Madre e hijo - versión 2
Sexo entre madre e hijo. Un mismo comienzo, dos historias diferente. Versión número 2.
Desde hacía algún tiempo me sentía atraído por mi hijo, pero jamás imaginé que podría dar rienda suelta a mis más oscuros deseos de la manera en que ocurrió. Mi hijo es un adolescente muy guapo, un poco más alto que yo, delgado y musculoso por todo el ejercicio que hace, se parece mucho a su padre, pero en una versión mucho más aniñada y dulce. Quizá fue la edad lo que hizo que empezara a fijarme en él y a mirarle de una manera diferente a lo que sería normal. El sexo con mi marido se había vuelto escaso y monótono, ambos habíamos perdido el deseo por el otro, y fue en esa etapa de mi vida en que me empecé a fijar en mi hijo.
Yo soy una mujer de más de cuarenta años que se conserva estupendamente. Soy alta, y no precisamente delgada; tengo el pelo castaño rizado y unos labios carnosos; mis piernas son largas, torneadas, con grandes muslos; pero quizá lo mejor son mis pechos, muy grandes, con dos pezones duros y morenos. Me gusta cómo visto, con blusas o camisetas que realzan mis pechos, zapatos de tacón, medias, faldas por encima de las rodillas o pantalones que marcan mi estupendo culo. En verano es todavía mejor, con mis faldas cortas, mis sandalias con tacones y mis camisetas de tirantes. Algunas veces incluso he llegado a ir sin sujetador, marcando los pezones y eso me ha excitado muchísimo. No me considero una mujer exhibicionista, pero reconozco que tengo un buen cuerpo, y no me importa mostrarlo hasta donde me permite el decoro.
Mi hijo viste moderno, a veces con camisetas ajustadas y pantalones que le marcan un culo perfecto. La imagen de su cuerpo empezó a obsesionarme, se metió en mi cabeza y no me dejaba descansar. Antes de que ocurriera lo que voy a contar había visto a mi hijo un par de veces desnudo, una cuando se estaba duchando y olvidó echar el pestillo en la puerta, yo entré en el baño y le vi enjabonándose con la esponja; con el ruido de la ducha no me oyó ni me vio y yo volví a mi habitación toda excitada. La segunda vez yo iba por el pasillo de nuestra casa y vi la puerta de su habitación entornada; no sé porqué me asomé y miré por la rendija de la puerta entreabierta sin hacer ruido, y le vi cambiándose de ropa, en ese momento estaba en calzoncillos; me estaba dando la espalda y pude recrearme en su culo, sus piernas, su espalda musculosa, luego se dio la vuelta para coger algo y pude contemplarle de frente; su polla abultaba dentro del calzoncillo; entonces se lo quitó y se puso el pijama. Los pocos segundos en que estuvo totalmente desnudo me quedé extasiada, mi coño se humedeció y tuve que irme corriendo a mi habitación antes de que me descubriera para desahogarme, me levanté la falda, metí las manos debajo de mis bragas y me froté hasta tener un orgasmo, uno de los más intensos y rápidos que había tenido en muchísimo tiempo.
Pero las cosas no pasaron de ahí, aunque en secreto por las noches soñaba con su cuerpo y me masturbaba con disimulo para que mi marido no se diera cuenta, fantaseando con que me follaba. Pero mi relación con mi hijo siempre había sido muy buena y supongo que nunca sospechó nada.
Mi marido y yo tenemos dinero y vivimos en una casa de dos plantas y jardín en las afueras de la ciudad en un típico barrio residencial. Una noche estábamos mi hijo y yo solos en el salón viendo la TV. Mi marido había salido en viaje de negocios y estaría un par de días fuera. Hacía calor y mi hijo sólo llevaba un pantalón corto de pijama y una camiseta; yo una camiseta de tirantes, una falda y unas sandalias de tacón. Estábamos los dos sentados en el sofá y yo le miraba de reojo, fijándome en cómo se le marcaba el pecho en su camiseta, sus piernas torneadas, musculosas, morenas y con muy poco vello, sus brazos, el pelo moreno y ensortijado, él estaba concentrado en la película, pero yo estaba concentrada en él y me estaba calentando por momentos, a lo cual ayudaba el calor que hacía en la casa. Intentaba atraer su mirada con disimulo, hacer que se fijara en mi escote, por el que asomaban mis grandes pechos, que mirase mis piernas cruzadas y mis muslos, que la falda arremangada había dejado por completo al aire, que mirara mis piernas y mis pies y cómo jugaba con mi sandalia, dejándola colgando de la punta de los dedos, y que mirara mis pezones, marcados en mi camiseta.
