, niño! ¡Qué ingenuo eres y qué poco sabes de las mujeres¡. Tienes razón en algo de lo que dices, los hombres habláis mucho del tema y a veces sí que hay tíos que sólo buscan eso y lo hacen como un acto de poder. Pero en las relaciones sexuales sanas es un disfrute, al menos para mí, ¿o acaso tú no has disfrutado comiéndome el coño?”

-“Sí claro”.

-“Pues esto igual, yo lo deseo, me gustan las pollas y me gusta mucho comérmelas así que de ahora en adelante te comeré el rabo cuando quiera, porque será algo que haga por placer”.

Y empezó a comerme la polla. Me pasaba la lengua a lo largo hasta los huevos, los cuales también chupó, y luego se centró en mi glande. Metió la lengua entre los pliegues y se la metía en la boca todo lo que le cabía, y la sacaba y volvía a lamer y acariciar con los labios masturbándome mientras. Y paraba de meneármela para sólo chupar. Y paraba de chupar para sólo menear… una delicia, la verdad. Me encantaba mirarla cómo lo hacía. Y ella también se paraba a mirarme entre mamada y mamada y se sobaba las tetas con lascivia con la mano libre… Sabía cómo excitarme, estaba claro.

-“Para o me corro, que estoy muy cachondo”, -dije yo-.

Ella no sólo no paró, sino que empezó a menearme el rabo más fuerte y a lamer el glande con más ganas. Ella notaba mi excitación, mi polla palpitaba en su boca y de un instante a otro iba a reventar. Me empezaron los espasmos de la corrida, hice ademán de quitarme, pero ella me sujetó suavemente las piernas, lo justo para que entendiera el gesto. Y entonces dejé llevar, me relajé y solté mi corrida. Una espesa capa de leche le llenó la boca, los labios, las mejillas…

-“Joder, qué corrida, Lola, qué bien se te dan las mamadas…”

-“Ya te digo que es algo que me encanta”.

Ella se pasó la lengua por la comisura de los labios para rebañar mi leche, asegurándose de que la miraba. Habían caído también gotas de semen en su teta izquierda. Lola se la levantó, se la llevó a la boca y lamió los restos que quedaban… Yo sentía que me volvía a excitar al instante al ver eso.

-“Y también me encanta el semen, que lo sepas, así que puedes correrte donde quieras de mi cuerpo, menos en los ojos, a ser posible, que escuece. Pero en todos los demás sitios puedes. Además, tu leche sabe bien…”.

Yo sonreí con cara de idiota, le acaricié el pelo y me acerqué a besarla. Volvimos a mezclar nuestros sabores. Lola se levantó, se sirvió otra copa y se sentó a mi lado. Me encantó que hizo todo eso sin haber salido corriendo a limpiarse.

-“Veo que a los dos nos gustan los flujos del otro, los olores del otro, los sabores del otro… esto se pone interesante. Hoy hemos avanzado mucho en tu educación” -dijo Lola--

-“Ya lo creo que sí. Ha sido increíble” -dije yo-.

Se encendió un cigarro, tomó un sorbo de su vodka con naranja y me dio un largo beso.

-“Y esto es sólo el principio”.

-“¿Ah, sí? -dije incrédulo yo-.

-“Sí, a partir de hoy voy a ser tu puta y cumpliré todas tus fantasías y tú serás mi cabrón y vas a hacer todo lo que yo te diga, cuando yo te diga y donde yo te diga…”.

Y esas palabras de Lola no pudieron excitarme más.

(continuará)