Maduras y tabaco (I)
Me llamo Alberto, tengo actualmente 37 años y quiero compartir algunas de mis experiencias, sobre todo para hablar de dos de mis obsesiones que son las que dan título a este relato: las mujeres maduras que fuman. No sé muy bien a qué se debe, pero son dos cosas que me excitan muchísimo si van unidas
Me llamo Alberto, tengo actualmente 37 años y quiero compartir algunas de mis experiencias, sobre todo para hablar de dos de mis obsesiones que son las que dan título a este relato: las mujeres maduras que fuman.
No sé muy bien a qué se debe, pero es así, son dos cosas que me excitan muchísimo si van unidas. El caso es que yo no fumo, nunca me ha gustado fumar, de hecho lo he aborrecido desde pequeño porque mi padre fumaba Ducados y siempre había una peste en mi casa insoportable. En esa época llegaron unos vecinos nuevos al barrio. Un matrimonio de mediana edad que pronto hicieron buenas migas con mis padres. Mi vecina pasaba muchas tardes en mi casa de palique con mi madre. Era una mujer no demasiado guapa, pero a mí me parecía muy atractiva, la verdad. Tenía una bonita sonrisa y un cuerpo muy sugerente, aunque no cumpliera con el cánon de belleza establecido. Tenía dos tetas enormes, aunque caídas -cosa que ya desde ese momento descubrí que me encantaba- y un cuerpo con bonitas formas redondeadas. Yo estaba prendado de esa mujer que me sacaba casi 30 años.
Ella, Carmen, no trabaja y pasaba largo tiempo en mi casa como digo. Yo llegaba muchas tardes del instituto y allí estaba, tomando café en mi cocina. Y yo me quedaba allí también para verla y escucharla en vez de hacer los deberes.
Un día salió la conversación de que ella había sido peluquera de joven, hasta que se casó. Yo le dije que odiaba ir al peluquero, que no me gustaba esperar en la peluquería y rellenar el tiempo con conversaciones de idiotas. Y ella me dijo que podía cortarme el pelo cuando quisiera. Que vendría a casa sin problema. Y por supuesto le tomé la palabra. Así que cada 3 meses tenía mi cita personal con Carmen. Ella tenía la costumbre de echarse un cigarro sentada en las escaleras de mi casa y luego entrar. Así que cuando me cortaba el pelo yo podía sentir perfectamente su olor, una mezcla de perfume y tabaco que me volvía loco, la verdad. Aun puedo olerlo en mi mente y me sigue excitando simplemente con evocarlo. También el hecho de que para cortarme el pelo se pusiera muy cerca de mí y su camiseta, que albergaba esas grandes tetas, prácticamente me rozara la cara hacía lo suyo en mi calentón. Tras cortarme el pelo me iba a la ducha y me hacía una paja reviviendo todas las sensaciones que había tenido en mi sesión de peluquería particular.
Así fueron pasando los años. Carmen seguía viniendo a casa a diario y prácticamente éramos como de la familia ya que compartíamos vacaciones, navidades y demás y yo seguía obsesionado con ella y no podía parar de imaginar cómo sería poder ver su cuerpo desnudo o acercarme de alguna manera. Muchas de las veces en las que me cortaba el pelo sólo estábamos ella y yo en la cocina. Mi madre se iba a hacer cosas o estaba fuera de casa trabajando y nos quedábamos solos, pero por más que lo ensayaba en mi cabeza y más ganas que tenía no era capaz de decir nada. Hasta que un día…
Yo ya contaba con 18 años por entonces y acababa de perder la virginidad con una chica de mi edad. Fue, pues como suelen ser esas primeras veces, ilusionantes y torpes al mismo tiempo. Yo traté de hacerlo lo mejor que pude, pero aún me faltaba mucho por aprender.
Una tarde Carmen llamó al timbre. Abrí la puerta y la saludé afectuoso como siempre. Le dije que mi madre no estaba, que había tenido que salir a trabajar. Carmen se quedó dubitativa y yo le dije que podía preparar café, si quería. Y me lo aceptó. Pasó a casa, se sentó, hice café y charlamos. Yo notaba que ella estaba intranquila, pero no sabía si preguntar. Fuimos hablando de cosas sin importancia hasta que ella comentó lo que le inquietaba. Había discutido con su marido porque habían llegado a sus oídos rumores de que él tonteaba mucho en el trabajo y ella estaba disgustada y rabiosa. No sabía qué hacer ni cómo tomarse aquello. La verdad es que no me sorprendía, su marido era un vacilón que no veas que siempre aprovechaba para tirar pullas de machito gilipollas y hablar con bastante desprecio de las mujeres. Pero yo no dije nada de eso, no me iba a meter en ese charco, ya tenía bastante con lo que rondaba mi cabeza. Carmen estaba triste y yo no quería cagarla más, así que simplemente me limitaba a asentir y a escuchar. Ella me decía que todos los hombres eran iguales y que yo no me convirtiera en uno de esos machirulos que no saben tratar a las mujeres. Y es lo que siempre he intentado hacer….
