Madre e hijo - versión 1

Un mismo comienzo, dos historias diferentes. Sexo entre una madre y su hijo. Versión número 1.

Desde hacía algún tiempo me sentía atraído por mi hijo, pero jamás imaginé que podría dar rienda suelta a mis más oscuros deseos de la manera en que ocurrió. Mi hijo es un adolescente muy guapo, un poco más alto que yo, delgado y musculoso por todo el ejercicio que hace, se parece mucho a su padre, pero en una versión mucho más aniñada y dulce. Quizá fue la edad lo que hizo que empezara a fijarme en él y a mirarle de una manera diferente a lo que sería normal. El sexo con mi marido se había vuelto escaso y monótono, ambos habíamos perdido el deseo por el otro, y fue en esa etapa de mi vida en que me empecé a fijar en mi hijo.

Yo soy una mujer de más de cuarenta años que se conserva estupendamente. Soy alta, y no precisamente delgada; tengo el pelo castaño rizado y unos labios carnosos; mis piernas son largas, torneadas, con grandes muslos; pero quizá lo mejor son mis pechos, muy grandes, con dos pezones duros y morenos. Me gusta cómo visto, con blusas o camisetas que realzan mis pechos, zapatos de tacón, medias, faldas por encima de las rodillas o pantalones que marcan mi estupendo culo. En verano es todavía mejor, con mis faldas cortas, mis sandalias con tacones y mis camisetas de tirantes. Algunas veces incluso he llegado a ir sin sujetador, marcando los pezones y eso me ha excitado muchísimo. No me considero una mujer exhibicionista, pero reconozco que tengo un buen cuerpo, y no me importa mostrarlo hasta donde me permite el decoro.

Mi hijo viste moderno, a veces con camisetas ajustadas y pantalones que le marcan un culo perfecto. La imagen de su cuerpo empezó a obsesionarme, se metió en mi cabeza y no me dejaba descansar. Antes de que ocurriera lo que voy a contar había visto a mi hijo un par de veces desnudo, una cuando se estaba duchando y olvidó echar el pestillo en la puerta, yo entré en el baño y le vi enjabonándose con la esponja; con el ruido de la ducha no me oyó ni me vio y yo volví a mi habitación toda excitada. La segunda vez yo iba por el pasillo de nuestra casa y vi la puerta de su habitación entornada; no sé porqué me asomé y miré por la rendija de la puerta entreabierta sin hacer ruido, y le vi cambiándose de ropa, en ese momento estaba en calzoncillos; me estaba dando la espalda y pude recrearme en su culo, sus piernas, su espalda musculosa, luego se dio la vuelta para coger algo y pude contemplarle de frente; su polla abultaba dentro del calzoncillo; entonces se lo quitó y se puso el pijama. Los pocos segundos en que estuvo totalmente desnudo me quedé extasiada, mi coño se humedeció y tuve que irme corriendo a mi habitación antes de que me descubriera para desahogarme, me levanté la falda, metí las manos debajo de mis bragas y me froté hasta tener un orgasmo, uno de los más intensos y rápidos que había tenido en muchísimo tiempo.

Pero las cosas no pasaron de ahí, aunque en secreto por las noches soñaba con su cuerpo y me masturbaba con disimulo para que mi marido no se diera cuenta, fantaseando con que me follaba. Pero mi relación con mi hijo siempre había sido muy buena y supongo que nunca sospechó nada.

Mi marido y yo tenemos dinero y vivimos en una casa de dos plantas y jardín en las afueras de la ciudad en un típico barrio residencial. Una noche estábamos mi hijo y yo solos en el salón viendo la TV. Mi marido había salido en viaje de negocios y estaría un par de días fuera. Hacía calor y mi hijo sólo llevaba un pantalón corto de pijama y una camiseta; yo una camiseta de tirantes, una falda y unas sandalias de tacón. Estábamos los dos sentados en el sofá y yo le miraba de reojo, fijándome en cómo se le marcaba el pecho en su camiseta, sus piernas torneadas, musculosas, morenas y con muy poco vello, sus brazos, el pelo moreno y ensortijado, él estaba concentrado en la película, pero yo estaba concentrada en él y me estaba calentando por momentos, a lo cual ayudaba el calor que hacía en la casa. Intentaba atraer su mirada con disimulo, hacer que se fijara en mi escote, por el que asomaban mis grandes pechos, que mirase mis piernas cruzadas y mis muslos, que la falda arremangada había dejado por completo al aire, que mirara mis piernas y mis pies y cómo jugaba con mi sandalia, dejándola colgando de la punta de los dedos, y que mirara mis pezones, marcados en mi camiseta.

