Madura con calentura

Mis ardientes momentos con una madura complaciente, que me hizo disfrutar al máximo de los placeres del sexo.

MADURA CON CALENTURA

Desde que la conocí, tuve la certeza de que algún día me la cogería. Era una mujer ya madura, con un cuerpo excepcionalmente hermoso. Sus tetas eran grandes y conservaban la textura y dureza de la juventud. Sus nalgas también eran apetecibles y se veía que sabía mover el culo de una manera magistral. Tenía una mirada que brillaba de lujuria y quizá fue el brillo de sus ojos claros lo que me atrajo de ella por primera vez, o quizá los labios gordezuelos de su boca grande, que se antojaban para meter la verga en ellos.

En una ocasión quiso jugar conmigo, según pienso, ya de acuerdo con otros compañeros, y mientras yo escribía, se me acercó, como para enterarse de lo que hacía, dejándome el grato olor del perfume exótico que emanaba su cuerpo. Sus tetas quedaron a la altura de mi cara y pude admirar las dos enormes pelotas de carne, que se rebelaban a la prisión del sostén. Por las risas pícaras de los demás, pude darme cuenta de que habían planeado esto para observar mis reacciones, y me dio mucho coraje no encontrarme a solas con ella, para darle una buena mamada en los pezones, cuya aureola se extendía sobre la redondez de los senos, abarcando casi la mitad.

Se contaban de ella algunas anécdotas, como cuando fue sorprendida cogiendo sobre un escritorio. El galán en turno la tenía ensartada por el coño peludo, con las piernas en el aire y con una sonrisa de gozo en los labios.

En aquellos tiempos, aunque delgada, conservaba buen cuerpo, como pude observar en unas fotografías de su buena época, que me mostró después, en la que se notaba de muy buen ver, con una parecido a una artista italiana a quien yo admiraba mucho, y que era la estrella luminosa de mis sueños eróticos.

En una ocasión, tuvimos una reunión en su casa, y tuve la oportunidad de bailar con ella, y con su cuerpo pegado al mío, sentí que la verga se me paraba con enormes deseos de cogérmela. Creo que ella debe haber sentido el bulto de mi verga, pero no eludió el roce, sino por el contrario, buscaba su cercanía y dejaba que penetrara en su entrepierna.

El tiempo pasaba y no tenía oportunidad de pedirle que me diera las nalgas y, aunque se me insinuaba, no hallaba la forma manifestarme su deseo de tener un encuentro sexual conmigo.

Como por razones de trabajo nos tocó viajar juntos, se nos dio la oportunidad de ir congeniando. Intimamos bastante, al grado de que me contaba algo de su vida sexual, donde pude darme cuenta del enorme caudal erótico que guardaba su cuerpo. Le hice saber que me agradaría mucho acostarme con ella, a lo que dijo que yo le indicara el día en que podía estar disponible, para ponernos de acuerdo.

Mi cumpleaños se celebró por esas fechas, y al irme a felicitar ella, la atraje hacia mí y la estreché con fuerza, al mismo tiempo que la hacía sentir el bulto que formaba mi enhiesto pene a través del pantalón. Mi respiración entrecortada y jadeante le revelaban las ganas que tenía de poseerla y sonrió, con una sonrisa plagada de promesas, diciéndome que me debía mi regalo de cumpleaños y que me lo daría en la primera oportunidad que tuviera. Me llevó a mi casa en su carro y se despidió, prometiéndome que no se olvidaría de mí y que pronto tendría lo que deseaba.

El día prometido llegó, cuando me dijo que por la tarde nos encontraríamos en determinada esquina, donde pasaría a recogerme. Con la ansiedad en el rostro, la estuve esperando antes de la hora señalada, aunque ella llegó una hora después, porque esperaba que anocheciera para evitar que hubieran testigos de nuestro encuentro. Abordé su vehículo y nos dirigimos a un motel que se encontraba en las afueras de la ciudad. Cuando llegamos a él, después de solicitar al encargado el cuarto que me correspondía, entró a la cochera estacionando el carro. Procedí a pagarle al encargado y después la ayudé a bajar del vehículo, para dirigirnos a nuestro cuarto, el que encontramos alfombrado, pero sin aire acondicionado, porque tenía descompuesto el aparato, y con el calor que hacía, pronto empezamos a sudar.

