Madre mía...
Y sin decir más, se quitó la camiseta mojada y la introdujo en la lavadora. Me quedé inmóvil.
Madre mía...
Hola, voy a contar algo que sucedió cuando tenía 18 años. Era verano, acababa de terminar el bachillerato y anhelaba disfrutar de mi libertad. Levantaba pesas y hacía ejercicio con regularidad, porque no me atraía la idea de tener un cuerpo gordo y fláccido, así que estaba fuerte y de buen aspecto, aunque, todo hay que decirlo, no tenía mucha suerte con las chicas, y poca experiencia en los asuntos del amor. Mi padre había fallecido tres años antes, de intoxicación etílica. Siempre le había gustado empinar el codo. Un día estaba en un bar con sus amigotes, tan borrachos como él que no advirtieron que ya iba por la docena de whiskies. En un momento dado se tambaleó y cayó de bruces. Cuando llegó la ambulancia ya era tarde. Mi madre y yo tuvimos dificultades para salir adelante sin él. Aunque nos había dejado un poco de dinero, ella tuvo que emplearse como secretaria de una empresa de seguros. Ganaba lo suficiente para mantener la casa y poco más. Como pasaba gran parte del día fuera, yo tenía que encargarme de las tareas domésticas. Me sentía un poco agobiado. En los últimos tres años la suma de mis actividades sociales era cero. Hacía la limpieza de la casa y las compras por la mañana, al mediodía cocinaba, en la tarde trabajaba unas horas en un videoclub (donde llegué a ver todas las películas porno del inventario), al volver preparaba la cena, limpiaba la cocina, ponía el lavavajillas, etc., hasta que al fin me iba a dormir a las once de la noche, agotado. Mi madre volvía del trabajo al anochecer, tras hacer un rato de workout con el vídeo de Jane Fonda (el ejercicio la mantenía y mantiene estupenda), se ponía unos viejos pantalones cortos y una camiseta, o una bata, se recostaba en un sofá y se ponía a hojear revistas de moda y chismorreo. Ni se le ocurría echarme una mano. Ah, sí, la describiré. A sus 38 años tenía muy buen aspecto. Alta, con unas piernas muy bonitas, unas tetas generosas y una cintura delgada que acentuaba las curvas de un trasero apetitoso. Para ser sincero, solía masturbarme fantaseando con su imagen. Aunque después me acosaba cierta sensación de culpa. Una tarde calurosa volví de la calle y me la encontré, como siempre, tumbada y leyendo una revista. Cumplí las tareas de costumbre y pensé que tenía que hablar con ella para que dejara de actuar así. Junté valor, me acerqué y le dije: ¿Podemos hablar? "Claro, cariño. ¿Qué necesitas?" "Mamá, desde hace tres años haces siempre lo mismo; llegas, te vistes de cualquier manera y te pones a leer una revista. Me gustaría... que cambiaras."
"¿Qué sucede, es que no te gusta que me vista así en casa?", interrogó. "No es eso, quisiera que me ayudaras más en las tareas del hogar. Ya no tengo amigos, siempre estoy ocupado", me quejé. Hizo una larga pausa, mientras reflexionaba. "Dios... no había caído en eso. Lo siento mucho, pequeñín. Verás, a partir de ahora seré diferente, y empezaré ahora mismo". Se incorporó y se dirigió a la cocina dispuesta a preparar la cena. Me quedé estupefacto y pensé: "Vaya, ¿por qué no se lo dije antes? ¡Ha sido facilísimo!" Entré en la cocina y la encontré en cuclillas, buscando una olla para hacer espaguetis. Qué hermosa visión, pensé, y empecé a notar un cosquilleo en el estómago. Sus holgados pantalones enmarcaban un culo hermoso y unos muslos tersos. Percibí el bulto que me empezaba a crecer en la entrepierna. Encontró la olla y se incorporó. Abrí la puerta de la nevera para fingir que buscaba algo y ocultarme, pues sólo tenía puesto un bañador ajustado, debido al calor, y no quería que viera el bulto. Me acomodé la polla y, cuando me volví, ella intentaba abrir un frasco de tomate, con tan mala suerte que la tapa salió despedida y con ella un chorro de salsa que fue a parar en parte a su camiseta y en parte al suelo. Mientras