Madre, hija, etc.
Deberá obedecerme sólo a mí. Ella acepta, pero me cuenta que debe interrumpir la conversación para hacer la cena de su hija.
Estoy pasando el rato en una web de citas y me saluda una mujer joven, bastante guapa. Le sigo el rollo. Al poco tiempo, empieza a revelarse como una verdadera sumisa. Me explica que cree que debe obedecer a los hombres. Yo le digo que me parece bien, pero que si quiere seguir en contacto conmigo, deberá obedecerme sólo a mí. Ella acepta, pero me cuenta que debe interrumpir la conversación para hacer la cena de su hija. Miro mientras mejor su perfil.
Efectivamente, la mujer dice que tiene una hija de 18 años. Eso me interesa y sigo después enamorando a la madre, hasta que le pido que me envíe más fotos suyas. Ella me envía varias, una de ellas con la niña. Bingo. Es un bomboncito. Le escribo diciéndole que será muy difícil cuidar ella sola de su pequeña, y me contesta que soy muy atento.
En poco tiempo, la mujer acaba dependiendo de mis mensajes y se comporta con toda confianza. Le pregunto si le ha contado a su hija lo nuestro, y me dice que no, que le da verguenza. Le digo que no pasa nada, sabiendo que ella se tomará el comentario como una obligación. Horas después me confiesa que se lo ha contado, y me pide disculpas por si no me complace eso.
Le digo que a partir de ahora no tendrá nada que ocultar a su niña. Ella se queda aliviada. Seguimos contactando por escrito, y cuando la hija está con ella, me lo dice. La mujer debe decirme qué está haciendo todo el tiempo, y pronto incluye también las actividades de la niña, con naturalidad. En un momento dado, cuando están las dos sentadas ante la tele, escribo a la mujer preguntándole qué lleva puesto, con complicidad. Ella me responde que un pijama corto, por el calor, igual que su niña.
Le pido que me envíe una foto y lo hace. La verdad es que esa mujer se conserva muy bien. Pero bromeo diciéndole que no veo a su pequeña. Me envía otra foto con las dos. Qué preciosidades, sobre todo la niña. Tan jovencita y ya ha heredado de su madre lo que más me gusta de ella: un buen par de tetas. Bendigo el calor, que les ha hecho vestirse así, sin ropa interior, marcando los pezones en la telita. Pero disimulo.
Alabo el cuerpo sugerido de la madre, y me da las gracias añadiendo que el de su hija también es bello. Lo hace sin malicia, siguiendo su costumbre de hablar de las dos. Hago como que no le doy importancia a la niña, y me masturbo mientras, pensando en la criatura.
La niña acaba acostumbrándose a participar en las conversaciones que tenemos su madre y yo, siempre por escrito. En la práctica, somos un trío virtual. Sigo manteniendo las formas, para ganarme la confianza de las dos. Insisto en el tema de la obediencia, y la niña se muestra de acuerdo también, según me dice su madre. Poco a poco, consigo que las dos dependan emocionalmente de mí y de mis mensajes. A veces, tardo en conectarme para forzar su necesidad, y cuando lo hago ellas están más receptivas.
Les convenzo de que pongan el móvil en modo vídeo, para verlas mientras charlamos de viva voz. Ellas se muestran vergonzosas, pero mi polla responde a cada bamboleo de esas gloriosas cuatro tetazas, bajo sus leves ropajes.
Se me ocurre decir que no me gusta el vestido que lleva la niña. Su madre la envía a cambiarse a su habitación. Aprovecho la ausencia de la niña para decir a la madre que me excita su cuerpo y que puede acariciarse, como si su mano fuera la mía. Ella se mete mano, pero cuando vuelve su hija, disimula.
La niña se ha puesto un short y un top que parecen su segunda piel. Me fijo en su coño y sus pezones, que se marcan con claridad. Les ordeno que se abracen, para demostrarme que son ya mi nueva familia. Mi polla está a reventar, al verlas tan juntas. Ellas ríen contentas.