El caso es que en un momento de la conversación yo me armé de valor y le dije que era una mujer estupenda, preciosa y que había que valorarla mucho porque ella increíble. Lo que dije me salió del corazón, lo pensaba de verdad. Ella me dedicó una sonrisa y me dijo que era muy mono. Yo me crecí y le dije que ojalá yo pudiera tener a una mujer como ella. Ella me dijo que había muchas mujeres en el mundo. Yo le respondí mirando directamente a sus ojos: “Ya, pero ninguna como tú”. Ahí la cosa se torció. Ella cambió el gesto, se puso nerviosa y con una mala excusa se fue de mi casa.
Así pasaron los días y no nos cruzamos mucho. Algún día la vi en mi cocina, pero yo me iba corriendo a mi habitación sin apenas decir nada. Hasta que tocó cortarme el pelo. Yo le dije a mi madre que si le podía decir a Carmen que si quería venir a casa a cortarme el pelo. Pensé que ella diría que no con cualquier excusa, pero dijo que sí, y al día siguiente estaba acariciando mi cabeza con esas manos bonitas que tenía. Mi madre no estaba, así que estuvimos solos. Ella estaba preciosa o yo la veía más guapa de lo normal. Se acaba de fumar un cigarro y estaba cerca de mí sin decir palabra. Yo estaba muerto de los nervios y de la excitación al sentir ese olor penetrante y ver cómo sus pechos se movían a través de la camiseta cuando ella hacía alguna maniobra. Estuvimos mucho rato sin decir nada hasta que ella por fin rompió el hielo.
-“Tendremos que hablar de lo que pasó la última vez, ¿no?”
-“¿Qué quieres decir?”, dije yo, haciéndome el idiota sorprendido.
-“Pues sobre eso que me dijiste, Alberto, no sé muy bien qué significa”.
-“Sí que lo sabes, Carmen, por eso te fuiste como te fuiste”.
-“Pues explícamelo, por favor, porque no sé si lo tengo claro”, dijo ella dejando las tijeras en la mesa y sentándose en frente de mí.
Y yo le conté todo, pero primero le pedí que, por favor, no se lo tomara a mal y que no quería que las cosas cambiasen o que se enfadase conmigo o que se lo dijera a mis padres. Le dije que no dejaba de pensar en ella desde hacía tres años. Que desde la primera vez que la vi me quedé prendado, que me parecía una mujer muy atractiva, que me volvía loco su olor corporal, esa mezcla de perfume y tabaco y que todas mis pajas me las hacía pensando en ella (un toque romántico para terminar, pensando que eso podría ser un halago).
Ella me dijo que era más o menos lo que se imaginaba, lo de las pajas y el tabaco no, pero sí que podrían ir los tiros por ahí porque muchas veces me había pillado mirándole descaradamente las tetas. Yo me puse rojo como un tomate, pero estaba satisfecho, por fin le había dicho lo que pensaba. Ella me dijo que yo era muy joven, que ella era una mujer casada y que no podía pasar nada entre los dos, pero que era muy halagador y que no se lo iba a decir a nadie. Sería nuestro secreto.
De nuevo nuestra relación volvió a la normalidad -aparente-, ella seguía entrando en casa casi todos los días y me cortaba el pelo cada cierto tiempo, pero algo sí había cambiado. Ella me tocaba más de lo habitual, me invitaba a salir con ella a las escaleras cuando fumaba y cuando me cortaba el pelo procuraba rozarme más y que yo lo notara. Yo no sabía muy bien cómo interpretar aquellas señales, ella me había dejado claro que no iba a pasar nada y yo lo último que quería era violentarla… Pero un día ella vino a casa. Yo la invité a pasar y a tomar café y ella accedió. Había venido justo sabiendo que mi madre no estaba.
-“Alberto, no dejo de pensar en nuestra conversación de hace unos meses. Sé que te dije que no pasaría nada nunca, pero el caso es que me siento extrañamente excitada cuando lo pienso y habrás notado que te he estado provocando un poco en este tiempo”.
-“Lo he notado, Carmen, pero no sabía qué hacer, no sabía qué era lo que querías”.
-“Pues lo que quiero es sentirme deseada, ya que hace mucho tiempo que no lo sentía y tú has despertado algo en mí”.
