Maduras y tabaco (II)

Segunda parte de cómo fue mi despertar sexual con Carmen, mi vecina de 48 años, una mujer increíble que me hizo sentirme atraído, de ahora en adelante, por mujeres mucho mayores que yo...

Tras nuestro primer encuentro sexual (Que describo en Maduras y tabaco I), Carmen se fue de mi casa dándome un tierno beso en la boca. Yo aproveché para ventilar la cocina, aunque hubiera preferido seguir emborrachándome con su olor característico que me volvía loco, pero tenía miedo por si mi madre al volver hacía preguntas. Me subí a la ducha y aunque acababa de correrme, me masturbé pensando en todo lo que acababa de vivir. Tras tantos años de espera y sin albergar ninguna esperanza, mi vecina de 48 años, esa preciosa mujer con la que prácticamente había despertado sexualmente, había querido también compartir mi piel y mi cuerpo… aunque de momento había sido un primer acercamiento superficial y yo deseaba que no quedase ahí, deseaba poder estar dentro de ella y morirnos de placer tantas veces como fuera posible. Era una sensación extraña, por un lado ya había hecho mucho más de lo que hubiera soñado con ella, como comentaba. Pero por otro, el saber que ya había sucedido envenenó aún más mis pensamientos y ya no deseaba otra cosa que follar con Carmen.

Como conté en el anterior relato yo tenía en esa época 18 años. Estaba en plenitud, como todos los jóvenes a esa edad. Fiesta, planes, salir, conocer gente distinta cada finde… Al fin la mayoría de edad proporcionaba esas dosis de libertad que tanto había anhelado. Y salía, claro que salía. Yo era un chico normal en todos los sentidos, y tenía mis amigos y disfrutaba como cualquier chaval de esa edad. Pero había algo en lo que no era normal. No me interesaban para nada las chicas de mi edad. Como digo no es que yo rompiera la pana, pero sí que notaba cierto interés por mí en alguna chica de mi entorno y más allá de la guapa y querida chica con la que perdí la virginidad, no me relacioné con las chicas con las que debía relacionarme por edad hasta mucho después. En mi cabeza sólo había sitio para Carmen, mi polla sólo palpitaba con su recuerdo. Su rotundo cuerpo de 48 años, su boca, su sabor, sus tetas, y ese olor que me traspasaba el cerebro y que podría diferenciar entre un millón de Cármenes. Y era una movida, joder, porque ella estaba casada y porque no podíamos relacionarnos de forma normal.

De hecho pasaron muchos días desde nuestro encuentro sexual y hasta que la volví a ver. Ya no me la encontraba en casa por las tardes cuando volvía de la facultad. Vivía al lado y era como si hubiese desaparecido. Y por entonces no había los medios que tenemos hoy para comunicarnos. Sólo quedaba que esperar, pero ¿esperar a qué? No tenía ni idea y aunque era un torbellino de pensamientos, ni por un momento pensé en abrir la boca y cagarla. Tocaba tener paciencia y que ella moviese ficha.

Y por fin movió. Una tarde llamaron al timbre. Yo estaba solo en casa y salté del sofá como un resorte para abrir la puerta deseando que fuera ella. Y ella era. Allí estaba Carmen, preciosa como siempre y sonriendo. Ella ya sabía que mi madre no estaría. Entró en casa, me miró sin decir nada, sonrió y se lanzó a comerme la boca. Todos los temores, todos los pensamientos, todas las palabras que hubiera querido pronunciar, quedaron en nada con ese beso, con ese sabor que me inundaba y que casi hacía que todas las células de mi cuerpo explosionaran. Tras un periodo de tiempo, demasiado corto, para mí, Carmen se paró y me dijo:

-“Alberto, lo siento, sé que han pasado muchos días sin decir nada, pero no es fácil para mí. Todo lo que ha pasado… no lo imaginaba y no sabía que hacer”.

-“Ya” (sólo alcancé a decir yo).