Me invitó a que entráramos al baño a asearnos, al tiempo que empezaba a desnudarse subiendo su blusa, para después despojarse de la falda. El sostén pronto dejó de oprimir sus senos que, liberados, se desbordaron en su pecho, pudiendo al fin contemplarlos a gusto. Como ya dije antes, eran dos hermosos globos de carne blanca, pues aunque su piel se hallaba quemada por el sol, esa parte de su cuerpo y más abajo, protegida por la ropa, se conservaba con un color más claro. La aureola de sus pezones estaba bastante extendida sobre el seno, de un color oscuro, y los pezones se elevaban enhiestos, invitando a ser chupados.

Se despojó finalmente del fondo y la pantaleta, y un triángulo de pelos negros apareció ante mi vista, dejándome hipnotizado al contemplar el motivo de mis deseos..

Conteniendo mis ansias de arrojarme sobre ella, entramos al baño y nos aseamos convenientemente, mientras yo aprovechaba para darle unos ligeros toques con mi verga y acariciaba sus nalgas y sus senos. La ayudé a secarse, y después de secarme yo, nos tendimos en la cama. Ella me sonrió invitadora, y yo, loco de deseos, junté mi boca a la suya, en un beso salvaje que quería sorber toda la pasión que aquella mujer irradiaba. Aquella boca sensual me atraía y la besaba con ardor, sin querer apartarla de mí, sorbiéndola y mordiendo sus labios con vehemencia. Mi lengua se deslizó dentro de su boca y habiendo encontrado la suya, se batió en un duelo, que nos dejó más calientes aún de lo que ya estábamos. Noté que a ella le agradaba mi modo salvaje de besar, y por mucho rato estuvimos con nuestras bocas pegadas, disfrutando de nuestro enervamiento.

Tuve que abandonar la rica fruta de sus labios y concentré mi ataque hacia sus pezones, que mamé con deleite infinito, chupándolos golosamente, titilándolos con mi lengua, que vibraba como el aleteo de una mariposa sobre ellos. También le agradaba que le chuparan los pezones y hasta me pidió que se los mordiera suavemente, pues le gustaba sentir mis dientes apretándose contra ellos.

La invité a subirse sobre mí, poniendo su coño sobre mi boca, al tiempo que le pedía que me mamara el pito, en un sesenta y nueve excitante, que hicimos con el dulce lameteo de nuestros sexos, que fue aumentando de intensidad, hasta que ella, no pudiendo resistir más, me pidió que le clavara la verga en el coño.

Se acostó boca arriba, y abriendo las piernas, dejó ante mí la rosa roja de su sexo, la que inmediatamente procedí a ensartar con mi carajo, deleitándome con el suave roce que producía el cuerpo de mi pene, que poco a poco fue hundiéndose en su gruta sexual, hasta desaparecer lentamente, gozando con la penetración de aquel coñito divino, que venía al encuentro de mis envites cuando la sacaba de aquel túnel de seda sonrosada. En su cara se dibujaba un rictus de placer inenarrable. Se notaba que le encantaba tener una verga metida en el coño, y disfrutaba intensamente con la penetración. Moviéndome ágilmente, ataqué la fortaleza de su sexo, al tiempo que mi boca se unía a la de ella en un beso interminable, separándose únicamente para juguetear con sus senos, en los que mis dientes dejaban la ligera huella de un mordisco.

El excitante mete y saca y los tumultuosos movimientos de aquella cachonda mujer, pronto hicieron que mi vibrante miembro se dispusiera a disparar el semen almacenado en los hinchados cojones, pero temiendo dejarla embarazada, abandoné su coño, viniéndome sobre mis manos, que recogieron mi caliente esperma, ante la frustración de ella por no haber conseguido su orgasmo.

