Madre lujuriosa
Un domingo en la tarde puede ser un día de emociones mezcladas. Puede sentirse ansioso por tener que enfrentar al día siguiente la rutina insoportable de una semana más, puede ofrecer la sensación de renovación ante la posibilidad de nuevas oportunidades que llegan con los días nuevos, también es po
Un domingo en la tarde puede ser un día de emociones mezcladas. Puede sentirse ansioso por tener que enfrentar al día siguiente la rutina insoportable de una semana más, puede ofrecer la sensación de renovación ante la posibilidad de nuevas oportunidades que llegan con los días nuevos, también es posible sentir la melancolía propia de mirar atrás y observar una semana vivida, desaprovechada e irrecuperable.
El sentimiento que abrazaba a Luisa no era en realidad ninguno de estos. Ella tenía la particularidad de sentirse sola, relajada y en profunda intimidad. Era el día donde su tranquilidad no era agredida por la presencia de la habitual sirvienta ni los juegos y gritos de su hijita de siete años. Era un día rutinario, tranquilo, en el cual nunca sucedía nada fuera de lo normal, nada que mereciera ser recordado.
Eran las 6:45 p.m. y estaba sola en su apartamento, con la certeza que nadie le observaba y que nadie la molestaría. Su día había estado, como era ya costumbre, dedicado a sus placeres más personales y sencillos. A las diez de la mañana luego de haber dejado a María Antonia, su hijita, en casa de su tía, una mujer aún joven, para que pasaran todo el día juntas, regresó a su casa, un penthouse en un exclusivo sector de la ciudad. Su apartamento garantizaba una espléndida vista de toda la moderna y pujante ciudad industrial. Ya en su casa subió a su cuarto, se colocó su tanga brasileña preferida y toalla en mano bajó a la piscina de la unidad residencial. Allí tendió su toalla al borde del agua, se acostó boca arriba, se puso sus gafas de sol, flexiono las rodillas, abrió ligeramente sus piernas y se dedicó a recibir las caricias del sol en todo su cuerpo. Así paso la mañana y el resto de la tarde.
Luisa era difícil de definir físicamente. Era mujer bonita sin ser una reina de belleza, tal vez era una mujer «buenota» con una gran carga de sensualidad oculta por el aspecto conservador que predominaba en su vida cotidiana y laboral.
Su trabajo la obligaba a proyectar la imagen de mujer ejecutiva, centrada y orientada a la obtención de resultados, que además le debía garantizar a sus clientes la seriedad y formalidad de la firma que representaba.
Luisa era ejecutiva comercial de una importante empresa importadora de textiles. Su responsabilidad era comercializar las telas en los clientes antiguos y abrir nuevos mercados. Ella respondía por las ventas en el mercado local.
Su cargo ejecutivo le reportaba jugosos ingresos mensuales por concepto de comisiones. Podía tranquilamente vivir en uno de los mejores sectores de la ciudad, tenía un carro de modelo resiente, un Montero color verde militar que le ofrecía comodidad y seguridad. Su hija estudiaba en uno de los mejores bilingües de la ciudad, es decir vivía tranquila y muy cómodamente.
Su oficina quedaba en una de las habitaciones de su penthouse, mas concretamente en la planta superior diagonal a su dormitorio. En este apartamento vivía hacía algo más de ocho años.
Además de sus ingresos por las ventas de telas, contaba con una jugosa pensión que recibía mensualmente de su ex marido. También contaba con la herencia dejada por su madre al morir, la cual entre otras cosas le garantizaba la propiedad sobre una casa en un municipio vecino. De hecho en el momento se encontraba reparando esta casa para habitarla temporalmente y después venderla. Estaba programando mudarse luego a un nuevo complejo habitacional, cerca de donde vivía actualmente. Los edificios se encontraban en construcción y su nombre era las Twin Towers, nombre además muy poco apropiado luego de los eventos de 9/11.
Su marido decidió dejarla un día y desde entonces su única compañía era su hija, la sirvie
nta y ocasionalmente su tía y alguna visita de viejas amigas de la universidad y la infancia. Desde hace cuatro años vivía sin necesitar un hombre a su lado para sostenerla. Era extraño que en cuatro años no hubiera tenido un romance, ni siquiera un amigo especial con el cual compartir parte de su tiempo libre.
No era una mujer fea, tal vez era falta de explotar la sensualidad que mantenía reprimida y que podía hacerla mucho más atractiva a los ajos de cualquier hombre.