-“He intentado pasar página y seguir con mi vida tal y como iba hasta antes de lo nuestro, como si nada hubiese sucedido, pero no me resulta fácil. Pienso en ti mucho más de lo que me gustaría y mi marido no ayuda para nada, sigue llegando tarde y seguro que sigue tonteando y metiendo fichas a todas las que puede. Así que quiero dejarme llevar contigo, quiero sentirme deseada, quiero saber cómo es todo ese deseo que dices que tienes por mí y quiero mostrarte yo el mío, ese deseo aletargado que tú has despertado”.

Aquí ya creo que ni supe decir nada y me quedé paralizado como un gilipollas. Pero un gilipollas feliz y muy cachondo.

Tras decir esto, ella se sentó en una de las sillas de la cocina, se encendió un cigarro mirándome y sabiendo que con ese gesto también me encendía a mí, aunque ella me excitaba de cualquier manera, fumando y sin fumar (quiero aclarar que no es algo necesario que ella/s fume/n, una mujer me excita por muchas cosas, simplemente cómo ella lo hacía y lo que había despertado en mi cabeza desde el primer momento, pues era una combinación irremediable)

Carmen me estuvo mirando largo rato. Yo estaba de pie sin saber muy bien qué hacer en ese momento, nervioso, excitado, idiota… Ella, como mujer inteligente que era y con mucho más bagaje vital que yo, me tranquilizó. Me dijo que me sentara a su lado, me cogió la mano y me la besó para decirme a continuación:

-“Alberto, tranquilo, hoy no va a pasar nada, tenemos poco tiempo y quiero disfrutarte con calma. Este sábado mi marido se marcha al pueblo a tratar unos asuntos y estaré sola en casa. Le he dicho que no me apetecía ir y a él tampoco le ha importado mucho, así que mejor para los dos. ¿Podrás venir a casa?”.

-“Por supuesto, no hay ningún plan mejor que estar contigo”.

-“¿Seguro que no preferirías salir de fiesta con tu gente y ligar con chicas de tu edad? (preguntó ella sabiendo de antemano la respuesta).

-“…” (yo, con cara de no me jodas).

-“Vale, vale, lo sé. Pues este sábado nos vemos en mi casa, puedes venir cuando quieras”.

Diciendo esto apagó el cigarro en el cenicero que yo había puesto para ella y me dio su mano. Yo la estreché, pero luego me la llevé a la boca, fue un acto reflejo, sin pensar, y empecé a besarla poco a poco, y luego empecé a lamerla pasando mi lengua por cada uno de sus dedos y me los fui llevando a la boca para metérmelos y ella me miraba fijamente, como sorprendida y vacilante, pero también dejándose hacer complacida. Su mano olía a tabaco y a su piel. Sé que es extraño y me cuesta quizá explicarlo, pero sólo con ese olor y esa acción de chuparle los dedos me habría corrido si me hubiera tocado la polla un momento. Era increíble lo que la deseaba. Ella fue la que después metió su boca en mi boca inundándome con su sabor maravilloso y empezó a besarme lascivamente. El juego previo mano-boca la había encendido. Siguió besándome largo rato hasta que vi cómo una de sus manos se perdía en su ropa. Llevaba una camisa de botones negra que empezó a desabrochar. Y yo dejé de comer lengua y labios para mirar cómo sólo los botones justos se abrían para dejar salir a la luz su sujetador, un sujetador beige que a duras penas albergaba sus tetas. Se lo bajó sin quitárselo de atrás y sus dos preciosos pechos saltaron libres a una boca, la mía, que en cuanto comprendió el gesto, fue hacia ellos para besarlos y comerlos como un loco. Pero era ella la que me los acercaba también, cogiendo un pecho en cada mano y llevándolas a mi boca alternativamente o las dos juntas o como fuese de lo cachonda que estaba. Y me miraba lamerle las tetas con cara de vicio. Y esa cara, y esas tetas y ese olor que desprendía todo su cuerpo pues me encendía más y más…

Hasta que de repente, ella se recompuso como por arte de magia, se recogió todo, se levantó y dijo que era hora de irse, que estábamos ya tentando demasiado la suerte. Me besó en la boca y me susurró

-“Hasta el sábado”.

Yo me quedé flipando un poco, pero es cierto que a los pocos minutos llegó mi madre a casa y ya casi ni supe articular palabra… no quiero pensar si nos hubiera pillado juntos en la cocina a Carmen y a mí.