Después de lavarme las manos y el pene, acudí a ella nuevamente, pero ya no quiso que siguiéramos el juego, apartándome con suavidad, diciéndome comprensiva, que ya habría otra oportunidad..

Nuevamente nos bañamos, pues el calor era tremendo y después de vestirnos, abandonamos el motel. Ella me dejó cerca de mi casa y se dirigió a la suya, no sin antes despedirse, prometiéndome que en otra ocasión volveríamos a intentarlo.

No pasó mucho tiempo para que nos reuniéramos nuevamente, quedando de encontrarnos en un lugar previamente fijado. Fuimos al mismo motel, pero esta vez sí nos tocó una habitación con aire acondicionado, lo que la hacía bastante confortable. Nos desnudamos y entramos al baño, donde aprovechando que estábamos desnudos, me puse a acariciarle todo el cuerpo, besándola por sus partes más sensibles, y dándole besos interminables en aquella boca grande y jugosa, que me excitaba tanto y me invitaba a besarla.

Deslizando mis caricias por todo lo largo de su cuerpo, llegué hasta la confluencia de sus muslos, en donde encontré su rico coño, adornado de una fina pelambrera negra, que lo hacía más hermoso. Pegando mi boca a su Monte de Venus, titilé con mi lengua el sonrosado clítoris, lamiendo los labios de su coño a todo lo largo, lo que le producía estremecimientos de placer, que la hacían sujetarse de las llaves del baño, para no caer al piso. Yo lamía emocionado aquel sexo fragante que se me ofrecía, y deslizaba mi lengua por el clítoris y los labios, haciéndola penetrar en su vagina. La sacaba nuevamente y atacaba el clítoris, que se ponía duro en extremo al contacto con mi lengua. Pronto no tardó en derramarse, inundando mi boca con un fluido tibio que dejaron escapar sus entrañas y que la debilitó por unos momentos.

Después de esta rica mamada que le proporcioné, fuimos a la cama, y como ella ya estaba hirviendo de deseos, me apremió para que se la metiera en la vagina, cosa que hice, deleitándome con la penetración de aquel coño ardoroso y hambriento, que se me brindaba entre sus dos piernas abiertas, urgiéndome para que me metiera entre ellas. Como ya estaba bien lubricada, mi verga se deslizó como un tobogán en la nieve, hundiéndose en aquellas entrañas cálidas, que lo recibieron con gusto, oprimiéndola deliciosamente. Su vientre se removía yendo al encuentro de mi verga, cuando ésta se retiraba, consiguiendo atraparla nuevamente, frotando los finos pelos de su Monte de Venus, contra los rudos vellos que brotaban de mi bajovientre. Acoplamos nuestros movimientos y al mismo ritmo en que yo me hundía en sus entrañas, ella salía al encuentro de mi carajo, hasta quedar completamente enchufados. Pude observar su rostro que sonreía en un expresión cachonda de placer. Disfrutaba enormemente por la penetración de mi pene dentro de su sexo ardiente y sonreía con los ojos entrecerrados, como en éxtasis.

Nuestra excitación fue aumentando y nuestros movimientos, haciéndose cada vez más veloces. Su respiración se hizo agitada, y pronto el clímax llegó a su cuerpo, cuando ella se vino una, dos, tres, tantas veces, que era imposible contar los orgasmos que estaba disfrutando. Mi verga la penetraba rudamente, mientras mis labios mordisqueaban sus tetas y se prendían a sus pulposos labios, tratando de atrapar el alma que se le escapaba, al venirse tan intensamente.