yo limpiaba el suelo, mi madre intentó lavar la mancha sin quitarse la camiseta, con lo que formó un gran círculo húmedo y transparente en la tela, tras la que destacaban sus grandes aureolas. Empecé a empalmarme otra vez. "Vaya contratiempo", exclamó mamá. "¿Quieres cambiarte?", le pregunté. "Sí, pero no tengo otra camiseta limpia." "Si quieres te dejo una", propuse. "No, gracias", respondió. Y sin decir más, se quitó la camiseta mojada y la introdujo en la lavadora. Me quedé inmóvil. El bulto amenazaba con hacer estallar el bañador, pero no me daba cuenta, embobado con la contemplación del par de tetas más hermosas del mundo. Mamá rompió el silencio y dijo: "Bah, de todos modos, así estoy más cómoda." Entonces advirtió la protuberancia y dijo con mirada pícara, "Nene, esa ropa que llevas es muy estrecha, ¿no crees?" Bajé la mirada hacia el bulto e intenté acomodarlo. "Venga, no hace falta que hagas eso. No es bueno maltratar a las hormonas, ¿por qué no te quitas el bañador? Estarás más cómodo." Se hizo un largo silencio. Al cabo, mamá dijo: "Mira, si no te lo quitas, vete al baño y resuelve el problema." Dicho esto, se volvió para continuar cocinando. Me quedé quieto, desconcertado. Finalmente, pensé que si alguna vez quería anotarme un tanto con mi madre, ésta era la oportunidad, así que me bajé el bañador y mi miembro salió disparado y cimbreante, lo que atrajo su atención. "¡Santo cielo! Qué indecencia. ¿Cuánto mide eso?" "Ehh , pues no sé, unos veinte centímetros", balbuceé. "Es mucho más grande que la de tu padre, que en paz descanse. Seguro que atraes a todas las chicas con ese instrumento." "...La verdad... es que no", repliqué en voz baja. "Eso sí que es raro, porque a mí sí empiezas a atraerme. ¿Se te baja sola si no te masturbas?" Estaba alucinado por el tono de la conversación. "Pueesss, sí, pero tarda como una hora." "Por Dios, no quiero que sufras durante tanto tiempo. Ven aquí, te ayudaré." Avanzó hacia mí, se arrodilló, se mojó la mano con saliva y empezó a masturbarme. Yo estaba de piedra, en más de un aspecto. Mi mente se quedó en blanco y nada volvió a ocuparla durante el tiempo que mi madre me estuvo trabajando. Al cabo de unos tres minutos le dije "Mamá, me... voy a correr.... mamm-má". Mi madre entonces se la introdujo en la boca y me la mamó hasta que estallé en ella. Tragó el semen y siguió chupeteando y rodeándola con la lengua hasta dejármela limpia. Un hilo de esperma se deslizaba por la comisura de su boca. Se pasó la lengua por los labios, ayudándose con los dedos, para limpiarlos, lo que me llamó la atención. "¿Por qué has hecho eso?", pregunté. "¿Hacer qué? ¿Limpiarme la boca? No quería que cayera y ensuciara el suelo. Así te evito trabajo de limpiar." "Ah, muchas gracias. Mm..., ¿mamá?" "¿Sí?" "¿Podemos hacerlo otra vez? Es que sigue dura." "¡Vaya pillo, es verdad! Bueno, está bien, pero si vuelvo a hacerlo, tienes que devolverme el favor", propuso. "¡Claro!", exclamé sonrojado y sonriente, mientras el corazón me daba botes en el pecho. "Haremos algo distinto", dijo. En lugar de masturbarme, me tomó del pene y con una sonrisa me llevó al salón. Me tendió en la alfombra, se quitó el short y las bragas y se puso a horcajadas sobre mí. La visión fue impactante: ¡tenía la vulva rasurada! Acercó el vientre a mi polla y empujó con suavidad. Sentí el calor que emanaba de aquel coño tierno y liso y también percibí su tensión interior, después de tres años de no haber sido penetrado. "Ohhhh, ahhhh, uuuffffff", gruñía, jadeaba y suspiraba, mientras yo sentía que mi tranca le estiraba el coño para acomodar su solidez y grosor. Llegó hasta el fondo, y ella se quedó inmóvil unos instantes, adaptándose al tamaño, mientras me mantenía aprisionado entre sus fuertes muslos. "¿Te gusta lo que sientes, cariño?" susurró. "Mucho, mamá." Empezó a subir y bajar lentamente sobre mi polla. Me cabalgó unos minutos hasta que volví