Madre preocupada

Hacía bastantes días que esa mujer apenas dormía y la causa no era otra que la preocupación que le causaba el mal estado en el se encontraba su hijo.

Hacía bastantes días que esa mujer apenas dormía y la causa no era otra que la preocupación que le causaba el mal estado en el se encontraba su hijo. Pero esa noche todavía se acrecentó más y no pegó ojo. El diagnostico o la resolución que le dio el psicoanalista a su hijo para que saliera de la depresión en la que se encontraba, no acababa de ver claro como a corto plazo pudiera conseguir su curación. No podía ser, ni podía aguantar más ver a su hijo abatido y sin ningún aliciente, salvo su trabajo. En gran parte se sentía culpable de que se encontrase así.

Antes de seguir, quizás debiera narrar algo sobre la vida de esta mujer y entender por qué se encontraba en ese estado de angustia. De nombre Laura, estaba viuda desde casi nada más casarse. Un accidente de coche puso fin a la vida de su marido, pero eso no privó para que llevara en sus entrañas un hijo de él. A partir de ese momento no tuvo en su vida otro aliciente que dedicarse por entero al hijo que parió. Lo demás, para ella, no tenía sentido. A fuerza de su trabajo llevó una vida más o menos desahogada, en la que su hijo no carecía de sus atenciones, ni de una educación académica adecuada. Quería ante todo que su hijo pudiera desenvolverse cómodamente en el mundo del trabajo.

En esa noche de insomnio, pensaba que en su afán de querer lo mejor para su hijo, se había equivocado. Había influido demasiado en cada uno de los pasos que éste había dado en la vida. Tanto es así, que hasta le buscó la mujer con la que se debería casar. Era hija de unos conocidos que a ella le parecía adecuada para su hijo y no paró hasta que llegó a presentársela. Lo demás corrió por cuenta de él, pero no faltaba el respaldo y animación de su madre en los momentos que parecía que el noviazgo no iba adelante. Se sintió muy dichosa y satisfecha cuando se llevó a cabo ese matrimonio. Creyó que era la mujer que le convenía.

En cuanto a su hijo Miguel, se puede decir que siempre llevó una vida ordenada al amparo de su madre y ella nunca tuvo queja de él. Terminó la carrera de económicas con unas notas brillantes y no tardó en encontrar empleo en una empresa de renombre para trabajar como asesor financiero. Después vino lo de la boda en la que, como hemos dicho, contribuyo muy mucho su madre a que se llevara a cabo, pero no pasó mucho tiempo para que surgiera un hecho no querido ni esperado.

Por cuestiones de trabajo, Miguel solía desplazarse a alguna de las delegaciones que la empresa tenía a lo largo y ancho del territorio nacional. Estas ausencias no duraban menos de tres días, pero en una de ellas no requirió ese tiempo y al día siguiente de marcharse, ya estaba en su piso. Piso que se empeñó su mujer en que adquirieran nada más casarse. En principio tenían pensado vivir junto a la madre de Miguel en la casa donde ésta vivía. Una casa adosada con suficiente espacio como para no interferirse ni molestarse entre ellos, pero la reciente esposa no lo quiso así.

Pues bien, Miguel apareció en su piso a una hora que no era normal que estuviera su mujer, con lo que sin más se dirigió directamente al dormitorio conyugal para quitarse la ropa y darse una ducha. Le sorprendió que al acercarse a la alcoba, oyera unos sonidos guturales que tenían una semejanza a los que se producían en una escena porno. Y nunca más cerca de esa apreciación. La puerta estaba entreabierta y no tuvo nada más que empujar un poco para encontrarse que el porno lo ejercía su mujer. La boca de ésta absorbía con esmero el pene de un hombre. La mamada debía ser prodigiosa porque los bramidos del hombre se iban acrecentando. Seguramente estaba a punto de correrse. Eso no llegó a producirse.