Le saqué la verga del coño y subiéndome sobre ella, empecé a frotársela en los senos, para después meterla entre ellos y efectuar unos movimientos de jodienda por un rato. Después le metí la verga en la boca y sentándome sobre su pecho, llevé mi mano a su sexo, para acariciarlo. Seguí jodiéndola en la boca, mientras el frote de mis manos en su coño, nuevamente la hizo venirse. Abandoné la delicia de su boca y levantándole las piernas sobre mis hombros, la ensarté en el revenido coño, que instantáneamente absorbió mi verga al primer envite que le dirigí. Su coño quedó a merced de mis embestidas y mi carajo se sumergió profundamente en aquellas entrañas ardorosas, que trataban de exprimirlo, para succionar la leche que mis cojones guardaban celosamente. El rápido mete y saca no tardó en obtener su premio y batiendo con furia, mi verga dejó escapar torrentes de esperma que se derramaron en aquellas entrañas sedientas, que absorbieron hasta la última gota. Bebió su coño de mi pene, mientras ella veía llegar la gloria de un nuevo clímax, quejándose cachondamente, mientras sus piernas se deslizaban sin fuerzas, hasta descansar sobre la cama.

Después de esta venida tan intensa, ella se puso boca abajo, y trató de dormirse. Al mirarla tendida en esa forma, no pude evitar un arrebato, y empecé a besarle en la nuca, deslizando mi lengua vibrátil por su espalda, bajando por la columna vertebral, hasta sus redondas nalgas, donde estuve besando un largo rato aquellas montañas de carne, cuya piel se erizaba al contacto de mis caricias. Traté varias veces de meterle la lengua en el culo, pero ella apretaba las nalgas, impidiendo la entrada de la intrusa. Yo sé bien que deseó en algún momento la penetración por detrás, pero quería que yo tuviera de ella una imagen de inocencia que estaba muy lejos de proyectar, pues en su mirada y en su sonrisa se reflejaba la cachondería, y lo único que inspiraba eran unas enormes ganas de joderla. No me fue posible cogérmela por el culo, porque siempre me eludía en ese aspecto, y cuando quería que me la mamara, lo único que conseguía era guardar mi verga en su boca, donde la conservaba apretándola con los labios, hasta que la retiraba y se la metía en el coño, y ahí sí, verdaderamente gozaba con la introducción, y podía estar cogiéndola horas y horas, porque le encantaba que la penetraran en el coño y podía venirse interminablemente, sin demostrar cansancio.

Muchas veces acudimos a ese motel y siempre hallábamos alguna manera de disfrutar enormemente de nuestros encuentros, pero ocultándonos discretamente, para no ser descubiertos por ojos maliciosos que pudieran revelar nuestro secreto.

Cuando estábamos solos en su coche y trataba de meterle los dedos en el raja, ella me pedía que no lo hiciera, no porque no le agradara, sino porque se excitaba enseguida y no le gustaba quedarse con las ganas.

En una ocasión, me invitó a ir a su casa, entrada la noche, cuando ya estaba bastante oscuro. Me recibió en bata en la sala, y de ahí pasamos a su recámara, donde nos despojamos de nuestras ropas.

Me aseguró que no acostumbraba llevar a sus amantes a su casa, pero por mí sentía algo especial, y por ello me otorgaba el privilegio de poder cogérmela en su propio lecho.

Su mirada, brillando lujuriosamente en la oscuridad, me atrajo hacia sus carnosos labios, que besé con verdaderas ansias, pues aquella boca excitante me atraía sobremanera y no podía desprenderme de ella. Sus besos cachondos me enervaban y mi lengua buscaba la suya, para chocar en un pasional encuentro dentro de su boca. Después de solazarme con aquellos besos ardientes, de los que ella también disfrutaba, me di a la tarea de lametearle los pezones, succionándolos para sacarles la leche, besando los senos por toda su redondez, y bajando mi caricia hasta la confluencia de sus muslos, que se abrieron invitadores, enseñando la rosa roja de su sexo peludo. Mi lengua, activamente penetró aquella gruta sonrosada, introduciéndose en ella, para lamer el interior de los labios y después recorrer los labios exteriores, hasta encontrar el divino botoncito del clítoris, que atrapé entre mis labios, succionándolo y titilándolo velozmente, imprimiendo a mi lengua un veloz movimiento vibrátil, que casi la hizo venirse, de tan cachonda que se puso.