La niña me dice que soy muy amable con ellas y que siente como si yo fuese su padre adoptivo. Le digo que tiene mi permiso para asumir eso, y ella empieza a llamarme papi con naturalidad. Su madre me pregunta cómo debe tratarme ella, y le digo que si realmente cree que debe obedecerme, lo indicado es llamarme amo. Le parece correcto y lo asume.
Mi nueva hija me ha añadido a sus contactos, y ahora tengo conversaciones con las dos, pero también privadas con la niña, cuando está en su cuarto o fuera de casa. Empiezo a adiestrarla, con calma, y ella se deja llevar. Primero le comento cómo se le marcaba todo cuando se cambió de ropa, y ella me dice que se puso eso para contentar a su papi. Le enseño, a espaldas de su madre, a masturbarse con rudeza, a arrodillarse para mí, a ser una buena perra a distancia.
Mientras, la madre sigue enamorada de mí y también acepta, en ausencia de la niña, pequeñas humillaciones, como pinzas en los pezones o azotes, que le hacen correrse cuando yo le doy permiso.
Decido visitar a mi nueva familia. Mi hija me abre la puerta sorprendida, y al verme se lanza a mis brazos, gritando feliz a su madre que he ido a verlas. La madre se acerca, también descolocada por mi presencia no avisada. Le tiendo una mano y se abraza con nosotros. Permanezco unos instantes pegado a sus dos cuerpazos, hasta que la madre me invita a pasar.
Les explico que ya era hora de conocernos en directo, y la madre va a preparar algo de comer a la cocina. Nos quedamos solos, sentados en el sofá, mi hija, con sus rebosantes 18 años, y yo, con mi polla endurecida bajo el pantalón. La niña lleva el pijama del primer día, y apoya una pierna flexionada en el sofá, Su tetas enormes marcan los pezones endurecidos bajo la camiseta, subiendo y bajando al compás de su respiración. Apoyo mi mano en su muslo, muy cerca del coño, y abre la boca, mostrando su lengua y entornando sus ojos de niña.
La madre vuelve con algo para picar y se arrodilla a mis pies, dejando sus melones a la vista a través del escote. Me inclino hacia ella para besarla en la boca. No he soltado la mano de la pierna de mi hija, y mientras meto la lengua en la garganta de la madre, aprieto bien el muslo de la niña.
La madre me pregunta, nerviosa por el beso profundo, si todo está bien. Le digo que sí, que la comida es buena y que es normal que la bese, si es mía, aunque esté nuestra pequeña hija presente. La niña añade con tono inocente que le gusta mucho ver que sus padres se dan muestras de amor.
La madre y yo nos retiramos a su dormitorio y ella se comporta como una buena esclava, complaciendo todas mis órdenes. Resulta ser una masoquista de primer orden, disfrutando los golpes en sus melones, los tortazos en su cara, la violación de su garganta... La relleno y la cubro de semen, y ella limpia con su lengua todos los restos.
Antes de dormirme, le doy a beber mi meada y le permito correrse. Ella me da las gracias y vela mi sueño arrodillada junto a la cama. Al pasar casi toda la noche despierta, por la mañana está sumida en un sueño profundo, cuando su hija entra en la habitación, sigilosa. Se ha puesto un camisón corto transparente. La tomo de la mano y vamos a su habitación, dejando a la madre dormida en el suelo.
La cría me pide permiso para chuparme la polla y le follo la boca como a su madre, con rudeza. Ella me dice que necesita más, que lleva mucho tiempo queriendo someterse a mí. Le contesto que me parece bien, mientras le doy una buena somanta de bofetones en la carita, y ella me ofrece sus grandes tetas para que siga. Los golpes despiertan a su madre, que como es muy candorosa, se deja convencer de que la niña se había portado mal y la estaba castigando.
La madre me agradece que tome las riendas de la casa, donde decido quedarme. Las cosas mejoran por momentos: les digo a las dos la ropa que deben usar, me sirven en todo, y poco a poco la madre se acostumbra a que las manosee a las dos, y a ver cómo su pequeña se presta a ser besada en la boca por su papi. Cualquier excusa es buena para mantenerlas calientes a base de hostias. La madre todavía no es consciente de que su hijita es también mi esclava, porque la uso a fondo cuando no nos ve.