a correrme. "Ahora me toca a mí", exclamó mamá. Hizo que nos volviéramos y quedó tumbada de espaldas. Me pidió que le lamiera "aquí". Retiré mi verga y descendí. Pasé los brazos bajos sus muslos y empecé a lamer los labios externos. Nunca lo había hecho, pero llevaba cierto tiempo documentándome en el videoclub y había adquirido algunos conocimientos técnicos. Le metí la lengua en el chocho y empecé a chupetear y mordisquear los labios internos. "Ooooohhh, qué bien lo haces! Lame el coñito de mamá, ¡lámelo bien!" Sin dejar de lamer, con el pulgar de una mano le masajeaba el clítoris, mientras le introducía dos dedos con la otra. Al cabo de unos momentos mis manos estaban empapadas y mamá se acercaba al orgasmo. "Mmmm, siii sigue chupando el coño de mamita." Aquellas palabras volvieron a despertarme el mástil. Seguí frotando y chupeteando el clítoris con fuerza hasta que me devolvió un diluvio de jugos vaginales. Intenté lamerlo todo, pero era demasiado, se esparcía por doquier: mi cara, mis manos, sus piernas, su culo. Sentí la imparable necesidad de penetrarla, me incorporé un poco y hundí la polla en ella, que lanzó un alarido. "Oooohhh!!! Mi niño!!! Métela toda!!" Bramaba, y entre rugidos se corría una y otra vez. Después de su tercer orgasmo sentí que me estremecía y llegaba mi turno. "Aaah, mamá me coooorro!" "¡Hazlo dentro! ¡Quiero sentir tu leche dentro! CÓRRETE DENTRO!!!" Me vine a chorros en el coño de mamá, lo que disparó otro de sus orgasmos, el cuarto ya. Me desplomé sobre su cuerpo y ella relajó los músculos del coño. Me quedé inmóvil. Tras unos momentos tendidos en silencio, y después de recuperar la respiración, le solté una de mis fantasías. "Mami, ¿alguna vez lo has hecho por detrás?" "No, nunca. Pero... ¡me gustaría probarlo!" Estuvimos un largo rato acariciando mutuamente nuestros cuerpos sudorosos. Nos incorporamos sin decir palabra, se puso en cuatro y yo detrás, pegado a ella. Le acaricié la espalda, los cabellos, la nuca. Tomé sus tiernas tetas por debajo y besé su espalda. Mis sentidos se inundaron del antiguo, querido y familiar aroma de su piel. Me sentía rebosante de amor. Pasé la mano por la mezcla de jugos del coño y le embadurné el trasero, en círculos suaves, para lubricarlo. Inserté un dedo y no sentí mayor resistencia. Mi órgano ya estaba nuevamente empinado. Puesto que era su primera experiencia anal, y también la mía, avancé con precaución. Coloqué el glande ante el umbral del orificio e inicié una lenta penetración. Era un conducto muy estrecho, pero ella me animó a seguir. "Siiii agranda el culito virgen de mamá. Uuuuffff, qué rico, papaíto, empuja, empuja sin temor." Deslicé la polla hasta el fondo, percibiendo como sus paredes anales iban cediendo paso a mi capullo, e inicié un movimiento oscilante favorecido por la lubricación abundante. Suavemente dentro, fuera, dentro, fuera... "Buuufff, es ri quís simo! Me me... vas a matar!!! Aaaaaahhhh!" Se estremecía y entre espasmos me aferraba la polla con las pulsaciones del esfínter. Seguí el ritmo de los apretujones de su culo y empujé con todas mis fuerzas, hasta aplastar los testículos contra el coño. Empecé a batir sus nalgas con vehemencia, provocando un ruido a cachetazos con los choques de nuestros cuerpos, pues ella mantenía un movimiento opuesto al mío para agudizar la penetración. Entonces exploté en su culo con la corrida más brutal de mi vida. Solté un chorro tras otro que inundó sus entrañas. Desde aquel día hemos follado con ansia cada vez que nos cruzamos y a la menor oportunidad. Han pasado algunos años, soy psiquiatra y estoy casado con una bella ex paciente que ha tenido desde siempre una interdependencia lésbica con su madre. Cada cierto tiempo, cuando tenemos un fin de semana libre, mi suegra, mi esposa, mi madre y yo nos vamos a una casa que tenemos en la playa y follamos entre los cuatro, durante horas, hasta que nos vence el sueño.