Físicamente Luisa era una mujer de 35 años, su estatura era de un metro 62 centímetros. Su cuerpo era adornado por hermosos contornos y redondeces que ella se empeñaba en ocultar en su vida diaria. Era un cuerpo cuidado por intensas horas de ejercicio y una rigurosa dieta alimenticia. No mostraba rastros dejados por el embarazo de María Antonia ni flacidez en alguna de sus partes. Sus cabellos eran medianamente largos, al nivel de los hombros y de un lindo color rojizo, el cual ella cambiaba con regularidad con tinturas rubias, y negras. Su cara era adornada por unos ojos negros, una nariz algo alargada y unos labios rojos y carnosos. Los dientes eran perfectos y su blancura hacia el perfecto contraste con los ojos negros. La piel era blanca salpicada por unas coquetas pecas en la espalda y el pecho.
Los senos eran grandes sin ser grotescos, estaban coronados por unas areolas rosadas de donde resaltaban unos pezones inquietos e imprudentes, en más de una ocasión la habían llevado a situaciones incomodas y embarazosas. Su estomago era plano sin sombras de estrías y con un pequeño ombligo que servía de punto de origen de una delgada línea de bellitos rubios que bajaban atrevidamente hasta su destino final en el pubis. He aquí una de las mayores contradicciones que la Luisa desconocida para todos tenía frente a la ejecutiva conservadora y formal que vendía telas a la industria de muebles, almacenes especializados, decoradores de interiores y personas naturales entre otros.
Luisa tenía un especial cuidado de su pubis y de sus genitales, los cuales apreciaba como su mayor tesoro. Un tesoro que nadie más que ella tenía la oportunidad de disfrutar. El bello público era del mismo color que su cabello, originalmente rojizo pero teñido de acuerdo al color que en ese momento tuviera la cabeza. Los pelillos eran gruesos y fuertes, Luisa los cortaba y acicalaba con regularidad. Le gustaba darle formas de acuerdo a su creatividad y estado de ánimo, en el momento se ofrecía a su vista una frondosa línea de más o menos dos y media pulgadas de ancho que se originaba en el camino de bellos dorados que salían de su ombligo y que al bajar se internaba en su entrepierna bordeando los labios mayores de su vulva y finalmente se perdían en la rajadura de su redondo y bien parado trasero.
Volviendo a la rutina de ese domingo por la tarde y luego de subir de la piscina entró a su cuarto, reviso que sus cortinas estuvieran cerradas. Se quito la blusa de la sudadera y luego el pantalón que cubrían su bikini.. Se dirigió al baño tan solo acompañada por unos panties verdes pues el brassier de la tanga se lo quito después de haberse desencartado de la sudadera. Esta tanga la hacia sentir sexy y atractiva, mucho más cuando caminaba topless por su casa. Entro a su baño, un espacio algo estrecho con ventana a la calle y buitrón en el techo que le garantizaban gran luminosidad y que le ofrecía una linda vista sobre la parte sur de la ciudad pero que también ofrecería un espectáculo inolvidable a sus vecinos del edificio del frente en caso de ella olvidar cerrar las persianas que protegían su intimidad. Su baño era parte de su dormitorio, como ya se dijo, este quedaba en el segundo piso. Ella había reformado este espacio que originalmente era muy amplio pero de poca utilidad. Luisa lo había partido y de él había sacado su dormitorio, el de María Antonia y su oficina. También pudo construir un baño en la habitación de la niña. Al entrar al baño se encontraba en primer lugar con el lavamanos y un amplio espejo. A mano izquierda se encontraba la ducha con su bañera y a mano derecha el vestier de Luisa.
Estando en el baño se paró frente al espejo situado sobre el lavamanos y se contemplo detenidamente su cuerpo durante algunos minutos. Su atención se centraba en sus tetas y especialmente en sus inquietos pezones que aún sin tocarlos, solo con mirarlos, ya se erguían orgullosos al menos una pulgada, demandando más atención que una simple mirada. Sus senos eran grandes y
gustosos sin ser exagerados en tamaño, eran turgentes y luchaban exitosamente contra la fuerza de la gravedad mirando siempre hacia arriba. Estaban decorados por unas hermosas manchas blancas en forma de triángulo a consecuencia de la sombra que sobre ellos proyectaba los pequeños bikinis con los que su dueña solía tomar el sol los fines de semana (sus favoritos eran unos color verde intenso). Luisa miraba sus pezones y sabia perfectamente lo que ellos le estaban pidiendo a gritos, sin embargo no se atrevía a dar el paso que aliviaría la tensión de sus puntitas. Sin embargo se regocijaba viendo como además los puntillos alrededor de sus areolas rosadas también se levantaban excitados formando una corona de admiradores alrededor de cada pezón hinchado a punto de explotar.