No podía dejar de pensar en mi hijo desnudo, y le imaginaba tumbado en una cama en distintas posturas a cual más erótica. Me estaba volviendo loca. Imaginaba que ahora mismo se giraba hacia mí, se quitaba la ropa y me follaba violentamente sobre el sofá, casi violándome.
Debí soltar un ligero gemido sin querer, porque se volvió y me preguntó si me pasaba algo, pillándome mirándole el paquete. No me dijo nada, sólo cambió de postura, cerrando un poco las piernas, pensando quizá que no estaba sentado de forma muy decorosa delante de su propia madre. Pero me fijé en su cara y vi que me miraba de reojo y con mucho disimulo el escote, y es que con tanta fantasía los pezones se me habían puesto durísimos y se marcaban claramente en mi camiseta. Los ojos de mi hijo empezaron a recorrer con disimulo mi cuerpo, disimulo que no pasó desapercibido para mí, al igual que el bulto en su pantalón que cada vez era más voluminoso. Nuestras miradas se cruzaron y colorado apartó la mirada rápidamente. Me puse seria y le dije que no era bueno que me mirara el cuerpo de esa manera, que no era correcto entre una madre y su hijo, y que si mi forma de vestir le había puesto en el estado en que estaba lo sentía mucho, me daba mucha vergüenza y le aseguré que tendría más cuidado a partir de entonces con la ropa que me ponía en casa. No era lo que él esperaba oír, y por supuesto se sentía avergonzado mientras le soltaba todo eso, pero vio que en mis ojos había algo más que reproche o vergüenza, intuyó curiosidad y deseo, y lo confirmó cuando mi mirada se desvió sin querer unos instantes hacia su polla, que seguía erecta dentro del pantalón.
Terminó la película y me fui a la cama, despidiéndome con dos besos como hacía cada noche, sólo que esta vez me quedé unos segundos más de lo normal junto a su cara, dándole además una vista increíble de mi escote, pues él seguía sentado y yo estaba de pie inclinada sobre él. Se quedó solo en el salón, envuelto en un mar de dudas. ¿Había visto un signo en su propia madre? ¿Y si se equivocaba?
Sabía que no podría aguantar más esa situación, y el deseo y la lujuria podrían más que el sentido común, hasta que al final decidiera que quería follarse a su madre. Un par de horas más tarde mi hijo por fin se decidió, encontró el valor suficiente y fue a mi habitación; sentí, más que oí, cómo entraba sin hacer ruido. Yo me encontraba tumbada de espaldas a la puerta, con un camisón muy fino, y sobre las sábanas, pues hacía bastante calor. Entraba mucha luz por la ventana, debía de haber luna llena, y podría contemplarme bien. No llevaba ropa interior, y el camisón se me había subido casi hasta la cintura, dejando a la vista mi hermoso culo y la raja del coño. Yo intuía que mi hijo estaba allí, contemplándome, y que se estaría acariciando la polla mientras me observaba. Me oiría respirar profundamente y pensaría que estaría dormida. Oí el susurro de su pantalón al caer al suelo y se tumbó desnudo a mi lado.
Con mucho cuidado empezó a acariciarme el culo. El corazón le palpitaba como un tren, como si quisiera salírsele del pecho, tanto, que casi podía oírlo golpeando contra su pecho. Se pegó más a mí, agachó la cabeza y me olió el coño; tenía que ser un olor maravilloso para él, olía a sexo, a deseo, y pude sentir su aliento sobre mi piel. Volvió a tumbarse a lo largo mío y me besó con cuidado un hombro, me olió el pelo y me chupó con mucho cuidado una oreja. Me moví un poco pero haciéndole creer que seguía dormida, mientras sentía cómo seguía acariciándose la polla, lleno de deseo. La acercó a mi coño y empezó a frotarla suavemente contra mi raja. Debió de creer que en ese momento me despertaba porque no pude evitar que mi respiración cambiara y notó como si mi cuerpo se pusiera en tensión, pero no cambié de postura ni dije nada, así que el momento había llegado para él: o lo hacía ahora o no lo hacía nunca. Y empezó a penetrarme.