El estado de shock en el que cayó Miguel al ver la escena, no impidió que con el maletín de ejecutivo, que llevaba en la mano, lo alzara yendo a parar a la cabeza de su mujer. Ninguno de los dos pendejos se había percatado de su presencia y menos al tener los ojos cerrados. Sí que los abrieron, cuando choco el maletín, con gran fuerza, en la parte trasera de esa cabeza. Ésta se disparó hacia adelante, para que su boca se tragase todo el pene de su acompañante, si algo le faltaba por tragar. Además de chocar la boca de la mujer contra los huevos y la pelvis de ese hombre, algo más acompañó a esas tragaderas. No fue ni más ni menos que los dientes  que se clavaron en toda la base de ese pene erecto. Los bufidos del hombre se transformaron en tremendos alaridos de dolor aparte del reguero de sangre que escurría por la boca de la mujer. Daba la sensación que esos dientes lo habían cortado de cuajo y aunque no fue así, poco le faltó.

Poco más decir de ese trance, salvo que allí se acabó ese matrimonio que tenía la bendición de la madre de Miguel y que ella misma se arrepentía de haberlo provocado. Por añadir algo, decir que el “afortunado” hombre que se beneficiaba a su mujer, no perdió el pene, pero su uso desde entonces era solo para desahogar la vejiga y nada más. En cuanto a su mujer, el tremendo golpe en la cabeza que recibió no la trastornó, pero casi. No se libró de que se le produjera un traumatismo craneal que requirió tener que hospitalizarse.

Miguel no recibió ningún golpe físico, pero el golpe que le produjo visualizar esa escena, fue tan fuerte que se quedó descompuesto y perturbado. Tuvo fuerzas para echar a su mujer del piso, pero no pudo soportar vivir en él. Allí había sido ultrajada su dignidad y lo abandonó yéndose a vivir a casa de su madre.

Laura, tampoco recibió ningún golpe, en el sentido de la palabra, pero no podía soportar el malestar de su hijo. Igual que puso su empeño por casarle con esa mujer, ponía para que la olvidara, pero de nada servían sus esfuerzos. Se sentía culpable y  responsable del fracaso de su matrimonio y del daño que le había producido. Pero eso no quitaba para animarle a que buscase otra mujer que supiera hacerle olvidar ese angustioso percance. Le decía a su hijo: “un clavo saca otro clavo”. Todos los esfuerzos eran inútiles no lograba sacarle de su abstracción. Quiso quemar un último cartucho y, rogando a su hijo, consiguió a regañadientes que fuera a ver a un psicoanalista que ella conocía.

Tras la visita de Miguel al psicoanalista, su madre le pidió que le comentara el diagnostico que éste le trasmitió. En síntesis: padecía un tipo de depresión causada por una gran agitación emocional ante un hecho no esperado. El proceso de curación dependía, en gran medida, en encontrar a una mujer que le aportara seguridad, amor y sobre todo entrega. Una entrega total en la que él sintiese que el cuerpo de esa mujer pudiera recibirlo sin ninguna repulsa.

Y aquí estamos, con Laura en la cama sin poder pegar ojo, dándole vueltas y vueltas a los requisitos que, según el psicoanalista, eran indispensables para que su hijo abandonara ese estado de aislamiento y perturbación en el que se hallaba. Lo de buscar otra mujer ella lo tenía claro. De alguna manera ya se lo había dicho con anterioridad, pero que le aportase seguridad, amor y entrega total, ¿cómo lo iba a conseguir? Sabía que a su hijo no le sería difícil encontrar otra mujer, pero que le pudiera garantizar esos tres requisitos, podía ser en un tiempo demasiado largo y ella no estaba dispuesta a seguir viendo a su hijo en las condiciones que se encontraba. Ese estado, no le influía en lo laboral, pero salir del trabajo y dejar de tener sentido todo lo demás, era todo uno.