Viéndola en ese estado y con el coño bastante lubricado con mi saliva y con sus jugos sexuales, procedí a meterle la verga en aquel coño ardiente que se la tragó instantáneamente, dejándome caer sobre ella, hasta presionar sus senos contra mi pecho. Pasando mis manos por debajo de su espalda, sujeté sus hombros y la atraje hacia mí, incrustándole la verga hasta lo más profundo de sus entrañas, y empecé a moverme lentamente en un mete y saca delicioso, que ella gozaba al igual que yo. Besé sus mejillas, y mi lengua titiló la piel de su nuca, introduciéndose dentro de sus oídos, con lo que le produje escalofríos de placer, que la hicieron removerse más velozmente, acompañando a mi pene en sus movimientos,. Después de un rato de estar en esta pose, ella me sugirió que me acostara boca arriba, y una vez que lo hice, se acaballó sobre mí y se ensartó mi lanzón de un solo envite, forrándolo con el estuche de terciopelo negro, que parecía su coño, alrededor de mi cilindro sexual. Ella se movía maravillosamente y, con el pleno dominio de mi verga, dejaba que ésta le rozara los lugares más íntimos de su vagina, donde sus sensaciones eran más intensas.

Apretando mi pene con aquellos labios fuertes, casi me lo quería arrancar, con los tumultuosos movimientos que hacían crujir la cama. Yo buscaba penetrarla hasta lo más profundo, atrayéndola hacia mí, al sujetarla por los hombros y arqueando mis caderas, para que mi pene se introdujera más profundamente. Al sentir que ella vibraba al llegarle el clímax, apresuré mis movimientos, y cuando noté que ella se derramaba, no pude resistir más y dejé que mi venida buscara salida, acompañándola en aquella comunión de goces, buscando la dicha extrema de la venida mutua. Ella me besaba locamente al sentir que le venían los orgasmos y yo me derramé en sus entrañas agitándome convulsivamente, mientras ella me enterraba las uñas en la espalda, presa de un delirio delicioso que muy pocas veces se puede sentir.

Cuando estábamos descansando, me confesó lo mucho que anhelaba poder venirse junto conmigo en un orgasmo simultáneo y que había gozado intensamente esa noche.

Como las horas habían pasado velozmente, al darme cuenta de que estaba muy avanzada la noche, abandoné el lecho apresuradamente y me vestí, para después despedirme de ella y agradecerle aquellos momentos de intimidad que perdurarían gratamente en mis recuerdos.

En otra ocasión, atendiendo asuntos de trabajo, tuve la oportunidad de que ella me acompañara a recoger unos papeles de un despacho. Como los mismos no estaban listos y tardarían un tiempo razonable en entregármelos, aprovechamos para acudir a un motel cercano. Entramos con su carro a la cochera y bajamos una cortina metálica, a la que se ponía candado, y con eso quedaba `protegido el coche contra robos, y nuestra intimidad, a salvo de miradas indiscretas. El lugar era bastante acogedor, y como precisamente íbamos a coger, no tardamos en desnudarnos y asearnos, pero sin mojarnos la cabeza, porque teníamos que regresar a trabajar, y los demás se darían cuenta de que nos habíamos bañado. Nos acostamos en la cama y procedí a besar sus pulposos labios gordezuelos y cachondos, que me excitaban tanto, jugando con mi lengua en el interior de su boca, chupando golosamente su lengua, que se encontraba con la mía en un verdadero duelo de esgrima lingual. Abandonando muy a mi pesar sus deliciosos labios, resbalé mis caricias por sus mejillas y su cuello, subiendo por sus orejas, metiéndole la punta de la lengua en los oídos, lo que la hacía erizarse y gemir placenteramente. Fui bajando mis caricias por sus pechos y absorbí con deleite aquellos botoncitos, chupándolos con furor, mordisqueándolos ligeramente, lo que la llenó de sensaciones deleitosas, pues le agradaba bastante que le mordisqueara levemente los pezones. Después, boca abajo, encimando mi cuerpo al de ella, procurando que mi verga quedara sobre su cara, busqué la rosa de su sexo, la que me puse a lamer con delicia, mientras ella atrapaba mi pene con sus grandes labios, procediendo a darme una mamada magistral. Mi boca no dejaba un momento aquella gruta adornada con negros pelos y atacaba el sonrosado clítoris, succionándolo y titilándolo. Con el roce de mi lengua sobre su pistilo de amor, ella se retorcía, presa de las más deliciosas sensaciones, y elevaba su bajovientre, para ir en busca de mi lengua exploradora, cuyo contacto la enloquecía. Recorriendo con mi lengua los labios de la vulva, relamí toda aquella deliciosa panocha, que se cerraba en un espasmo de placer y atrapaba mi lengua cuando se la introducía, hasta lograr que se viniera en orgasmos prolongados, haciendo que en su deleite me jalara la cabeza fuertemente con sus piernas, como queriendo meterla dentro de su vagina.