Di un respingo y me contraje, como para evitar ser penetrada, pero en seguida me relajé y dejé que su polla se deslizara dentro de mí. Mi coño estaba húmedo y se pegó más a mí para sentir mi calor. Empezó a meter y sacar la polla con ritmo, y casi sin esperárselo solté un gemido. Eso le dio más valor y me rodeó con un brazo y empezó a tocarme el pecho. Le cogí la mano y antes de que creyera que se la iba a apartar empecé a acariciarme las tetas con ella. Me metió la mano debajo del camisón y me acarició los pechos. Me acarició los pezones, me los pellizcó, y yo seguía gimiendo de placer. Había levantado un poco una pierna y la apoyé sobre la suya para facilitarle la penetración. Llevaba tanto tiempo deseando que llegara aquel momento, sentir a mi hijo desnudo en mi cama y dentro de mí, que incluso aunque intentaba contenerme, no pude, y exploté en un orgasmo increíble que me dejó todo el cuerpo tembloroso. Mi hijo se excitó al darse cuenta de que me corría y que era él el que lo había provocado, y arremetió con fuerza y se corrió dentro de mí al tiempo que yo soltaba un grito de placer. Estaba en éxtasis. El morbo de lo que estaba haciendo era superior a todo lo que hubiera hecho hasta ese momento en mi vida.
Se relajó un poco y se salió de mí, me di la vuelta y me quedé frente a él a pocos centímetros de su cara. No hablábamos, no dijimos ni una sola palabra, como si ninguno quisiera romper la magia morbosa y sexual del momento. Me quité el camisón casi sin movimientos y en un momento le mostré mi cuerpo desnudo, lo recorrió entero con la mirada, con los ojos brillando de deseo. Su cuerpo podía ahora yo contemplarlo en detalle, maravilloso. Alargué un brazo y le acaricié la polla, como si se la pajeara, pero suavemente; la tenía húmeda de semen. Acerqué la boca a la suya y le besé; abrí la boca y me introdujo la lengua dentro. No podía creerlo, ¡me estaba morreando a mi hijo! Era tanta la excitación que de golpe la polla se le puso como una barra de hierro en mi mano, le miré y me mordí los labios con lujuria. He de reconocer que mi hijo tiene la polla bastante grande, y eso me había excitado al máximo.
Me bajé hasta tener la cara a la altura de su polla y me la metí en la boca. Pegó un gemido, casi un grito, y empecé a chupársela lentamente, con deleite. Empezó a tocarme con la mano el culo, me acarició la raja del coño y me metió un par de dedos. Lo tenía mojado de su semen y de mis propios fluidos, y con su polla en la boca, y acariciándole los testículos, empecé a emitir ahogados gemidos. Él mientras deslizó la mano hacia mi culo y me metió un dedo por mi agujero trasero. Nos estábamos dando placer mutuamente de una forma salvaje, y el morbo de todo aquello aumentaba más el placer.
Noté que ya no podía aguantar más y redoblé el ritmo de la mamada, hasta que se corrió en mi boca. Un chorro enorme de viscoso y caliente líquido blanco salió despedido de su polla y me llenó la boca; la leche me llegó directamente a la garganta; me tragué todo, haciendo esfuerzos para no ahogarme. Cuando me separé, hilos de semen me caían de la boca y sin limpiarme me eché sobre él y le besé con lujuria. Ahora estaba saboreando su propio semen, mi boca empapada de leche, me coloqué sobre él y dejé caer restos de semen de mi boca, como si los escupiera, y él los recogía dentro de su boca. Era asqueroso y morboso al mismo tiempo.
Me tumbé boca arriba y con suavidad le guié la cabeza hasta mi coño. Sabía lo que le pedía: que me lo comiera, como yo había echo con su polla. Encantado hundió la cara entre mis muslos y empezó a lamerme el coño. Estaba mojado y su lengua lo recorría con avidez, introduciéndose dentro de mi vagina, arrancándome gemidos y jadeos, mientras me tocaba las tetas y le acariciaba el pelo y le hundía más la cabeza en mi coño. Doblaba las rodillas y le acariciaba el cuerpo con mis piernas y mis pies. Tras conseguir que me corriera por segunda vez esa noche, se dirigió a mis pechos; los lamió, dejándolos empapados de saliva, mordió mis pezones, los pellizcó. Me besó la boca. Y volvió a mis muslos. Los besó y lamió con delicadeza; y poco a poco fue bajando por mis piernas sin dejar de besármelas y pasarles la lengua, hasta llegar a mis pies que también besó y chupó: me lamía las plantas, se metía mis dedos en la boca y los succionaba, era delicioso todo lo que me hacía.