El pensamiento de Laura lo tenía tan agitado por encontrar una solución que le parecía que la cabeza le iba a explotar. Y es que no era para menos. Por mucho que se negara a admitirlo, llegó a la conclusión de que la única mujer que de inmediato podía aportar a su hijo esos tres requisitos, era ella misma. Como ella, ninguna mujer le podía ofrecer más seguridad, amor y entrega. Faltaba esa parte que como madre no podía brindarle; era su cuerpo. Más de una lágrima rondó por su mejilla, hasta que se dijo así misma: “¡Qué demonios!, por mi hijo llegaré hasta donde haga falta”.

Una ducha es lo que pudo refrescar el pensamiento de Laura. Después, se contempló en el espejo como no había hecho durante muchos años, y examinó cada una de las partes de su cuerpo. No era una jovencita, no le cabía la menor duda, pero a sus cuarenta y siete años se vio bien. En su cara todavía no asomaba ninguna arruga y se podía considerar bien parecida. Sus pechos no es que estuvieran firmes y tersos como una quinceañera, pero tampoco los tenía flácidos y caídos. Una pequeña redondez asomaba en su vientre, pero pensó que con una ligera dieta podía desaparecer. Tampoco sus piernas estaban nada mal. Eran estilizadas, bien torneadas y no aparecía ninguna variz que las afease. En resumen, no le extrañó que en el trabajo más de uno le propusiera salir con ella, cosa que siempre desestimó. ¿Sabría como entregar ese cuerpo a su hijo sin que lo rechazase?

La decisión de Laura era tremenda, pero estaba tomada y no iba a volverse atrás. Solo faltaba provocar, sin que se diera cuenta su hijo, que la aceptase no como madre, si no como mujer. Sabía que ese comportamiento se apartaba de las normas sociales establecidas, pero si ese proceder llegaba a solucionar el problema de su hijo, daría por más que justificada su conducta. Pensó que su cuerpo no lo iba a cambiar mucho porque ahí estaba, pero sí podía cambiar su atuendo y la forma de arreglarse a la que tenía por costumbre. No es que descuidara su vestimenta ni su físico, pero debía dar otro aire a su figura. Y así lo hizo.

No tardaron días en que notó que su hijo la miraba de otra manera, hasta que le preguntó:

-¿Sales con algún hombre?

-No –respondió de inmediato-. ¿Por qué lo preguntas?

-No se. Te veo distinta.

-¿No te gusta?

La cara de Laura se tornó como si estuviera contrariada, aunque entraba dentro del papel que estaba adoptando.

-Sí, sí que me gusta –se apresuró a contestar Miguel al ver el gesto que puso su madre-, pero es que nunca te había visto así.

-Así, cómo –le respondió Laura.

-Espero que no te moleste. Siempre te he visto como una mujer bella, pero es que ahora le has puesto esa chispa que te hace bastante más atractiva.

Laura veía que la cosa iba bien. Había conseguido despertar la curiosidad de su hijo y tenía que seguir adelante.

-Gracias, por verme así, cariño.

No quería precipitarse, pero lo de cariño le salió de dentro al igual que al querer mostrar su agradecimiento, le dio un pico en los labios en lugar de besarle en la mejilla como acostumbraba. Esperaba recibir un: “¿a qué viene esto?”, pero no. La cara de Miguel mostró una leve sonrisa y le devolvió el beso con otro pico. Laura se sorprendió por doble motivo: primero, y más importante, fue volver ver una sonrisa, aunque leve, en el rostro de su hijo y segundo; que hubiera compensado su pico en los labios con otro similar, pero partiendo de él. ¿Qué más podía pedir en esos momentos? Se podía lanzar a sus brazos y decirle: “hijo mió, me tienes para lo que quieras”, pero se contuvo. Ya estaba bien lo que había conseguido. El caso fue que esos dos picos no dejaron a ambos indiferentes. A Miguel porque le gustó que viniera de su madre ese beso y a Laura porque desde que murió su marido, sus labios no habían rozado los de ningún otro hombre y le produjo una sensación placentera.