Por fin llegó el ansiado sábado. Yo estuve todos esos días –nuestro encuentro fue el martes de esa misma semana- sin saber ni cómo pasar el tiempo. Iba a de clase a casa y de casa a clase deseando adelantar el reloj todo lo que pudiera. Hacía el gilipollas tipo abdominales y pesas para que estar más definido y que ella me encontrara más atractivo (sí, en cuatro días, no te jode). En fin, que ni dormía de las ganas.

Era bien entrada la tarde cuando salí de casa… disimular un poco por si había alguien en las mirillas, que no sé ni cómo lo hice, y meterme en casa de la vecina. Carmen me abrió la puerta sigilosa igual de temerosa que yo de que nos vieran, pero en cuanto cerró la puerta tras de sí, ya empezó a comerme la boca. Su casa era nuestro refugio en ese momento. Por fin a solas en un lugar seguro y sin miedo a interrupciones. Me llevó al salón sin despegarse de mi boca, me tiró al sofá y se desabrochó la camisa, la misma camisa negra que llevaba el otro día en mi casa.

-“Quiero seguir donde lo dejamos, que nos quedamos con las ganas”.

Se quitó los botones justos, igual que el martes en mi cocina. Ahora no había prisa ni miedo, pero había hambre y lascivia y queríamos jugar. Y seguimos donde lo habíamos dejado, dándome de comer teta. Y yo lamiendo y chupando como un poseso esos dos pechos que sobresalían de una camisa a medio abrir y de un sujetador bajado.

Estuvimos así un buen rato, alternando con comidas de boca muy húmedas. Había ganas en ambos, la verdad, y se notaba. También torpeza, por inexperto yo y por cotidianidad ella. Pero era una mezcla sexual y tierna que aún recuerdo como si hubiera sido ayer.

En un momento dado me dijo que me desnudase y ahí también se volvía a notar mi torpeza y mis prisas, pero pude hacerlo más o menos con dignidad, aunque imagino que con 0 erotismo. Ella se quedó mirándome como complacida y empezó a desnudarse también, liberándose de la camisa y del sujetador por fin, dejando libre todo su cuerpo. Imagino que ella estaba viendo lo que quería ver, a ese chico loco por ella empalmado como si la sangre del cuerpo no tuviese otra zona que irrigar.

-“Me gusta verte –me dijo-, me gusta notar tu fuerza, tus ganas y tu deseo en esa polla deseosa de entrar en mí”.

-“A mí también me encanta verte Carmen, joder, eres tan sexy… me pones así de cachondo desde la primera vez que me sonreíste” –dije yo-.

Y ella sonrió con mi ‘ocurrente’ frase.

-“Quiero que me comas el coño, Alberto, y me voy a fumar un cigarro mientras me comes, que sé lo que te gusta verme fumar”.

-“Claro que sí” –dije yo-.

Ella estaba sentada en el sofá, cogió un cigarro de su paquete, lo encendió y aspiro una calada mirándome a los ojos. Después se abrió de piernas para mí y pude ver su precioso coño que ya había podido tocar en nuestro primer encuentro. Era un coño precioso, con una mata de pelo negra, sin depilar –como ya siempre me han gustado los coños-, y de labios gruesos. Yo me puse de rodillas en la alfombra y bajé la cabeza. Primero fui recorriendo el interior de sus muslos, como investigando y como haciéndome el interesante para no ir directamente al tema, hasta que por fin acerqué mi boca a ese coño de olor penetrante que me atraía sin remedio. Y ya sí que me dejé llevar y metí mi lengua entre los pliegues de su coño para saborear intensamente su intimidad. Y lamí por dentro y por fuera y alrededor, con más ganas que habilidad, seguramente, pero verdaderamente excitado. De vez en cuando levantaba la vista para mirar a Carmen, quería saber si le estaba gustando (quería verla fumar también) y así coger confianza. Tras muchos lametones, tras meter mi lengua todo lo que pude dentro de su coño, me concentré en su clítoris, momento en el que ella aprovechó para cogerme de la cabeza como para indicarme que siguiera ahí. Y ahí seguí feliz de poder estar, moviendo mi lengua en círculos alrededor de un clítoris que se hinchaba con cada pasada de lengua. Noté que la respiración de Carmen se agitaba. Había apagado ya el cigarro y se estaba tocando las tetas con fuerza. Yo también saqué una mano de sus muslos y la subí para tocar con ella sus pechos y ayudar en el clímax. Mi lengua seguía con sus círculos y mi mano también los describía yendo de una teta a la otra. Amasé sus tetas, acaricié sus pezones sin dejar de lamer bien ese rico coño hasta que por fin oí un gemido fuerte y un retorcer de piernas. Había conseguido que Carmen se corriera con una comida de coño. Con mi comida de coño. Y me sentí bien.

