Madre e hijo. Parte 1.

Historia incestuosa de Alejandra y su hijo Martín.

Alejandra era madre soltera, de su hijo Martín. Tanto tiempo había pasado que casi no pensaba en el padre de su hijo, fruto de una violación por parte de su tío materno. O al menos creía creer eso, lo cierto es que siempre la acompañaba esos recuerdos de años de abuso.

Alejandra tenía 34 años, era delgada, cabello castaño, largo hasta la mitad de su espalda, lo usaba suelto, tenía flequillo, sus ojos marrones, su cola era digna de admirar, al ser de baja estatura, hacía que que su culo redondo y grande fuera muy llamativo, y unos pechos decentes. Era deseada por muchos hombres, aunque ella los ignoraba, de buena manera, pero haciéndose la inocente, lo cual era cierto, sacando los abusos de su tío, Alejandra, jamás estuvo con un hombre, y el sexo para ella, era algo que no estaba en sus planes, aunque tenía necesidades, trataba de despejar su mente trabajando, haciendo tareas del hogar y pasando tiempo con su hijo.

Martín, era atlético, jugaba al rugby, recién comenzaba, pero era bueno, y paralelamente comenzó a entrenar en el gimnasio, al cual asistía de Lunes a Sábados, sumado a las prácticas de rugby, estaba teniendo poco tiempo para estudiar, después de cenar trataba de hacerlo, pero el cansancio y el aburrimiento de llevar a cabo esa tarea, lo dejaba dormido.

Su madre, siempre sintió culpa de ser madre soltera, trataba de que a su hijo, no le falte nada, y lo apoyaba lo mas que podía, mas de lo que debería, pero que reprobara sus exámenes, era algo que no le permitiría. Ella no pudo terminar el secundario, y aunque soñaba seguir estudiando no tenía el tiempo, entre su trabajo de secretaria, su hogar y su hijo, apenas si tenía tiempo. Por lo que Alejandra, no dejaría que su hijo terminara igual que ella.

Alejandra, llegó de su trabajo pasadas las 18 hs., decidida a hablar con su hijo. Martín estaba vestido para irse a entrenar, su madre le pidió que se sentara a hablar con ella, estaba agotada pero era algo que tenía que resolver, Martín de mala manera se sentó, y comenzaron a hablar de su bajo desempeño, y que tendría que elegir entre el rugby o el gimnasio. Pero Martín, inmaduramente, comenzó a los gritos, dando excusas que no venían al caso, no dejando hablar a su madre. Alejandra, no servía para discutir, siempre fue muy educada, los gritos la ponían mal, y ver a su hijo en ese estado, y lo peor, cuanto le recordaba a su tío, el padre de Martín, desde sus ojos verdes, el pelo negro, su mentón prominente, y hasta su nariz, se le hacía igual, que se sintió mal, tan mal, que se puso a llorar, no era solo la discusión, se sentía realmente sola, y a la vez pensaba que le estaba fallando a su hijo. Martín fue a su cuarto tomó el bolso y se fue a entrenar dando un portazo.

Alejandra, se quedó llorando por un largo tiempo.

Toda la situación la había dejado agotada. Fue a ducharse, estuvo un buen rato bajo el agua. Se puso una bata bordó, ni siquiera se había puesto ropa interior, lo haría luego, solo quería cerrar sus ojos y olvidar el mal rato y se recostó en su cama, la idea era unos minutos, solo 15 o 20 minutos, para luego ir a preparar la cena.

Alejandra se despertó sobresaltada, alguien la abrazaba, ella estaba recostada sobre su brazo izquierdo, y esta persona la abrazaba por detrás.

Trató de levantarse, pero no se lo permitieron, unos brazos fuertes la inmovilizaron.

  • Soy yo ma, no te asustes. Dijo Martín.

Escuchar su voz la tranquilizó, aunque se sentía rara estar en la cama con su hijo.

Su hijo la abrazó mas fuerte, pegando su cuerpo con el de su madre.

Alejandra podía sentir el aliento de su hijo en su nuca.

Martín le pidió disculpas a su madre. Alejandra estaba desorientada, aún no terminaba de despertarse, y se sentía por demás incómoda.

Solo usaba una bata de tela muy fina, sin nada por debajo, y sentía algo duro contra su cola, se sentía como un tubo cilíndrico, entre los dos cuerpos, y no dejaba de preguntarse si realmente su hijo tenía su pija contra su cola, todo indicaba que sí, pero podía ser cierto?, pensaba que debía haber otra explicación, pero no se le ocurría.