Algo fue cambiando entre los dos desde aquel día. Los piquitos de besos se habían convertido en una costumbre y recurrían a ellos tanto cuando se despedían para ir  cada uno a su trabajo, como cuando regresaban.

Laura observaba que su hijo cada día que pasaba iba cambiando el semblante y le veía más animado. Se sentía satisfecha de ese cambio y no le cabía duda de que le entregaría su cuerpo si servía para su total recuperación. Además, aunque le parecía una aberración, esos pequeños besos que se daban, se habían convertido para ella en algo deseado y esperaba con ansiedad que llegara el momento en que sus labios se unieran a los de su hijo. No le cabía duda que se había despertado en ella algo que tenía más que dormido y eso le producía escalofríos. Sabía que no estaba bien el desear a su propio hijo, pero lo cierto era que ya no le importaba en absoluto unirse corporalmente a él. Pero eso se produciría si su hijo se lo reclamaba.

Por otra parte, era verdad que Miguel se sentía cada día más animado. El estar conviviendo con su madre, le producía un bienestar que le transportaba a sus tiempos de soltero. Se daba perfecta cuenta que era la única mujer que le aportaba seguridad, que le amaba y que se entregaba a él para cualquier cosa que necesitase. Eran los tres requisitos que el psicoanalista le había dicho que necesitaba de una mujer para su curación. Pero claro, esa mujer en la que veía esas cualidades no era una mujer cualquiera, era su madre. No podía ser que pensase en ella para que se entregase a él corporalmente y le solucionase su problema. Debía encontrar una mujer que se pareciera por completo a su madre, pero ¿dónde estaba esa mujer? Además, no tenía fuerzas para ir buscando y tener que recibir más desengaños. ¿Qué hacía? ¿Sería capaz de pedir a su madre que se aviniera para entregarse a él, no solo como madre si no también como mujer? Se negaba a considerarlo, pero no veía otra salida. Tenía también que tener muy en cuenta si ella estaría dispuesta a llegar tan lejos. Estaba convencido que si los dos rompían esa barrera que le resultaba infranqueable, no le sería difícil ni tendría ninguna repulsa en aceptar ese cuerpo. Siempre había visto a su madre como una mujer hermosa, pero en esos últimos días en los que le había dado un aire juvenil a su figura, la veía más atrayente y seductora.

Así estaban los pensamientos de madre e hijo. Los dos parecía que tenían claro que podían entregarse el uno al otro totalmente sin repulsa, pero a Miguel le daba miedo que su madre viera en él un degenerado si le proponía tener relaciones sexuales con él.

Un día Miguel llegó a casa y no encontró a su madre. Era algo poco frecuente. El horario de trabajo que tenía ella acababa antes que el suyo y de no ser que le hubiera surgido algo, ya tenía que estar en casa. Tampoco le tenía por qué extrañarle, pero se sintió defraudado. Había decidido ese día, cosa que llevaba varios dándole vueltas, que cuando llegase a casa y después de darle el beso acostumbrado en los labios, la abrazaría y como si fuera la cosa más natural del mundo, le haría la siguiente pregunta: “¿qué dirías si necesito de ti algo más que un beso y un abrazo?” No le cabía duda que ella contestaría de dos formas posibles: “¡estás loco, cómo se te ocurre proponer a tu madre una cosa así!” o “si es lo que necesitas, sabes que me tienes para todo”. Cualquiera que fuera su respuesta, serviría para sacarle de dudas y sabría a que atenerse.

La tardanza de su madre en llegar a casa le estaba poniendo muy nervioso y no hacía nada más que mirar por la ventana por si la veía llegar. Se daba cuenta que esa inquietud obedecía a la necesidad de estrechar a esa mujer que coincidía con ser su madre, pero para él se había acabado esa dualidad y los obstáculos sociales. Era la mujer que le podía librar de sus angustias y además la deseaba.