Pensando que habría un periodo de descanso fui a sentarme sobre la alfombra, pero Carmen me cogió del brazo y me subió al sofá. Me sentó en él y ella se acercó a mí. Me empezó a comer la boca, a tocarme el pecho y a besarme por todo el cuerpo. Me dijo que le gustaba mi cuerpo, especialmente mi tatuaje (me había tatuado todo el hombro por mi 18 cumpleaños) y que le había gustado mucho cómo le había comido el coño. Mientras me susurraba todo esto al oído me empezó a tocar el rabo, como pajeándome. Menos mal que no estuvo mucho tiempo porque yo me habría corrido con unos meneos más. Quitó la mano y me cogió la cara para volver a besarme. Lo hizo con mucha lengua, ensalivándome bien, y aspirando nuestros sabores a la vez, el sabor de mi boca mezclado con su coño.

Se puso a horcajadas sobre mí sin separar nuestras bocas y empezó a restregarme mi polla en su coño. Cuando la tuvo bien en su mano sí que dejó de besarme para mirarme y decirme que se iba a meter la polla en el coño, que íbamos a follar por fin. Y así lo hizo, se la puso a la entrada del coño y fue bajando el cuerpo. Yo notaba cómo mi polla iba entrando por su cavidad de forma fácil y suave hasta que llegó al fondo. Ella se quedó un rato así, mirándome y moviendo sus caderas como acomodándose. Yo estaba excitadísimo y ella también. Empezó a moverse poco a poco, de atrás hacia delante.

-“Cómo siento tu polla en mí, Alberto, qué gusto”.

Empezó despacio, pero viendo que encajábamos bien, su velocidad empezó a aumentar. Y con ello aumentó también el vaivén de sus tetas que iban y venían hacía mí y yo levantaba la cabeza para acercarme a chuparlas mientras follábamos. La cogí de las caderas para acompasar mejor el ritmo. Cómo lo estaba disfrutando. Notaba a Carmen dentro de mí, esa mujer increíble siendo llenada por mi polla, sobando y comiendo sus tetas, notar su mirada en mis ojos, oír sus gemidos, cómo ella me cogía del cuello… era un sueño. Y una vez más empecé a escuchar su cuerpo, sus latidos acelerados, su respiración acelerada, cómo la parte superior de su pecho que enrojecía, cómo cerraba los ojos y se perdía en su placer… cómo me regalaba otra corrida. Fue una follada tremenda.

Ella se quedó unos minutos abrazada a mi cuello, disfrutando y cogiendo resuello. Cuando se recompuso, dije algo sin pensar, una cosa aparentemente sin importancia, pero que no sabía de qué recoveco de mi mente venía. Le dije que si podía meterse los dedos en el coño y dármelos a probar, quería saborear su corrida… Ella pareció sorprenderse un poco, pero no dijo nada, simplemente lo hizo. Se metió los dedos en su coño despacio, aún estaba sensible, se los impregnó de flujo y los posó en mi boca. Y yo empecé a lamer despacio, primero uno y luego el otro, luego los dos a la vez y saboreé y tragué mi saliva que sabía a ella. Enteramente a ella. Sin yo saberlo estaba comenzando algo que se materializaría tiempo después y con la persona adecuada: Adoraba, no sólo determinados olores como el de Carmen, perfume y tabaco, también adoraba los flujos femeninos.

(continuará...)