Carmen se acercó y me besó. Fue un beso corto y tenso al principio. Nos separamos y no sabíamos ni qué hacer. Pero rápidamente nuestras bocas volvieron a unirse en un beso largo, húmedo y apasionado. Yo por fin saboreé esos labios y esa boca con sabor a tabaco, pero no me disgustó, para nada, sólo pensaba en que estaba besándome con la mujer que llevaba anhelando desde hacía más de tres años. Notaba cómo se apretaba a mí y podía sentir sus dos tetas contra mi pecho. Seguimos besándonos y yo me atreví a meterle mano por debajo de la camiseta para poder palpar sus dos pechos. Ella se quitó la camiseta y yo aproveché para quitarle el sujetador y liberar esas tetas preciosas que cayeron un poco sobre su cuerpo por el peso. Y eran maravillosas. Dos grandes pechos con dos aureolas marrones muy sugerentes. Me quedé un rato mirándolas como un idiota, hipnotizado.
-“¿Te gustan?”, me preguntó Carmen.
-“Me encantan, le respondí. Son como había soñado”.
-“Pues disfrútalas, hace tiempo que nadie lo hace”.
Y eso hice, las sobé por todos los lados, las chupé, las lamí, mordí sus pezones y las volví a sobar. A veces era ella las que se las cogía, las chupaba y me las daba a mí… Así estuvimos largo rato, yo todavía vestido, hasta que ella se sentó en una de las sillas de mi cocina. Se encendió un cigarro y me pidió que me desnudara… Ella nunca había fumado en casa y yo por un momento me preocupé por si nos pillaban por el olor de su tabaco, pero se me pasó rápido al verla fumar con lascivia mientras se acariciaba sus preciosas tetas.
Yo me fui desnudando torpemente mientras Carmen no me quitaba ojo y seguía dando caladas a su cigarro. Me quedé totalmente desnudo y empalmado.
-“Acércate”, me dijo ella.
Yo fui hacia allí y ella estiró la mano y me tocó la polla. La acarició suavemente, por arriba por abajo, me tocó los huevos y sonreía, con esa boca preciosa que tenía.
-“Buena polla”, me dijo. Vas a hacer muy feliz a las mujeres con esto.
El caso es que tampoco era para tanto, pensé yo. Y por lo que había visto por ahí, en el porno básicamente, mi polla era normalita, de larga no estaba mal y con un capullo ancho y gordo, pero nada del otro mundo. El caso es que ella me halagó y me hizo sentir mejor… por un momento, porque luego me dijo:
-“Pero no vamos a follar hoy, Sergio, sólo quiero jugar y sentirme deseada”.
-“Vale, lo que tú quieras”, dije yo un poco frustrado, pero contento al fin y al cabo, había llegado mucho más lejos de lo que nunca pensé.
-“Quiero que me masturbes”, me dijo.
Yo me senté a su lado y empecé a tocarle lo mejor que pude. Le acaricié el coño y vi que estaba húmedo. Empecé a jugar con sus labios, pasando los dedos y metiéndolos poco a poco en su coño para llenarlos de humedad y poder tocar mejor el clítoris. Mientras hacía eso le comía la boca y le comía las tetas indistintamente. Ella daba pequeños gemidos y me pedía que no parase. Y yo seguía acariciando y comiendo tetas y boca y todo lo que podía, quería que todo mi cuerpo le diera placer. Me gustaba acariciar su coño, me gustaba llenarme los dedos de humedad, incluso una vez los saqué y me los chupé, cosa que a Carmen le gustó mucho como me confesaría luego. Estuve así un buen rato hasta que ella dijo:
-“Quiero ver cómo te tocas tú también, a la vez que me masturbo yo. Quiero que nos corramos los dos”.
No sé si me hizo parar porque no lo hacía bien, el caso es que me puse de pie delante de ella y empecé a masturbarme, no sin antes coger su mano y llevármela a la boca. Me gustaban sus manos, mucho, y sabían también muy bien. Chupé todos los dedos de su mano derecha, uno a uno, y le dejé la mano lista para que se acariciase. Ella empezó a tocarse el coño por fuera de los labios mientras me miraba y decía que le gustaba mucho verme. Yo me tocaba la polla con la mano derecha y con la izquierda le sobaba las tetas. Estaba cachondo como nunca. Ella empezó a gemir más fuerte y a meterse los dedos bien dentro del coño hasta que se centró en su clítoris acariciándolo fuerte con dos dedos. En un momento mágico yo noté que estaba a punto de correrse. Y se corrió, se corrió mucho y lo hizo sin dejar de mirarme, lo cual me puso mucho más cachondo. Yo la veía morderse el labio inferior y acariciar también sus tetas y su coño ahora de forma más suave. Con esa visión yo no pude más que terminar, que bastante aguanté para ser casi novato, y me corrí. Me corrí mucho también, pero lo hice con cuidado de no echárselo en la cara, bajándome la polla lo que pude, aunque algo sí le salpicó en las piernas y las caderas.
Ella me sonrió y dijo:
-“Ha estado genial, Sergio, me ha gustado mucho”.
Yo sonreía como un idiota sin poder articular palabra. De repente vi cómo ella cogía una gotita de semen que le había caído en la pierna y se lo llevaba a la boca.
-“Puedes correrte donde quieras, me gusta”.
Y se encendió un cigarro… (Continuará)