Cuando noté que ya se había venido varias veces, abandoné su chochito húmedo de jugos sexuales y de mi saliva, y quedé nuevamente frente a ella, metiéndome entre sus piernas. Mi pene erecto al máximo, buscó su orificio sexual y sin mucho trabajo lo atravesó, introduciéndose dentro el él, hasta el límite que marcaron mis huevos, que se quedaban en la entrada, golpeando su culito. Teniéndola ya bien enchufada, inicié un veloz movimiento de jodienda, con unas ganas tremendas, buscando meterme hasta lo más profundo, para después retirarme, sintiendo resbalar mi pene en aquellas paredes bien lubricadas, proporcionándome a través del roce que recibía mi pene, las más gratas sensaciones. Poco a poco mis movimientos fueron haciéndose más apresurados. Ella arqueaba el cuerpo e iba al encuentro de los envites de mi enhiesto carajo, que se regocijaba penetrando aquellas paredes húmedas y ardientes, tan apretadas, que le costaba gran trabajo introducirse en ellas. Sólo el deseo de sentirse penetrada hasta el fondo, le hacía aflojar un poco los fuertes músculos, para que mi cilindro sexual las llenara completamente, alojándose hasta la misma matriz. ¡Qué coño más delicioso! ¡Qué vulva tan apetitosa! Aquella panocha ardiente parecía no tener llenaderas, porque aceptaba todo lo que le empujaba y todavía pedía más. ¡Qué entusiasmo de mujer! ¡Y con qué calentura jodía! Gozaba intensamente la invasión que mi pene hacía en sus entrañas golosas, y su cara se inundaba de una suprema sonrisa de felicidad. ¡Verdaderamente gozaba la introducción de mi pene! Yo, satisfecho en mi vanidad masculina, feliz por aquel poder que me otorgaba la naturaleza, para hacer gozar a aquella mujer tan intensamente, no detenía mis movimientos y hacía más veloces mis embestidas, arrancándole suspiros deleitosos, que exhalaba cerca de mis oídos, con lo que me excitaba más.

Tantas ganas le poníamos a nuestra jodienda, gozando al máximo de esta comunión de sexos, que indudablemente teníamos que conseguir el disfrute total, que llegó cuando sentí que mis huevos dejaban de resistir y liberaban el espeso semen que inundó las ardientes entrañas, al tiempo que los orgasmos de ella llegaban uno tras otro, haciendo que sus caderas aumentaran la velocidad de sus movimientos, hasta quedar completamente relajados.

Después de descansar de estos agotadores ejercicios, fuimos al baño para limpiar las huellas de nuestra jodienda y, una vez vestidos, nos dispusimos a abandonar el sitio acogedor, testigo de nuestra alocada pasión.

Fue mi compañera mucho tiempo, en el que disfruté lo indecible con su apretado coño, que me ofrecía sin reservas, hasta que dejamos de vernos, ya que tuve que abandonar la ciudad donde vivía, pero me dejó el grato recuerdo y la satisfacción de que, durante el tiempo que fue mi amante, nadie más disfruto de su ardiente cuerpo.