Por fin la vio llegar. Salía de un coche, pero también se dio cuenta que ese vehiculo era conducido por un hombre. Se desató en Miguel una desesperación que no podía controlar. Prueba de ello fue que no dio pie a que su madre abriera la puerta, la abrió él y, plantándose en medio, tampoco dio tiempo a que su madre le saludara.

-¿No decías que no salías con ningún hombre? –preguntó de forma agitada.

Su madre al verle en este estado, no respondió a esa pregunta y le dijo.

-¿Qué te pasa?

-Me pasa que todas las mujeres sois iguales, unas farsantes, unas hipócritas y unas rameras.

Laura no pudo contenerse, le dio a su hijo una tremenda bofetada, entró en casa y se fue corriendo a encerrarse en su habitación. Miguel había cerrado la puerta de la casa, pero todavía no se había repuesto del sopapo que recibió de su madre cuando oyó el timbre. Abrió de nuevo la puerta y un hombre de mediana edad con buen porte y elegantemente vestido, apareció ante él. El pensamiento de Miguel enseguida lo asoció: “este es el cabrón que se folla a mi madre”. No le dio tiempo a más porque el hombre tomó la palabra.

-¡Hola!, tú debes ser Miguel. Tal como te describe tu madre no puedes ser otro. Tienes que estar orgulloso de ella, madre como la tuya hay pocas.

Al ver que Miguel seguía atónito como preguntándose a que venía esto, el hombre continuo hablando.

-¡Ah, perdona! No me he presentado. Soy el director de la empresa en la que trabaja tu madre, Se ha hecho tarde por mi culpa, al pedirle que se quedara para terminar algo importante y me he ofrecido a traerla a casa en mi coche. Se veía que tenía ganas de llegar, porque ha salido tan precipitadamente del vehiculo que se ha dejado este bolso en el asiento de atrás. Entrégaselo y discúlpame de nuevo ante tu madre por haberla retenido en el trabajo tanto rato.

Miguel no daba crédito a lo que estaba oyendo. Resultaba que el tío ese dejaba de ser el cabrón que había pensado, para convertirse él, en el único cabrón que había allí. Había sido capaz de dudar y de insultar a su madre, la mujer que se desvivía constantemente por él. La hostia que le había dado la tenía bien merecida, y más que le hubiera dado. Por lo demás, debido a la situación de la puerta de la casa, era imposible que ese hombre hubiera visto u oído desde el coche, el bochornoso recibimiento que había dispensado a su madre.

Una vez que ese hombre se despidió y Miguel cerro la puerta, se quedó como petrificado. ¿Cómo iba a enmendar el tremendo error que había cometido? Lo primero que debería hacer era pedirle perdón aunque fuera de rodillas. La buscó por la casa hasta que oyó unos sollozos en la habitación de su madre. Intentó abrir la puerta, pero había echado el pestillo.

-Ábreme mamá, me tienes que perdonar por ser tan estúpido –dijo Miguel golpeando con los nudillos la puerta.

-Por favor, déjame sola –respondió Laura.

-No te puedo dejar. Me tienes que escuchar.

-¿Te parece poco lo que me has dicho? –le recriminó entre sollozos.

-Ha sido una insensatez por mi parte, pero es que no me he podido controlar. Verte salir del coche en el que había un hombre, se han desatado en mí unos celos terribles. Te estaba esperando con ansiedad para decirte que si tú me aceptas, creo que eres la única mujer que puede conseguir que mi enfermedad desaparezca. Te quiero y te deseo como a nadie en el mundo. Pero ahora solo te pido que me perdones, los nervios me han traicionado.

No hubo respuesta. Un silencio se produjo, que Miguel respetó, hasta que se oyó como se abría la puerta de la habitación.

-¿Es verdad esto que dices?