En ese momento oímos un ruido fuerte y los dos nos miramos sorprendidos. Había sonado como cristales rotos. Mi hijo se levantó para investigar y antes de dar dos pasos vimos aparecer por la escalera que comunica con el piso superior, donde están los dormitorios, a dos individuos vestidos de negro. El susto fue enorme, pegué un grito y mi hijo se quedó sin saber qué hacer. Estaba claro que habían entrado por alguno de los balcones de la planta superior y que se trataba de dos vulgares ladrones. Se acercaron y nos encañonaron con pistolas, y nos dijeron que si hacíamos lo que nos dijeran, nadie saldría herido. Es curioso, pero el que habló lo hizo con un tono que le creí; eran jóvenes, de unos 30, fuertes y atléticos, y parecía que sabían bien a qué venían. Nos llevaron a un lado del espacioso salón y uno de ellos se quedó vigilándonos mientras el que había hablado se dirigía al despacho de mi padre. No preguntó donde estaba, así que tenía buena información y sabía lo que buscaba.

Mientras estaba fuera, me fijé en que el que nos vigilaba no me quitaba los ojos de encima, mi hijo también se dio cuenta, y le ignoré. Se acercó por detrás y empezó a tocarme un pecho, me revolví y mi hijo iba a lanzarse contra él cuando le apuntó con la pistola; me dijo que si no me relajaba y me dejaba hacer, le pegaría un tiro. Así que mi hijo se quedó quieto, rabioso e impotente, mientras el cabrón me tocaba, me metía una mano bajo la camiseta y me sobaba las tetas, y me pellizcaba los pezones. El primer ladrón volvió en ese momento, diciendo que ya tenía lo que buscaba y que podían irse. Pero el otro le contesto: - Todo ha ido perfecto y tenemos mucho tiempo, ¿por qué no nos quedamos un rato y disfrutamos de lo que tenemos aquí? ¿Has visto que mamá más buena tenemos? Seguro que a su hijo no le importa que nos divirtamos con ella un rato.

Mientras decía esto y ya sin necesidad de la pistola, empezó a meterme mano más en serio. - ¡Desnúdate !, me susurró. Y yo, totalmente humillada, me quité la camiseta y la falda. – Fíjate qué tetas, nos lo vamos a pasar de puta medre los tres, ¿verdad zorra?

A mi hijo le ataron las manos a un mueble para que no molestara y le dejaron allí para que viera en primera fila cómo violaban a su madre. Me hicieron arrodillarme, se pusieron delante de mí, se desabrocharon los pantalones y se sacaron las pollas. – Ya sabes lo que tienes que hacer, y recuerda que si no colaboras le haremos mucho daño a tu hijo, ¿entendido, puta? Cogí una de las pollas con una mano y empecé a chuparla mientras acariciaba la otra, luego cambié. Los dos ladrones gemían de placer y mi hijo me observaba chupando las dos pollas y eso empezó a excitarle. Yo las chupaba cada vez con más ganas, les chupaba los testículos, les recorría con la lengua todo el tronco. –Eso es, puta, chúpala, chúpala. –Cómetela entera. –Te vamos a llenar la boca de semen, zorra.

Me decían todo tipo de guarradas, y hubo un momento en que casi seguro que mi hijo pudo distinguir que disfrutaba de lo que estaba haciendo, pero seguramente se diría que eso no podía ser. Entonces con un grito de placer uno de ellos se corrió en mi boca, me la llenó de leche, que me tragué entera. Habían parado un momento cuando uno de ellos se fijó en mi hijo y se dio cuenta de que estaba empalmado.

–No me lo puedo creer, tu hijo se ha empalmado viendo cómo nos las chupabas. Dime, ¿te gustaría chupársela también a tu propio hijo? Y a ti, ¿te gustaría que te la chupara tu madre? Me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme delante de mi hijo. - ¡Chúpasela!

Miré a mi hijo a la cara, pidiéndole perdón con la mirada por lo que iba a pasar, y le bajé los pantalones; le cogí la polla, que ya tenía durísima, con una mano, le miré a los ojos con cara de sorpresa, de humillación, pero también de excitación por lo que estaba apunto de pasar, y me la metí en la boca. La chupé a lo largo todo el tronco, avanzaba y retrocedía, y sin poder evitarlo mi hijo empezó a gemir de placer. Los dos ladrones nos miraban hipnotizados y con lujuria y yo seguía chupándosela y acariciándole los huevos con una mano. Uno de los ladrones le dijo que me los chupara y lo hice. Luego volví a chupársela hasta que mi hijo ya no pudo aguantar más y se corrió dentro de mi boca. Soltó una cantidad de semen enorme, que conseguí tragar sin atragantarme. Le miré a la cara con restos de semen resbalándome por la comisura de la boca y cayéndome hasta la barbilla, avergonzada, pero también con un extraño brillo en los ojos que mi hijo vio claramente.

Me separé de él y el que faltaba por correrse me metió la polla en la boca y me la hizo comer hasta que él también se corrió. Tenía la cara llena de semen, y me la estaba limpiando cuando uno de ellos me levantó y me llevó al sofá, me tumbó boca arriba, me bajó las bragas, se echó sobre mí y empezó a follarme. Apreté los dientes y cerré los ojos, pero el otro se acercó y me la hizo chupar otra vez. Intentaba gemir o gritar pero no podía, tenía la boca llena de polla. Entonces el que me follaba dio un grito de placer y se corrió dentro de mi coño. Mientras cambiaban los puestos miré a mi hijo sin dejar de jadear. Esa imagen, su madre desnuda y tumbada en el sofá, con restos de semen en su cara y su coño y jadeando debió excitarle muchísimo; no debería ser así, pero notaba a mi hijo superexcitado, la polla debía de arderle en el pantalón, y seguro que habría dado lo que fuera por acercarse a mí y follarme. Me di cuenta de su excitación al mirarle el paquete, luego le miré a los ojos, pero no vio desaprobación ni escándalo en mis ojos, sólo deseo.