Las dudas de Alejandra terminaron de disiparse. La mano derecha de su hijo agarró su pecho izquierdo y comenzó a acariciarlo, se quedó inmóvil, mientras Martín jugaba con su teta, no sabía que hacer, pero estaba muy confundida, su mente estaba en blanco, quería actuar pero no sabía como.

Ante la falta de respuesta de Alejandra, Martín lo tomó como que su madre consentía lo que estaba pasando y fue por mas.

Se arrodilló en la cama, giró a su madre, dejándola boca arriba, su bata estaba abierta, dejando sus pechos y concha depilada al descubierto. Martín separó las piernas de su madre y se puso de rodilla entre las piernas de Alejandra.

Alejandra atontada, desconcertada, solo era una espectadora, como si estuviera viendo una película erótica. Vio a su hijo desnudo, con su pija bien dura, colgando, como una tercer pierna, era una pija muy proporcionada, de buen largo y grosor, con su cabeza expuesta. Quería dejar de verla, pero le era imposible, y se dio cuenta del buen cuerpo que tenía su único hijo, era delgado, pero el gimnasio comenzaba a mostrar resultados, y podía ver los abdominales marcados de su hijo. Unos pechos que se notaban trabajados y sus brazos que eran muy masculinos y fuertes.

Se sentía una pervertida pensando así de su hijo, pero era incapaz de dejar de verlo.

Su hijo apoyó su mano izquierda, al costado de su cara, y con su mano derecha se agarró la pija, y se fue acomodando, buscando la entrada de la concha de su madre.

Alejandra, por dentro decía, hasta aca llegamos, tengo que detenerlo, decir algo, pero no pudo hacerlo, su deseo fue mas fuerte y dejó que pase.

Comenzó a sentir el pedazo de carne de su hijo penetrándola, sin cuidado, solo quería meterla, la concha de Alejandra, estaba bien apretada, habían pasados años, muchos años, desde que sus labios vaginales se abrieron por última vez a la pija de su tío.

Martín parecía una bestia, concentrado en una única tarea, que era abrir completamente la concha de su madre, tener su pija, toda adentro de ella, sin piedad, la penetró una y otra vez hasta que se la enterró toda, y sus huevos tocaron el cuerpo de su madre.

Alejandra, largó un grito de placer, se contuvo todo lo que pudo, no quería demostrar cuanto estaba disfrutando la pija de su hijo en su interior, pero sentirla toda adentro y los huevos de Martín contra su cuerpo fue la gota que rebalsó el vaso, y ya no había marcha atrás, para bien o para mal.

Martín comenzó a penetrar a su madre sin parar, la embestía con mucha fuerza y desesperación, pero cada tanto sentía que estaba por correrse dentro de ella, y paraba, y lo hacía muy despacio, hasta que se sentía seguro, que podría aguantar un poco mas, y volvía reventar a su madre a pijazos.

Alejandra estaba en la nubes, se retorcía de placer, gemía por primera vez en su vida, el cambio de ritmo de las embestidas de su hijo, era un descanso, pero cuando volvía a la carga nuevamente con todo, se sentía traslada a otro mundo, se sentía tan cerca del orgasmo, aunque no quería dejar de sentir a su hijo dentro de ella, trató de evitarlo, pero no pudo, Alejandra dio unos gritos de placer, nunca se había escuchado de esa forma, abrazó a su hijo fuertemente, y se corrió por primera vez en su vida, se sintió como un ataque de epilepsia, tembló, no paraba de temblar, murmuraba, no sabía que, sus piernas estaban descontroladas, y su hijo no dejaba de penetrarla, hasta que en un par de minutos luego, su hijo se desahogó dentro de su madre, y la llenó completamente por dentro con su leche.

Martín se desplomó sobre el cuerpo de Alejandra, apoyando su perfil izquierdo sobre el pecho acelerado de su madre y se quedó inmóvil pero agitado.

Alejandra, pensó por un instante que había hecho, tuvo culpa, se sintió una madre fatal. Tenía que tomar una decisión, actuar en seguida. Pensó en levantarse y decirle a su hijo, que estaba mal lo que que hicieron y que no debería repetirse, pero no pudo, estar con su hijo, en ese momento, llena de sus líquidos por dentro, se sentía como el mejor lugar y momento de su vida. Con su mano derecha comenzó a acariciar la cabeza de su hijo, mientras sus cuerpos desnudos y traspirados se sentían uno.