Nunca nadie me había hecho el amor de una manera tan completa y maravillosa, ni si quiera su propio padre, y era mi hijo, mi propio hijo, el que me estaba dando la noche más lujuriosa de mi vida. Su polla estaba otra vez como un cañón y yo gemía y le pedía en susurros que me penetrara y me follara. Y lo hizo, me levantó las piernas, y de rodillas me la clavó de nuevo en el coño. Grité de gusto cuando la introdujo con fuerza dentro de mi raja y seguí jadeando mientras me follaba con violencia, dando fuertes sacudidas al meterla y sacarla. Consiguió que me corriera de gusto, pero él, sin saber porqué, se contuvo.
Me sacó la polla y le miré sorprendida, suplicándole que no me la sacara, que por favor siguiera follándome, pero me agarró de las piernas y me obligó a darme la vuelta. Comprendí lo que pretendía, cuáles eran sus intenciones, y me asusté un poco, pero estaba tan excitada que no pude ni quise resistirme y poniéndome de rodillas y las manos agarradas al cabecero de la cama separé mucho las piernas para ofrecerle mi culo. Mi agujero se abría ante él, oscuro y acogedor y se agachó para lamérmelo, me lo besó alrededor y después me metió un dedo, después dos y me folló el culo suavemente con sus dedos; me introdujo al mismo tiempo un dedo en el coño y me dio placer simultáneamente por delante y por detrás. Después me introdujo dentro la lengua y me lo chupó a fondo; yo gemía y le pedía, le suplicaba, que me la metiera. Lo que sentía era increíble, nunca nadie me había lamido el ano. Casi lloraba de gusto, y le seguía suplicando que no parara, que me follara.
Y lo hizo, pegó el capullo a mi agujero y empezó a empujar; lo tenía muy cerrado, mi marido no me follaba por ahí y ya ni recordaba cuándo fue la última vez que alguien me enculó. La polla fue entrando poco a poco, provocándome un intenso dolor; me agarraba con fuerza al cabecero, tenía los nudillos blancos, de tan apretados que tenía los puños, y gritaba como una loca y eso le excitó muchísimo, saber que me estaba haciendo daño, hasta que su polla acabó entrando por completo. Entonces empezó a sacarla y meterla cada vez más fuerte, según se iba dilatando mi agujero. Se pegó más a mí y consiguió cogerme de mis grandes tetas y apretármelas con fuerza, mientras me follaba con violencia como un perro. Estaba en éxtasis, gritaba de dolor y placer y le decía que no parara y que me follara más fuerte, que me reventara. Debió ser las cosas que le decía lo que hicieron que no pudiera aguantar mucho más y se corriera salvajemente dentro de mi culo; me lo llenó de semen, tanto que se salía de dentro y resbalaba por mis muslos, mojando las sábanas.
Me la sacó y me di la vuelta, se la cogí con la mano y me la llevé a la boca para tragarme las últimas gotas de semen que todavía salían de su verga. Incluso el sabor a mi propio culo me gustó. Entonces nos tumbamos para descansar, los dos todavía jadeando por el esfuerzo y la adrenalina; seguimos sin hablar. Me encendí un cigarrillo y él otro y al poco rato se levantó y se fue a su habitación a dormir.
Por supuesto yo no dormí nada en toda la noche, y seguramente él tampoco. Me la pasé entera pensando en mi hijo y en el polvo que me había echado, y preguntándome dónde habría aprendido mi hijo a follar de aquella manera tan salvaje y maravillosa. Por la mañana me daba miedo encontrarme con él, pues no tenía ni idea de cómo comportarme, ni de cómo reaccionaría. Nos evitamos casi durante todo el día, y cuando estábamos juntos hablábamos poco y ninguno hacía referencia a la noche anterior. No sabía qué pensar, ¿estaría arrepentido y avergonzado?, ¿o le gustó pero no sabía cómo decírmelo?
Todavía faltaba un día para que volviera mi marido, así que aún pasaríamos una noche más los dos solos. Cuando llegó la hora de acostarse, mi hijo vino al salón a darme los típicos dos besitos de buenas noches pero esta vez me dio un beso en la boca y susurrándome al oído me preguntó si quería pasar la noche con él.
(Si habéis leído las dos versiones, decidme cuál os ha gustado más, excitado más, puesto más cachondos. Espero vuestras respuestas)