Los dos ladrones habían cambiado posiciones y estuvieron así un rato, uno follándome el coño y el otro entretenido metiéndome la polla en la boca o con mis tetas, magreándomelas, chupando mis pezones, pellizcándomelos, mordiéndolos; no paraba de gemir y jadear y ya estaba claro que aquello había dejado de humillarme para dejar paso a un placer enorme. Luego me cogieron, me levantaron y me hicieron ponerme de rodillas en el sofá, uno de ellos se puso de pie detrás de mí, me abrió las piernas y volvió a penetrarme.

En ese momento el otro se fijó en mi hijo: - Oye, nos hemos olvidado del hijo, y mírale, está totalmente empalmado, está disfrutando el cabrón viendo cómo nos follamos a su mamá. Te gustaría follarla, ¿verdad? Y se acercó a él, le desató y le llevó al sofá. El otro se salió de mi coño, dio la vuelta al sofá y me agarró de las muñecas. Mi hijo estaba justo detrás de mí y tenía mi fantástico culo delante de él, tenía las piernas separadas y los labios de mi vagina se abrían ante él, goteando fluidos. Grité que no lo hicieran pero por supuesto no me hicieron caso.

-Ahí tienes el coño de tu madre, te aseguro que es muy acogedor. Tu madre es una puta que está disfrutando como nunca con nuestras pollas. ¡Fóllala!

Y sin poder contenerse más mi hijo se sacó la polla, me agarró de las caderas y me la metió. La situación no era la más ideal ni la más romántica, pero me recorrió un escalofrío de placer por todo el cuerpo cuando me penetró; tenía el coño mojado del semen de los dos tipos, pero también de mis propios fluidos, mi hijo se dio cuenta de que me había corrido y a lo mejor más de una vez. Empezó a meterla y sacarla lentamente, pero aumentando poco a poco la intensidad. Entonces, yo, que había estado callada todo el tiempo, sólo como sollozando, solté un gemido. Eso le puso a cien y empezó a bombear con fuerza hasta que me arrancó jadeos y gritos de placer. - ¿Has visto cómo le gusta a la puta?, estaba deseando que la follara su hijo, dijo uno de los ladrones, excitadísimo al contemplar esa escena.

Cuando ya no pudo más se corrió dentro de mi coño, echó tanta leche que creí que se iba a secar por dentro; me inundó el coño, hilos de semen me caían resbalando por mis muslos y piernas; se quedó exhausto y uno de ellos le separó, ocupó su lugar totalmente cachondo y me la metió en el culo de un golpe. Solté un grito de dolor. – ¡No, por el culo no, cabrón!. Pero eso sólo hizo que él bombeara con más fuerza. – Tienes un culo fantástico, mami, te lo voy a follar hasta reventarte y te voy a llenar de leche hasta que te salga por las orejas, me dijo mientras la metía y sacaba con fuerza. Empecé a jadear con fuerza, y cuando comencé a gritar: - ¡Más, más!, mi hijo debió de quedarse alucinado, yo ya no podía disimular más lo mucho que estaba disfrutando. Al oír aquello el que me follaba se excitó muchísimo, y me arremetió con mucha más fuerza; mi hijo pensaría que me tendría que estar haciendo mucho daño, pero yo estaba como loca, gritando: - ¡Más, fóllame más, cabrón! ¡Más fuerte! ¡Córrete dentro, vamos, échame toda tu leche! El que me sujetaba las muñecas había dejado de hacerlo hacía un rato, ya no era necesario, y se la machacaba con furia. Mi hijo estaba otra vez empalmado, y no pudo resistirlo más y se cogió la polla con la mano y también se la machacó.

Al final el que me follaba el culo se corrió dando gritos de placer, que se mezclaron con mis propios gritos de placer. Me caía semen del culo, que recogí con la mano y me la llevé a la boca. El que se masturbaba no pudo más y se corrió en mi cara, que tragué todo lo que pude y me relamí el resto.

Los dos ladrones, totalmente exhaustos, se subieron los pantalones, se lavaron por turnos en el servicio y antes de irse nos dijeron que había sido un placer, aunque eso me lo decían sobre todo a mí. Estaba en el sofá, recostada, acariciándome el coño mojado e irritado, gimiendo suavemente como si acabara de salir de un trance. Mi hijo se acercó a mí. No sabía qué decir. Todavía estaba empalmado. Lo vi, y sin decir nada me arrimé a él, se la cogí entre las manos y se la chupé hasta que se corrió.

Desde ese día nuestra relación ha cambiado totalmente. Nunca le dijimos a mi marido lo qué pasó aquella noche, sólo que nos habían robado. Pero como digo, desde entonces, la relación entre mi hijo y yo es diferente, ahora es mucho más intensa, íntima y lujuriosa.