La respuesta de Miguel fue abrazar a su madre y con su boca absorber las lágrimas que asomaban en sus ojos, hasta que desaparecieron. Continuó besando todo el rostro para detenerse en sus labios. Estos fueron recibidos por parte de ella con gozo. Las últimas palabras de su hijo hicieron borrar sus insultos anteriores y deseaba ser esa mujer que pusiera fin a la amargura que padecía.

Ya tenía Laura más que olvidado el recibir un beso apasionado, pero no necesitó ningún aprendentaje para que su boca, sus labios y su lengua contribuyeran a que ese beso fuera, con mucho, el más ardiente que había tenido en su vida.

-¿Aceptas ser esa mujer que tanto anhelo? –dijo Miguel cuando el tener que respirar obligó a que se separaran.

-No solo lo acepto si no que además lo quiero y lo deseo –respondió Laura con entusiasmo.

No tardaron en despojarse de su vestimenta. Al quedarse Miguel perplejo observando el cuerpo de su madre, ella se entristeció al creer que no era del gusto de su hijo.

-No te parezco lo suficiente atractiva, ¿verdad?

-Así es –respondió Miguel sin dejar de mirarla.

-Lo siento –dijo Laura con voz afligida.

Una sonrisa del rostro de su hijo y unas caricias de sus manos a sus pechos, le hizo ver que le estaba tomando el pelo y dándole unos pequeños golpes en el pecho le dijo:

-Eres un tonto, me has asustado.

-Tú me has asustado a mí –dijo Miguel, retirando los puños de su madre de su pecho y llevándoselos a la boca-. No me podía imaginar que tuvieras un cuerpo tan espectacular y que me lo pudieras ofrecer.

-Tómalo ya, hijo mío, es todo tuyo.

Sobraban las  palabras y se unieron en un nuevo beso. Miguel la cogió en brazos y sin dejar de besarla la tendió en la cama. Continuó besándola todas las partes de su cuerpo, su cuello, sus pechos, su vientre, su vulva, sus muslos… No dejó un solo poro del cuerpo de su madre sin que su boca lo absorbiera. Laura no dejaba de estremecerse. Eran tantos y tantos años que su piel no recibía tales caricias, que llegó a correrse de gusto. Miguel no desperdició la ocasión y notando el flujo que salía de la vagina de esa mujer, su boca se acercó para absorber ese líquido que desprendía. Ya no era su madre. Se había convertido en la mujer que le devolvía el placer de sentir en su cuerpo vibraciones que creía no iba a sentir jamás.

Laura se estremecía y unos continuos jadeos y gemidos salían de su boca. Los lametazos que su hijo ejercía por toda su vulva, sin dejar tampoco de lamer con esmero su clítoris, le producían un gozo y un placer indescriptible. El tremendo orgasmo que tuvo,  hizo también que su boca no pudiera reprimir un grito que le salió de muy dentro.

-Esto no puede ser…, esto no puede ser cierto… Miguel, mi vida… ¿qué me estás haciendo? –dijo Laura, completamente extenuada.

-¿No te gusta? –preguntó Miguel.

-Me gusta…, me gusta…, me gusta… -repetía Laura a la vez que no se cansaba de dar besos a su hijo.

La ausencia de tantos años sin sexo, había merecido la pena. Tenía ante ella no a su hijo, si no a un hombre que le estaba produciendo una satisfacción tan grande que ni en sueños hubiera podido imaginar. Solo faltaba tener dentro de ella el miembro erecto de ese hombre que ya sentía entre sus piernas.

-Ten cuidado, mi amor –dijo cuando ese miembro ya apuntaba a su vagina-. Hace tantísimo tiempo que este albergue no ha recibido un huésped que se puede decir que está por estrenar.