Su rígida formación familiar le había generado muchas barreras y tabúes que le impedían satisfacer solitaria sus necesidades más intimas y apremiantes. Haciendo un esfuerzo por enfocar su atención en otro asunto, Luisa se agacho para sacar de su gabinete, debajo del espejo, una crema de manos y seguir así su rutina del domingo. Al agacharse involuntariamente su tanguita seda dental se incrustó aun más entre los labios mayores de su vulva y la rajadura de su trasero. Al levantarse ya con la crema en la mano Luisa notó como unas góticas transparentes, densas y olorosas salín de su tanguita y se deslizaban por entre sus muslos bronceados. Estaba mojada, su tanguita empapada ya no soportaba mas humedad y esta se derramaba por los bordes enterrados en la vulva. Luisa llevó su mano derecha hasta su muslo izquierdo y con el dedo anular tomo una de estas gotas que por allí resbalaban lenta y pesadamente. La llevó primero a su nariz y luego a su lengua, reconoció perfectamente de que se trataba. Era su liquido vaginal producto de la gran excitación que había empezado en sus pezones pero que ya se había apropiado de su cuca. Los bordes de la tanga y su presión contra sus labios y clítoris habían generado una conexión directa con sus pezones.
Tratando de aliviar un poco la situación y haciendo un gran esfuerzo por no tocar lujuriosamente ninguna parte de su excitado cuerpo, Luisa tomó los bordes superiores de la tanga y haló hacia abajo por sus muslos pasando por sus rodillas hasta llegar a sus tobillos. Los pies se alzaron coordinadamente para dejar la empapada prenda tirada en el piso.
Sus nalgas eran duras y paradas, se nota que su ejercicio matinal las mantenía bien tonificadas. Luisa solía salir a caminar por el montañoso y empinado vecindario todos los días antes de las 7:00 a.m.. Al igual que sus tetas, su culo estaba enmarcado por una mancha triangular blanca que tenía su parte mas larga en el nacimiento de las nalgas y su vértice inferior se incrustaba deliciosamente entre la raya interna del culo, cubriendo escasamente el ojito principal de semejante obra de arte. Era la mancha dejada por los panties de los bikinis que usaba para broncearse.
Con el tarro en la mano se sirvió un poco de crema en ambas manos. Inicialmente se frotó con ellas los hombros, siguió con los brazos pasando luego a masajear el estomago y la parte trasera de su cintura. Volvió a llenar sus manos con más crema y siguió el proceso de nutrir toda su piel reincidiendo con sus pies, subiendo a las rodillas, frotándose la parte baja de su espalda para continuar en sus dos nalgas y demorándose involuntariamente más de lo normal en sus muslos, especialmente en su parte interior, haciendo un gran esfuerzo salto sin tocar siquiera su empapada vagina, la cual ella se limitó a mirar abriendo sus piernas para encontrar que de sus pelos se agarraban infinidad de gotas que luego caían al piso de baño formando un pequeño charquito entre sus pies ó se resbalaban sensualmente por la parte interior de sus muslos. La sensación y la urgencia eran casi irresistibles pero tenía que continuar con su tarea con toda la fortaleza de la que pudiera hacer acopio pues faltaba la parte más complicada pero igualmente ineludible.
Tomo crema en cada mano y llevó cada una de ellas a la teta correspondiente. Inicio el masaje esparciendo la crema por la parte baja tratando de no tocar todavía sus desesperados pezones. Subió bordeando las areolas y frotó sus pechos hasta su nacimiento a cada lado de sus hombros. Ya no quedaba más que alimentar sus pezones y pensando que el «mal» paso es mejor darlo rápido decidió atacar simultáneamente ambos pequeños torturadores. Así
lo hizo sin poder prever la reacción que su cuerpo le deparaba. Al sentirse acariciados los pezones explotaron en un corrientaso que bajo por todo su cuerpo llegando hasta sus rodillas y causando que estas se flexionaran con el impacto de placer que habían recibido. Luisa casi cae al suelo, tuvo que agarrase del borde del lavamanos para evitar aporrearse, la situación había ya llegado a limites insoportables, tenía que hacer algo para aliviar tanta excitación.