La hija está en todo momento intentando superar a su mamá. En cuanto se queda a solas conmigo, me pide beber mi meada, me ofrece su cuerpo para que lo torture, y abre sus agujeros para mí. Cuando llega su madre, la pequeña se comporta como si no fuera también una cerda masoquista a mi servicio, sino la niña de 18 años inocente que su madre cree que es.
Respecto a la ropa, madre e hija llevan conjuntos sexys, que les realzan o les hacen mostrar directamente sus encantos. Convenzo a la madre de que, si la niña y yo nos besamos en la boca con normalidad, ellas dos también deben hacerlo, con más motivo al ser madre e hija biológicas. Al principio, se muestra algo tímida, pero la niña sabe avanzar muy bien con su lengua en la boca de su madre, salivando con esmero, lamiéndola, babeando, acariciándole la nuca, los hombros...
La madre, en vista de que yo las felicito, sigue dejándose besar y lamer por la niña. Están preciosas, arrodillada una frente a la otra, con sus saltos de cama transparentes, las tetas gigantes colgando y chocando entre ellas, dejando caer sus salivas, que se resbalan desde sus barbillas por los melonazos.
Pongo a la madre a cuatro patas y le meto la polla en el culo. Mis sacudidas hacen que mi hijita le meta la lengua hasta la garganta, le muerda la cara, le llene de babas por completo. Ella disfruta mi trato y el de su hija, dejándose llevar. Sigo enculándola, mordiendo su nuca, agarrando sus tetorras y retorciéndole los pezones. Apoya su cabeza, al borde del orgasmo, en el hombro de su hija, que aprovecha para seguir con sus besos, ahora en mi boca, sin que su madre se entere. Sin dejar de besarme, coloca la cabeza de su madre entre sus tetas gigantes de niña viciosa, y la madre acierta a rogarme que le deje correrse.
Yo se lo prohíbo, para seguir con el experimento, y le pido que mame los pezones de la niña, mientras sigo follándole el culo, hasta que me corro. Les ordeno que sigan abrazadas. La madre me mira con cara de necesitar un orgasmo. La niña le lame el cuello, le agarra las tetazas... Le digo a mi hija que se las azote a su mami, y a la madre que cuente diez palmadas y se corra. Lo hace y queda exhausta y dormida en el suelo. Me llevo a la niña a su habitación, para usarla lejos de su madre.
La pequeña recibe su ración privada de polla y de hostias y le dejo correrse también, tras rellenarla y cubrirla de semen. Vuelvo al encuentro de la madre, que está ya medio despierta y me agradece balbuceando que haya vuelto a castigar a la niña, ya que ha oído los golpes que le propinaba.
Todo sigue en regla, desde el punto de vista de la madre. Ella cree que es la única a la que me follo, y ve ya con normalidad que las masacre a las dos cuando me place. Además, no es consciente de que su nuevo trato con su hija, compartiendo sus lenguas, saliva, manos y cuerpos, va más allá del cariño entre ellas. Yo me sumo a los juegos lésbicos, con la única salvedad de que no meto mi polla en los agujeros de mi hija en presencia de su madre.
Bastan unas frases calmadas para que la madre acepte cualquier situación y la asuma como cotidiana. Le digo que debe desplazarse a cuatro patas por la casa, y en la práctica se convierte en una perra, que no sólo sirve para darme placer a mí, sino también a su pequeña, que la maneja como quiere. La niña y yo nos convertimos en los dueños de la situación, y decido cosificar más a la madre adornándola con aros en los pezones y un collar de cuero.
Es una vida feliz para los tres. La niña ha asumido que su madre es su modelo, y la madre está contenta porque tiene algo que aportar a la educación de su pequeña. Decido que ya es el momento de que los seis agujeros estén a la vez a mi disposición. Para entonces la madre ya vive en un mundo donde ver a su hijita degradada como ella, es lo normal. Un mundo perfecto.