El pene de Miguel estaba ansioso por introducirse en ese albergue, pero se contuvo y fue cobijándose con lentitud. Notaba que esa morada se había mantenido por mucho tiempo cerrada. No tuvo que forzar ni romper la puerta de acceso, pero le costaba hacerse camino. Gracias a que las paredes del recinto estaban lubricadas, se fue desplazando con suavidad hasta llegar a lo más profundo.

Laura notó ese roce intenso de ese miembro sobre su conducto vaginal, pero aguantó con firmeza ese allanamiento a su dulce morada. Valió la pena aguantar el pequeño dolor de esa primera incursión, porque enseguida pudo acoger a ese huésped adaptándolo a su habitáculo. Los jadeos y gemidos que salían de su boca no eran por sufrir las continuas embestidas de ese pene alterado, si no de sentir un placer inmenso, ya olvidado. Además, el sentir que su hijo la estaba penetrando y, por sus exhalaciones, estaba gozando tanto como ella,  quería decir que si no estaba curado de su depresión no le faltaría mucho. Le producía tal gozo y tal excitación que estaba a punto de explotar. Esta explosión no tardó en producirse. Su boca emitía unos chillidos de placer al mismo tiempo que su vagina expulsaba un gran chorro de líquido. Su nuevo orgasmo fue apoteósico, como lo fue el de Miguel regando con su semen, que no fue poco, todas las partes de ese albergue que tan bien lo había acogido.

Completamente exhaustos, tendidos en la cama, Laura esperaba impaciente a que su hijo, su hombre, le dijera en palabras si en verdad, tal como ella lo presentía, se sentía completamente curado. En ningún momento noto que su cuerpo le produjera ninguna repulsa, al contrario, cada segundo se aferraba más y más a cada una de sus partes, para acabar descargando en lo más profundo de sus entrañas su líquido seminal.

No hizo falta que le hiciera la pregunta. Cuando la acelerada respiración de Miguel se redujo, fue él mismo quien, después de dar un beso a su madre, le dijo:

-Sabía que nadie que no fueras tú me iba a librar de mi pesadumbre. Nunca me he sentido tan bien al lado de una mujer. Ya sé que eres mi madre y no debería haberte inducido a esto, pero no me arrepiento. Lo único que me puede apenar es que tú no lo veas bien y te hayas visto obligada ha aceptarme por querer que saliera de mi depresión.

-No te apene nada, mi vida. Sí que en principio me movía el llegar donde fuese para que abandonases ese estado, pero ahora me siento la mujer más dichosa del mundo. Me has hecho revivir algo que tenía más que olvidado y sentir dentro de mí algo tuyo. Me has llenado, no solo de líquido, si no de gozo y placer.

-¡Joder! –exclamó Miguel-. Me vas a tener que perdonar de nuevo. Estaba tan excitado y gozando haciéndote mía, que ni me he dado cuenta que he descargado todo mi esperma dentro de ti.

-¿Te preocupa el que puedas embarazarme?

-Me preocupa que tú no lo desees.

-De ti deseo todo, pero no creo que debas preocuparte. Aunque estoy en edad fértil, a mis años es difícil que quede embarazada.

Probablemente por esa descarga que recibió su morada, Laura no quedó preñada. Pero fueron tantas las veces que su albergue recibió a ese envarado y deseado huésped, con sus correspondientes descargas, que al final con tanto riego quedó fecundada.

Todo fue bien en el parto y el niño nació sin ninguna anomalía. El hijo-nieto fue recibido con gran alborozo por parte de la pareja marital en que se habían constituido madre e hijo, o mejor dicho, Laura y Miguel.

Solo antes de acabar esta narración decir también que Laura, para probar que su hijo estaba completamente curado del shock que le causo ver a su mujer amorrada al pene de un hombre, quiso saber que reacción tenía si ella hacía lo mismo con él. Por supuesto que no hubo ninguna repulsa por parte del ahora su hombre, si no que éste disfrutó al encontrar otro albergue dulce y acogedor donde ubicar a su vigoroso y flamante regador.